La Leyenda del Rey Arturo - El Hijo Perdido PDF
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Universidad Popular de Gijón/Xixón
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Este fragmento de la historia de El hijo perdido presenta la trama, los personajes y un breve resumen de la leyenda del rey Arturo. Una historia cautivadora.
Full Transcript
13. El hijo perdido A la mañana siguiente, Morgana cogió una poción de invisibilidad, y se vistió con una túnica oscura. Se tapó la cabeza con la capucha y, montada en su caballo, se dirigió al castillo. Pero poco antes de llegar, se encontró con Merlín que había salido en su busca. —Buenos días —...
13. El hijo perdido A la mañana siguiente, Morgana cogió una poción de invisibilidad, y se vistió con una túnica oscura. Se tapó la cabeza con la capucha y, montada en su caballo, se dirigió al castillo. Pero poco antes de llegar, se encontró con Merlín que había salido en su busca. —Buenos días —saludó ella, con frialdad. —Morgana, no cometáis ninguna estupidez, os lo suplico —dijo el mago. —¿Ahora os preocupáis por mí? ¿Y el otro día, cuando enviasteis al guardia? Solo vos sabíais dónde vivo, ¿por qué se lo dijisteis? Por vuestra culpa... —A Morgana se le cortó la voz al recordar a su amado muerto. —¡Claro que me preocupo por vos! ¡Sois como mi hija! —exclamó Merlín, alterado—. Pero le debo lealtad al rey, y sabía que no estaríais en casa. Lamento la muerte de vuestro amante. »Los aldeanos hablan. Dicen que os salió mal un conjuro, y por eso ahora sois una mujer malvada, vengativa y cruel. Sin embargo, yo no quiero creer tal cosa. No sé por qué estáis actuando de este modo, pero espero que tengáis cuidado. —¿Por qué iban a creer eso? Yo no he hecho nada malo... Solo intento proteger a mi hermano —se excusó Morgana. —¿Cómo? ¿Haciendo que casi lo maten por robarle la vaina mágica? —replicó el mago. —Esa no fue mi intención. «Se la iba a devolver cuando Ginebra robara la falsa. Pero el plan no salió según lo previsto», pensó ella. Aunque no dijo nada. Sin despedirse, retomó la marcha. Poco antes de llegar al castillo, bajó del caballo y lo ató a un árbol. No quería arriesgarse a que los guardias lo mataran cuando ella quisiera escapar. El resto de camino hasta la muralla lo hizo a pie. Y cuando llegó ante los guardias, fingió ir en son de paz. —Decidle al rey Arturo que su hermana, Morgana el Hada, ha venido a entregarle una ofrenda de paz. Unos minutos después, dos caballeros de la Mesa Redonda custodiaron a la mujer hasta el interior del castillo. —Bienvenida seas, hermana —dijo Arturo desde su trono, intentando ser amable, cuando vio entrar a Morgana en la sala. A su derecha, estaba Ginebra sentada. Pero el asiento a la izquierda del rey estaba vacío. Era el asiento que ocupaba Merlín, que poco antes de encontrarse con Morgana, le había dicho a Arturo que regresaría al bosque. Dejaba el castillo para siempre. Se iba con la Dama del Lago, Viviana. La mujer que le había dado la espada Excalibur. Morgana contempló la sala. Era muy grande, separada en tres espacios por dos filas de columnas. El espacio central era el más ancho. Y había en el suelo una alfombra rojiza que conducía hasta el trono. Todo estaba muy bien iluminado, gracias a la luz que entraba por las ventanas y a los candelabros que colgaban del techo y de las paredes. «Es bonito», pensó Morgana. Luego observó a la gente que había a su alrededor. Había varios guardias a lo largo de toda la sala, y algunos caballeros cerca del trono. Además de los cortesanos y las cortesanas que no querían perderse aquel acontecimiento: la malvada bruja Morgana presentando una ofrenda de paz. —Muchas gracias, hermano. Tenéis un castillo precioso —comentó Morgana, procurando también ser amable. —Agradezco vuestro elogio. Pero dejémonos de conversaciones superficiales. Los soldados me han informado de que venís a entregar una ofrenda de paz. ¿Por qué debería creerlo? —preguntó Arturo, receloso. —Mi rey, se ha derramado sangre inocente por esta disputa. Y no deseo que algo así vuelva a ocurrir. —Morgana evitó pensar en su amado, no quería entristecerse y parecer débil—. Por ello, os quiero entregar esta capa, que yo misma he tejido, como ofrenda de paz. —Si lo que decís es cierto, me parece muy noble por vuestra parte —dijo Arturo, convencido por las palabras de su hermana. El rey hizo un gesto a uno de sus sirvientes para que cogiera la capa que le regalaba su hermana y se la acercara, para probársela. La tela era de un color azul marino, muy elegante, con el escudo de la casa real bordado en un tono dorado. —Es magnífica —dijo Arturo, sosteniéndola por dos extremos para examinarla mejor—. Me la probaré ahora mismo, como muestra de que acepto vuestra paz. Pero cuando el rey estuba a punto de colocársela, Ginebra intervino: —Mi señor, no desearía parecer desconfiada, pero creo que antes debería vestirla otro hombre. Quizás sea una trampa. Arturo quería confiar en la palabra de su hermana, pero su esposa tenía razón. Miró a su alrededor, y pidió un voluntario para probarse la capa. Morgana, que gracias a sus poderes sabía quién había matado a su amado, buscó al culpable con la mirada. Encontró al guardia al lado de una de las columnas más cercanas al trono. —Mi rey, aquel hombre —dijo Morgana, mientras señalaba al asesino— parece muy honorable, quizás pueda ofrecerse como voluntario. Toda la sala miró al guardia. El hombre sintió mucha presión en aquel momento. Si se negaba, creerían que era un cobarde. —Mi señor —dijo el guardia, mientras se acercaba al trono—, vuestra hermana tiene razón. Sería un honor probarme la capa en vuestro lugar. Morgana sonrió en su interior. El hombre había caído en la trampa. —Sois un hombre valiente y noble —declaró el rey, mientras le entregaba la vestimenta. El guardia se colocó la capa con un movimiento ágil y dio unos pasos, para lucirla. Durante unos segundos no ocurrió nada; sin embargo, el hechizo no tardaría en hacer efecto. Morgana aprovechó que todo el mundo miraba al guardia para beberse la poción que la haría invisible. Se acercó sigilosamente a la puerta de entrada, esperando a que alguien la abriera para poder escapar. Mientras tanto, pudo observar el efecto del hechizo con el que había maldecido la capa. El guardia estaba cada vez más pálido y sudoroso. Estaba mareado, le dolía el pecho y notaba que le faltaba el aire. Abría y cerraba la boca, intentando coger aire, como un pez fuera del agua. Todos los presentes en la sala murmuraban asustados. El rey se acercó al guardia, pero el efecto del hechizo fue demasiado rápido. Antes de llegar hasta él, el hombre cayó, muerto, contra el suelo. —¡Traición! —exclamó la reina Ginebra—. Morgana nos ha engañado, la capa estaba hechizada. ¡Quería matar al rey! Arturo buscó corriendo a su hermana con la mirada, pero fue incapaz de verla. —¡Encontrad a la traidora! —ordenó el rey, furioso. Morgana aprovechó la confusiónpara salir de allí y huir. Estaba contenta. Había conseguido vengarse. Pero ahora tendría que buscar otro lugar donde vivir. Sabía que el rey ordenaría que la buscaran. Pasados unos meses, todo había vuelto a la normalidad en Camelot. Y Arturo empezaba a pensar que no encontraría a Morgana. Sin embargo, ahora solo le preocupaba la cena de aquella noche. Cada medio año, se reunían los miembros de la Mesa Redonda y aquellos caballeros que se querían unir a esta orden. Todos en el castillo estaban muy ocupados, pero también contentos. Los caballeros contaban sus aventuras, los juglares cantaban historias, los criados servían comida y vino sin parar... La cena era divertida, hasta que las puertas del salón se abrieron. Entró una mujer —que sir Lancelot, el amante de Ginebra, reconoció inmediatamente— con un niño en brazos. Iba acompañada por un joven fuerte y apuesto, de unos 15 años. El salón se quedó en silencio. Todos observaban a los recién llegados. —¿Quiénes sois? —exclamó el rey, poniéndose en pie. —Mi señor, mi nombre es lady Elaine de Corbenic. He venido aquí porque deseo que mi hijo —miró al niño que llevaba en brazos— conozca a su padre, uno de vuestros caballeros. —¿Quién es el padre de la criatura? —preguntó Arturo. —Sir Lancelot, mi señor. La sala empezó a murmurar, y la reina Ginebra miró furiosa a su amante. —¿Y el joven que os acompaña? —quiso saber Arturo. —Nos hemos encontrado por el camino. Luchó contra unos ladrones que me asaltaron, y me escoltó hasta Camelot —explicó lady Elaine. —Mi nombre es Mordred, y deseo unirme a la orden de los Caballeros de la Mesa Redonda —declaró el muchacho. Arturo se alegró de escuchar aquellas palabras. Pensó que aquel chico prometía... tan joven y ya ayudaba a los demás. Sin embargo, Arturo desconocía que Mordred no era un joven cualquiera. Era el único superviviente de un barco que había naufragado hacía 15 años. Un barco lleno de bebés nacidos un primero de mayo que Arturo había ordenado matar, por miedo a la profecía que Merlín le había dicho: «Vuestro reinado llegará a su fin por la traición de un hombre que considerabais un aliado». Mordred era su hijo bastardo, concebido con su hermana Morgause. En el naufragio, tuvo la suerte de quedar sobre un trozo de madera, y lo encontraron unos pescadores. Al recogerlo, vieron que, dentro del manto que cubría al niño, se escondía un medallón con la insignia de la casa real de Lothian. Morgause, antes de que le arrebataran a su hijo, Mordred, escondió el medallón bajo la tela que envolvía al bebé. Si alguien rescataba al niño, sabría a dónde llevarlo. Y así fue. Los pescadores, al ver el medallón, supieron que el niño pertenecía a la familia del rey Lot de Lothian, y se lo entregaron. Cuando creció, su madre le explicó lo que había hecho su tío Arturo, por miedo a una profecía. Pero nunca le explicó que Arturo era su verdadero padre. Mordred decidió que se vengaría. No podía dejar que un hombre tan despiadado y egoísta, capaz de sacrificar a tantos niños inocentes, fuera el rey de Britania.