Psicoadicciones: Ley de Salud Mental (PDF)
Document Details
Jenn
Tags
Summary
Este documento presenta la Ley de Protección de la Salud Mental en Argentina, abarcando los derechos de las personas con padecimientos mentales. Se enfatiza en el abordaje integral de las adicciones como parte de las políticas de salud mental, y se destaca la importancia del consentimiento informado y los equipos interdisciplinarios. La normativa busca asegurar la atención integral, humanizada y basada en la ciencia.
Full Transcript
Jenn Psicoadicciones La salud mental y los consumos problemáticos Ley de Derecho a la Protección de la Salud Mental 26.657 ARTICULO 1. — La presente ley tiene por objeto asegurar el derecho a la protección de la salud mental de todas...
Jenn Psicoadicciones La salud mental y los consumos problemáticos Ley de Derecho a la Protección de la Salud Mental 26.657 ARTICULO 1. — La presente ley tiene por objeto asegurar el derecho a la protección de la salud mental de todas las personas, y el pleno goce de los derechos humanos de aquellas con padecimiento mental que se encuentran en el territorio nacional, reconocidos en los instrumentos internacionales de derechos humanos, con jerarquía constitucional, sin perjuicio de las regulaciones más beneficiosas que para la protección de estos derechos puedan establecer las provincias y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. ARTICULO 2. — Se consideran parte integrante de la presente ley los Principios de Naciones Unidas para la Protección de los Enfermos Mentales y para el Mejoramiento de la Atención de Salud Mental, adoptado por la Asamblea General en su resolución 46/119 del 17 de diciembre de 1991. Asimismo, la Declaración de Caracas de la Organización Panamericana de la Salud y de la Organización Mundial de la Salud, para la Reestructuración de la Atención Psiquiátrica dentro de los Sistemas Locales de Salud, del 14 de noviembre de 1990, y los Principios de Brasilia Rectores; para el Desarrollo de la Atención en Salud Mental en las Américas, del 9 de noviembre de 1990, se consideran instrumentos de orientación para la planificación de políticas públicas. ARTICULO 3. — En el marco de la presente ley se reconoce a la salud mental como un proceso determinado por componentes históricos, socio-económicos, culturales, biológicos y psicológicos, cuya preservación y mejoramiento implica una dinámica de construcción social vinculada a la concreción de los derechos humanos y sociales de toda persona. Se debe partir de la presunción de capacidad de todas las personas. En ningún caso puede hacerse diagnóstico en el campo de la salud mental sobre la base exclusiva de: a) Status político, socio-económico, pertenencia a un grupo cultural, racial o religioso; b) Demandas familiares, laborales, falta de conformidad o adecuación con valores morales, sociales, culturales, políticos o creencias religiosas prevalecientes en la comunidad donde vive la persona; c) Elección o identidad sexual; d) La mera existencia de antecedentes de tratamiento u hospitalización. ARTICULO 4. — Las adicciones deben ser abordadas como parte integrante de las políticas de salud mental. Las personas con uso problemático de drogas, legales e ilegales, tienen todos los derechos y garantías que se establecen en la presente ley en su relación con los servicios de salud. ARTICULO 5. — La existencia de diagnóstico en el campo de la salud mental no autoriza en ningún caso a presumir riesgo de daño o incapacidad, lo que sólo puede deducirse a partir de una evaluación interdisciplinaria de cada situación particular en un momento determinado. ARTICULO 6. — Los servicios y efectores de salud públicos y privados, cualquiera sea la forma jurídica que tengan, deben adecuarse a los principios establecidos en la presente ley. ARTICULO 7. — El Estado reconoce a las personas con padecimiento mental los siguientes derechos: a) Derecho a recibir atención sanitaria y social integral y humanizada, a partir del acceso gratuito, igualitario y equitativo a las prestaciones e insumos necesarios, con el objeto de asegurar la recuperación y preservación de su salud; b) Derecho a conocer y preservar su identidad, sus grupos de pertenencia, su genealogía y su historia; c) Derecho a recibir una atención basada en fundamentos científicos ajustados a principios éticos; d) Derecho a recibir tratamiento y a ser tratado con la alternativa terapéutica más conveniente, que menos restrinja sus derechos y libertades, promoviendo la integración familiar, laboral y comunitaria; e) Derecho a ser acompañado antes, durante y luego del tratamiento Jenn por sus familiares, otros afectos o a quien la persona con padecimiento mental designe; f) Derecho a recibir o rechazar asistencia o auxilio espiritual o religioso; g) Derecho del asistido, su abogado, un familiar, o allegado que éste designe, a acceder a sus antecedentes familiares, fichas e historias clínicas; h) Derecho a que en el caso de internación involuntaria o voluntaria prolongada, las condiciones de la misma sean supervisadas periódicamente por el órgano de revisión; i) Derecho a no ser identificado ni discriminado por un padecimiento mental actual o pasado; j) Derecho a ser informado de manera adecuada y comprensible de los derechos que lo asisten, y de todo lo inherente a su salud y tratamiento, según las normas del consentimiento informado, incluyendo las alternativas para su atención, que en el caso de no ser comprendidas por el paciente se comunicarán a los familiares, tutores o representantes legales; k) Derecho a poder tomar decisiones relacionadas con su atención y su tratamiento dentro de sus posibilidades; l) Derecho a recibir un tratamiento personalizado en un ambiente apto con resguardo de su intimidad, siendo reconocido siempre como sujeto de derecho, con el pleno respeto de su vida privada y libertad de comunicación; m) Derecho a no ser objeto de investigaciones clínicas ni tratamientos experimentales sin un consentimiento fehaciente; n) Derecho a que el padecimiento mental no sea considerado un estado inmodificable; o) Derecho a no ser sometido a trabajos forzados; p) Derecho a recibir una justa compensación por su tarea en caso de participar de actividades encuadradas como laborterapia o trabajos comunitarios, que impliquen producción de objetos, obras o servicios que luego sean comercializados. ARTICULO 8. — Debe promoverse que la atención en salud mental esté a cargo de un equipo interdisciplinario integrado por profesionales, técnicos y otros trabajadores capacitados con la debida acreditación de la autoridad competente. Se incluyen las áreas de psicología, psiquiatría, trabajo social, enfermería, terapia ocupacional y otras disciplinas o campos pertinentes. ARTICULO 9. — El proceso de atención debe realizarse preferentemente fuera del ámbito de internación hospitalario y en el marco de un abordaje interdisciplinario e intersectorial, basado en los principios de la atención primaria de la salud. Se orientará al reforzamiento, restitución o promoción de los lazos sociales. ARTICULO 10. — Por principio rige el consentimiento informado para todo tipo de intervenciones, con las únicas excepciones y garantías establecidas en la presente ley. Las personas con discapacidad tienen derecho a recibir la información a través de medios y tecnologías adecuadas para su comprensión. ARTICULO 11. — La Autoridad de Aplicación debe promover que las autoridades de salud de cada jurisdicción, en coordinación con las áreas de educación, desarrollo social, trabajo y otras que correspondan, implementen acciones de inclusión social, laboral y de atención en salud mental comunitaria. Se debe promover el desarrollo de dispositivos tales como: consultas ambulatorias; servicios de inclusión social y laboral para personas después del alta institucional; atención domiciliaria supervisada y apoyo a las personas y grupos familiares y comunitarios; servicios para la promoción y prevención en salud mental, así como otras prestaciones tales como casas de convivencia, hospitales de día, cooperativas de trabajo, centros de capacitación socio-laboral, emprendimientos sociales, hogares y familias sustitutas. ARTICULO 12. — La prescripción de medicación sólo debe responder a las necesidades fundamentales de la persona con padecimiento mental y se administrará exclusivamente con fines terapéuticos y nunca como castigo, por conveniencia de terceros, o para suplir la necesidad de acompañamiento terapéutico o cuidados especiales. La indicación y renovación de prescripción de medicamentos sólo puede realizarse a partir de las evaluaciones profesionales pertinentes y nunca de forma automática. Debe promoverse que los tratamientos psicofarmacológicos se realicen en el marco de abordajes interdisciplinarios. ARTICULO 13. — Los profesionales con título de grado están en igualdad de condiciones para ocupar los cargos de conducción y gestión de los servicios y las instituciones, debiendo valorarse su idoneidad para el cargo y su capacidad para integrar los diferentes saberes que atraviesan el campo de la salud mental. Todos los trabajadores integrantes de los equipos asistenciales tienen derecho a la capacitación permanente y a la protección de su salud integral, para lo cual se deben desarrollar políticas específicas. Jenn ARTICULO 14. — La internación es considerada como un recurso terapéutico de carácter restrictivo, y sólo puede llevarse a cabo cuando aporte mayores beneficios terapéuticos que el resto de las intervenciones realizables en su entorno familiar, comunitario o social. Debe promoverse el mantenimiento de vínculos, contactos y comunicación de las personas internadas con sus familiares, allegados y con el entorno laboral y social, salvo en aquellas excepciones que por razones terapéuticas debidamente fundadas establezca el equipo de salud interviniente. ARTICULO 15. — La internación debe ser lo más breve posible, en función de criterios terapéuticos interdisciplinarios. Tanto la evolución del paciente como cada una de las intervenciones del equipo interdisciplinario deben registrarse a diario en la historia clínica. En ningún caso la internación puede ser indicada o prolongada para resolver problemáticas sociales o de vivienda, para lo cual el Estado debe proveer los recursos adecuados a través de los organismos públicos competentes. ARTICULO 16. — Toda disposición de internación, dentro de las CUARENTA Y OCHO (48) horas, debe cumplir con los siguientes requisitos: a) Evaluación, diagnóstico interdisciplinario e integral y motivos que justifican la internación, con la firma de al menos dos profesionales del servicio asistencial donde se realice la internación, uno de los cuales debe ser necesariamente psicólogo o médico psiquiatra; b) Búsqueda de datos disponibles acerca de la identidad y el entorno familiar; c) Consentimiento informado de la persona o del representante legal cuando corresponda. Sólo se considera válido el consentimiento cuando se presta en estado de lucidez y con comprensión de la situación, y se considerará invalidado si durante el transcurso de la internación dicho estado se pierde, ya sea por el estado de salud de la persona o por efecto de los medicamentos o terapéuticas aplicadas. En tal caso deberá procederse como si se tratase de una internación involuntaria. ARTICULO 17. — En los casos en que la persona no estuviese acompañada por familiares o se desconociese su identidad, la institución que realiza la internación, en colaboración con los organismos públicos que correspondan, debe realizar las averiguaciones tendientes a conseguir datos de los familiares o lazos afectivos que la persona tuviese o indicase, o esclarecer su identidad, a fin de propiciar su retorno al marco familiar y comunitario lo antes posible. La institución debe brindar colaboración a los requerimientos de información que solicite el órgano de revisión que se crea en el artículo 38 de la presente ley. ARTICULO 18. — La persona internada bajo su consentimiento podrá en cualquier momento decidir por sí misma el abandono de la internación. En todos los casos en que las internaciones voluntarias se prolonguen por más de SESENTA (60) días corridos, el equipo de salud a cargo debe comunicarlo al órgano de revisión creado en el artículo 38 y al juez. El juez debe evaluar, en un plazo no mayor de CINCO (5) días de ser notificado, si la internación continúa teniendo carácter voluntario o si la misma debe pasar a considerarse involuntaria, con los requisitos y garantías establecidos para esta última situación. En caso de que la prolongación de la internación fuese por problemáticas de orden social, el juez deberá ordenar al órgano administrativo correspondiente la inclusión en programas sociales y dispositivos específicos y la externación a la mayor brevedad posible, comunicando dicha situación al órgano d e revisión creado por esta ley. ARTICULO 19. — El consentimiento obtenido o mantenido con dolo, debidamente comprobado por autoridad judicial, o el incumplimiento de la obligación de informar establecida en los capítulos VII y VIII de la presente ley, harán pasible al profesional responsable y al director de la institución de las acciones civiles y penales que correspondan. ARTICULO 20. — La internación involuntaria de una persona debe concebirse como recurso terapéutico excepcional en caso de que no sean posibles los abordajes ambulatorios, y sólo podrá realizarse cuando a criterio del equipo de salud mediare situación de riesgo cierto e inminente para sí o para terceros. Para que proceda la internación involuntaria, además de los requisitos comunes a toda internación, debe hacerse constar: a) Dictamen profesional del servicio asistencial que realice la internación. Se debe determinar la situación de riesgo cierto e inminente a que hace referencia el primer párrafo de este artículo, con la firma de dos profesionales de diferentes disciplinas, que no tengan relación de parentesco, amistad o vínculos económicos con la persona, uno de los cuales deberá ser Jenn psicólogo o médico psiquiatra; b) Ausencia de otra alternativa eficaz para su tratamiento; c) Informe acerca de las instancias previas implementadas si las hubiera. ARTICULO 21. — La internación involuntaria debidamente fundada debe notificarse obligatoriamente en un plazo de DIEZ (10) horas al juez competente y al órgano de revisión, debiendo agregarse a las CUARENTA Y OCHO (48) horas como máximo todas las constancias previstas en el artículo 20. El juez en un plazo máximo de TRES (3) días corridos de notificado debe: a) Autorizar, si evalúa que están dadas las causales previstas por esta ley; b) Requerir informes ampliatorios de los profesionales tratantes o indicar peritajes externos, siempre que no perjudiquen la evolución del tratamiento, tendientes a evaluar si existen los supuestos necesarios que justifiquen la medida extrema de la internación involuntaria y/o; c) Denegar, en caso de evaluar que no existen los supuestos necesarios para la medida de internación involuntaria, en cuyo caso debe asegurar la externación de forma inmediata. El juez sólo puede ordenar por sí mismo una internación involuntaria cuando, cumplidos los requisitos establecidos en el artículo 20, el servicio de salud responsable de la cobertura se negase a realizarla. ARTICULO 22. — La persona internada involuntariamente o su representante legal, tiene derecho a designar un abogado. Si no lo hiciera, el Estado debe proporcionarle uno desde el momento de la internación. El defensor podrá oponerse a la internación y solicitar la externación en cualquier momento. El juzgado deberá permitir al defensor el control de las actuaciones en todo momento. ARTICULO 23. — El alta, externación o permisos de salida son facultad del equipo de salud que no requiere autorización del juez. El mismo deberá ser informado si se tratase de una internación involuntaria, o voluntaria ya informada en los términos de los artículos 18 ó 26 de la presente ley. El equipo de salud está obligado a externar a la persona o transformar la internación en voluntaria, cumpliendo los requisitos establecidos en el artículo 16 apenas cesa la situación de riesgo cierto e inminente. Queda exceptuado de lo dispuesto en el presente artículo, las internaciones realizadas en el marco de lo previsto en el artículo 34 del Código Penal. ARTICULO 24. — Habiendo autorizado la internación involuntaria, el juez debe solicitar informes con una periodicidad no mayor a TREINTA (30) días corridos a fin de reevaluar si persisten las razones para la continuidad de dicha medida, y podrá en cualquier momento disponer su inmediata externación. Si transcurridos los primeros NOVENTA (90) días y luego del tercer informe continuase la internación involuntaria, el juez deberá pedir al órgano de revisión que designe un equipo interdisciplinario que no haya intervenido hasta el momento, y en lo posible independiente del servicio asistencial interviniente, a fin de obtener una nueva evaluación. En caso de diferencia de criterio, optará siempre por la que menos restrinja la libertad de la persona internada. ARTICULO 25. — Transcurridos los primeros SIETE (7) días en el caso de internaciones involuntarias, el juez, dará parte al órgano de revisión que se crea en el artículo 38 de la presente ley. Edith Benedetti - "Hacia un pensamiento clínico acerca del consumo problemático". Las representaciones sociales promedio sobre la problemática del consumo de sustancias, la mayoría producidas y reproducidas por los medios masivos de comunicación, asocian mecánicamente el consumo de drogas con adicciones, ilegalidad, delincuencia y/o marginalidad. Así mismo, se sigue asociando su tratamiento con el encierro, la internación, las comunidades terapéuticas y políticas prohibitivas de sustancias junto con la estrategia abstencionista. Esta perspectiva fue y sigue siendo la predominante en la sociedad e incluso entre muchos profesionales de la salud. Este modelo de estrategias abstencionistas se muestra incapaz de pensar la complejidad de los fenómenos relacionados con el consumo problemático de sustancias. La complejidad de esta problemática nos exige considerar múltiples dimensiones como la legislación al respecto, los marcos éticos y culturales de la sociedad, los grupos y los individuos, las condiciones socio-económicas y culturales de la población, las transformaciones epocales y su impacto en las subjetividades, los modelos sociales, las políticas Jenn públicas en general y las políticas sanitarias, etc. Por otra parte, resulta fundamental subrayar que la mayoría de los consumidores de sustancias psicoactivas no son consumidores problemáticos “Del universo de personas que consumen sustancias, una inmensa mayoría no incurrirá en consumos problemas. En un grupo relativamente pequeño en proporción al universo de consumidores el uso adquiere características problemáticas”. Es por esto que resulta necesario deconstruir aquellas representaciones existentes respecto a las sustancias psicoactivas, el consumo y los consumidores. La sanción y reglamentación de la Ley 26.657, detallada más arriba, conlleva a un cambio de paradigma. Antiguamente la Ley 23.737 establecía que “Será reprimido con prisión de uno a seis años y multa de trescientos o seis mil australes el que tuviere en su poder estupefacientes. La pena será de un mes a dos años de prisión cuando, por su escasa cantidad y demás circunstancias, surgiere inequívocamente que la tenencia es para uso personal”, mientras que la nueva ley en su artículo 4 establece que “Las adicciones deben ser abordadas como parte integrante de las políticas de salud mental. Las personas con uso problemático de drogas, legales e ilegales, tienen todos los derechos y garantías que se establece en la presente ley en su relación con los servicios de salud”. Es en ese sentido que se da un desplazamiento en la comprensión normativa de las adicciones del ámbito penal al sanitario, lo que nos obliga a repensar nuestras prácticas clínicas e institucionales. Un libro sobre drogas - ¿Qué es la reducción de daños? Cuando ingresa una persona intoxicada con sustancias psicoactivas a una guardia médica, la gravedad no sólo está marcada por la sangre que hay en el piso o el estado de conciencia del paciente, sino también por la falta de información: en la mayoría de los casos, no sabemos cuál o cuáles son las sustancias que fueron consumidas. Esto es grave por muchos motivos, entre ellos el hecho de que la interacción de drogas en el cuerpo puede potenciar o reducir sus efectos, haciendo más difícil el diagnóstico y el tratamiento. Si bien un médico puede preguntarle al paciente qué sustancia/s consumió si este está en condiciones de responder, el diagnóstico se pone oscuro cuando el paciente está inconsciente y nadie puede informar qué es lo que se tiene realmente enfrente. Frente al fracaso evidente de las políticas de corte prohibicionista, fueron adquiriendo mayor vigencia y apoyo las estrategias de intervención denominadas de “reducción de riesgos y daños”. Este modelo es un conjunto de ideas y estrategias orientadas a reducir las consecuencias negativas de ciertos comportamientos humanos: brindar clases sobre educación sexual en la primaria, repartir preservativos en la playa durante el verano para reducir la prevalencia del embarazo no deseado e infecciones de transmisión sexual o promover el uso de casco cuando se maneja una moto o del cinturón de seguridad en el auto son algunos ejemplos. En el ámbito de las drogas, este modelo entiende que el fenómeno del consumo es complejo, multifacético y que es parte de la realidad de nuestro mundo, y elige minimizar los riesgos y los daños asociados al consumo de los usuarios en lugar de ignorarlos o perseguirlos, sin que esto implique, de ninguna manera, restarle importancia al real peligro asociado al uso de sustancias psicoactivas. La implementación de políticas orientadas a la reducción de riesgos y daños exige tener en cuenta las circunstancias individuales y comunitarias de una determinada región, lo que hace imposible que exista una fórmula universal y mágica para su aplicación. La incorporación constante de conocimientos científicos en la concepción de la reducción de daños, desde sus inicios en la década del ‘80, la convierten en una disciplina dinámica que se adapta a la nueva evidencia. En aquel momento surgió como una alternativa a los programas de abstinencia para adultos con consumo problemático y crónico de sustancias. Chocarse contra una pared de realidad despertó a algunos profesionales de la salud: la abstinencia no era una meta realista en un grupo considerable de adictos y otros tantos no estaban interesados en eliminar por completo el consumo, por lo que muchas personas se veían desplazadas de los programas de recuperación y Jenn condenadas a un bucle de consumo y deterioro progresivo. Por otro lado, existía una enorme necesidad de brindar soluciones a la creciente epidemia del VIH/SIDA entre los usuarios de drogas inyectables como la heroína. Bajo este preocupante escenario en algunos países se implementaron políticas de reducción de daños en usuarios de drogas inyectables. Estas medidas fueron miradas de reojo por la población local y con gran escepticismo por la comunidad internacional. Una de las cosas más fascinantes que tienen la ciencia y las políticas basadas en evidencias es que las hipótesis pueden ser puestas a prueba; al hacerlo, esta idea resultó funcionar espectacularmente bien. En algunos lugares donde se aplicaron las políticas de reducción de daños en heroinómanos, como Suiza, se redujo de manera notable el número de personas que consumían drogas en la calle, disminuyeron a la mitad las muertes por sobredosis y las infecciones por VIH/SIDA y hepatitis, así como también se retrasó el inicio del consumo de heroína y la delincuencia relacionada con la adquisición de la droga (robos para obtener dinero). Resulta un poco difícil definir con exactitud el paradigma de reducción de daños dado que no se trata de una lista de intervenciones, sino que se debe entender como un conjunto de principios. Algunas de sus características clave consisten en que constituye un enfoque basado en los valores del pragmatismo y el humanismo, que asume que el uso de sustancias psicoactivas es parte de la sociedad y, por lo tanto, resulta fundamental reducir los daños de su uso mediante estrategias que sean costo-efectivas y tengan solidez científica. En el abordaje de la problemática del consumo de sustancias, la reducción de daños se encuentra enmarcada en el enfoque de Salud Pública. Si bien el enfoque de Salud Pública apunta a una disminución de la demanda de sustancias y de los efectos negativos derivados del uso problemático, las intervenciones de reducción de riesgos y de daños permiten también mermar los impactos sanitarios y sociales de aquellas poblaciones que no son adictas, no poseen un consumo problemático y no están interesadas en la abstención, por lo que dichas estrategias se centran en la educación de los usuarios y en la generación de marcos legales que faciliten y optimicen estos procesos. El alcohol es una de las sustancias psicoactivas más consumidas del mundo y una de las que acarrea los daños más importantes. Mediante la perspectiva de reducción de daños, se pueden desarrollar aproximaciones para abordar, por ejemplo, la violencia y las lesiones derivadas de esta, así como los accidentes de tránsito. En el caso de la violencia y las lesiones, asegurarse de que los clubes nocturnos respeten las capacidades permitidas y no ofrecer las bebidas en envases de vidrio tiene buenos frutos (una botella rota puede convertirse en arma). Por otro lado, todo parece indicar que los programas de conductor designado no son eficientes a la hora de reducir los choques de autos. Sin embargo, las leyes de tolerancia cero, las multas severas y los controles aleatorios de alcoholemia han demostrado funcionar muy bien. En la esfera de la educación, podemos encontrar recomendaciones como no consumir alcohol durante el embarazo, beber con moderación y despacio, incluir agua entre medio de las bebidas para evitar la deshidratación y no mezclar con otras sustancias (particularmente cocaína o MDMA), entre otras. El tabaquismo es otra problemática que podemos abordar seriamente desde la reducción de daños. A pesar de conocer los perjuicios a la salud derivados del consumo de cigarrillos, muchas personas no quieren (o no pueden) dejar de fumar. Bajo esta premisa, los fumadores tienen dos opciones: la abstinencia o morir por una enfermedad derivada del tabaquismo (a menos que alguno tenga la suerte de disponer de una genética privilegiada y llegue a viejo vivito y coleando). Sin embargo, una tercera opción ha surgido en los últimos años de la mano de la reducción de daños y comprende el uso de fuentes alternativas de nicotina no asociadas al tabaquismo. Si bien estas opciones pueden causar adicción (o mantenerla), no poseen la capacidad de producir enfisema pulmonar ni juegan un papel importante en la generación de enfermedades cardiovasculares (propiedades reservadas a la combustión del tabaco), lo que da cuenta del “beneficio” de las fuentes alternativas de nicotina. En el caso de la marihuana ocurre algo similar. Se sugiere que el consumo de cannabis mediante vaporizador es menos dañino que su combustión en cigarros o pipas convencionales (Gartner, 2015). A pesar de que de esta manera se reduzcan los problemas respiratorios asociados a la ingesta del humo (como bronquitis y cáncer de Jenn pulmón), no se resuelven los daños asociados a accidentes vehiculares, el deterioro cognitivo en adolescentes o la dependencia, por lo que parte de la estrategia de reducción de riesgos y de daños también es recomendar no consumir marihuana previo a manejar ni antes de los 21 años. También resulta importante recomendar no consumir THC sintético o variedades de marihuana de alta potencia por estar asociados a un mayor riesgo de inducir psicosis en individuos con predisposición genética. Respecto a la descriminalización, si recordamos que la Organización Mundial de la Salud define la salud como “el completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”, no sólo entenderemos que el usuario criminalizado por el uso de sustancias no posee un estado pleno de salud sino que, lejos de acercarlo a esta situación, lo estamos alejando, quizá definitivamente. Una persona que pasa por un proceso penal por poseer sustancias para consumo personal, que es detenida, encarcelada y sometida a un tratamiento de forma compulsiva y obligatoria, tiene pocas posibilidades de “éxito” después de semejante experiencia. El informe “El impacto de las políticas de drogas en los Derechos Humanos: La experiencia del continente americano” (CELS, 2015) analiza las consecuencias de la excesiva penalización a los consumidores y narcomenudistas en América Latina. La conclusión de la investigación es que las políticas prohibicionistas y represivas sólo han vulnerado de manera directa los Derechos Humanos de miles de personas, “sobre todo de aquellas que son judicializadas y enviadas a cárceles, espacios que suelen caracterizarse por el hacinamiento y las condiciones inhumanas de detención”, por poseer cantidades de sustancias consideradas para consumo personal. Elaborar estrategias efectivas para perseguir el comercio ilegal de drogas sin que dejen de respetarse los derechos civiles de los consumidores de sustancias debería ser el camino a seguir para la búsqueda de alternativas en políticas sobre drogas. En este sentido, la descriminalización es un paso obligado. En los países donde se ha llevado adelante esta medida se observaron grandes beneficios, como en el caso de Portugal, que ha descriminalizado el uso y posesión de sustancias para consumo personal desde el año 2000 con los siguientes resultados: El consumo de sustancias no aumentó e incluso disminuyó, presentando una prevalencia menor al promedio de la Unión Europea (5,1% vs. 13,3% en la población de 15 a 34 años en el año 2012). Se redujo el consumo de todas las sustancias psicoactivas en adolescentes (de 8,3% en 2001 a 5,8% en 2012, expresado como porcentaje de personas de entre 15 y 24 años que consumieron en el último año). Las muertes por sobredosis están estabilizadas y corresponde a uno de los valores más bajos de Europa (4,5 por millón de habitantes contra 19,2 por millón de habitantes de la Unión Europea). Disminuyeron a la mitad los gastos asociados a procesos judiciales y encarcelamiento, pudiendo ser utilizados para otros fines. Aumentó en un 60% el número de personas que acudieron voluntariamente a un tratamiento por uso problemático de sustancias, especialmente consumidores de heroína inyectable. Se redujo la incidencia de VIH/SIDA y las muertes por sobredosis. La comparación entre países restrictivos y aquellos con políticas más flexibles nos otorga una visión más amplia de los posibles abordajes. Respecto a la regulación, es importante mencionar qué vemos y qué oímos los profesionales de la salud que asistimos a las personas que llegan a un centro asistencial buscando ayuda. En muchos casos, observamos violencia inscripta en la piel y en la mirada, producto de la búsqueda de una sustancia que sacie por un instante el deseo de consumir. También nos encontramos con estados de mala nutrición, miedo y dolor físico. Oímos constantemente una gran cantidad de historias de riesgo asumido para conseguir esa dosis que calme la ansiedad o garantice un buen rato con amigos, historias a veces plagadas de mentiras y enredos que llevan a las personas al límite de la seguridad física. Claro que estos relatos dependen en gran medida de la sustancia en cuestión, porque no es lo mismo, en términos económicos y de riesgo, poseer o conseguir marihuana que una droga sintética, cocaína, paco o heroína para inyectarse. Jenn Es por eso que la descriminalización del consumidor es sólo la punta del iceberg de un abordaje mucho más complejo, porque aún tenemos el pequeño detalle de la oferta de las drogas. Los consumidores, por más que no sean penalizados por la justicia por una conducta que se enmarca dentro de las libertades individuales (siempre que no afecte a terceros), siguen en contacto con situaciones de riesgo al relacionarse con el narcotráfico para abastecerse de las sustancias que desean consumir. Así, el abordaje a través del enfoque de Salud Pública reconoce que el Estado debe hacerse responsable de limitar los riesgos que implica el vínculo con el comercio ilegal y el narcotráfico, buscando atacar las devastadoras consecuencias sanitarias, sociales y económicas del uso problemático de sustancias psicoactivas, así como reducir la incidencia del narcotráfico y el crimen organizado mediante su intervención. Sabemos que, bajo el actual régimen prohibicionista, muchos consumen una droga que tiene un porcentaje variable de la sustancia psicoactiva que el consumidor buscaba. Además, contiene otras que la adulteran para aumentar el rédito económico del productor/vendedor, para potenciar el efecto o para generar dependencia. En algunos casos, las sustancias poseen metales pesados, pesticidas u otras sustancias químicas psicoactivas o simplemente potenciadoras. Esto es un hecho: las sustancias ilegales tienden a estar adulteradas, precisamente, porque no hay un marco de control sobre ellas. Las drogas deben regularse porque son riesgosas, no para que sean seguras. Regular la producción de sustancias de buena calidad es una manera inteligente de abordar los problemas de salud asociados al consumo de drogas de diseño derivadas de anfetaminas y metanfetaminas, de gran toxicidad y potencial adictivo. No podemos hablar de reducción de daños sin hablar de regulación de las sustancias, y es importante que quede claro que cuando hablamos de “regulación” no estamos haciendo referencia a la “legalización”. Hay una gran diferencia entre ambos conceptos. Mientras la legalización es el proceso por el cual ciertas sustancias cuya producción, comercialización y uso eran ilegales se convierten en legales, la regulación implica la implementación de un claro marco jurídico que norma algunas actividades relacionadas con estas sustancias, y toda actividad que se desarrolle fuera de ese marco no está permitida. Es simple: cualquier droga es más segura si su producción y disponibilidad está regulada, en lugar de estar en manos criminales. Si una sustancia es ampliamente consumida, una propuesta pragmática es establecer políticas de regulación basadas en evidencia, en lugar de medidas represivas hacia los consumidores. Estas no han originado más que problemas. El autocultivo de marihuana es un ejemplo de prácticas que favorecen que las personas se alejen del mercado ilegal (con los riesgos que este acarrea), sin que esto quiera decir que se fomente o trivialice el consumo. Sin embargo, la regulación no implica necesariamente poner legalmente a disposición todas las drogas. En el caso de las drogas más riesgosas, como la heroína, los consumidores dependientes podrían ser registrados en una base de datos que les permite acceder a las dosis que necesitan de manera controlada y estricta. En Suiza, por ejemplo, los consumidores dependientes de heroína pueden conseguir sus dosis de heroína mediante prescripción médica en un ambiente seguro supervisado por profesionales de la salud, lo cual, como mencionamos antes, lleva a resultados positivos. Como prevenir es mejor que curar, en todos los casos las políticas de reducción de riesgos y daños deben darse siempre en el marco de una muy buena campaña de promoción de hábitos saludables. El Dr. John Marks describe cómo la oferta, la demanda y los daños de las sustancias psicoactivas pueden ser minimizados a través de la implementación de un enfoque a mitad de camino entre los extremos de la “legalización” y la “prohibición”. Jenn La discusión sobre la “regulación” de la comercialización de sustancias ilegales por parte de los Estados abre una posibilidad para que se tengan más en cuenta los aspectos sociales y sanitarios que los penales. La Red Científica Internacional de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito fue clara y contundente al afirmar que el consumo problemático de sustancias es un problema que debe ser abordado desde la salud y no desde la seguridad. Desde una perspectiva de Salud Pública, alejar a los consumidores del mercado negro, combatir el narcotráfico mediante la intervención en la producción y asegurar el consumo de una sustancia de calidad conocida es tanto un desafío como una esperanza. La regulación de las drogas no sólo debe tener como objetivo reducir los riesgos y daños derivados del uso de sustancias, sino también de reducir los daños del prohibicionismo. El modelo de reducción de riesgos y daños no es “pro-droga”, ya que no fomenta el consumo, sino que cuida la salud de aquellos que deciden consumir una sustancia y los que no pueden dejar de hacerlo, así como la salud de los de su entorno. Debe quedar en claro que es prioritario trabajar sobre la promoción de la salud, destacando la importancia y los beneficios de una vida con hábitos más saludables en todos los niveles sociales y grupos etarios (mediante actividad física, dieta balanceada, buen descanso, vida social, entre otros). Es decir, evitar el consumo de drogas siempre será una actitud menos riesgosa que consumirlas. Sin embargo, si alguien desea beber alcohol, comer frituras, tomar sol al mediodía, nadar en el mar, fumar marihuana, tirarse en paracaídas, manejar un auto, andar a caballo o experimentar con LSD o MDMA, debería existir la posibilidad de que pueda hacerlo de manera segura y con la información necesaria para entender las implicancias de su decisión. Una visita al médico para chequear el estado de salud y preguntar sobre la posibilidad de consumir una sustancia debería ser una oportunidad clave para asesorar a la población y permitirle tomar mejores decisiones, lo cual se traduciría en beneficios para toda la sociedad y no sólo para quienes desean tener una experiencia en particular. Jenn Perspectiva histórica Graciela Touzé – Prevención del consumo problemático de drogas. La formación con relación al uso problemático de drogas y su prevención, tradicionalmente se ha caracterizado por un enfoque reduccionista de los fenómenos, bajo el paradigma monodisciplinario. Este modelo no ha posibilitado interrogar las políticas ni las intervenciones, lo que refuerza la vigencia de estereotipos sobre prácticas preventivas. Para intentar superar ciertos obstáculos, proponemos una construcción interdisciplinaria y una mirada de los fenómenos desde el paradigma de la complejidad. Se trata de entender este tema como una totalidad determinada por la interacción de diversos elementos que no pueden considerarse aisladamente. El hecho de que el consumo de drogas es un tema al que se le dan múltiples nombres revela la imprecisión conceptual que lo rodea y la necesidad de definir con claridad los contornos de este problema. Al tratarse de un tema que impacta emocionalmente ya sea produciendo temor, rechazo, angustia o curiosidad, nuestra percepción de él se tiñe con estos elementos y resulta difícil acercarse objetivamente. Así, lo que pensamos, sentimos y como actuamos está guiado por las representaciones sociales sobre las que construimos nuestras opiniones. En las culturas helénicas el vino era considerado el espíritu de Dionisos, para el cristianismo es la sangre de Cristo, para un quechua de los Andés la hoja de coca es un don sagrado de la Pacha Mama. Tradicionalmente, las sustancias psicoactivas han desempeñado el doble papel de facilitadores del vínculo social y de vehículos hacia lo sagrado. De hecho, los consumos ritualizados no se consideran problemas y su uso no se define como abuso, y el abuso eventual es considerado como un accidente. Cabe aclarar que, cuando hablamos de una sustancia psicoactiva, nos referimos a aquellas que actúan a nivel del sistema nervioso central, también denominadas sustancias psicotrópicas o psicótropos. Cualquier tratado de farmacología da cuenta de la enorme variedad de sustancias psicoactivas naturales y sintéticas disponibles en la actualidad. No obstante, más allá de la información farmacológica respecto a estas sustancias es importante tener en cuenta la complejidad del tema desde el punto de vista temporal y espacial. La realidad es que no hay un solo grupo humano, excepto aquellas desprovistas de vegetación, que no haya hecho uso de alguna sustancia psicoactiva en algún momento de su historia. Esto convierte al asunto de las drogas en un fenómeno plural, en el sentido de que se encuentra en una pluralidad de tiempos, de lugares y por medio de diversas sustancias. El uso de drogas es un fenómeno universal, mientras que la existencia de drogodependencia como fenómeno social es característica de las sociedades urbano-industriales. Esto quiere decir que el “problema droga” no es un problema en sí mismo en cuanto a la sustancia, sino de los hombres, constituyéndose como tal en la modernidad. Es durante la modernidad que la tradición y lo divino dejaron de ser valores dominantes y se produjeron rupturas en las formas de regulación colectiva. El uso de drogas fue perdiendo su sentido de facilitador del vínculo social o de vehículo hacia lo sagrado y se convirtió en una práctica privada que refería a la predilección por un producto. Es en el siglo XIX que aparecen los “exploradores de drogas exóticas”, curiosos por las drogas extranjeras, tal como el psiquiatría Moreau de Tour que inició al hachís a un gran número de personas; sustancia que fue llevada a Europa por el ejército de Napoleón tras la campaña en Egipto. Esta práctica comenzó a ser definida como anormal y como problema recién en la segunda mitad del siglo XIX. Este proceso histórico se inició con la emergencia de los Estados de intervenir en los consumos, transformando el consumo en una práctica puramente privada en actividad antisocial. Es a fines del siglo XIX que se acuñó el término toxicomanía para designa el abuso de drogas no tradicionales en Occidente, esto significó que se pasó de entender el Jenn consumo en referencia a un producto de predilección, a entenderlo como una desviación “el abuso” de un producto tóxico. El origen del uso de drogas como problema tiene un origen sociopolítico, particularmente en Estados Unidos; país donde se daba una cuestión de “empresa moral” encarada por los grupos de poder anglosajones que dieron lugar al prohibicionismo. Entre otros factores determinantes cabe mencionar las tensiones sociales producto del proceso de proletarización de industrialización. La condena de la sociedad anglosajona puritana al uso de ciertas sustancias que se identificaban con “grupos peligrosos” (mexicanos = marihuana, chinos = opio) constituyó una forma de control sobre esos sectores marginales. Un elemento posterior que interviene en la construcción del uso de drogas como problema es el proceso de medicalización que sucedió a lo largo del siglo XX: cada vez más situaciones que antes no eran definidas como problemas médicos fueron interpretándose como tal, recategorizandose como patologías. Es así como, en menos de un siglo, el consumo de drogas pasó de ser una práctica privada a evaluarse como una muestra de debilidad moral de grupos considerados amenazantes, hasta convertirse finalmente durante el siglo XX en un delito a nivel global. Antes del siglo XIX Modernidad Droga como Droga como práctica favorecedor del privada según la vínculo social: predilección: hecho práctica social y individual. comunitaria en el Consumo como contexto de por problema. ejemplo rituales. Asociación entre el Vehículo sagrado. consumo y el delito: Consumo no es un hecho ilegal. problematizado. Un libro sobre drogas – Sustancias psicoactivas, el humano y la cultura. Durante cientos de millones de años de evolución, se seleccionaron en hongos y plantas armas que les permitieron a estos organismos defenderse de los mamíferos y otros depredadores (aunque también pudo haber sido por otras causas). Los alcaloides de las plantas y hongos son sintetizados a partir de los aminoácidos tirosina y triptófano. Este último es un aminoácido esencial para la construcción de proteínas, por lo que el consumo de estos compuestos podría haber sido beneficioso en términos nutricionales. Algunos de estos mecanismos de defensa resultaron ser sustancias que imitan la estructura de los neurotransmisores, se unen a los receptores del cerebro de los mamíferos y son capaces de alterar su conciencia, motivo por el cual se las denomina “sustancias psicoactivas”. Entonces, resulta extraño que los humanos, como predadores de los vegetales, podamos “ignorar” las señales de toxicidad con el fin de consumir plantas y hongos con compuestos potencialmente letales sin ningún beneficio nutricional aparente. Es razonable, al menos, sospechar que quizás existió alguna ventaja que equilibrara la balanza a favor del consumo de sustancias potencialmente peligrosas. Al igual que en todos los animales, el consumo de plantas y hongos con contenido de sustancias psicoactivas por parte de los seres humanos se inició probablemente con fines alimenticios, quizás imitando el comportamiento de otros animales. Esta idea no resulta extraña cuando entendemos las propiedades nutricionales de muchas plantas que poseen sustancias psicoactivas, como las hojas Jenn frescas de Coca (Erythroxylum coca): 100 gramos de esta sustancia contienen cantidades mayores a la dosis diaria recomendada de calcio, fósforo, hierro, vitaminas A, B2 y E; o el Khat (Catha edulis), una planta estimulante que se consume en el este de África y que posee abundantes cantidades de vitamina C y del complejo B. Pero para entender el significado del uso de sustancias psicoactivas en los ambientes ancestrales, es necesario sacarnos de la cabeza el concepto occidental y moderno de “drogas”, que nos hace imaginar esas sustancias empaquetadas y procesadas en forma de cigarrillos, pastillas y hasta polvos que aparecen en la tele en los típicos operativos policiales. Estos productos no existían en los entornos de las culturas antiguas. Las drogas eran simplemente partes o extractos de plantas y hongos y, por lo tanto, se consumían como alimento o medicina, tal como lo sugieren los estudios etnobotánicos realizados en comunidades cazadoras-recolectoras de la actualidad. Muchos circuitos neuronales y receptores fueron descubiertos mediante el uso de sustancias psicoactivas en modelos animales de laboratorio, como los receptores nicotínicos, opioides y cannabinoides. El “uso medicinal” de las plantas empezó mucho antes de que aparecieran los humanos. Está bien documentado que los mamíferos consumen plantas para mejorar su salud y bienestar (como cuando los gatos o perros comen pasto), en un proceso que se llama automedicación o farmacofagia. Cuando el linaje humano desarrolló un cerebro y una conciencia compleja con capacidad para aprender sobre las propiedades particulares de las plantas, ya sea por su dimensión curativa o por su capacidad psicoactiva, la finalidad del consumo también se orientó hacia distintos fines. El uso ritual de sustancias psicoactivas capaces de inducir trances mediados por experiencias desagradables se mantiene incluso en la actualidad en muchas culturas del mundo. Algunos ejemplos incluyen el uso de fuertes caldos de tabaco en las Antillas, el consumo de daturas extremadamente tóxicas (toloache) en América Central, ayahuasca (una cocción psicoactiva y vomitiva) en la cuenca del Amazonas, y vegetales con ibogaína (un alcaloide con fuertes propiedades disociativas) en ciertas regiones de África. El uso de las sustancias psicoactivas con fines espirituales y religiosos es algo que ha formado parte de casi todas las culturas antiguas. Muchas de estas sustancias fueron y son consideradas sagradas por su capacidad de inducir estados alterados de conciencia que los antiguos consideraban puertas hacia la conexión con dioses, hacia el conocimiento esotérico y la comunicación con otros mundos. El uso ritual de sustancias psicoactivas generalmente sigue dos modelos diferentes. En el primero, un grupo de individuos consume colectivamente una sustancia bajo la supervisión de un chamán; mientras que, en el segundo modelo, solamente el chamán es el encargado de realizar el “viaje” y contactarse con la “realidad del más allá”. Jenn Los psicodélicos son capaces de inducir estados mentales de sensación de unidad y conexión con el todo, de trascendencia del tiempo y el espacio y de comprensión de la realidad, así como sentimientos de amor, paz y alegría muy parecidos a los generados por algunas experiencias religiosas. Por otro lado, el consumo de plantas alucinógenas o delirantes de la familia de las solanáceas (por ejemplo, belladona o daturas) es capaz de cortar completamente la relación con la realidad y desencadenar, efectivamente, la sensación convincente de que el usuario ha contactado a entidades ajenas a la experiencia ordinaria. Con el paso del tiempo, estas experiencias y su relato pueden haber cristalizado en forma de ideas que se propagaron y reforzaron en las comunidades, acompañando el origen de lo que eventualmente sería el concepto de “religión” en sus más diversas formas. Es curioso el hecho de que, hoy por hoy, varios de los principales agentes en contra del consumo de sustancias psicoactivas sean instituciones religiosas y los valores que promueven, con contadas excepciones socialmente aceptadas (por ejemplo, el vino en la religión católica). Esta aparente contradicción se disipa al comparar la actitud de las religiones occidentales politeístas que regían en la era anterior al cristianismo con los preceptos adoptados luego del surgimiento de las grandes religiones monoteístas. En la antigüedad, el consumo ritual de sustancias psicoactivas estaba arraigado socialmente y los sacerdotes que realizaban estas prácticas gozaban incluso de poder y prestigio. Por el contrario, las religiones monoteístas como el cristianismo, no se basan en experiencias extáticas aisladas, sino en el aprendizaje continuo de estrictos credos y códigos morales y su refuerzo mediante ceremonias periódicas puramente formales. Si bien las religiones ancestrales promovían el uso de sustancias psicoactivas como medio de contacto con el “más allá”, las nuevas religiones monoteístas aplazan dicho contacto para ofrecer a cambio la promesa de una transformación hacia la vida eterna, siempre y cuando el devoto rija su vida de acuerdo con estrictos preceptos morales. La Iglesia Católica desencadenó su poderío en los siglos subsiguientes contra supuestas brujas y hechiceros que continuaban con el tradicional uso de drogas visionarias para fines rituales. Es a partir de esta antagónica concepción del uso ritual de psicodélicos que debemos entender el contexto actual de oposición religiosa a la inmensa mayoría de las drogas psicoactivas. No hay dudas sobre el importante papel que las sustancias psicoactivas jugaron en el desarrollo de las sociedades en todo el mundo y quizá también hasta en la evolución de la conciencia. Algunos investigadores, como el reconocido Dr. Ronald Siegel, sugieren que el consumo histórico de drogas en nuestra especie puede haber desencadenado un impulso natural para buscar estados alterados de conciencia. Esta idea se plasma en la postulación de la “hipótesis del mono ebrio”, de acuerdo con la cual el gusto de los seres humanos por el alcohol podría ser un resabio de los beneficios de consumir fruta fermentada (el alcohol aporta calorías) en la época en la cual nuestros antepasados primates empezaron a estar menos en los árboles y un poco más en el suelo, hace aproximadamente unos diez millones de años. A pesar de que el consumo de estas sustancias es algo tan antiguo como las mismas sociedades, la investigación de su contexto cultural e histórico es relativamente reciente. Existen evidencias que respaldan el uso de sustancias psicoactivas en el pasado, como el hallazgo de restos de fósiles de plantas que sabemos que contienen estas sustancias, residuos de bebidas alcohólicas, restos de alcaloides en instrumentos y huesos, y arte (como las pinturas rupestres). Los estudios etnográficos y etnobotánicos nos brindan un montón de información sobre las plantas que se han utilizado para inducir estados alterados de conciencia alrededor de todo el mundo, particularmente en el continente americano, donde los psicodélicos han tenido un papel particularmente importante en la vida espiritual de los nativos. Aunque, lamentablemente, no podemos afirmar con seguridad desde hace cuánto se consumen, ya que los misioneros católicos destruyeron prácticamente todos los registros históricos. Sin embargo, se ha demostrado mediante análisis de carbono 14 y otras técnicas, que los nativos americanos han estado recogiendo peyote (Lophophora williamsii, un cactus cuyo principio activo es un alcaloide denominado “mescalina”) desde hace, al Jenn menos, cinco mil años. Los aztecas y chichimecas fueron los primeros usuarios registrados de hongos con la sustancia psicodélica psilocibina, a los que denominaron “teonanácatl” (“carne de dios”). Los españoles que regresaban de México durante la primera mitad del siglo XVI describen el efecto de consumir teonanácatl, así como su uso durante rituales sagrados. En la mayoría de los casos relatados, el consumo de los hongos causaba alteraciones en la percepción del tiempo y del espacio, acompañadas de una sensación de euforia y alegría o felicidad, mientras que otros usuarios presentaban ansiedad y depresión, e incluso pérdida del conocimiento. Estos son efectos típicos de psicodélicos serotonérgicos como la psilocibina, y otros similares como el LSD. Por otro lado, también se tienen registros de consumo de San Pedro (Echinopsis pachanoi, otro cactus que contiene mescalina) durante ceremonias de culturas andinas, así como de ayahuasca en la cuenca del Amazonas. Otro actor importante en América ha sido la coca (Erythroxylum coca), especialmente para los pueblos nativos de los Andes, desde hace por lo menos siete mil años. Esta planta ha sido importante no sólo debido a su consumo a través del coqueo (mascado y salivación de las hojas frescas de coca en la boca), sino también por su uso en ofrendas a las huacas y a la Pachamama, rituales de iniciación y fúnebres, sacrificios, tributos, obsequios y hasta como medicina. El mascado de la hoja de coca libera el contenido de cocaína –y otros alcaloides que se encuentran en la planta–. La cocaína funciona como anestésico local y para combatir las consecuencias perjudiciales de las elevadas alturas en las que se encuentran las poblaciones andinas (apunamiento). Además, incrementa la resistencia y la capacidad de atención al mismo tiempo que suprime el apetito, efectos deseables en los períodos de caza y recolección durante los tiempos de escasez de alimentos y las largas travesías. En comparación con América, el norte de Europa y el norte de Asia son relativamente pobres en sustancias psicoactivas naturales. Allí se destacan solamente algunas especies de hongos. De particular importancia cultural en estas zonas es el hongo Amanita muscaria, identificado fácilmente por su típico color rojo manchado con blanco. Los principios activos de este hongo son el muscimol y el ácido iboténico, los cuales ejercen –entre otros– fuertes efectos disociativos en los usuarios. Desde los países bálticos hasta Siberia se relaciona el hongo con tradiciones rituales. En el resto de Europa (central y occidental), abundan solanáceas alucinógenas, que se distinguen de los psicodélicos por sus efectos “delirantes” en vez de visionarios (es decir, por la sensación subjetiva de estar viviendo una experiencia real y no causada por la droga). Las solanáceas nativas de Europa incluyen el beleño, la belladona, la mandrágora y las daturas. En cuanto a los hongos, frecuentemente encontramos en el sur de Europa el ergot o cornezuelo del centeno (Claviceps purpurea), un hongo que parasita cereales y que puede desencadenar efectos psicoactivos luego de su consumo. En el continente asiático hay registros de uso de varias plantas, entre las cuales se destaca la adormidera (que contiene opio), utilizada por los sumerios en la Mesopotamia hace cinco mil años. Las notables cualidades psicoactivas y medicinales del opio fueron un factor sociopolítico y económico fundamental en la relación entre Europa y Oriente, incluso en tiempos muy recientes. La cultura del vino no tuvo lugar hasta un milenio antes del año 1, durante la Edad de Hierro, y está vinculada a la expansión comercial de los fenicios, griegos, romanos y etruscos. Es interesante notar que es posible que el vino consumido en la antigüedad europea haya sido reforzado con otras sustancias psicoactivas, probablemente solanáceas. Las normas sociales implícitas o legales en la antigua Europa solían limitar el consumo de vino a adultos. Jenn ¿Por qué antes sí y ahora no? Si bien el consumo de sustancias no parece haber sido un problema durante la mayor parte de la historia humana, nuestra biología se encuentra en un aparente conflicto causado por el avance tecnológico y cultural. A través del cultivo, la purificación y la modificación química hemos aumentado la potencia y disponibilidad de las sustancias psicoactivas. Como consecuencia, las cualidades que una vez confirieron una ventaja adaptativa en los ambientes ancestrales podrían haber dado lugar a una mayor propensión para el consumo problemático. Para ponerlo en una perspectiva más familiar, es interesante comparar el problema de las drogas con el de la comida. Al igual que las drogas adictivas, los ingredientes de los alimentos ultraprocesados inducen una estimulación excesiva del sistema de recompensa del cerebro, tienen la capacidad de generar antojos y están asociados con el consumo compulsivo y la incapacidad para dejar de consumir, aun cuando los efectos negativos graves sean evidentes. De los tres ingredientes mencionados, se considera que el azúcar (particularmente la fructosa) parece ser el componente que explica el potencial adictivo que tienen algunos alimentos. Además, la fructosa tiene la capacidad de disminuir las señales químicas que nos indican que estamos saciados. Lo que sucedió con los alimentos ultraprocesados es una situación análoga a la de las sustancias psicoactivas, particularmente el alcohol y el tabaco (por su estatus legal). Durante el siglo XIX, los avances de la química orgánica permitieron identificar y aislar los principios activos de distintos vegetales con sustancias psicoactivas. Al cabo de unas pocas décadas, fue posible transportar en un maletín una cantidad del principio activo equivalente a la encontrada en varias hectáreas cosechadas. Una lista parcial de dichos principios activos incluye la morfina (1806) y la codeína (1832) ambas obtenidas a partir del opio, la atropina (1833) un alcaloide extraído de distintas solanáceas, la cafeína (1833) que proviene del café, el té y la yerba mate, la cocaína (1860) de las hojas de coca, la heroína (1883) otro derivado del opio, y la mescalina (1896) el principio activo de cactus como el peyote y el San Pedro. A partir de la extracción de estas drogas de alta pureza fue posible administrar dosis inauditas de los principios activos de las plantas y hongos que mencionamos a lo largo de este capítulo, con obvias consecuencias para la Salud Pública. Jenn Sin embargo, los problemas y desafíos actuales que nos plantean las sustancias psicoactivas sólo pueden atribuirse parcialmente a la eficacia química para obtener productos ultraprocesados de alta pureza. Se trata también de un fenómeno más amplio que refleja normas de la sociedad contemporánea, muchas de ellas ausentes en tiempos pasados, ya que, en paralelo a la síntesis artificial de las sustancias psicoactivas y al incremento en la potencia, se desarrolló la industrialización de muchos países, con sus respectivos efectos en la sociedad: aumento de la desigualdad y la emergencia del “marginal” como una clase social propia. En este escenario, pasamos de un consumo arraigado en la cultura en la cual la tradición servía como regulador de las dosis y el contexto, a uno desinformado y, en ocasiones, alienante. En el actual modelo de producción y consumo se nos plantea que todo debe ser una fiesta permanente, en un modelo en el que manda una suerte de dictadura del placer y la felicidad. Como inevitablemente nos damos cuenta de que este ideal que nos propone el sistema es inalcanzable, las drogas presentan, muchas veces, un atajo rápido para experimentar sensaciones similares. Consideramos entonces que la visión reduccionista de culpar a “las drogas” por todos los problemas actuales es absurda y peligrosa en cuanto a la elaboración de políticas públicas. La insatisfacción laboral, el estrés, la violencia social y familiar, no llegar a fin de mes, el aburrimiento de los adolescentes en los colegios debido a los programas educativos obsoletos, los hábitos poco saludables de los padres y la ausencia de proyectos satisfactorios son algunos de los motivos que empujan a muchas personas al consumo de sustancias que hacen olvidar la realidad o que esta parezca, al menos por un ratito, un poco menos hostil. Vivimos en un mundo en el que los humanos se han vinculado al consumo de sustancias psicoactivas desde su descubrimiento, casi siempre de manera controlada y no problemática. Somos parte de una rica historia de co- evolución entre hombre y sustancias psicoactivas, que debemos recapitular si queremos encontrar nuevamente un equilibrio para evitar las consecuencias negativas del consumo problemático de sustancias y, a la vez, no caer en la falsa, autoritaria e hipócrita quimera de un mundo sin drogas. Jenn La construcción de la subjetividad y las representaciones sociales Graciela Touzé – Prevención del consumo problemático de drogas. La manera de abordar el “problema de las drogas” y la propia noción de droga varían según los sistemas de representación culturales y la época. Las sustancias psicótropas inscritas en muchas culturas no son consideradas como drogas, mientras que en las nuestras si lo son, es decir, que este problema que hoy nos preocupa e interpela diciendo “algo se tiene que hacer al respecto”, es un problema que se construye social e históricamente. Cuando hablamos de percepción social nos referimos al conjunto de opiniones, creencias, ideas y nociones que, en un momento dado y frente a una situación determina son compartidas socialmente. Esto no significa que sea homogénea a la sociedad, sino que es posible reconocer una postura dominante. Por su parte el control social remite a las respuestas que da una sociedad para intentar controlar y contener ciertas situaciones que se dan en ella: los medios utilizados para asegurar la adhesión a las normas sociales. Las representaciones y creencias que una sociedad tiene de un fenómeno (en este caso “el problema de las drogas” están fuertemente condicionadas por el tipo de respuestas institucionales y los mecanismos sociales que se ponen en juego para intentar controlarlos. El “problema de la droga” no es una cuestión objetiva, sino que más bien es un fenómeno que responde a una determinada percepción basada en estereotipos. Tal percepción social varía históricamente y responde más a condicionantes de tipo sociopolítico que a modificaciones en los patrones epidemiológicos: lamentablemente en los fenómenos sociales, lo que la gente cree que pasa se encuentra al mismo nivel de relevancia de lo que en realidad pasa. Es así que el problema se define y las respuestas se diseñan a partir de preconceptos y estereotipos. El primero de los estereotipos se basa en el propio concepto de droga. El estereotipo no responde a la lógica científica en tanto que se mencionan algunas sustancias como cocaína, cannabis y opiáceos, mientras que se excluyen otras o se las considera menos relevantes como el alcohol, tabaco y psicofármacos. Bajo este estereotipo, la representación social de la droga es siempre un producto ilícito, mortalmente dañino, lo que llevaría a “justificar” su prohibición de uso. Si nos basamos en estudios realizados, el alcohol es la droga cuyo uso crónico implica el mayor riesgo (gastritis, aumento de la TA, pancreatitis, miocarditis, hepatitis y cirrosis alcohólica, disturbios neurológicos graves, alteraciones de la memoria y lesiones del SNC). Además, al observarse el síndrome de abstinencia considerando su intensidad y gravedad, se verifica que la heroína y el alcohol son los que determinan mayor riesgo, mientras que la interrupción del uso de marihuana presenta la sintomatología de menor intensidad así como riesgos asociados. El alcohol es la sustancia que genera mayor discapacidad social, entendiéndola a esta como las dificultades en la vinculación interpersonal ya sean relaciones afectivas y/o profesionales, y luego le siguen la heroína y la cocaína. Respecto a la sobredosis, el riesgo es mayor para la heroína como para la cocaína, siguiendo el alcohol, mientras que el riesgo es casi nulo para la marihuana y el tabaco. El segundo de los estereotipos corresponde al fetichismo de la sustancia. Bajo este estereotipo la droga se identifica casi como un ente mágico, se le asignan poderes y capacidades: se las explica como algo externo a la sociedad que amenaza a la población sana, e incluso como si tuviese una especie de personalidad propia. Es así que se la identifica como enfermedad, como si fuese causada por un agente patógeno externo, lo que brinda la posibilidad de centrarse en identificar “el problema”, aislarlo y destruirlo, ignorando completamente la complejidad social, sus injusticias y la ausencia de perspectivas. El tercer estereotipo identifica a las drogas como expresión de una actitud de oposición a la sociedad, de no aceptación de las normas sociales: motivo por el cual se asocia a la juventud. El uso de drogas se asocia cada vez con mayor frecuencia a sectores sociales vinculados al poder y prestigio social, motivo por el cual este análisis no tiene vigencia. El imaginario de la droga como contracultura de jóvenes de la sociedad, como expresión de rebeldía, va Jenn mutando hacia imaginarios ligados a la desocialización y la decadencia. El traspaso de actores sociales supone entonces nuevos imaginarios sociales respecto del consumo de drogas, asociados a la marginalidad y la exclusión social al tiempo que empiezan a tomar forma otros modos de consumo que ya no dan cuenta ni de rebeldía ni de desocialización, sino de performance social. En la actualidad queda claro que el consumo de drogas no puede concebirse como un acto contestatario ya que, la lógica del consumo se impone como condición de inclusión social: en realidad se trata de un intento fallido y desesperado por ser incluido en la sociedad del consumo. Los consumos de drogas están inscritos en el mismo espacio social y cultural que el mundo del consumo más general. Un cuarto estereotipo nos remite a la imagen del usuario de drogas. De acuerdo a esto, para el caso de las sustancias ilegales no se admiten variaciones en el patrón de consumo, es decir, el consumidor, cualquiera sea la dosis, frecuencia o circunstancias de uso, es visualizado como un adicto. Esto último bajo las representaciones sociales deriva en identificar al usuario como una persona autodestructiva y con una actitud despreocupada respecto de su salud. La prevención, al igual que el tratamiento y las leyes, son diversos mecanismos de control instalados de acuerdo con las percepciones dominantes. Revisar las representaciones sociales anteriormente descriptas resulta imprescindible para diseñar discursos y practicas preventivas que no profundicen el problema, y que por el contrario, promuevan recursos de autocontrol y autonomía en las personas. Ahora bien, todas estos preconceptos que surgen en base a estereotipos y prejuicios no son más que eso. La idea es que ahora profundicemos en el tema desde una perspectiva de las ciencias formales, es decir, más bien objetiva. Droga es toda sustancia que tiene acción sobre los seres vivos y que incorporada al organismo produce un cambio. Desde siempre el hombre ha consumido drogas: las drogas más antiguas eran naturales y se obtenían generalmente de plantas mientras que hoy existen aquellas fabricadas completamente en laboratorios. Tanto las de diseño como las naturales responden a la definición de droga. Dentro de las variedades de sustancias que responden a la definición de droga, se encuentra un grupo que se denomina drogas psico-activas. Estas son aquellas que actúan a nivel del sistema nervioso central produciendo cambios en la conciencia, el humor y/o el pensamiento. Las drogas psicoactivas pueden clasificarse según distintos criterios: Desde una perspectiva farmacológica se tiene en cuenta la estructura química y sus efectos en el SNC. Desde este punto de vista se distinguen cuatro tipos generales de drogas: 1. Drogas depresoras: opioides (morfina, codeína, heroína y metadona), barbitúricos, benzodiacepinas, alcohol y disolventes volátiles (pegamentos, benceno, tolueno). Las sustancias depresoras del SNC son aquellas que atenúan o inhiben los mecanismos de vigilia y pueden producir distintos grados de inactivación desde la relajación, la sedación, somnolencia hasta la hipnosis, anestesia e inclusive, el coma. Algunas de estas drogas además producen analgesia. 2. Drogas estimulantes: coca y cocaína (clorhidrato de cocaína, pasta base de cocaína, paco y crack), anfetaminas, éxtasis, nicotina y xantinas (cafeína, teína y mateína). Las drogas estimulantes son aquellas que producen una euforia que se manifiesta con bienestar y mejoría del humor, aumento de la energía y del estado de alerta, así como aumento de la actividad motriz y una estimulación del sistema cardiovascular entre otros. En el SNC mejoran el rendimiento intelectual mientras que disminuyen la sensación subjetiva de fatiga y apetito. Cuando se consumen dosis excesivas, la euforia puede evolucionar hasta estados de excitación y activación psicomotora. La locuacidad puede convertirse en un lenguaje confuso, la atención puede convertirse en ansiedad, etc. 3. Drogas alucinógenas: mescalina (cactus Peyote), psilocibina (hongos), ayahuasca, caapi, yagé (liana amazónica) y LSD-25 (dietilamida del ácido lisérgico). Farmacológicamente hablando se utilizan Jenn indistintamente los términos alucinógeno y psicotomimético. Los alucinógenos son sustancias que se encuentran tanto en la naturaleza como sintéticamente, y se clasifican en función de su similitud con determinados neurotransmisores del SNC. 4. Cannabis: marihuana y hachís. Los efectos varían con la dosis, vía de administración, calidad y especie, así como según las expectativas y experiencia del consumidor. También podemos clasificar a las drogas según el significado que tienen en la cultura. El rechazo o la aceptación de la sociedad no tiene que ver con sus efectos farmacológicos, sino fundamentalmente con la historia y la cultura: que una sustancia adquiera significados y significantes que van más allá de sus propiedades farmacológicas no solo tiene que ver con sus propiedades, sino también con el contexto personal y social en que se inscribe en un momento determinado. Es allí que encontramos dos tipos de drogas: 1. Drogas aceptadas en nuestra cultura: alcohol, nicotina, cafeína, barbitúricos y benzodiacepinas. 2. Drogas no aceptadas en nuestra cultura: cocaína, heroína, cannabis, LSD-25. Ahora bien, entendido que entre las drogas se incluyen desde sustancias cuyo consumo forma parte de nuestros hábitos alimentarios hasta medicamentos comercializados por su interés terapéutico, desde el sentido común cuando se menciona la palabra droga habitualmente se hace referencia a sustancias ilegales. Se habla de “la droga” en singular, y con esta generalización se concentran en una única categoría los consumos, los sujetos y los contextos, ocultando las diferencias. Las drogas constituyen un fenómeno plural según el momento histórico, cultura, modelo económico, etc. no obstante, se ha insistido en homogeneizar “el problema de la droga” como si fuese un mismo fenómeno universal, atemporal y ahistórico. En este asunto complejo debemos tener en cuenta 4 factores: 1. Qué se consume: cuál es la procedencia, composición química, efectos sobre el SNC, calidad, pureza, nocividad, estatus legal, uso, presentación y preparación. 2. Quién la consume: todas las personas tenemos distintas realidades pero, en general, existen diferencias por edad, género y sector social. 3. Cómo se consume: dosis, frecuencia, vía de administración, si es una o varias sustancias, intencionalidad. 4. Cuándo y dónde: esto hace referencia a los escenarios del consumo, ya que estos condicionan material y simbólicamente el tipo de uso, es decir, si es solo o en compañía, si es en el ámbito público o privado, etc. Tener en cuenta estos factores nos sirven en función de preguntarnos frente a qué tipo de consumo nos encontramos. La diferencia entre uso, abuso y dependencia no remite solamente a la cantidad y la frecuencia de drogas consumidas, sino que existe una diferencia cualitativa respecto de las motivaciones y el contexto del consumo. Las diferencias dependen mucho más de las características de la persona y de su entorno que del tipo de droga que se consume. Jenn Ya hace varias décadas que los expertos de la OMS aconsejaron la sustitución de los términos adicción y habituación por el concepto único de dependencia. Sin embargo, la utilización del término adicto y adicción está tan arraigado que se utiliza de forma indistinta al de dependencia. La farmacodependencia o dependencia de fármacos/drogas se define como aquel estado de adaptación del organismo como resultado del consumo repetido de determinadas drogas. Esta adaptación del organismo es el resultado de los efectos biológicos de la droga, sin embargo, el consumo no es una condición suficiente ya que, en el establecimiento de la dependencia siempre intervienen las características de la persona y del entorno en el que se realiza el consumo. La dependencia es un fenómeno que se presenta con una enorme variabilidad interindividual: muchas personas son capaces de consumir sustancias adictivas con moderación o de forma ocasional o social, mientras que otras son vulnerables a sus efectos, convirtiéndose en consumidores compulsivos de una o varias de ellas. Existen diferentes formas de vincularse con las drogas, cualquiera de ellas puede aportar beneficios físicos, psicológicos, sociales y espirituales, así como también puede provocar daños a las personas si se constituye en un uso problemático. El uso de drogas puede ser problemático para una persona cuando le afecta negativamente, ya sea de forma ocasional o crónica, a una o más áreas vitales de la persona ya sea la salud física o mental, sus relaciones sociales primarias (familia, pareja o amigos), sus relaciones sociales secundarias (trabajo/estudios) o sus relaciones con la ley. Los consumos problemáticos de drogas básicamente se relacionan con tres tipos de usos: intoxicaciones agudas, usos regulares crónicos y las dependencias. Una mención aparte merece el paco, que desde los 90 su consumo despierta gran alarma social, alimentada por los medios de comunicación. En el imaginario social y el discurso mediático esta sustancia se presenta como la droga de los pobres, reforzando el estereotipo de consumidor joven, varón y marginal, y concentrando así un paradigma de la peligrosidad. La realidad es que el consumo de esta sustancia en la clase media es más oculto, privado y de mayor cuidado, lo que lleva a que los consumidores de sectores excluidos sean la cara visible del fenómeno por su consumo en el espacio público y las marcas que deja el consumo indiscriminado. Es así que al igual que con otras sustancias, no se puede evitar observar las características del sujeto y el entorno. Ahora bien, respecto a la magnitud y extensión de este fenómeno y de los problemas que se le asocian, existe una considerable carga de morbilidad derivada del consumo de sustancias psicoactivas en su conjunto, sin embargo, los resultados de distintos estudios destacan que la mayor parte de carga de morbilidad mundial se debe a las sustancias lícitas, más que a las ilícitas. Según la OMS el hábito de fumar está aumentado rápidamente en los países en desarrollo, se estima que el 50% de los hombres y 9% de las mujeres en los países en desarrollo son fumadores a comparación del 35% de los hombres y el 22% de las mujeres de los países desarrollados. En Argentina, la prevalencia en los adultos es del 46,8% en los hombres y del 34,4% en las mujeres, mientras que entre los jóvenes los porcentajes se encuentran en un 25,7% en varones y 30% en mujeres. Respecto al consumo de alcohol, el consumo anual per cápita de los adultos oscila entre 5 y 9 litros de alcohol puro. Respecto a las drogas ilícitas, se estima que entre 172 y 250 millones de personas las consumieron por lo menos una vez al año, de los cuales entre 18 y 38 millones eran consumidores problemáticos. En nuestro país, la Encuesta Nacional sobre Prevalencias de consumo de Sustancias Psicoactivas indagó la prevalencia de consumo de las principales sustancias psicoactivas en la población entre 16 y 65 años y una encuentra que se realizó de forma autoadministrada a estudiantes de entre 13 y 17 años halló que: Más de la mitad de la población declaró haber consumido tabaco alguna vez en su vida, siendo Cuyo y la Patagonia las regiones con mayor prevalencia. Jenn La prevalencia de consumo de bebidas alcohólicas es de 76,8%, y aumenta en las regiones de Gran Buenos Aires, Cuyo y Pampeana. El 4% afirmó haber consumido al menos una vez tranquilizantes y el 1% estimulantes. Declararon haber consumido drogas ilegales al menos una vez en su vida alrededor del 7% de la población. Entre los estudiantes de 13 a 17 años de todo el país, las sustancias de mayor consumo son el alcohol y el tabaco. La edad de inicio en el consumo de tabaco y alcohol se ubica en los 13 años tanto en varones como en mujeres. Los estudiantes consumen bebidas alcohólicas preferentemente durante el fin de semana. Un 9,3% de estudiantes entre 13 y 17 años consumieron alguna droga ilícita en el último año, siendo la marihuana la que tiene una mayor prevalencia, seguida por la cocaína. La edad de inicio de consumo de psicofármacos se ubica entre los 13 y 14 años. Esto nos permite ver que el consumo de sustancias psicoactivas es una práctica habitual en la población argentina. Ignacio Lewkowicz – Subjetividad adictiva. Las adicciones constituyen un problema contemporáneo. Lo notorio es que no constituyan sólo un problema local, específico, acotado al campo de intervención de una disciplina particular. La adicción parece desbordar irremediablemente las capacidades de comprensión y acción de las diversas disciplinas destinadas a sus cuidados. Este reconocimiento general que hace de la adicción un objeto de un discurso cualquiera, viene a mostrar, para la mirada historiadora, que no estamos sólo ante una estructura clínica particular, o en presencia de unos fármacos específicos que alteran las personalidades de las personas, o ante una modalidad delictiva particular. No estamos ante el mero incremento cuantitativo de unas prácticas que llamamos adictivas, sino ante la instauración cualitativa de un tipo radicalmente nuevo de subjetividad socialmente instituida. Uno de los principales problemas de la encrucijada actual de las ciencias humanas es el de la articulación de las dimensiones que corrientemente se llaman individual y social. Las ciencias de la psique entienden el caso a caso, mientras que las ciencias sociales entienden fenómenos desde lo colectivo, pero ambas por si mismas no logran explicar este fenómeno: no son suficientes. Es así que se plantea el discurso histórico. Desde las ciencias de la psique lo que suelen llamar "social" tuvo tres modalidades de asunción distintas. 1. En la primera versión, el lazo social se presenta lisa y llanamente como proyección acumulativa de las estructuras y configuraciones psicológicas constitutivas de los individuos: el lazo es la multiplicación de los individuos. Se entendía simplemente el vínculo persona-persona. 2. En la segunda, el conjunto de las configuraciones sociales trabaja como contexto particular que condiciona las posibilidades de realización de lo que es el mundo interno de los individuos, es decir, el sujeto es limitado por su entorno. 3. En la tercera, el peso de las condiciones socioculturales en la constitución psíquica de los individuos se acrecienta, se reconoce, se proclama, pero la relación se plantea en términos de influencia cuantitativa, es decir, el sujeto es influido por el entorno pero este también influye a lo que está a su alrededor. Desde lo social tampoco se da una respuesta al problema de las adicciones, pese a la multiplicidad de observaciones sistemáticas en muy diversas situaciones socioculturales. Los individuos se presentan, en este campo, como puntos de realización particular de las estructuras y configuraciones sociales en que habitan. La perspectiva adoptada postula que las condiciones socioculturales específicas en que se despliega la vida de los individuos no es un escenario que condiciona en exterioridad sino que es una red prácticas que interviene en la constitución misma de los tipos subjetivos reconocibles en una situación sociocultural específica. La figura del adicto, más allá de las configuraciones médicas, jurídicas y psíquicas específicamente detectables, es una figura socialmente instituida, es un tipo subjetivo reconocible. La institución social "adicción" existe porque socialmente es posible la Jenn subjetividad adictiva. La adicción es una instancia reconocible universalmente porque la lógica social en la que se constituyen las subjetividades hace posible -y necesario - ese tipo de prácticas. La posibilidad social de la adicción no se limita al par éxito - fracaso social. La modalidad espontánea de remisión de las adicciones a las condiciones sociales supone que la adicción es una respuesta siempre latente en los individuos y las sociedades, que es una tendencia siempre disponible que se activa cuando las condiciones sociales específicas las disparan. El individuo está estructurado de por sí; la tendencia adictiva está latente. Basta con que socialmente se suministre la dosis pertinente de frustración, escepticismo o desasosiego. La perspectiva histórica de la subjetividad exige suspender este tipo de análisis: no interesan aquí los factores sociales que empujan a la adicción de un individuo, pasible de volverse adicto ya de por sí, sino las prácticas sociales de constitución de una subjetividad en la que la adicción sea una posibilidad siempre dada desde ya. La percepción de una subjetividad adicta no se preocupa aquí por las tendencias adictivas sino por la constitución misma de esa posibilidad. No interesan aquí entonces las causas coyunturales que empujan a la droga sino las que producen una subjetividad amenazada de caer en adicción: ni las propiedades de las sustancias, ni las propiedades particulares de los individuos, ni las ocasiones de "caída" serían posibles si al tipo adictivo no estuviera socialmente producido e instituido. Sólo nuestra cultura contemporánea lee cualquier relación tenaz de un individuo con algún objeto de su cultura bajo el tamiz de la adicción. Antiguamente, la modalidad establecida de la relación excesiva de un individuo con otro individuo u objeto no se da bajo la institución de la adicción, sino bajo la figura emblemática de la esclavitud: de hecho el término adicto proviene de addictus, palabra que se usaba en la antigua Roma para definir a aquel individuo que era esclavo por deudas. La adicción es el cristal actual desde el cual se comprenden las relaciones enfáticas. La maligna cualidad adictógena no sólo está en las cosas malas sino también en la pureza de las cosas nobles. Todos somos adictos, en potencia, a todo: la amenaza es universal y ubicua. Que el adicto sea una figura instituida significa que por un lado es un efecto de ciertas prácticas sociales de producción de subjetividad, y por otro, que el efecto es universalmente reconocible. La figura del adicto es un tipo psicosocial porque es reconocible, está tipificada, es objeto de predicación y objeto de cuidados sociales: brinda una identidad capaz de soportar el enunciado de virtud ontológica “soy adicto”. La identidad adictiva es el índice de existencia de una subjetividad instituida. Ni el que se comporta pasivamente ante los placeres, llamado "esclavo" en la antigüedad, ni el libertino o el vicioso están tomados por la red discursiva e institucional que hoy da existencia al adicto: un discurso massmediático, una tematización generalizada, una serie de asociaciones de ayuda, una institución de estas prácticas bajo el mote patológico de enfermedad, una derivación espontánea de estas conductas hacia la esfera psicológica, una remisión de la causalidad hacia las familias de origen. El mundo de la adicción sólo es posible en determinadas condiciones socioculturales. Estas condiciones involucran la institución de un soporte subjetivo del lazo social, la existencia correlativa de un reverso de sombra específico, la hegemonía sociocultural de una instancia específica de delimitación de las patologías, la operatoria social efectiva de dispositivos de cura, predicación y cuidado de las patologías instituidas. La subjetividad adictiva se puede considerar socialmente como un subproducto de la subjetividad del consumidor, de la sociedad de consumo. Sólo en este plano de la patología socialmente establecida como tal es posible situar la génesis de la figura del adicto, en la figura instituida del consumidor. La subjetividad del consumidor habrá que considerarla, naturalmente, como el efecto de unas prácticas de constitución y no como una mera "ideología consumista". Para la historia de las subjetividades los hombres son lo que las prácticas de producción de subjetividad los hacen ser. Estas prácticas socialmente establecidas no coloran con accidentes sino que determinan la naturaleza humana en cada situación. El consumidor no es un accidente contemporáneo que le sobreviene a la eterna naturaleza humana sino que trama la naturaleza misma del hombre contemporáneo. Consumidor, entonces, no es un adjetivo del hombre contemporáneo sino una definición, su determinación epocal. Jenn El consumidor está producido por una serie de prácticas específicas: la serie de prácticas que lo estructura lo instituye como un sujeto que varía sistemáticamente de objeto de consumo sin alterar su posición subjetiva. Esto quiere decir, que el consumo “normal” es aquel que es variado, en el cual se consumen diversidades de objetos o productos. Por la misma vía el zapping televisivo, la renovación del mercado, la multiplicación tecnológica, reproducen esta inducción productiva de subjetividad a lo largo de la vida de un individuo. Lo que deviene del consumo es la promesa de felicidad inmediata. La promesa es la del objeto próximo. La lógica de la satisfacción por el objeto es la del todo o nada. Las prácticas de producción de subjetividad determinan un rasgo como esencial. Por este rasgo esencial producido por estas prácticas se reconocen mutuamente los "individuos" que así han sido engendrados. Un hombre era hombre en la medida en que estuviera en plena posesión de sus facultades conscientes: los locos estaban excluidos; los niños postergados. La pertenencia a la humanidad estaba supeditada al reconocimiento de que un individuo poseyera tal rasgo. El rasgo que caracteriza a quien ha sido producido como sujeto de consumo es la imagen: lo que se llama cultura de la imagen es el efecto visible de las prácticas de producción de subjetividad consumidora. Así como ser hombre fue poseer una conciencia; ser hombre hoy es ser reconocido como imagen por otro que a su vez lo es. Las prácticas de consumo, además de sostener la promesa de felicidad otorgada por el próximo objeto, producen una especie particular de lazo social. El consumo no es un acto solitario: requiere de un espectador o testigo. Las adicciones se sitúan en el revés de sombra específico del sujeto instituido del consumo. En ese envés de sombras se produce una serie de anomalías respecto de lo que se supone normal. Esa serie de anomalías para consistir, tiene que ser leída por un discurso específico y controlada, cuidada, predicada y distribuida por la serie de instituciones que realizan la eficacia de ese discurso específico. Las anomalías adictivas hoy parecen estar en posición semejante a las anomalías histéricas respecto del discurso médico. La instancia de delimitación de las patologías se ha desplazado, en la modernidad tardía, del discurso médico hacia el massmediático. Lo que socialmente se llama adicción es efecto de la lectura y tratamiento de la sombra del sujeto consumidor por el discurso massmediático y sus instrumentos institucionales. El mercado requiere multiplicar el número de consumidores. La multiplicación de los actos de consumo por cada individuo consumidor compensa con creces la restricción de los actos de consumo producida por la expulsión de los no consumidores. La subjetividad del consumidor es, entonces, un medio de producción del mercado. Cuando el sujeto está constituido como consumidor, la multiplicación de sus actos de consumo es una consecuencia necesaria. El que no es consumidor, y sólo necesita un tipo particular de objetos, entorpece la rueda de la multiplicación mercantil. El consumidor está sostenido en la promesa del objeto totalmente satisfactorio, pero el mercado tiene que lograr que la promesa se reproduzca como promesa sin que jamás se realice. El consumidor debe estar en condiciones subjetivas de desechar el último objeto en nombre del próximo. El consumidor y el sujeto de la imagen tienen que quedar a salvo de terminar capturados por el objeto que consumen y el signo que momentáneamente son. El adicto, entonces, constituye a la vez la realización y la consecuente interrupción del sujeto del consumo, de la promesa estructurante del mercado y sus subjetividades. La tecnología tenía que producir efectivamente el objeto que colmara a un sujeto. Lo hizo; pero ahora no puede ofrecer otro objeto. Por ese motivo, en la instancia massmediática de delimitación de las patologías, este encuentro tan logrado queda establecido como aniquilación subjetiva: el sujeto ha desaparecido tras el objeto que lo satisface, y desde entonces lo constituye. El consumo de unos objetos variables circunstancialmente produce una imagen reconocible según los patrones coyunturales. El consumo adictivo de fijación a un objeto (una sustancia, una práctica, un tipo sexual, una actividad informática, un agujero del cuerpo o una imagen ideal) engendra a su vez también una imagen específica: la imagen del adicto como tipo reconocible, predicable y que da una identidad: la identidad adictiva. El adicto dispone de un Jenn discurso que lo representa y aliena de modo reconocible para el conjunto. Tiene un lugar de recuperación y una tarea posterior. En esta línea, la drogadependencia se tiene que concebir como forma específica de una modalidad adictiva general. La existencia de sustancias alucinógenas, barbitúricas, estimulantes o afrodisíacas en diversas sociedades no puede dar lugar por si misma a la adicción instituida como tal. Esas mismas sustancias sin la subjetividad capaz de entrar en relación adictiva con la cosa cualquiera, no podrían dar lugar a la adicción instituida a las drogas; las drogas pueden circular sin drogadictos. Por el contrario, sólo la subjetividad adictiva en general, constituida por las instancias de delimitación de las patologías, sobre el envés de sombra de la figura instituida del consumidor, podía permitir el paso del usuario tenaz de sustancias tóxicas al adicto. Las drogas de por sí no causan adicción, pero en las condiciones actuales de subjetividad de consumo capaz de pasar a la adicción, constituyen un objeto privilegiado de la amenaza adictiva. En estas condiciones, las drogas producen adictos (o mejor dicho: realizan la adicción de los adictos producidos por las prácticas del consumo). En esta línea de análisis, el concepto clave es el de subjetividad instituida. Este concepto parte de postular que lo que se llama naturaleza humana no está determinado de por sí, es decir, que lo que hace ser hombres a los hombres no es un dato de la naturaleza dictado por la pertenencia genérica a la especie. Los hombres no disponen de una naturaleza extrasituacional sino que lo que los hombres son producto de las condiciones sociales en que se desenvuelven. De ahí se deriva que la esencia humana es situacional. Las subjetividades instituidas dependen en gran medida del soporte subjetivo requerido por el estado y el lazo social. Desde el punto de vista de la historia de las subjetividades, en las diversas situaciones socioculturales se ofrecen a los individuos una serie de tipos identificatorios posibles en que realizarse. El tipo del adicto bien puede organizar una vida en torno del rasgo adictivo. Hay un guion de la cultura actual que le ofrece una serie de escenas codificadas, de etapas y discursos, de argumentos y sentimientos que, desplegados por turno organizan la vida paradigmática de “el adicto”. La adicción incluye problemas familiares (la sorprendente entidad "falta de diálogo" ha hecho fortuna), frustraciones laborales brumosas o reales, tentación fascinada, pérdida de afectos, dolor delictivo con culpa, una instancia catastrófica de "tocar fondo”, un duro aprendizaje para "reconocer la enfermedad", las vacilaciones de una curación trabajosa, una simple felicidad resultante, un testimonio de espaldas ante las cámaras, una prédica para salvar a otros de semejante infierno. La epopeya está tendida. Alguien cae y con ella ya tiene ya al alcance una identidad indudablemente reconocida. La existencia no es una cosa absoluta, de hecho, existir implica existir para un discurso. Para el discurso histórico, sólo existe lo que se inscribe con su nombre en una red de prácticas que le dan consistencia. El sentido histórico social de un concepto es la red de prácticas en que se inscribe. Es sabido que los umbrales de normalidad y patología están pautados culturalmente. La delimitación de las patologías consiste fundamentalmente en una clasificación específica de las conductas desviadas respecto de la personalidad oficial instituida. Esta delimitación, además de clasificar, establece una genealogía causal de las formaciones que considera campo de intervención rectificadora. Finalmente, establece el tipo de intervención rectificadora específica que es necesario para la circunstancia. Esta instancia de delimitación de las patologías funciona a su vez como instancia de derivación de las patologías debidamente clasificadas hacia los dispositivos o instituciones considerados como capaces de lograr la rectificación. Los estados nacionales habían instituido al saber médico como instancia fundamental de delimitación de las patologías, derivación y tratamiento. La función que cumplía por un lado el estado nacional como meta-institución general (en la quedaban representadas y orgánicamente solidarizadas las diversas instituciones existentes) y por otro la filosofía, como meta-discurso general, en que quedan clasificados y ordenados el conjunto de los saberes autorizados circulantes en una situación, se han desplazado. En los estados técnico-administrativos contemporáneos, Jenn el discurso massmediático cubre ambas funciones (meta-institución y metadiscurso). A partir de dicho lugar "meta", el discurso maasmediático cumple actualmente la tarea de delimitar las patologías. De hecho, el discurso massmediático no difunde sino que constituye el saber socialmente válido sobre las adicciones. Este discurso produce y difunde su perfil del adicto: los rasgos por los que se reconoce un adicto, las modalidades de su razón de ser adicto, los modos de padecimiento autorizados, los centros de atención para los que portan los rasgos mediáticamente programados. El saber social promedio es difundido para víctimas, familiares, allegados, damnificados y educadores. El conjunto de los discursos convocados (jurídico, policial, pedagógico, psicoanalítico, sociológico) es sólo un conjunto de voces subordinadas al tiempo y el texto que le marca el que las coordina en un coro. Son voces subordinadas que sólo están convocadas para avalar el lugar común y la administración massmediática de la patología. Jenn Alcohol Harrison – Medicina interna Las enfermedades mentales son frecuentes en la práctica médica y sus manifestaciones iniciales pueden ser las de un trastorno primario o un cuadro coexistente. Las estadísticas de la carga global de la enfermedad indican que cuatro de las 10 causas más frecuentes de enfermedad y costos por atención de la salud en todo el mundo son de origen psiquiátrico. Es importante que se realice un diagnóstico lo antes posible para asegurar que los pacientes accedan a los servicios médicos adecuados y mejorar el pronóstico clínico. Se han elaborado cuestionarios validados basados en el paciente, con los que se investiga sistemáticamente la presencia de signos y síntomas vinculados con las entidades psiquiátricas más prevalentes y orientan al médico hacia una valoración “más selectiva”. La Primary Care Evaluat