Geopolítica tema 1 PDF

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This document provides an introductory overview to geopolitcs, highlighting its interdisciplinary nature and its connection to various social sciences, geography, and history. It emphasizes the interplay of geographical factors and political communities. The document also includes a discussion of time and the dynamics of historical change.

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GEOPOLÍTICA Primer cuatrimestre: concepto de geopolítica y evolución del pensamiento geopolítico 1. ¿Qué es la geopolítica? Para comprender la noción geopolítica o la idea de qué es la geopolítica o en qué consiste el análisis geopolítico, debemos comprend...

GEOPOLÍTICA Primer cuatrimestre: concepto de geopolítica y evolución del pensamiento geopolítico 1. ¿Qué es la geopolítica? Para comprender la noción geopolítica o la idea de qué es la geopolítica o en qué consiste el análisis geopolítico, debemos comprender que este tipo de perspectiva se alimenta de un amplio abanico de disciplinas integradas dentro de las Ciencias Sociales. Se trata de un conocimiento interdisciplinar en tanto en cuanto es un punto de conexión entre disciplinas y metodologías diversas, pero también se trata de un conocimiento transdisciplinar al ser necesaria la interactuación de una gran multiplicidad de ellas para dar como resultado un producto digno. Lo que comúnmente se denomina geopolítica resulta del estudio de los efectos de la dimensión tiempo en el marco de la geografía humana y de la geografía política, algo que sólo puede lograrse teniendo en cuenta el marco de la geografía física. La geografía física, aunque pueda parecerlo no es un factor o un condicionante inmutable; a través del tiempo la geografía física también cambia, y aunque lo hace dentro de unos márgenes que superan la vida promedio de un ser humano, sí condiciona la relación de las comunidades políticas con su entorno. Un ejemplo al respecto pueden ser los cambios físicos que se han dado en periodos relativamente cortos de la historia de la humanidad. En términos de historia natural, los cambios en la línea de costa en Galicia durante los últimos milenios han sido insignificantes. No obstante, si los proyectamos en la escala humana de la historia de la humanidad, nos encontramos con que la Isla de Arosa estaba unida al continente hasta el año 2000 a.C. aproximadamente. Esto en la perspectiva vital de un ser humano puede parecer mucho tiempo, pero históricamente estamos hablando de un número de generaciones relativamente corto. Recurriendo a otro ejemplo, el Canal de la Mancha, tenía un aspecto muy diferente 7000 años a.C. Nuevamente. En términos de historia natural, estamos hablando de un breve lapso de tiempo, aunque en términos humanos nos parezca una cronología de largo plazo. Este tipo de incongruencias cronológicas se pueden evidenciar bien con el estudio del fondo del Canal de la Mancha. Al igual que el fondo de las rías gallegas, las profundidades del canal están repletas de yacimientos arqueológicos que nos permiten conocer el pasado y que nos muestran una geografía muy diferente a la actual. Aunque parezca inmutable la geografía física también tiende a cambiar. Si hiciéramos un análisis geopolítico de la historia de la humanidad podríamos observar estas mutaciones. Por supuesto se trataría de un ejercicio teórico, quizá incluso especulativo. A fin de cuentas, seríamos incapaces de establecer una genealogía 1 indiscutible de las comunidades políticas en las que se ha organizado el ser humano sobre la faz del planeta tierra. Podemos hablar, por tanto, de una geografía diferente según la época histórica de la que estemos hablando. Debemos comprender, además, que toda época histórica de la humanidad, desde el punto de vista de la historia natural o de la geología, se trata de un tiempo que podríamos calificar como reciente. Si analizamos esta idea desde una perspectiva comparativa podemos cruzar datos e imaginar cómo las personas que caminaban sobre el Canal de la Mancha, o sobre el lecho de las rías gallegas, lo hacían mientras ya existía la ciudad de Mesopotamia. Esto es: en época histórica. Comparativamente el grado de desarrollo material y social era muy diferente entre las comunidades humanas que vivían en un marco geográfico u otro. Recordemos que separamos la historia de la prehistoria o la protohistoria en función a la disponibilidad de fuentes primarias escritas. El desarrollo de nuestras comunidades políticas, pues, se ha visto condicionada por los cambios geográficos en el medio y el largo plazo, y lo continuará haciendo en el futuro. La anegación de territorios archipelágicos y costeros que la comunidad científica prevé que puede producirse a lo largo de todo el orbe en las próximas décadas, así como la apertura de nuevos canales de navegación a través del casquete polar Ártico como resultado del deshielo, se engloban dentro de este tipo de marcos de cambio geográfico que afectan a las comunidades políticas de la humanidad. La conocida como Pequeña Edad de Hielo1 entre los inicios del siglo XIV y los años mediados del XIX resulta otro ejemplo de este tipo de cambios en los marcos geográficos que afectaron en el pasado a comunidades políticas constituidas e, incluso, en el caso de la última, al propio Estado-Nación moderno. 2 En el pasado los cambios de los marcos geográficos han afectado a los sujetos políticos existentes en cada momento de la historia desde la propia conceptualización de un modelo social complejo y es evidente que continuará siendo así. De la misma forma, aunque resulte una obviedad decir que la relación entre las comunidades políticas y su medio físico se desarrolla a lo largo del tiempo, merece la pena insistir en ello. La historia es la ciencia que ordena y analiza el tiempo pasado en relación con la humanidad, su objeto de estudio es la proyección social y humana de esa dimensión tiempo. Para adentrarnos en la perspectiva geopolítica o en el análisis geopolítico, debemos estar abiertos a relativizar las dimensiones tiempo y espacio, así como a jugar con ellas para comprender fenómenos complejos que resultan inseparables de la acción humana. Las dinámicas a largo y medio plazo no pueden ser separadas del cuadro de análisis geopolítico si queremos que este resulte explicativo. Las referencias o coordinadas básicas sobre las que se sustenta un análisis geopolítico son, por tanto, el tiempo y el espacio en el que se circunscriben determinados procesos y dinámicas humanas entre las que se pueden identificar relaciones causales. Sin referenciar el lugar y el momento en el que se entrecruzan los intereses de las comunidades políticas, no puede realizarse un análisis que podamos calificar bajo el término geopolítico. A partir de estas dos coordinadas se desarrollan todas las demás. Ubicar escenarios y actores en el espacio y el tiempo resulta imprescindible, y hacerlo supone cruzar la línea que diferencia buena parte de las ciencias sociales, naturales y exactas. La estadística, por ejemplo, es una ciencia que se desarrolla gracias a las matemáticas y que es susceptible de ser utilizada en casi toda la enorme heterogeneidad de las ciencias sociales. Es una muestra de la cantidad de ciencias que interactúan en el marco de análisis geopolítico o que son susceptibles de colaborar en él. Cada siglo cuenta con aproximadamente cuatro generaciones de seres humanos, este dato nos ofrece una referencia natural y fácil de comprender. Nos permite reflexionar sobre en qué consisten los convencionalismos sobre los que levantamos nuestra forma de medir el tiempo. Este dato, también nos ayuda a comprender la relación del ser humano con el tiempo, y singularmente con el pasado. Desde tiempos inmemoriales el ser humano ha buscado sus orígenes en un pasado, a veces inventado, con el que comprender acontecimientos del presente y en el que volcar sus esperanzas de futuro. Debemos comprender el análisis geopolítico en el marco de la dimensión tiempo de una forma completa. Valorando tanto el corto plazo como el medio y largo plazo. Todo ello reflexionando sobre la validez de esta partición. ¿Acaso se puede identificar un periodo de tiempo de la misma forma cuando se tienen marcos cronológicos diferentes? Pongamos un ejemplo: en una sociedad con una expectativa de vida de 30 años, ¿puede ser entendido un periodo de diez años de la misma forma que en una sociedad con una esperanza de 83? Estas perspectivas, que nos ayudan a cómo definir el tiempo que pasa entre 3 dos acontecimientos determinados, más allá de un convencionalismo, se mide en una escala claramente humana. El cambio en las expectativas del número de años que viven los individuos tiene un impacto a este respecto y lo van a seguir teniendo en el futuro. Un simple vistazo a la esperanza de vida al nacer en la España de 1960 y en la de 2023 nos da un buen ejemplo de cómo en pocas generaciones la relación de los seres humanos con el pasado, así como de las comunidades políticas en las que se constituyen, pueden variar en un corto espacio de tiempo. De hecho, no resulta un factor de menor interés para el análisis geopolítico. Pensemos que la propia concepción del análisis geopolítico se ve condicionado desde el principio por factores externos, intrínsecos y difícilmente medidos u objetivables, este sin embargo lo es. Volviendo al ejemplo, pensemos en cuál podía ser la concepción del tiempo entre una persona nacida en el siglo XIX y una nacida en el siglo XXI. Simplemente la variable de la esperanza vital del individuo tiene un impacto importantísimo. Todos los grupos humanos de la historia han estado sometidos a un contexto geopolítico determinado al que han tenido que adaptarse. Sus acciones han impacto sobre este contexto y a la vez sus posibles decisiones han estado condicionadas por él. De igual manera, todas las comunidades políticas, compuestas por los diferentes grupos humanos, han aspirado a perpetuarse hasta la eternidad. El principal objetivo, dentro del Sin duda el tiempo relativiza las constantes de cualquier análisis de carácter geopolítico, pero también lo enmarca en unos límites culturales, tecnológicos y espaciales. La capacidad de movilidad de bienes, servicios y personas entre los años iniciales del siglo XX y el año en el que vivimos da buena muestra de cómo en un breve lapso de tiempo todo puede cambiar. Además, la constante innovación tecnológica hace que el ritmo de estos cambios en un contexto multinivel siga un ritmo exponencial. Siguiendo con nuestras analogías podemos recordar datos que nos facilitan la 4 comprensión de estas ideas, así, por ejemplo, que el Imperio Romano de Oriente durase casi una quinta parte de lo que hoy conocemos como historia de la humanidad resulta una afirmación sugerente. En el campo de la supervivencia de modelos institucionales, podemos recordar que la mayor parte de lo que hoy conocemos como la República Popular China estuvo sometida a una misma figura de autoridad —el emperador— desde aproximadamente el año 1000 a.c. hasta 1912, a un hoy sigue sujeta a una única figura, por más que el modelo de esta haya cambiado, su sumisión a un poder único y central no. Este tipo de ideas nos permite relativizar la definición del largo, medio y corto plazo. Además de la visión eurocéntrica, u occidental si se quiere, de dimensión tiempo, existen otras que merecen ser tenidas en cuenta. Para afrontar el análisis geopolítico, también deberemos aclarar algunas ideas respecto a la propia concepción de las comunidades políticas a las que nos referimos durante la historia y la protohistoria de la Humanidad. Sin menospreciar el alcance y la importancia del modelo de Estado que surge como resultado de la Europa postwestfaliana, debemos tener en cuenta la existencia de otros modelos de organización política surgidos a lo largo de la historia, y su interés a la hora de comprender y afrontar el análisis geopolítico, así como la propia teoría de las Relaciones Internacionales. Por tanto, hablaremos de conceptos como el de Estado y Nación, pero también de categorías alternativas, como civilización, de actores no estatales o del papel de las alianzas internacionales y los modelos de integración regional. Las dimensiones espacio y tiempo interactúan en el análisis geopolítico, esto resulta una evidencia que a nadie puede chocar. No podemos afrontar un análisis geopolítico sin analizarla de forma histórica. La política y las relaciones internacionales están profundamente condicionadas por las dos dimensiones básicas a las que hemos hecho referencia. Entendamos la dimensión espacio desde la perspectiva geográfica, por supuesto. No estamos hablando del espacio exterior ultraterrestre, aunque en el futuro de la geopolítica también tendrá que incluir esa idea. La idea de espacio ha mutado constantemente a lo largo de la historia de la humanidad de forma paralela al aumento de los límites de sus acciones. Los dominios tradicionales en los que se comprendió la geopolítica hasta la aparición de la aviación en el siglo XX fueron el mar y la tierra. El control sobre el espacio aéreo fue una gran novedad del siglo XX. Este avance tecnológico condicionó la visión de la tierra y el mar, pero también redefinió las dimensiones espacio y tiempo. El transporte aéreo resultó ser mucho más rápido que el terrestre y el marítimo y el tiempo necesario para que un recurso humano o material pasase de un lugar del globo a sus antípodas dejó de contabilizarse en meses o semanas para pasar a hacerlo en días, cuando no en horas. El desarrollo del derecho aeronáutico hunde sus raíces en la Primer Conferencia de La Haya de 1899, en la que ya se intentó regular el uso de estaciones aeroestáticas en el marco del derecho de la guerra. Algo parecido ha ocurrido con la extensión de este dominio hacia el Espacio Exterior, un nuevo reto para el que algunos autores ya 5 hablan directamente de un dominio ultraterrestre. Por cierto, un ámbito que ya se lleva regulando desde el segundo tercio del siglo XX y que cada vez resultará, especialmente en el medio plazo, un área de disputa entre actores políticos internacionales. Debemos comprender que el espacio ultraterrestre se ha convertido en un dominio en sí mismo gracias a la necesidad de explotar los recursos en él cobijados y la competición por hacerlo, una vez superado el duopolio del acceso a este que se alargó durante la práctica totalidad de la segunda mitad del siglo XX. La competición por la explotación de recursos, la tecnología para acceder a ellos, así como su comercialización y el carácter estratégico de las nuevas tecnologías vinculadas a este proceso no resulta una novedad de la historia de la humanidad. Comparemos con las revoluciones de las edades de los metales, o la exploración ultramarina de la Edad Moderna. Al igual que la nueva exploración submarina, la exploración del espacio ultraterrestre parece contener todo lo necesario para una competición de carácter geopolítico durante las próximas décadas. En este sentido, la diferencia reside en que la exploración submarina amplió los espacios de extracción de recursos, las fronteras y los canales de tránsito de amenazas para el comercio, pero lo hizo en el marco de un medio ya regularizado por el derecho marítimo. Es cierto que las nuevas tecnologías ahora facilitan la exploración y la extracción de recursos del lecho marino, pero lo cierto es que la regulación internacional a ese respecto está bastante desarrollada y el compromiso de los actores internacionales está meridianamente claro, aunque no falten evidencias de lo contrario. Basta pensar en las disputas en el Mar de China Meridional. En el ámbito del derecho ultraterrestre, al contrario, el papel de los actores con capacidades de exploración y explotación espacial parece menos comprometido no sólo con respecto a las normas existentes, sino con el desarrollo de las mismas y su perfeccionamiento y convencionalización. La exploración del espacio exterior y su generalización, más allá de prácticamente un monopolio después de la desintegración de la URSS, ha abierto nuevas oportunidades, pero también nuevos riesgos y nuevas amenazas. El papel que adopten los actores estatales durante los próximos años en la búsqueda de consensos que regularicen y normativicen la competición en su seno resultará crítico. También resulta oportuno, por qué no decirlo, la necesidad de someter a los actores no estatales con capacidades ultraterrestres, como algunas empresas, para contener su exploración y explotación del nuevo dominio. Por último, en las últimas décadas, ha aparecido un nuevo dominio que tiene un impacto importante en la geopolítica. La novedad de este cuarto dominio es su carácter no estrictamente material, de hecho, podríamos calificarlo como un dominio de carácter postmaterial. Se trata de un dominio de carácter virtual. No es físico, pero tiene gran importancia sobre lo físico. 6 Afecta a las comunicaciones, a los medios de locomoción, al intercambio de información. Denominamos a este dominio ciberespacio. La causalidad espacial y temporal de los sucesos políticos del pasado, del presente y del futuro son el campo de estudio de la geopolítica. Quizá no podamos atrevernos a definir la geopolítica como una ciencia en sí misma. Pero podríamos identificarla como el espacio de interacción entre diferentes ciencias tales como la Historia, la Ciencia Política, la Sociología, la Antropología, la Economía y la Geografía. Es un punto de conexión entre las diferentes ciencias sociales. No obstante, en sus análisis también están presentes las ciencias exactas. La estadística, la física, la climatología, la vulcanología y las ciencias de los alimentos entre otras tienen un papel indispensable para completar análisis geopolíticos en diferentes escenarios. Si nosotros aspiramos a comprender el análisis geopolítico, el conocimiento sobre el espacio geográfico natural resulta indispensable. La geopolítica centra su análisis en la relación que existe entre el poder político y el territorio, teniendo en cuenta los recursos naturales a disposición de las comunidades políticas y de los grupos humanos organizados. En la práctica, el término geopolítica es utilizado para designar todo lo relacionado con las rivalidades por el poder o la influencia sobre determinados territorios y sus poblaciones. Así, la rivalidad entre actores estatales o no estatales por el control de espacios determinados es designado con el término geopolítica. El análisis geopolítico resulta de interés para comprender las causas, los orígenes y la prospectiva de los conflictos. La geopolítica estudia como los actores políticos se relacionan espacialmente y cómo organizan entre ellos el reparto de ese mismo espacio. Proyecta el estudio de la geografía física y humana sobre las relaciones políticas en el amplio espectro y las relaciones internacionales de una forma más específica. Si tuviésemos que ofrecer una definición analítica de geopolítica podría ser: El estudio de los actores políticos y su relación con el espacio, sus recursos y su intercomunicación a través del tiempo. 2. ¿Qué es la prospectiva? La prospectiva es una disciplina que explora, prevé y aspira a anticipar y condicionar el futuro. La prospectiva pretende ayudar a conformar y utilizar la inteligencia —el conocimiento— de manera estructurada y sistémica para anticiparse a los cambios. La prospectiva estudia los procesos de cambio, intenta comprenderlos, los sistematiza y aspira a influir en ellos. La identificación de las dinámicas de 7 cambio tiene como finalidad potenciarlas, modificarlas o impedirlas. Por otra parte, la prospectiva estratégica pretende integrar la prospectiva en la elaboración de las políticas de largo plazo. La prospectiva utiliza la inteligencia colectiva de manera estructurada y sistemática para contribuir a desarrollar mejor las posibles vías de transición, preparar a los actores para resistir a las perturbaciones y configurar el futuro deseado. La prospectiva estratégica anticipa las tendencias, los riesgos, las cuestiones emergentes y sus posibles implicaciones y oportunidades, con el fin de obtener información útil para la planificación a largo plazo y la elaboración de políticas. La prospectiva estratégica no predice el futuro; explora posibles futuros diferentes, junto con las oportunidades y los retos que podrían plantear. La prospectiva permite actuar en el presente para configurar el futuro deseado. El conocimiento del pasado es útil para comprender el funcionamiento de los actores estatales y no estatales, pero debe ser complementado. El pasado no se repite. Los actores nunca repiten exactamente sus actos, ni ningún actor suele tender a repetir el comportamiento exacto de otro, y si lo hiciera, tampoco lo haría por las mismas razones condicionantes. Existen dinámicas de continuidad y ruptura en la toma de decisiones de los actores. Es necesario identificar los patrones que existen y también los agentes que actúan sobre ellos. Henry Kissinger aseguraba que el presente necesariamente debía parecerse al pasado. Tal y como hemos adelantado, esta afirmación no significa que los acontecimientos se repitan, tampoco que se repitan las dinámicas. No obstante, la observación y análisis de los actores puede identificar pautas de comportamiento. Existen patrones de conducta, patrones de repetición, y elementos disruptivos. Algo que afecta tanto a las instituciones como al factor humano. La prospectiva también permite identificar escenarios de cambio y mutación. De manera general, el laboratorio de todas las ciencias sociales es la historia. El conocimiento y análisis del pasado permite comprender las pautas y escenarios en la que los actores y dinámicas mutan. Identificar cambios, modelos de comportamiento, situaciones de competencia y sus formas de resolución es uno de los objetivos más importantes de la geopolítica. Para comprender el funcionamiento de los actores en el tablero de la geopolítica es necesario un conocimiento de su contexto en profundidad, los condicionantes culturales son, en ese sentido, códigos que deben ser descifrados. El análisis cultural profundo sólo puede conseguirse a través de una auténtica especialización. Los condicionantes culturales, históricos, económicos, a veces lingüísticos, suponen la diferencia entre una decisión u otra. En este sentido es complejo comprender la racionalidad que se esconde detrás de los procesos de toma de decisiones. La geopolítica, como punto de conexión de varias ciencias sociales y 8 exactas, utiliza conceptos, teorías, métodos, instrumentos y perspectivas de ella, pero debe ser cauta. En cada lugar y en cada momento, los mismos o diferentes actores pueden tomar decisiones diferentes. Incluso pueden interpretar lecturas diferentes con cambios variables mínimos, ya sean materiales o de simple percepción. La idea de racionalidad, pues, resulta compleja y debe ser contextualizada en el marco cultural de cada individuo o grupo. Si nos introducimos más profundamente en la reflexión respecto al propio concepto de racionalidad podremos llegar a algunas conclusiones. Se trata de una idea que se somete a las experiencias de individuos y colectivos. Lo que puede resultar racional para una persona, no tiene porqué resultarlo para otra, ni siquiera serlo por los mismos motivos. ¿Existe racionalidad en un hombre que hace estallar una bomba atada en su propio cuerpo convencido de que será recibido por setenta y dos vírgenes en el más allá? Desde nuestro marco cultural la respuesta parece clara. Sin embargo, nosotros no somos capaces de comprender la geopolítica moderna del siglo XXI sin tener en cuenta ese tipo de racionalidad alternativa. Una racionalidad, por cierto, que está presente en el mundo desde mucho antes de la revolución francesa. 3. Geografía política, geografía humana, geografía física, historia y geopolítica La geografía política es útil para el análisis geopolítico, pero es insuficiente. La geopolítica se trata de un concepto más complejo. La geografía política tradicional es un área que forma parte de otra mayor: la geografía humana. También la organización política de las comunidades humanas sobre el territorio se analiza en la geografía política. La geografía política analiza la distribución del territorio que ocupa el ser humano, ergo su marco de análisis supera al de la geografía física y la supuesta inmutabilidad de sus referentes. La geopolítica por su parte es una disciplina compleja. Podemos denominarla a la vez interdisciplinar y transdisciplinar. Esto es una idea que debemos tener presente a lo largo de todo el temario. Los objetos de estudio, las metodologías, las herramientas y las técnicas que utiliza la geopolítica son muy variadas. Esto hace al análisis geopolítico una realidad compleja de difícil clasificación. Varias dimensiones tienen que estar presentes para comprender la geopolítica, podemos pensar en ella como un poliedro. Todas las caras que lo componen son importantes, si falla una de ellas el poliedro se descompone y su silueta se desconfigura, tornándose en irreconocible. La geopolítica como marco analítico es susceptible de utilizar una multitud de herramientas, técnicas, metodologías e instrumentos que provienen de todas las ciencias sociales y exactas. No debemos pensar que la geografía política ni la geopolítica centran su análisis únicamente en el Estado. Los grupos humanos y las diferentes comunidades políticas que existen son actores colectivos que participan en ellas. Podemos diferenciar dentro del objeto de estudio los actores estatales y los no estatales en el marco de los actores colectivos. Esto es sólo uno de los ejemplos más evidentes que 9 podemos encontrar para mostrar la complejidad del fenómeno al que nos estamos acercando. Todos los grupos humanos se organizan políticamente, Aristóteles en el siglo IV a.C. planteó la idea de que el hombre era un animal social por naturaleza: ζῷον πολῑτῐκόν. Esta idea adelantaba que la organización política de los grupos humanos era consustancial a su propia existencia. Los grupos humanos tienden a crear grupos complejos y organizar su vida en torno a núcleos de población que necesariamente deben ordenarse para sobrevivir. Ordenarse a nivel interno y a nivel de relación con otros, por supuesto. Se trata de una realidad histórica que se ha ido haciendo más compleja a lo largo de la historia de la humanidad. Los grupos de población a lo largo del tiempo se fueron haciendo cada vez más grandes, complejos e interdependientes. De la misma forma, los grupos de población fueron estableciendo cada vez una relación más estrecha con el espacio, la idea del monopolio del espacio en función a sus recursos y características se convirtió en algo común. Finalmente, las comunidades humanas asumieron una relación de monopolio con uso y explotación del espacio. Un espacio virtualmente codiciado, deseado o necesitado por otros grupos que quisieran competir por su uso y disfrute. Por supuesto la ocupación del espacio geográfico por el hombre fue un proceso largo y complejo. A la vez, las comunidades humanas se fueron haciendo socialmente complejas. Esta complejidad exigía formas de satisfacer sus demandas básicas: alimento, economía, seguridad y capacidad de reproducción. La antropología, la etnología y la arqueología son ciencias que han estudiado los orígenes de las organizaciones sociales y sin las cuáles no podríamos comprender los mecanismos que acompañaros a las dinámicas y procesos de relación del ser humano con la dimensión espacial y su proyección política. Cada una de ellas nos ha mostrado formas diferentes de analizar las formas que han tenido los seres humanos de construir realidades sociales complejas. Por supuesto, también se han encargado de demostrar la relación de estas sociedades con el espacio que ocupaban. Desde que el ser humano fue creando una estructura social más sofisticada y compleja, los grupos humanos han tendido a establecer relaciones con otros, ya fuera en el marco de relaciones desiguales o igualitarias. Estas relaciones siempre han estado sometidas a tensiones por el espacio y los recursos que se han alargado a lo largo del tiempo. La vigencia de los conflictos entre grupos y sus alianzas han logrado ser un hecho trascedente en la vida de los individuos y en el de las propias comunidades políticas. De esta forma, la memoria de los conflictos y las alianzas ha condicionado la toma de decisiones de los grupos humanos. Así pues, las diferentes generaciones de seres humanos han desarrollado su experiencia política en base a la memoria de sus predecesores. Esto no resulta una cuestión baladí a la hora de comprender cuáles son las relaciones entre los individuos, los grupos en los que se organizan, las comunidades en las que se constituyen políticamente, las identidades colectivas 10 que desarrollan y el espacio. La rama de la antropología que se centra en el estudio de las formas y tipologías de gobierno establece una prelación sobre los estadios evolutivos de la organización social: bandas, tribus, jefaturas, protoestados y estados. La evolución de las organizaciones sociales implica su complicación progresiva y la especialización de individuos y roles, dando como resultado lógico la creación del Estado en el largo plazo. Un Estado para el que resulta indispensable la capacidad de proyección del monopolio de la violencia legítima sobre un espacio determinado. Por tanto, la idea de la posesión del espacio y la misma noción de soberanía resultan indispensables para comprender la herramienta política a la que denominamos Estado. En todos estos estadios evolutivos el ser humano ha tendido a enfrentarse y aliarse con otros grupos semejantes. El fin era alcanzar metas comunes y defenderse de amenazas compartidas. El registro arqueológico nos habla de este tipo de comportamientos desde la Prehistoria. Antes de la aparición del Homo Sapiens Sapienssus antecesores ya seguían dinámicas parecidas en el marco de sus propias relaciones sociales, tal y como nos muestran los vestigios arqueológicos y la observación de especies animales emparentadas con el hombre (Wall, 1982). Asumir que no sólo el hombre es capaz de pensar y actuar geopolíticamente resulta una gran lección de humildad. El pensamiento simbólico del hombre en torno al espacio y al tiempo hizo que de alguna forma la perspectiva de lo que podemos llamar geopolítica estuviera presente en el pensamiento humano desde el paleolítico. El arte paleolítico nos da muestra del pensamiento abstracto humano desde antes del 4000 A.C. Esas primeras imágenes artísticas ya nos hablaban de los recursos que necesitaba el hombre para la supervivencia como cazador-recolector y también de los espacios en los que desarrollaba su actividad. Aquellos recursos exigían el conocimiento y la explotación del espacio, además de su alteración en algunas ocasiones. Esos registros también nos evidencia la existencia de competencia por su explotación. A partir de la edad de los metales, comenzamos a encontrar pruebas evidentes de conflictos por el espacio y los recursos entre grupos amplios de seres humanos; conforme las sociedades se van haciendo más complejas también las relaciones entre los grupos se vuelven más sofisticadas. Encontrar pruebas materiales en el registro arqueológico nos permite asegurar la existencia de estos conflictos por el dominio del espacio. No obstante, no podemos negar la posibilidad de su existieran incluso antes de los registros conocidos. En este sentido, la antropología y la etnología cubren el vacío 11 de la arqueología, y nos invitan a pensar que sí existían con mucha seguridad. Si bien la arqueología nos ofrece evidencias materiales de las luchas por el espacio, también es una muestra de que esta competición tendría que ser producto de dinámicas y procesos anteriores a su registro arqueológico. Afortunadamente hay otras ciencias que la complementan y cubren sus agujeros vacíos. Podríamos poner muchos ejemplos a este respecto. En el yacimiento del Valle de Tollense (Alemania) tenemos constancia de un enfrentamiento entre dos grupos de hombres en la Edad del Bronce, con una datación aproximada por radiocarbono que acerca su cronología al año 1250 a.C.; varios grupos con vínculos entre ellos se aliaron para hacer frente a una amenaza o un reto común en lo que ha resultado ser el campo de batalla más antiguo de Europa del que tenemos constancia. ¿Existieron otros campos de batalla más antiguos en Europa? Sin duda. La antropología y la etnología lo aseguran gracias a sus propias metodologías, de las que la arqueología resulta profundamente deudora. Toda la interactuación de ciencias nos permite realizar interpretaciones en clave geopolítica del pasado remoto. Las alianzas entre grupos han ido haciéndose más sofisticadas conforme la estructura social del ser humano se ha ido haciendo más compleja e imbricada. Con la aparición de los asentamientos urbanos en la edad de los metales nos encontramos por primera vez en la historia auténticos protoestados. La vinculación de la urbe a un territorio constante con unos límites defendidos claros y fácilmente identificables por terceros supuso un paso indispensable para la evolución social y hacia la aparición del Estado. No resultó una casualidad que estos protoestados comenzaran a formarse precisamente donde más difícil era disponer de algunos recursos. Así, Oriente Medio, en un marco semidesértico y en un contexto de cambio climático, fue el origen de estos protoestados. En una región donde el agua era un recurso esencial y convivían grupos con culturas diferentes, el cambio climático y el aumento de la población generaron una competencia natural por el espacio y los recursos No sólo el registro arqueológico nos habla de los protoestados y sus relaciones entre sí; también la literatura antigua nos habla de la política y las relaciones entre aquellos sujetos políticos en épocas remotas. Dejando al margen la literatura oriental y precolombina, que igualmente tienen ejemplos al respecto, podemos centrarnos en la que nos resulta más conocida dentro de la tradición occidental. Dentro del ámbito de nuestra herencia greco-latina tenemos ejemplos muy populares en la literatura clásica griega, concretamente en la literatura épica. Las obras de Homero hacen referencia, precisamente, a grandes conflictos de la antigüedad en los que se enfrentaron diferentes protoestados a través de un sistema de alianzas que establecía relaciones comerciales, militares, culturales y afectivas entre ellos. Podemos, por tanto, tender a hacer una reflexión en clave geopolítica de aquellos escenarios 12 mezcla de historicidad y ficción literaria. Hacer un análisis geopolítico de estas fuentes literarias en clave histórica resulta interesante como ejercicio intelectual, pero también nos permite reconstruir parcialmente interpretaciones culturales sobre los antecedentes de las relaciones internacionales y estructurar cierta genealogía de las ideas respecto a la competición por espacios y recursos. También sobre la codificación de las relaciones entre los sujetos colectivos y sus organizaciones políticas y sociales. En aquellos tiempos, la literatura se transmitía de una forma eminentemente oral, y tenía un componente educativo y político importante. Se trataba de una suerte de enciclopedia tribal (Havelock, 1963) que permitía a aquellas sociedades comprender y entender las normas que regían su mundo, servían para educar a todo el grupo: desde el príncipe hasta el campesino. Ante la falta de una codificación equiparable a nuestro moderno derecho internacional, resultaba una forma eficaz de extender y comprender las normas que regían las relaciones entre grupos: el comportamiento político era predecible, seguía una racionalidad y se ajustaba a códigos. De esta manera, en este tipo de literatura destacan los relatos en lo que se referencian las formas de organizar las relaciones entre los poderes soberanos constituidos y las razones que regían los enfrentamientos entre los grupos y la necesidad que tenían todos los miembros de una sociedad determinada para estar preparados y encuadrados ante el riesgo del estallido de un conflicto. La literatura antigua suele transmitir información que debemos interpretar, sus aportaciones no codifican reglas de manera perfectamente definida, sino que pretendían hacerlas entendibles y asimilables para una amplia generalidad de sus coetáneos. Tras la historia del rapto de la princesa espartana Helena por el troyano Paris, nos encontramos algunas fórmulas de fortalecer alianzas que han perdurado desde la Edad Antigua hasta el siglo XX. En la Edad del Bronce el parentesco y los vínculos matrimoniales entre jefes de grupo se establecían para afianzar alianzas, evitar conflictos y unir intereses en el futuro inmediato a través de vínculos oficializados mediante relaciones interparentales. La idea era afianzar relaciones para asegurar espacio, áreas de interés y relaciones estratégicas con las que defender su territorio y sus recursos. Este tipo de prácticas no desaparecieron de repente a lo largo de la historia. Así, los intentos de parar la sucesión de acontecimientos que terminó desencadenando el estallido de la I Guerra Mundial, también estuvo lleno de llamamientos a las lealtades dinásticas y a las políticas matrimoniales desarrolladas entre las principales monarquías europeas a finales del siglo XIX (Clark, 2014). No obstante, el sujeto político básico de las relaciones internacionalwa al que conocemos por Estado, a la altura de 1914 ya estaba sometido a la influencia del nacionalismo. Ante él, las viejas fórmulas heredadas desde tiempos 13 muy remotos ya no tenían validez. La Nación, como sujeto depositario de la soberanía, aparece en la historia política a finales del siglo XVIII, en el ciclo de las revoluciones atlánticas abierto por el proceso de independencia de las colonias británicas en Norteamérica y por la revolución francesa de 1789 (Klooster, 2009). Se trata de una idea política que complementa al Estado y pretende dotarlo de una nueva fuente de legitimidad. A partir de este momento, el nacionalismo fue uno de los motores que se unieron al funcionamiento de las relaciones internacionales tal y como habían comenzado a constituirse después de la paz de Westfalia en 1648. Si con aquella se había constatado el principio de integridad territorial de los Estados, en los albores de la Edad Contemporánea el nacionalismo fue el sostén ideológico del expansionismo colonial europeo por África y Asia, pero también del darwinismo en la concepción de la política internacional que sometía los intereses de los estados más pequeños a los de los grandes. Asímismo, las relaciones internacionales se sometieron a dinámicas de competencia entre los diferentes actores y se sobrepasaron los límites geográficos tradicionales en función de una capacidad de expansión condicionada únicamente por la pujanza económica y la capacidad de movilización de recursos que se pudieran destinar a esta propia expansión (Osterhammel & Jansen, 2019). Esta dinámica de competición se vio animada por los nacionalismos decimonónicos. También por los intereses económicos que había puesto en marcha un proceso de globalización con unas dinámicas identificables a partir de 1870. En esta tesitura, el interés nacional pasó a primar como elemento capital en el proceso de toma de decisiones en lo tocante a las relaciones entre los estados o frente a escenarios que incluyeran a terceros. Las viejas recetas para las relaciones entre los estados que habían funcionado durante los siglos anteriores fueron superadas y comenzaron a adaptarse a la nueva realidad surgida de la revolución liberal e industrial. Un buen ejemplo de ello puede ser la alianza entre estados que suele ser señalada como la más antigua del mundo. 4. Los conflictos La geopolítica tiene una importante relación con la idea de conflicto. Debemos entender la idea de conflicto más allá de la tipología de los conflictos armados. Esa idea resulta reduccionista a la hora de comprender la polemología en toda su expresión. Debemos entender el conflicto como la competencia por la maximización de beneficios y oportunidades. Dentro de este marco de competencia cada actor juega con unos condicionantes diferentes. Cada uno de los diferentes actores tiene un punto de partida diferente y unos objetivos también diferentes, por supuesto la consecución de forma parcial o total de sus objetivos por parte de un actor supone un impacto sobre la agenda del resto de los actores. Desde luego cada uno de ellos tiene horizontes y objetivos diferentes, de la misma forma que cada actor tiene capacidades diferentes. Esos objetivos pueden responder a aspiraciones de diferente carácter: económico, cultural, político. En general responden a una idea de hegemonía en algún aspecto 14 determinado: hegemonía en un espacio, hegemonía en un tiempo, hegemonía sobre un recurso, hegemonía sobre una tecnología, hegemonía sobre un contacto cultural. Hegemonía, monopolio y colaboración son ideas que están presentes en las dinámicas geopolíticas de los conflictos. Estas diferencias de fuerza exigen entender el espacio más allá de una proyección bidimensional. Más allá de una proyección cartográfica tradicional. Comprender el concepto de continuidad terrestre y marítima es vital. Se pueden medir las distancias entre escenarios en kilómetros, pero también en horas de vuelo o de navegación. Más arriba planteamos esta misma idea al referirnos a la aviación. El análisis geopolítico marítimo y naval nacido en el siglo XIX supo explicar esta dualidad en el marco de la revolución industrial y de la expansión económica, militar, comercial y cultural occidental en el mundo. En este sentido merece la pena revisitar la obra de Alfred Mahan. Si imaginamos cómo funciona la rivalidad entre los actores, debemos entender también sus formas de colaboración. También su jerarquización. El concepto de alianza está presente y resulta básico para comprender el funcionamiento de las normas geopolítica. Existe la fuerza, pero también la fuerza combinada, existe la ventaja estratégica o táctica, pero también la ventaja estratégica y táctica combinada. Existen, por tanto, modelos de seguridad colectiva y su desarrollo responde precisamente a la necesidad de los actores de enfrentar escenarios determinados. Podemos hablar por tanto de actores individuales y de actores colectivos. ¿Cuáles son los motivos que invitan a los actores a asociarse entre sí? En general retos, riesgos, amenazas y horizontes comunes. En ellos la colaboración resulta ventajosa mientras que sus desventajas son asumibles, por último el precio de no colaborar será peor que el de hacerlo. En análisis geopolítico centra su interés en espacio y el tiempo, pero también en sus protagonistas. Los actores pueden competir o colaborar entre sí. Es necesario comprender cómo funcionan las dinámicas de colaboración y competición. ¿Cuáles son las características que condicionan a los actores? ¿Por qué unos colaboran y otros compiten? Hay varias cuestiones que son clave. La noción de aliado y de rival es la primera. Como ya explicamos anteriormente este tipo de idea se remonta al origen de la construcción de los edificios sociales. Podemos encontrar comportamientos de rivalidad y de colaboración en la literatura antigua. También en la literatura bíblica. El registro arqueológico nos habla de ello de forma recurrente. También las fuentes históricas hasta el siglo XX. Aunque no podamos calificar a la geopolítica como una ciencia en sí misma, los análisis geopolíticos si son susceptibles de responder al pensamiento científico. La metodología científica nos permite obtener nuevos conocimientos a través de la observación sistemática, la medición de parámetros objetivos es parte de esa observación. También lo es la experimentación y la formulación; así como el análisis de 15 datos y formulación y adaptación de hipótesis. Podemos poner un ejemplo de funcionamiento de la metodología científica en el ámbito del análisis geopolítico. Si problematizamos en torno a escenarios concretos. Pongamos por caso un Estado imaginario, Syldavia por ejemplo. Evidentemente no sabemos nada de Syldavia, lo primero que necesitaríamos sería ubicarlo en el espacio geográfico; así, identificar su composición étnica, religiosa, número de habitantes, recursos, vecinos resultaría básico. Pero también necesitarímos ubicar su historia y sus relaciones con sus vecinos, también sus relaciones con otros estados, alianzas, grupos, sus compromisos, sus retos, amenazas y desafíos. Pero también su sistema político, sus factores de dependencia exterior, sus equilibrios internos. En definitiva, necesitamos observar y medir de manera sistemática. Necesitamos comprender cómo funcionan sus variables para teorizar sobre cómo funcionarían ante diferentes estímulos. Formular hipótesis sobre sus comportamientos futuros. Nosotros podemos seguir con nuestro ejemplo, es un ejercicio teórico, sí Syldavia es un país con un régimen político autoritario o fuertemente personalista, el factor humano tendrá un impacto importante en el proceso de análisis. Los actores humanos siguen siendo interesantes para el análisis geopolítico. Pero por supuesto, el análisis de actores individuales concretos tiene unos rasgos que lo llevan a divergir de la metodología científica. Conforme el análisis geopolítico va necesitando acercarse más a un objeto de estudio individual, incluso cuando este objeto es un factor humano, la metodología científica tiende a diluirse. El análisis geopolítico y la inteligencia estratégica están fuertemente ligados. La primera diferencia está en el consumidor del análisis, en el caso del análisis de inteligencia tiene un cliente definido: un tomador de decisiones. Pueden ser decisiones políticas, económicas, empresariales, pero el cliente tiene capacidad de tomar decisiones. Estas decisiones posibles se ven reducidas en el proceso de desarrollo del análisis de inteligencia. Un análisis que se proyecta eternamente a través de un ciclo. El análisis de inteligencia funciona como una rueda. Una rueda que gira sin parar. 1) Se planifica el análisis. 2) Se recolectan fuentes. 3) Se procesan las fuentes. 4) Se realiza un análisis. 5) El análisis se difunde. 6) Se explota el análisis. 7) Se retroalimenta el análisis, se corrigen sus sesgos, errores, se identifican buenas y malas prácticas. 8) La rueda sigue girando. 16 En el análisis de inteligencia la metodología científica se deja de lado en numerosas ocasiones. Los motivos son varios. Desde la urgencia, hasta la confianza en la experiencia. El conocimiento hiperespecializado de los analistas a veces significa tener que confiar en el criterio, la experiencia o la intuición del analista. Hay patrones que un buen analista puede identificar y que pueden pasar desapercibidos para sistemas sofisticados. Los actuales sistemas de Inteligencia Artificial están ofreciendo algún apoyo para desarrollar herramientas de ayuda al análisis de inteligencia. No obstante, las redes neuronales ofrecen un producto que sólo pueden ser explotado completamente por especialistas. Por su parte, el análisis de carácter geopolítico propiamente dicho queda condicionado por el funcionamiento de las ciencias que desembocan en él. Ambas aproximaciones al fenómeno del conocimiento del espacio, el tiempo y los recursos está profundamente ligado, pero no es exactamente lo mismo. La información en bruto puede ser valiosa, pero debe ser contrastada, procesada y analizada. Sin ese procesamiento y análisis previo la información no tiene una utilidad real y aún puede servir de forma negativa al proceso de toma de decisiones. Como decíamos, el análisis geopolítico puede llegar a depender profundamente del factor humano. En esos términos el análisis geopolítico y el de inteligencia pueden complementarse, pero debemos comprender que no son lo mismo, aunque en muchas ocasiones el segundo incluye al primero. Uno de los horizontes lógicos que nos encontramos en el análisis geopolítico es la identificación de los actores involucrados. Ya hemos advertido que existen diferentes niveles actores: colectivos e individuales, estatales y no estatales, institucionales y no institucionales. Existen tantas categorizaciones al respecto como las que queramos 17 hacer, y no todas tienen que ser dicotómicas. De la misma forma otros niveles de análisis que afectan a la actividad del actor: operadores, receptores y decisores. La diferencia entre actores colectivos e individuales resulta evidente, pero quizá no lo resulte tanto la diferencia entre actores estatales y no estatales. No debemos confundir las idea de Estado y de actor estatal, hay actores estatales que no son simplemente un Estado, si bien forman parte de la acción de uno. Por ejemplo, la guardia costera de Galicia podríamos calificarla como un actor estatal —está dentro de la estructura del Estado español–. Jamā’at Nuṣrat al-Islām wa-l Muslimīn ‫ ةعامج ةرصن مالسإلا نیملسمالو‬, Se trata de un actor colectivo, no estatal, pero con un alto grado de desarrollo institucional. Próximamente plantearemos algunas ideas respecto a los conceptos de Estado y de Nación. Resultarán imprescindibles para comprender mejor las dinámicas estatales en la actualidad, así como el funcionamiento de las dinámicas de colaboración y competencia por la hegemonía sobre espacios, tiempo y recursos. En este sentido se planteará ideas respecto a los procesos de colonización y descolonización, procesos de integración regional entre Estados, procesos de disolución de estados, movimientos nacionalistas, y respecto al propio concepto civilización. Los diferentes actores tienden a asociarse para ganar ventajas en la competición. La noción de supervivencia en el largo plazo está presente también dentro de la dinámica de competición. Los procesos de concentración de recursos en torno a intereses comunes, exigen estrategias de negociación y de competencia compartidas, también asegurar mantener los intereses a largo plazo, coste de oportunidad, economía de escala, eficacia y eficiencia, pero sobre todo exigen compartir decisiones estratégicas, compartir horizontes, compartir procesos de toma de decisiones complejas. El tratado anglo-portugués firmado el trece de junio de 1373 suele ser identificado como la alianza internacional más antigua del mundo. Supuestamente es el contrato geopolítico de más largo plazo que existe. En el marco de los conflictos que se daban entre los reinos de la Península Ibérica durante la Edad Media, el nuevo reino de Portugal firmó este tratado de paz con el reino de Inglaterra. Sus cláusulas incluían referencias a cuatro aspectos fundamentales que deberían dominar la relación entre las dos partes contratantes: en primer lugar la alianza inmediata frente a cualquier enemigo de cualquiera de las dos partes signatarias, la prohibición explícita de prestar cualquier tipo de ayuda por tierra o mar a los enemigos de cualquiera de las partes, la combinación de las fuerzas militares de ambos reinos cuando fuera menester y cómo debería organizarse el mando de estas fuerzas 18 combinadas cuando se constituyeran. Fuera del marco de la unión de los reinos ibéricos entre 1580 y 1640, este acuerdo se ha considerado plenamente vigente desde la fecha de su firma hasta la actualidad. De hecho, ha sido refrendado por las partes en 1386, 1643, 1654, 1660, 1661, 1703, 1815, 1899 - mediante declaración secreta—, y en los Tratados de Arbitraje firmados entre el Reino Unido y Portugal de 1904 y 1914. Las relaciones entre los poderes soberanos han cambiado profundamente desde la Edad Media hasta la actualidad, han pasado de identificarse en torno a las monarquías feudales para hacerlo con el moderno concepto de Estado-Nación, después de que las relaciones entre los Estados pasaran a codificarse con la progresiva aparición del derecho internacional a partir de la Paz de Westfalia de 1648. Pese a ello, las obligaciones de este acuerdo se han considerado vigentes por casi siete siglos. La vigencia del acuerdo quedó patente durante el siglo XX con la participación de Portugal junto a los aliados en la Primera Guerra Mundial. En la ruptura de la política de neutralidad de la dictadura de Oliveira Salazar durante la Segunda Guerra Mundial también, cuando finalmente el régimen luso cedió el uso de las bases aeronavales de Madeira y las Islas Azores a los aliados para su lucha contra el Eje. Por supuesto, la ayuda mutua entre ambas naciones en caso de conflicto armado quedó confirmada por la participación de Portugal y Reino Unido en la OTAN desde el tratado de Washington, pero ¿cómo es esto posible? Se trata de un caso interesante para analizar el concepto de alianza y la obligación de actores en ella, especialmente en el caso de sujetos con un peso internacional no equiparable a lo largo de buena parte de su historia. El peso de Inglaterra fue en aumento y el de Portugal en declive. En este sentido, el análisis a largo plazo que nos permite el caso angloportugués, resulta un elemento de gran valor para el análisis. Se atribuye al primer ministro británico Lord Palmerston una afirmación que ha sentado precedentes en los anales de las relaciones internacionales: «[…] No tenemos [Reino Unido] aliados eternos, y no tenemos [Reino Unido] enemigos perpetuos. Nuestros intereses son eternos y perpetuos, y nuestra obligación es vigilarlos […]». Esta sentencia nos ayuda a entender hasta qué punto las alianzas internacionales han supuesto un marco de colaboración entre actores a lo largo de la historia y como la falta de intereses coincidentes y de equilibrio entre las partes contratantes puede llevar una relación al fracaso o, lo que puede ser peor, a establecer una relación de vasallaje de una parte respecto de otra. La relación entre Portugal y el Reino Unido es una buena muestra de ello. Pese a las reivindicaciones de la antigüedad de su alianza y sus continuas renovaciones a lo largo de la historia, en 1890, cuando los intereses británicos y portugueses chocaron, el Reino Unido planteó un amenazante ultimátum al 19 gobierno de Lisboa. No hubo espacio para el acuerdo ni para buscar vías de entendimiento. Portugal no tenía herramientas propias capaces de moderar el poder británico en el marco de su relación bilateral. Entre noviembre de 1884 y febrero de 1885 las potencias europeas se reunieron en Berlín por iniciativa de Francia y el Reino Unido. El interés por explotar económicamente los vastos territorios africanos que no estaban sometidos a ningún gobierno reconocido por parte de los estados europeos había creado una carrera por la ocupación y colonización del continente negro. Para organizar este reparto y evitar conflictos entre las partes se tomó la iniciativa de convocar a los interesados a esta reunión multilateral. Portugal ya era un Estado de segundo orden en el concierto internacional en 1885, pero hizo valer sus derechos históricos y se respetó su ocupación previa de zonas de la costa africana. Portugal aún tenía ambiciones geopolíticas. El desarrollo de las zonas de ocupación portuguesas en África después del congreso de Berlín de 1885 terminó germinando la ensoñación del denominado mapa rosado. Esto era la intención de unir por tierra las dos grandes colonias portuguesas en África: Angola al oeste y Mozambique en el este. Por supuesto, este plan chocaba con propuestas alternativas, como la británica de unir sus posesiones coloniales al norte del continente con el sur: de Egipto hasta la Ciudad del Cabo. En este contexto, el 11 de enero de 1890, el gobierno de lord Salisbury le envió un memorando al gobierno de Lisboa exigiendo el fin de las pretensiones de ocupar el territorio entre Angola y Mozambique. Ante esta situación, Portugal, incapaz de acometer el envite británico cedió y renunció a su expansión. Esto supuso un golpe mortal para el sistema político portugués. La monarquía quedó sentenciada al quedar retratada como débil ante los intereses foráneos mientras un renovado nacionalismo portugués fue capaz de articular un discurso exnovo de regeneración política y de reivindicación frente a su tradicional aliado. Las consecuencias geopolíticas del incidente fueron especialmente importantes en el propio interior de Portugal. A partir de la derrota moral portuguesa de 1890 el republicanismo se reivindicó como baluarte para la regeneración de la nación y el Estado frente a las afrentas extranjeras y como garante del interés nacional portugués frente a cualquier servilismo exterior. En definitiva, Portugal creía disponer de una relación privilegiada con el Reino Unido que no era interpretada de la misma manera por la otra parte de la ecuación. Se trataba deun juego de espejos geopolíticos. En 1890 Portugal solo significaba un aliado menor con una relación de cuasi vasallaje para un Imperio Británico en el cénit de su esplendor. Pese a este desastre nacional, y pese a la caída definitiva de la monarquía lusa en 1910, la naciente república portuguesa continuó aferrada a una alianza que se había evidenciado desigual. En 1899 Portugal volvió a comprometerse con el Reino Unido a través de un acuerdo secreto refrendado en 20 1904 y 1914. Así quedó sentenciada la desastrosa e inútil participación portuguesa en la Primera Guerra Mundial, trufada de catástrofes y que sólo le trajo una irrisoria recompensa en el Tratado de Versalles. Posteriormente, pese a sus intentos de mantenerse neutral durante la Segunda Guerra Mundial, la dictadura del Estado Novo continuó atada por la tradicional alianza portuguesa con el Reino Unido. Esta extraña alianza entre un régimen con algunas simpatías fascistas y una democracia supuso la apertura de las bases aeronavales de Madeira y las Azores a los aliados bajo la simple amenaza de que de lo contrario serían ocupadas a la fuerza; en estas circunstancias el miedo a perder ambos enclaves pesó más que cualquier otra razón. Al igual que en 1890, las amenazas resultaron más útiles para la parte fuerte de la relación que cualquier otro tipo de consideración. Pese a las relaciones del régimen dictatorial portugués con los fascismos, el final de la guerra mundial supuso la entrada de Portugal en la OTAN desde su misma constitución en abril de 1949. El pasado reciente de cercanía de Portugal con los fascismos no supuso ningún inconveniente insalvable por parte de los aliados, simplemente daba igual al tratarse de Portugal, un actor considerado títere por parte del Reino Unido, principal potencia de la OTAN en Europa. Por su parte, los intereses nacionales portugueses quedaban en segundo lugar frente al compromiso con unos aliados que veían en Portugal un sujeto completamente dependiente en el campo de las relaciones internacionales, casi tutelado. Pero ¿supuso la secular alianza anglo-portuguesa alguna ventaja real para Portugal? También hay ejemplos recientes más allá del famoso ultimátum de 1890. Durante los conflictos coloniales que siguieron al final de la Segunda Guerra Mundial, Portugal solicitó ayuda de su aliado tradicional durante la invasión que sufrieron sus territorios en la península del Indostán a manos de la recién creada República India en 1961. Portugal era miembro de la OTAN en aquel momento. Por supuesto sus posesiones coloniales quedaban fuera del paraguas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, pero sentía que podía reclamar el apoyo de Londres. Pese a que su solicitud de auxilio únicamente reclamaba la utilización de las bases aéreas y navales británicas con el fin de hacer posible el envío de suministros y refuerzos hasta el teatro de operaciones, el Reino Unido se negó con el pretexto de que la India era miembro de la Commonwealth: en definitiva, un aliado más importante y trascendental. Este hecho tomaba mayor relevancia todavía en un momento en el que la teoría del dominó se comenzaba a imponer en los centros de decisión de Washington y Londres. Existía miedo en aquellos centros de decisión a que el continente asiático cayera bajo la órbita del comunismo. Cuando debió elegir, Reino Unido volvió a anteponer sus intereses y los de otros de sus aliados frente a la alianza más antigua del mundo. El papel de vasallaje portugués frente al Reino Unido quedó nuevamente en evidencia. Este tipo de actuación sólo era posible ante un aliado secundario cuyos intereses podían ser obviados y ante el que no merecía la pena realizar ningún tipo de esfuerzo de mediación frente a sus contendientes. Aunque el coste de la mediación británica ante la India presumiblemente no habrá tenido consecuencias para los intereses de Londres en la región, esta fue descartada. Cualquier posible contratiempo que le hubiera causado esta hipotética mediación al Reino 21 Unido valía mucho más que una relación con Portugal con la que apenas ya ganaba nada y que además era vista como una tabla de salvación a la que el régimen portugués tendría que seguir aferrándose. De facto, el país luso no tenía forma de presionar a su aliado. Por supuesto el Reino Unido no podría haberse comportado de igual manera ante otro compromiso. En este caso, además, cabría la pregunta de cuál podría haber sido el impacto real de la mediación para el Reino Unido, ¿qué podría haber perdido el Reino Unido?, quizá habría que darle la vuelta a la pregunta. Más adelante los intereses portugueses y británicos volvieron a encontrarse en una coyuntura donde el Reino Unido podría haber servido de valedor de su secular aliado. La declaración conjunta sino-británica de 1985 abrió el proceso de absorción de Hong-Kong por parte de la República Popular China pero también supuso de facto el inicio del proceso de entrega del enclave portugués de Macao a Beijing. Desde la revolución de los claveles de 1974, la joven democracia portuguesa había mostrado su interés por abandonar los restos de su antiguo imperio ultramarino. Integrada desde el 1 de enero de 1986 en la CEE, supuestamente su relación especial con el Reino Unido se había estrechado más si cabe por la pertenencia conjunta a una organización internacional que buscaba integrar mercados y economías. No obstante, los negociadores británicos ante el gobierno chino no parecieron demasiado interesados en las repercusiones que la entrega de Hong Kong podría tener para Portugal y su cercano enclave de Macao. Nuevamente la asimetría en el marco de las relaciones se hacía evidente. En 1898 el Reino Unido buscó un acuerdo favorable para las dos partes con Francia después del incidente de Fachoda —actual Sudán del Sur—. En aquel momento las ambiciones coloniales en África de las dos potencias se habían encontrado de forma parecida a lo acontecido entre Reino Unido y Portugal ocho años antes. A partir de ese momento las relaciones francobritánicas fluyeron a través de mecanismos de entendimiento bilateral, respeto a los intereses de la otra parte, reconocimiento de las pretensiones coloniales mutuas y apoyo explícito en el ámbito de la política europea frente al expansionismo alemán, la entente cordiale que impidió una guerra franco-británica en 1898 es indispensable para entender el estallido de la Primera Guerra Mundial y el marco en el que se gestó el posterior sistema de organizaciones y alianzas militares. La entente franco británica estaba basada en el equilibrio entre sus firmantes y la defensa de sus respectivos intereses, para lograr esta posición fue indispensable una política de respeto y reconocimiento mutuo que se desarrolló gracias a compartir un mínimo de códigos culturales. Menos de medio siglo más tarde, entre junio de 1940 y agosto de 1944, la Francia continental estuvo ocupada por el III Reich, su papel político y militar pasó a un segundo plano y su vasto imperio colonial se dividió entre el colaboracionismo y la resistencia de la Francia libre. Francia dejó de ser un jugador de primer nivel y los dos gobiernos que peleaban por su representación legítima se convirtieron en peones en manos del Eje y los Aliados. Así, desde 1940 la denominada relación especial entre los EE.UU y Reino 22 Unido pasó a dirigir la política exterior británica, dejando de lado la alianza con Francia nacida para ordenar el reparto colonial de las dos potencias europeas y frenar el expansionismo alemán. En 1956, durante el conflicto del Canal de Suez, los británicos quisieron bascular su sistema de alianzas y recuperar el eje París-Londres como fórmula de mantener su influencia en África y Asia en pleno proceso de descolonización. Para ello no contaron con el apoyo estadounidense, completamente opuesto a la aventura neocolonial que las dos potencias europeas comenzaron en Egipto y que se basaba en una forma de entender las relaciones internacionales y las alianzas militares que había sido completamente superada con la Segunda Guerra Mundial. En 1956 podemos observar cómo Londres actuó moderando sus postulados primando a un aliado tradicional y competidor ocasional con unas capacidades equilibradas a las suyas —Francia desde 1898—, y postergando los intereses de un aliado más reciente en el marco de una relación de clara subordinación de una parte —Reino Unido— a la otra —EE.UU—. Esta situación nos permite comprender perfectamente cómo los estados más débiles aspiran a equilibrar sus relaciones con terceros a través de alianzas con un Estado más fuerte y como moderan esta relación a través de acuerdos entre pares. En el marco posterior a 1949, con los tres actores de este caso dentro de la OTAN, observamos que los intereses de Francia y Reino Unido quedaron sometidos a los de EE.UU. Esta situación tuvo como resultado que a partir de 1956 la política exterior y de seguridad británica quedara completamente sometida a los EE.UU. Mientras tanto, en Francia, sometida a dinámicas políticas internas de gran calado, la situación facilitó el colapso de la IV República, la creación de la V República, la salida del país de la estructura militar de la OTAN, la creación de una fuerza de disuasión nuclear propia y un claro distanciamiento del paternalismo con el que se dedujo que EE.UU trataba a sus aliados europeos. El ejemplo de la crisis de Suez de 1956 también podría servirnos para observar como actores menores teóricamente pueden ser capaces de condicionar las actuaciones de un hegemón e intentar redirigir su política —en solitario o a través de una alianza menor– o por lo menos aspirar a hacerlo. Por supuesto nos referimos al Estado de Israel y su capacidad para condicionar completamente toda la política exterior de los EE.UU desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Este podría ser el ejemplo contrario a Portugal. Una alianza de corto recorrido — el Estado de Israel se constituye en 1948— entre un Estado minúsculo, pero de gran importancia simbólica, cuyos intereses suelen ser defendidos aún a costa de los propios e inmediatos por parte de un actor de primer nivel, o lo que es lo mismo, de un jugador que puede permitirse ese lujo. En definitiva, como los intereses particulares e inmediatos de un actor pueden ser asumidos como una cuestión estratégica por parte del hegemónico. Intentar explicar el porqué exigiría analizar cada caso de manera extremadamente detallada, pero bastará con remarcar que estos casos suelen estar plagados de intereses cruzados a todos los niveles: político, militar, económico, industrial, moral y cultural. El ejemplo de Portugal y el Reino Unido nos permite comprender el funcionamiento de las relaciones 23 internacionales y del papel de las alianzas geopolítica más allá de la retórica de la amistad y los intereses comunes. En el marco de una relación entre dos sin la existencia de más agentes que puedan variar la balanza y ponderar el proceso de toma de decisiones, los intereses del elemento más fuerte suelen priorizarse frente a los del elemento secundario. Por más que el elemento más fuerte, a su vez, sea objeto de una situación análoga frente a un tercero. Todo ello de manera independiente a toda cuestión moral o cultural, aspectos que quedan claramente en segundo plano frente a los intereses a los que hacía referencia Palmerston. Los sistemas de seguridad colectivos, en los que la relación no se circunscribe a dos partes, sino a varias con intereses entrelazados, resultan más estables y corren menos riesgo de ser monopolizadas por un solo elemento. No obstante, como podemos ver en el caso la relación especial de Reino Unido y EE.UU, y de la entente cordiale de Reino Unido y Francia, un actor hegemónico frente al que no haya modulación posible puede imponerse también en el marco de una alianza amplia. El caso luso-británico también nos permite observar cómo funcionan las relaciones entre Estados en el largo plazo, cuál es el papel de los condicionantes históricos de las mismas. Incluso hasta qué punto los lazos culturales y la tradición pueden imponer dinámicas en el marco de la geopolítica, permitiéndonos comprender sus contextualizaciones y entender cómo algunas ideologías, como los nacionalismos, también pueden afectarlas. Por su parte, el recuerdo de la crisis del canal de Suez (1956) nos permite acercarnos al ejemplo contrario al anglo portugués. En ocasiones la decisión de apoyar a un actor menor por parte de un hegemón, puede ser el resultado de una relación profunda más allá de la tradición, basada no sólo en planteamientos utilitaristas de las relaciones internacionales. 5. Escuelas de análisis geopolítico El análisis geopolítico ha existido siempre. Desde el origen del Estado ha estado muy cerca del poder político y del uso de la fuerza militar. Hay autores clásicos a los que podríamos identificar con el estudio de cuestiones geopolíticas. Estrabón podría ser un buen ejemplo. Su obra más conocida fue su Γεωγραφικά en ella hace un estudio detallado de diferentes lugares, la Península Ibérica entre ellos. En esta obra interrelaciona cuestiones de geografía física con interpretaciones de carácter político. También con cuestiones étnicas que también pueden interpretarse políticamente. Montesquieu en el siglo XVIII también aseguraba que los pueblos estaban determinados políticamente por sus condiciones climáticas. La estrategia militar a lo largo de la historia ha estudiado cuestiones de geopolítica. Pero la idea de geopolítica como un objeto de estudio no nació hasta el siglo XIX. Las guerras napoleónicas supusieron 24 un momento de auge de los estudios geopolíticos. La magnitud de los conflictos napoleónicos fue de carácter global. Los conflictos napoleónicos supusieron la creación de un marco político global. Fue necesario ordenar mentalmente todo el mundo a partir de un modelo cultural europeo. Europa pasó a desarrollar una revolución industrial que desembocó en el proceso de colonización global. La globalización ayudó a desarrollar la idea de geopolítica. A lo largo de la Edad Moderna el concepto del espacio político fue haciéndose cada vez más global. Finalmente, la Edad Contemporánea trajo un mundo global. La idea de ordenar todo el mundo es producto de las revoluciones políticas, económicas, culturales e industriales de la Edad Contemporánea. Como hemos planteado en páginas anteriores, la geopolítica no es una ciencia. Se trata de un marco de análisis que bebe de diferentes ciencias sociales. No existe un cuerpo interpretativo de la geopolítica, pero sí existe un objeto de estudio. Desde el siglo XIX se han sucedido varias escuelas geopolíticas. Algunas escuelas geopolíticas han convivido durante un mismo tiempo ofreciendo interpretaciones diferentes de una misma realidad. El Estado ha estado en el centro del estudio de la geopolítica desde el siglo XIX, pero ha tendido a confundirse con la idea de nación. Las ciencias sociales contemporáneas han creado un marco de análisis mucho más complejo que el de hace doscientos años. La idea de frontera también ha mudado a lo largo de estos doscientos años. Los flujos económicos, la deslocalización de la producción y el consumo o los nuevos flujos migratorios son prueba de ello. También resulta una prueba de ello la pérdida de peso del derecho internacional. Desde la paz de Westfalia el derecho internacional fue codificándose de forma lenta y gradual, desde el siglo XIX se crearon organismos internacionales para arbitrar problemas territoriales, económicos y de explotación de recursos. En el siglo XXI nos encontramos con que el imperio de la ley no siempre prevalece. Pensad en la creación de islas artificiales en el Mar de China Meridional, por ejemplo. La tecnología puede ofrecer trampas para romper el statu quo. El gran avance de la geopolítica durante el siglo XIX fue de la mano de los procesos de construcción nacional y los procesos de construcción de espacios imperiales y coloniales. Fue importante el proceso de ruptura y reparto de los antiguos espacios coloniales de la Edad Moderna, también. Vosotros podéis pensar en los imperios español y portugués en Asia y América durante el siglo XIX. Todas las escuelas geopolíticas que han nacido desde el siglo XIX hasta la actualidad han centrado su interés en: relacionar el medio físico con el medio político. El análisis geopolítico aborda las relaciones internacionales, especialmente desde una visión geoestratégica. Los recursos económicos, ecológicos, materiales, demográficos y la potencialidad de los territorios forman parte de su ámbito de estudio. Las corrientes de análisis geopolítico más recientes han optado por visiones que incluyen problemas sobre 25 los que antes no se había teorizado: geografía de la pobreza, relaciones del tercer mundo con el primer mundo, etc. Otras novedades de la geopolítica desde el siglo XIX han sido los procesos de integración territorial, diferentes a los procesos de construcción de estados de los siglos XIX y XX. El proceso de integración europeo, pero también el centroamericano o el sudamericano son objetos de la nueva geopolítica del siglo XXI. El determinismo era importante en las ideas geopolíticas del siglo XIX. Había una fuerte influencia de las ciencias exactas en las ciencias sociales, existía un fuerte positivismo científico. Este positivismo científico facilitó la expansión de ideas darwinistas aplicadas a las relaciones internacionales. Por ejemplo, se popularizó la idea del enfermo de Europa para referirse al Imperio Otomano, la otrora Sublime Puerta. Un cuerpo enfermo, un cuerpo sin capacidad vital, un cuerpo en descomposición, un cadáver geopolítico. Ideas que también se aplicaron a las naciones ibéricas, por ejemplo. Mackinder fue un teórico importante de esta visión. Mackinder fue un geógrafo británico formado en la Universidad de Oxford. Para él los condicionantes de la geografía física resultaban determinantes. A su juicio, la configuración del espacio que ocupan los estados (introduce la idea de que hoy hablaríamos de comunidades políticas de forma más genérica y pon algún ejemplo sobre la marcha) determina su futuro. Mackinder defendía que el liderazgo británico del siglo XIX se basó en el carácter insular del Reino Unido. Desde su perspectiva, Reino Unido dominaba los mares y todos los mares del mundo estaban unidos generando un único objeto de control. A su juicio el resultado natural de esta situación era que el Reino Unido se había logrado convertir en un hegemón. No obstante, Mackinder creía que nuevos países con grandes espacios terrestres podrían arrebatarle la hegemonía en el futuro al Reino Unido. Sin duda estaba pensando en EE.UU y Rusia. Además, para Mackinder el Canal de la Mancha había salvado al Reino Unido de ser un país europeo más, dotándole de un carácter insular que le fortalecía frente al resto de poderes europeos. Para Mackinder el gran cambio que se había producido desde el siglo XVI al XIX era la cartografía de todo el mundo: «en cuatrocientos años todas las fronteras del mundo han sido cartografiadas con extraordinaria fidelidad. Por tanto, el mundo ahora tiene límites. El mundo está políticamente cerrado». (Introduce Cita al original) En 1919 publicó un trabajo interesante donde teorizó de nuevo sobre la idea de que el mundo estaba unido por el mar y por los accidentes. En el libro «Democratic Ideals and Reality: A Study in the Politics of Reconstruction» planteaba que el mundo posterior a la Primera Guerra Mundial giraría entorno al control del centro neurálgico de la gran isla. Para él toda la tierra emergida conformaba una gran masa. En el centro de esa masa estaría Europa del Este y el centro de Asia. Esta zona para él era el centro del mundo el “Heartland”. Esta idea de que existe un área pivote, una Hearthland (“región cardial”) se basa en que el centro de esa zona está lo suficientemente lejos de las zonas costeras como para que el influjo del poder marítimo no le afecte. La idea de que la nación que fuera capaz de ocuparla se convertiría en una potencia hegemónica tiene interés. Durante el siglo XIX el Reino Unido y Rusia habían rivalizado por su 26 control. Se denominó a esa competición «el gran juego», la expansión hacia el Este de Rusia y hacia el Norte del Raj Británico de la India habían chocado en esa zona. También habían chocado en esa zona al evitar que Rusia tuviera una salida al mar Mediterráneo. Mackinder estaba fascinado por la cultura rusa y por su proceso de expansión hacia el Este. Las teorías de Mackinder fueron complementadas por el norteamericano Spykman. Spykman valoraba la idea de Hearthland, pero encontraba fallos en ella, por ello la matizó. El principal matiz era la escasa demografía de esta supuesta zona cardial. Además, también acusaba a Mackinder de minusvalorar el poder marítimo. Para Spykman el Hearthland era agrario y no industrial. El Hearthland no tenía capacidad de industrializar al Este de los montes Urales. El Hearthland además se encontraba aislado. Hielo al norte, montañas al Oeste y al sur, desierto y más hielo al este. Spyker tampoco comprendía la oposición entre poder marítimo y poder terrestre. ¿Qué ocurría si el Hearthland se quedaba aislado? El continente americano rompe la idea de Herathland o rompe la idea de inutilidad del poder marítimo. La visión de Spykman corregía la visión del Hearthland y proponía el control de la Rimland. La tierra que rodeaba a la Hearthland. La Rimland sí estaba conectada marítimamente. La Rimland sí estaba poblada. La Rimland sí estaba industrializada. Además, la Rimland tenía salida directa al mar. Eran colchones entre la Hearthland y un posible poder marítimo. Spyker también meticuloso con las divisiones del resto del mundo. Para Mackinder la India y China eran casi lo mismo, pero para el análisis de Spyker el factor de la civilización y la cultura era más importante. Spyker muere antes del final de la Segunda Guerra Mundial. Para él el Rimland puede ser objeto de disputa entre el Hearthland y las potencias marítimas. Pensad que la hegemonía británica sobre los mares ya había sido discutida por la Alemania Guillermina y el ascenso estadounidense. Precisamente, las ambiciones navales creaban “zonas discutidas”. Esta última idea era uno de los puntos fuertes de la teoría de Alfred Mahan, de él ya hemos hablado. Fue el principal promotor de la doctrina naval estadounidense de 1890. Para Mahan una Armada potente y operativa era una necesidad de las naciones comerciales. Un Estado no podía aspirar a la hegemonía comercial sin aspirar a la hegemonía naval. Mahan estudió el ascenso geopolítico británico, y lo explicó en base a su hegemonía naval. “The Influence of Sea Power upon History, 1660-17833 (1890)” explica el auge británico y marca la hoja de ruta para el apogeo estadounidense. Para Mahan la marina comercial es el principal músculo de una nación, en ese sentido. Se anticipa a algunos de los planteamientos de “La ética protestante y el espíritu del capitalismo” de Max Weber. Para Mahan la armada naval es una herramienta de seguridad para la marina comercial. Pero el Estado debe tener bases marítimas a lo largo de todo su espacio comercial. Pese a la falta de compromiso estadounidense con el colonialismo, Mahan es partidario de ocupar territorios: la guerra contra España de 1898 debe entenderse así, aunque para Mahan son preferibles territorios pequeños y poco poblados. Para Mahan la Isla de Cuba, las Islas Filipinas, Puerto Rico y Guam no son las mejores opciones para el futuro de los Estados Unidos. 27 Para Mahan la prosperidad se basa en la defensa de la supremacía. Mahan ofrece una hoja de ruta para una futura hegemonía estadounidense: 1) Control total de las dos costas. 2) Negar el control sobre el mar a potencias rivales. 3) Controlar puertos en las principales rutas comerciales del mundo. 4) Ser el hegemón. Mahan es heredero de dos ideas del pensamiento estratégico de los Estados Unidos desde 1812: Doctrina Monroe y Big Stick. La teoría del destino manifiesto no es diferente a la del Lebensraum. El positivismo ideológico del siglo XIX no sólo manchó las escuelas anglosajonas de geopolítica. También condicionó las escuelas continentales (del continente europeo). El darwinismo biológico y social, el evolucionismo, influyó mucho en las escuelas alemanas. Sin la idea de selección natural aplicada a los Estados y las Naciones no podría existir la idea del Lebensraum o del espacio vital. El primer autor que aplica un modelo orgánico e historicista al Estado y a la Nación es Carl Ritter, es un determinista y un antecesor de la idea de Lebensraum. Podemos destacar la obra de Ratzel, su primer teórico. Según él la selección natural se aplica a las naciones y a los estados. Las naciones deben luchar por su supervivencia. Ratzel es un nacionalista alemán que promueve la creación de un único Estado alemán. Para Ratzel la ampliación de las fronteras de los Estados es un fin en sí mismo. La fuerza de la nación es la fuerza del estado, la riqueza es mayor si el territorio crece, la riqueza aumenta si la población crece. El Estado dura más tiempo si el territorio crece. La idea del Reich de mil años tiene aquí un origen. Las ideas de Ratzel ganaron especial importancia en la época de entreguerras. La derrota de la primera guerra mundial trajo el ansia de revancha. Una idea que Keynes había adelantado en la negociación del Tratado de Versalles. Las ideas de Ratzel influyeron en Kjellen (sueco) que desarrolló en el estudio de la teoría del Estado. Su planteamiento unía economía, sociología, geografía, y política. Entiende al Estado como un ser sensible y con un razonamiento propio. Se suele decir que es el primer teórico de la geopolítica con ese nombre. El alemán Haushofer desarrolla también la idea de Lebensraum. Es militar de formación y por ello su planteamiento del concepto de la geopolítica es estratégico y enfocado al conflicto. Él identifica al Lebensraum como la Hearthland y propone controlarla. Después de la Segunda Guerra Mundial la renovación de las ciencias sociales hizo que se abandonaran planteamientos deterministas. El determinismo fue superado. Se popularizó una ciencia política que 28 recopilaba y analizaba datos contables. Se trata de análisis mucho más cuantitativo. Aparentemente podía ser más aséptico, pero igualmente tenía condicionantes ideológicos. La escuela anglosajona de finales del siglo XIX e inicios del siglo XX tuvo continuidad en la obra de Shaul Bernard Cohen. Su planteamiento es dividir el mundo regiones políticas organizadas en torno a núcleos de poder (USA, URSS, China y Europa) y espacios de contacto Oriente Medio e Indochina. Sus planteamientos relacionan entre el poder político y el medioambiente, pero también entre el espacio político y los condicionantes étnicos. Para las escuelas científicas marxistas la noción de geopolítica era anticientífica, resultaba poco interesante y naturalmente determinista. El planteamiento del marxismo es la interpretación de todos los conflictos humanos, también los que se producen por la hegemonía del espacio, en una clave únicamente material. Ricos contra pobres, propietarios contra no propietarios. Para el marxismo el Estado es un elemento de la superestructura del capitalismo productivo, incluso en el caso de los estados socialistas. Si pudiéramos hablar de geopolítica marxista probablemente tendríamos que hablar de geoeconomía. Short Ernest establece tres niveles interesantes: 1) Grandes poderes económicos supranacionales. 2) El Estado-Nación. 3) Los estados locales. En Francia surgió una escuela crítica, de carácter revisionista. Era heredera de los intentos de finales del siglo XIX que habían buscado separarse de visiones deterministas, positivistas. Paul Vidal de la Blache a finales del siglo XIX ya había hecho una apuesta racionalista para relacionar al hombre con el espacio político. Está emparentada con la escuela historiográfica de los Annales y propone la ciencia cuantitativa. Foucault en su Microfísica del poder insiste, por ejemplo, en la subjetividad del actor y del autor. Intenta integrar la dimensión local en la dimensión global. Desde las décadas de 1970 y 1980 se articuló una visión geopolítica de carácter postmoderno. Basa su análisis en cuestiones que superan los límites de lo material y centra su interés en los nuevos movimientos sociales, y en las cuestiones postmateriales. A partir de la década de 1990 volveremos a encontrarnos un interés por las cuestiones materiales. Jean Gottman publicó The Significance of Territory (1973). En él analizó el territorio con referencia a la cuestión nacional, también, la relación de sus habitantes con el espacio. Sostiene que sus relaciones son: geográficas, políticas y económicas. Estas tres relaciones tendrían tres facetas principales: materiales, culturales y geopolíticas. Identificó áreas de estudio de la geopolítica: las fronteras y delimitación de los territorios; las diferencias en el ejercicio del poder en tiempo de guerra y paz; la distribución de la población y de los recursos en el territorio; la espacialidad del voto; el territorio marítimo; las regiones 29 nacionales; los factores espaciales y los conflictos. La revista Political Geography Quaterly fundada por Peter Taylor ayudó a valorar el análisis geopolítico. En ella se analizaron nuevos procesos: globalización, los procesos de involución e introversión en algunas sociedades, la desaparición de fronteras tras la caída del muro de Berlín, la integración regional, la creación de nuevas fronteras, lo que dio origen a nuevos vínculos geopolíticos; las relaciones centro periferia, las nuevas corrientes neoliberales, la creación de unidades políticas y económicas supraestatales, como por ejemplo la UE o la CEI, la desintegración étnica de antiguos estados como Yugoslavia, los cambios en la tendencia de voto, etc. Los estudios se hicieron plurales y se incorporaron nuevas metodologías de estudio como el análisis espacial cuantitativo, los métodos de la Geografía de la percepción, el análisis estructuralista y las proyecciones cartográficas a través de GIS. El propio Peter J. Taylor, con un enfoque materialista, introdujo en los análisis geopolíticos la economía, y lo hizo en tres niveles diferentes mundo, nación y lugar, descendiendo del marco nacional al regional para el estudio de las relaciones espaciales. Otros autores como Raffestin o Claval analizaron las relaciones de poder mediante la observación espacial y afirmaron que dichas relaciones estaban condicionadas por los recursos territoriales. La Geografía humanística, incluyó las relaciones sociales y al individuo como sujeto de la realidad geoespacial. 30

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