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Economía, sociedad y formas de organización del trabajo en el siglo XX. Cristina Lucchini Juan Pablo Bubello Ind...

Economía, sociedad y formas de organización del trabajo en el siglo XX. Cristina Lucchini Juan Pablo Bubello Indice. Introducción. Capítulo I. El capitalismo de entreguerras (1918 - 1945) a. La década del 20´. b. Taylorismo y Fordismo. c. La crisis de 1929. d. La Gran Depresión hasta la II Guerra Mundial. e. Argentina: del Modelo Agroexportador a la Industrialización por Sustitución de Importaciones. Capítulo II. El capitalismo de posguerra (1945 – 1975) a. El capitalismo en un mundo bipolar. La guerra fría: EEUU - URSS. b. El rol del Estado. Keynesianismo. c. Agotamiento y crisis del Estado de Bienestar. d. Argentina: Populismo. Desarrollismo. Capítulo III. El capitalismo contemporáneo. a. El Neoliberalismo. b. Nuevo paradigma tecnológico. Toyotismo. 1 c. Globalización. Hegemonía de EEUU. d. Argentina: Terrorismo de Estado y Neoliberalismo. Problemas y desafíos socioeconómicos actuales. Corolario. La crítica situación Argentina actual. En este libro se desarrolla una introducción general a las grandes etapas de los procesos económicos del capitalismo durante el siglo XX. La intención de los autores es brindar con su trabajo la posibilidad de un encuentro del lector con la historia social y económica occidental. Más precisamente, se busca ofrecer al interesado en esta temática una herramienta intelectual con la cual pueda aproximarse a una primera comprensión general de ciertos fenómenos y procesos históricos. El capitalismo occidental del último siglo, aunque sumamente complejo, puede ser estudiado si se establecen sus características fundamentales distintivas. Ese es el objeto de nuestro libro. No obstante, el lector podrá siempre profundizar los temas desarrollados acudiendo a la bibliografía sugerida al final. Primordialmente, el marco geográfico de nuestro análisis se circunscribirá a Europa Occidental, Estados Unidos y Japón, explicitando la situación particular del caso argentino en acápite separado. Como se pretende apuntar nuestra mirada al capitalismo del siglo XX, sólo se mencionará el caso de la ex-Unión Soviética y del comunismo en general, en forma tangencial. Asimismo, en la medida de lo posible, se ha profundizado en la descripción de los procesos con análisis estadísticos, porcentajes y cifras, pero se ha evitado conscientemente la proliferación de datos y la multiplicación de citas eruditas, para no generar un discurso caracterizado por un lenguaje demasiado técnico que dificulte la comprensión. La íntima vinculación del análisis de las diversas formas de organización del trabajo (taylorismo, fordismo, toyotismo), el desarrollo y el cambio tecnológico, los diferentes roles asumidos por el Estado (liberal, keynesiano, neoliberal), los 2 cambios institucionales y/o las estrategias elaboradas por los diversos actores sociales en cada período, integrarán el foco de nuestra atención. En este marco ligeramente esbozado, entonces, deseamos precisar que la historia del Capitalismo en el siglo XX puede ser dividida en tres grandes etapas. Estos períodos –por supuesto, como todo recorte temporal es arbitrario y hasta pasible de discusión- estructurarán cronológicamente nuestro discurso histórico. Entendemos que así procesos que son de difícil comprensión y análisis pueden ser mejor abordados. El primer capítulo analiza al capitalismo de entreguerras, en el período que media desde el fin de la I Guerra Mundial (1918) hasta el fin de la II Guerra (1945) Notables transformaciones acaecieron durante este lapso tanto en Europa occidental como en Estados Unidos. El auge de los años 20´, de la mano de la difusión del Taylorismo y el Fordismo, devino en la gran crisis de 1929 y la Gran Depresión de los años 30´s hasta la II Guerra Mundial. En Argentina, entró en crisis y finalmente colapsó el viejo Modelo Agroexportador, comenzando el llamado proceso de Industrialización por Sustitución de Importaciones. En el segundo capítulo desarrollamos la dinámica económica general del capitalismo de posguerra, entre 1945 – 1975. En el contexto de un mundo bipolarizado en la guerra fría entre los EEUU y la URSS., la competencia entre capitalismo y comunismo permite comprender las políticas keynesianas y el rol del Estado de bienestar en occidente. Pero la propia dinámica del capitalismo tiene sus períodos de auges y crisis, que posibilitan las condiciones para el agotamiento y finalmente la crisis del Estado de bienestar. En Argentina, las políticas económicas populistas y desarrollistas caracterizan el período. En el tercer y último capítulo abordamos el capitalismo contemporáneo desde 1976 hasta la actualidad. El Neoliberalismo sustituye al Keynesianismo y se produce el colapso del Estado de bienestar. Un nuevo paradigma tecnológico (la III Revolución Industrial) y una nueva organización del trabajo, el Toyotismo, se generalizan en occidente. A fines del siglo XX, la Guerra Fría concluye y deviene en la hegemonía actual de 3 EEUU; mientras que el mundo bipolar desaparece, comienza a pensarse en términos de Globalización. En Argentina, irrumpe el neoliberalismo de la mano del terrorismo de Estado de la dictadura militar de 1976, y se despliega y afianza con los gobiernos democráticos desde 1983. I. El capitalismo de entreguerras (1918 - 1945) La primera guerra mundial alteró la base fundamental de las economías de numerosos países europeos, con profundos efectos sociales y económicos de todo orden. Provocó grandes transformaciones en la vida cotidiana de millones de personas. Se desarticularon los mercados y hasta se produjo la ruptura misma de las relaciones internacionales. La interrupción del comercio internacional y la pérdida de mercados extranjeros afectó a la gran mayoría de los países del viejo continente. Muchos comenzaron un largo camino de declinación económica como consecuencia de esta guerra. Los porcentajes de participación de los países beligerantes en la producción mundial bajaron de un 43 a un 34 por ciento –entre 1913 y 1923-, mientras que en el comercio internacional lo hicieron en un 10 por ciento. El conflicto obligó a los gobiernos a intervenir activamente en las cuestiones económicas que consideraban más vitales de sus respectivos países. El esfuerzo de guerra generó la necesidad imperiosa de disponer de los distintos factores de producción para distribuirlos. El reclutamiento masivo de hombres para los mortíferos combates de la guerra de trincheras, motivó una notable escasez de mano de obra en la retaguardia, tanto en la actividad industrial de los centros urbanos, como en las actividades económicas de los ámbitos rurales. La preferencia de la distribución de materias primas a fin de sostener el esfuerzo de guerra, causó entre las poblaciones civiles no solo políticas de racionamiento, sino grandes períodos de 4 desabastecimiento de alimentos. Distribuir los bienes de primera necesidad en cada país también era un problema importante para los gobiernos. La guerra afectaba la circulación de mercaderías y el transporte, quedando tanto el comercio interno como externo afectado por controles y prohibiciones de todo tipo. En este contexto, los Estados pasaron a intervenir en los asuntos económicos, abandonando las políticas de laissez faire vigentes durante décadas. El liberalismo clásico, fundado en la no-intervención del Estado en los asuntos económicos, cedió paso a políticas donde los gobiernos participaban activamente. Para financiar el conflicto, muchos recurrieron a la emisión monetaria, generando una espiral inflacionaria que trataba de ser contrarrestada con políticas de control de precios. Gran Bretaña, y en menor medida Francia, ocuparon el rol de grandes dadores de crédito a sus aliados. Pero, a medida que el conflicto se prolongaba y sus economías se asfixiaban, comenzaron a pedir prestado a Estados Unidos. Este país se convirtió no solo en el principal acreedor, sino también en el gran proveedor de materias primas y productos manufacturados de los que combatían a los imperios centrales (imperio Otomano, Austrohúngaro y Alemán) En noviembre de 1918, tras rendirse Alemania, la guerra finalmente llegó a su fin. Las consecuencias económicas del conflicto eran catastróficas. 10 millones de personas habían muerto. Las bajas militares en el frente de batalla, pero también las muertes civiles por la generalización del hambre y las enfermedades, propiciaron un verdadero desastre demográfico en varias regiones. La guerra en el teatro de operaciones militares fundamental del frente occidental, las zonas rurales del sur de Bélgica y del noroeste de Francia, redundó en que estas regiones sufrieran inmensas pérdidas materiales. Pero los demás países beligerantes no quedaron exentos de la tragedia. Viviendas, campos, industrias, maquinarias, minas, servicios de transporte y comunicaciones habían quedado resentidos en estructura y recursos productivos. Sin embargo, si la gran guerra perjudicó las economías de los países europeos que destinaban todos sus recursos al esfuerzo bélico, otros países extracontinentales se beneficiaron sobremanera. Los países de América Latina y 5 Japón, pero sobretodo Estados Unidos, se encargaron de abastecer la creciente demanda de bienes de los contendientes durante el conflicto. Estados Unidos consiguió copar los mercados de ultramar que los países europeos desatendían. Afianzó su liderazgo como gran proveedor de materias primas, productos manufacturados y créditos. Beneficiado por el aislamiento de los dos océanos frente al teatro europeo de la guerra, Estados Unidos prácticamente no necesitó importar ningún producto, pero su economía se transformaba rápidamente para exportar la más vasta cantidad de bienes a bajo precio, permitiendo acumular una gran cantidad de divisas por el gigantesco superávit comercial. Sus bancos acumularon una reserva superior al conjunto de los demás países y el dólar comenzó lentamente a sustituir a la libra como moneda de intercambio más fuerte. Varios tratados de paz se firmaron entre vencedores y vencidos en la inmediata posguerra. Los imperios Austro-Húngaro y Otomano fueron desmembrados y numerosos países nuevos fueron creados, no sólo en función de las reivindicaciones nacionalistas de las minorías étnicas más importantes, sino también siguiendo los intereses geopolíticos de las grandes potencias. Pero numerosos problemas quedaron sin resolver (Italia seguía reclamando territorios de la nueva Yugoslavia, que aglutinaba ahora arbitrariamente numerosas minorías étnicas; Prusia quedaba separada de Alemania por un estrecho corredor para permitir la salida de Polonia al Báltico; etc.) Nuevas reivindicaciones nacionalistas surgieron a resultas de los tratados (países nuevos como Austria y Hungría perdían su salida al mar; Turquía dejaba Medio Oriente en manos de Inglaterra y Francia; etc.) El tratado de paz firmado en Versalles en 1919 además de modificar el mapa político de Europa central y oriental, sancionó muy severamente a Alemania, por considerarla “culpable” de la guerra. Una política extremadamente dura fue impulsada a partir de entonces por los vencedores, especialmente por Francia y Gran Bretaña. Alemania perdió el 10 por ciento de su territorio continental y todas sus colonias ultramarinas. Se le obligó a pagar reparaciones de guerra por casi 3000 millones de dólares en cuotas 6 que quedaban fijadas hasta 1988. Debía entregar activos de la nación (su flota mercante, armas, municiones, etc.), desmilitarizarse y hasta soportar la ocupación de zonas fronterizas geopolíticamente estratégicas (Renania) por potencias extranjeras. Esto motivó un profundo resentimiento contra los países vencedores en la población civil alemana, caldo de cultivo para las políticas ultranacionalistas que bien supieron aprovechar, entre otros, Hitler y sus seguidores Nazis desde los años 20´. Sin embargo, los mismos vencedores discrepaban en cuanto a qué hacer con el “problema alemán”. Francia, más resentida con Alemania, impulsaba una política mucho más agresiva, pues, obsesionada con garantizar su seguridad fronteriza, buscaba también vengar su humillante derrota de la guerra franco- prusiana de 1871 a manos germanas. Inglaterra, por el contrario, seguía defendiendo su política exterior tradicional: a fin de mantener su iniciativa estratégica en los mares del mundo y defender su imperio colonial, el sostén del equilibrio europeo había sido su mayor preocupación desde la derrota de Napoleón en 1815. Por ende, en la perspectiva inglesa, una Alemania fuerte debía contrapesar el poderío francés en el continente y hacer de “tapón” frente a posibles ambiciones rusas hacia occidente. Por su parte, el presidente norteamericano Woodrow Wilson propiciaba una Sociedad de Naciones para evitar nuevos conflictos y como ámbito de discusión y resolución de problemas internacionales, en una ideología idealista que contrastaba notablemente con los intereses de las otras dos potencias. Los deseos de Wilson se hicieron realidad y fue creada Sociedad de Naciones. a. La década del 20´. Finalizada la Gran Guerra, los países capitalistas se lanzaron a la reconversión de sus economías para adaptarlas a los nuevos tiempos de paz. Se retornó a las reglas de juego liberales clásicas para el comercio mundial. Los países de Europa y Estados Unidos buscaron restablecer la estabilidad de precios 7 y de las monedas, indispensable para garantizar el flujo comercial internacional. En 1922, establecieron en la Conferencia de Génova que las reservas auríferas de los países podrían ser reemplazadas por monedas extranjeras que a su vez fueran convertibles en oro. Pero, si durante los 20´ el desarrollo económico general, fundamentalmente en Estados Unidos, generó en las poblaciones la ilusión de una vuelta a la prosperidad, lo cierto es que el mundo había cambiado profundamente respecto del período de preguerra. Había comenzado el ocaso de la primacía europea en la economía mundial. El liderazgo del viejo continente, ininterrumpido desde el siglo XVI con la expansión colonial, había llegado a su fin. Era específicamente Gran Bretaña la que había perdido la superioridad económica mundial a manos de Estados Unidos. Al finalizar la guerra, se encontraba agotada, con sus industrias envejecidas y la actividad económica en franco retroceso, generándose todo tipo de conflictos sociales. Las nuevas industrias del sur –automotrices y químicas- no consiguieron compensar la profunda crisis en la que se sumergieron las industrias tradicionales –carbón y textiles fundamentalmente. También Francia sufrió permanentes desequilibrios económicos durante toda la década. Su crecimiento quedaba atado a las reparaciones de guerra que cobraba de Alemania, las que se efectuaban en forma intermitente y estaban sujetas a permanente negociación. En el caso de Alemania, desde el punto de vista infraestructural, había salido de la guerra indemne. Sus industrias –especialmente electromecánicas, automotrices, químicas y aluminio- se salvaron de la destrucción porque no se había combatido en suelo germano. Así, en la inmediata postguerra, Alemania rápidamente pudo recuperar la producción industrial y el empleo, favoreciéndose la concentración. Pero las reparaciones de guerra impuestas por los vencedores de la Gran Guerra desataron una terrible hiperinflación en 1923, empobreciéndose gran parte de la población. A partir de 1924 y hasta 1929 sin embargo, la economía alemana comenzará a recuperarse, aunque muy lentamente, merced al apoyo crediticio de Estados Unidos, motorizado por medio del Plan Dawes. 8 Estados Unidos entonces se transformó en la principal potencia económica en occidente durante los 20´. Sin embargo, entre 1920 y 1921 sufrió una crisis económica a causa de la finalización del conflicto bélico. Había perdido el fabuloso mercado protegido de los países beligerantes, y el regreso de los combatientes americanos incrementaba la desocupación. Así, los principales sindicatos iniciaron huelgas y en la clase media se extendió el pánico frente a la “amenaza roja”, es decir, la creencia en la posibilidad de que se produjera una revolución comunista, como había sucedido con éxito de la mano de Lenin y Trosky en Rusia desde 1917, o el frustrado intento en Alemania de Rosa Luxemburgo, en 1920. El gobierno americano encarceló y deportó a militantes de izquierda y sindicalistas, desatándose una ola de xenofobia y nacionalismo. Pero la pequeña crisis finalizó en Estados Unidos hacia 1921. Su economía altamente competitiva, productora de materias primas y bienes industrializados, sumado a la introducción de nuevos métodos de producción, facilitó el despegue económico. Desde entonces, si a lo largo de la década del 20´, el incremento de los volúmenes de cosecha mundiales conllevó a una crisis de sobreproducción, que repercutió en la baja de los precios internacionales de las materias primas, afectando al agro americano; en Estados Unidos el boom de su producción industrial permitió la reducción de las tasas de desempleo por lo menos hasta 1928, contrariamente a lo que sucedía en Europa. Es más, entre 1921 y 1929, duplicó su producción industrial, llegando a abarcar hasta el 44 por ciento de la producción mundial. En este contexto de auge económico, el Estado se abstuvo de intervenir en la economía, siguiendo la premisa tradicional del liberalismo clásico; los gobiernos republicanos de Harding, Coolidge y Hoover favorecieron a los sectores empresarios con políticas impositivas regresivas, un bajo gasto público que motivó leves presiones fiscales, e incluso rebajas de impuestos. Paralelamente, las fusiones empresariales crearon grandes corporaciones, mientras que unos 250 bancos, el 1 por ciento del total, manejaban más de la mitad de los capitales. El impresionante desarrollo industrial se manifestó en la 9 producción de bienes durables (lavarropas, heladeras, radios, automóviles, etc.) La industria automotriz y la construcción fueron los pilares del auge. La población rural se desplazó hacia las grandes ciudades, generando migraciones internas durante toda la década e impulsando la urbanización a un ritmo extremadamente rápido. Los medios de comunicación se modernizaron y diversificaron, aportando una de las claves del boom productivo por el lado de la demanda: incentivaron el consumo por medio de las técnicas modernas de publicidad, fundamentalmente a través de la radio y la prensa escrita. Novedosos sistemas de créditos al consumo surgieron también en estos años, los que permitieron el incremento de la demanda de sectores que, por su poder adquisitivo, se encontraban hasta entonces al margen del consumo de estos nuevos productos. Ahora bien. Fundamentalmente también este auge de la productividad,1 en la industria americana se debió a la generalización de dos nuevas formas de organización del trabajo: el taylorismo y el fordismo. b. Taylorismo y Fordismo. 1 La productividad es una relación entre las cantidades de producción de un determinado bien y las unidades de tiempo necesario para producirlo (a mayor volumen de producción por unidad de tiempo, mayor es la productividad) La productividad puede incrementarse por ejemplo, por innovaciones tecnológicas, por una nueva organización del trabajo, etc. 10 Los intentos de organizar el trabajo en Estados Unidos databan del siglo anterior. Durante el siglo XIX, el mercado de trabajo había sufrido grandes transformaciones. En la mayor parte de este período, una notable escasez de obreros calificados mantenía sus sueldos muy altos, impidiendo que los capitalistas pudieran imponer sus condiciones en las relaciones laborales. La continua falta de mano de obra convertía al obrero de oficio en un obstáculo para el desarrollo industrial. Los obreros americanos calificados estaban organizados en una fuerte asociación sindical, la AFL (American Federation of Labor), donde se gestionaba su relación con la patronal. Pero, ya hacia 1850 los industriales desarrollaron en Estados Unidos estrategias de lucha contra estos obreros calificados. Básicamente, la práctica pretaylorista contra el oficio se basaba en la introducción de maquinaria en el proceso de trabajo. Así, los empresarios no sólo buscaron reducir los costos de producción al reemplazar el trabajo calificado, sino también aumentar el ritmo de trabajo al estandarizar el movimiento del trabajador, y, sobretodo restar poder de negociación a las organizaciones obreras al mismo tiempo que luchar contra la insubordinación y la indisciplina en las fábricas. Sin embargo, a lo largo del siglo XIX, dos grandes oleadas de inmigrantes llegaron a Estados Unidos, modificando sensiblemente la estructura de la clase obrera original. Hasta 1860, arribaron cinco millones de personas procedentes del norte y el oeste de Europa; mientras que, entre 1870 y 1915, otros quince millones llegaron provenientes del sur y del este del viejo continente. En su gran mayoría, eran trabajadores carentes de especialización, sin experiencia ni relación con la actividad industrial. Se consolidó así en Estados Unidos un extraordinario ejército de reserva de mano de obra, fundamental para la gran etapa de acumulación de capitales que se iniciaba. En este contexto de cambio, donde la composición del mercado de trabajo quedaba ahora integrada por un sector minoritario de obreros calificados y una gran masa de trabajadores sin especialización, el taylorismo fue una nueva forma de organización del trabajo altamente innovadora. 11 A comienzos del siglo XX, Frederick Taylor buscó racionalizar la producción industrial, por medio de la separación entre los diseñadores y organizadores por un lado (técnicos e ingenieros) y los ejecutantes por otro (trabajadores manuales y obreros) Sistematizó el trabajo obrero por medio del traslado a la gerencia de la empresa del conocimiento tradicional que poseían estos trabajadores calificados. Ahora la gerencia concentraba el monopolio del control del proceso de trabajo, quedando el obrero exento de decidir respecto de la producción. De esta forma, se alcanzaba uno de los objetivos fundamentales de la nueva forma de organización laboral: la descomposición del trabajo obrero en sus partes más elementales, permitiendo que el empresario se apropie de él para fijar las normas del proceso industrial. Pero la innovación fundamental de este método, conocido como scientific management, radicó en la introducción del cronómetro en el proceso de trabajo. Taylor subdividió la tarea laboral en la empresa en etapas, buscando no sólo una mayor especialización de los obreros sino fundamentalmente reducir los tiempos muertos del proceso productivo.2 Los trabajadores ahora debían trabajar conforme a los ritmos impuestos por el cronómetro, debiendo incrementar su esfuerzo en la misma jornada de trabajo. Las tareas asignadas desde la gerencia eran muy simples para los obreros, dado que ahora toda la labor intelectual ya no estaba en sus manos sino en los departamentos de planeamiento y diseño de la empresa. Al obrero entonces no sólo se le quitaba el control sobre las herramientas, sino, sobre todo, su dominio sobre el trabajo, al imponerse una separación entre pensamiento y ejecución. La simplificación de las tareas dentro del taller posibilitó que se incorporaran en masa los inmigrantes al proceso productivo. Ya no se necesitaron obreros calificados, simplemente eran sustituidos por trabajadores no especializados, los unskilled. De esta forma, se abarató notablemente el costo de producción. Pero, fundamentalmente, Taylor pudo efectivizar la incorporación de obreros no calificados que permitió una notable modificación de la composición del trabajo, pues los más calificados y con tradición sindical quedaron ahora cada vez más al margen del proceso productivo. 12 La segunda gran innovación en la organización del trabajo fabril fue implementada por Henry Ford en 1918, apenas unos años después de Taylor. Ford incorporó en sus fábricas la línea de montaje o cinta sin fin (rápida, incansable y continua) Esta innovación inauguró la era del despotismo de la máquina sobre el trabajo humano. El trabajador recibía la pieza central por medio de la cinta, y procedía a fijarle otra, completándose el montaje sucesivamente con otros trabajadores a su lado. El producto terminado aparecía al final de la línea. Esta línea de montaje disciplinaba enormemente los ritmos y modos del trabajo obrero. Su principio rector era el agregado de piezas sucesivas a una velocidad específicamente predeterminada por la empresa. El trabajo en la fábrica quedaba organizado en torno a este transportador de cinta. Así, se imponía la despersonalización del trabajo, donde la tecnología sustituía al antiguo capataz. Era la nueva fábrica racionalizada. El trabajador debía moverse rápidamente siguiendo el ritmo impuesto por la cinta, con movimientos que se tornaban irremediablemente repetitivos y rutinarios, eliminando todo movimiento ajeno a la actividad específica asignada. Así, se incrementaba notablemente la productividad del trabajo obrero, puesto que se eliminaban considerablemente los "tiempos muertos”. Una de las principales consecuencias de esta nueva forma de organización del trabajo fue la producción masiva de unidades de producción estandarizadas, al permitirse un flujo continuo de producción. Todas las piezas fabricadas eran idénticas entre sí (producción en serie) Ahora bien, al incentivar la producción en masa de los productos y al no incrementarse en la misma medida la demanda, Ford encontraba un difícil problema para resolver: la posibilidad de acumular stocks invendibles. Por ende, introdujo respecto de los salarios de los trabajadores de sus empresas una innovación absolutamente original: el five dollars day. Así elevó cinco dólares diarios al jornal del obrero, por encima del precio del mercado. Conseguía, por un lado, no sólo garantizar una provisión continua de mano de obra trabajadora a sus fábricas, sino también propiciar la desindicalización de sus obreros buscando 2. Los “tiempos muertos” son los momentos de la jornada laboral donde el trabajador no está efectivamente 13 disciplinarlos para evitar el ausentismo, soportar las condiciones extenuantes de la jornada laboral, y contribuir al ahorro personal. Pero, sobre todo, el incremento salarial evitaba la crisis de sobreproducción, al incrementar el consumo productivo, masificando la demanda de los productos de sus empresas. Pero, como la introducción del fordismo deparaba la necesidad de sostener en forma continua la demanda, sin perjuicio del five dollars day, el consumo en los años 20´ era impulsado también por el desarrollo del crédito y la publicidad. El uso de créditos se generalizó en Estados Unidos para comprar los artículos más variados, especialmente, electrodomésticos y automóviles. Paralelamente, la introducción de la publicidad buscaba diferenciar productos y crear en el mercado necesidades cada vez más amplias. En síntesis. Aunque todavía persistían las formas de organización de manufacturas tradicionales en ciertos sectores, los modelos taylorista y fordista se hicieron cada vez más hegemónicos entre las empresas americanas durante toda la década del 20´, sufriendo la economía en su conjunto una transformación sustancial. Ahora se imponía una forma moderna de acumulación de capital, basada en la producción en masa y el consumo masivo creciente. Estados Unidos, de la mano del sector automotriz como eje del dinamismo económico, emergía como la primera sociedad de consumo de masas, donde la innovación tecnológica, la creciente debilidad de las asociaciones sindicales, las fusiones de empresas y el relativamente débil sistema impositivo, facilitaron el incremento de la productividad industrial. La estandarización de las mercancías, sin embargo, fue una debilidad del sistema fordista, al no introducir mecanismos de diferenciación de los productos lanzados al mercado (lo cual, como veremos, será uno de los ejes más importantes del sistema japonés) c. La crisis de 1929. realizando tareas productivas. 14 El auge económico industrial de Estados Unidos escondía en los años 20´, sin embargo, muchas debilidades. La creciente productividad del sistema no pudo ser compensado por la demanda efectiva, posibilitándose así una situación de sobreproducción. La contracción del mercado internacional y el incremento de la producción mundial tras la gran guerra, produjo una baja de los precios internacionales de las materias primas. En Estados Unidos consecuentemente, se generalizó la caída de las exportaciones y la consecuente acumulación de stocks invendibles, lo cual devino en una crisis en el campo. Muchos agricultores y tamberos no pudieron seguir invirtiendo y comenzaron a acumular deudas hipotecarias en un contexto de caída del precio de la tierra. Desde el punto de vista fiscal, las políticas de los gobiernos republicanos eran regresivas, manteniendo el gasto público muy bajo. Esta leve presión del fisco se traducía en la posibilidad de mayores excedentes para los empresarios, quienes los destinaban a inversiones productivas pero también a especulación. Más aún, los sectores medios y hasta asalariados pudieron acceder al mercado de valores, generalizándose entonces la compra a crédito de acciones a través de la suscripción de garantías hipotecarias. Los elevados beneficios de las grandes empresas producto de la gran expansión económica de los años 20´, sirvieron para financiar la mayor parte de los fondos especulativos. En esta línea, a partir de 1928, estalló una verdadera fiebre, pues a la especulación de los grandes inversores se sumó la de los fondos de inversión, conformados por miríadas de pequeños ahorristas que invertían su dinero en títulos y acciones. Los movimientos especulativos se generalizaron, no sólo en inversiones financieras, sino también a operaciones con viviendas y otros rubros. Así, aún cuando las cotizaciones de la Bolsa de Wall Street acompañaron el período de auge, a lo largo de la década crecientemente dejaron de reflejar la marcha de la economía real. Entonces, hacia julio de 1929, el sistema económico comenzó a dar señales de agotamiento. 15 La crisis agrícola, la desaceleración del ritmo de construcción y la caída de la producción en el sector industrial –especialmente automotriz- fueron los principales síntomas. El mercado de Wall Street parecía ajeno a estos signos y continuaba operando casi fuera de control. El 23 de octubre de 1929, lo que había comenzado con un pequeño rumor apenas unos días antes, se tradujo en el crac de la Bolsa: la confianza –base del sistema de especulación- se derrumbó ante la quiebra fraudulenta de una gran empresa londinense de productos fotográficos con intereses en máquinas tragamonedas y servicios financieros. Entonces, la ola de pánico se extendió rápidamente y la cotización de las acciones cayó en forma extraordinaria. Pero, al desprenderse de sus títulos, los inversores contribuyeron también al derrumbe general de las cotizaciones. Muchos ahorristas se apresuraron a retirar su dinero de los bancos, propiciando aún más el desplome financiero. Así, la desinversión se generalizó en el sector industrial y ochenta mil empresas y cuatro mil bancos quebraron en los inmediatos años siguientes. La economía de Estados Unidos ingresaba en una inédita Gran Depresión. d. La Gran Depresión hasta la II Guerra Mundial. La profundidad de la crisis desatada en 1929 era desconocida en la historia económica de Estados Unidos. La producción y el comercio exterior colapsaron, al mismo tiempo que se incrementaban las quiebras de empresas y por ende, la desocupación. Hacia 1933, el porcentaje de desempleados alcanzó el 25 por ciento, unos 15 millones de desocupados. Peor aún. Como muchos obreros no pudieron seguir cancelando los créditos hipotecarios que habían contraído en los años 20´, al ser desalojados, incrementaron el número de personas que vivían en las calles. Entonces el conflicto social se acentuó en algunos sectores ante los reclamos de estos trabajadores despedidos. En 1932, la empresa Ford dejó sin empleo al 75 por ciento de sus obreros. La protesta fue duramente reprimida por la policía con un saldo de cuatro muertos. 16 En el sector industrial, los sectores más afectados fueron especialmente las empresas de producción de bienes de consumo durable y la industria pesada. La producción se redujo entre un 30 y un 50 por ciento, mientras que los precios de los bienes durables se redujeron casi un 20. En el campo, los precios agrícolas cayeron todavía más, en el orden de un 60 por ciento. La contracción del sector rural de la economía americana, afectaba a buena parte de la población, que por esos años aún representaba un 20 por ciento del total. Así, entre 1929 y 1932, Estados Unidos, en tanto primera potencia económica mundial, arrastró en su caída consigo a buena parte de todos aquellos países que integraban el capitalismo occidental. La Gran Depresión adquirió una escala internacional. La contracción de la economía americana conllevó a que el comercio mundial se redujera casi un 40 por ciento. El volumen del comercio internacional cayó en un tercio y su valor en un 60 por ciento. Más aún. Ante la crisis económica originada en Estados Unidos, muchos inversores americanos repatriaron sus capitales de Europa, para poder afrontar sus pérdidas. Pero esto generó la bancarrota del sistema de pagos internacional. La reducción de los préstamos americanos a los países deudores generalizó la crisis financiera a nivel internacional. También se frenaron bruscamente buena parte de los intercambios comerciales. En 1932 el valor del comercio mundial era de un 35 por ciento menor con relación a 1929. Se redujeron los precios internacionales de las mercancías ante la contracción de la demanda. En los países con preponderancia de actividades agrícolas, especialmente los de Europa Oriental, la crisis sacudió con fuerza a sus economías, ante la caída general de los precios de las materias primas. En estos casos, las rentas cayeron casi el 50 por ciento. Pero también la caída de la producción industrial afectó a los países más importantes de Europa occidental, fundamentalmente a Gran Bretaña, Alemania, Francia e Italia. Hacia 1932, el índice de producción industrial había caído entre un 20 y un 55 por ciento. Al principio de la crisis, la mayoría de los países acudieron presurosos a utilizar sus reservas monetarias. Pero, cuando estas se agotaron, muchas 17 empresas fueron a la quiebra al disminuir la inversión y la actividad económica general. Al igual que sucedía en Estados Unidos, millones de trabajadores perdieron así sus empleos en el viejo continente. En Alemania, los desocupados en 1933 eran casi 6 millones. Las pérdidas masivas de empleos en Europa occidental fomentaron aún más el deterioro económico, especialmente de los mercados internos al contraerse la demanda bruscamente. En este contexto, al profundizarse la Gran Depresión, los gobiernos de la mayoría de los países comenzaron a sostener sus economías interviniendo con regulaciones y medidas diversas. El proteccionismo se generalizó, con medidas que incluyeron cuotas de importación y subas de aranceles, a fin de proteger las golpeadas economías nacionales. Veintitrés países subieron directamente sus aranceles a nivel general, mientras que cincuenta países incrementaron los derechos aduaneros en sectores particulares. Paralelamente, las políticas devaluacionistas y la manipulación de la moneda por medio del control de cambios también se hicieron corrientes para impulsar las exportaciones. Así, el sistema monetario basado en el patrón oro se derrumbó, desapareciendo el intercambio multilateral de los años 20´ y generalizándose las políticas económicas nacionalistas. Además muchos países comenzaron a tener severos problemas de endeudamiento, al quedar impedidos de cumplir con sus obligaciones contraídas durante la década anterior. En un esfuerzo último por sostener sus precarios sistemas financieros y monetarios, algunos directamente anularon sus deudas, suspendieron los pagos de intereses o congelaron sus obligaciones de corto plazo. Hacia 1932, diecisiete países declararon la moratoria de sus deudas públicas y otros siete de sus deudas privadas. Pero, todas estas restricciones monetarias, fiscales, medidas arancelarias y devaluaciones desataron paradójicamente una presión aún mayor sobre el precario equilibrio de relaciones económicas internacionales. La Gran Depresión se generalizaba en la gran mayoría de los países de Occidente. El presidente de Estados Unidos desde 1932 Franklin Roosvelt, implementó un programa económico en dos etapas (1932-1935; 1936-1941), llamado nuevo 18 trato o New Deal, basado fundamentalmente en una fuerte intervención del Estado en la economía. Aunque fuertemente atacado por los liberales ortodoxos que se oponían a sus medidas “socialistas”, el punto central de su plan de acción era un amplio plan de obras públicas para recuperar los niveles de empleo y la creación de fondos especiales para la asistencia de los desocupados. Con ello buscaba un doble objetivo económico y social. Por un lado, Roosvelt aliviaba la emergencia causada por los millones de desempleados; por el otro incentivaba la demanda por medio de la recuperación del nivel adquisitivo de la población al multiplicar el número de trabajadores asalariados. Paralelamente, el gobierno fijó los precios y las cuotas de producción industrial, y convocó a las más poderosas corporaciones del país a un acuerdo general. En el sector agrícola, implementó también las cuotas de producción y subsidios, buscando planificar parcialmente la producción a cambio del apoyo estatal. Asimismo, se lanzó un programa de ayuda financiera federal para garantizar los depósitos bancarios, hipotecas sobre las explotaciones agrícolas y la construcción de viviendas. A tal fin, se controló severamente el sistema bancario y la bolsa de valores, atacando la médula del sistema de especulación bursátil: se establecieron los encajes bancarios y la prohibición de la compra de acciones sobre la base de la ganancia esperada. A partir de 1935, el énfasis se trasladó al intento de regular las relaciones laborales, marcando una ruptura total con el liberalismo clásico del lassez- faire. En el plano fiscal, se implementó un impuesto a la riqueza, generando gran oposición en los sectores conservadores. En este contexto, desde el punto de vista teórico, fue el economista inglés John Keynes quien argumentó que la teoría económica liberal clásica, que dejaba al libre arbitrio de la ley de oferta y demanda a los actores sociales y negaba toda posibilidad de intervención al Estado en la coyuntura económica de crisis, no estaba en condiciones de dar respuesta a la Gran Depresión. Era claro para Keynes que el mercado era incapaz de recuperar el equilibrio en forma automática como sostenía la ortodoxia económica. De ahí que propusiera abandonar el laissez-faire, y, como medidas transitorias y provisionales hasta que finalizara la crisis, que el Estado se transforme en el nuevo motor de la economía, por medio 19 de amplias políticas de inversión pública y acción social, a fin de restablecer la demanda por medio de la generación de empleo. En 1936 sus ideas se plasmaron en un libro cuyo título era Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero. Allí el gasto público deficitario, la redistribución del ingreso y las facilidades monetarias se transformaban en los tres pilares de su plan de acción. En Europa, al igual que en Estados Unidos, el abandono de las ideas del liberalismo clásico también se generalizó, aunque con profundos matices según cada país. El gobierno inglés implementó una política económica que poco se alejó de los postulados tradicionales ortodoxos. El Estado no intervino sino indirectamente en la economía, sin articular ningún plan de obras públicas. Por el contrario, el gasto público se recortó severamente, a fin evitar el déficit de las cuentas del Estado. La recuperación del mercado interno, eje de la aspiración de crecimiento por el gobierno, se tradujo en protección y controles al comercio, planes de créditos baratos para la reconstrucción industrial y la promoción de la construcción de viviendas y un plan de devaluaciones y abandono del patrón oro para promover las exportaciones. Además, se refugió en el mercado que ofrecía el Imperio británico. Así al recuperarse las exportaciones y el mercado interno, Gran Bretaña durante los años 30´, consiguió recuperar los índices macroeconómicos fundamentales, aunque el desempleo se mantuvo alto durante toda la década. La economía de Francia se estancó durante todo el período posterior a 1929, contrastando con el notable auge de los años 20´. Sus reservas de divisas le permitieron sobrellevar por algún tiempo la Gran Depresión, sin abandonar el patrón oro. Pero, para mantener los costos en un marco de la devaluación general de las monedas a escala internacional, el gobierno implementó fuertes medidas deflacionistas. Los salarios cayeron el 12 por ciento, mientras que se redujo considerablemente el gasto público y se impusieron grandes restricciones al intercambio comercial. Hacia 1936 el resultado de esta política era poco alentador. Por el contrario, los índices de producción y empleo continuaban cayendo, contrayéndose la demanda en el mercado interno. El nuevo gobierno de izquierda de León Blum, intentó a partir de 1937 aplicar políticas más activas: un programa 20 de obras públicas, el abandono del patrón oro y aumento de los salarios. Pero la economía francesa no saldría de la crisis sino hasta el inicio de la II Guerra Mundial. En el caso de Alemania, como hemos mencionado, la economía sufrió un gran impacto con la Gran Depresión. Pero, a partir de 1933, el gobierno nazi de Adolfo Hitler adoptó un plan económico con un alto grado de intervencionismo estatal. La economía, en el marco del capitalismo y sin expropiación de la propiedad privada, pasó a estar no obstante fuertemente planificada. El control estricto del comercio exterior (bajando las importaciones no esenciales y estimulando las exportaciones con subsidios), el mantenimiento de los salarios y los precios, pero, sobre todo, un programa masivo de obras públicas ayudaron a bajar rápidamente los índices de desempleo (del 44 por ciento en 1932 a menos del 1 por ciento en 1938) Ya desde noviembre de 1934 la producción industrial se reorientó hacia el rearme. Para 1939, el gasto militar era del 23 por ciento de la renta nacional. Para aumentar el gasto estatal, el gobierno implementó medidas de fuerte restricción de la inversión privada, especialmente de la industria de bienes de consumo durables. El ahorro forzoso y la suba de impuestos ayudaron asimismo para frenar la demanda de los consumidores privados. El consumo privado cayó en proporción a la renta nacional del 72 al 54 por ciento entre 1929 y 1939. Así, fundamentalmente el gasto público se financió con endeudamiento y sobre todo con la fuerte presión fiscal. Al final de la década, aún la recuperación de la mayoría de las economías era incompleta, siendo visible especialmente, con excepción de Alemania, en los todavía muy altos niveles de desempleo. Si fueron las políticas keynesianas exitosas para salir de la Gran Depresión o si, por el contrario, las economías occidentales se recuperaron ante la necesidad de rearmar a los países por la inminencia de una nueva guerra mundial, sigue siendo materia de debate actual. Lo cierto es que para 1939, al comenzar la II Guerra Mundial, ya se producía la recuperación general de las economías del capitalismo occidental. 21 e. Argentina: del Modelo Agroexportador a la Industrialización por Sustitución de Importaciones. Durante el siglo XIX, América Latina se convirtió en uno de los mercados más importantes de provisión de materias primas y de consumo de productos manufacturados de la economía inglesa. La participación de esta región en el comercio exterior británico nunca decayó por debajo del 10 por ciento desde 1840. Hacia 1913, Gran Bretaña tenía invertidos en Latinoamérica el 25 por ciento de sus inversiones en el exterior. Argentina – considerada en conjunto con Chile y Brasil- apenas un año antes del comienzo de la Gran Guerra participaba en el 72 por ciento del comercio inglés y concentraba el 67,3 por ciento de sus inversiones. Así, nuestro país se había insertado perfectamente dentro del esquema de división internacional del trabajo, como productor y exportador de productos primarios (especialmente cereales y carnes) y, paralelamente, como consumidor e importador de bienes manufacturados y capitales (ferrocarriles, bancos, seguros) Su mercado de trabajo se constituyó entre 1860 y 1914 con migraciones masivas de trabajadores urbanos y rurales procedentes de Europa, promovidas por el gobierno argentino, que motivó un incremento muy acentuado de la población. De unos 3 millones de personas que habitaban el país hacia 1885/89, en 1910/14 se había pasado a casi 7.3 millones. Paralelamente, el mercado de capitales se configuró con los préstamos, inversiones y créditos suministrados por Inglaterra, a través de sus bancos. El mercado de tierras, por su parte, se afianzó con la expansión de la frontera agrícola desde 1879, cuando el ejército nacional expulsó a los indígenas de sus tierras en la llamada “Conquista del Desierto”. Así, se generaron todas las condiciones de posibilidad para un fuerte auge económico basado en la exportación de materias primas a mercados ultramarinos, especialmente a Gran Bretaña. La exportación de cereales pasó de 389 millones de toneladas en 1885/89 a 5294 millones en 1910/14. En este contexto, eran los capitalistas ingleses los que controlaban el sistema de transportes de materias primas en nuestro país. La producción de las economías regionales llegaba al puerto por medio del amplio sistema de redes 22 ferroviarias trazado y financiado por los ingleses. La red férrea pasó de 249 kilómetros en 1865, a 35000 en 1914. Desde el puerto de Buenos Aires, inmerso en una ciudad en continua expansión (ambos igualmente construidos con capitales ingleses) las materias primas se embarcaban en barcos mercantes y frigoríficos, de capital también británico. Esta hegemonía inglesa en la economía argentina se basaba en el sistema de alianzas políticas con la elite terrateniente local, fundamentalmente, los de la fértil Pampa Húmeda nucleados en la Sociedad Rural Argentina (SRA) A partir de la I Guerra Mundial, sin embargo, esta relación bilateral se transformará cada vez más en una de tipo trilateral, pues el conflicto bélico internacional afectó el intercambio comercial, y entonces también el de Gran Bretaña y Argentina. Ahora nuestro país comenzó incipientemente a desarrollar industrias livianas, textiles y alimenticias, ante la imposibilidad de Inglaterra, en el contexto de financiar su esfuerzo de guerra, de proveer manufacturas a la Argentina. Pero, al finalizar la Gran Guerra, la economía inglesa volverá a proveer de productos industriales a Argentina, afectando la aún débil infraestructura industrial local. En este contexto, comenzará la penetración de los productos de Estados Unidos en la economía Argentina, compitiendo con Inglaterra por el mercado de nuestro país. Se producirá así, durante los años 20´, un “comercio triangular” entre Gran Bretaña, Argentina y Estados Unidos. Durante esta década, Estados Unidos fomentó abiertamente sus exportaciones hacia la Argentina, incrementándolas en un 124,5 por ciento entre 1913 y 1927. Asimismo, invirtió en varios sectores de nuestra economía (petróleo, frigoríficos) y promovió las exportaciones de vehículos, automotores y maquinarias agrícolas (en 1922 se radicará Ford Motors y en 1925 General Motors). Los capitalistas americanos también adquirieron firmas ya existentes, comprando acciones de compañías ferroviarias, bancos y de servicios eléctricos y telefónicos. Paralelamente, el comercio tradicional de Argentina con Gran Bretaña se mantenía, mientras tanto, sobre la base de exportación de materias primas a cambio de importaciones de productos manufacturados y capitales. Pero el saldo 23 comercial en este intercambio, que para Argentina era superavitario hacia fin de la década, contrastaba notablemente con el mercado de Estados Unidos, donde se mantenía un déficit constante. Sucedía que la economía norteamericana era autosuficiente no sólo en materia industrial sino también en la producción de materias primas y, además, su mercado estaba fuertemente protegido por altas tarifas aduaneras. Así, no dependía de las importaciones de alimentos para abastecer su mercado local. En este contexto entonces, Argentina utilizaba el saldo positivo de su balanza comercial con Inglaterra para financiar su déficit con Estados Unidos. Al mismo tiempo, estos últimos invertían fuertemente en la economía inglesa, vendiéndole numerosos productos industriales y convirtiéndose en su principal acreedor financiero. La preocupación de los gobiernos ingleses por la creciente competencia de los norteamericanos en la economía argentina, llevó a la firma del tratado D´Avernon con nuestro país, en setiembre de 1929. Argentina e Inglaterra se proveían una línea de créditos para comprarse mutuamente material ferroviario y manufacturas a cambio de cereales y carnes. Pero el gobierno argentino nunca ratificó el tratado, pues al año siguiente, cuando en el Congreso se discutía su aprobación, se produjo el golpe de 1930 contra el gobierno de Yrigoyen. Sin perjuicio de todos estos cambios, ha sido la crisis de 1929 y, sobre todo, la Gran Depresión durante la década del 30´, los que fueron quebrando paulatinamente el Modelo Agroexportador y promovieron un cambio hacia el modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones. Gran Bretaña, golpeada por la caída general del comercio y la producción internacional, promovió una política de preferencia imperial para su intercambio comercial. A partir de 1932, en la conferencia de Ottawa dispuso que solamente exportaría e importaría productos manufacturados y materias primas a las colonias de su imperio, subiendo los aranceles de protección con relación a todos los países que no integraran la comunidad británica de naciones. Esto llevó a febriles negociaciones del gobierno argentino, que se veía ahora marginado del mercado inglés, amenazando en respuesta con dejar de pagar su deuda externa a 24 Inglaterra. En 1933, ambos países acordaron un tratado (recordado como Roca- Runciman por el nombre de los funcionarios que lo signaron en representación de cada país) Mientras Inglaterra se comprometió a seguir importando las materias primas desde Argentina –fundamentalmente la carne congelada-, nuestro país se obligaba a comprar productos manufacturados y saldar, en tiempo y forma, los intereses de su deuda externa. El gobierno argentino buscaba de esta manera, casi desesperadamente, mantener los intereses del sector ganadero y al mismo tiempo, sostener un modelo agroexportador en un marco internacional que había cambiado profundamente con relación a los años 20´. Sin embargo, a medida que avanzó la década del 30´, los gobiernos de Justo, y especialmente de Ortiz y su reemplazante Castillo, elegidos por medio de manipulaciones electorales y elecciones fraudulentas, irán paulatinamente promoviendo un proceso de industrialización por sustitución de importaciones. Ahora el elemento dinámico de la expansión económica se buscó en la producción industrial en lugar de la actividad agrícologanadera tradicional. Sucedía que el contexto internacional había cambiado derrumbándose la antigua división internacional del trabajo. A partir de 1930, las dificultades del comercio internacional generaban, por un lado, la imposibilidad de los países industriales de mantener el volumen de sus exportaciones manufactureras y de ahí que, por ende, redujeran también sus importaciones para mantener su balanza de pagos. Por otro lado, los países periféricos, tenían serios inconvenientes para mantener exportaciones de materias primas en los mismos niveles tradicionales y entonces, tampoco podían sostener la importación de productos terminados. En el caso argentino, el país comenzó a sufrir una severa escasez de divisas, lo cual redundará, a su vez, en su incapacidad de mantener las importaciones de bienes industriales. De ahí que el gobierno de Justo promoviera el acuerdo Roca- Runciman. Pero, al mismo tiempo, la imposibilidad de importar los mismos volúmenes de productos manufacturados que antes de la Crisis de 1929, llevó a la expansión del sector industrial en Argentina. A las tradicionales producciones textiles y de alimentos, se sumó ahora la industria mecánica y la química. Esta industrialización 25 moderada sustituyó las importaciones para el mercado interno y evitó la salida de divisas. Vale precisar no obstante, que los industriales de principios de los años 30´ en Argentina no configuraron una alternativa al poder hegemónico del sector agrario. Esta industrialización sustitutiva, aún no alteró demasiado, en esos primeros años, la estructura económica basada en el modelo agroexportador. Sucedía que, entre 1933 y 1943 la conducción económica del país estaba en manos del ministro Federico Pinedo, quien promoverá una nueva formulación económica. Al mismo tiempo que intentará preservar el mercado inglés tradicional para la exportación de materias primas, Pinedo buscó estimular el desarrollo industrial local, básicamente a partir del aporte de capitales extranjeros. Sin embargo, la industria era y debía ser un apéndice de la actividad económica fundamental: la producción de materias primas para la exportación seguía siendo el pilar de su modelo económico. Así se promovía desde el gobierno una nueva alianza, basada en los intereses tradicionales de la Sociedad Rural y la promoción de un nuevo sector vinculado con la actividad industrial. En el marco de estas políticas, hacia fines de la década del 30´, ya se había gestado entonces un proceso de diferenciación de la burguesía industrial local. A las empresas tradicionales se sumaron las empresas extranjeras – especialmente provenientes de Estados Unidos-, caracterizadas por su gran respaldo financiero. Estas se concentraron especialmente en la producción de caucho, automóviles, hierro y acero, y promovieron alianzas con industrias de capital nacional. Así, para 1939, la elite económica dirigente se integraba en la oligarquía terrateniente tradicional, la burguesía nacional nucleada en la Unión Industrial Argentina (UIA) – con o sin asociación al capital extranjero- y las expresas extranjeras. Fue el inicio de la II Guerra Mundial a partir de 1939, que aceleró las tentativas industrialistas en nuestro país promoviendo finalmente el agotamiento de la hegemonía del Modelo Agroexportador tradicional. En el contexto de fuerte debate entre aliadófilos y germánofilos para inclinar nuestro apoyo a uno u otro bando en el conflicto, y mientras Argentina oficialmente se mantenía neutral, los militares más nacionalistas comenzaron a enarbolar la doctrina de la “Defensa Nacional”. Argumentaban que era absolutamente 26 necesario, en el contexto de la nueva guerra mundial, industrializar al país sobre la base del desarrollo de una industria pesada, garantizar el abastecimiento local y cerrar el mercado exterior, a fin de asegurar la soberanía e independencia en el supuesto de tener que ingresar al conflicto. Esta postura, convergió naturalmente con las propuestas industrialistas que defendía desde hacía años la UIA, y con las ideas de los intelectuales más nacionalistas. Pero Pinedo mantenía aún en 1940, su postura tradicional de subsumir el desarrollo industrial a la preeminencia de la actividad agricóloganadera de exportación. El golpe militar de 1943, promovido entre otros sectores por el GOU (Grupo de Oficiales Unidos) del ejército, desplazó entonces a la vieja oligarquía terrateniente del poder y posibilitó la consolidación del nuevo modelo de acumulación basado en la actividad industrial, poniendo fin a la hegemonía del modelo agroexportador. Los años de la guerra verán surgir entonces un aparato productivo industrial en manos del Estado (Fabricaciones militares –1941-; Altos Hornos Zapla –1945-), la expansión de sectores industriales ya existentes para la producción de tractores motocicletas y automóviles (Fábrica Militar de Córdoba - IAME), y también el surgimiento y consolidación de una gran cantidad de pequeñas y medianas industrias vinculadas a la producción de alimentos y textiles. Todas orientaron su producción para satisfacer la demanda del mercado interno, aunque, algunas consiguieron durante esos años exportar parte de sus productos entre los países vecinos. Con esta industrialización, se recuperaron los niveles de empleo. La población ocupada en la industria se duplicó entre 1935 y 1946, pasando ese año a emplear 1 millón de personas. 27 II. El capitalismo de posguerra (1945 – 1975) a. El capitalismo en un mundo bipolar. La guerra fría: EEUU - URSS. Durante la II Guerra Mundial los países europeos movilizaron todos sus recursos económicos y sociales para satisfacer la demanda del esfuerzo bélico. Entre todos, alcanzaron en el invierno de 1943-1944 un punto superior a cualquier otro momento de la historia, aún incluyendo los años de la Gran Guerra entre 1914 y 1918. Más de una tercera parte del producto neto mundial se destinó al conflicto, sosteniéndose sobre la base de la ampliación permanente de la producción, la disminución del consumo de las poblaciones civiles y el agotamiento del capital y los recursos naturales. Así, al finalizar la contienda mundial en 1945, amplias regiones de Europa, - y de Africa y Asia-, se encontraban virtualmente devastadas económicamente. 28 Un severo colapso demográfico se generalizó en el Viejo Continente, sobre todo, en Francia, Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Grecia, Rumania y la Unión Soviética. En total, habían muerto en el mundo unos 60 millones de personas, no sólo militares en los campos de batalla, sino también civiles de las ciudades y de ámbitos rurales. Desde el punto de vista infraestructural, la situación era también crítica. La destrucción material producida durante la II Guerra Mundial fue mucho mayor que en la anterior guerra. No sólo porque las armas desarrolladas durante el conflicto eran mucho más poderosas, sino porque el área de operaciones de guerra se extendió a todos los océanos y continentes, con excepción de América y la Antártida. Las comunicaciones quedaron interrumpidas por la destrucción de caminos, puentes y vías férreas, afectando gravemente el intercambio internacional y el comercio entre los países. Los vehículos y ferrocarriles estaban en estado ruinoso. Muchas ciudades habían sido literalmente reducidas a escombros. Numerosos poblados y aldeas campesinas fueron arrasadas por el fuego y la destrucción. En amplios espacios rurales –sobre todo en Alemania y Europa Oriental, la producción agrícola había descendido a niveles alarmantes, al perder la tierra su fertilidad por el abandono y los bombardeos. La producción minera se encontraba casi al borde del colapso en Alemania y Gran Bretaña hacia 1945. Aún a principios de 1947, la producción inglesa era un 13% inferior a la del período 1935-1939, mientras que la alemana de la cuenca del Ruhr era un 40% de la de antes de la guerra. Paralelamente, la producción manufacturera se había detenido en muchas ciudades ante la devastación de las fábricas por los bombardeos sistemáticos de aviones y barcos –sobre todo en Alemania. En los casos de Francia e Italia, la producción siderúrgica tras el fin del conflicto no se reanudó ante la emergencia de una ola masiva de huelgas obreras. En el campo de las finanzas, varios países se encontraban exhaustos, lo cual motivaba serias presiones inflacionarias sobre sus economías nacionales. En términos generales, la balanza de pagos de Europa con relación a Estados Unidos 29 era gravemente deficitaria, ante la acumulación de las deudas impagas contraidas durante la Guerra y la carencia crónica de divisas. Ahora bien. Aunque existían variaciones regionales (por ejemplo, las neutrales Suecia y Suiza habían quedado relativamente protegidas de los daños ocasionados por la guerra), esta situación catastrófica del Viejo Continente distaba mucho de la de Estados Unidos, escenario donde no se había combatido y se encontraba con su infraestructura económica intacta. Hacia 1950, Estados Unidos poseía por sí mismo el 60% del capital de todos los países capitalistas avanzados, generando casi el 60% de la producción total. Fue así precisamente Estados Unidos quien se convirtió en el promotor e impulsor de la reconstrucción europea y de Japón. Y, a diferencia de la política de los vencedores de la I Guerra Mundial, cuando Inglaterra y Francia habían reclamado indemnizaciones económicas a Alemania generando una severa crisis económica hasta 1923; Estados Unidos, tras la segunda contienda, promovió una rápida reconstrucción de Europa occidental y de Japón. Ya durante la guerra, había sido, por medio de la Ley de Préstamos y Arriendos, el principal proveedor de Inglaterra y, en menor medida, de la Unión Soviética. A partir de julio de 1945, empezó a movilizar la ayuda económica a Europa, especialmente a Gran Bretaña y Alemania Occidental, 3 por medio de varias instituciones, entre las cuales cobró importancia la United Nations relief and rehabilitation administration. Esta entidad distribuyó, hasta principios de 1948, veinticinco mil millones de dólares para la reconstrucción. Sin embargo, desde abril de 1948, entró en vigor el Plan Marshall, una notable reorientación política de los recursos norteamericanos disponibles, para ajustarlos a la nueva realidad geopolítica mundial: la Guerra Fría. Es que con la crisis de Berlín de 1948 y el comienzo de la guerra de Corea (1950-1953), emergía una nueva división política internacional, donde el mundo ahora quedaba polarizado en dos grandes áreas de influencia en puja constante: los países comunistas, encabezados por la URSS, y los capitalistas, cuya principal potencia rectora era Estados Unidos. 3. Hablaremos del caso alemán occidental más adelante. 30 La Guerra Fría se transformó en el nuevo escenario internacional de disputa entre las dos superpotencias. Con la revolución Cubana de 1959 y la Crisis de los Misiles de 1961, quedó claro que ambas superpotencias tenían capacidad nuclear para destruir al adversario, pero no podían evitar la réplica del otro. Por ende, un equilibrio del terror se instaló sobre el mundo bipolar. Se desató entre la URSS y EEUU, al mismo tiempo que una puja propagandística y retórica de amplia difusión mediática, la competencia por extender sus respectivas áreas de influencia, sobre todo, en el llamado “tercer Mundo” (fundamentalmente, los países de Asia, Africa y Latinoamérica) Pero, además, se desató la carrera armamentista, basada en la innovación permanente en tecnología satelital y militar (especialmente, misiles balísticos nucleares intercontinentales, o ICBM) Esta competencia entre las dos naciones más importantes del planeta absorbió buena parte de sus recursos económicos, financieros y científicos. En este muevo contexto internacional, la ayuda americana se circunscribió entonces a sus nuevos aliados, Japón y los países occidentales de Europa – especialmente Gran Bretaña, Francia, Italia, Alemania Occidental y los Países Bajos-, motivada por el temor a que disturbios sociales y políticos devinieran en la instalación de regímenes comunistas en su área de influencia. El Plan Marshall proporcionó, por medio de préstamos y créditos, una amplia ayuda financiera para fomentar la recuperación industrial y agraria, restringir la inflación y contribuir a la estabilidad política de los países beneficiados. Varias instituciones occidentales intervinieron en este gran proceso de financiamiento y reconstrucción de las agotadas economías del Viejo Continente y de Japón: el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial fueron los más importantes. Pero también, se propició la firma del Acuerdo General sobre Tarifas y Comercio (GATT) El Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo (Banco Mundial, BM) fueron creados tras las negociaciones de Bretton Woods de 1944 aún durante la II Guerra. En principio, su objetivo era asegurar la cooperación económica entre las naciones. 31 Por su parte, finalizada la contienda, en 1947, después de la reunión de 23 países en Ginebra, se firmó el GATT. Aunque el BM tuvo escasa incidencia sobre la reconstrucción europea durante los primeros años de los 50´, el FMI y el GATT favorecieron notablemente el intercambio comercial y mejoraron el sistema internacional de pagos, restableciendo la convertibilidad monetaria. Los aranceles se negociaban en el ámbito del GATT, mientras que las cuestiones monetarias se definían por medio del FMI. Para favorecer la cooperación militar y la defensa frente al comunismo, Estados Unidos fundó con los países de Europa occidental la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) Paralelamente, durante los 50´s, los propios países europeo occidentales se dieron instituciones de asociación económica que tendieron a una cada vez mayor integración. La Unión Europea de Pagos (1950), la Comunidad Europea del Carbón y Acero (1952), la Comunidad Económica Europea (1957) y la Asociación Europea de Libre Comercio (1959) fueron sus jalones fundamentales.4 Así, desde comienzos de la década de 1950 y hasta mediados de la siguiente, las economías de los países occidentales de Europa registraron una notable mejoría, a partir del incremento de la productividad –visible más en la producción agrícola y energética que en la manufacturera. Proceso estimulado, también, por importantes devaluaciones de las monedas y el incremento notable del gasto público, dando origen a una de las etapas de crecimiento económico sin precedente en la historia por su amplitud y duración. Los años de 1950 a 1973 fueron entonces la edad de oro de la economía occidental, siendo el gran motor del capitalismo Estados Unidos quien durante este período cuadruplicó sus exportaciones al resto del mundo. 4 La Unión Soviética, por su parte, también creó su esfera de influencia económica sobre la base de la promoción de la cooperación entre los países de la órbita comunista: el bloque se consolidó con el Consejo de Ayuda Económica Mutua (COMECON), y en el plano militar, con el Pacto de Varsovia. 32 Sin embargo, vale precisar que, distinguiendo este gran proceso de crecimiento económico en occidente por sectores, encontramos algunas diferencias que nos previenen contra generalizaciones arbitrarias. En el agro, la mecanización acelerada, junto al surgimiento de los empresarios agrícolas, favoreció el incremento de la productividad. Asimismo, en la producción de energía el proceso se favoreció por la sustitución del carbón por petróleo. Pero, en el ámbito comercial y en el sector de servicios, el crecimiento fue relativamente menor, debido a la todavía aún reducida escala de muchos de ellos y a la persistencia de empresarios independientes en las actividades terciarias. Particular interés reviste el caso de Alemania. La destrucción física, económica, demográfica y financiera tras la II Guerra Mundial, sucumbió al país en el caos económico. Desastre potenciado además por la división política de Alemania en dos países: el sector occidental, capitalista, y el oriental, comunista; y la división de la misma capital, Berlín, en dos áreas, una bajo control de la URSS y la otra de EEUU, Francia y Gran Bretaña. Pese a los esfuerzos americanos de ayuda económica, aún en 1947, la producción industrial germano occidental era un 40% inferior respecto del nivel de 1936. Sin embargo, a partir de 1948 Alemania Occidental comenzó a resurgir. La gradual consolidación soviética en el sector oriental, generó un cambio en la política de los vencedores en Alemania Occidental. En 1947 se unificaron las zonas de ocupación americana y británica – a la que luego se sumó la francesa. A partir de 1948, una importante reforma con la creación de una nueva moneda y una serie de medidas económicas basadas en la ayuda económica americana en el contexto del plan Marshall, promovieron un importante mercado interno que potenció la demanda y el incremento notable de la producción industrial. De esta manera, se generaron las condiciones para que en las dos décadas siguientes se produjera el llamado “milagro Alemán”: el producto nacional bruto se triplicó entre 1950 y 1964. Ahora bien. Más allá del caso germano, una de las características fundamentales del período que media entre 1945 y 1975 fue la búsqueda general, en los países occidentales, de la mejora de la calidad de vida de las poblaciones, 33 el incremento de la inversión y la garantía de pleno empleo, a partir de una mayor intervención del Estado en la economía, siguiendo la nueva ortodoxia económica de la época: el keynesianismo. Es que el nuevo contexto de la Guerra Fría, y la alternativa que planteaba al capitalismo el sistema comunista (que mostraba un gran énfasis en el esfuerzo por mejorar la salud y la educación de la población así como garantizar el empleo), los gobiernos occidentales desarrollaron amplias políticas públicas a partir de la fuerte intervención del Estado, con miras a disminuir el conflicto social: surgieron así los Estados de bienestar. b. El rol del Estado. Keynesianismo. Entre los años 1945 y 1975, las políticas económicas keynesianas de los Estados de bienestar pasaron a ser claramente hegemónicas entre los gobiernos de occidente. La consolidación de los Estados de bienestar fue de tal magnitud, que a fines de los 70´ Australia, Bélgica, Francia, Alemania Federal, Italia y Holanda destinaban al bienestar social más del 60% del gasto público. Los efectos del nuevo modelo económico sobre el crecimiento fueron mayúsculos. Durante las dos décadas siguientes a la finalización de la II Guerra Mundial, se produjo un notable incremento del producto bruto industrial en Estados Unidos y en Europa Occidental. Entre 1948 y 1963, Alemania creció a un promedio anual de 7.6%; Francia al 4.6%; Italia al 6%; Reino Unido al 2.5%, Holanda al 4.7%, Austria al 5.8%. Así entonces, aunque con las particularidades propias de cada país, puede decirse que en líneas generales en la gran mayoría de los países occidentales se había conformado desde el fin de la II Guerra Mundial una economía mixta, que estimulaba un crecimiento económico fuertemente dinamizado por la combinación de la actividad estatal, los sindicatos y el sector privado. 34 El pleno empleo y la seguridad social fueron los pilares que garantizaban la reproducción de este nuevo período de desarrollo. Fundado en la redistribución de la renta y el incremento del gasto público, la política keynesiana de los gobiernos estimuló notablemente la demanda, sobre todo, a partir de la intervención estatal en la economía. El Estado de bienestar se caracterizó por las fuertes acciones reguladoras de la actividad económica a fin de apuntalar ese crecimiento sostenido de la demanda. Las políticas de créditos de largo plazo y bajas tasas de interés para la construcción de viviendas, proteccionismo arancelario para las industrias, medidas cambiarias y monetarias para favorecer las exportaciones, fueron las principales medidas adoptadas. Paralelamente, se afianzó una amplia política de estimulación de la demanda, básicamente a través de incrementos de salarios, premios, subsidios y subvenciones familiares para los trabajadores. También se impulsó la gestión directa de empresas nacionalizadas para la construcción de obra pública (puentes, caminos, carreteras, autopistas, puertos, viviendas y edificios gubernamentales, etc.) Muchas empresas privadas pasaron a ser propiedad de los Estados, otras directamente fueron creadas por los gobiernos. Las minas de carbón en Inglaterra y en Francia estaban nacionalizadas. En Francia, Alemania, Italia y Gran Bretaña la producción de electricidad estaba en manos del Estado. Lo mismo debe señalarse para el transporte aéreo y marítimo. El 40% de los bancos franceses e italianos eran estatales. En este marco entonces, los sindicatos y las empresas privadas buscaron acuerdos para mejorar los ingresos de los trabajadores, teniendo en cuenta las políticas de inversión privada. En el ámbito laboral, el Estado de bienestar, interesado en minimizar el conflicto social, se reservó el lugar de árbitro en la negociación entre trabajadores y la patronal, impulsando la concertación social y los acuerdos colectivos de trabajo. Al estimular de todas estas maneras la demanda, fueron las industrias de la construcción de viviendas, las automovilísticas, petroquímicas y las electrónicas, todas relacionadas estrechamente con los objetivos buscados por el Estado de 35 bienestar, las que obtuvieron notables incrementos de producción y ampliaron su oferta de productos estandarizados. También el sector servicios ingresó en una etapa de expansión, mientras que las economías regionales igualmente se vieron favorecidas por una amplia política fiscal y crediticia que buscaba incentivar la radicación de empresas que promuevan la generación de empleo en las áreas más alejadas de cada país. Paralelamente, el sector privado, y sobre todo el que contaba con apoyo gubernamental, se lanzó a inversiones directas en el extranjero, promoviendo el surgimiento de las llamadas empresas multinacionales. Se expandieron por el mundo occidental fundando filiales sobre todo en el Tercer Mundo (Volkswagen, Coca Cola, General Motors, entre otras), buscando mano de obra barata. En el caso de las compañías estadounidenses, sus filiales en el extranjero pasaron de unas 7500 en 1950 a más de 23.000 en 1966. Algunas empresas alcanzaron tal autonomía, que comenzaron a ser independientes respecto de sus territorios de origen desde el punto de vista financiero, como es el caso de JVC, originalmente la filial japonesa de la Victor Company. Al mismo tiempo, encontramos que el modelo fordista de organización del trabajo se expandió durante las décadas del 50´y 60´, sobre todo, en las grandes industrias. De esta manera, se afianzó la producción estandarizada de bienes manufacturados, incrementándose geométricamente la oferta de productos. Esta extensión del fordismo posibilitó la modificación de la estructura social de clases, al desarrollarse dentro de los sectores asalariados nuevas categorías de obreros, que diferenciaron a los no especializados de los especializados, como los técnicos e ingenieros, así como directores y ejecutivos de niveles medios y altos en la gestión de las empresas. Además, a medida que se afianzaba la estandarización de los productos, perdieron importancia relativa los talleres de reparación en detrimento de las cadenas de comercialización, la distribución y los servicios posventa. Asimismo, los Estados de bienestar garantizaron el crecimiento de la demanda a partir de la ampliación de los sistemas educativos existentes. Se buscaba la igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos y, paralelamente, 36 mejorar la calidad del trabajo. En este contexto, las universidades se abrieron y masificaron, ingresando a la educación terciaria los sectores medios y aún algunos de los de menor renta a partir de un amplio sistema de becas. Se incentivó financieramente la investigación básica y la aplicada, coordinando e integrando en muchos casos las actividades científicas con el sector privado. En el área de salud, seguridad y justicia, el incremento del gasto social motivó también un fuerte crecimiento de la demanda, al estimular el alza de la calidad de vida de la población. La expectativa de vida promedio, que en Europa era hacia 1900 de 50 años, pasó a 70, a comienzos de 1970. Aunque pueden establecerse diferencias y matices en función de cada una de las regiones, en líneas generales debe señalarse que en todos los países industrializados de occidente bajó la mortalidad infantil. También hubo una drástica disminución de las enfermedades epidémicas a partir de la introducción de masivas campañas de vacunación entre las poblaciones y la utilización de antibióticos. Esta mejora en la vida cotidiana durante los años 50´y 60´ se tradujo entonces en nuevos cambios culturales, a partir de la modificación de los hábitos de consumo. La sociedad de consumo de masas, profundamente incentivada por amplias políticas de créditos a plazo y constante publicidad, se generalizó en occidente. La introducción de tecnología en el proceso de trabajo redujo el esfuerzo físico y posibilitó la extensión de los períodos vacacionales de los obreros y los sectores medios –en general fijados en función de la antigüedad en el puesto de trabajo. Asimismo, el ocio, las actividades recreativas y las vacaciones se potenciaron con las mejoras en los transportes internacionales. Los barcos y aviones modernos movilizaron el turismo de masas, que se convirtió en una nueva gran industria. Los gobiernos promovieron el flujo de turistas agilizando los visados en la mayoría de los países. Los hoteles, moteles y campings florecieron. Empresarios innovadores organizaron ferias, congresos, festivales, exposiciones, peregrinaciones y todo tipo de actividades para incentivar excursiones, turismo y viajes. Norteamericanos, japoneses y europeos recorrían el mundo gastando millones de dólares. Antes de la II Guerra, no habían viajado a Centroamérica y el Caribe más de 150000 37 norteamericanos, pero entre 1950 y 1970 la cifra creció a casi 7 millones. A fines de los 70´, España e Italia acogían alrededor de 55 millones de extranjeros al año. Por su parte, en los sectores rurales, se introdujo masivamente tecnología agrícola moderna a fin de incrementar la productividad por agricultor. Pero ello aún más favoreció el proceso de sustitución del trabajo humano por maquinaria. Así, se produjo una revolución social inédita en occidente, el fin del campesinado, al generarse migraciones masivas de campesinos a las ciudades.5 Estos nuevos pobladores recién llegados a los centros urbanos, proletarizándose, nutrieron a las empresas manufactureras de un importante flujo de mano de obra relativamente más barata. Mientras, en el campo, la innovación tecnológica gravitó decisivamente para la desaparición final de la antigua aldea campesina. Los tractores y los fertilizantes incrementaron los rendimientos agrícolas: en 1957, la producción agrícola europea era 35% más elevada que en 1937. Asimismo, una amplia política de subsidios al campo por parte de los Estados de bienestar configuró el factor decisivo en la promoción de la producción de alimentos en el Viejo Continente, bajando considerablemente las importaciones desde el exterior. Hacia mediados de la década del 60´, con excepción de Gran Bretaña, los países de Europa occidental cubrían el 95% de sus necesidades cerealeras. c. Agotamiento y crisis del Estado de Bienestar. Entre fin de la década del 60´ y comienzos de los 70´, una serie de múltiples factores motivaron la crisis del Estado de bienestar en el capitalismo occidental y el fin de las políticas keynesianas. Varios problemas habían surgido durante la llamada Edad de Oro. Sucedía que el equilibrio del Estado de bienestar, basado en la coordinación permanente entre el crecimiento de la productividad y el de las ganancias, tenía un talón de 5 HOBSBAWN, Eric, Historia del siglo XX, Bs. As., Crítica, 2001, p. 292 y ss. 38 Aquiles: se derrumbaba si se producía un aumento desmesurado de los salarios, o bajaba la producción. Ahora bien. Un factor fundamental que atentó contra el Estado de bienestar desde fines de la década del 60´, fue la persistencia de un proceso mundial de crecimiento inflacionario motivado por varios factores. Por una parte, cedió la primacía norteamericana paulatinamente ante el avance de Europa occidental y Japón, quienes se convirtieron con el paso de los años en sus competidores económicos. Estados Unidos sí había crecido durante los años 50´s y 60´s, pero lo había hecho en comparación mucho más lentamente. Como las monedas europeas se encontraban ligadas sin modificaciones desde 1949 al dólar y, hacia fin de la década del 60´ la relación de paridad todavía no había cambiado, la moneda norteamericana se encontraba sobrevaluada. Entonces, la balanza comercial de Estados Unidos comenzó a ser cada vez más deficitaria, frente al superávit que registraban las balanzas de Japón y los países de Europa occidental que incrementaban sus exportaciones. Por ende, cuando la superpotencia americana comenzó a endeudarse, en 1971 el presidente Nixon suspendió la convertibilidad del dólar respecto del oro, tomando medidas restrictivas para las importaciones, controles de precios y de salarios, a fin de reducir la inflación. Pero además, por otra parte, y desde el punto de vista ideológico y político, la proliferación, en la década del 60´, de movimientos de descolonización en Africa y en Asia y los de “liberación nacional” en Latinoamérica, en parte financiados y apoyados por países comunistas como la URSS, China o Cuba en el contexto de la Guerra Fría, promovían el fin de la imagen de Estados Unidos como gendarme eficaz del capitalismo mundial. Fue sobre todo la resistencia de los comunistas vietnamitas a la invasión americana y su victoria final en 1975, las que generaron mayor desconfianza en occidente sobre el real poderío militar de Estados Unidos para enfrentar y contener al comunismo. En este contexto, si para fines de los años 60´ Estados Unidos había buscado incrementar cada vez más su gasto militar, en detrimento del gasto social; con ello se motivaron aún más las luchas sociales y las protestas 39 estudiantiles. De esta forma, aunque la producción industrial americana creció impulsada por la demanda de la guerra de Vietnam, no se redujo empero el progresivo aumento de la desocupación y de la inflación. Además, con este incremento del gasto bélico, el Estado americano ya no podía asegurar el normal desenvolvimiento de los servicios públicos, ni de la salud ni de la educación, desmejorando notablemente en algunas regiones la calidad de vida de la población civil. Pero, más allá de esta situación particular de Estados Unidos, en Europa occidental también surgieron problemas económicos y sociales. El desempleo europeo pasó de un promedio de 1.5% en los 60´s, a un 4.2% en los años 70´. Estallaron revueltas estudiantiles en Francia, en mayo de 1968, y una ola de huelgas en Holanda, Italia y Alemania occidental en 1969, que promovieron un aumento de los salarios. Así, se generó el consiguiente crecimiento de los precios de los bienes, sobre todo los de primera necesidad, ante el incremento de los costos laborales para las empresas. Paralelamente, a ambos lados del Atlántico se hacían evidentes los problemas ecológicos. Numerosas organizaciones ambientalistas propugnaron legislación protectora ante la creciente contaminación generada por la gran industrialización, sobretodo en el aire, ríos y lagos. Las nuevas reglamentaciones que aparecieron en Estados Unidos y Europa occidental incrementaron los costos industriales, al obligar a las empresas a indemnizar y/o reparar los daños al medio ambiente. Este incremento de costos también ayudó al alza de los precios. Otro factor, muy importante, que ocasionó la decadencia del Estado de bienestar fue la crisis del petróleo de 1973, desatada por una nueva guerra en Medio Oriente. Los países árabes e Israel habían desarrollado ya tres guerras desde 1948 (la guerra de ese año al crearse el Estado israelí, la crisis de Suez de 1956 y la guerra de los Seis Días en 1967) Al iniciarse la de 1973, los países árabes productores de petróleo presionaron a Estados Unidos, tradicional aliado de Israel en Medio Oriente, para forzar la firma de un tratado de paz que devolviera la península del Sinaí, en manos de Israel desde 1967, a Egipto. Este acuerdo 40 finalmente se suscribió entre Israel y Egipto en Camp David en 1979. Pero, en 1973, para presionar a Estados Unidos, los países exportadores de petróleo decidieron restringir fuertemente su producción, y por ende dispararon los precios internacionales del vital recurso. De esta manera, los precios se cuadruplicaron ante la restricción de la oferta organizada por la llamada OPEP (Organización de países exportadores de petróleo) El efecto de la crisis del petróleo sobre los Estados de bienestar occidentales fue muy notorio, al incrementar sensiblemente los costos energéticos. Fue mucho más profundo sobretodo en los países que dependían de la importación, como Japón. Pero, en líneas generales, en el contexto inflacionario de los 70´s, los productores transfirieron automáticamente este incremento de sus costos a los precios de venta. Se desataron así más luchas sociales, pues los sindicatos buscaron en compensación aumentar los salarios. En todas partes estallaron huelgas y el descontento social creció. Los obreros metalúrgicos, los textiles, de la industria automotriz, mineros y otros exigieron aumentos a la patronal. Mientras tanto, ante el aumento de precios, el consumo se contrajo notablemente en casi todos los países occidentales, sobreviniendo una recesión a partir de mediados de 1974 e incrementándose el desempleo. El estancamiento económico coincidió así con la inflación, apareciendo el llamado fenómeno de la estanflación: a fin de los 70´s las economías occidentales se caracterizaban por un estancamiento relativo, aún cuando a partir de 1975 había signos de reactivación en algunos sectores. Peor aún, por estos años la tendencia inflacionaria se agravó cuando los países exportadores de petróleo volcaron masivamente en el mercado mundial sus grandes ganancias (los llamados petrodólares) provocando mayor liquidez internacional. Fue en este contexto que los economistas neoliberales (como los premios nobel Friedirich Von Hayek y Milton Friedman) comenzaron a impulsar fuertes críticas al modelo keynesiano. El debate teórico entre keynesianos y neoliberales se agudizó. 41 Los keynesianos creían que con redistribución del ingreso, salarios altos, baja o nula desocupación y un fuerte Estado de bienestar se sostenía y alentaba la demanda de los consumidores, lo cual promovía la inversión privada y el crecimiento de la oferta industrial. Los neoliberales enfatizaban el problema irresuelto del permanente crecimiento de la inflación y por ende, las, a su criterio, necesarias medidas de reducción del gasto público y recorte de los costos industriales –sobre todo laborales-, que harían posible el incremento del beneficio, la competencia y la reducción de precios: era para ellos el mercado quien debía asignar los recursos libremente y distribuir la renta nacional, por lo que no debía el Estado intervenir más en la economía. Ya en 1973, estas ideas del nuevo modelo neoliberal se instalaba en Chile, de la mano de la dictadura del General Pinochet, que había derrocado al gobierno democrático de Allende. En 1976, Martínez de Hoz, ministro de economía del nuevo gobierno militar del general Videla que había derrocado a Isabel Perón, aplicaba también las primeras medidas neoliberales en Argentina. Entre 1979 y 1981, el neoliberalismo se instaló en Gran Bretaña y Estados Unidos, con los gobiernos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan respectivamente. Durante los 80´s, con excepción de los países escandinavos y Francia, se expandieron las políticas neoliberales por Europa Occidental y Latinoamérica. d. Argentina: Populismo. Desarrollismo El Estado de bienestar en Argentina se consolidó durante los años 50´s y 60´s. Aunque con matices, entre sus dos períodos de gobierno, las políticas keynesianas de fuerte incremento del gasto público fueron implementadas durante las presidencias de Juan Domingo Perón (1946-1952 / 1952-1955) Entre 1946 y 1949, se configuró un contexto económico internacional extremadamente favorable para Argentina. La finalización de la II Guerra Mundial traía como saldo la reanudación del intercambio comercial y la reapertura de los 42 mercados europeos tradicionales. Argentina pudo así exportar grandes volúmenes de materias primas a los países cuyas economías se encontraban exhaustas por la guerra. Ello se tradujo en un fuerte superávit comercial y en un notable incremento de las reservas de divisas. Perón instrumentó en este contexto su primer plan quinquenal, a partir de una fuerte intervención del Estado en la economía. Promovió la industrialización nacional con líneas de créditos otorgados por el flamante Banco Industrial y elevó los aranceles de protección contra las importaciones manufactureras desde el exterior. Asimismo, utilizó los capitales acumulados para nacionalizar grandes empresas de capital extranjero (fundamentalmente compañías de servicios y transportes) y bancos. También se fundaron empresas para dejarlas en manos del Estado. El Estado de bienestar así no sólo aplicaba ahora políticas industrialistas, sino que él mismo era productor de bienes y servicios (construcción de caminos, industria siderúrgica, yacimientos carboníferos y petrolíferos fiscales, etc.) Durante el gobierno de Perón, el Estado se convirtió en industrialista y empresario. Paralelamente, impulsó amplias políticas populistas, para sostener la demanda interior y alcanzar el pleno empleo. Aumentó la redistribución del ingreso por medio de incrementos salariales y el pago regular de aguinaldos, becas y subsidios. El Estado también realizó inversiones en las áreas de salud y educación, financiando la construcción de hospitales, escuelas y viviendas. Con relación a las exportaciones tradicionales de materias primas, para aprovechar el contexto económico internacional favorable de posguerra, se implementó un mecanismo de extracción de recursos del campo para financiar a la industria. El gobierno instrumentó el monopolio del comercio exterior al dejarlo en manos de un organismo específico del Estado: el Instituto para la promoción del intercambio o IAPI. El IAPI compraba las cosechas a los exportadores a un precio inferior al de los precios internacionales y luego se encargaba de las exportaciones. Las divisas obtenidas por el gobierno se utilizaban para promover la industrialización. 43 Acompañaron estas medidas también amplias políticas de regulación de las relaciones laborales entre capitalistas y trabajadores, con el fin de evitar la lucha de clases. La agrupación corporativa de los sectores en conflicto, promovidas por el gobierno ubicado ahora en el rol de “arbitro”, devino en la sindicalización total de la clase obrera (CGT. Confederación General del Trabajo) y en la asociación de la patronal en la Confederación General Económica (CGE) A partir de 1949-1951, sin embargo, el contexto internacional favorable para la economía argentina llegó a su fin, al recuperarse la producción de los países europeos que se habían financiado desde la posguerra con el Plan Marshall. Los precios internacionales de las materias primas bajaron, pues los países de Europa occidental promovieron su propia producción agrícologanadera, reduciendo sus importaciones. Para Argentina esto fue muy perjudicial, agotándose las reservas del Banco Central por el incremento del déficit comercial. Asimismo, el incremento paulatino de la inflación minaba el poder adquisitivo de los salarios, estallando las primeras huelgas obreras contra el gobierno (trabajadores de los ferrocarriles, los gráficos, bancarios y los marítimos) Entre 1953 y 1955 Perón, ahora en su segundo gobierno, implementó un nuevo Plan Quinquenal buscando recuperar la economía ante la crisis desatada en 1952. Pero la coyuntura económica internacional le obligó a eliminar buena parte de los subsidios y créditos industriales, y a tomar medidas para la restricción parcial del consumo de la población. Aunque no redujo el gasto público ni devaluó, intentó el gobierno reequilibrar la balanza de pagos aumentando las exportaciones tradicionales de materias primas. Así, el IAPI se transformó en un organismo que subsidiaba al campo, pues, contrariamente al funcionamiento del período anterior, ahora compraba las cosechas a los productores a un precio mayor que los internacionales, y entonces los subsidiaba a fin de que incrementen su producción. Paralelamente, en 1953 el gobierno envió al Congreso una ley de Radicación de Capitales Extranjeros para favorecer la inversión extranjera en Argentina. Entre el golpe de 1955 que derrocó a Perón y el de 1976 a Isabel Perón, se inicia un nuevo período, donde alternaron gobiernos civiles y militares. 44 El desarrollismo fue impulsado por el gobierno de Frondizi (1958-1962), tras el interregno del gobierno militar de la Revolución Libertadora (1955-1958) Uno de los problemas fundamentales del momento era el persistente déficit comercial ante el nuevo escenario internacional. Entre 1949 y 1958 sólo en 1953 había habido superavit, por lo que Argentina c

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