Desarrollo del Lenguaje y Psicosocial en la Segunda Infancia PDF
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Este documento analiza el desarrollo del lenguaje y el desarrollo psicosocial de los niños entre los 3 y los 6 años. Se examinan diferentes aspectos del lenguaje hablado, como el aumento del vocabulario y la complejidad gramatical, así como la función del habla privada y su relación con el desarrollo del pensamiento. También se describe el inicio de la alfabetización, el acceso a la lengua escrita y los ejercicios que se fomenta en la escuela.
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Tema 6: Desarrollo del lenguaje y psicosocial en la Segunda Infancia. Entre los 3 y 6 años, los niños y niñas experimentan notables avances en el vocabulario, la gramática y la sintaxis del lenguaje. A través del lenguaje, logran comprender su entorno, desarrollar el pensamiento, comunicarse y acced...
Tema 6: Desarrollo del lenguaje y psicosocial en la Segunda Infancia. Entre los 3 y 6 años, los niños y niñas experimentan notables avances en el vocabulario, la gramática y la sintaxis del lenguaje. A través del lenguaje, logran comprender su entorno, desarrollar el pensamiento, comunicarse y acceder a información proporcionada por los adultos que los rodean. En esta etapa, gran parte del aprendizaje se basa en la práctica a través de la visión, el oído y, fundamentalmente, el lenguaje, mediante instrucciones, cuentos y explicaciones. A continuación, exploraremos estos avances en el desarrollo del lenguaje en la primera infancia. I. Desarrollo del Lenguaje Hablado Con el ingreso a la Educación Infantil, el crecimiento del vocabulario aumenta exponencialmente entre los 3 y los 6 años. Durante este período, los niños pueden pasar de emplear alrededor de 900 palabras a utilizar aproximadamente 2,600. Además, el reconocimiento de palabras crece significativamente (de 20.000 a 80.000 palabras), cuadruplicándose cuando el niño accede a primero de primaria. En estas edades, los sustantivos son más fáciles de comprender, mientras que los verbos suelen presentar mayores dificultades. No obstante, el progreso en el lenguaje no se limita al vocabulario; también se observan avances en la gramática y la sintaxis. A partir de los 3 años, los niños comienzan a combinar palabras, utilizando pronombres, preposiciones, plurales y tiempos verbales como el pasado, sus oraciones son sencillas, a menudo sin artículos. Entre los 4 y 5 años, comienzan a usar oraciones más complejas, de 4 o 5 palabras, que pueden ser declarativas, interrogativas, negativas e imperativas. A los 6 años, el lenguaje de los niños es similar al de los adultos, utilizando oraciones largas, compuestas y complejas, y empleando conjunciones, preposiciones y artículos. Es común que algunos padres se preocupen por la demora en el desarrollo del lenguaje en sus hijos. Estas demoras son frecuentes y pueden variar en su manifestación, siendo más comunes en niños que en niñas. A pesar de ello, estos niños suelen comprender el lenguaje hablado y, cuando comienzan a hablar, lo hacen con una madurez sorprendente. No obstante, es importante estar atentos a estas demoras para evitar posibles consecuencias cognitivas, sociales y emocionales. 1.1. Función del Habla Privada, Origen del Pensamiento Verbal y del Habla Social en la Segunda Infancia Vygotsky, un referente en este campo, sostiene que el habla privada aumenta durante la Educación Infantil y cumple una función clave: el lenguaje se adquiere en interacción con los adultos y, mediante el uso del habla privada, los niños incorporan el pensamiento. Según Vygotsky, el habla privada es similar a pensar en voz alta. Algunas manifestaciones de esta forma de habla incluyen la repetición de palabras y sonidos como un juego, o el diálogo con objetos y juguetes durante juegos solitarios. Para Vygotsky, el habla privada disminuye a medida que el niño madura, transformándose en habla interna o pensamiento verbal encubierto, que utilizamos para guiar nuestro comportamiento en la vida diaria. El lenguaje, además de cumplir una función interpersonal, adquiere una función intrapersonal. Ejemplos de esta habla interna incluyen la expresión de sentimientos sin intención comunicativa, la descripción de acciones mientras se realizan, y la vocalización durante la lectura, ya sea en voz alta o en silencio. Paralelamente al desarrollo del habla interna, también se desarrolla el habla social, que se refiere al uso pragmático del lenguaje para comunicarse con los demás. Entre los 3 y 6 años, los niños utilizan el lenguaje para pedir cosas, narrar hechos, contar cuentos o chistes, e iniciar y continuar conversaciones. Alrededor de los 5 años, ajustan su lenguaje y discurso según lo que el receptor sabe, y utilizan el habla social para negociar y resolver conflictos. 1.2. El Inicio de la Alfabetización: Acceso a la Lengua Escrita El ingreso a la escuela marca un hito en el desarrollo cognitivo, físico y social del niño, coincidiendo con la Educación Infantil y la segunda infancia. Durante este período, se inicia la preescritura y la prelectura, es decir, el acceso a la lengua escrita. Actividades como la lectura de cuentos, juegos de observación y ritmo, y la identificación de palabras en carteles son fundamentales para familiarizar a los niños con la lengua escrita. En la escuela, el acceso a la lectura se secuencia a través de ejercicios que desarrollan tanto el lenguaje hablado (vocabulario, gramática, sintaxis y pragmática) como las habilidades para decodificar palabras escritas (identificación de grafemas y fonemas, reconocimiento silábico, conformación de palabras, y reconocimiento global de palabras). De igual forma, el acceso a la escritura se fomenta mediante ejercicios secuenciales, comenzando con la coordinación óculo-motora y la adquisición de patrones motores finos, y avanzando hacia la escritura de palabras familiares y la copia de palabras. 2. El Mundo del Niño y su Desarrollo Psicosocial En esta sección, exploraremos los conocimientos que nos ofrecen Piaget y sus etapas del desarrollo cognitivo, la psicología cognitiva, y la teoría del procesamiento de la información, brindando una visión amplia sobre el desarrollo cognitivo durante la segunda infancia. 2.1. Creación o Extinción de Conductas como Herramienta Educativa A medida que los niños crecen, adquieren mayor autonomía e independencia, lo que complejiza la labor educativa. Aun así, los adultos (padres, abuelos, educadores) siguen siendo figuras clave en su crianza y educación. El entrenamiento en la creación de conductas adaptadas se basa en la teoría conductista, que propone el uso de refuerzos y castigos para moldear el comportamiento. Desde un punto de vista educativo, el refuerzo es más efectivo que el castigo, que se reserva para conductas que dañan a otros o al entorno. Un refuerzo positivo es cualquier objeto o evento que aumenta la probabilidad de una respuesta porque es valorado positivamente. Un refuerzo negativo aumenta la probabilidad de una respuesta al eliminar un estímulo desagradable. Aunque en ocasiones es necesario emplear castigos, también se pueden usar otras herramientas, como la afirmación del poder, que implica el uso de control físico o verbal, el retiro de privilegios, o técnicas inductivas como el razonamiento y la negociación. Otra estrategia es la retirada de la atención, que consiste en ignorar, aislar o mostrar desagrado hacia el niño ante una conducta indeseada. 2.2. Función del Juego en el Desarrollo Psicosocial del Infante El juego es esencial en el desarrollo infantil, ya que permite al niño interactuar con la realidad, estimular sus sentidos, ejercitar patrones motores, y adquirir nuevas habilidades. A través del juego, los niños se conocen a sí mismos y a los demás, lo que contribuye a todos los aspectos de su desarrollo. Los juegos pueden clasificarse según su complejidad cognitiva. Sara Smilansky (1968) identificó cuatro niveles: el juego funcional o locomotor, que implica la repetición de movimientos amplios; el juego constructivo, que utiliza materiales para crear objetos; el juego dramático o de simulación, que usa la función simbólica y es crucial en la segunda infancia; y los juegos formales con reglas, que son organizados y tienen normas claras. Por otro lado, Mildred Parten (1932) clasificó los juegos según su dimensión social, desde el juego no participativo o inactivo (donde el niño observa a los demás o explora el entorno sin involucrarse), pasando por el juego solitario o individual (en el que el niño juega solo, sin preocuparse por lo que hacen los de su alrededor), al juego en paralelo (donde los niños juegan uno al lado del otro sin interactuar) y llegando al juego asociativo (donde interactúan entre sí, comparten materiales o comentan lo que hacen, pero sin objetivo común o estructura de juego organizado) y, finalmente, al juego cooperativo (donde juegan juntos con un objetivo común, establecen roles y colaboran para lograrlo) y el juego cooperativo organizado (establecen juegos con reglas complejas y trabajan en equipo). 3. El Desarrollo del Yo: Autoconcepto, Autoestima e Identidad de Género en la Segunda Infancia Durante el proceso de desarrollo infantil, los niños comienzan a formar una imagen de sí mismos que integra tanto sus características físicas como sus capacidades, intereses, emociones y las percepciones de los demás. Este conjunto de representaciones se denomina autoconcepto, el cual constituye una imagen global de las habilidades y rasgos que el niño percibe en sí mismo. Desde la primera infancia, como se ha discutido anteriormente, los niños desarrollan una creciente conciencia de sí mismos, lo que lleva al desarrollo progresivo del autoconcepto. Durante la segunda infancia, especialmente entre los 5 y los 7 años, los niños y niñas modifican su manera de describirse. En esta etapa, comienzan a incluir en sus autodescripciones aspectos más concretos como comportamientos específicos, características físicas, preferencias, pertenencias y detalles sobre sus familiares. Las autodescripciones se centran en capacidades específicas, utilizando expresiones como "me gusta," "soy bueno en," o "meto goles". No es hasta después de los 7 años que estas descripciones comienzan a referirse a habilidades más generales, como "soy popular," "inteligente," o "atlético." Es común que durante este periodo, los niños confundan sus capacidades reales con sus aspiraciones o ideales, sin poder diferenciar completamente entre su yo real (quiénes son en realidad) y su yo ideal (quiénes desean ser). A menudo, este ideal se ve influido por las expectativas de los demás, lo que refleja una internalización de normas y valores sociales. Además, sus descripciones tienden a ser absolutas, sin integrar los distintos aspectos del Yo en un concepto global. Este proceso de integración se desarrolla más adelante. Aunque los niños no suelen expresar evaluaciones explícitas sobre su valía personal hasta los 8 años, es evidente que ya están construyendo su autoconcepto. Estas autoevaluaciones, positivas o negativas, conforman lo que se conoce como autoestima. Durante la etapa crucial de los 5 a los 7 años, donde el autoconcepto se profundiza, las descripciones de los niños comienzan a incluir percepciones sobre sí mismos que pueden ser positivas o negativas. Sin embargo, estas valoraciones no siempre se basan en la realidad, sino más bien en las opiniones de los adultos que los rodean, y suelen ser expresadas en términos absolutos, como "soy bueno" o "soy malo". La autoestima, estrechamente relacionada con el desarrollo emocional, también está influenciada por la capacidad del niño para comprender y regular sus emociones. A medida que los niños avanzan en la segunda infancia, adquieren una mayor habilidad para manejar sus sentimientos y empatizar con los demás. Un aspecto crucial del autoconcepto es la identidad de género, o la conciencia que el niño tiene de su feminidad o masculinidad. Las investigaciones sugieren que hasta los 3 años, las diferencias entre niños y niñas son mínimas. Sin embargo, a medida que los niños entran en la segunda infancia, empiezan a manifestarse diferencias que pueden explicarse por las experiencias y expectativas sociales diferenciadas que enfrentan desde el nacimiento. Estas expectativas modelan la identidad de género en dos aspectos fundamentales. Primero, desde una edad temprana, los niños y niñas incorporan comportamientos, intereses, actitudes y rasgos de personalidad que la cultura en la que viven considera apropiados para hombres y mujeres. Esto se conoce como la adquisición de los roles de género. Segundo, una vez internalizados estos roles, los niños tienden a formar estereotipos de género, que son generalizaciones exageradas sobre lo que se espera de ellos en función de su género. La relevancia de la identidad de género ha sido abordada desde diversas perspectivas psicológicas, cada una aportando un enfoque complementario. Por ejemplo, la perspectiva psicoanalítica sugiere que alrededor de los 5 años, los niños resuelven un conflicto de crecimiento mediante la identificación con el progenitor del mismo sexo, lo que refuerza la diferencia sexual entre niños y niñas. En cambio, la perspectiva sociocognitiva, influenciada por Bandura, propone que a partir de los 3 o 4 años, los niños categorizan su comportamiento en función de las grandes categorías de género que han aprendido. Desde un enfoque biologicista, se argumenta que la conducta relacionada con el género está determinada por la diferenciación sexual biológica, aunque esta visión ha sido cuestionada por perspectivas filosóficas contemporáneas, como la Teoría Queer defendida por Judith Butler. 3.1. Tercera Etapa del Desarrollo Psicosocial según Erikson: Iniciativa versus Culpa Erik Erikson describe la tercera etapa del desarrollo psicosocial como un conflicto entre la iniciativa y la culpa, etapa que se corresponde con la segunda infancia. En este periodo, los niños expanden sus intereses y desarrollan un deseo de explorar y realizar diversas actividades, encontrando placer en estas acciones. Sin embargo, este impulso de actuar choca con una creciente conciencia del remordimiento o culpa que pueden sentir al llevar a cabo ciertas actividades. Este conflicto surge de la necesidad de conciliar su deseo de actuar con la necesidad de obtener la aprobación de los demás. La manera en que los niños resuelvan este conflicto influirá en su personalidad adulta. Si no se resuelve adecuadamente, los niños podrían convertirse en adultos que buscan constantemente la aprobación social, que son excesivamente competitivos, o que evitan tomar iniciativas por miedo al rechazo o a la culpa. Por el contrario, una resolución exitosa permite a los niños aprender a regular estos impulsos opuestos, desarrollando así la virtud del propósito, el valor de la visión a futuro y la capacidad de perseguir metas sin verse inhibidos por sentimientos de culpa o temor a perder la estima de los demás.