Los Nombres De América Latina PDF
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This document explores the historical evolution of names for the region of Latin America. It analyzes the political and cultural contexts surrounding the naming of the region, focusing on the shifts in nomenclature from the era of European conquest to the modern period. This study investigates the diverse perspectives and motivations behind these name changes.
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LOS NOMBRES DE AMÉRICA LATINA LOS NOMBRES DE AMÉRICA LATINA C ada uno de los nombres que ha recibido a lo largo de la historia la región que abarca los territorios al sur de Río Bravo responden a una época y un contexto particular; expresa las búsquedas de identidad pero...
LOS NOMBRES DE AMÉRICA LATINA LOS NOMBRES DE AMÉRICA LATINA C ada uno de los nombres que ha recibido a lo largo de la historia la región que abarca los territorios al sur de Río Bravo responden a una época y un contexto particular; expresa las búsquedas de identidad pero tam- bién los proyectos políticos en pugna. La lucha por los conceptos y los nombres es fundamentalmente una lucha política, puesto que detrás de cada vocablo, subyace una forma determinada de concebir a la región y a los pueblos que en ella habitan. La historia de la búsqueda de un nombre para esta región comienza con la Conquista europea en 1492. Hasta aquel momento, los pueblos que habitaban el territorio —caracterizados por la heterogeneidad étnica, lingüística, social, cultural y política— tenían diferentes maneras de llamarlo. Pero el «otro» europeo buscó Teodoro de Bry, El Nuevo Mundo una voz para denominar al conjunto de los habitantes con los que se encontraron: llamado América, 1596. 637 ATLAS HISTÓRICO DE AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE comenzaron a ser llamados «indios». El «Nuevo Mundo» o las «Indias occidentales», como fue llamado en primera instancia, terminaron por ceder lugar al vocablo que se impuso, junto a la dominación colonial por parte de las potencias europeas: América. A fines del siglo XVIII, en la etapa previa a las luchas por la emancipación, comenzó la búsqueda de un nombre distinto para las colonias españolas. La definición de españoles-americanos utilizada en esta época, tal como aparece en los escritos del jesuita Juan Pablo Viscardo en 1792, indica el inicio de este proceso. Pocas décadas después, durante las guerras de la Independencia, sur- gieron otros apelativos tales como Nuestra América, Colombia, Hispanoamérica; la insistencia de los libertadores —tales como Francisco de Miranda, José de San Martín y Simón Bolívar— en adoptar un nombre para toda la región expresaba la preocupación por evitar la disgregación de las antiguas colonias españolas. Pero, al desatarse las guerras intestinas que trajo como consecuencia el des- Juan Pablo Vizcardo y Guzmán. membramiento de América, este horizonte identitario compartido fue socavado y lentamente reemplazado por la construcción de las diversas nacionalidades (argentinidad, chilenidad, peruanidad, etc.), creadas al calor de la formación de los Estados nacionales que hacia fines del siglo obtuvieron un carácter oligár- quico y dependiente. Cada país adoptó un nombre distinto, lo que expresaba la necesidad de construir identidades nacionales hasta el momento, inexistentes. Hacia mediados del siglo XIX, en el marco de la creciente influencia francesa en la región, nació el vocablo que pronto adquiriría hegemonía: América Latina. Esto no impedirá el surgimiento de otros nombres vinculados a las luchas antiim- perialista tanto en América Central y el Caribe, como en América del Sur —donde Manuel Ugarte y otros hombres de la generación del 900 resignifican viejos vocablos tales como Hispanoamérica. La reflexión sobre la historia de los nombres y sobre el carácter de lo america- no floreció en diversos ámbitos intelectuales luego de la Primera Guerra Mundial. En plena crisis del liberalismo y el positivismo, y junto con surgimiento de los movimientos antiimperialistas, numerosos pensadores estudiaron esta temática y propusieron nuevas formas de designar al continente. Buscaban construir una matriz propia para analizar la realidad, quebrando con el europeísmo y el colo- nialismo pedagógico sufrido hasta entonces. Tal como escribió Haya de la Torre en 1929: «El problema social mundial en nuestra América cobra caracteres muy especiales, fisonomía propia, complejidad y trascendencia muy “americanas”» (Haya de la Torre, 1929). Este pensar desde aquí, pensar en un contexto nacional, irrumpe con la crisis económica mundial y, por ende, de las estructuras del capitalismo dependiente instaurado en América Latina en la segunda mitad del siglo XIX. Algunos de los pensadores que trabajaron en esta línea fueron, en Cuba: Juan Marinello, Fernando Ortiz Fernández, Jorge Mañach; en Brasil: Oswald de Andrade, Tarsila do Amaral, Cavalcanti Portinari, Graca Aranha; en Puerto Rico: Antonio Pedreira, René Márquez, Luis Palés Matos; en Argentina: Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz; en Perú: Raúl Haya de la Torre, Luis Alberto Sánchez, José Carlos Mariátegui; en Bolivia: Alcides Arguedas; en Chile: Pablo Neruda, Pablo de Roca, Gabriela Mistral, entre otros. En sus reflexiones, más allá de sus diferencias, se contemplan las múl- tiples identidades americanas: afroamericanos, indígenas, criollos, inmigrantes europeos, expresan la diversidad existente en la región, intrínsecamente mestiza. Tal como expresó Simón Bolívar en su Carta de Jamaica en 1815: «… no somos Carta de Jamaica, 1815. indios, ni europeos, sino una especie media entre los legítimos propietarios del país y 638 LOS NOMBRES DE AMÉRICA LATINA los usurpadores españoles: en suma, siendo nosotros americanos por nacimiento» (Bolívar, Jamaica, 1815). Los nombres que los pensadores de 1920 y de 1930 acuña- ron, intentar dar cuenta de esta situación: «Indoamérica», «Afroamérica», «América indo-ibérica», «América indo-española» y hasta la osada propuesta de Haya de la Torre de «ibero-lusitano-franco-África-América» (Haya de la Torre, 1929). En la actualidad, si bien conviven muchos de estos vocablos —y algunos nue- vos como «Abya Yala» propuesto por los pueblos originarios—, es innegable que «América Latina», más allá del contexto en el que nació, se convirtió en el concepto con mayor capacidad de sintetizar aquellos rasgos comunes que constituyen los cimientos para continuar el proceso de integración regional. Tal como afirma el pensador brasileño Helio Jaguaribe: «… El elemento cultural, comprendido en de- terminada época la cosmovisión básica de un pueblo, su lengua y demás medios de significación y comunicación, como el arte y el estilo, sus instituciones y su tecnología, es el principal factor de aglutinación nacional (…) Estas (las naciones) solo se constituyen como tales cuando surge el proyecto político que aspira a fundarlas y mantenerlas. Las solidaridades objetivas son tópicas, por definición, y no implican el proyecto de su preservación. Es el proyecto de vida nacional lo que da a la nación su continuidad en el tiempo y su fisonomía propia, como sujeto e instrumento de acción política» (Jaruaribe, 1961). La potencialidad de reconocernos latinoamericanos es condición, como dice el autor, para la aparición de un proyecto nacional que pueda sustentar y convertir en proyecto político esta identidad compartida. ABYA YALA Hacia 1492, cada pueblo originario denominaba a su territorio de diferentes formas (Tahuantinsuyu, Anauhuac, Pindorama, etc.). Sin embargo, a principios del siglo XXI, a partir de la construcción de un espacio político que se proponía articular la lucha de pueblos originarios de todo el continente, se decidió recurrir al término «Abya Yala» para nombrar a la región. A pesar de que este nombre ya había sido propuesto por algunos intelectuales, tales como Xavier Albó, fue utilizado formalmente por primera vez en la II Cumbre Continental de los Pueblos y Nacionalidades Indígenas, realizada en 2004 y Logo utilizado por Tawa Inti Suyu Abya Yala. ratificado tres años después, en la III Cumbre de los Pueblos y Nacionalidades Indígenas de Abya Yala con la conformación de la Coordinación Continental de las Nacionalidades y Pueblos Indígenas de Abya Yala. Este vocablo es de origen cuna (pueblo originario de la sierra Nevada al norte de Colombia y habitante hoy de la costa panameña) y significa «tierra madura», «tierra viva» o «tierra que flo- rece». Se eligió, porque este pueblo fue pionero en la lucha por el reconocimiento de los derechos de los pueblos originarios, puesto que en 1925, protagonizaron una revolución mediante la cual lograron, cinco años después, la autonomía de la comarca de Kuna Yala. Por este motivo, en la actualidad, más allá de la diversidad étnica y lingüística, los pueblos originarios reconocen que llevan adelante una lucha compartida, una lucha que incluye no solo reivindicaciones sociales y económicas, sino también por la posibilidad de volver a nombrar su tierra con un vocablo propio. Xavier Albó. 639 ATLAS HISTÓRICO DE AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE AFROAMÉRICA Este nombre visibiliza la presencia de los afrodescendientes presentes en la región como consecuencia del sistema esclavista y la trata de esclavos africanos realizada durante la etapa colonial. Raúl Haya de la Torre en 1931 fue uno de los primeros en identificar la ausencia de este grupo —y de otros— en la forma de denominar a América Latina. Frente a esto, planteó que la designación correcta debía ser «ibero-lusitano-franco-África-América». Para el pensador peruano, este nombre compuesto y complejo expresaba la condición mestiza de la región, en la que la población afro tenía sin lugar a dudas un rol fundamental. Tiempo después, el poeta ecuatoriano Jorge Enrique Adoum en su obra Entre Marx y su mujer desnuda (1978) también se refirió a la presencia afro bautizando a la región como «Americáfrica». Adriana Lewis-Galanes, por su parte, acuñó el término «Afrohispanoamérica» en su obra Identidad cultural de Iberoamérica en su literatura Raúl Haya de la Torre. (1986) para referirse a la literatura negra de América española. AMÉRICA El nombre de «América» nació vinculado con la historia transcurrida en las cos- tas venezolanas; sin embargo, no se acuñó allí ni en otro lugar de este continente, sino en una abadía de una pequeña ciudad de Europa llamada Saint Dié. Fue en el Gymnasium Vosegense, un centro de estudios de cartografía, geografía y filosofía, donde, en 1507 por primera vez, se escribió sobre un mapa el nombre «América». Detalle de Mapa de Waldseemüller, muestra por primera vez la palabra «AMERICA». 640 LOS NOMBRES DE AMÉRICA LATINA Era el mismo centro del cual habían emergido estudiosos tales como Martin Behaim, Hieronymus Münzer, Johann Stabius y Johann Schoner, herederos de la escuela de Nüremberg. Los monjes que allí residían habían recibido de manos del duque de Lorenal Renato II, la versión francesa de los mapas de los cuatro viajes de Amérigo Vespucci. El territorio encontrado aparecía con el nombre de Mundus Novus, pero los monjes consideraron que era más adecuado rebautizarlo «América», derivado de «Amerigie», tierra de Américo. Decidieron que fuera femenino para conservar el género que ya poseían Europa, Asia y África, y así figuró en el mapamundi del monje geocartógrafo Martín Waldseemüller (1470-1555). En esta obra incluyeron los datos obtenidos por numerosos navegantes y cartógrafos que recorrieron el «Nuevo Mundo», desde Cristóbal Colón, Juan de la Cosa, Vicente Yáñez Pinzón, Pedro Alonso Niño, Giovanni Caboto, Álvarez Cabral hasta Américo Vespucio. Waldseemüller en referencia a la «cuarta parte del mundo» sostiene: «porque la inventó Américo, podríamos llamarla de ahora en adelante Tierra de Américo o América» (Waldseemüller, 1507). Luego amplía: «Y puesto que tanto Europa como Asia han recibido nombres de mujeres, no veo que se pueda objetar a que la nueva tierra lleve el nombre del hombre ingenioso que la descubrió, aplicándosele, por consiguiente el de Amerige, tierra de Américo o América» (Waldseemüller, 1507). Este nombre re- Mapa portulano atlántico de Juan de la Cosa, rea- lizado en el puerto de Santa María después de la aparece en el Globus Mundi declaratio en Estrasburgo (1509), en el Mapamundi segunda expedición de Colón, manuscrito sobre de Loys Boulenger d’Alby (1514) y en el de Pedro Apiano (1520). Sin embargo, pergamino y con técnica de portulano, 1500. durante las primeras décadas del siglo XVI no fue el más utilizado ya que existían otras denominaciones que eran más frecuentes. Bartolomé de las Casas (1517), por ejemplo, consideraba más adecuado utilizar el nombre Globo terraqueo de Waldseemüller. 641 ATLAS HISTÓRICO DE AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE «Tierra de Gracia», e «Ínsula Atlántica», «Terra Nova», «Terra Santa Crucis», «Perú», «Cuba», «Florida» fueron otras de las formas de designar al actual territorio americano. Paradójicamente, el mismo Waldseemüller, luego de co- nocer la obra de Colón, dejó de utilizar el nombre de América y propuso «Terra Incognita», tal como aparece en el «Mapa del Almirante» o «Mapa de las Terre Nove». Pero esta situación cambió, luego de la aparición de los cartógrafos Gherard Mercator, su hijo Romualdo y sus nietos Gherard y Miguel, quienes utilizaron de manera precisa «América pars meridionalis» y «América pars septentrionalis» en un conjunto de mapas editados en la obra llamada Atlas sive cosmographicae meditationes de fábrica mundi et fabricati fugura en 1595, («Atlas» fue nombre tomado del nombre del hijo del Cielo y de la Tierra en la mitología griega). Un año después, Girolamo Porro publicó en Venecia una versión que facilitaba la divulgación geocartográfica que permitió la populari- zación del nombre que se impuso para esta región. Hay otra teoría —sostenida por Ricardo Palma (1896)— que afirma que el vocablo «América» proviene Martin Waldseemüller. de la lengua originaria de los pueblos con los que Cristóbal Colón entró en contacto, y que significa «Tierra firme». También, al sostener el origen nativo, Jean Marcou (1875) afirmó que proviene de la voz maya «Amerrique», que significa «tierra donde sopla el viento» y que fue el mismo Américo Vespucio el que se apropió de la palabra indígena y la fusionó con su nombre; pero no existen pruebas suficientes que avalen estas teorías, motivo por el cual se considera que el nombre surgió en aquella abadía de Saint Dié. El término «América», a fines del siglo XVIII, comenzó a ser utilizado para Mercator, Gerardus (cuyo nombre verdadero fue Gerard Kremer) (1569). Aucta Orbis Terrae designar a una pequeña región del norte del continente: a las trece colonias Descriptio ad Usum Navigantium Emendate inglesas recientemente independizadas. La rápida prosperidad económica Accommodata. 642 LOS NOMBRES DE AMÉRICA LATINA alcanzada, su alto grado de autonomía y autarquía generaron que comen- zaran a buscar formas particulares para llamar a lo que hasta ese momento era «la Unión». En forma temprana, Estados Unidos plantea su decisión de apropiarse del vocablo que hasta el momento designaba a toda la región, expresando con esta decisión su potencial espíritu expansionista que se explicitaría en la doctrina Monroe en 1823. Tal fue la aceptación de esta apro- piación, que los precursores de la independencia hispanoamericana, como Francisco de Miranda, tuvieron que buscar nuevas formas para denominar el territorio al sur del Río Bravo, como por ejemplo Colombia. Sin embargo, los líderes más importantes de la lucha por la emancipación hispanoameri- cana rescataron el nombre «América» sin otro agregado para referirse a los pueblos que buscaban arengar. José de San Martín afirmaba «mi patria es América»; Simón Bolívar, por su parte, dirigió muchas de sus proclamas a los «americanos». Ambos consideraban que, más allá de utilizar otros nombres o debatir cuál debía ser la denominación oficial, una vez conformados los nuevos Estados, era un apelativo arraigado en la conciencia popular. AMÉRICA DEL SUR, AMÉRICA CENTRAL Y AMÉRICA DEL NORTE Esta clasificación se construye siguiendo un criterio geográfico definido por los puntos cardinales y la posición de los territorios en relación con la línea imaginaria del Ecuador. Los límites elegidos para esta clasificación son: América del Norte se divide de América Central por el istmo de Tehuantepec, y América Central se divide con América del Sur a través del istmo de Panamá. América del Sur ocupa una superficie de 17 800 000 km²; América Central por su parte, ocupa 762 064 km²; y América del Norte 23 752 692 km². AMÉRICA LATINA La construcción de esta categoría se debe al expansionismo estadounidense creciente desde mediados del siglo XIX, que es concebido por la región como una verdadera amenaza. El conflicto con Estados Unidos reemplazó la dicotomía con las antiguas metrópolis europeas de las cuales, mayoritariamente, Hispanoamérica se había independizado (salvo Cuba y Puerto Rico). Frente a la presencia sajona, el origen latino compartido se constituyó en un símbolo de la necesidad de la defensa en común. Pero también corresponde al momento en el cual Francia tenía aspiraciones imperiales sobre la región, tal como lo muestra la invasión de Maximiliano a México en 1861, bajo las órdenes de Napoleón III. En una carta, el monarca europeo hacía referencia a la raíz latina de los pueblos en cuestión: «si México (…) con el apoyo de Francia, consolida en él un gobierno estable, habremos devuelto a la raza latina del otro lado del océano su fuerza y su prestigio» (Rojas Mix, 1997, 366). Sin embargo, el peruano Raúl Haya de la Torre (1929), luego de realizar un estudio sistemático sobre el tema, niega la tesis de que el nombre se impuso por iniciativa de Francia. En su análisis, plantea que los protagonistas de la era republicana estaban inmiscuidos por las ideas liberales del país galo, tal como puede observarse no solo en las declaraciones y tratados políticos, sino también en la adopción por parte de muchos de los nuevos Estados de las formas de 643 ATLAS HISTÓRICO DE AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE organización político administrativas del país europeo. Esta situación generó que, más allá de los deseos de Francia, existiera en el continente condiciones para la aceptación del término «latino». Las primeras referencias al origen latino compar- tido se encuentran presentes en la obra de Alexander von Humboldt (1807) y en la de Michel Chevalier (1836). Este último, desde un análisis étnico, diferenció en América dos grandes grupos: las excolonias españolas, portuguesas y francesas, y la América sajona. Francisco Muñoz del Monte (dominicano), Antonio Bachiller Morales (Cuba), Santiago Arcos (Chile) también hicieron referencia a la latinidad, pero ninguno de estos hombres acuñó el nombre que se impondría. En la misma época continuaba utilizándose el término «Colombia» para hacer referencia al conjunto del territorio hispanoamericano, fundamentalmente como forma de identificar un frente común que pudiera poner freno al expansionismo norteamericano. Durante las décadas de 1850 y 1860, el panameño Justo Arosemena, el neogranadino José María Samper y el portorriqueño Eugenio María Alexander von Humboldt. de Hostos recurrieron numerosas veces a esta voz. «América Latina» apareció a mediados del siglo XIX, en las obras de dos pensadores que por aquel entonces residían en París: en los escritos del colombiano José María Torres Caicedo (1879) y en la conferencia realizada por el chileno Francisco Bilbao el 24 de junio de 1856 titulada Iniciativa de América. Este último, además, titula un poema presentado el 26 de septiembre de 1856 Las Dos Américas; en 1861, profundiza su obra en el ensayo Bases para la Unión Latino-Americana y, en 1875, en su libro Mis ideas y principios, donde se atribuye la paternidad del término en cuestión. Sin embargo, luego de la invasión francesa a México (1861-1867) Bilbao abandonó la utilización de este término, a diferencia de Caicedo, que continuó defendiéndolo a punto tal que en 1879 fundó la Sociedad de la Unión Latinoamericana con el fin de generar un espacio que promoviera la unidad regional. Otro factor que incidió en que el término comenzara a generalizarse fue el cambio de nombre del Estado de Nueva Granada, que en 1861 se convirtió en «Colombia». A partir de allí, «América Latina» se extiende con rapidez entre los pensadores hispanoamericanos: hacia 1870, escritores tales como Juan Montalvo, Carlos Calvo y Eugenio María de Hostos (que había adherido al nombre Colombia) José Enrique Rodó. fueron algunos de ellos. También fue utilizado en forma reiterada en el Congreso integracionista de Lima de 1864 y 1865. Hacia fines del siglo XIX, esta tendencia se acentuó, ya que otros autores adoptaron esta expresión, tal fue el caso de José Enrique Rodó y su obra Ariel (1900), donde contraponía la latinidad al expansio- nismo anglosajón representado en Calibán. Pero no solo el uso de este término expresaba el sentimiento antisajón, sino también reflejaba el crecimiento de la in- fluencia de la cultura francesa sobre la intelectualidad americana, en un momento en el cual el hispanismo era fuertemente denostado. En síntesis, el término nace como consecuencia del reconocimiento de la historia y de las raíces culturales compartidas por las antiguas colonias españolas, portuguesas y francesas, y supone una tradición cultural y lingüística común, derivada del Imperio romano de Occidente en contraposición a la tradición sajona. Pero a su vez, lleva implícito el proyecto integracionista de los primeros liberta- dores. En la actualidad, no solo se refiere a un pasado remoto, sino también a las expectativas de unidad política, económica, cultural, necesarias para continuar las luchas presentes por la emancipación definitiva del territorio al sur del Río Bravo. Eugenio María de Hostos. 644 LOS NOMBRES DE AMÉRICA LATINA COLOMBIA Este término fue utilizado por primera vez en Estados Unidos, en el marco de las guerras de la Independencia (1776–1783): «Columbia» hacía referencia indistin- tamente a la nación norteamericana y al continente americano en su conjunto. En Hispanoamérica, el primero en referirse al conjunto del territorio americano con este nombre fue Francisco de Miranda, precursor de la independencia venezolana. Este criollo retomó esta propuesta cuando comenzó la lucha por la emancipación. En 1801, Miranda en una proclama se dirige «a los pueblos del continente colombiano»; en sus cartas también aparece con frecuencia el gentilicio colombiano; en 1806, se autodefinió como «Comandante General del Exército colombiano»; en 1808, propu- so la formación de una república con capital en Panamá llamada Colombo, y dos años después publicó en Londres un periódico llamado El Colombiano. Este nombre también apareció en la Constitución aprobada el 21 de diciembre de 1811, luego de la declaración de la independencia de Venezuela. La búsqueda de un término que denominara al conjunto del territorio colonial estaba vinculada con la necesidad de construir este espacio geográfico como «horizonte nacional», ya que la independen- Simón Bolívar. cia era concebida, tal como lo consideraba Simón Bolívar, en el marco de la unión regional. En diferentes oportunidades Bolívar también hizo referencia «al continente colom- biano», tal como ocurrió el 27 de noviembre de 1812, luego del fracaso de la Primera República de Venezuela, y en su «Manifiesto de Cartagena» del mismo año. En la «Carta de Jamaica» también utilizó el vocablo «Colombia», nombre que adoptó para designar al territorio emancipado, la «Gran Colombia» que desde 1819 a 1830 unificó a Venezuela, Nueva Granada y Quito. Luego de la disolución de la Gran Colombia, este término continuó utilizándose un tiempo más. El 20 de julio de 1857, Justo Arosemena (Panamá) en un discurso en Bogotá exhortó a retomar los ideales integracionistas del proyecto bolivariano y, en ese contexto, volvió a utilizar este vocablo en el marco de los atropellos estadouniden- ses en México (1848) y en Nicaragua con la invasión de William Walker, (1855-1856). En 1859 por su parte, José María Samper (Nueva Granada) dio a conocer un ensayo titulado La Confederación Colombiana y en 1861, publicó su Ensayo sobre las revolucio- nes políticas y la condición social de las Repúblicas Colombianas (Hispano-americanas). En Puerto Rico, también surgieron pensadores que utilizaron este término, tal fue el caso de Eugenio María de Hostos, férreo defensor de la independencia de Puerto Rico y de los derechos de la mujer. Pero luego de las guerras civiles y del desmembra- miento del territorio americano, este nombre fue adoptado por el antiguo Estado de Nueva Granada en 1861, año en el que dejó de utilizarse para designar al conjunto del territorio, para dar paso a otra denominación en boga por aquel entonces: «América Latina». ESPÉRICA La unión de los vocablos España y América dio origen a este vocablo que acuñó Ramón de Basterra en su artículo «El nacionalismo mundial», publicado en Revista de las Españas en 1928. Este nombre designaba a España, Hispanoamérica y Filipinas. 645 ATLAS HISTÓRICO DE AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE ESTADOS DESUNIDOS Francisco Bilbao y Salvador de Madariaga lo utilizaron para contraponer la si- tuación geopolítica de los Estados Unidos de Norteamérica. Este nombre dejaba en evidencia el proceso de desmembramiento territorial y político que sufrió la región a lo largo del siglo XIX, consecuencia de la derrota de los proyectos unio- nistas de los libertadores en el marco de las luchas por la emancipación. En 1864, en el marco del conflicto hispano-peruano, el ministro de Relaciones Exteriores de Chile, Álvaro Covarrubias, escribe en una nota al embajador de España: «Las repúblicas americanas de origen español forman en la gran comunidad de las naciones, un grupo de Estados Unidos entre sí por vínculos estrechos y peculia- res. Una misma lengua, una misma raza, formas de gobierno idénticas, creencias religiosas y costumbres uniformes, multiplicados intereses análogos, condicio- nes geográficas especiales, esfuerzos comunes para conquistar una existencia nacional e independiente: tales son los principales rasgos que distinguen a la familia hispanoamericana. Cada uno de los miembros de que esta se compone ve más o menos vinculado su próspera marcha, su seguridad e independencia a la suerte de los demás. Tal mancomunidad de destinos ha formado entre ellos una alianza natural, creándoles derechos y deberes recíprocos que imprimen a sus mutuas relaciones un particular carácter. Los peligros exteriores que vengan a amenazar a alguno de ellos en su independencia o seguridad, no deben ser indiferentes a ninguno de los otros; todos han de tomar parte en semejantes complicaciones, con interés nacido de la propia y la común conveniencia» (Rojas Mix, 1997). De esta manera, en contraposición a la definición de los «Estados Desunidos», aparece el término «Estados Unidos» para referirse a los pueblos latinoamericanos. HISPANOAMÉRICA O AMÉRICA HISPÁNICA Este término define a la región conquistada por España. En diferentes momentos de la historia, fue utilizado por quienes buscaban revalorizar el vínculo con la antigua metrópoli, con su cultura y su religión católica, por considerar que constituía el cimiento de una potencial unidad. También fue utilizada por aquellos que querían remarcar las diferencias con Estados Unidos del Norte, como forma de construir una identidad que pudiera hacer frente a los atropellos de la potencia. Los liberta- dores que protagonizaron las luchas por la independencia a principios del siglo XIX utilizaron este término. Entre ellos, Simón Bolívar y José de San Martín, quienes se referían a los «hispanoamericanos» en forma indiferentes con la denominación de españoles-americanos. Pero la situación cambió una vez finalizadas las guerras de la Independencia, cuando los conflictos con España continuaban presentes. En la medida en que la potencia conservaba dos puntos estratégicos (Cuba y Puerto Rico) e intentaba recuperar sus viejas colonias —con la invasión de las islas Chinchas en la costa peruana y el bombardeo de Valparaíso en 1865—, la búsqueda de nombres que permitieran enfatizar la ruptura con el país europeo se hicieron más frecuentes. Autores como Faustino Sarmiento, Juan Bautista Alberdi, Vicente F. López, Juan M. Gutiérrez, José Lastarria, Andrés Lamas, Ignacio M. Altamirano, José María Luis Mora, entre otros, encarnaron estos posicionamientos. En este contexto, comenzó 646 LOS NOMBRES DE AMÉRICA LATINA a fortalecerse el concepto de «América Latina», en consonancia con la creciente influencia de la cultura francesa y el crecimiento del sentimiento antihispanista de las clases que se erguían como dominantes. Pero hacia fines del siglo XIX y prin- cipios del siglo XX, en el terreno del pensamiento político se produjeron profundos cambios. La irrupción de la llamada «Generación del 900» permitió el surgimiento de diferentes pensadores que reivindicaron el carácter hispanoamericano de la región. Pero en aquella época, no todos lo hacían desde los mismos posicionamien- tos ideológicos: algunos querían reivindicar la religión católica desde una postura nacionalista conservadora y otros, por el contrario, resaltaban los rasgos culturales en común a fin de enfatizar en la existencia de rasgos concretos que permitieran la integración y la concreción de un proyecto socialista regional, como es el caso del argentino Manuel Ugarte. Este último pensador publicó diferentes obras y artículos, en los cuales utilizó este vocablo: Los hispanoamericanos en el salón (13/06/1901), La joven literatura hispanoamericana (1906), Campaña hispanoamericana (1922). En esta última obra, narró la experiencia de su viaje por la región, donde brin- dó numerosas conferencias con el objeto de realizar un llamamiento a la unidad Manuel Ugarte. regional. Estaba convencido de que la consciencia de los pueblos favorable a la unidad sería el factor que realmente lo permitiría: «creemos de hecho en los pueblos lo que luego los gobiernos harán de derecho» (fuente). Para Ugarte, el nombre de «Hispanoamérica» resaltaba la importancia de la lengua compar- tida, que funcionaba como él como argamasa cultural. En el proyecto político de Ugarte, la unidad hispanoamericana era clave para poder avanzar hacia la liberación social y hacia la construcción del socialismo que debía respetar las particularidades de cada lugar y, por ende, ser nacional y latinoamericano. Otro pensador de la «Generación del 900», Pedro Henríquez Ureña, utilizó también esta denominación en su obra Las corrientes literarias de América hispánica y en Historia de la cultura en América hispánica. Poco tiempo después en la década de 1930, el término cobró relevancia, pero en esta ocasión de la mano de grupos nacionalistas conservadores —muchos de ellos simpatizantes del franquismo—, como una forma de reivindicar el pasado colonial, donde la religión y el orden eran vistos como los principales baluartes que debían ser recuperados en el contexto de la época donde primaba la crisis, la amenaza del comunismo (el fantasma rojo) y los enfrentamientos bélicos generalizados. La definición clásica de «Hispanoamérica» fue cuestionada por el pensador brasileño Gilberto Freyre, quien argumentó que no solo incluía a las antiguas colonias españolas, sino también a las portuguesas, ya que «Hispania» era el nombre romano que designaba tanto a España como a Portugal. En este sentido, «Hispanoamérica» no sería más que un sinónimo de «Iberoamérica». IBEROAMÉRICA O HISPANOLUSO-AMÉRICA El término define a los territorios que fueron conquistados por los dos princi- pales Estados de la Península Ibérica: Portugal y España (en un primer momento el Reino de Castilla). Incluye a los pueblos al sur del Río Bravo, es decir de México a la Argentina, exceptuando a las excolonias francesas e inglesas. Luego de la ba- talla de Ayacucho (1824), en la cual finalizó el proceso de emancipación, España reafirmó su voluntad de recuperación de sus colonias, mediante el impulso 647