La leyenda del rey Arturo - Engaño, Muerte y Traición PDF
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Universidad Popular de Gijón/Xixón
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Summary
Este texto es un fragmento de la leyenda del rey Arturo, centrado en el episodio de engaño, muerte y traición. Describe los conflictos y las acciones de los personajes principales. El fragmento presenta una caracterización de los personajes de Ginebra, Lancelot y Morgana, además de la trama generalizada del conflicto entre los distintos personajes.
Full Transcript
11. Engaño, muerte y traición Cuando Ginebra y sir Lancelot regresaron a Camelot, encontraron a todo el mundo muy alterado. Arturo corrió a abrazar a su esposa. —Noble caballero, no existen palabras para expresar mi agradecimiento por haber salvado a mi amada esposa —dijo Arturo—. Si alguna vez n...
11. Engaño, muerte y traición Cuando Ginebra y sir Lancelot regresaron a Camelot, encontraron a todo el mundo muy alterado. Arturo corrió a abrazar a su esposa. —Noble caballero, no existen palabras para expresar mi agradecimiento por haber salvado a mi amada esposa —dijo Arturo—. Si alguna vez necesitáis cualquier cosa, no dudéis en acudir a mí. Os ayudaré en todo lo que pueda. Sir Lancelot le agradeció sus palabras, pero se sentía culpable. ¡Era el amante de la esposa del rey! Un rey bueno y noble. —Mi señor, ¿por qué están todos tan alterados? —le preguntó Ginebra a Arturo. —El rey Lot, mi propio cuñado, me ha declarado la guerra. La batalla tendrá lugar dentro de tres días. Durante esos tres días, los herreros tuvieron mucho trabajo y en las forjas no se descansaba. Mientras tanto, alguien estaba llevando a cabo su plan: Morgana el Hada. Morgana se infiltró en el castillo usando su magia para no ser descubierta. Buscaba un guardia que estuviera solo, y lo encontró vigilando uno de los pasillos. Morgana era una mujer muy bella, atractiva, y ella lo sabía. Se acercó al guardia y lo sedujo. Cuando Morgana supo que el hombre haría cualquier cosa por ella, continuó con su plan: simuló que estaba triste. —¿Qué os entristece, mi señora? —preguntó el guardia. —No es nada... He recordado a mi hermano —mintió ella—. Lo perdí hace mucho tiempo, y quería recuperar un objeto que le perteneció, como recuerdo, pero no puedo hacerlo. —¿Cuál es ese objeto? —Una vaina de espada. Para vos quizás no tiene importancia, pero es lo único que queda de él —Morgana fingió que lloraba. —Mi señora, haré todo lo que pueda por veros feliz. —Pero no os puedo pedir que hagáis algo así. —No temáis, os ayudaré en lo que sea. ¿Dónde está esa vaina? —En la habitación del rey. Es su vaina, mi hermano se la regaló —siguió mintiendo Morgana—. Pero he traído otra exactamente igual. Si pudierais hacer el cambio me haríais muy feliz. El guardia dudó unos instantes,pero pensó que, si la cambiaba por otra igual,nadie descubriría el engaño. No obstante, lo que el guardia no sabía era que sí había una diferencia entre una vaina y la otra: la del rey era mágica, y le protegía en las batallas, evitando que sus heridas sangraran. Pocas personas lo sabían. Sin embargo, Morgana había tenido un sueño premonitorio donde Ginebra robaba la vaina mágica. Pero si Morgana hacía el cambio, Ginebra robaría la falsa, y la hechicera devolvería la verdadera para que la vida de su hermano Arturo no peligrase. —De acuerdo, mi señora, lo haré. Morgana le entregó la vaina y, cuando el hombre se dio la vuelta, le echó un encantamiento temporal para que nadie le descubriera. El guardia hizo el intercambio, pero cuando volvía con la vaina del rey, el efecto del hechizo terminó, y se encontró con Ginebra. —Guardia, ¿dónde vais con la vaina de la espada de vuestro rey? —preguntó la reina. El hombre se quedó callado. Estaban los dos solos, y no sabía si contar la verdad o no. —Os he hecho una pregunta —exigió Ginebra. —Mi señora, yo... Ha sido por una buena causa. Una mujer deseaba recuperar la vaina de la espada de su hermano. Me ha dado una réplica exacta para que no se notara el cambio. Mi reina, ¿seré castigado? —El guardia estaba asustado. Ginebra se quedó pensativa unos segundos. Ella sabía que la vaina era mágica. —¿Cómo es esa mujer? —preguntó Ginebra. —Muy bella, aunque no más que vos; de abundante cabellera negra y ojos verdes. Llevaba una capa oscura. —De acuerdo —dijo la reina, tras pensar un rato—. Permitiré que la mujer recupere la vaina de su hermano. Continuad vuestro camino. Ginebra se fue, pensando: «Entonces ya no tendré que robarla. Si Arturo muere en combate, Lancelot y yo no tendríamos que ocultarnos. Incluso podríamos casarnos». El guardia entregó la vaina a Morgana. Ella se lo agradeció y se fue. Mientras tanto, en la ciudad continuaban los preparativos para la batalla contra el rey Lot. Pero este no se comportó como un hombre honrado. Durante la tarde del segundo día, desde las torres del castillo, los guardias observaron a lo lejos cómo las tropas del rey Lot se acercaban. Los guardias se apresuraron a dar la alarma y avisaron al rey. Arturo dio la orden de que todos los caballeros se prepararan. Debían proteger la muralla que rodeaba la ciudad de Camelot, para evitar que el ejército enemigo entrara. Arturo se puso la armadura y cogió sus armas: un escudo y Excalibur, su espada, que estaba dentro de su vaina. Arturo ignoraba que le habían cambiado la mágica por una falsa. Y como el rey Lot había atacado antes de lo previsto, Morgana no había podido devolver la vaina buena. La batalla empezó poco después de que se diera la alarma. El ejército del rey Lot era muy numeroso. Pero los caballeros del rey Arturo eran más fuertes y valientes. La lucha estuvo muy reñida. El rey Lot también tenía algunos caballeros de gran renombre, aunque sir Lancelot era mejor que ellos, y los venció a todos. El campo de batalla era un infierno. Solo se escuchaban gritos de rabia y de dolor, el entrechocar de las espadas, el relinchar de los caballos y el sonido de los cuerpos al caer contra el suelo. Fue una batalla muy sangrienta. A Arturo, por su parte, todavía no le habían herido. Cada golpe que daba con la espada era certero, y los enemigos caían muertos a su paso. Sin embargo, en un momento dado, vio cómo un caballero enemigo atacaba por la espalda a sir Héctor, su padre adoptivo. —¡¡¡Cuidado, a vuestra espalda!!! —gritó Arturo, que corrió hacia él, para ayudarle. Sir Héctor no le oyó. Y Arturo vio cómo la espada del soldado enemigoa travesaba el cuerpo del que había sido su padre. —¡Noooo! —El grito de Arturo fue desgarrador. En aquel momento, para Arturo todo quedó en silencio. Solo escuchaba un leve pitido y veía cómo todos se movían muy despacio. Fijó su mirada en el hombre que había asesinado a sir Héctor. El hombre, con una sonrisa de satisfacción en su cara, alzó la vista hacia Arturo. El rey bretón estaba furioso. Sentía cómo el deseo de vengar la muerte de sir Héctor crecía en su interior. Sin ser consciente de lo que hacía, Arturo se abalanzó contra el asesino de sir Héctor y le cortó el cuello. Luego fue en busca del rey Lot. Él declaró la guerra y, por su culpa, sir Héctor había muerto, igual que muchos de sus hombres. Por el camino se enfrentó a todos los enemigos que surgían a su paso. Y algunos consiguieron hacerle algún corte. Pero Arturo, que solo podía pensar en la muerte del rey Lot, no se dio cuenta de que las heridas le sangraban. Finalmente, Arturo encontró a su objetivo. Sin darle tiempo a reaccionar, Arturo corrió hacia él, gritando, y hundió su espada en el pecho del rey Lot. Pero antes de morir, Lot alzó su espada y la clavó en el vientre de Arturo.