Leyenda del Rey Arturo PDF
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Universidad Popular de Gijón/Xixón
Raquel Pineda Sotés
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Este documento contiene una información sobre la leyenda del rey Arturo incluyendo su origen en la mitología celta, el papel de Geoffrey de Monmouth y las diferentes representaciones de Arturo y su figura en la literatura artúrica. El texto explica cómo la leyenda de Arturo evolucionó con el paso del tiempo y la influencia de diferentes autores y culturas.
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INTRODUCCIÓN La leyenda del rey Arturo tiene su origen en la mitología celta. Alrededor del año 1130, Geoffrey de Monmouth mencionó por primera vez al rey Arturo en su libro La historia de los reyes de Britania. Se escribieron muchas historias sobre Arturo y su corte. Chrétien de Troyes marcó el i...
INTRODUCCIÓN La leyenda del rey Arturo tiene su origen en la mitología celta. Alrededor del año 1130, Geoffrey de Monmouth mencionó por primera vez al rey Arturo en su libro La historia de los reyes de Britania. Se escribieron muchas historias sobre Arturo y su corte. Chrétien de Troyes marcó el inicio de la literatura artúrica. A partir del año 1170, publicó varias novelas sobre Arturo y los Caballeros de la Mesa Redonda. Después de él, otros escritores quisieron contar su propia versión de la leyenda. Y muchos se basaron en un texto posterior: La muerte de Arturo, de Thomas Malory. Una trilogía sobre la historia de Arturo, publicada en 1485. Poco a poco, las historias que se iban escribiendo se alejaban más de la leyenda original. Es posible que Arturo existiera, pero no como rey de Britania. En la literatura galesa se le otorgó el título de “emperador”, que sería el equivalente a “jefe de guerra”, no de rey. Además, en la mitología celta también existió un dios llamado Arturo. Es posible que tanto el guerrero como el dios se acabaran confundiendo y dieran paso al rey Arturo que conocemos actualmente. La historia que leeréis a continuación sucede en el siglo vi. La sociedad estaba gobernada por reyes, que podían ordenar lo que desearan a sus súbditos, y estos debían cumplir las órdenes. Además, era habitual que muchos hombres quisieran convertirse en caballeros, y vivir aventuras. Luego se celebraban cenas y fiestas donde podían explicarlas, para demostrar su valentía y honor. Raquel Pineda Sotés 1. El rey Uther Pendragón Una noche, en la Britania del siglo vi, el rey Uther Pendragón organizó una cena en su castillo. En Camelot. Las mesas del salón estaban llenas de platos magníficos. Los estandartes con el símbolo de la casa, el dragón, colgaban de las paredes. Los músicos tocaban canciones festivas. Y las llamas de las velas parecía que bailaban al ritmo de la música. La cena estaba servida y los invitados se habían sentado. Poco a poco, se dejó de escuchar la música, y solo se oían las voces de los asistentes. Mientras tanto, en la cocina no había tiempo para descansar. Era una gran cena y debían preparar más y más platos. ¡Había por lo menos 100 invitados! Los sirvientes llenaban jarras de vino y de cerveza. Y cuantas más jarras llenaban, más hombres y mujeres se levantaban para bailar. Pasadas unas horas, había más cerveza y vino en el suelo que en las jarras. Al final del salón estaba la mesa del rey. Desde allí observaba todo lo que pasaba en la sala. Al lado del monarca, se sentaba su consejero, el mago Merlín, un hombre mayor con largas barbas blancas. Los dos reían, embriagados por el vino. En un momento de la noche, Uther Pendragón se fijó en una mujer. Esa mujer era Igraine, esposa de Gorlois, duque de Tintagel, en Cornualles. La noche avanzaba, pero el rey no podía dejar de mirar a Igraine. Había sido amor a primera vista. Y la mujer se dio cuenta. —Mi señor —le dijo a su esposo—, creo que el rey me mira con ojos de enamorado. El duque observó al rey. —Así es, mi señora. Voy a hablar con su majestad. Gorlois se acercó a la mesa real y unos guardias le cerraron el paso. Uther Pendragón ordenó que se apartaran. —Espero que le guste la cena, duque Gorlois —dijo el monarca. —Es una cena magnífica, señor. Todo está delicioso. Pero he venido a hablar con usted, mi rey, sobre mi esposa. —Por supuesto. Yo también quiero hablar. Deseo a su esposa. Es una mujer muy bella. Duque Gorlois, cumpla mis deseos y entréguemela. El salón quedó en silencio. Las últimas palabras del rey resonaron por toda la sala. El duque estaba sorprendido, y enfadado. —Lo lamento, mi rey, no puedo cumplir sus deseos. No le entregaré a mi esposa. Uther Pendragón no esperaba una negativa a su petición. Alzó la voz, indignado, y dijo: —¿Vais a desobedecer a vuestro rey? Como respuesta, el duque regresó a su mesa. Cogió a su esposa del brazo y le indicó que se iban del castillo. El rey estaba rojo de ira y de vergüenza. ¿Cómo se había atrevido el duque a comportarse así? Antes de que el matrimonio abandonara la sala, gritó: —Lamentaréis haber tomado esta decisión, duque Gorlois. Después del incidente de la cena, los días fueron pasando. Pero el rey no podía olvidar a Igraine. Se había enamorado completamente, y debía castigar la desobediencia del duque. Uther Pendragón se reunió con el Consejo Real y les propuso su plan: —Asediaremos el castillo del duque de Tintagel. Tendrá que rendirse en algún momento, y luego Igraine será mía. El rey acostumbraba a ser una persona bondadosa. Trataba muy bien a sus súbditos, pero el amor le había cegado. —Mi rey, si me permite un consejo, le recomiendo enviar primero a alguien con este mensaje: «Duque de Tintagel, es su última oportunidad. Obedezca o asediaré su castillo» —dijo su consejero, el mago Merlín. El rey estuvo de acuerdo, y el resto del Consejo asintió. Poco a poco, todos abandonaron la sala. Solo quedaron el monarca, el mago y un sirviente. —Apreciado Merlín, desde que vi la belleza de Igraine, no duermo. ¿Qué puedo hacer? —Mi rey, el asedio no durará eternamente. Y el día que el duque se rinda, la señora Igraine será suya. Mientras tanto, le daré unas hierbas para que pueda dormir. Necesita descansar. Uther Pendragón asintió, agradecido. Y Merlín se fue a preparar el brebaje para el insomnio del rey. Poco después, el monarca llamó a un mensajero, para enviar la carta al duque de Tintagel. Pasó el tiempo, y al sexto día de espera, recibió la respuesta. El duque se negaba, de nuevo, a entregar a su mujer. El rey respiró profundamente, y ordenó: —Preparad el ejército, los caballos, las provisiones... ¡Preparadlo todo! El duque se arrepentirá de su decisión.