MITOS, ETAPAS Y CRISIS EN LA ECONOMÍA ARGENTINA PDF

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Este documento analiza la historia económica argentina, desde el modelo agroexportador hasta la crisis de 2001. Explica las etapas de industrialización y las crisis económicas que han afectado al país, destacando sus causas y consecuencias. Incluye información sobre el rol del sector agropecuario, la concentración de la tierra y el impacto de las crisis internacionales.

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MITOS, ETAPAS Y CRISIS EN LA ECONOMÍA ARGENTINA. En esta etapa, que comienza en los años ‘80, la Argentina disponía potencialmente de grandes recursos naturales, pero debía traer del exterior los capitales y la mano de obra necesarios para instalar el sistema de transportes, especialmente el ferrovi...

MITOS, ETAPAS Y CRISIS EN LA ECONOMÍA ARGENTINA. En esta etapa, que comienza en los años ‘80, la Argentina disponía potencialmente de grandes recursos naturales, pero debía traer del exterior los capitales y la mano de obra necesarios para instalar el sistema de transportes, especialmente el ferroviario, y la infraestructura portuaria y urbana, y modernizar la agricultura y la ganadería. Esto se hace centralizando el poder en Buenos Aires. El modelo se sustentaba en un esquema socio-económico en donde el bien abundante, la tierra, estaba en pocas manos, como consecuencia de un proceso de apropiación de la misma o de sus frutos que venía de la época de la colonia, y se continúa con la ley rivadaviana de Enfiteusis, las nuevas campañas al desierto y la venta en forma ventajosa de esas tierras alquiladas. Este proceso culmina con la campaña del General Roca, eliminando definitivamente la presencia del índigena y poniendo a disposición de un puñado de terratenientes millones de hectáreas explotables. En 1873 se produce una crisis a nivel mundial, dando inicio al período denominado la Gran Depresión, que va a durar hasta 1896 y afecta particularmente el poder hegemónico británico. La Argentina juega un rol importante en ese esquema, porque Gran Bretaña está perdiendo mercados en el mundo, justamente por la competencia de países emergentes para la época, como Alemania y Estados Unidos, que protegen sus industrias y expanden su comercio internacional. En lo que se refiere al sistema político interno, se produce la unidad nacional bajo la dirección de gobiernos oligárquicos. En lo económico, los elementos claves lo constituyen la concentración de la propiedad de la tierra, el endeudamiento externo y una ideología rectora: el liberalismo económico. Este no fue un período de progreso o crecimiento continuo como se suele creer: la expansión económica y productiva resultó evidente, pero con crisis importantes en su transcurso debido primordialmente al endeudamiento externo. La crisis más profunda de todas, la de 1890, que produjo un sacudón en la City londinense por la casi quiebra de la casa Baring, agente financiera del gobierno argentino. Esta crisis fue acompañada por una revolución política, que no triunfó pero dio lugar al nacimiento del primer partido político nacional, la UNIÓN CÍVICA RADICAL. Al ser el sector agropecuario la principal actividad económica que motorizaba al país, una gran concentración de poder en manos de los grandes estancieros, que, por lo general, no volcaron sus ganancias a las nacientes actividades industriales, o directamente las obstaculizaron, promoviendo la más amplia apertura comercial a fin de colocar sus productos en el exterior. La etapa de la industrialización sustitutiva, como rasgo principal de la actividad económica, puede subdividirse en tres períodos diferenciados: la industrialización “espontánea” (1930-1945), el proyecto industrializador peronista (1946-1955) y la industrialización “desarrollista” (1955-1976). Nuevamente otra crisis, que se inicia en Estados Unidos en 1929 y constituye el comienzo de un período de depresión económica mundial que duraría casi una década. Este proceso recesivo se caracterizó por una severa deflación en un sentido amplio, dado que generó restricciones monetarias y financieras, bajas de precios y salarios, y retroceso de las actividades económicas. Todo el conjunto de sucesos llevó a la quiebra del sistema multilateral de comercio y pagos, incluyendo el patrón cambio oro, y dio lugar a un retorno a los sistemas de preferencia imperial y a los convenios bilaterales. La Argentina, que tenía una economía abierta al mundo, sufrió de llenó ese impacto con una severa caída de sus exportaciones y un amplio déficit en su balanza comercial. A partir de los años ‘30, la industria se convertirá en uno de los sectores impulsores del crecimiento económico. La expansión de la industria textil satisfacía la creciente demanda del mercado interno, permitiendo, al mismo tiempo, el empleo como materia prima de lana y algodón producidos localmente, cuyos mercados internacionales se encontraban afectados por la crisis. El conjunto de ramas vinculadas al sector de automotores se convirtió también en un factor de crecimiento. Es el de maquinarias y artefactos electrónicos, así como la producción de electrodomésticos, cables y lámparas. Los cambios en la composición de la estructura social, como consecuencia de la ampliación de la masa de trabajadores industriales y urbanos que trae este proceso de industrialización, y el vacío político resultante de gobiernos apartado de los derechos y aspiraciones de la ciudadanía dieron lugar a la aparición de un fenómeno político nuevo, el peronismo, que estimulará el desarrollo industrial sobre la base de la participación social de los nuevos sectores sociales y de la ampliación del mercado interno y tendrá conductas de una mayor autonomía en el mercado internacional. El golpe militar de marzo de 1976 va a producir, a través de la represión, los llamados 30 mil “desaparecidos”. En este caso, la intención explícita de sus promotores fue la de eliminar en forma definitiva a actores mayoritarios de la escena política nacional debilitando sus bases económicas y sociales. Por otra parte, la crisis económica internacional que comenzó a desarrollarse en los inicios de la década de 1970, con la crisis del dólar primero y la del petróleo después, creó una amplia disponibilidad de capitales dispuestos a reciclarse en los países del Tercer Mundo, lo que permitió a las dictaduras de Pinochet y Videla disponer del financiamiento necesario para hacer prevalecer sus políticas económicas. La derrota en la guerra de las Malvinas terminó por hundir al régimen militar y fue en ese momento crítico en el que retornó la democracia. De la misma manera que grupos de izquierda radical intentaron ganar al peronismo en la década del ‘70, la derecha liberal ganó con sus ideas y sus intereses al liderazgo justicialista de los años ‘90, el llamado menemismo. Se implementó por ley un sistema de convertibilidad que llevó al abandono de toda política monetaria y a la sobrevaluación del peso; a la apertura irrestricta de la economía, sobre todo de la cuenta de capital; a la desregulación total del sector financiero; a la flexibilización laboral y al ajuste salarial. Se realizó la venta de los activos más importantes del patrimonio público. Se incluyó también en este proceso la privatización de la previsión social, que fue una de las causas principales del déficit fiscal en Argentina. Llegamos a la crisis de 2001, cuyos primeros síntomas se advierten desde los años finales del último gobierno de Menem y se agravan con el gobierno de De la Rúa, que siguió las recetas ortodoxas del FMI, bajando sueldos y jubilaciones, aumentando impuestos a sectores medios, proclamando el déficit cero pero pagando los intereses de la deuda y realizando un ruinoso megacanje de títulos públicos que incrementó notablemente el endeudamiento futuro. Todo lo cual tuvo su desemboque a fines de aquel año, cuando el sistema bancario y financiero basado en la convertibilidad, que tenía por fundamento la presunta dolarización de los depósitos bancarios a través de un tipo de cambio artificial no se sostuvo provocando el colapso del sistema bancario, el “corralito”, es decir la bancarización forzosa que impidió al público retirar sus ahorros y llevó al fin de la convertibilidad y del tipo de cambio fijo. La protesta social se generalizó y se manifestó en el plano político y cultural. Con lo que se arribó finalmente a una explosión social, el 19 y 20 de diciembre de 2001, que produjo por primera vez la caída de un gobierno, el de la Alianza, que había sucedido a Menemen, sin ninguna intervención militar. Luego de la caída en el default y un interregno de sucesivos y breves gobiernos que culminaron con la presidencia provisoria de Duhalde, resultó finalmente elegido, en un nuevo llamado a elecciones presidenciales, Nestor Kirchner, que asumió, sin haberse superado aún la crisis, en el 2003. Una de las más importantes iniciativas del nuevo gobierno en el orden político y jurídico fue su firme política de derechos humanos. Una renovada Corte Suprema de Justicia anuló las nefastas “leyes del perdón” para los militares. También se plantearon desde un principio posiciones de mayor autonomía en el terreno de las relaciones internacionales, incluyendo el rechazo del proyecto de Área de Libre Comercio de las Américas propuesto por Estados Unidos. Entre 2003 y 2007 el PBI aumentó creció en forma notable, mientras que la desocupación descendió sensiblemente y se redujeron los niveles de pobreza. Por otra parte, se terminó el default con el canje de la deuda, que fue aceptada por más del 70% de los acreedores y se pagó el total de la deuda pendiente con el FMI. Además, los balances favorables del comercio exterior, basados en un alza de los precios de los productos exportables, como la soja, en la mejora producida por la devaluación y en una mayor demanda internacional, permitieron aumentar en forma notable las reservas internacionales. Capítulo 1. El modelo agroexportador (1880-1914). El reinado del librecambio, cuya justificación teórica fue proporcionada por los economistas clásicos, alcanzó un pleno desarrollo en el periodo comprendido entre la abolición de las leyes inglesas de granos, que eliminaron el proteccionismo británico, en 1846, y la gran crisis que sacudió la economía europea hacia 1873. Esta crisis constituyó el inicio de la llamada “Gran Depresión”, la primera crisis general del capitalismo, y se extenderá de 1873 a 1896, coincidiendo con una de las llamadas “fase B” de los ciclos económicos largos. El principal rasgo de la “Gran Depresión” fue la caída de los precios en los principales mercados mundiales. A partir de 1896 los precios de esos bienes comenzaron a recuperarse, lo que explica el boom económico de muchos países agroexportadores hasta la Primera Guerra Mundial. La llamada “Segunda Revolución Industrial” fue una respuesta a la crisis: las innovaciones tecnológicas tuvieron como propósito elevar las tasas de rentabilidad, que habían caído, mejorando la productividad del trabajo. Revolución en los transportes y en las comunicaciones. Esto se complementa con cambios en las formas de organización del trabajo (el taylorismo), que contribuyeron también a aumentar la productividad. Estos cambios se concretaron en el marco de diversas perturbaciones sociales. El desarrollo de los sindicatos y de las reivindicaciones obreras, bajo el influjo de nuevas ideologías (socialismo, anarquismo, corrientes sindicales propiamente dichas), se vio acompañado de conflictos y huelgas. Como consecuencia de estas circunstancias, una constelación de potencias menores – Alemania, Estados Unidos, Francia – comenzó a practicar una política abiertamente proteccionista, a desarrollar sus industrias y a incrementar su participación en el comercio mundial. Frente a este desafío, el Reino Unido procuró dar una respuesta expandiendo sus exportaciones de capital y dirigiendo su comercio hacia los mercados protegidos de su imperio y hacia los del mundo periférico. Se abrió así una nueva etapa en la economía internacional, caracterizada por la diversificación del poder económico mundial, una estructura comercial con mayores restricciones y un nuevo y creciente rol de los movimientos de capital. Desde 1870 a 1913 (antes de la Primera Guerra Mundial) el Reino Unido va dejando de ser la potencia mundial y comienza a serlo Estados Unidos y, luego, Alemania. Causas de la inferioridad del Reino Unido: las acumulaciones pasadas de riqueza, la expansión colonial, la existencia de mercados “cautivos” y el poder financiero de la “City” privaron a la economía inglesa de incentivos para la renovación tecnológica o el cambio de sus estructuras. El comercio exterior, elemento vital para el crecimiento de esa economía, se vio también afectado. Entre 1870 y 1913, el comercio de exportación e importación británico experimentó importantes modificaciones. En ese periodo disminuyeron las exportaciones a Europa y a los Estados Unidos en más de un 8% mientras que se incrementó en igual proporción la participación de los países periféricos. Asimismo, las importaciones de materias primas y alimentos desde los Estados Unidos y los países europeos fueron reemplazadas paulatinamente por las de las áreas de nuevo poblamiento, colonias y países atrasados. El patrón oro permitía establecer un mecanismo de cambios fijos entre las distintas divisas con base en su correspondencia común con el metal. En este sistema los países mantenían fijo el valor de sus monedas con el valor del oro, al estar dispuestos a comprar o vender este metal a precios determinados o constantes, tendiendo la circulación monetaria interna una relación también fija con las reservas de oro. Otros dos aspectos denominaban la economía internacional del fin del siglo: la expansión colonial y la formación de grandes empresas, que fueron transformando el capitalismo de libre competencia en un capitalismo oligopólico o monopólico. La Primera Guerra Mundial es la que decide la suerte de Inglaterra, ya que cae en forma abrupta su participación en el comercio mundial y crece la de otros países del mundo occidental, fundamentalmente la de los Estados Unidos. La llamada “coyuntura inversa”, es decir, la relación inversa entre las fases coyunturales de Inglaterra y la de las naciones periféricas vinculadas a ella, posibilita que en las fases ascendentes de acumulación en el Reino Unido (fuerte importación de materias primas, déficit comercial) se crearan condiciones de prosperidad en sus partenaires basadas en la importación de capitales provenientes de la metrópoli. Por el contrario, cuando en Inglaterra comenzaba la etapa depresiva, los capitales, atraídos por las mayores tasas de interés ofrecidas por las instituciones financieras británicas, retornaban a su país de origen descargando las consecuencias de la crisis en los países de la periferia. El proceso que se inicia en la década de 1880, suele denominarse “período de transición”. Desde la sanción de la Constitución Nacional, en 1853, y de los códigos Civil y Comercial hasta la capitalización de Buenos Aires, en 1880. En esa época se elabora el cuerpo doctrinario de ideas que dará forma a lo que algunos autores denominaron “proyecto del 80”. Que constituyó más bien una asociación significativa entre un conjunto de ideas y de hechos, gestada en las décadas previas. El esquema agroexportador en la época anterior a 1880 se planificó, pero nunca se implementó. La evolución del moderno Estado que surgió a partir de 1880 estaría así muy ligada a la vigencia del modelo económico que le sirvió de sustento. Cuando se amplió la base social y ese modelo comenzó a dar señales de agotamiento, la continuación de las viejas prácticas políticas se hizo imposible. La Ley Sáenz Peña y el triunfo del radicalismo fueron una expresión de las tensiones económicas, políticas y sociales que aquel había generado y que la crisis de 1930 pondría plenamente al descubierto. Con la ausencia de Roca, comenzó a consolidarse el proceso de formación del Estado nacional, iniciado en 1862 con la unificación del territorio nacional, hasta entonces escindido entre el Estado de Buenos Aires y la Confederación Argentina. Bajo el lema de “Paz y administración”, Roca puso fin a las turbulencias políticas precedentes, en un período caracterizado por la paulatina desaparición de los conflictos inter e intrarregionales. La construcción del Estado nacional implicó la integración social, política y económica del país en un orden coherente con las necesidades del crecimiento económico. Para este objetivo, las autoridades nacionales contribuyeron decisivamente a la configuración de una clase dirigente nacional resultado de una alianza entre Buenos Aires y el interior, con hegemonía de los sectores terratenientes pampeanos. En 1891, la Unión Cívica Radical se escindió en dos líneas opuestas: la Unión Cívica Nacional, respaldando el acuerdo de Mitre con el roquismo y la Unión Cívica Radical, orientada hacia la intransigencia, bajo el liderazgo de Alem. En 1894, por iniciativa de Juan B. Justo, nació el Partido Socialista, que sostenía un programa de reivindicaciones sociales para los trabajadores y de reforma democrática del Estado. En 1866, bajos los efectos de la crisis lanera, un grupo de estancieros funda la Sociedad Rural Argentina, donde tuvo comienzo el impulso hacia el proteccionismo. El crecimiento de la producción agropecuaria, dependía de la incorporación de nuevas tierras, lo que llevaba a una permanente disputa por el espacio con el indio en procura de ampliar el área de producción. Con la declaración de la independencia se habían llevado a cabo dos campañas de conquista, bajo las administraciones de Rivadavia y Rosas. El éxito de la nueva estrategia, en la presidencia de Roca, se vio facilitado por nuevos desarrollos tecnológicos, que desnivelaron a favor del ejército la lucha contra el indigena. De esa forma, se logró la apropiación completa de la región pampeana, en una operación denominada “Conquista del Desierto”. La distribución de las nuevas tierras reforzó el carácter latifundista de la propiedad rural que había caracterizado a la Argentina en el pasado. El boom de las exportaciones agropecuarias comenzaría recién después de la crisis de 1890. Lo que se advierte en la década del ‘80 fue un gran incremento de las importaciones. El uso del crédito externo y la inversión extranjera directa es lo que posibilitó la expansión de las importaciones y permitió absorber, hasta la crisis de 1890, los déficit comerciales. La primera corriente importante de inversiones extranjeras contaba con capitales casi exclusivamente británicos. El Estado jugó en este proceso un papel relevante ya que la mayor parte de esos capitales estaba destinado a empréstitos gubernamentales. La razón que inducía a esperar una alta tasa de retorno del capital era la posibilidad de poner en producción los enormes recursos potenciales de la Pampa Húmeda. La crisis marcó un punto de inflexión en la inversión extranjera, que se redujo considerablemente hasta fines del siglo. Esto, sumado a la fuerte carga de la demanda externa, originó un saldo negativo de magnitud en la balanza de capitales. Pero en ese momento comenzó a producirse el boom de las exportaciones agropecuarias, lo que permitió equilibrar la balanza de pagos. El ferrocarril facilitó la introducción de las manufacturas importadas en el interior del país, completando así la integración en el esquema de división internacional del trabajo. También consolidó la situación de Buenos Aires como principal centro económico del país, centralizando las terminales del sistema en esa ciudad y conformando el llamado “país abanico”. La temprana aparición de los frigoríficos estuvo vinculada al peso determinante que el sector ganadero tuvo desde la época virreinal. El capital británico primero, y un poco más tarde el norteamericano, tuvieron un papel decisivo en este proceso. En la etapa inicial de instalación de los frigoríficos, entre 1882 y 1906, los capitales invertidos eran nacionales o del Reino Unido. Recién en 1907, cuando la Swift adquirió un frigorífico de origen inglés, comenzó la radicación de empresas estadounidenses del llamado “trust de Chicago” estimuladas por la mayor baratura y calidad de la materia prima y los menores costos de mano de obra, y cuyo exclusivo propósito era abastecer el mercado británico. El capital extranjero tenía una fuerte incidencia en la vida económica del país y contribuía a diseñar su perfil agroexportador. El movimiento migratorio de regreso a Europa era una manifestación de las crisis económicas y las guerras. De 1860 a 1889, periodo en el que los inmigrantes tienen algún acceso a la tierra, el número de regresos a Europa es bajo. En cambio, entre 1890 y 1930, la creciente demanda del sector urbano, especialmente en Buenos Aires y otras ciudades, como consecuencia del desarrollo de la infraestructura y de las actividades terciarias, fue el polo de atracción de los inmigrantes, aunque el número de inmigrantes que regresó durante este último período a Europa fue mayor. Contribuyó a ello el fenómeno de la inmigración golondrina, que al finalizar sus trabajos retornaban a su país de origen y que se extendió hasta pasada la Primera Guerra Mundial. Las organizaciones que antecedieron al movimiento obrero argentino se conformaron con artesanos y trabajadores de origen inmigratorio. El carácter fundamental de las actividades agropecuarias, con su fuerte demanda de mano de obra estacional, afectaba a todos los sectores de la economía, provocando fluctuaciones en el mercado laboral. Muchos trabajadores de la ciudad, no solamente los no calificados, se desplazaron hacia el campo durante las cosechas. Esto provocó la movilidad ocupacional y geográfica de los trabajadores y la escasa calificación de la mano de obra. Durante la década de 1880, aparecieron las primeras agrupaciones o sociedades que reflejaban la resistencia de los trabajadores al sistema, al tiempo que lentamente se multiplicaban los conflictos. El período que se extendió entre 1900 y 1910 se caracterizó por una fuerte conflictividad, La sindicalización se expandió acompañada por conflictos y huelgas generales. Sobre la base de la mano de obra concentrada en talleres medianos y pequeños, con un porcentaje considerable de obreros con cierta calificación y, fundamentalmente, de los trabajadores del sector del transporte, surgió un movimiento obrero activo y dinámico, que se proyectó a nivel nacional. Con esta característica surgieron dos centrales obreras: la anarquista Federación Obrera Argentina – FOA – (creada en 1901, y denominada FORA en 1904) y la socialista Unión General de Trabajadores (UGT) en 1902. Entre 1902 y 1910 se produjeron siete huelgas generales e importantes manifestaciones callejeras. El paro de mayor duración tuvo lugar en mayo de 1909 y su detonante fue el ataque sorpresivo de la policía a una columna obrera que conmemoraba el 1° de mayo. Frente a la conflictividad social del período 1900-1910, la política del Estado fue oscilante. Por un lado, limitó sus intervenciones a un control del movimiento social y a la represión de sus manifestaciones más extremas; por otro, reviendo su postura abstencionista, intervino en los conflictos laborales, reglamentando la vida de los sindicatos, sus derechos y obligaciones. El sector ganadero tuvo transformaciones significativas. Los cambios en la agricultura estuvieron muy relacionados con la evolución de la ganadería; ambos se condicionaron mutuamente a través de la interacción de los cultivos de alfalfa y la siembra de cereales. Las colonias agrícolas fundadas después de la caída de Rosas, tuvieron un pequeño boom hacia fines de la década de 1860, gracias a la guerra con el Paraguay, que creó, por las necesidades de abastecimiento del ejército aliado, un mercado muy cercano a ellas. La falta de medios de transporte y su alto costo obligaba a los colonos y agricultores a mantenerse muy cerca del río Paraná. El insuficiente tamaño de las concesiones agrícolas en las colonias y la mala localización geográfica de alguna de ellas eran otros inconvenientes. La introducción del ferrocarril, la derrota total del indio y la llegada masiva de inmigrantes resuelven en parte esos problemas y hacia 1890 el sector agrícola comenzó a crecer aceleradamente. La expansión de la frontera no sólo solucionó el problema de la escasez de tierra, sino que permitió también ampliar el tamaño de las parcelas haciéndolas más rentables. El ferrocarril disminuyó considerablemente el costo de los fletes, facilitó la movilización de la mano de obra y difundió a lo largo de las vías el cultivo de cereales, en especial el trigo. El mapa agrícola – ganadero experimentó grandes cambios al incorporarse a la agricultura zonas hasta entonces marginales o dedicadas exclusivamente a la ganadería. Un factor decisivo en este sentido fue la modificación del perfil de la actividad ganadera debido a la acción del frigorífico y al incremento de la exportación de carnes de buena calidad. Se introdujo así el cultivo de alfalfa y las tierras comenzaron a dividirse en lotes y a arrendarse para dedicar los campos a la siembra del trigo y del maíz. La evolución de la ganadería en este período reconoce tres momentos fundamentales: la llamada “desmerinización” del ganado lanar, el comienzo del refinamiento del vacuno y la exportación de ganado en pie y, finalmente, la exportación de carnes vacunas congeladas y enfriadas. Hacia 1850 la Argentina inició el llamado “ciclo de la lana” basado en el paulatino reemplazo de la estancia vacuna tradicional, productora de cuero y tasajo para la exportación, por la estancia lanar y el predominio de la producción y exportación de lanas. El éxito que a fines de los años 70 tuvieron los primeros intentos para conservar las carnes en cámaras frigoríficas y la creación, desde 1883, de establecimientos destinados a la preparación de carnes congeladas produjo efectos casi inmediatos sobre la producción ovina. En esta etapa, el frigorífico prefiere la carne ovina, más pequeña y refinada, a la vacuna. Entretanto, el ganado vacuno encontró una salida gracias al desarrollo de la exportación de ganado en pie a Europa, para lo cual tenía ventajas sobre el ovino al ser de traslado más fácil y de mejor rendimiento. Pero el progreso de la industria frigorífica, el mayor refinamiento del ganado y la prohibición de la importación de ganado en pie establecida por el Reino Unido en 1900 con el argumento que el animal argentino estaba afectado por la aftosa inauguraron una nueva etapa, en la que predomina la elaboración y exportación de carnes vacuna congeladas y enfriadas. Aquellas industrias ligadas a la explotación pecuaria tradicional, como los saladeros o las graserías, se hallaban en una etapa de declinación que se acentuaría con la aparición del frigorífico y la finalización del “ciclo de la lana”. Un problema adicional que contribuyó a agravar la desprotección fue el que se generó con la Ley Arancelaria de 1906, que modificó a la de 1877. La nueva norma fijaba un valor de aforo para cada producto que sólo podía ser modificado por otra ley, lo que provocó, en la medida en que los precios internacionales comenzaron a distanciarse de los valores de aforo, una seria reducción, en términos reales, de las tarifas. La puesta en producción de la potencial riqueza agropecuaria requirió la maduración de aquellas inversiones y la balanza comercial comenzó a arrojar saldos positivos a principios de la década de 1890, respondiendo al incremento de la producción y de las exportaciones. Recién en 1891, debido a la fuerte disminución de las importaciones, producto de la crisis económica que se desató el año anterior, aparece un superávit en la balanza comercial. El crecimiento de las exportaciones argentinas de granos en los mercados mundiales produjo un cambio en la ubicación relativa del país dentro de las principales naciones exportadoras. La importancia de los bienes comprados al exterior en el funcionamiento de la economía de la época está determinada por el hecho de que representaron en todo el período casi la cuarta parte del valor del producto bruto interno. A partir de 1895 las cifras de exportaciones se vieron sensiblemente alteradas porque la estadística oficial registra un nuevo rubro: el de las exportaciones “por órdenes”, es decir, productos que se embarcaban a determinados puertos europeos, por lo general británicos, pero sin que se tuviera conocimiento de su verdadero destino final. A fines de 1883, se estableció definitivamente el patrón oro y se aseguró el reemplazo de los billetes papel en circulación por los nuevos billetes a la par con el oro. El mantenimiento de la convertibilidad dependía de diversos factores que estuvieron lejos de concretarse. Por otra parte, la ausencia de un marco institucional sólido en el terreno financiero y bancario, y la existencia de intereses poderosos, como los productores agropecuarios y los exportadores que no veían con agrado la estabilidad de la tasa de cambio y preferían un papel moneda devaluado, contribuía a impedir el éxito de una política monetaria basada en la plena vigencia del patrón oro y la libre convertibilidad. El ascendente déficit del comercio exterior a partir de 1881 fue compensado, hasta 1884, por la amplia corriente de inversiones extranjeras. Pero a fines de ese año el sector externo entró en crisis y dicha corriente se detuvo debido a la pérdida de confianza que se produjo en el exterior como consecuencia del mayor signo negativo de la balanza comercial y del sensible aumento de los pagos de intereses y beneficios por los anterior préstamos, cuyo cumplimiento empezaba a ponerse en duda. Por el aumento del crédito y la oferta monetaria, el público compraba oro ante las expectativas de devaluación de la moneda, producto de la mayor oferta monetaria, lo cual conducía al agotamiento de las reservas y a la depreciación del peso. Esto es lo que provocó el fracaso del patrón oro para mantener la convertibilidad en 1876, en 1885 y en 1890. Una mayor expansión del circulante se produjo desde 1887 debido a la sanción, por el gobierno de Juárez Celman, de la Ley de Bancos Garantidos. La nueva ley establecía que cualquier banco, al estilo de sistema del “free banking" norteamericana, estaba autorizado a emitir billetes con la condición de realizar un depósito en oro en las arcas del Tesoro Nacional por lo cual recibiría una cantidad de bonos públicos que constituirían el respaldo de su emisión. Pero la medida se reveló peligrosa y dio lugar a una gran fiebre especulativa porque muchos bancos, que no disponían de oro, comenzaron a vender bonos propios en el exterior para obtenerlo y poder emitir. Es decir que mientras el gobierno recibía oro del sistema bancario para pagar la deuda externa, los bancos se endeudaban en el exterior provocando un aumento de aquélla: los préstamos se pagaban con nuevos préstamos. El emisionismo excesivo y la especulación de todo tipo se asociaban a un consumo suntuario que agravaba las cosas. La causa determinante del descontrol monetario y financiero se originaba así en el endeudamiento con el exterior. La deuda externa argentina, hacia 1891, estaba constituía por la deuda del Estado Nacional, la de los Municipios, diversas Obligaciones Estatales y Garantía Ferroviarias y la Deuda Privada. Las exportaciones no lograron expandirse en la medida suficiente para hacer frente a los servicios de la deuda y la crisis debía estallar inevitablemente en cuanto el flujo de préstamos del exterior se interrumpiera. Esto ocurrió cuando la desconfianza sobre la situación argentina empezó a cundir en el exterior y la casa Baring Brothers no pudo seguir vendiendo en Londres los títulos argentinos, sino a costa de grandes pérdidas. Debido a ello, luego de intimar al gobierno a que hiciera frente a sus vencimientos para evitar que entrara en liquidación, la casa Baring debió cerrar provisoriamente sus puertas y fue salvada por el gobierno británico. En la Argentina, algunos de los principales bancos se declararon en bancarrota y, una vez fracasados los intentos para ayudarlos, entraron en liquidación. Los primeros años del nuevo siglo se vieron marcados por una fuerte recesión económica, y esto influyó sobre la Caja de Conversión que no tuvo saldo alguno en sus arcas. Recién a partir de 1903, cuando se produjo la combinación de grandes cosechas y precios internacionales favorables y se reanudó la corriente de préstamos, el balance de pagos comenzó a arrojar fuertes superávit. Las importaciones netas de oro, resultado de los balances de pagos superavitarios, determinaron una expansión monetaria que acompañó el crecimiento de la economía. A partir de 1904 - 1905 se verifica un aumento continuo del medio circulante. La entrada de oro por superávit comerciales y por las corrientes de capital externo condujo a una emisión mayor, contribuyendo a la expansión de los negocios, pero también al incremento de las actividades especulativas. Capítulo 2. Economía y sociedad en los años ‘20 (1914-1930). Hasta 1914, el Reino Unido se había mantenido como el centro hegemónico financiero mundial, secundado por otras potencias europeas. Antes de la guerra, los Estados Unidos se habían convertido en el principal productor mundial gracias a sus inmensas riquezas naturales, a la amplitud de su territorio agrícola y a la disponibilidad de mano de obra. De esta manera, la Primera Guerra Mundial potenció la participación norteamericana en el comercio mundial al tiempo que declinaba la inglesa. Este fenómeno tenía una explicación. Gran Bretaña exportaba principalmente textiles, carbón, hierro y acero, productos afectados por la utilización de bienes sustitutivos, o por el cierre de algunos mercados tradicionales. Los Estados Unidos, por el contrario, exportaban maquinarias o bienes manufacturados de alta tecnología, cuya demanda estaba en proceso de expansión. Una consecuencia fundamental de la guerra fue, sin duda, el estallido de la Revolución Rusa, en 1917, bajo la dirección del partido bolchevique conducido por Lenin. Se inició un experimento económico. La participación del Estado en la vida económica, a través de la propiedad estatal de los medios de producción y de distintos mecanismos de planificación, se transformó en el eje central del desarrollo económico y social del país del Este. La guerra de 1914-1918 también modificó sustancialmente el panorama del resto de Europa. La imposición de cuantiosas sanciones económicas a los países vencidos, sobre todo a Alemania, a través del Tratado de Versailles, de 1918, afectó severamente a diversas economías europeas, dando lugar a graves hiperinflaciones, a grandes fluctuaciones económicas y al surgimiento de condiciones críticas en el plano social, que derivaron en la aparición de movimientos autoritarios, como el fascismo y el nazismo. A este panorama contribuyó también, la desintegración del Imperio Austrohúngaro. En la posguerra, el sistema capitalista entró en una fase de expansión que se evidenció especialmente en Norteamérica. Allí, las industrias surgidas de la Segunda Revolución Industrial experimentaron un gran auge, sobre todo en los sectores de la química, el petróleo, la electricidad, los automotores y la metalurgia. Al mismo tiempo, las nuevas técnicas y estrategias empresariales (concentraciones, holdings) y de producción (taylorismo, fordismo) favorecían este proceso de expansión. Durante la Primera Guerra Mundial, los países involucrados en el conflicto habían gastado gran parte de las reservas de oro y creado papel moneda en exceso para financiar las compras de material bélico. Este abandono forzado del patrón oro generó un fuerte proceso inflacionario. Por esa razón, después de la guerra, la Conferencia Internacional de Ginebra, realizada en 1922, consagró un sistema diferente, el Gold Exchange Standard. De esta manera, la moneda de cada país ya no estaba vinculada directamente al oro, sino a una moneda central, definida y convertible en dicho metal. A partir de entonces, hubo dos monedas convertibles en oro, la libra esterlina y el dólar. Durante los “felices años ‘20” se mantuvieron una serie de problemas que evidenciaban la fragilidad del sistema. Entre estas dificultades se destacaron las tendencias proteccionistas establecidas al finalizar la guerra, que obstaculizaron los intercambios internacionales; las deudas y reparaciones de guerra que afectaron a Alemania y los bajos precios de los productos agrícolas que generaron una profunda crisis agraria a nivel mundial. La especulación bursátil, estimulada por la abundancia de capitales en busca de beneficios rápidos, se disparó sobre todo a partir de 1927. El valor de las acciones se duplicó entre 1927 y 1929. El sistema internacional de pagos de posguerra fue creando una serie de descompensaciones, sobre todo porque los Estados Unidos se habían transformado al mismo tiempo en el principal exportador de mercancías y de capitales, mientras que poderosos intereses sectoriales norteamericanos no permitían una apertura del mercado a la importación de productos europeos o de otros países. Todos estos hechos fueron llevando a la crisis desencadenada el 24 de octubre de 1929 con la estrepitosa caída de los valores de la Bolsa neoyorquina. La especulación, basada en una increíble prosperidad que parecía no tener fin, había llevado el valor de los títulos negociados en Wall Street a casi el equivalente del ingreso nacional norteamericano. En gran medida, la crisis se relacionaba con las transformaciones de los procesos productivos en el marco de normas de consumo y de distribución del ingreso más acordes a la capacidad productiva del pasado, hubo un incremento de stocks “no planeados” de productos, es decir, de bienes que no podían venderse. La respuesta de los empresarios ante este problema consistía en reducir su producción, despidiendo una parte de su plantel de obreros y reduciendo los salarios para ajustar el costo de producción a los precios declinantes por causa de la sobreoferta. La espiral deflacionaria era impulsada por las medidas defensivas aplicadas por la mayoría de los países, ya sea mediante tarifas proteccionistas o a través de devaluaciones y controles de cambios. La crisis financiera provocó el quebranto de muchas empresas industriales y comerciales y la liquidación de buena parte del sistema bancario, se contrajo el comercio internacional, la demanda disminuyó y creció en forma acelerada la desocupación. Se había llegado a la Depresión Mundial. Entre los factores que precipitaron la apertura del sistema político deben señalarse los conflictos intraoligárquicos, las revoluciones impulsadas por el radicalismo y el movimiento obrero, que a través de las organizaciones sindicales y las sociedad de resistencia desencadenó un período de fuertes conflictividad social. A partir de 1901, la resistencia interna se orientará al desmantelamiento de las posiciones roquistas y abrirá el espacio para la emergencia de una corriente que quería reformar el sistema político. Por su parte, aun derrotados en su intento revolucionario de 1905, los radicales no decrecieron en sus iniciativas. Su estrategia abstencionista combinaba la reivindicación del sufragio libre con la actividad conspirativa. Finalmente, la inédita sucesión de huelgas y hechos de violencia de la primera década del siglo XX contribuyó a que la elite dominante se planteara la necesidad de ampliar la base social de sustentación del Estado. La reforma electoral promovida por Sáenz Peña planteaba la elaboración del padrón electoral sobre la base del Registro de Enrolamiento. La nueva reforma establecía la obligatoriedad y el secreto del voto, e implementaba el procedimiento de la lista incompleta como medio para garantizar la representación parlamentaria de las minorías en la Cámara de Diputados, entre los electores de presidente y vice, y entre los electores de senadores por la Capital Federal. La ley de reforma electoral fue sancionada en 1912. Pero el instaurado voto secreto y obligatorio conservaba la exclusividad del sufragio para los varones nativos y naturalizados mayores de 18 años. Para las elecciones de 1916, se creó el Partido Demócrata Progresista, liderado por Lisandro de la Torre. Pero los desacuerdos organizativos y por el liderazgo lo llevaron al fracaso. Además, la Unión Cívica Radical luego del fracaso de 1905, decidió incorporar a las clases medias urbanas y rurales. En las elecciones del 2 de abril de 1916, se consagró presidente Yrigoyen (radical). Entre el oficialismo y el radicalismo se concentraron la mayoría de los votos; y el conservadurismo oligárquico empezó a fracasar. En materia de política exterior, la continuidad se expresó en la reafirmación de la neutralidad que, con motivo del estallido de la Primera Guerra Mundial, había declarado el presidente De La Plaza. El gobierno estadounidense rompió relaciones con Alemania e invitó a la Argentina a acompañar su decisión. Yrigoyen reconoció el valor moral de la intención del presidente norteamericano Wilson, pero no adhirió a su propuesta rupturista. Inclusive, en una actitud más autonomista, intentó organizar, sin mucho éxito, un par de conferencias de países americanos neutrales, excluyendo a los Estados Unidos. En cuanto a la política interna, la oligarquía tradicional siguió controlando gran parte del poder económico y social. El radicalismo accedió a la presidencia, pero quedó como minoría en el Senado, en varias provincias y en muchos niveles gubernamentales inferiores. Por lo tanto, la nueva administración debió iniciar su gestión a partir de una precaria situación política. Para consolidar su posición el radicalismo realizó intervenciones federales a las provincias que seguían en manos de los partidos tradicionales. Esto sirvió para mejorar la situación radical en el Congreso, logrando mayoría en Diputados, pero el Senado siguió bajo el control de la oposición. La relación conflictiva entre el Poder Ejecutivo y el Legislativo dio lugar a una disociación entre la administración económica y el poder político. El resultado fue que numerosos proyectos del presidente Yrigoyen no tuvieron sanción por parte del Congreso Nacional. Hacia 1922, año de renovación presidencial; la fórmula presidencial elegida, estaba integrada por Marcelo T de Alvear y Elpidio Gonzalez. A diferencia de Yrigoyen, Alvear inauguró las sesiones del Congreso, sus ministros respondieron a las interpelaciones de los parlamentarios, se acudió a la Legislatura para disponer la primera intervención federal y se atendió a las demandas de los militares. Alvear trató de evitar el recurso de la intervención a las provincias. Para alcanzar el viejo objetivo radical de garantizar los comicios en el interior y democratizar el Senado, presentó a la Cámara Alta, en 1923, un proyecto de reforma constitucional, por el que se reducía el mandato de los diputados a tres años, se disponían la renovación total de la Cámara y la elección directa de los senadores. Pero el proyecto no fue tratado en la comisión correspondiente. La diferencia entre Alvear e Yrigoyen crearon una división dentro del radicalismo: personalistas (yrigoyenistas) y los antipersonalistas. El proceso que llevó a la división atravesó tres etapas. La primera se desarrolló desde la asunción de Alvear hasta fines de 1923. Los enfrentamientos entre ambos sectores tuvieron como escenario el Senado, cuya presidencia era ocupada por Elpidio Gonzalez, vicepresidente de la Nación y estrechamente vinculado a Yrigoyen. La presencia mayoritaria de diputados personalistas obstaculizaba las iniciativas del Poder Ejecutivo, impugnándolas o ausentándose del recinto. Con el nombramiento de Vicente C. Gallo en el Ministerio del Interior comenzó una nueva etapa de la división partidaria. Figura conspicua del grupo “azul”, su gestión en apoyo de los antipersonalistas aceleró la escisión interna. A mediados de 1924, la división de los radicales se formalizó. Los antipersonalistas se separaron de la Unión Cívica Radical, designando sus propias autoridades y organizando sus estructuras en todo el país. A través del ministro del Interior presionaron a Alvear para que interviniera la Provincia de Buenos Aires, baluarte yrigoyenista y clave de la futura elección nacional. Sin embargo, el presidente resistió y dilató esta decisión provocando, en junio de 1925, la renuncia de Gallo. Con la salida del ministro se abrió la tercera etapa del proceso. Jose Tamborini se hizo cargo del ministerio del Interior y trató de atenuar el enfrentamiento.. Los antipersonalistas se prepararon para concurrir por separado a las elecciones presidenciales de 1928. El socialismo también debió afrontar una división partidaria. La toma de posición frente al yrigoyenismo generó conflictos internos y en el propio bloque parlamentario. Las rencillas derivaron en la expulsión de un grupo de afiliados (entre ellos Federico Pinedo y Antonio de Tomaso) que formaron el Partido Socialista Independiente. En las elecciones de 1928, esta nueva fuerza política acompañó a la fórmula antipersonalista. En 1928, año electoral, Hipólito Yrigoyen llegó nuevamente a la Presidencia de la Nación. Para lograr esto se sustentó en los sectores populares. El yrigoyenismo se había comprometido a mantener las reservas petrolíferas y la explotación de las mismas bajo control del Estado. Consideraba que los ingresos derivados de esa actividad permitirían la cancelación de la deuda externa y el incremento de los ingresos públicos, colocando en manos del gobierno nacional un recurso que, en poder de las provincias, servía para apuntalar a las oposiciones de conservadores y antipersonalistas. Para lograr que la Cámara Alta aprobara las leyes de nacionalización del petróleo, se necesitaba controlar las legislaturas provinciales y, a través de éstas, elegir los senadores suficientes para obtener la mayoría requerida por el gobierno nacional. Por otra parte, los problemas con los Estados Unidos no se limitaban exclusivamente al tema del petróleo, sino que se relacionaban también con los intereses ganaderos debido a la prohibición de compras de carnes argentinas por parte del gobierno de Washington, debido a un embargo sanitario establecido en 1926. Distinta fue la acogida a la misión comercial británica, durante el año siguiente. El jefe de la misión, lord D’Abernon, obtuvo de Yrigoyen el compromiso de otorgar concesiones a empresas y mercancías británicas en el mercado argentino. El acuerdo que selló esta visita sólo logró la ratificación de la Cámara de Diputados y se hallaba a la consideración del Senado en momento de producirse el golpe militar de septiembre de 1930. Sin embargo, ni el accionar militar, ni la ineficiencia gubernamental, ni la reducida capacidad del presidente, ni las consecuencias de la crisis mundial, fueron las únicas determinantes del derrocamiento de Yrigoyen. Un condimento principal radicó en la poderosa coalición de intereses políticos y económicos que, desde la asunción de su primer mandato y, en especial, desde 1928, volcaron sus esfuerzos en desestabilizar al gobierno y crear un clima que facilitara su derrocamiento. Los radicales antipersonalistas, los conservadores y los socialistas independientes: el llamado “contubernio”, apoyados por medios de difusión de gran influencia, desarrollarían en el último período de Yrigoyen una campaña política de desprestigio de la administración radical, que culminaría en septiembre de 1930. En la Argentina, la burguesía empresarial urbana, pequeños y medianos comerciantes, sectores medios rurales y la clase obrera más calificada, estaba integrada por inmigrantes o hijos de inmigrantes. Los argentinos de origen criollo se concentraban en sectores pudientes, clases medias tradicionales, y sectores bajos de las clases trabajadoras, urbanas y rurales. La primera interrupción de la corriente inmigratoria de ultramar se produjo con la Primera Guerra Mundial. Los saldos inmigratorios máximos habían sido alcanzados en el período 1900-1910. En 1914, el número de inmigrantes experimentó un abrupto descenso. Iniciándose un período con saldos inmigratorios negativos: entre 1914 y 1919. Finalizada la guerra, el flujo inmigratorio recibió un nuevo impulso, entre 1921 y 1930. Los cambios políticos resultantes de la vigencia de la ley electoral de 1912 permitieron la integración de una importante masa de población hasta entonces excluida de toda participación política. Factores estructurales como el asentamiento progresivo de las anteriores inmigraciones, el impacto de decisiones políticas de fines del siglo XIX, la posterior instauración del servicio militar y los efectos de la prédica nacionalista contribuyeron a la definitiva integración social de los sectores populares. Un fenómeno que acentuó la participación de las capas medias fue el movimiento por la reforma universitaria que, iniciada en Córdoba en 1918, contribuyó a eliminar los criterios elitistas y anacrónicos que imperaban en los claustros universitarios. A finales de 1916 se declaró un paro de los trabajadores del puerto de Buenos Aires. El mismo fue organizado por la Federación Obrera Marítima. En este caso, el gobierno no recurrió a la tradicional represión policial. Por el contrario, arbitró el conflicto satisfaciendo la mayoría de las demandas de los huelguistas. Nuevas mediaciones estatales con motivo de las huelgas ferroviarias en 1917 y 1918 culminaron con concesiones que aumentaron el estándar de vida y mejoraron las condiciones de trabajo de los ferroviarios. La agitación obrera volvió a despertar a principios de enero de 1919. El episodio, conocido posteriormente como la Semana Trágica, se desencadenó a partir de una huelga de los trabajadores metalúrgicos de los Talleres Vasena, que reclamaban mejoras salariales y reducción de las horas de trabajo. La empresa rechazó esa petición y consideró en rebelión a sus obreros, quienes declararon una huelga el 2 de diciembre de 1918. Como el paro se prolongaba, el 7 de enero de 1919, se pidió la intervención policial, que terminó en un enfrentamiento con los huelguistas. La tercera ola de agitación obrera emergió en la Patagonia, en 1921, impulsada por una sociedad obrera anarquista fundada en Río Gallegos. Los reclamos de mejoras salariales, ocho horas de trabajo y condiciones higiénicas se difundieron hasta las grandes estancias dedicadas a la cría de ovejas. Se declaró, entonces, una huelga que originó disputas armadas entre los huelguistas y las fuerzas al servicio de los estancieros, quienes solicitaron ayuda al gobierno nacional. En enero de 1922 se llegó a un principio de acuerdo entre las partes, que pareció terminar el conflicto, pero al no ser respetado el acuerdo por los estancieros la huelga se reinició. Entonces, los militares retornaron con el objetivo de reprimir la huelga y se impuso la ley marcial. Este episodio se conoció con el nombre de la “Patagonia Trágica”. Se puede observar que durante la Primera Guerra Mundial, entre 1914 y 1917, se produjo una brusca caída del PBI. El comercio exterior resultó superavitario, pero ello fue consecuencia de un descenso de las importaciones y no de un incremento sustancial de las exportaciones. A partir de 1918, la normalización de la economía internacional permitió que se incrementaran de manera considerable las exportaciones agrícolas para abastecer a los exhaustos países europeos. Sin embargo, la crisis agrícola-ganadera, que se inició a fines de 1920, como consecuencia de la caída de los precios internacionales de los productos agrarios, y en particular de las carnes, debido a la recuperación del sector agropecuario en los países europeos, produjo una nueva disminución de la tasa de crecimiento del PBI. Tras una declinación momentánea de la actividad económica en 1925, el crecimiento retomó el ritmo ascendente que caracterizó a la mayor parte de la década de 1920. Debido a la entrada masiva de capitales y al aumento del volumen de los bienes exportados, que compensó otra caída de los precios internacionales, se fortaleció el peso, lo que permitió al gobierno volver al sistema de la Caja de Conversión. La subida de las tasas de interés en los Estados Unidos a partir de 1928 y, luego, la crisis de 1929 revirtieron de nuevo la tendencia y causaron serias dificultades en la balanza de pagos. Existía en la Argentina una relación triangular, en la que participaban como partenaires principales el Reino Unido y los Estados Unidos. Argentina tenía un excedente de exportaciones con Gran Bretaña y uno de importaciones con Estados Unidos. Esta circunstancia originaba, paralelamente, la existencia de un triángulo naviero y de un triángulo en los movimientos de capital. El naviero se producía porque, como el grueso de las exportaciones argentinas (carnes y cereales) se dirigía a Gran Bretaña y Europa, los exportadores británicos disponían de una amplia capacidad de bodegas de retorno para colocar productos voluminosos, como el carbón. En cambio, dado el poco monto de las exportaciones argentina a los Estados Unidos, los productos norteamericanos no disponían de la misma capacidad de embarque de retorno y debían pagar fletes más altos, o aprovechar el mayor intercambio comercial con el Brasil para prolongar los viajes hacia Buenos Aires. El triángulo de los movimientos de capital tuvo también una importancia decisiva. Por un lado, el Reino Unido cubría, con los ingresos provenientes de la Argentina por inversiones y prestación de servicios financieros y comerciales, la mayor parte de su balance comercial desfavorable. Pero, por otro, una corriente neta de capitales norteamericanos financiaba las importaciones argentinas con préstamos o inversiones directas, compensando en todo o en parte los déficit de nuestro país en su comercio con Estados Unidos. O sea que el sistema funcionaba porque en la Argentina existían entradas de capital provenientes de los Estados Unidos y, a veces un superávit comercial con Gran Bretaña que superaba las remesas de intereses y dividendos a ese país, llegando a equilibrarse el desajuste que podía producirse en el comercio trilateral. Desde el punto de vista comercial, la relación económica entre la Argentina y el Reino Unido no era tan unilateral como se piensa. Por otro lado, además de la relación comercial que existía entre las dos naciones había también un vínculo que tenía igual o mayor importancia y que se originaba en las cuantiosas inversiones de capital británico que llegaron a la Argentina desde fines del siglo pasado. Esas inversiones se radicaron, fundamentalmente, en el transporte, ferrocarriles, empréstitos al gobierno, frigoríficos, servicios públicos y el sistema bancario y financiero. De esta forma, los ingleses participaban en la producción de bienes exportables y podían controlar el comercio exterior. La verdadera irrupción de los capitales norteamericanos se produjo después de la Primera Guerra Mundial, y particularmente en la última mitad de la década de 1920. Se trataba de establecimientos dedicados a artículos industriales, maquinarias, vehículos, artefactos eléctricos, textiles, refinación de petróleo, alimentos y bebidas y productos farmacéuticos. También en esos años se radicaron compañías de seguros, bancos y numerosas firmas importadoras y comercializadoras. Por otra parte, los Estados Unidos después de la guerra se convirtieron en un importante mercado de capitales y, particularmente entre 1914 y 1929, la Argentina recibió numerosos préstamos a corto y largo plazo, que le ayudaron a financiar sus importaciones, mediante la colocación de títulos públicos en el mercado norteamericano. Lo que explica el cambio producido en esos años en la división internacional del trabajo es la formación de grandes firmas en los Estados Unidos, cuya expansión las obliga a proyectarse hacia el exterior. Esto se concreta, especialmente, mediante inversiones directas, que sólo se realizaban en muy escasa medida antes de la Primera Guerra Mundial. Paralelamente a la expansión de estas inversiones, las exportaciones de los Estados Unidos hacia la Argentina experimentaron un auge considerable: hierro, acero, automotores, maquinarias y otros productos de ese origen desplazaron a las importaciones británicas dando lugar a ese comercio triangular. Los saldos del comercio con los Estados Unidos eran desfavorables para el país de la Plata, al contrario de lo que ocurrió respecto de Gran Bretaña. La razón por la cual la balanza comercial con los Estados Unidos fuera tan desfavorable, se debía a que ambas economías no eran complementarias, sino competitivas. El mercado norteamericano se cerró por completo en 1926. Finalizada la Primera Guerra Mundial, las exportaciones argentinas continuaron su crecimiento sustentadas esencialmente en el sector agropecuario. El mayor porcentaje de envíos al exterior se fue concentrando en el trigo, el maíz y el lino. Un factor que contribuyó al aumento de la producción fue la creciente mecanización de las tareas rurales que mejoró la productividad agrícola. Comenzaron a producirse cambios en las actividades agrícolas. Se debió a la creciente participación de ciertos cultivos industriales que se beneficiaron con la ampliación del mercado interno. Las medidas gubernamentales fueron insuficientes para superar la inestabilidad agrícola y satisfacer los diferentes intereses sectoriales en juego. Hacia fines de los años ‘20 se mantenían en el sector agrario los mecanismos de funcionamiento del modelo agroexportador aunque se procuró introducir modificaciones a través de medidas que intentaban responder a las tensiones generadas por el agotamiento de dicho modelo. Los capitales ingleses fueron los primeros en desarrollar la industria frigorífica, acompañados en menor medida por capitales nacionales. Pero en la primera década del siglo XX, se radicaron plantas pertenecientes a los principales frigoríficos norteamericanos del llamado “Club de Chicago”. Pronto, los frigoríficos norteamericanos, que tenían una tecnología superior a los ingleses y argentinos, comenzaron a hacer fuertes demandas a los ganaderos, con el propósito de poder embarcar al mercado europeo. Esto va a definir una serie de procesos, tanto económicos como políticos, que repercutirán fuertemente en la sociedad argentina. La primera cuestión es técnica, ligada a la materia prima que necesitaban los frigoríficos para elaborar nuevos productos y se debe a que la aparición de la industria del enfriado provocó una modificación en el tipo de razas ganaderas y una nueva delimitación de la Pampa Húmeda, eliminando ciertas regiones e incorporando otras. Otra cuestión, obedece al hecho de que la carne “enfriada” no permite una larga conservación y para satisfacer una demanda constante era necesario contar con buenos cortes todo el año. Esto determinó la aparición de un nuevo tipo de ganadero, el invernador. Los invernaderos, que poseían los campos más cercanos a los frigoríficos, tenían un tratamiento especial por parte de éstos. Los criaderos, por el contrario, no disponían de campos de la misma calidad y tenían tres opciones: o comercializaban sus productos directamente en los mercados consumidores locales; o los destinaban a la exportación del congelado; o, finalmente, se dedicaban sólo a la cría de ganado. El negocio de los frigoríficos residía en la compra del ganado listo para la matanza, su procesamiento y la venta de la carne para ser consumida en el país y, sobre todo, en el exterior. El transporte era un punto fundamental para la obtención de ganancias. Esto se debía a la duración del viaje a Europa y al carácter perecedero de la carne enfriada. La competencia generada entre los distintos frigoríficos, provocó que se llegara a una serie de acuerdos para la distribución de las facilidades de transporte, que se denominaban “conferencia de fletes”. Su propósito era regular los suministros al mercado británico, para poder ajustar la cantidad a la posibilidad de absorción del mercado. Estos acuerdos fueron el origen del llamado “pool” de los frigoríficos. La irrupción de los establecimientos frigoríficos de capital norteamericano originó una fuerte competencia con los de origen inglés, rivalidad que fue denominada guerra de carnes. Esta fue una guerra de precios que tuvo varias etapas. La primera se extendió hasta poco antes de la Primera Guerra Mundial y durante la misma los envíos de carne refrigerada por los frigoríficos norteamericanos inundaron el Reino Unido. El estallido del conflicto bélico mundial interrumpió temporalmente los suministros de carne a Europa, pero luego el gobierno británico anunció la intención de seguir comprando carne para los consumidores británicos y para Francia, asegurando así el abastecimiento de las tropas aliadas. En consecuencia, durante la guerra la demanda de carne fue muy elevada, especialmente la de la envasada y congelada. Pero al finalizar la guerra, comenzó a decrecer la demanda de ultramar, iniciándose un proceso depresivo en el sector. Las industrias dedicadas a la exportación, en general de capitales extranjeros, tenían un tamaño comparativamente grande y actuaban en mercados oligopólicos. La mayoría de las industrias para el mercado interno eran de capitales nacionales y muchas de ellas producían en condiciones cuasi artesanales, dedicándose especialmente a la elaboración de bienes de consumo no duraderos y a la fabricación de materiales para la construcción y de implementos para la agricultura y para la reparación de material ferroviario. La Primera Guerra Mundial supuso un desafío inédito para la industria local, ya que las importaciones de productos manufacturados disminuyeron drásticamente. Las dificultades en el ingreso de manufacturas importadas contribuyeron a crear una protección de hecho para la producción local, al obligar al país a vivir de sus propios recursos. El desempeño de la industria debe ser explicado por factores. En primer lugar, debe señalarse que la competitividad de un producto de origen nacional frente a otro importado, depende de las tasas arancelarias, del precio que se toma como base para aplicarlas y del tipo de cambio. En segundo lugar, la desprotección se amplificaba por la inconsistencia de la estructura arancelaria. En muchos casos, los aranceles impuestos a las materias primas superaban a los de los productos terminados. Diversas empresas comenzaron a sustituir exportaciones por producción en el extranjero para poder combinar los diseños de los procesos de producción más eficientes con reducciones en el coste de transportes, una mejor penetración en los mercados externos, la búsqueda de materias primas más baratas y un fortalecimiento en la competencia frente a otras empresas. La transformación de las estructuras productivas alteraba el equilibrio del modelo agroexportador y confluía con los primeros síntomas de su agotamiento para preanunciar un nuevo perfil interno y una nueva forma de inserción internacional que escapaba lentamente de los lineamientos de la división internacional del trabajo clásica. Las nuevas firmas apuntaban generalmente a la satisfacción directa de las necesidades internas, disolviendo paulatinamente el método indirecto. Capítulo 3: La crisis mundial, la industrialización y la intervención del Estado (1930 - 1945). La crisis mundial que se inicia en 1929 constituye el comienzo de un período denominado “La Gran Depresión”, que va a durar, al menos, hasta la década de 1940. Este proceso se caracterizó por una severa deflación en un sentido amplio, dado que generó restricciones monetarias y financieras, bajas de precios y salarios, y retrocesos de las actividades económicas. Fenómenos que se manifestaron a través de reacciones en cadena, puesto que la caída de la producción industrial indujo a una contracción de los mercados internacionales y a una disminución de la demanda de materias primas, cuyos precios bajaron acentuadamente. Los países productores de bienes primarios redujeron las compras de maquinarias y manufacturas, al tiempo que entraron en bancarrota o devaluaron sus monedas, ya que las deudas asumidas con anterioridad no podían ser canceladas. Del mismo modo, los países industriales debieron soportar la caída de los precios de sus productos, aunque protegieron sus mercados con barreras arancelarias o de otro tipo. Todo ello llevó a la quiebra del sistema multilateral de comercio y pagos, incluyendo el patrón cambio oro, y dio lugar a un retorno a los sistemas de preferencia imperial y a los convenios bilaterales. Esos convenios buscaban lograr un equilibrio entre países que querían mantener su intercambio superando las dificultades del comercio mundial. Las características más generales de la Gran Depresión fueron: su carácter mundial; su larga duración; su intensidad, es decir, la amplitud del retroceso de la producción industrial o del PBI, sin equivalente en otras crisis del sistema; la enorme contracción del comercio mundial; la espiral deflacionaria; y la caída radical del empleo, que afectó, en mayor o menor medida, a todos los países La gravedad de la situación llevó en 1930 al gobierno de Washington, bajo la presidencia del republicano Hoover, a recurrir a soluciones más tradicionales, como un fuerte incremento de las tarifas aduaneras, a través del arancel Smoot-Hawley, que elevó la protección tratando a la vez de reservar el mercado norteamericano a las firmas locales y de reforzar el superávit del comercio exterior. Gran Bretaña abandonó sus tradicionales principios librecambistas e implementó los sistemas de preferencia imperial, que perjudicaban directamente a la Argentina. Cuando estalló la crisis, el sistema monetario mundial recibió un duro golpe al generarse una rápida huida del oro de Londres, forzando a Gran Bretaña a abandonar el patrón oro, ejemplo que sería imitado rápidamente por otros países. Ante esta situación, el mundo capitalista se dividió en tres grupos de zonas monetarias. El dólar agrupó a los países con tendencia a la inflación; el bloque del oro tendía a la deflación; el bloque de la libra esterlina. En 1939 la situación monetaria continuaba siendo un serio obstáculo para la expansión del comercio mundial y la devaluación fue la solución más adecuada que encontraron varias naciones frente a la continuidad de la crisis. De esta manera se llegó a la desaparición definitiva del patrón oro, las medidas proteccionistas continuaron y cada Estado siguió su propio camino para mejorar su situación. Las ideas keynesianas tuvieron una fuerte influencia en la política económica de la mayor parte de los países de la época y servirían de fundamento al “Estado de Bienestar” que predominó en las naciones más industrializadas en los treinta años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial. Pero en aquellos países en los que las estructuras del capitalismo coexistían con un poder autoritario, como en Alemania, Italia y Japón, la acción estatal consistió en una reglamentación estricta de todas las actividades económicas. El Estado tuvo un fuerte protagonismo en la caída de los índices de desocupación, llevando a la práctica una intensa política de obras públicas, pero también favoreciendo sustancialmente el reequipamiento de las Fuerzas Armadas. El experimento económico más importante para resolver la crisis, se realizó, en el país más afectado, los Estados Unidos, a partir de la llegada del presidente Roosevelt. Los salarios disminuyeron drásticamente, mientras aumentaba en forma dramática el número de desocupados. El programa económico de Roosevelt, denominado New Deal, se sustentaba en un fuerte respaldo a la inversión mediante la intervención estatal, facilitando el crédito y realizando obras públicas para estimular la demanda, al tiempo que se procuraba colaborar con las empresas privadas para crear nuevos puestos de trabajo. A través de otras medidas intervencionistas, se procuró también salvar el sistema bancario, realizar el crecimiento industrial e impedir la baja de los ingresos de los agricultores. En el dominio social se estableció el derecho a la negociación colectiva por parte de los sindicatos, se instauró un salario mínimo para los asalariados y se creó un sistema de seguridad social. Por otro lado, en el sector externo se devaluó el dólar y se comenzó a abandonar las políticas proteccionistas. En Europa, los países más perjudicados por la crisis fueron Alemania y Austria, pero también el Reino Unido y Francia sufrieron sus efectos. La repatriación de capitales efectuada por los bancos norteamericanos para afrontar la crisis de liquidez extendió y agravó la situación del sector industrial y del comercio europeo. Los países abastecedores de productos agrícolas, como Canadá, la Argentina y los de Europa Central, resultaron particularmente afectados por el descenso de la demanda. Ello se debió a que la mayoría de las economías nacionales procuraron defender sus mercados de la competencia extranjera y elevaron sus barreras arancelarias. Por otra parte, la notable caída en el valor de la producción agraria impactó negativamente en aquellos países que, como la Argentina, se habían especializado en exportar productos agrícolas. La depresión se superó finalmente por el inmenso proceso de destrucción de recursos y de vidas que significó la guerra para poder liquidar las excrecencias del fascismo y del nazismo. Se enfrentaron dos grupos de naciones: por un lado, los aliados, encabezados por los Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Soviética; y por otro lado, los integrantes del Eje nazi–fascista, conformado por Alemania, Japón, Italia y otros regímenes satélites. Británicos y soviéticos habían sido agredidos por la Alemania nazi, y los Estados Unidos, por Japón. Sus efectos repercutirían también en América Latina El conflicto mundial dio un nuevo impulso al desarrollo industrial en algunos países latinoamericanos, continuando el proceso iniciado en los años 30. Estos países debieron soportar la escasez de materias primas y maquinarias esenciales para producir manufacturas, generando, en consecuencia, el crecimiento de aquellos sectores que requerían una base tecnológica más sencilla. En vísperas de la finalización de la guerra, los países aliados, prácticamente vencedores, fueron preparándose para diseñar la construcción de un nuevo orden económico internacional, para lo cual se reunieron en 1944 en la conferencia económica internacional de Bretton Woods, en los Estados Unidos. Allí se presentaron dos planes de reorganización de la economía mundial: el plan White y el plan Keynes. Después de discutir las distintas posturas se llegó a un acuerdo para crear el Fondo Monetario Internacional (FMI), por un lado, y el Banco internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF), luego el Banco Mundial, por otro. Mediante este esquema, cada país se veía obligado a establecer una paridad fija de su moneda en términos de oro o de dólares, aunque la misma podía modificarse. Al mismo tiempo, para afrontar problemas de pagos y de financiamiento se creaba un fondo de crédito internacional compuesto por las contribuciones de los países miembro. Esto permitió la existencia de un sistema multilateral de pagos basado en la libre convertibilidad de las monedas y en la eliminación de los controles de cambio en las transacciones comerciales, convirtiéndose el dólar en la única divisa de referencia. En el terreno electoral, el oficialismo radical experimentó las primeras derrotas en marzo de 1930. La oposición en el Congreso comenzó a coordinar su acción frente al gobierno mediante declaraciones y protestas. Los partidos opositores, colaboraron en la creación de un clima favorable a una solución de fuerza. La causa determinante de la caída de Yirigoyen radicó en la coalición de fuerzas: políticas, militares y económicas, que desde el comienzo de la segunda presidencia del caudillo radical volcaron todos sus esfuerzos a desestabilizar al gobierno. Los oficiales en actividad y retirados, involucrados en el movimiento, respondían a dos tendencias. La encabezada por el jefe de la conspiración, General José F. Uriburu, tenía tendencias nacionalistas. Se proponía una reforma sustancial del régimen constitucional, la eliminación del sufragio popular y su reemplazo por una suerte de corporativismo. La otra tendencia, de corte liberal, estaba inspirada por el ex ministro de guerra, General Agustín P. Justo y por sectores de orientación conservadora. Coincidían con los nacionalistas en la necesidad de derrocar a Yirigoyen, pero planteaban el mantenimiento del orden institucional. El golpe militar logró derribar al gobierno constitucional el 6 de septiembre de 1930. Para ello contó con la pasividad de la población y con el faccionalismo y la inacción del partido oficialista. A los pocos días de su instalación en el poder, el gobierno de facto presidido por Uriburu fue reconocido por la Suprema Corte de Justicia. Por primera vez, la máxima instancia judicial legitimaba el quebramiento de la legalidad constitucional. El gabinete de Uriburu estaba integrado por varios participantes de la elite conservadora, muchos de los cuales habían desempeñado funciones antes de 1916 u ocuparon cargos directivos en la Sociedad Rural Argentina. Complementando a la implantación del estado de sitio, decidida el día anterior al golpe, el 8 de septiembre instauró la ley marcial. Intervino los gobiernos de catorce provincias y dispuso la disolución del Congreso por decreto. Por otra parte, se inició la persecución política, gremial e ideológica de los opositores. En última instancia, las medidas prolongaban la intención de reformar la Constitución para darle un contenido corporativo, derogar la Ley Sáenz Peña y reemplazarla por un sistema de voto calificado. La clase política reaccionó desfavorablemente frente a las intenciones de la dictadura. Cedió paso a la presión para acortar el período de transición, poner fin al intento corporativo y desembocar en un llamado a elecciones que restaurara plenamente la república conservadora. Neutralizado el proyecto autoritario de Uriburu, la convocatoria a elecciones generales para noviembre de 1931 abrió el camino al protagonismo político de Justo. Las elecciones consagraron a Justo como nuevo presidente, un gobierno conservador retornaba al poder. Al General Justo lo acompañaba en la vicepresidencia el hijo de Julio A. Roca. El gabinete estaba integrado por figuras tradicionales representativas de las clases dominantes y expresaban la restauración política conservadora. Se valió de tres instrumentos políticos: el fraude, las intervenciones federales a las provincias y la violencia política. Hasta 1943, las prácticas electorales fraudulentas fueron frecuentes. La práctica de doblegar a las administraciones provinciales opositoras o allanar el camino a nuevos gobernantes conservadores mediante las intervenciones federales fue otro mecanismo utilizado para asegurar el control político por parte del gobierno nacional. La violencia política fue el tercer recurso al que apeló el gobierno para asegurar su predominio político. La utilización de la tortura para los presos políticos a cargo de la Sección Especial de la Política Federal y el pretexto del anticomunismo para perseguir a los opositores políticos fueron algunos de los aspectos represivos del régimen. El presidente buscó legitimar su gobierno ante lo que llamaba “el tribunal de la opinión”: se mostró atento a la imagen que presentaba la prensa de la acción oficial; procuró el apoyo de las entidades intermedias y persiguió el respaldo de la opinión “técnica y calificada”. Por otra parte, buscó otras fuentes de legitimación en la Iglesia y en el Ejército, en desmedro del Congreso y los partidos políticos. Durante la década de 1930, ante las restricciones del comercio internacional, el gobierno argentino tuvo que abandonar las antiguas tradiciones librecambistas a favor de acuerdos bilaterales, y el ejemplo más acabado de esta política exterior fue el Tratado Roca–Runciman firmado en mayo de 1933. El rasgo más destacable de la política exterior argentina en esos años fueron las negociaciones y acuerdos comerciales realizados con Chile y Brasil, encaminados a un mayor entendimiento con los países vecinos al revalorizar antiguas iniciativas que apuntaban a una mayor integración de la región. Las primeras diferencias entre Buenos Aires y Washington se produjeron en torno a las tentativas de paz en la Guerra del Chaco. Tanto la Argentina como los Estados Unidos pujaron por mantener la iniciativa en las negociaciones tendientes a solucionar el diferendo procurando evitar llegar a la declaración formal de guerra. Entre 1928 y 1929 se había reunido en Washington la Conferencia Especial de Arbitraje, de la cual había surgido una Comisión de Neutrales cuyo objetivo era solucionar el conflicto. Como la Argentina quedó excluida de estas negociaciones al no haber concurrido a la conferencia de Washington, el gobierno organizó una comisión paralela a la de los Neutrales integrada por los países limítrofes: Argentina, Brasil, Chile y Perú. En esta lucha de influencias y protagonismos que pretendían solucionar el conflicto, Saavedra Lamas utilizaba a Europa (Sociedad de las Naciones) para contraponerla a los Estados Unidos (Comisión de Neutrales) y terminó logrando un importante éxito diplomático dado que la Comisión de Neutrales se disolvió ante su fracaso. Como Bolivia recusó a la Sociedad de las Naciones como entidad negociadora, la solución quedó en manos de la Argentina, Brasil, Chile y Perú y, en última instancia, de la Argentina, en cuya capital habrían de realizarse las primeras reuniones del tratado de paz en 1935, cuya concreción se alcanzaría recién en 1938. Con un tratado ratificado por los más importantes países latinoamericanos (Brasil, Chile, México, Paraguay y Uruguay), la Argentina podía presentarse a la Conferencia de Montevideo. En la VII Conferencia Interamericana, reunida en Montevideo a fines de 1933, las cancillerías de Argentina y los Estados Unidos coincidieron en diversas cuestiones hemisféricas. Esta mejor predisposición norteamericana respecto de la Argentina inauguró una nueva etapa en la política exterior de Washington en sus relaciones con América Latina conocida como “del buen vecino”. Esta perseguía tres objetivos esenciales. En primer lugar, reemplazar la tradicional política intervencionista en la región; por otra que obtuviese los mismos resultados sin tener que apelar a medios tan drásticos. En segundo término, replantear los principios que regían la política económica de los Estados Unidos, pues las altas tarifas aduaneras volvían casi imposible la exportación de bienes hacia ese país. Finalmente, adaptar la conducta internacional de los Estados Unidos a las nuevas formas de expansión adoptadas por el capital estadounidense en el continente, que suponían la existencia de nuevos mercados y formas de consumo. Conferencia Interamericana para el Mantenimiento de la Paz, que tuvo lugar en Buenos Aires en diciembre de 1936. Y La VIII Conferencia Internacional de Estados Americanos, reunida en Lima en diciembre de 1938. En dos ocasiones: Estados Unidos intentó firmar dos pactos para mantener la paz en el continente, pero la delegación argentina rechazó ambos. Entre 1933 y 1938, las cuestiones interamericanas giraron mayormente en torno a las diferentes posiciones que sustentaron la Argentina y los Estados Unidos a través de sus representantes; el canciller Saavedra Lamas y Cordell Hull. Mientras la política de la Argentina quería reactivar sus vínculos con Europa, a través de la Sociedad de las Naciones y la firma de tratados bilaterales, y recuperar posiciones en América Latina; los Estados Unidos, protegiendo sus intereses económicos y estratégicos y reconociendo la amenazante situación mundial, encararon un nuevo tipo de proyecto panamericano mediante su política del buen vecino. A fines de 1931, el valor de los cereales y el lino había descendido. Las carnes no sufrieron tanto, al igual que los productos forestales, pero las lanas experimentaron un gran descenso en sus cotizaciones, a lo que se sumaba el fuerte proteccionismo agrario en Europa que fue agudizándose con la depresión y resultó muy perjudicial para la Argentina. La crisis de pagos recayó principalmente sobre los tenedores de valores argentinos en el extranjero, sobre los exportadores y también sobre los consumidores, al disminuir las importaciones. Los bancos no disponían de la organización y de los medios técnicos para contribuir con los billetes necesarios y la solución hallada fue el redescuento de los papeles en la Caja de Conversión. En un principio, se pusieron en práctica políticas ortodoxas. Se redujeron los salarios de los empleados públicos y se practicaron múltiples restricciones presupuestarias. Pero, al mismo tiempo, comenzaron a tomarse medidas económicas en las que el Estado tenía un papel cada vez más importante. Las políticas implementadas apuntaron a atenuar los efectos de la crisis en el corto plazo a la espera de que los mercados mundiales retornaran a su funcionamiento normal. La primera medida importante, que se tomó a fin de atenuar el desequilibrio del comercio exterior y la fuga de divisas, fue la implantación del control de cambios. El mecanismo elegido consistió en la creación de una Comisión de Control de Cambios que tenía por objetivo fijar periódicamente el valor de las divisas y asegurar el pago de las obligaciones financieras externas. Entre 1933 y 1937, hubo mejoras en la economía, gracias al 10% que se fijó en los aranceles aduaneros y por el Pacto Roca-Runciman. Y, además, el fuerte proceso de industrialización por sustitución de importaciones, que se debió en gran parte a la política adoptada por los gobiernos conservadores en el sector externo. El gobierno conservador envió a Londres, en 1933, una misión encabezada por Julio A. Roca, vicepresidente de la Nación, para negociar el mantenimiento de la cuota argentina de carne enfriada en el mercado británico. ¿Cuáles eran los condicionamientos que se planteaban cuando viajó la misión Roca?Por el lado argentino, la principal preocupación era la amenaza de reducción de la cuota de importación de carnes para los países ajenos al Commonwealth, como la Argentina. También perjudicaba la implementación de licencias de importación. Pero, al mismo tiempo, algunas medidas del gobierno argentino afectaban los intereses británicos, como el control de cambios y el incremento de aranceles, así como inquietaba la situación de diversas empresas y compañías británicas y de los negocios vinculados a la obtención de contratos públicos. Lo que Gran Bretaña pretendía era una asignación preferencial de las divisas, un desbloqueo de fondos congelados y una reducción de los aranceles. A cambio, estaba dispuesta a aceptar la suspensión temporaria del pago del servicio de la deuda externa. La Argentina por su parte, pedía que no se redujera la cuota de carne enfriada, y que el gobierno local mantuviera el control de esa cuota. El Pacto aseguraba una cuota de carne enfriada en el mercado inglés e Inglaterra concedía una participación a los frigoríficos nacionales para la exportación de carne argentina mediante una cuota del 15% que tardó varios años en poder hacerse efectiva. A cambio, Gran Bretaña lograba diversas medidas que favorecían a los intereses británicos. Así, por ejemplo, se garantizaba la cantidad de divisas necesarias para hacer frente a las remesas corrientes al Reino Unido en un volumen igual a las ventas de productos argentinos hacia aquel país; se asumía el compromiso de tratar de una manera benevolente las inversiones inglesas; y se aceptaban no incrementar los aranceles para otros productos de ese origen. Con este pacto se veían beneficiados los dueños de los frigoríficos y los invernaderos. Pero los ganaderos, eran los más afectados, ya que los explotaban y les pagaban cada vez menos. En primer lugar, se avanzó firmemente hacia el bilateralismo, que quedó plasmado en un conjunto de tratados con diversos países con los que se deseaba profundizar las relaciones recíprocas, como Alemania, Suiza, Brasil, Bélgica y Holanda. En segundo lugar, un mayor interés en la diversificación de los mercados de exportación e importación. Por otra parte, la competencia entre las potencias ayudó a los países latinoamericanos a negociar cn mayor laxitud, pero los sometía también a un juego de presiones más intensas. El convenio con Alemania fortalecía la clásica división internacional del trabajo, de intercambio de materias primas por productos manufacturados. Es así como Alemania se convirtió, a partir de 1937, en el principal comprador de carne congelada argentina y su importancia como comprador de cereales y lino. Las inversiones germanas se caracterizaban por un fuerte grado de concentración, originado en la escala de producción que demandaban los sectores en los que se situaban, el tamaño de las empresas que se instalaron o el carácter oligopólico de esos mercados. También con los Estados Unidos se firmó un tratado comercial en 1941, pero en este caso las negociaciones padecieron de las múltiples dificultades que atravesaron en los años 30 las relaciones argentino-norteamericanas. El primer motivo de conflicto fue sin duda el mismo Pacto Roca-Runciman. Otras negociaciones comerciales importantes se desarrollaron con nuestro principal vecino, Brasil. El comercio argentino-brasileño representaba en los años 30 entre un 5 y un 6% de las importaciones y las exportaciones argentinos y los saldos comerciales eran variables al tiempo. El 29 de mayo de 1935 se firmó un convenio de cooperación y coordinación en el cual se designaron técnicos a través de los ministerios de Agricultura, para un mejor conocimiento de las condiciones sanitarias. Había un compromiso de facilitar el desenvolvimiento del intercambio comercial y ambas naciones se concedían recíprocamente el tratamiento de nación más favorecida en los derechos de aduana y en su forma de percibirlos. Una de las principales medidas económicas de la época (1930) fue la creación del Banco Central, en 1935, que modificó de raíz el sistema implementado por la Caja de Conversión, con el objetivo esencial de regular la moneda y el crédito adaptando el circulante a las necesidades de la actividad económica. Las funciones principales del banco serían: detentar el privilegio exclusivo de la emisión de billetes en el territorio nacional; mantener una reserva suficiente para asegurar el valor del peso, ya sea en oro, divisas o cambio extranjero, equivalente al 25% como mínimo de sus billetes en circulación y obligaciones a la vista; y regular la cantidad de crédito y de los medios de pago adaptándolos al volumen real de los negocios a través de operaciones de redescuento en el sistema bancario y otro tipo de actividades. Bajo la gerencia y orientación de Raul Prebisch, el Banco Central siguió hasta el estallido de la guerra una política marcadamente anticíclica. Hasta 1938, la mejoría de las condiciones económicas con respecto al pico de la crisis dio lugar a un ciclo ascendente, que fue morigerado por una política monetaria contractiva. Para evitar posibles tensiones inflacionarias, el Banco Central lanzó títulos públicos que le permitían volver a sacar del mercado parte de ese dinero. Con una porción de las divisas se cancelaron deudas con el exterior para reducir la carga de intereses en el futuro. El llamado grupo Pinedo-Prebisch adquirió protagonismo como el equipo técnico-profesional que diseñó la política económica del país en los años 30. Por un lado, impulsaron el intervencionismo estatal. Por otro, apuntalaron los intereses de los grandes productores agropecuarios e industriales ante los efectos depresivos de la crisis de 1930. De esta manera, se inclinaron por mantener los vínculos tradicionales con Gran Bretaña, en tanto mercado tradicional de la Argentina, mientras se orientaban hacia los Estados Unidos en la búsqueda de un modelo para sus innovaciones en materia de política económica. Bajo la influencia intelectual de Prebisch y la conducción política de Pinedo, el grupo elaboró un programa para reactivar la economía argentina que contenía instrumentos keynesianos orientados a fortalecer la balanza de pagos e inducir, al mismo tiempo, una expansión del ingreso y la producción nacionales. Había que dirigir la atención hacia el mercado interno y fortalecer la economía en forma compatible con las limitaciones que imponía el delicado estado del sector externo. Pinedo puso a consideración del Parlamento, en diciembre de 1940, un Plan de Reactivación Económica, conocido como el Plan Pinedo de 1940. El plan explicitaba la necesidad de proteger y desarrollar, con ciertas limitaciones, la industria nacional y sostenía la idea de un incremento de la demanda interna como base para reactivar el aparato reproductivo. Para ello, planteaba una reforma financiera que permitiera implementar un régimen crediticio especial para el sector industrial y para la construcción de viviendas populares. La ambigüedad del plan explica por qué no fue aceptado. Por un lado, se proponían medidas tendientes a la industrialización, que eran bien vistas por los empresarios industriales representados en la Unión Industrial Argentina, pero obtenía opiniones más divididas entre los propietarios rurales. Mientras la Sociedad Rural Argentina manifestó algunas reticencias; la Confederación de Asociaciones Rurales de Buenos Aires y las organizaciones rurales del interior, se opusieron abiertamente. Por otro lado, se buscaba un acercamiento con los Estados Unidos, deseado por sectores de la industria y las finanzas e, incluso, por una fracción de los propietarios rurales poco favorecidos con el vínculo bilateral con Gran Bretaña, pero resistido por los terratenientes tradicionales. El objetivo de la dictadura uriburista de restablecer el orden social y sobrellevar el impacto de la crisis fue capitalizado por el empresariado. Una ola de despidos, reducción de salarios y desconocimiento de las leyes sociales se abatió sobre los trabajadores. La desocupación afectó tanto a los del sector público como los del privado. Chacareros y comerciantes arruinados y peones de campo desocupados se frustraron en busca de ayuda o trabajo. Se efectuaron reparto de víveres, se instalaron ollas populares y se proyectaron obras para permitir que los desocupados ganaran un sustento. La solución definitiva a los problemas generados por la crisis provino de la lenta recuperación económica iniciada a mediados de la década. La reactivación económica, apoyada en la industrialización sustitutiva de importaciones, permitió el mejoramiento de las condiciones impuestas por la represión social y política y por la crisis económica a las clases trabajadoras. La clase media vio recortada sus posibilidades de ascenso social y pasó a convertirse en una clase de asalariados urbanos ocupando puestos administrativos o desarrollando tareas profesionales en lugar del desempeño en actividades económicas independientes. El elegido en las elecciones presidenciales de 1937 fue Roberto M, Ortiz. Acompañado por Ramón S. Castillo, como vicepresidente; ganó gracias al fraude que hubo. Solo tuvo el mandato hasta 1940, ya que estaba pasando por una fuerte enfermedad y delegó sus funciones en el vicepresidente. Las contradicciones aparecieron muy pronto, pues mientras el presidente impulsaba una serie de acciones en diversas provincias que recreaban las prácticas electorales fraudulentas, Roca asumía posiciones pro aliadas y, en diciembre de 1940, Pinedo presentaba un plan económico que no tuvo consenso en el interior de la coalición conservadora. Ortiz, mientras tanto, disgustado por la dirección que tornaba el gobierno, pero impedido de reasumir el poder publicó un manifiesto público, en febrero, en el cual criticaba la política del presidente interino y manifestaba su fe por un retorno a las prácticas democráticas. En ese contexto, ya comenzaban a manifestarse los primeros síntomas de una seria crisis política. La falta de apoyo popular a la Concordancia conservadora explicaba la recurrencia al fraude electoral. El clima represivo, la corrupción política, los frecuentes escándalos económicos y la actitud de claudicación frente a los países centrales por casi una década habían contribuido al descrédito de los gobiernos surgidos del golpe de Estado de 1930 y se contradecían con las transformaciones económicas que esos mismos gobiernos habían debido impulsar para hacer frente a la crisis mundial. Para superar la crisis, Castillo buscó apoyo entre los militares que bancaban a Justo. Organizó la Flota Mercante del Estado; creó Fabricaciones Militares; aumentó los gastos militares en el presupuesto nacional; envió a misiones; y, por último, se mantuvo ambiguo frente a distintas conspiraciones militares. El 4 de junio de 1943 un golpe militar depuso al presidente Castillo. Los revolucionarios prometieron castigar a los culpables y se comprometieron a restituir al pueblo sus derechos y garantías. La Década Infame había llegado a su fin ante la sorpresa e incertidumbre de la sociedad argentina. El General Arturo Rawson, que encabezó las tropas que precipitaron la deposición de Castillo, ocupó la presidencia provisional como representante de los jefes superiores de Campo de Mayo. Se enfrentó con la resistencia de sectores de la oficialidad y debió presentar la renuncia a las 48hs de su designación. En su reemplazo asumió el General Ramirez. En el terreno político y social, los objetivos del gobierno militar resultaban bastante vagos. El nuevo régimen se proponía eliminar la corrupción moral y política, buscar la unión del pueblo y restituirle sus derechos. Por un lado, creó el Banco de Crédito Industrial; dispuso el allanamiento de las oficinas de empresas monopólicas de electricidad y la investigación de sus contabilidades, debido a las acusaciones acerca de sus prácticas corruptas; intervino la Corporación de Transportes; expropió la Compañía Primitiva de Gas; inició el estudio de las tarifas aduaneras e impulsó las industrias militares. Por otro, intensificó la represión policial de comunistas e izquierdistas; introdujo la enseñanza religiosa en las escuelas; legalizó la censura de la prensa escrita y radial; persiguió a profesores y estudiantes liberales; disolvió los partidos políticos y clausuró el local donde funcionaba una de las centrales sindicales, prohibiendo sus actividades y la de los gremios adheridos. Por su parte, Perón logró ser designado (a fines de 1943) al frente del Departamento de Trabajo. Su acción política se desplegó alrededor de tres ejes: la justicia social, el control de la clase obrera y la despolitización de las organizaciones sindicales. El presidente, al perder sus apoyos militares, decidió renunciar, a principios de 1944, y delegar el gobierno en manos del General Farrell. Con el nuevo mandatario pareció consolidarse el ascenso político de Perón. Farrell lo designó ministro de Guerra, conservando su cargo al frente de la Secretaría de Trabajo y Previsión. Durante el gobierno de Ortiz, iniciada la Segunda Guerra Mundial, la política exterior argentina comenzó a adquirir perfiles más marcados. Ortiz declaró la neutralidad el 4 de septiembre de 1939. Como consecuencia del inicio del conflicto se celebró, en diciembre de 1939, en la ciudad de Panamá, la Primera Conferencia de Cancilleres de países americanos, donde las naciones del continente en su conjunto decidieron declarar colectivamente su neutralidad frente a los países en guerra. Se realizaron en 1940 y en 1942 dos Conferencias de Cancilleres, donde Estados Unidos y Argentina no pudieron negociar y se generaron los conflictos más agudos entre ambos países. Esto sucedió porque la Argentina siempre fue neutral, pero tenía más inclinación hacía los países europeos, porque eran con los que más comerciaba. El Departamento de Estado consideró que la política exterior argentina, entonces conducida por el gobierno conservador de Castillo, era pro nazi, y denunció a la Argentina ante las demás naciones latinoamericanas como un país que ponía en peligro la paz hemisférica. La posición del gobierno británico fue moderada, aunque en diciembre de 1942 se vió obligado, por la presión norteamericana, a hacer público un documento en el que criticaba la política de neutralidad, no aplicó sanción alguna y trató en lo posible de mantener buenas relaciones con el gobierno conservador, procurando proteger las inversiones inglesas y activar las exportaciones hacia Gran Bretaña. La movilización de los trabajadores y los cambios en la organización sindical, expresados en el incremento de la actividad huelguística, demandaron una progresiva atención por parte del Estado. En consecuencia, el Departamento Nacional del Trabajo pasó a constituirse en un mediador importante en la resolución de los conflictos laborales y en la introducción de procedimientos para otorgar un marco más orgánico a las relaciones laborales. Por otra parte, propició la organización de entidades patronales representativas y estimuló el incremento de la agremiación empresaria como condición para concertar convenios colectivos con los sectores laborales. El movimiento obrero fue seriamente afectado por el golpe de Estado de 1943. La CGT N°2 fue disuelta por la fuerza, y muchos de sus líderes, perseguidos y encarcelados. También se intervinieron los gremios ferroviarios, los más importantes del país, con lo que el gobierno militar tuvo en sus manos el control de la otra CGT La oportunidad para el cambio se presentó con la primera crisis del gobierno militar, en octubre de 1943. Entonces fue designado al frente del Departamento Nacional del Trabajo el coronel Perón. Levantando las banderas de la justicia social, trató de ganar espacios en el movimiento sindical y de acercarse a sus dirigentes, sin importarle a qué sector o partido pertenecían. La Unión Ferroviaria fue el escenario elegido por Perón para poner en práctica la nueva política. Satisfizo numerosos reclamos de los ferroviarios y logró la adhesión de algunos viejos dirigentes socialistas y sindicalistas. Se otorgaron aumentos salariales mediante decretos y se impulsó la firma de centenares de convenios colectivos de trabajo. Fueron fijados salarios mínimos e indemnizaciones por accidentes de trabajo. Se crearon los Tribunales de Trabajo. Se estableció el pago del sueldo anual complementario. Se hicieron extensivas las leyes de jubilaciones y las disposiciones en materia de duración de la jornada de trabajo. Se instituyó el Estatuto del Peón Rural mediante el cual las relaciones patriarcales entre patrones y trabajadores rurales fueron sustituidas por regulaciones acordadas en Convenios Colectivos

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