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Padrino

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Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM)

Ovidio

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classical literature ancient greek myths poetry literature

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This document appears to be a literary work, likely from an anthology or a study guide. It presents a dialogue between two characters, Cánace and Macareo. The dialogue focuses on themes of love, family, and societal expectations.

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XI CÁNACE A MACAREO [La hija de Eolo! envía al hijo de Eolo la salud, que ella no tiene y unas palabras escritas con mano que empuña la espada. ] Si algunos vocablos no son inteligibles por obscuros borro- nes, será que la ca...

XI CÁNACE A MACAREO [La hija de Eolo! envía al hijo de Eolo la salud, que ella no tiene y unas palabras escritas con mano que empuña la espada. ] Si algunos vocablos no son inteligibles por obscuros borro- nes, será que la carta se ha manchado por la sangre de tu amante. / Mi diestra sostiene el cálamo, la mano izquierda la espada desenvainada y en mi regazo reposa desenrollado un pergamino. Ésta es la imagen de la hija de Éolo al escribir a su hermano. Me parece que así puedo agradar a mi severo padre. Me gustaría que él estuviese presente, como espectador de mi 10 muerte, / y que se acabase la obra a los ojos del autor?. Como ' En esta Heroida, Ovidio, el único, nos presenta a Cánace y Macareo como her- manos y ambos hijos de Eolo, el rey de los vientos. Implícitamente se podrían ver noti- cias semejantes en otras fuentes. Sin embargo, estos datos ofrecen notables variantes y no coinciden con la tradición más generalizada, que es la siguiente: Cánace es hija, entre otros muchos, de Eolo (hijo de Helén, hijo de Deucalión y Pirra), padre de la es- tirpe de los Eólidas, y de la ninfa Orseida. Este Éolo, padre de Cánace (Eolo 1) no es el rey de los vientos. El rey de los vientos es otro Éolo (Éolo II), el Hipótada (cf. Od. X 2 ss.), hijo de Hípotes, nieto del primer Éolo. Hay un tercer Éolo, hijo del segundo, que es hijo de Neptuno y una hija del Hipótada. En cuanto a Macareo, no figura de ordi- nario como hermano de Cánace, ni entre los Eólidas; el que los hijos de Éolo se casasen con sus hermanas está en Od. X 7, pero con referencia a Éolo II, el Hipótada, rey de los vientos. En la Heroida, pues, se identifica a éste con el hijo de Helén y se considera a Macareo como hermano de Cánace. Para más detalles, cf. LENNEP, Anmmotatio ad Epist. X 5, en Loers, pp. 260-262, y RUIZ DE ELVIRA, «Varia mythographa», en Emerita XXXVIIL, 1970, pp. 301-308. 2 guctor indica «autor de su muerte» y «padre»; ambos significados se evocan aquí. CÁNACE A MACAREO es cruel y mucho más amenazador que sus Euros, contemplaría mis heridas con mejillas secas. Ciertamente no es poco vivir con los salvajes vientos; él se amolda a la naturaleza de su pueblo. 15 / Manda sobre el Noto, el Céfiro y el sitonio! Aquilón, y sobre tus alas, devastador Euro. Manda, ¡ay!, sobre los vientos, no manda sobre su hinchada 1ra, y posee unos reinos menores que sus vicios. ¿De qué me sirve, emparentada con el cielo por los 20 nombres de mis antepasados, / poder nombrar a Júpiter entre mis parientes??, ¿No tengo acaso en mis manos de mujer una espada enemiga, presente de muerte, en vez de mis armas??. ¡Ay! ¡Ojalá, Macareo, la hora que nos fundió en uno hu- 25 biese llegado después de mi muerte! / ¿Por qué una vez, her- mano, más que como hermano me amaste y ful para ti lo que no debe ser una hermana? Yo misma también me inflamé de pasión y sentí en mi ardiente corazón a no sé qué dios tan po- deroso como solía oír. Había huido de mi faz el color, la de- 30 macración había arrugado mis miembros, / mi boca ni a la fuerza aceptaba un poco de comida; no era grato mi sueño y la noche duraba para mí un año, y gemía sin ser herida por dolor alguno. Ni podía explicarme por qué lo hacía, ni conocía qué era una persona enamorada; pero yo lo era. 1 Por el monte Sitonio, en Tracia, región que simboliza el septentrión. 2 Helén es hijo de Júpiter según algunas versiones. Por eso Éolo es descendiente suyo. 3 La mujer se dedicaba a su casa y a tejer, no a luchar. Aunque aquí ze/a, plural de telura («dardos, armas»), evidentemente evocaría el femenino /ela. CÁNACE A MACAREO 35 / Fue la nodriza la primera que con su perspicacia de an- ciana presintió mi mal; la nodriza, la primera, me dijo: «Estás enamorada, hija de Éolo». Enrojecí y el pudor precipitó mis ojos en mi regazo. Este silencio era el signo elocuente de una confesión. 40 Y ya se hinchaba el peso de mi deshonrado vientre / y esta carga furtiva entorpecía mis débiles miembros. ¡Qué de hier- bas, qué de brebajes no me traería mi nodriza, y los aplicó con su audaz mano para que el peso que crecía en el interior de 45 mis entrañas (sólo esto te he ocultado) fuese abortado! / ¡Ah!, demasiado fuerte, el niño resistió a las artes que se me aplica- ron y se libró, seguro, de su secreto enemigo. Ya había nacido nueve veces la hermosísima hermana de Febo y la décima luna hostigaba a los corceles lucíferos. Ignora- ba cuál era la causa que me producía esos súbitos dolores. No 50 estaba familiarizada con los partos / y era inexperta como un bisoño. No pude contener mis gritos. «¿Por qué delatas tu cri- men?», me dice la anciana y, cómplice mía, acalla los lamentos de mi boca. ¿Qué podía hacer, infeliz? El dolor me obliga a dar esos gemidos; pero el temor, la nodriza y el mismo pudor 55 me lo prohíben. / Contengo mis gemidos, trago las palabras que se escapan y me obligo yo misma a beberme mis lágrimas. La muerte estaba ante mis ojos y Lucina negaba su ayuda. Y un grave oprobio también, si moría, era la muerte. CÁNACE A MACAREO Cuando recostándote a mi lado, desgarrada tu túnica y tus 60 cabellos, / hiciste entrar en calor mi pecho al contacto del tu- yo, y me dijiste: «Vive, hermana, oh hermana queridísima, vive y no pierdas a dos en un solo cuerpo; que la buena esperanza te dé fuerzas; tú has de ser la esposa de tu hermano; serás la 65 mujer del que te ha hecho madre», / estaba muerta, créeme; sin embargo, al oír tus palabras reviví y fue depositado el cri- men y el peso de mi vientre. ¿De qué te felicitas? Se sienta Éolo en el centro del palacio; el crimen debe ocultarse a los ojos del padre. Bajo frondosas ra- 70 mas de blanquecino olivo? / y con ligeras vendas la solícita anciana oculta al niño, y finge preparar un sacrificio y dice las rituales palabras. Da paso al sacrificio el pueblo y mi padre mismo. Ya estaba cerca el umbral; un vagido llegó a los oídos 75 de mi padre, y él? se delata con su señal. / Éolo saca brusca- mente al niño y descubre la falsedad del sacrificio. Resuena el palacio con sus furiosas voces. Como el mar se estremece cuando es rizado por una suave brisa, como se agita una ramita de fresno3 por el tibio Noto, así habrías visto vibrar 80 mis palidecientes miembros. / El lecho en el que yacía se l Las ramas de olivo se empleaban en algunos sacrificios, particularmente en los ofrecidos a Minerva. que había dado el olivo a los hombres. Con la apariencia de un sacrificio intentaban ocultar al niño. Las cintas de lana servían para rodear las ramas de olivo, también para adornar a las víctimas. Preferimos frondibus a frugibus porque así aparece en los 7255, menos P y porque «ramas y hojas» es una tautología no infrecuente en Ovidio, cf. Mer. IV 746. 2 lle (v. 74) es, evidentemente, el hijo, que es en quien Cánace no deja de pensar. 5 fraxina uirga, licencia ovidiana de color poético y que, a mi parecer, no justifica la conjetura fraxinus icta u Otras. CÁNACE A MACAREO movía con el temblor de mi cuerpo. Irrumpe y con sus gritos divulga mi deshonor y le cuesta no acercar sus manos a mi entristecido rostro. Yo misma, en mi vergúenza, no dejé esca- par más que lágrimas. Aterida del frío del miedo, mi lengua 85 estaba paralizada. / Ya había ordenado que se entregase el nietecito a los canes y a las aves y que fuese abandonado en un lugar solitario. El pobrecito profirió un grito de dolor (se pensaría que lo había comprendido) y con la voz con que podía suplicaba a su abuelo. ¿Qué sentimientos crees que tuve entonces, hermano mío / 90 (tá mismo puedes colegirlo de tus propios sentimientos), cuan- do en mi presencia un enemigo llevaba a las profundidades de la selva al fruto de mis entrañas para servir de alimento a los lobos de los montes? Había salido de mi habitación; entonces, por fin, pude golpear mi pecho e introducir mis uñas en mis mejillas. / 95 Entretanto, un servidor de mi padre con el rostro abatido se presentó y pronunció estas palabras indignas: «Éolo te envía esta espada» (me ofreció la espada) «y te ordena que compren- das según tu acción qué puede significar». Lo comprendo bien, y me serviré con valentía de esta terrible espada. / 100 Hundiré el regalo de mi padre en mi corazón. ¿Tú, que me engendraste, con este presente dotas mi matrimonio? ¡Con es- ta dote, padre, tu hija será rica! Llévate lejos, Himeneo burla- do, las antorchas nupciales y huye de este techo nefando con CÁNACE A MACAREO 105 presuroso pie. / Traed contra mí las antorchas que portáis, negras Erinias, y que mi pira se encienda con ese fuego. Casaos con mejor suerte !, mis felices hermanas?, pero acor- daos, sin embargo, de mí, después de muerta. ¿Qué falta ha 110 cometido un niño dado a luz hace tan pocas horas? / ¿Con qué acción ha molestado, apenas nacido, a su abuelo? Si ha po- dido merecer la muerte, piénsese que la ha merecido. ¡Ay!, el pobrecito es castigado por mi delito. Hijo mío, dolor de tu madre, botín de veloces fieras, ¡ay de 115 mí!, despedazado en el día de tu nacimiento. / Hijo mío, prenda desgraciada de un amor poco afortunado, éste ha sido para € el primer día y éste para t1 también el último. No me ha estado permitido cubrirte de las lágrimas a que tenías de- recho, ni ofrecer a tu sepulcro mi cabellera cortada; no me he 120 arrojado sobre ti, no he recogido tus besos fríos. // Desgarran el fruto de mis entrañas las ávidas fieras. Yo misma, también con mi muerte, iré tras las sombras de mi niño, y no se me llamará madre ni se me dirá privada de hijos durante mucho tiempo. Tú, sin embargo, oh tú, en vano prometido a tu desgra- ciada hermana, te lo suplico, recoge los esparcidos miembros de 125 tu hijo / y devuélvelos a su madre y ponlos en común sepul- cro, y que una urna, por estrecha que sea, nos contenga a los 1 Parca aquí es equivalente a «suerte». 2 Hermanas de Cánace son Alcíone, Pisídice, Cálice y Perimede. CÁNACE A MACAREO dos. Vive acordándote de mí y derrama lágrimas sobre mis heri- das, y amándome no retrocedas por miedo ante el cuerpo de tu amante. Cumple, te lo ruego, los mandatos de tu hermana, a 130 la que amaste en demasía. / Yo saborearé! los mandatos de nuestro padre. 1 Dicho con ironía y escarnio, cf. Y. XX 258; SórocLES, Trach. 1095.

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