Summary

Este documento es un extracto de una entrevista que se centra en charlar con un sustituto sobre sucesos desafortunados en el centro. El entrevistado explora los motivos detrás de una tragedia en particular y la reacción del ambiente en las instalaciones escolares.

Full Transcript

El sustituto ya se ha hecho un panorama del centro. Espacios, personas, poderes. Nada ni nadie le ha sorprendido. Todo es según esperaba, tal y como se lo imaginaba. Los lugares de trabajo parecen estar creados según el atrezo de una película. La conserjería tiene sus fotocopiadoras, una a menudo a...

El sustituto ya se ha hecho un panorama del centro. Espacios, personas, poderes. Nada ni nadie le ha sorprendido. Todo es según esperaba, tal y como se lo imaginaba. Los lugares de trabajo parecen estar creados según el atrezo de una película. La conserjería tiene sus fotocopiadoras, una a menudo atascada. Es un buen lugar para ir conociendo al personal. El ajetreo es constante. La secretaría, en cambio, tiene su silencio oportuno y bien otorgado, al margen del griterío cotidiano en el patio a la hora del recreo. La jefatura de estudios está puerta con puerta con la dirección para una comunicación más fácil y fluida- y cada persona ahí trabajando tiene la mediana edad adecuada y sus correspondientes manías, algo habitual a medida que uno cumple años. Ficheros en baldas y, colgado en una pared sobre corcho gastado un gran calendario con marcas de color en fechas clave, acompañan a los ordenadores que gobiernan en cada mesa. No falta ni sobra nada. Parece mentira que unos meses atrás, apenas hace un año -no lo sabe con exactitud aún - un chaval del centro se haya suicidado. El sustituto no sale de su asombro, no entiende cómo puede reinar la normalidad después de una tragedia semejante. Sí, es cierto, lo sabe: no ocurrió entre las paredes de la escuela. Con todo, el sustituto se había imaginado caras lar gas, alguna foto enorme en la entrada, silencios, miradas p lo rehuían todo, tal vez susurros y cuchicheos según él entrara en la sala de profesores o en la máquina de café: "callar, este es el nuevos no sabe nada". Pero no. La educación pública es parte de la administración, y ésta es un reloj: tiene que funcionar sí o sí. Quizás un día le falte cuerda o pilas. Tanto una cosa como otra se reponen. Por ninguna otra razón -obviando vacaciones, huelgas, y causas de fuerza mayor- va a dejar de andar. Marca la hora constantemente. Con mayor o menor precisión, las agujas hacen su trabajo. Tic-tac, tic-tac. Como un reloj. Tic-tac, tic-tac. Como una bomba de relojería. II Alberto Cubillas Larrea (Centro de Menores de Zumárraga, Gipuzkoa.) Alberto me esperaba, sentado, dentro de una sala, en la ludoteca del Centro. Estaba solo. Ni idea de por qué. Quizás el resto desayunara aún, pues era primera hora de la mañana. Toqué la puerta de cristal, me miró, entré. -Buenos días- le saludo con alegre ánimo. -Hola- me responde tímidamente. Es bajito y delgado. Sus pies rozan el suelo y se mueven de adelante hacia atrás. Puede que esté nervioso, pero intenta aparentar normalidad. Trabadas entre la silla y él, esconde las manos debajo de las piernas. No tengo más que media hora para hablar con él, así que intento entablar conversación sobre nuestro tema lo antes posible. El también parece preparado y advertido para ello. -Sabes quién soy y a qué vengo. -Sí. -Y qué me tienes que decir. -Nada. Yo no le odiaba a Joaquín. -No le odiabas... ¿y le tenías algo de afecto? -No, tampoco. Pero eso no quiere decir que se matara por mi culpa. -Eh, ch, ch, oye, yo no he venido aquí a juzgar a nadie. Sólo a saber qué pasó antes del suicidio. Ni más ni menos. -Ya. -Entonces, qué me dices de Joaquín: ¿cuál era tu relación con él? -Poca. -¿Sólo compañeros de clase? -Si. -¿Y fuera de clase, pero dentro del Instituto? -También. -¿Y qué hacíais? ¿Jugabais al balón, tomabais algo en la cafetería o...? -Pues... coincidíamos con el grupo. -¿Qué grupo? -Los otros seis. -Ah, ya entiendo. ¿Y? -Nada, de vez en cuando le gastábamos alguna broma. -¿Qué tipo de broma? -Pues bromas, no sé. -¿Me puedes contar algún ejemplo, así, entre nosotros. -Sustos. -¿Como ponerte la zancadilla de repente, o...? -No, eso no, algunas cosas más divertidas. Ponerle una chincheta en la silla, robarle el bocadillo del descanso, o ponerle fotos trucadas de su novia en algunos sitios del insti... -¿De...Ana? ¿Trucadas? -Sí, bueno, en plan con su cara encima de cuerpos de otras mujeres desnudas y eso...con photoshop. -Y supongo que me hablas de las bromas más suaves, -Sí. Sin más. -Y de esas otras que hacíais, de esas que no sólo te hubiera gustado que no te hicieran a ti si no que veías mal, muy mal, hacérselas a cualquier persona, de ésas no divertidas, y por las cuales tú y yo sabemos sque has tenido que venir aquí, ¿me podrías decir alguna? -Pues,... no sé. No fueron tantas. Una de las que me- nos le gustó, creo, fue cuando varios besamos a su novia, le obligamos a ir al fondo del campo de fútbol y allí vio como le agarrábamos a Ana para que Roberto y Aitor le besaran en la boca... o cuando le dejamos en al aula desnudo, antes de que viniera la profe de lengua, que era su preferida. -Y ellos, Ana y Joaquín, ¿no denunciaron nada al tutor o al director? -No. No les dejamos. Les habíamos advertido. --Les amenazasteis, claro. ¿Y la profesora de lengua? -Nos castigó a toda la clase varias veces, hubo una tutoría especial y tal, pero nadie nunca dijo quiénes habíamos sido, ni Joaquín tampoco, aunque los profes le presionaron. Los alumnos estaban con nosotros. -Ya. ¿Y cuál crees, en tu opinión, que fue la broma que le hizo tirarse del puente? -Ninguna. Eso no fue por nuestra culpa, ¡lo hizo para vengarse! -¿Para qué has dicho? -Pues eso: sabía que si se moría nos la íbamos a cargar. -¿Es eso lo que os preocupaba tras su muerte, que os la cargaríais? (Pausa: silencio.) -No. Yo no, no sabía que iba a hacer eso. Nunca. Si hubiera hablado conmigo, le habría perdonado. -¿Perdonado? ¿Era Joaquín el que tenía que pediros perdón? ¿No crees que es al revés? -Ahora sí. Ahora somos nosotros, pero antes, antes de tirarse del puente... ¿por qué no habló conmigo? —¿Tú crees que él habría querido hablar contigo, o cualquiera de tus amigos después de todo lo que le hicisteis? -Ya, pero las últimas bromas yo no las quería hacer. -¿Te obligaron? ¿Alguno de tus compañeros te obligó a hacerle algo? -Mmmmnn...no, no es eso. -Porque en tal caso, quizás no deberías estar aquí. ¿Crees que es injusto que estés aquí? -Sí. No. -¿Sí,... o no? ¿en qué quedamos? -No. -¿Me contarías alguna otra de esas bromas, que tan poca gracia parece que le hicieron a Joaquín? -No. -¿Por qué? -Porque no. -¿Te da vergüenza? Mira que soy adulto y periodista; a mí ya no me asusta nada. -¡Que no! -Vale, de acuerdo. Tan sólo dime si, comparada con las bromas que me has contado hasta ahora, las que te quedas para ti son más fuertes o no que las otras... -Son más fuertes... pero eran al salir de clase, casi siempre fuera del instituto. -Ya. Una última cosa me gustaría preguntarte. ¿Puedo? -Sí. -Si tuvieras aquí delante a Joaquín, ¿qué le dirías? A Alberto se le humedecen los ojos, no sé si por arrepentimiento, rabia, o porque me había entrometido demasiado en su vida. Lo único que sé es que me dejó sin la respuesta, porque se fue sin despedirse y dándome un vengativo portazo en la cara. (Reflexiones sobre la democracia) Ojeas en la biblioteca un libro sobre eso que en historia ideología te explican, el comunismo. El autor dice que con esa "sólo entonces será posible una democracia realmente completa, sin excepción. Sólo entonces la democracia empieza a extinguirse, por la simple razón de que liberados de la esclavitud capitalista, de los innumerables errores, barbaries, absurdos, ignominias, de la explotación capitalista, los hombres se acostumbrarán poco a poco a observar las reglas elementales de la convivencia social, conocidas por todos desde hace siglos, repetidas desde hace milenios en todos los preceptos, a observarlas sin violencia, sin constricción, sin sumisión y sin aquel aparato especial de constricción que se llama Estado".... Parece interesante, sociedad sin violencia, aunque ni le- yendo despacio lo entiendes bien. Democracia. ¿No te preguntas qué es a menudo?. "El gobierno del pueblo” dicen en clase. Si esto es así, entonces aquí la democracia no existe porque no veo que los gobernantes se parezcan a nada que tenga que ver con el pueblo, por lo menos con tu pueblo. Peor aún; los habitantes del pueblo tampoco tienen mucho que ver contigo... Nave hipócrita del meón de arriba, coyuntura social infrenable en la mierda que traga el teleadicto, forúnculo espinoso con vocación eterna, ano desproporcionado como la cueva de Polifemo, rechina de dientes salpicados del amarillo pancreático de fin de mes, bola de sebo en el sebo que del cerebro nos hacéis, masa acomplejada de rosas boca abajo: todo esto y todo lo que ya. la Democracia es... sabéis (Un papel en el libro de Valores Éticos) Los días se suceden, pero los nervios del sustituto no amainan. Al contrario. Parece que van a más; amenazan como cuando se huele la tormenta. Tiene tres grupos, cada cual más diferente, y no suele entrar en las aulas sin pasar antes por su departamento. El sustituto es tímido. No se atreve a pedir ayuda; quizás no sepa. Busca con un gesto o una mirada que alguien le le guíe en su nueva situación. De momento no ha encontrado a nadie. Lo que ve nada más entrar a clase -en esta no había estado antes- no le da una buena impresión. Adolescentes desaliñados, rastas, rapados o raperos y chicas llenas de piercings que hablan gritando fuera de sus pupitres. Intenta eliminar de su cabeza cualquier atisbo de prejuicio, consciente o inconsciente. De entre el colorido alumnado (indoamericanos, magrebies, algún que otro subsahariano, dos chinas y un paki charlando con un gitano) nadie le hace caso, ni siquiera cuando se detiene de pie junto a la mesa. Decide no forzar la voz, estar tranquilo; habla consigo mismo como dándose ánimos -en situaciones peores has estado; recuerda algunos trabajos en la editorial... Se hace el silencio tras un par de minutos eternos. El sustituto se presenta, explica la situación y confiesa la verdad: que no le ha dado tiempo a preparar prácticamente nada porque no sabía el nivel que iba a tener en frente. Así que ofrece introducirse-nombre, país de origen, aficiones...-y luego les da tiempo libre para que realicen lo que consideren oportuno que, obviamente, no es nada: nadie tiene trabajos pendientes ni nada que estudiar. Todos susurran palabras cuyo volumen va en aumento hasta convertirse en conversaciones en voz alta que finalizan cuando suena el timbre. Una mañana, en conserjería, el sustituto pregunta por la ex-tutora del grupo de Joaquín Oirebés. Parece claro que no quieren hablar sobre el tema en cuanto suena su nombre. Apenas le hacen caso. El bedel, le dice que mire en su horario, que está con el resto de tutores, en la sala de profesores. Sale resignado. En vez de ir a donde le han indicado, decide entrar en uno de los pasillos y observa con atención las instalaciones. Está concentrado en lo que sabe y en lo que intuye. Se queda justo en la entrada del aula, pensativo. Abre la puerta. No hay nadie...pero empieza a oír un griterío, un alboroto que inunda in crescendo el interior de la clase: el sustituto comienza a imaginar a un montón de alumnos jugando con rollos de papel higiénico lanzándolos a un alumno que coincide físicamente con la imagen que de Joaquín ha visto en Internet. Él se intenta proteger con las manos, sentado en su pupitre. Un alumno gira alrededor de él, enroscándole el papel alrededor del cuerpo. No hay ningún profesor ni figura de autoridad, tan sólo trozos de papeles por partes y un niño- momia sollozando sobre su mesa. Llega por fin una maestra que, sorprendida, comienza a arengar al grupo a que se siente en sus sitios. Sin preguntar por culpabilidades y viendo a Joaquín vestido de esta guisa, le ordena que se quite el papel de encima y que recoja, él mismo y no otro, todos los rollos de la clase. Joaquín obedece, totalmente humillado, ante las risas del resto de compañeros. Tras esta imaginación, basada en hechos que ha averiguado -entre otros- escuchando retazos de conversaciones en las horas muertas de guardia en la sala de profesores, el sustituto sale del aula y encara el pasillo para salir del instituto con una tristeza infinita. No tiene más clases y no es capaz de concentrarse para preparar ninguna otra. Además, necesita respirar. Le falta aire. El mismo que a Joaquín cuando estaba semiahogado envuelto en papel. Comienza a llover, pero prefiere mojarse. III Miren Josune Garay Etxebarria (Catedrática de Psicología de la Educación. Universidad de Deusto - Bizkaia.) Cuando entré en el departamento de pedagogía del campus bilbaíno, la puerta del despacho estaba abierta y no había nadie. A esas horas del almuerzo lo lógico era que no hubiera persona alguna, pero también que la puerta cerrada. Supuse que la doctora lo habría hecho a propósito, para que yo le esperase dentro y que estaría al llegar. Pero no me atrevía a entrar así que decidí dar unas minivueltas por el pasillo hasta que llegara. No tardó mucho. Apareció con un café en vaso de plástico. Su imagen correspondía perfectamente a una especialista en su materia: mujer rebasando los cincuenta, elegante e in- formal a un tiempo (gafas bifocales de pasta, chaqueta oscura de terciopelo, jersey de cuello cisne beige y pantalón de pinzas a juego) y a paso firme entró en su despacho, sin saludarme. Creo que, de hecho, no se percató de mi presencia. Cuando salí de la sorpresa que en mí había causado la forma que de espíritu invisible había tomado mi cuerpo, carraspeé y toqué con los nudillos en la puerta. Ya estaba sentada frente a la mesa de su despacho cuando me contestó con algún monosílabo, pero sin apenas levantar la cabeza de una carpeta que abría con interés. Su lugar de trabajo era el paraíso del orden hecho realidad; creo que hasta las partículas de aire estaban aburridas, esperando en fila india el momento idóneo para entrar en la nariz de la profesora. Decido llamarle por su nombre y, por fin, levanta la cabeza y me invita a sentarme en una silla delante de su escritorio, -Perdone -añade- ahora caigo: había olvidado que la cita era justo después de comer. -Si quiere vengo un poco más tarde- propongo, a sabiendas de que va a rechazar la iniciativa. -No, no, no... no se preocupe; empiece cuando quiera- me invita con cierto apremio. -Gracias. Se ha quedado bonita la tarde, ¿verdad?- sigo yo, insistiendo en el protocolo de la amabilidad, mientras saco de mi mochila los bártulos para grabarle. -Sí.- Su buscado silencio me sugiere que debo empezar cuanto antes. Aunque se contiene, le noto nerviosa, no sólo con ganas de empezar y acabar cuanto antes, sino con algún tipo de preocupación interna. No creo que sea leve. -Me gustaría saber, para empezar, si está aumentan- do el acoso en la escuela- arranco yo, de manera general, siguiendo un pequeño mapa de cuestiones en mi libreta de trabajo. -Digamos que ahora hay indicios que nos muestran que, cuando comienza, es más grave que hace diez o quince años-responde- pero los datos en cuanto a frecuencia, no son tan diferentes. -¿Y por qué?- pregunto comprobando su incapacidad para ofrecer el menor atisbo de empatía conmigo: una sonrisa, una mirada franca...algo. -Aunque hay varias causas relativas al contexto, hay dos problemas esenciales que han aumentado en la última década: las dificultades para admitir y respetar los límites, así como la exposición a la violencia continuada virtual, bien sea a través de la televisión, bien on line a través de Internet. Esta tendencia se corrobora, además, por las grabaciones de las agresiones. -Ya. ¿Y podríamos considerar al observador pasivo como cómplice de la violencia?- pienso yo en alto, fijándome más en el tic nervioso de sus ojos hiperparpadeantes que en la cuestión en sí. -Sí, en cierta forma, sí, porque, de hecho, si los compañeros o compañeras apoyan a la víctima y no la dejan sola, el acoso cesa- responde ella con cierto aire de condescendencia. -Pero imagínese qué le ocurriría a ellos también: me refiero a la figura del clásico chivato. -Definir así al niño o niña que rompe con lo que podríamos denominar la conspiración del silencio, forma parte del modelo de dominio y sumisión con que el acoso tiene lugar -apunta, automática, ella.- Digamos que aún permanece una especie de currículo silencioso heredado de la escuela tradicional en la que se enseñaba a los niños y niñas a curtir- se en un modelo social violento. El débil debía endurecerse cuanto antes y la mejor manera para ello era pasar de ser víctima a ser agresor. En ese contexto, el chivato era víctima pues era considerado débil al pedir ayuda. -¿Y cómo podrías definir al adolescente que practica el bullying? -Primeramente, se identifica con la violencia casi de forma natural- me dice mostrándome sus tres largos y escuálidos dedos, que mueve acompasadamente al ritmo de su triple respuesta.- Carece de empatía y de racionamientos o modelos éticos y la venganza es para él la única justicia posible. Su capacidad de autocrítica es nula y, por otro lado, muestra claras tendencias a la xenofobia, el racismo y a la violencia de género. Además, ven las relaciones sociales como si sólo hubiera dos roles: o dominas y sometes,... o eres dominado y sometido.— acaba, consultando su elegante reloj de pulsera. -Sí, pero eso no parece cuadrar bien con el hecho de que saben exigir perfectamente sus derechos...- añado, intentando fingir conocimiento. -Ya, pero es que luego no saben cumplir sus deberes. -Claro- admito, intentando seguir con naturalidad por el tema que nos ocupa-¿Y cómo describirías el entorno familiar de estos teens acosadores? -Hemos detectado tres modelos. El primero es el de los adultos y adultas que usan una forma autoritaria y/o cruel para someter al acosador, que luego él reproduce con naturalidad, transformándose en verdugo tras ser víctima constante- mente vuelve aquí al ejercicio de los tres dedos.- Otro diferente es el niño que consigue someter a los adultos desde su más tierna infancia, convirtiéndose en un pequeño dictador acostumbrado a que todos le hagan caso. Y en tercer lugar, el escenario sería híbrido. Se mezclan ambas cosas y, desgraciadamente, cada vez es más habitual: adultos desorientados o nerviosos que acuden a formas autoritarias que llegan hasta la violencia física. Cuando el adulto pega, si no ha puesto límites previamente, lo que muestra al niño o niña es su vulnerabilidad e impotencia. -¿Y cuál sería la alternativa? -Hay que enseñar a respetar los límites, con prudencia pero con firmeza, con coherencia y decididamente, y con claridad para que el niño y la niña comprenda bien- su corrección al hablar, que roza la perfección formal, podría ser un indicio de que estoy hablando con alguna candidata de partido político importante y me pregunto mientras me responde si será candidata o diputada de alguno.- Debemos enseñarles autocontrol en sus hábitos de conducta, desde que dejan de ser bebés. Tienen que acostumbrarse a oír "no" e interiorizarlo desde su más tierna infancia. -¿Crees que a los nuevos padres les cuesta decir que no? -Sí. Y es que el modelo de familia tradicional está en crisis: no sabe adaptarse a las nuevas realidades -dice volviendo a preparar sus tres dedos principales en posición de proyectil explicativo.- Digamos que las tres funciones básicas de la familia son suministrar afecto de manera incondicional, cuidar al niño o niña y establecer límites. En la familia tradicional, el cariño y los cuidados eran generados por la madre,.... De pronto, en este momento, de forma totalmente inesperada y sorprendente, se bloquea, deja de hablar, le tiembla la barbilla. Lo último que me imaginaba que podría pasar, está pasando: los ojos humedecidos dan rienda suelta a una lágrima que, apenas intenta salir del cóncavo espacio natural de su ojo, se la aparta con el dedo. -¿Estás bien? ¿te ha molestado alguna pregunta? vaya?... intento comprender y calmarla, sacando un clínex de mi mochila que le cedo ipso facto-¿Quieres que me vaya?... -No... hace un enorme ejercicio de contención y sigue, titubeante al principio pero progresivamente firme con su discurso, como si no hubiera pasado nada en absoluto-...y el padre, el padre, solía especializarse en los límites, En cambio, en el contexto complejo de la actualidad, esas tres funciones deben ser compartidas entre los dos adultos en unas condiciones dialogadas a poder ser. Si no, ocurrirá, por ejemplo en el caso de un padre solamente limitador, que un buen día el hijo, ya mayor, le eche en cara con preguntas del tipo "¿Y tú dónde estabas cuando yo te necesité? "... Hoy los niños niñas se sienten con el deber de cuestionar esos y desfases, porque enseñar únicamente límites te convierte en una figura autoritaria, especialmente en el mundo de valores democráticos entre los que nos movemos, que los y las adolescentes conocen y exigen, aunque no cumplan a menudo. Así que tenemos que promover un modelo de padres que comparten la educación desde la igualdad entre ambos. -Ya. Pero esa igualdad es hoy por hoy ideal aún. Quiero decir, que es habitual encontrar a madres angustiadas y estresadas porque nunca están en casa, que arrastran el síndrome de "no llegar a tiempo", por decirlo así, a padres que no quieren ni oír hablar de conciliación y a niños solos percibiendo esa culpabilidad y aprovechándola para hacer lo que les da la gana. Chantaje emocional, vamos, puro y duro.- Mi mente viaja ahora hacia su vida privada. Me encantaría saber si ella concilia bien su maternidad y por qué razón habrá llorado.

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