Salvar a la Reina PDF - Leyenda del Rey Arturo

Summary

Este fragmento del texto narra la aventura de Sir Lancelot al rescatar a la bella Lady Elaine de Corbenic de unos bandidos. La historia se desarrolla en el contexto de la leyenda del Rey Arturo, mostrando la valentía y honor del caballero.

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10. Salvar a la reina Poco después de que Meleagrante escapara con sus hombres, sir Lancelot salió a caballo del castillo en su busca. Pero cuando los alcanzó en el bosque, le atacaron con flechas e hirieron a su caballo. Sir Lancelot pagó a un hombre para que lo llevara en su carreta hasta el cas...

10. Salvar a la reina Poco después de que Meleagrante escapara con sus hombres, sir Lancelot salió a caballo del castillo en su busca. Pero cuando los alcanzó en el bosque, le atacaron con flechas e hirieron a su caballo. Sir Lancelot pagó a un hombre para que lo llevara en su carreta hasta el castillo de Meleagrante. Llevaban muchas horas de viaje, y todavía les quedaba mucho camino por delante. Así que cuando encontraron una pequeña cueva decidieron que pasarían la noche allí. Era un buen lugar, y faltaba poco para que anocheciera. Pero antes incluso de poder encender una hoguera, se oyeron unos gritos de mujer. Lancelot acudió rápidamente hacia el lugar de donde provenía la voz. Y encontró a una joven noble a la que atacaban unos bandidos. Se trataba de lady Elaine de Corbenic, hija de un rey aliado de Arturo. —¡¿Cómo os atrevéis a atacar a una dama indefensa?! ¡No os queda honor! —exclamó Lancelot a los bandidos. —Meteos en vuestros asuntos, caballero, si no queréis sufrir la muerte más dolorosa —dijo uno de los bandidos. Sir Lancelot se abalanzó sobre ellos con valentía. Primero cogió a la joven dama y la alejó. Luego corrió hacia ellos, mientras desenvainaba su espada, y, de un golpe, degolló a uno de los bandidos. Cada golpe que daba con su espada era certero. Los bandidos no eran demasiado fuertes, y en seguida se dieron cuenta de que no tenían escapatoria. Iban a morir. Y así fue, Lancelot acabó con todos, menos con uno, que se arrodilló y le suplicó que le perdonara la vida: —Noble caballero, es cierto, no he sido el hombre más honrado. Pero si me permitís vivir, juro que seré un buen hombre. —Si lo que decís es cierto, no os mataré. Pues un caballero también debe saber perdonar. Pero tenéis que hacer una cosa: id al castillo del rey Arturo y explicad lo que ha sucedido hoy, para que el rey sepa que estoy honrando la orden de los Caballeros de la Mesa Redonda. —Haré lo que me pedís, mi señor. Muchas gracias.—El bandido se fue corriendo hacia el castillo. Sir Lancelot se acercó a la joven, que lo había observado todo escondida detrás de un árbol. Era una dama muy bella, de piel clara, pelirroja y con pecas en la cara. —¿Estáis bien, mi señora? ¿Os han herido? —preguntó el caballero. —No, mi señor, habéis llegado justo a tiempo. —Lady Elaine se acercó más al caballero—. Me habéis salvado la vida. ¿Cómo os lo puedo agradecer? —No hay nada que agradecer, era mi deber como caballero de la Mesa Redonda. Y ahora, si me disculpáis, mi compañero me está esperando. Debemos descansar para continuar el viaje mañana temprano. La joven le preguntó dónde se alojaban, y cuando sir Lancelot le contó que dormirían en una cueva, ella le ofreció que pasaran la noche en su castillo. El caballero quiso negarse, pero lady Elaine insistió. Cuando los tres llegaron al castillo, el rey les recibió con amabilidad y gratitud, pues sir Lancelot había salvado a su hija. Después de la cena, cada uno se retiró a su habitación. Lady Elaine acompañó al caballero y quiso entrar con él. —Mi señor, sois un caballero muy apuesto —empezó a decir lady Elaine, mientras se acercaba a sir Lancelot. La joven dama se sentía atraída por el caballero desde que había visto su valentía y lo apuesto que era. Deseaba a sir Lancelot. —Dejad que os agradezca vuestra ayuda. —Lady Elaine se apoyó en el pecho de sir Lancelot y le empezó a quitar la armadura. —Mi señora, esto no es necesario, ya nos habéis dado un lugar donde dormir. —Entonces lo haremos por placer. —Lady Elaine había conseguido quitarle la parte superior de la armadura. Sir Lancelot no quería ser grosero, por eso no oponía resistencia. Pero de ninguna manera se acostaría con aquella mujer. —Mi señora, es suficiente. —Agarró las muñecas de la joven y la separó de él—. Mi corazón pertenece a otra mujer. No deseo dormir con vos. Por favor, marchaos. Lady Elaine se fue, pero no se iba a rendir fácilmente. Cuando sir Lancelot dormía, lady Elaine usó un anillo mágico que tenía para llamar a una mujer que la podría ayudar: Morgana el Hada. Morgana apareció en cuanto la dama la llamó, rodeada de un humo oscuro. Morgana ya sabía qué quería lady Elaine, y le entregó un frasco pequeño con un líquido lila. —Si conseguís que el hombre al que queréis lo beba, él os deseará —le explicó. Lady Elaine se lo agradeció, y tanto Morgana como el anillo de la joven dama, que era de un solo uso, desaparecieron. Lady Elaine entró sin hacer ruido en la habitación donde el caballero dormía. Sir Lancelot tenía la boca entreabierta. Acercó el frasco a los labios del caballero, e hizo que se lo bebiera. Sir Lancelot se despertó de golpe, tosiendo. Miró a su alrededor y vio a lady Elaine. No se acordaba de su amada Ginebra, solo podía pensar que lady Elaine era muy bella. Y el deseo de acostarse con la joven se apoderó del caballero. De este modo, lady Elaine consiguió lo que quería. A la mañana siguiente, cuando sir Lancelot vio a la joven durmiendo a su lado, recordó la noche anterior y se avergonzó de su comportamiento. «Mi amada Ginebra no puede enterarse de esto», pensó. Sir Lancelot y el carretillero continuaron el viaje, que duró algunos días más. Finalmente, llegaron al castillo del rey Meleagrante. Sir Lancelot venció fácilmente a los vigilantes de la entrada. Luego le pidió al hombre que le acompañaba que le esperase escondido en el bosque. El caballero entró en el castillo, furioso. Aquel rey miserable, ¿cómo se había atrevido a secuestrar a su reina? Mientras buscaba a Meleagrante, sir Lancelot se enfrentó a muchos guardias. No le hicieron ni un rasguño. Sir Lancelot era el caballero más fuerte de la Mesa Redonda. Encontró a Meleagrante en la sala del trono, con Ginebra a su lado, atada a una silla. El rey le había preparado una emboscada. Había guardias escondidos detrás de las columnas de la sala y se abalanzaron sobre sir Lancelot. El caballero se movía con agilidad, y aunque le hicieron algún corte en la mejilla y en los brazos, no lograron vencerle. Cuando sir Lancelot acabó con todos los guardias, miró fijamente a Meleagrante. —¡Pagaréis por lo que habéis hecho! —gritó el caballero. —Si sois un caballero honrado, sabréis que no lucharemos en las mismas condiciones —se apresuró a decir Meleagrante. —¿Qué queréis decir? —preguntó sir Lancelot. —Vos domináis el arte de la espada, pero yo no estoy tan entrenado. Si deseáis luchar en igualdad de condiciones y demostrar que sois un caballero honorable, ataos una mano a la espalda. —¡No le hagáis caso, mi señor! —gritó Ginebra. —Mi señora, Meleagrante es una rata miserable, pero tiene razón. Debo honrar mi título de Caballero. Sir Lancelot se ató una mano a la espalda, y corrió hacia Meleagrante. Segundos después, se escuchó el sonido metálico de las dos espadas al chocar. Meleagrante estaba asustado. Sabía que no era lo bastante fuerte. Y así fue. Incluso con una sola mano, Lancelot desarmó a Meleagrante. El rey cayó de rodillas, desolado. La avaricia y la codicia le habían conducido hasta su muerte. Sir Lancelot levantó la espada al mismo tiempo que Meleagrante alzaba la mirada. Y el rey pudo ver cómo el filo del arma se abalanzaba sobre él antes de que le atravesara el cráneo y lo partiera en dos. Sir Lancelot se acercó a Ginebra y la desató. —Mi amada señora, ¿os han hecho daño? ¿Estáis bien? —preguntó el caballero mientras la abrazaba. —Mi valeroso señor, vuestra ausencia fue lo único que me hizo mal. Ginebra y sir Lancelot se miraron, felices de volver a estar juntos, y se besaron.