Carta de Penélope a Ulises (PDF)

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Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM)

Penélope

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La carta de Penélope a Ulises expresa su angustia por la tardanza de su esposo y la amenaza que representan los pretendientes que buscan el trono. La narración menciona diversos acontecimientos, como la guerra de Troya y las vicisitudes del viaje de regreso de Ulises. Penélope describe su sufrimiento y la desesperación por su esposo.

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I PENÉLOPE A ULISES Esta carta, Ulises, la envía Penélope a tu tardanza!. No me contestes; sino mejor, ven en persona. Yace en ruinas Troya, aborrecida, con razón, de las mujeres dánaas; no...

I PENÉLOPE A ULISES Esta carta, Ulises, la envía Penélope a tu tardanza!. No me contestes; sino mejor, ven en persona. Yace en ruinas Troya, aborrecida, con razón, de las mujeres dánaas; no mereció tanto Príamo ni Troya entera. / ¡Ay! Ojalá entonces, cuando navegaba a Lacedemonia, se hubieran tragado las enfurecidas olas al adúltero?. No hubiese dormido yo sin tu calor en un lecho vacío; no me quejaría, en mi soledad, de que los días pasen tan despacio, ni al intentar entretener las largas 10 horas de la noche? / el interminable velo* hubiera fatigado mis manos de viuda. ¿Cuándo no he temido yo peligros más graves que los rea- les? Cosa henchida de angustiado recelo es el amor. Contra ti me imaginaba que se disponían a enfrentarse temibles troya- nos. Con sólo nombrar a Héctor me ponía siempre lívida. / Si 15 alguien contaba que Antíloco? había sido vencido por Héctor, 1 lentus puede implicar que se demora en volver y que no tiene deseos de reunir- se con su esposa. 2 Paris, hijo de Príamo. 3 Porque estaba obligada a pasar las moches en vela deshaciendo lo que tejía de día, ya que acabar el paño era condición sine que mon para casarse de nuevo. % Aunque se solían extender verticales los staming para tejer, aquí puede inter- pretarse hilo que cuelga al deshacer la tela o tela que cuelga del telar; reminiscencias homéricas hay de Od. 1 357, 11 85 ss., XXI 350, etc. ?% Hijo de Néstor. Había sido pretendiente de Helena: de ahí que su padre parti- cipe al frente de los pilios en la guerra de Troya. Según Od. IV 187 s., es Memnón, hi- jo de la Aurora, quien mata a Antíloco. PENÉLOPE A ULISES Antíloco era el causante de mi temor; si que el Menecíada ! había sucumbido bajo engañosa armadura?, me ponía a llorar temiendo que a tus engaños les pudiese faltar el éxito. Tlepóle- mo3 con su sangre había entibiado el asta licia4; f/ con la 20 muerte de Tlepólemo se renovó mi preocupación. En fin, fuese quien fuese el abatido en el campamento aqueo, más frío que la nieve se ponía mi pecho de amante. Pero propicia ha sido la divinidad, favorable a un casto amor; convertida en cenizas está Troya e indemne mi esposo. / 25 Los caudillos argólicos han regresado; los altares humean; se consagra a los dioses patrios el bárbaro botín. Agradecidas ofrendas por sus maridos salvos dedican las mujeres3. Cantan ellos que los hados troyanos han sido vencidos por los suyos. Se admiran los venerablesó ancianos y las impacientes doncellas; / 30 la esposa está pendiente de la boca del esposo que narra, y al- guno, puesta la mesa, señala los terribles combates y dibuja a Pérgamo toda con un poco de vino?: «Por aquí discurría el Simunte$, por aquí está la tierra Sigea?; aquí se alzaba el so- 1 Patroclo, hijo de Menecio. 2 Las armas no eran suyas, sino de Aquiles (1/, XVI 40 ss.). 3 Hijo de Hércules y Astíoque, caudillo de los rodios (cf. 1%. 11 653 s.). 4 Fue Sarpedón, rey de Licia, quien mató a Tlepólemo (cf. 1. 11 653 ss. y V 628). A Sarpedón lo mató Patroclo (cf. 1/. XVI 480 ss.). 5 El término mymphae, que se utiliza a veces para referirse a las puellae —muptae— de la época de los héroes, confiere aquí cierto color homérico. 6 ¿ustique, casi sinónimo de sancti (cf. VIRG., Georg. 11 473). 7 Improvisar sobre la mesa un dibujo, plano o palabras era una costumbre a la que alude, por ej., TIBULO, 1 10, 31, o el mismo OvIDIO en Her. XVII 90. $ Río de Tróade del que era afluente el Escamandro, hoy separados ambos por la acumulación de aluviones. ? Por Sigeo, fortaleza, prormuucorio y puerto de la Tróade. Se alude especialmente al promontorio, donde estaban las tumbas de Aquiles, Patroclo y Antíloco (cf. Mez. XI 197; ESTRABÓN XIII 889; PAUSAN. IV 2; Q. SMYR. 1 814). Es actualmente Yeni-Sehir. PENÉLOPE A ULISES 35 berbio palacio del anciano Príamo. / Allá estaba la tienda del Eácida, allá la de Ulises. Aquí Héctor, ya malherido, aterrorizó a los galopantes caballos»!. Todo esto a tu hijo?, enviado a buscarte, lo había referido el anciano Néstor, y él a su vez a mí. Narró que Reso y Dolón 40 fueron atravesados por el hierro, / y cómo traicionado fue uno por el sueño, el otro por un engaño. Tuviste la osadía, olvida- do demasiado, sí, demasiado, de los tuyos, de acercarte con nocturno fraude al campamento tracio?, y sacrificar de una vez a tantos hombres, ayudado de uno solo%. Sin embargo, eras 45 bien prudente y pensabas antes en mí. / No dejó de palpitar de miedo mi pecho hasta que se me dijo que pasaste vencedor entre tu querido ejército en corceles ismarios?. Pero ¿de qué me sirve a mí, destruida por vuestros brazos, Ilio, y el escombrof que antes fue muralla, si permanezco co- 50 mo, resistiendo Troya, permanecía, / y está lejos mi esposo, privado de un final que a mí” se me arrebata? Aniquilada está para los demás; para mí, la única, Pérgamo permanece en pie; | Cuando Aquiles, después de herirle, lo ató a su carro y lo arrastró alrededor de la ciudad bajo la mirada de los troyanos (cf. 17. XXII 369-371; Eleg. im mort. Drus. Telémaco. De Reso, rey de Tracia. Diomedes. Caballos de Reso. Ísmaro era el nombre de una ciudad y un monte de Tracia, muy célebre por su vino (cf. OZ. IX 198); está situado entre los macizos Ródope y He- mo, actualmente Sredna Gora. 6 solum, sinónimo de pu/uis. 7 mibi lo interpreto como complemento de demmpro; a Ulises se le priva del retor- no pero de ese retorno se le priva a Penélope y a ella igualmente perjudica. También puede interpretarse 22h como complemento de abest y dempto fine como «quitado el fin», «sin tregua», igual que Tris£. MI 11, 2. PENÉLOPE A ULISES con cautivo buey la ara, como colono, el vencedor. Ya hay mieses donde estuvo Troya y a punto de ser segadas por la hoz; pro- 55 duce en abundancia, abonado con frigia sangre, el campo. / A medio enterrar son destrozados por el corvo arado los huesos de los hombres; las casas en ruinas oculta la hierba. Tú, vencedor, estás lejos y no puedo saber cuál es la causa de tu demora ni en qué parte de la tierra, hombre sin sentimientos, te ocultas. 60 Cualquiera que gira a estas riberas! su viajera popa, // no se marcha sin haberle preguntado yo muchas cosas de ti; y, para que te la entregue, sí alguna vez te viere, le confío una carta escrita por mi mano?. La envié a Pilo, Neleos campos del an- 65 ciano Néstor; noticias inciertas han llegado de Pilo; / y la envié a Esparta; también Esparta desconocía la verdad. ¿Qué tierras habitas, en dónde prolongas tu ausencia? Mejor sería que las murallas de Febo? estuviesen en pie todavía (me irrito, ¡ay!, por mis deseos y cambio de parecer). 70 Sabría donde luchabas y sólo la guerra temería, / y mi llanto a muchos se uniría. Qué pueda temer lo ignoro; temo, sin em- bargo, todo en mi locura y se abre a mi aflicción un vasto cam- po. Todos los peligros que encierra el mar, todos los que en- cierra la tierra sospecho que son el motivo de tan prolongada 75 demora. / Mientras pienso neciamente en esto, tal es vuestra las- civia, tú puedes estar cautivado por el amer de una extranjera!; l Las de Ítaca. 2 Escribir una carta era un trabajo pesado que solía confiarse a esclavos. Testimo- nios hay numerosos que confirman que no eran del puño y letra del remitente. 3 Murallas de Troya, construidas por Febo y Neptuno por encargo del rey Laome- donte. *% Implícita evocación de Calipso. PENÉLOPE A ULISES quizá también le cuentes cuán rústica esposa tienes, que se pre- ocupa sólo de que la lana esté cardada. ¡Que me equivoque, y 80 que esta acusación se desvanezca en la ligera brisa, / y que, pu- diendo volver, no quieras estar lejos! Mi padre Icario me obliga a abandonar la viudez de mi lecho y censura sin cesar tu infinita tardanza. ¡Que censure mientras pueda! Tuya soy; que tuya me llamen todos es menester, Penélo- 85 pe, esposa siempre de Ulises seré. / Al fin cede él por mi piedad y castas súplicas, y tempera él mismo sus ataques. Pretendientes de Duliquio, de Same y otros a los que en- gendró la elevada Zacinto, turba! lujuriosa, se lanzan contra 90 mí, y mandan, sin prohibírselo nadie, en tu palacio; / son hechos pedazos mi corazón y tus riquezas. ¿Qué te voy a decir de Pisandro y de Pólibo, y del cruel Medonte, y de las insacia- bles manos de Eurímaco y Antínoo, y qué te voy a decir de to- dos los demás a los que, por tu torpe ausencia, con lo que ha 95 sido adquirido con tu sangre alimentas? / Iro, el mendigo, y Melantio, el encargado de apacentar el rebaño, se encargan de arruinarte, suprema vergúenza. En total somos tres débiles: sin fuerzas, la esposa; Laertes, anciano, y Telémaco, un niño. Éste por una emboscada ha esta- 100 do a punto de serme arrebatado / al disponerse a ir contra la opinión de todos? a Pilo. ¡Los dioses, suplico, decreten esto, 1 En Od. XVI 247 s., Telémaco dice que hay 52 de Duliquio, 24 de Same, 20 de Zacinto y 12 de Ítaca. A estos últimos no alude aquí Penélope. 2 Cierta contradicción hay entre estos versos y 37-38, ya que Penélope parece re- ferirse a dos viajes distintos, y no hubo tales. De innovación ovidiana pueden calificarse los anteriores, y sirven para justificar la información de la esposa, necesaria para dar consistencia a la carta. Estos últimos versos responden, aunque no fielmente, a la ver- sión homérica. A la decisión de Telémaco (incitado por Atenea-Mentor) de ir en busca de noticias de su padre a Pilo y Esparta, se opusieron los propios itacenses en asamblea, los pretendientes, la nodriza Euriclea, y lo lamenta la misma Penélope cuando se ente- PENÉLOPE A ULISES que, caminando los hados en orden, él cierre mis ojos, él los tuyos! Lo mismo ruegan! el guardián de los bueyes y la anciana nodriza?, y, en tercer lugar, el fiel cuidador de la inmunda pocilga?. 105 / Pero ni Laertes, ya que no es idóneo para las armas, pue- de gobernar el reino en medio de enemigos. Vendrá a Teléma- co, que viva sólo*, una edad más vigorosa; ahora ella? debía ser protegida por paternales auxilios. Y yo no tengo fuerzas pa- 110 ra arrojar a los enemigos de mi casa. / ¡Ven pronto tú, puerto y altar para los tuyos! Tú tienes, y que lo sigas teniendo pido, un hijo, que en sus tiernos años debía ser educado en las artes de su padre. Vuelve tu mirada a Laertes; para que cierres ya sus párpados, difiere él el último día de su vida. 115 / Y es cierto que yo, que al marcharte tú era una mucha- cha, por pronto que vuelvas, pareceré una anciana. ra. Pero la emboscada no se la prepararon los pretendientes al marchar, sino que pro- yectaron salir al encuentro de Telémaco cuando regresara (Od. IV 625-847). faciunt es aquí sinónimo de precantur. pues repite el sentido el verbo prece- dente (precor, v. 101). 2 Furiclea. 3 El porquerizo Eumeo. 4 Ante el temor de la muerte sólo le interesa que viva; no tanto el que su aefas sea fortior. 5 Su aetas actual, su juventud. 11 FILIS A DEMOFONTE Huésped! tuya, la rodopea? Filis, de que tú, Demofonte, estés ausente más tiempo del prometido me quejo. Cuando los cuernos de la luna se hubieran unido en su plena redondez? a mis riberas tu ancla prometiste%. / La luna cuatro veces se ha escondido y toda su redondez cuatro veces volvió a llenar. Y no arrastra la onda sitónide? las acteasó naves. Si llevases la cuenta del tiempo (los que aman la llevamos muy bien), no llega antes de su día mi queja. La esperanza también tardó en perderse; tarde damos crédito a lo que creído 10 hace daño / y, amándote, incluso a mi pesar, ahora me hiere. A menudo me inventé mentiras para excusarte, a menudo pensé que los procelosos Notos viraban tus velas blancas”; mal- 1 hospes, igual que «huésped» en español, significa el que hospeda y el que recibe hospedaje; aquí Filis se puede llamar «huésped» porque recibió en su casa a Demofonte. 2 De Tracia. Las cordilleras Ródope y Hemo atraviesan Tracia (actual Bulgaria). 2 A la siguiente luna llena, es decir, al mes. Independientemente de que no hubiera tiempo, como ya se ha dicho, de ir a Atenas, arreglar sus asuntos y volver a Tracia, ésta de- bió ser la promesa o así lo entendió Filis, pues se repite reiteradamente que ha esperado muchísimo. 3 pacta se entiende como pacto promtssa. ? De Tracia, por Sitón, antiguo rey de esta región. Cf. TZETZES ad Lycophr. 583 y 1161. 6 Acte, sinónimo de Ática. 7 alba puede ser epíteto como candida, pero también aludir a un buen augurio, evo- cando a las de Teseo que debían anunciar su regreso de Creta, pero que olvidó poner oca- sionando la muerte de Egeo. FILIS A DEMOFONTE dije a Teseo porque no quisiese renunciar! a ti, y quizá él no 15 detuvo tu marcha. / Muchas veces temí que, al dirigirte a los vados del Hebro?, se hubiese hundido tu náufraga popa en las aguas blancas de espuma. A menudo suplicando a los dioses que tú, malvado, estuvieses a salvo, [con una plegaria me arro- dillé ante los altares que exhalan incienso. A menudo al ver los 20 vientos favorables al cielo y al piélago,] / yo misma me he dicho: «si está bien, él viene»: y finalmente mi confiado amor todo lo que puede obstaculizar tu rápido regreso lo ha imagina- do, y fuí ingeniosa para Inventar motivos. Pero tú sigues lejos, sin urgirte la vuelta, y no te conducen de nuevo aquí los dioses por los que juraste, mi por mi amor 25 empujado vuelves. / Demofonte, has dado a los vientos pa- labras y velas; me quejo de que las velas carezcan de retorno, de que las palabras de lealtad. Dime, ¿qué he hecho yo sino amarte locamente? Pude ganarme tu afecto con mi culpa. Un 30 solo delito hay en mí, el haberte recibido, malvado. / Pero es- te delito tiene el valor y la apariencia de un mérito. ¿Dónde están ahora juramentos, palabra dada, y tu diestra unida a mi diestra, y dónde ahora el dios que tenías siempre en tu falsa boca? ¿Dónde está ahora Himeneo prometido a una perenne 35 unión, que para mí era fiador y garante del matrimonio? / Me lo juraste por el mar, que es agitado todo él por vientos y olas, Piensa Filis que se podría oponer a su regreso a Tracia. Quizá ignora que Teseo ya no está en Atenas. 2 Río de Tracia. FILIS A DEMOFONTE por el que a menudo habías ido, por el que habrías de ir; y por tu abuelo! que serena los mares embravecidos por los vientos —si es que tal abuelo no es también una invención—; y por Venus, y por los dardos que han actuado demasiado en mí, / 40 unos dardos como flechas, otros como antorchas nupciales; y por Juno, que preside, favorable, el lecho conyugal, y por los sagrados misterios de la diosa que porta la antorcha?. Si de tan- tos dioses ofendidos cada uno de ellos venga su numen, para expiar las culpas tú solo no bastarás. 45 / Pero las destrozadas naves incluso, en mi locura, reparé, para que el barco con que me abandonarías fuera seguro; y te ofrecí los remeros con cuya ayuda te marcharías para huir de mí. ¡Ay, sufro heridas producidas por dardos propios! He con- fiado en tus suaves palabras, de las que tienes abundancia. / 50 He confiado en tu linaje y en tu alcurnia. He confiado en tus lágrimas. ¿Acaso éstas también han aprendido a fingir? ¿Tienen también ellas artimañas y fluyen como se les manda? Y tam- bién he confiado en los dioses. ¿De qué me valen tantas pren- das? Con cualquiera de ellas pude ser bien engañada. 55 / Y no me importa haberte auxiliado en mi puerto y en mi tierra. Debió esto haber sido el término de mis servicios. De haber completado torpemente la hospitalidad con el lecho con- yugal me arrepiento, y de haber unido tu cuerpo a mi cuerpo?. La que precedió a aquélla ojalá hubiera sido mi última / 60 noche, cuando yo, Filis, pude morir honesta. Esperé algo mejor l Neptuno. Teseo es considerado indiferentemente hijo de Egeo y de Neptuno, ya que Etra se unió a los dos el mismo día. 2 Ceres Eleusina era representada con una antorcha encendida en el fuego del Et- na, con la que se lanzó en busca de su hija Prosérpina, raptada por Plutón (cf. Himnro a Ceres 48; OviD., Met. V 442 y Fastos IV 49). 3 Que se refiere a la unión sexual se desprende del significado aquí erótico del término /atus. Cf. TIB. 18, 28: femori conseruisse femur. FILIS A DEMOFONTE porque pensé que lo había merecido. Toda esperanza que deri- va de un favor es justa. Engañar a una crédula muchacha no es gloria difícil de conseguir; mi ingenuidad fue digna de una re- 65 compensa. / He sido engañada, amante y mujer, por tus pa- labras. Hagan los dioses que ésta sea toda tu gloria. Que te erijan una estatua entre los descendientes de Egeo, en el centro de la ciudad; álcese tu padre glorioso con sus títu- 70 los!, Cuando se haya leído Escirón y el torvo Procrustes / y Sinis? y el ser mezcla de toro y hombre?, y Tebas vencida en la guerra, y los bimembresí echados por tierra y las violentadas mansiones sin luz del tenebroso dios, con este título después de ellos sea grabada tu imagen: «Éste es quien dolosamente en- gañó a su amante huésped». 75 / De ese sinfín de gestas y hazañas de tu padre, sólo ha quedado en tu ingenio el abandono de la cretenseé; lo que él sólo excusa, sólo admiras en él; representas al heredero de la fa- lacia paterna. Ella (y no la envidio) disfruta de mejor marido”; 80 / y sobre embridados tigres se sienta. Por el contrario los des- deñados tracios rechazan mi matrimonio, porque está en boca de todos que yo he puesto por delante de los míos a un extran- jero. Y hay quien dice: «Que se vaya ahora a la docta Atenas; * En la doble acepción de «títulos de gloria» y de inscripciones laudatorias que se ponían al pie de las estatuas. 2 Tres malhechores a los que Teseo dio muerte en su primer viaje a Trecén. 2 El Minotauro. 4 Los Centauros. ? Plutón es miger como sus mansiones, «violentadas» por Teseo y Pirítoo en su viaje a los infiernos. 6 Ariadna. El dios Baco. FILIS A DEMOFONTE 85 habrá otro que gobierne la belicosa Tracia. El fin / juzga lo hecho». Carezca de éxito, pido, todo el que piensa que los hechos deben estimarse según el resultado!. Pues, si nuestros mares blanquearen de espuma gracias a tus remos, se dirá en- tonces que he velado por mí, que he velado por los míos. Pero 90 ni yo he velado por nadie ni mi reino te inquieta, / ni lavarás tus agotados miembros en el agua bistonia?. Está clavada en mis ojos aquella imagen de tu partida, cuando la nave dispuesta a marchar hendía mi puerto. Tuviste la osadía de abrazarme y, arrojado al cuello de tu amante, dar- 95 me apretados y prolongados besos, / y confundir con tus lágri- mas mis lágrimas, y quejarte de que la brisa fuera favorable a tus velas, y decir, al separarte de mí con estas últimas palabras: «Filis, espera a tu Demofonte». ¿Que te espere a ti, que te marchaste para no verme jamás? 100 / ¿Que espere unas velas negadas a mi piélago? Y, sin embar- go, sigo esperando?. Vuelve, aunque tarde, a tu amante; que hayas sólo en el tiempo faltado a tu promesa. ¿Qué pido, infeliz de mí? Ya te tiene otra esposa y quizá 105 Amor que no me fue nada propicio. / Desde que desaparecí de tu vista, pienso que a ninguna Filis conociste. Ay de mí, si quién es Filis y de dónde preguntas, yo que a ti, Demofonte, zarandeado de un lado a otro en un dilatado vagar, los puertos tracios y mi hospitalidad dí, a ti cuyas riquezas las mías hicieron euentus debe interpretarse igual que rotanmda, negativamente. 2 De Tracia. Bistón, hijo de Marte y Calírroe, es el héroe epónimo de una región y ciudad de Tracia. 3 HiGINO, fab. LIX, dice que al no venir en el día fijado nueve veces corrió a la ribera, que por esto se llama en griego "Evvéa "Odoí. FILIS A DEMOFONTE 110 crecer, a ti a quien, indigente, yo, rica, / muchos regalos di, y muchos más te daría; yo, que te sometí los extensos reinos de Licurgo!, apenas aptos para ser gobernados con el título de mujer, en donde el Ródope glacial se extiende hasta el umbro- so Hemo y el sagrado Hebro devuelve las aguas que ha admiti- 115 do; / tú, a quien fue inmolada mi virginidad bajo siniestros auspicios, y mi casto ceñidor desatado por engañosa mano. Tisífone, presidiendo el himeneo?, lanzó alaridos fúnebres en aquellas bodas y una ave solitaria 3 entonó un canto triste. Estu- vo presente Álecto, adornada de un collar de cortas% culebras, 120 / y fueron agitadas las luces3 por sepulcral antorcha. Sin embargo, desconsolada, recorro escollos y riberas llenas de matorrales desde donde es accesible a mis ojos el ancho mar. Ora si se dilata? la tierra durante el día o si lucen las frías es- 125 trellas, miro a ver qué viento mueve el piélago, / y todas las velas que he visto viniendo de lejos auguro inmediatamente que son mis dioses”. Corro hacia el mar, deteniéndome apenas las ondas, hasta donde la móvil llanura alarga sus primeras olas. 130 Cuanto más se acercan menos y menos me tengo en mí; / me desmayo y, sosteniéndome mis esclavas, caigo. | Los reinos de su padre. + En lugar de Juno, que era la proruba por excelencia. 3 En el sentido de «siniestra». Puede ser un ave nocturna, por ejemplo, el búho, que vuela en solitario (cf. Mez. VI 432). 4 Las serpientes cortas, como es sabido, son las más venenosas (cf. HOR., Ep. 5, 15). % Agitando las antorchas para que su luz resplandeciese mejor. Quizá se aluda a que se han encendido en la antorcha de un sepulcro (cf. Mel. VI 428-432). 6 Tópico. La primavera, verano o el sol en general, durante el día, dilatan la tierra, mientras que el frío de la noche (frías estrellas) la contrae. Las velas que le traen a su dios, que es Demofonte. 113] FILIS A DEMOFONTE Aquí hay un golfo levemente curvo en forma de hoz como un arco tensado; los extremos se alzan en escarpada mole. Des- de allí he pensado arrojar mi cuerpo a las aguas subyacentes; y 135 será así, puesto que persistes en engañarme. / Echada a tus ri- beras me lleven las olas y presénteme a tus ojos privada de se- pultura. Aunque superes en dureza al hierro y al diamante y a ti mismo, dirás: «Filis, no debiste seguirme así». 140 A menudo tengo sed de venenos, a menudo / morir de muerte violenta, traspasada por la espada, me agrada; rodear con un lazo mi cuello me agrada también, porque se ofreció a que lo abrazaran tus traidores brazos. Está decidido redimir mi tierno pudor con prematura muerte. En la elección del fin poca 145 dilación habrá. / Estarás grabado en mi sepulcro, como odioso responsable. Por ésta o semejante inscripción serás conocido: «A Filis que le amaba su huésped Demofonte entregó a la muerte; él ofreció la causa de su morir, ella su mano». ¡00 BRISEIDA A AQUILES Llega de Briseida, a ti robada, la carta que lees, apenas re- conocible como griega por ser mi mano extranjera. Los botrones que verás los hicieron mis lágrimas; pero también las lágrimas tienen el peso de la palabra. / Si me está permitido quejarme un poco de ti, dueño y esposo, me quejaré un poco de mi dueño y esposo. No es culpa tuya el haber sido entregada de inmediato a las exigen- cias de un rey!, aunque también es tu culpa. En efecto, tan 10 pronto como Euríbates y Taltibio me reclamaron, / a Euríbates y Taltibio se me entregó como compañera. Dirigiendo la mira- da el uno al rostro del otro se preguntaban en silencio dónde estaba nuestro amor. Pude ser retenida; un aplazamiento a mi dolor hubiese sido grato. ¡Ay de mí!, al alejarme no te dí beso 15 alguno. Ahora bien, / lloré sin fin y arranqué mis cabellos. ¡Infeliz!, me pareció que de nuevo me hacían prisionera. Muchas veces quise, burlada la guardia, volver; pero el ene- migo, por sentirme cohibida, me podía sorprender. Si me mar- l Agamenón. BRISEIDA A AQUILES 20 chaba de noche, temía ser apresada / y destinada a servir a una cualquiera de las nueras de Príamo. Pero fui entregada porque debí serlo. Después de tantas no- ches! sigo lejos, y no se me reclama. No haces nada y tu ira es lenta. El mismo Menecíada?, en el momento en que se me cedía, me dijo al oído: «¿Por qué lloras? Estarás aquí dentro de 25 poco». ¡No haberme reclamado es «poco»! / Te obstinas, Aquiles, en que no sea devuelta. ¡Ve ahora y ten fama de apa- sionado amante! A ti fueron los hijos de Telamón y Amíntor3, uno más cer- cano a ti por el grado de consanguinidad, el otro compañero tuyo, y el hijo de Laertes, acompañada por los cuales podría 30 volver yo. / Las dulces palabras hicieron más valiosos los gran- des presentes%, veinte brillantes aguamaniles de bien trabajado bronce y siete trípodes semejantes en peso y arte; se añadieron a ellos diez talentos de oro, doce caballos acostumbrados a ven- 35 cer siempre / y, lo que es superfluo, unas jóvenes de Lesbos, de belleza notable, cuerpos prisioneros al ser destruida su ciudad. Y con tantos regalos (pero no necesitas tú esposa), como espo- sa, una de las tres hijas de Agamenón. 40 / ¿Te niegas a aceptar lo que debías haber dado si me hu- bieras tenido que rescatar del Atrida por un «precio»? ¿Por qué culpa he merecido llegar a ser para ti de tan poco valor, Aquiles? ¿A dónde ha huido, al alejarse tan pronto de mí, el Con moctibus en vez de diebus intenta evocar su amor. A Patroclo, Ayax y Fénix. ia El pasaje que enumera los presentes procede directamente de l/. IX 264-273. de BRISEIDA A AQUILES ligero Amor? ¿Será que a los desgraciados los acosa tenazmente una fortuna triste y no llega una hora más propicia a mis proyec- 45 tos? / Destruidas por tu Marte vi las murallas Lirnesias (y había sido yo una parte no pequeña de mi patria); vi caer a mis tres hermanos!, consortes por igual de nacimiento y muerte (de los tres era madre la que para mí); vi a mi marido? tendido, cuan 50 grande era, agitando en la enrojecida tierra su sangrante pecho. Sin embargo, contigo, el único, compensé tantas pérdidas. Tú eras para mí dueño, tú esposo, tú hermano; tú, jurando por los númenes de tu marina madre?, solías decir que ser cautivada 55 había sido bueno para mí; / sin duda para ser desdeñada aun- que venga con dote*, y conmigo rechazar las riquezas que se te ofrecen. Y es más; se dice que, al brillar la Aurora de mañana, entre- garás las velas de lino a los nubíferos Notos. Cuando esta terrible noticia ha llegado, desgraciada de mí, a mis temerosos oídos, / 60 mi pecho se ha quedado sin sangre y sin aliento. ¡Te irás! ¿y a quién, ay de mí, me dejas, iracundo? ¿Quién será el suave alivio de mi soledad? ¡Que me trague, suplico, una súbita fisura de la 65 tierra, o el rojo fuego de un rayo lanzado me queme, / antes de que sin mí blanqueen de espuma por los remos ftíos los mares, y vea abandonada tus naves marchar! l No conocemos los nombres de los hermanos ni de la madre de Briseida. El nú- mero de tres, la madre común y el recuerdo de sus seres queridos asesinados proceden de 1/. XIX 291-294, aunque el contexto es distinto. En Homero, Briseida dice esto ante el cadáver de Patroclo. * Puede tratarse de Mines, al que dio muerte Aquiles. Véase 1/. II 689 s. En XIX 291 habla concretamente de la muerte de su esposo, sin nombrarlo, y de la toma de la ciudad del divino Mines. 3 Tetis. 4 También aquí sigue Ovidio la versión homérica de !/. XIX 272-276. Si vuelve Aquiles a la lucha, Agamenón le ofrecerá, dice la embajada, todos estos presentes, y le jurará que nunca ha subido al lecho de Briseida. BRISEIDA A AQUILES Sí a tí ya te agrada el regreso y los patrios penates, no soy yo una carga pesada para tu flota; al vencedor como cautiva se- 70 guiré, no como esposa al marido: / tengo apropiadas manos para cardar la lana. Una esposa, la más bella con mucho entre las mujeres aqueas, irá, y que vaya deseo, a tu tálamo, nuera digna de un suegro* nieto de Júpiter y Egina, y de quien el an- 75 ciano Nereo? querría ser abuelo. / Yo, humilde y sierva tuya, hilaré la lana que a diario me entreguen y mis hebras vaciarán los husos repletos. Que no me maltrate, suplico, tu esposa, que no será justa conmigo en no sé qué modo; no soportes que en 80 tu presencia corten mis cabellos; / di con agrado «ésta también fue mía», o, mejor, súfrelo con tal que no me desdeñes y me dejes aquí. Este temor me ha sacudido, triste de mí, los huesos. ¿Qué esperas, pues? Agamenón se arrepiente de su ira y ya- 85 ce ante tus pies, dolorida, Grecia. / ¡Domina tu soberbia y tu ira tú, que dominas lo demás! ¿Por qué el valiente Héctor causa destrozos a las tropas dánaas? Toma las armas, Eácida, pe- ro recíbeme antes a mí; y aplasta a unos hombres alborotados por un Marte favorable. Por mí se suscitó, por mí cese tu ira. / 90 ¡Sea yo causa y fin de tu tristeza! Y no consideres vergonzoso l Peleo, padre de Aquiles. 2 Padre de Tetis. BRISEIDA A AQUILES para ti sucumbir a mis súplicas: el hijo de Eneo! volvió a las ar- mas por la súplica de su esposa?. Esto lo sé yo de oídas, tú lo sabes bien: privada de sus hermanos, maldijo la madre? la es- peranza que tenía en su hijo y su misma vida. Había guerra: / 95 él, enfurecido, depuso las armas y se apartó de ella, y a su patria con corazón inflexible negó toda ayuda. Su esposa, la única, convenció al marido. ¡Feliz ella! Pero mis palabras caen sin peso alguno. Y, sin embargo, ni 100 me indigno, ni me conduje como esposa, / llamada muy a me- nudo, como sierva, al lecho del señor. A mí, recuerdo, cierta esclava me llamaba «señora». Le dije: «Añades a la esclavitud la carga de un título». Mas, por los huesos de mi marido mal cu- biertos.en precipitada sepultura, huesos a los que mi pensa- 105 miento debe respetar, / y por las almas valientes de mis tres hermanos, númenes míos, que felizmente yacen por la patria y con la patria, y por tu vida y la mía que unimos en una, y por tus espadas, dardos conocidos para los míos, juro que el Mice- 110 neo% no ha compartido nunca el lecho conmigo: / abandóna- me si te he sido infiel. Si ahora te dijera: «Tú, el más valiente, jura también que sin mí no has conseguido placer alguno», oja- lá pudieras decir que no. 1 Meleagro, hijo de Eneo y Altea. 2 Cleopatra. Higino la llama Alcíone. 3 Ovidio sigue la versión homética (1/, IX 529-599). Al terminar la cacería del jabalí de Calidón hubo una disputa entre los Curetes, súbditos de Testio (entre los que se encontraban los hermanos de Altea), y los Calidonios por la posesión de la piel del animal. Meleagro lucha junto a los calidonios y mata, entre otros, a los hermanos de su madre. Ésta lo maldice. Hay otra versión distinta a la homérica que hace mención de un tizón ligado a la suerte de Meleagro, de manera que éste moriría cuando se consu- miera, lo que sabía únicamente la madre; enterada ésta de la muerte de sus hermanos, lo dejó arder. 4 Agamenón. BRISEIDA A AQUILES Los Dánaos, empero, piensan que estás triste. Tú haces sonar 115 el plectro; te acoge en tibio seno una dulce amiga!. f/ Si al- guien pregunta por qué te niegas a luchar, la lucha hace daño; las cítaras, la noche y Venus son gratas. Es más seguro yacer en un lecho, poseer a una muchacha, pulsar con los dedos la lira tracia?, que sostener en las manos el escudo, el asta de afilada 120 punta, / y sobre la cabellera aplastada el casco. Pero a ti más que la seguridad agradaban los hechos insignes y era dulce la gloria conseguida en la lucha. ¿Acaso sólo mientras querías esclavizarme librabas fieros combates, y ahora con mi patria ya- ce vencida tu gloria? 125 / ¡Los dioses lo quieran mejor? y, blandida por tu robusto brazo, ruego, la lanza del Pelio% atraviese el costado de Héctor! Enviadme a mí, Dánaos; mensajera vuestra, rogaré a mi señor y lo colmaré de besos que sazonen vuestros encargos. Más yo que 130 Fénix, más que el elocuente Ulises, //más yo que el hermano de Teucro*, creedme, conseguiré. Algo logra acariciar un cuello con acostumbrados brazos y excitar unos ojos con el seno desnudoó. Aunque seas cruel y más feroz que las ondas de tu madre”, aunque calle, te convencerán mis lágrimas. 1 Briseida no nombra a la lesbia Diomede, hija de Forbante, con quien estaba Aquiles cuando llegaton los legados de Agamenón, cf. 1/ IX 664-665. 2 O hemonia, de nueve cuerdas, como el número de las Musas. En recuerdo de Orfeo, tracio, que la había recibido de Apolo como regalo, o la había inventado. 3 Fórmula elíptica (di melius uelint). 4 Lanza pesada y de grandes dimensiones que sólo Aquiles podía manejar. Había sido cortada de un fresno de la cumbre del monte Pelio y regalada por el centauro Quirón a Peleo en ocasión de su boda, cf. [Y XVI 140-144. 5 Áyax. 6 «Presente» a los ojos de Aquiles. He preferido el ablativo al acusativo praesen- tisque, que iría con oculos. 7 Es decir, que el mar. Tópico. BRISEIDA A AQUILES 135 / Ahora también (así Peleo, tu padre, colme sus años, así Pirro* bajo tus auspicios vaya a la guerra), vuelve tu mirada a la solícita Briseida, valiente Aquiles, y no consumas, hombre inhumano, a una desgraciada con tan larga tardanza. O si tu amor ha llegado a cansarse de mí, a la que sin ti 140 obligas a vivir, / oblígala a morir. Puesto que lo haces, me obligarás: se ha marchado el color de mi cuerpo. Sostiene a éste sólo la esperanza de tu aliento. Si se me aleja de él, buscaré a mis hermanos y a mi esposo. Y no será para ti una hazaña 145 brillante haber ordenado morir a una mujer. / Mas, ¿por qué lo vas a ordenar? Desenvaina la espada y busca mi cuerpo. Me queda sangre que pueda salir del pecho traspasado. Alcánceme aquella espada tuya que, si la diosa? lo hubiese permitido, te- nía que haber ido contra el pecho del Atrida. 150 Pero ojalá salves, mejor, mi vida, botín tuyo. / Lo que* ha- bías concedido vencedor al enemigo lo pido como amiga. Á quienes podrías destruir mejor te los ofrece Pérgamo la Nep- tunia%. Reclama del enemigo la ocasión de matar. En cuanto a mí, ya si te dispones a empujar la flota con remeros, ya si per- maneces, con el derecho del señor ordena que vuelva. 1 Hijo de Aquiles. 2 Minerva, que, por orden de Juno, detuvo a Aquiles cuando estaba a punto de vengarse de Agamenón, cf. 1/, 1 195 ss. En Homero sólo Aquiles ve a la diosa, por lo que Ovidio ha podido imaginar que Aquiles se lo contase a Briseida. 7 La vida de Briseida que Aquiles, vencedor, le había concedido al perdonársela. 4 Alusión a la construcción de las murallas de Troya. En Her. 1 67 destaca la par- ticipación de Apolo, mientras que aquí la de Neptuno. IV FEDRA A HIPÓLITO La salud que no tendrá si tú no se la dieres la envía la mu- chacha cretense' al amazonio?. Lee de principio a fin todo lo que aquí hay. ¿Qué daño podrá hacer la lectura de una carta? Puede haber también aquí algo agradable. / En este tipo de notas se llevan por mar y tierra los secretos. El enemigo exami- na las notas recibidas de un enemigo. Tres veces intenté hablar contigo, tres veces, incapaz, mi lengua se entumeció, tres veces se detuvo el sonido en el borde 10 de los labios. / Mientras está permitido y es fácil, el pudor ha de sazonar el amor. Lo que me dio vergiienza decir me lo ha mandado poner por escrito Amor. Cuanto Amor ha mandado es arriesgado desobedecerlo. Reina él e incluso ejerce sus dere- chos sobre los poderosos dioses. Él, cuando en un primer mo- mento yo vacilaba en escribir, me dijo: «Escribe, aquel corazón de hierro ofrecerá vencidas sus manos». 15 / Que me asista y que, como abrasa con su devorador fuego mis entrañas, así vuelva con sus dardos3 tu ánimo a mis deseos. No romperé yo con mi lascivia la alianza de unos esposos; mi fama, me gustaría que lo preguntaras, está libre de mancha. 1 Fedra. Con puella designan los poetas lo mismo a las casadas que a las solteras. 2 Hipólito. 3 figat (v. 16) implica el resultado de la acción. Al clavarse los dardos del amor en el corazón de Hipólito, él accederá a los ruegos de Fedra. FEDRA A HIPÓLITO 20 Ha llegado un amor más fuerte cuanto más tardío. / Ardo por dentro, ardo y mi pecho guarda una herida invisible. Es claro que a los tiernos novillos les molesta la primera yugada y apenas tolera el freno el caballo recién cogido de la manada; así mal y apenas soporta un pecho inexperto los primeros amores, 25 y esta carga no se acomoda bien a mi ánimo. / Llega a ser un arte cuando lo ilícito se aprende desde los tiernos años; la que llega al amor pasado su tiempo ama peor. Tú recogerás la nue- va Ofrenda de mi fama aún conservada, y juntos tú y yo sere- mos culpables. Es un gran placer coger una manzana de las ramas cargadas 30 / y elegir con delicados dedos la primera rosa. Aunque el pri- mer candor gracias al que viví sin oprobio fuera marcado por es- ta insólita mancha, al menos ha resultado bien, porque me con- sumo en un amor digno. Más que el adulterio daña un adúltero 35 torpe. / Si a mí me concediera Juno a su hermano y esposo, me parece que a Hipólito pondría por delante de Júpiter. Ahora, apenas lo creerás, incluso me he mudado a descono- cidas artes. Siento el impulso de caminar por en medio de las fieras salvajes. Ya es para mí la primera la diosa insigne por su curvado arco, la Delia!. / A tu juicio me someto yo. Me agra- da ir al bosque y contra los ciervos atrapados en las redes esti- 1 Diana. FEDRA A HIPÓLITO mular a los veloces perros por lo alto de los montes, o hacer vibrar con distendido brazo el tembloroso venablo o recostar mi cuerpo sobre un suelo cubierto de hierba. 45 / A menudo me agrada hacer girar en el polvo los rápidos carros, torciendo con las bridas la cara del veloz caballo. Ora me conduzco como las Eleleides!, poseídas por el furor de Baco, y como las que hacen sonar los tímpanos en las laderas del monte Ida?, o como aquellas a las que las semidivinas Dríades y los 50 Faunos bicornes / dejaron aturdidas tocadas por su numen?. Pues bien, todo esto me lo cuentan cuando aquel furor re- mite. En mis silencios me reconcome el remordimiento de este amor. Acaso debería atribuir yo este amor al sino de mi estirpe y 35 acaso Venus exija su tributo de toda mi raza1*. / Júpiter amó a Europa (ella es el origen primero de mi estirpe) disimulándose bajo toro el dios; Pasífae, mi madre, entregándose al toro al que engañaba, parió de su vientre el peso de su adulterio. El 60 pérfido hijo de Egeo, siguiendo el hilo que le guiaba, / huyó de la laberíntica morada con la ayuda de mi hermana. Y he aquí que ahora yo, para no parecer menos hija de Minos, me expongo, la última de mi familia, a las leyes comunes. 1 Las Bacantes. 2 Tímpanos o tambores, flautas, platillos, cuernos, se hacen sonar en las fiestas dedicadas a la diosa Cíbele, a la que se rendía culto, entre otros montes, en el Ida, cer- cano a Troya, en unas fiestas semejantes o casi asimiladas a las báquicas. El uso de quae (v. 48) responde a que los sacerdotes de Cíbele o «Galos» no sólo se castraban en recuerdo de Atis (cf. CATULO, LXIII 34, que los llama Galae), sino también se vestían con ropas femeninas, cf. OvIDIO, Fastos IV 263 ss. 2 Cf. Eur., Hip. 141. Una tradición popular decía que enloquecía el que veía la imagen de estos seres (Dríades y Faunos). Los latinos los llamaban Lymphatict, en griego Nuupolírtor (cf. Festo s.2.). 4 Raza descendiente del Sol en la que Venus se vengaba de que éste la hubiese sorprendido en adulterio con el dios Marte. (24] FEDRA A HIPÓLITO Esto también es obra del destino. Una sola casa nos agradó a los dos. A mí tu belleza me cautiva, cautivada fue por tu 65 padre mi hermana. / El hijo de Teseo y Teseo se han apodera- do de las dos hermanas. Levantad dos trofeos a expensas de nuestra casa. En el tiempo en que la Eleusis de Ceres me acogió —quisie- ra que la tierra de Cnoso me hubiera retenido allí—, entonces 70 me agradabas de manera especial, y antes también. / Un ar- diente amor se fijó en la médula de mis huesos. Blanco era tu vestido, tus cabellos ceñidos de flores, un pudoroso rubor había encendido tus sonrosadas mejillas, y el rostro que otras consi- deran rígido y violento a juicio de Fedra, en vez de rígido, era 75 fuerte. / Estén lejos de mí los jóvenes compuestos como mujer; la belleza varonil gusta de cuidarse poco. Á ti te conviene esa dureza tuya y unos cabellos dispuestos sin arte, y el ligero polvo en tu egregio rostro. Si haces girar el cuello reluctante de un indómito caballo, 80 / me admiro de que en círculo tan pequeño den la vuelta sus pezuñas; si disparas, balanceándolo con tu fuerte brazo, el fle- xible dardo, tu intrépido brazo tiene vuelto hacia él mi rostro, y si sostienes los córneos venablos de ancha punta de hierro?, y, en fin, todo lo que haces agrada a mis ojos. 85 // Pero deja ya tu dureza en los bosques montuosos; no soy digna de morir por tu modo de ser?. ¿Por qué te agrada ejercer ! Tópicos. Cf. OviD., Met. VI 225, VIN 25; Corp. Tibull. 1 9, 7-12; VIRG., Georg. 'll 191 s. 2 Con materia (v. 86) alude a la dureza y crueldad de Hipólito. (25] FEDRA A HIPÓLITO los oficios de Diana, la ceñida !, y haber arrebatado a Venus su parte debida? Lo que carece a su vez de descanso no puede du- 90 rar. // El repara las fuerzas y da nuevo vigor a los miembros cansados. El arco (y deben servirte de ejemplo las armas de tu Diana) si no cesas de tensarlo perderá su elasticidad. Ilustre era Céfalo en las selvas, y muchas fieras heridas por 95 él habían caído en la hierba. / Sin embargo, no se ofrecía de mal grado a ser amado por la Aurora. La diosa iba junto a él sabiendo qué hacía? al dejar a su ya no joven esposo. Á menu- do, al amparo de las encinas, a Venus y al hijo de Cíniras?, a los dos, sostuvo recostados toda hierba. Se inflamó el hijo de 100 Eneo4 por el amor de la menalia Atalanta. / Ella posee el des- pojo de la fiera* como prenda de amor. Que se nos incluya por primera vez a nosotros en ese número. Si rechazas a Venus, tu bosque sigue siendo rústico. Yo misma te haré compañía y no me asustarán las rocas latebrosas, ni temeré al jabalí de oblicuo diente. 105 / Dos mares baten con sus olas el Istmo, y la estrecha fran- ja de tierra oye uno y otro mar. Aquí contigo habitaré Trecén, reino de Piteoé; ya ahora es más querida ella que mi patria. Está ausente y lo estará durante mucho tiempo el héroe Nep- 110 tunio?; le retiene la tierra de su amado Pirítoo8. / Ha puesto Incinctae (v. 87), signo de su castidad, aunque podría entenderse como sinóni- mo de succinciae, epíteto de Diana (cf. Mez. UI 156 y X 536), «la de corto vestido». 2 Era sapiens (v. 96) porque prefería unirse a un joven antes que a su anciano es- poso Titono, hijo de Laomedonte y hermano de Príamo, para quien la diosa había con- seguido la inmortalidad pero no la eterna juventud, viviendo una tristísima vejez. Adonis. 4 Meleagro. 7 El jabalí de Calidón. 6 Bisabuelo de Hipólito. Teseo. Tesalia. FEDRA A HIPÓLITO Teseo, a no ser que neguemos la evidecia, a Pirítoo por delante de Fedra y a Pirítoo por delante de ti. Y no es ésta la única in- juria que nos ha venido de él: en grandes cosas hemos sido he- ridos tú y yo. 115 // Los huesos de mi hermano !, quebrantados por su clava de tres nudos, los esparció en tierra; mi hermana? fue dejada a las fieras como presa. La primera por su valor entre las mujeres, por- tadora de hacha?, te parió, madre digna del vigor del hijo; sí se pregunta donde está, Teseo atravesó su costado con la espada. 120 / Ni con una garantía tal tu madre estuvo segura. Ni siquiera como esposa fue recibida por la tea conyugal. ¿Para qué, sino pa- ra que, hijo ilegítimo, no heredases el reino paterno? De mí te dio unos hermanos. De todos ellos, sin embargo, no yo sino él 125 fue el responsable de su legitimación'. / ¡Oh! ¡Ojalá mis entra- ñas que te perjudicarían a ti, el más hermoso del mundo, se hu- bieran desgarrado en medio de los esfuerzos del parto! Ve ahora y honra el lecho de tu dignísimo padre, lecho del que huye y abandona con sus acciones él. Y no porque parezca 150 una madrastra que va a unirse con su hijastro / atemoricen tu es- píritu nombres vanos”. Esta clase de afecto, que habría de morir al pasar de los siglos, existió en la antigúedad, cuando Saturno 1” El Minotauro. Artadna. 3 Se refiere a la reina de las Amazonas, madre de Hipólito (Melanipe, Antíope o Hipólita). 3 Como rxotbhus suele aparecer Hipólito sobre todo en Eurípides, aunque en otros autores se le considera hijo legítimo. 5 Acamante y Demofonte. 6 Como se sabe, los griegos y romanos tenían la potestad sobre sus hijos, al na- cer, de educarlos, exponerlos o incluso matarlos. Nacido un niño, se ponía en el suelo delante de su padre; si quería educarlo, lo levantaba del suelo y, cogiéndolo en sus brazos, hacía pública su legitimidad; si no, lo dejaba en el suelo, * Los de adulterio, incesto, etc. FEDRA A HIPÓLITO poseía rústicos reinos. Júpiter dispuso que era pío todo lo que agradara y la hermana casada con el hermano hace que todo sea lícito, 135 /' Aquel lazo de sangre se refuerza con una firme cadena a la que la misma Venus ha colocado sus nudos. No es difícil mantenerlo oculto; es conveniente. Pídele esta gracia a ella?. Bajo el nombre de familia podrá mantenerse encubierta la fal- 140 ta. Verá los abrazos alguien y se nos alabará a ambos; / seré celebrada como madrastra afectuosa para su hijastro. No ten- drás que abrir en medio de las tinieblas las puertas de un mari- do temible, ni tendrás que burlar a guardián alguno. Como una sola casa nos ha albergado a los dos, una sola casa nos al- bergará; besos en público me dabas, besos en público me da- 145 rás; / seguro estarás conmigo y una alabanza merecerás por tu falta, aunque tú seas descubierto en mi lecho, Deja ya las demoras y únete a mí rápidamente por medio de una alianza. Amor que ahora se ensaña conmigo, sea para ti benévolo. No desdeño yo rogar suplicante y humilde. ¡Ah! / 150 ¿Dónde están ahora mi orgullo y mis altivas palabras? Yacen por el suelo. De poder resistir durante mucho tiempo y de no sucumbir a la culpa estuve segura, si el amor tuviese algo de se- guridad. Vencida, suplico y extiendo mis brazos de reina a tus rodi- 155 llas. Lo que es decente no lo ve amante alguno. / Ya no siento vergiienza y el pudor al marcharse ha abandonado sus signos. Perdona mi confesión y tu rígido corazón doblega. 1 ¿la puede ser Venus o referirse a «madrastra», es decir, a Fedra. FEDRA A HIPÓLITO Aunque sea mi padre Minos, que domina los mares!, aun- que vengan los oblicuos rayos de la mano de mi bisabuelo?, aunque sea mi abuelo?, ceñida su frente de una corona de ra- 160 yos de luz sutiles, / el que empuja en carro purpúreo el tibio día, mi nobleza bajo el amor yace. Ten piedad de mis antepa- sados y, si mo quieres ser indulgente conmigo, sé indulgente con los míos. Tengo una tierra como dote, isla de Júpiter, Cre- ta; sirva a mi Hipólito mi reino todo. 165 / Doblega, fiero, tu corazón. Pudo vencer a un toro mi madre. ¿Serás más cruel tú que el terrible toro? Por Venus que está conmigo siempre te lo suplico, sé indulgente. Así jamás ames a quien te pueda despreciar. Así te asista la rápida diosa * 170 en sus secretos montes, / y la profunda selva te ofrezca fieras que abatir; así te favorezcan los Sátiros y Panes, divinidades montaraces, y caiga el jabalí traspasado por tu jabalina hostil. Así te ofrezcan las Ninfas, aunque esté en boca de todos que tú odias a las muchachas, el agua que alivie tu sed ardiente. 175 / Añado a estas súplicas, además, las lágrimas. Tú lees las palabras de mi súplica; imagina también ver mis lágrimas. 1 Cf. TucipiDES, 1 4. Júpiter. «Bisabuelo» debe entenderse como «antepasado». ba 3 El Sol, Pasífae era su hija. Diana. mb V ENONE A PARIS [La ninfa a su Paris, aunque rechace ser suyo, desde las cumbres del Ida envía unas palabras que debe leer.] ¿Las lees? ¿O lo prohíbe la nueva esposa?!. Léelas; no es una carta escrita por mano micenea. Enone, ninfa de una fuente, famosísima- en los bosques de Frigia, traicionada, me quejo de ti, mío, si te puedo llamar así. / ¿Qué dios ha puesto sus designios en contra de mis deseos? ¿Qué delito me impide seguir siendo tuya? Con resignación de- be soportarse lo que se sufre justamente. El castigo que viene sin merecerse, doliendo viene. No eras tú tan importante cuando satisfecha estuve de que 10 fueses mi marido, / ninfa yo macida de un ilustre río. El que ahora un Priámida (dicha sea la verdad sin respeto), siervo eras?; a casarme con un siervo, ninfa yo, me resigné. A menudo en medio de los rebaños descansamos a la som- bra de un árbol, y mezclada con las hojas nos ofreció la hierba 15 un lecho. / A menudo acostados sobre lecho de paja y encima del heno descubrimos 3 blanca escarcha en nuestra humilde cho- 1 Helena. 2 Paris desconocía ser hijo de Príamo cuando vivía en el Ida y amaba a Enone. 3 He preferido la lectura depremsa a la conjetura defersa porque el texto se en- tiende: al despertar «observarían» la escarcha aunque ellos estuvieran protegidos dentro de la choza. (30) ENONE A PARIS za. ¿Quién te mostraba los bosques idóneos para cazar, y en qué gruta podía ocultar la fiera a sus cachorros? Convertida en tu compañera, a menudo tendí las movibles redes de mallas y a 20 menudo conduje por los espaciosos montes los veloces perros. Incisas por ti conservan mi mombre las hayas y Enone soy leída grabada por tu cuchillo. Y cuanto los troncos, tanto crece 25 mi nombre. Creced y alzaos apropiados a mis títulos. / Hay un álamo, me acuerdo, plantado a la orilla del río, en el que hay escritas unas letras que me recuerdan. Vive, te lo ruego, álamo que, plantado en el margen de la ribera, conservas inscripción tal! en tu rugosa corteza: Cuando Paris pueda respirar, abandonada Enone, 30 tornará el agua del Janto? hacia su fuente. Janto, corre hacia atrás y, dando la vuelta, retroceded, aguas: se atreve Paris a abandonar a Enone. Aquel día sentenció mi destino, ¡ay de mí!; desde entonces 35 comenzó el detestable invierno de un mudado amor, / cuando Venus y Juno y Minerva, más hermosa revestida de armadura, se sometieron desnudas a tu dictamen3, Atónito palpitó mi pe- cho y un temblor frío se introdujo cuando me lo dijiste en lo más impenetrable de mis huesos. Consulté (pues tenía mucho l Costumbre atestiguada en Teócrito, cf. 14. XVII 48. 2 O Escamandro, tío de la Tróade que nace en el monte Ida. Actualmente Men- deres. 3 Cf. Her. XVI 57-72. ENONE A PARIS 40 miedo) a ancianas / y ancianos cargados de años. Coincidieron en que era funesto. El abeto se tala, se seccionan las maderas y, una vez dispuesta la flota, la cerúlea onda acoge las naves im- pregnadas de cera. Lloraste al marchar: esto al menos no lo niegues. El amor 45 de ahora es más vergonzoso que el pasado!. / Lloraste y viste llorosos mis ojos. Y, profundamente abatidos, uno y otro mez- clamos nuestras lágrimas. No es abrazado tan estrechamente el olmo por las vides plantadas junto a él como tus brazos se anu- daron a mi cuello. ¡Ah, cuántas veces cuando te quejabas de 50 que eras retenido por el viento, / rieron tus compañeros!; el viento era favorable. ¡Cuántas veces, reclamada de nuevo, me diste reiterados besos! ¡Con qué dificultad tu lengua fue capaz de decir «adiós»! Una suave brisa hincha las velas que penden del rígido mástil y, removida por los remos, blanquea de espu- ma el agua. 3) Mientras puedo / sigo a lo lejos, infeliz, las velas que se alejan de mi vista, y la arena se humedece con mis lágrimas, y que vuelvas pronto pido a las verdes Nereidas: precisamente que vuelvas pronto para mi mal. Para otra ibas a volver y vol. 60 viste por mis súplicas. / ¡Ay de mí! En favor de una cruel rival he suplicado. Una mole que aquí hay contempla el inmenso abismo; era un monte; resiste el embate de las olas: desde aquí he reconoci- do la primera las velas de tu navío; sentí el impulso de lanzar- ! El amor que ahora siente hacia Helena le debería causar vergiienza; no su amor pasado hacia Enone. ENONE A PARIS 65 me a las olas. / Miestras me detengo, me deslumbró la púrpu- ra en lo alto de la proa. Me llené de temor; aquel atuendo no era el tuyo. Se va aproximando y toca tierra la mave gracias a la ligera brisa. Temblándome el corazón veo un rostro de mujer. No era esto 70 todo (¿por qué, si no, me detenía, fuera de mí?). / No se des- pegaba de tu seno tu desvergonzada amante. Entonces desgarré mi túnica y golpeé mi pecho y arañé con uña inflexible mis hú- medas mejillas, y henchí el sagrado Ida de melancólicos gemi- 75 dos. Allí, a mis queridas piedras! dediqué estas lágrimas. / Así Helena sufra y llore, abandonada por su esposo, y lo que me ha hecho padecer a mí antes lo soporte ella misma. Ahora te convienen las que pueden seguirte a través de los mares abiertos y abandonar a sus legítimos esposos. Pero cuando 380 eras pobre y conducías, pastor, los rebaños / ninguna sino Eno- ne era la esposa del pobre. No admiro yo las riquezas ni me impresiona tu reino, ni que me digan una de las muchas nueras de Príamo; con todo, Príamo no rechazaría ser el suegro de una 85 ninfa ni habría de menospreciarme Hécuba como nuera. / Dig- na soy y deseo llegar a ser esposa de un poderoso. Tengo unas | Para Enone quizá sólo queden piedras en el monte en que, cuando Paris la amaba, crecían los árboles, parte de los cuales fueron luego talados para construir la flota. El paisaje, paralelamente a los sentimientos, cambia a lo largo de la carta. Cf, ED- WARD M. BRADLEY, «Ovid Heroides V: Reality and Illusion», Tbe Classical Journal LXIV 1, pp. 158-162. ENONE A PARIS manos a las que puede convenir el cetro. Y no me desprecies porque yacía contigo a la sombra de un haya: más digna soy de un lecho de púrpura. Finalmente mi amor te ofrece seguridad: ninguna guerra 90 contra ti se prepara, // ni conduce la onda naves vengadoras. La fugitiva Tindáride! es reclamada por amenazadoras armas. En- soberbecida con esta clase de dote se dirige a tu tálamo. Pre- gunta a tu hermano Héctor o a Polidamante junto con Deífobo 95 si debes devolverla a los dánaos; / mira a ver qué te aconseja el prestigiado Anténor o el mismo Príamo, de quienes fue maes- tra una dilatada vida. Torpe principio poner por delante de la patria a una raptada. Tu causa es vergonzosa; el marido se alza en legítimas armas. Y no te prometas, si eres razonable, la fidelidad de la laco- 100 nia, / que se ha vuelto tan rápidamente a tu abrazo. Como el menor de los Atridas lamenta a gritos la alianza de un lecho deshonrado y se duele traicionado por un amor extranjero, tú también te lamentarás: con ningún artificio se puede reparar el 105 pudor lesionado; él muere de una vez. / Se inflama por tu amor. Así también amó a Menelao: y ahora yace en viudo le- cho, crédulo él. ¡Feliz Andrómaca, felizmente casada con un esposo fiel! Debiste tomarme como esposa a ejemplo de tu hermano. Tú eres más voluble que las hojas, cuando, ya secas sin el peso de 110 la savia, / vuelan movidas por el ligero viento. Y hay menos ' Helena. ENONE A PARIS peso en ti que en la punta de la espiga que, leve, quemada por los asiduos soles se endurece. Esto tu hermana! (sí, lo recuerdo) ya lo auguraba, profeti- 115 zando para mí, la cabellera suelta, de esta manera: / «¿Qué haces, Enone? ¿Por qué a la arena confías la semilla? Aras las riberas con unos bueyes que no te ayudarán. Viene una novilla griega que va a perderte a ti, a tu patria y a tu casa; ¡prohíbelo! Una novilla griega viene. Mientras sea posible, hun- 120 did en el ponto esa obscena nave. / ¡Ay, cuánta sangre frigia transporta!». Había dicho. En medio del éxtasis las criadas se la llevaron delirante. Pero mi rubia cabellera se me erizó. ¡Ay! Fuiste para mi desgracia una adivina verídica en demasía. ¡He aquí que la griega novilla es dueña de mis bosques! 125 / Aunque sea célebre por su belleza, es ciertamente una adúltera: cautivada por su huésped, traicionó a los dioses del matrimonio. A ella de su patria Teseo, sí no me equivoco de nombre, un tal Teseo la raptó antes. ¿Se puede creer que pot 130 un joven y apasionado fue devuelta virgen? / ¿Que de dónde he averiguado esto tan bien, preguntas? Amo. Es posible que lo llames «violencia» y encubras bajo ese nombre su falta, pero la que tantas veces fue raptada se ofreció ella misma a ser rap- tada. En cambio Enone permanece casta para un marido que la en- 135 gaña; y podía haberte egañado siguiendo tu ejemplo. / A mí los 1 Casandra. ENONE A PARIS ligeros Sátiros (en las selvas, escondida, me ocultaba) me persi- guieron, turba lasciva, en veloz carrera; y coronada su cabeza cornígera de agujas de pino, Fauno en los inmensos bosques por donde se eleva el Ida. El que fortificó Troya *, famoso por su lira, 140 me amó: / él tiene el trofeo de mi virginidad y esto también no sin lucha; pues arranqué con mis uñas sus cabellos y se puso ás- pero su rostro por mis dedos. No reclamé como pago del estupro perlas ni oro: vergonzosamente compran los regalos la castidad 145 de un cuerpo. // Él mismo, juzgándome digna, me enseñó el ar- te de la medicina, y confió sus dones a mis manos. Cualquier hierba capaz de curar y cualquier raíz que pueda sanar, en cual- quier parte del mundo en que nazcan, son mías. Desgraciada de mí, pues amor no se cura con hierbas. / 150 Conocedora de este arte, mí arte me abandona. El mismo in- ventor de la medicina se dice que apacentó las novillas féreas?, y ha sido herido por mi amor. Puedes tú ofrecerme el auxilio que no pueden la tierra, fecunda en producir hierbas, ni la di- 155 vinidad. / Tú puedes y yo lo he merecido: ten piedad de una muchacha digna. No aporto yo con los dánaos sangrientas armas; sino que soy tuya y contigo pasé mis jóvenes años. Y ser tuya lo que me queda de vida suplico. Apolo. 2 Igual que en Ars Azz. 11 239 ss., Ovidio sigue la versión calimaquea, Himno q Apolo 47-49, elaborada en TIBULO 11.3, según la cual fue por amor al rey Admeto, hijo de Feres, por lo que Apolo le sirvió como pastor en Feras (Tesalia). No se ajusta, pues, a la más general, según la cual Júpiter se lo impuso como castigo por haber matado a los Cíclopes, encolerizado Apolo porque el padre de los dioses había fulminado a Escu- lapio, su hijo. En esta segunda versión se alude, sin embargo, a las buenas relaciones entre Ádmeto, que trataba como un dios a Apolo, y a la ayuda que el dios prestó a Admeto para conseguir el matrimonio de Alcestis. Quizá de esta amistad se dedujo más tarde el amor. VI HIPSÍPILA A JASÓN [La lemnia Hipsípila, linaje de Baco!, habla al hijo de Esón, y cuánto de su alma había en sus palabras.] Se dice que has vuelto a tocar, incólume tu nave, los litora- les de Tesalia, enriquecido por el vellón del áureo carnero. Me regocijo cuanto permites de que estés a salvo. De esto mismo, sin embargo, debía estar informada por unas letras tuyas. / Pues, para regresar sin bordear mis reimos a ti prometidos, puedes no haber tenido vientos, aunque lo deseares; pero, con viento, por adverso que sea, puede escribirse una carta. Hipsí- pila ha merecido el envío de un saludo. ¿Por qué me ha llegado el rumor antes que una carta men- 10 sajera de / que los bueyes a Marte consagrados se sometieron al encorvado yugo, que de las semillas que arrojaste brotaron gavi- llas de hombres y que no necesitaron de tu diestra para matar- se, que el dragón siempre en vela defendió el despojo del car- nero y que, sin embargo, el dorado vellón fue robado por tu 15 atrevida mano? Si yo pudiese decir a los incrédulos / «él mismo me lo ha escrito», ¡qué importante me sentiría! ¿Por qué la- ! Su padre, Toante, era hijo de Baco y Ariadna. HIPSÍPILA A JASÓN mento que se demoren las promesas de un esposo que tarda en volver? Enorme recompensa he obtenido si permanezco tuya. Se cuenta que contigo ha venido una extranjera que domina 20 el arte del envenenamiento!, / y que la has recibido en la parte del lecho a mí prometido. ¡Cosa crédula es el amor! Ojalá se diga que temerariamente he acusado a mi esposo de culpas no cometidas. Ha poco un tésalo, que se hospedó en mi casa, había llega- do desde las costas hemonias?. Y apenas franqueado el umbral 25 // dije: «¿Qué hace mi Esónida?». Él se quedó inmóvil de ver- giúenza, clavando sus ojos en tierra. Inmediatamente di un salto y, arrancada de mi pecho la túnica, le pregunto a gritos: «¿Vi- ve, O a mí también me reclama la muerte?». «Vive», contesta. 30 A él, que vacilaba, le obligo a jurar lo que dice. / Apenas creí que vivías, aunque me puso a la divinidad por testigo. Cuando me volvió el aliento comienzo a requerir tus hazañas. Me narra que los bueyes de Marte de broncíneas pezuñas han ara- do, que los dientes del dragón fueron arrojados, a modo de se- millas, a la tierra y que los hombres nacidos súbitamente porta- 35 ban armas; / y que esta turba surgida de la tierra, muerta en civil contienda, colmó un solo día de su vida. El dragón ha sido vencido. De nuevo si vive Jasón pregunto. La esperanza y el temor hacen vacilar mi confianza. Mientras me cuenta todo con de- 40 talle, en su manera de hablar y en su agitación / descubre, por la ingenuidad de su carácter, mis heridas?. 1 Medea. 2 Tesalias. 3 ingenio suo sinónimo de simplicitate. Hipsípila descubre las heridas que Jasón le ha causado, cautivado por Medea. HIPSÍPILA A JASÓN ¡Ah! ¿Dónde está la fidelidad prometida? ¿Dónde las leyes conyugales y la antorcha nupcial más digna de ser arrojada a la pira que ha de arder? No me uní yo a ti gracias a un adulte- rio. Estuvo presente Juno, protectora del matrimonio, e Hime- 45 neo, ceñidas sus sienes de guirnaldas. / Pero no fue Juno ni Himeneo, sino que fue la siniestra Ermia la que sanguinolenta me ofreció sus funestas antorchas. ¿Qué tenía yo que ver con los Minias?*. ¿Qué con la nave de la Tritónide?2. Y tú, piloto Tifis, ¿qué tenías que ver con mi patria? No estaba aquí el carnero, admirable por su vellón 50 de oro, / ni era Lemnos la regia morada del anciano Fetes?. Es- tuve decidida al principio (pero el aciago destino me traiciona- ba) a expulsar con mi ejército de mujeresí los campamentos 5 de los huéspedes; y las lemníades saben vencer, incluso dema- siado, a los hombres. Un ejército tan valeroso debió proteger mi vida. 35 / A un hombre en mi ciudad vi y le recibí en mi casa y en mi corazón. Aquí transcurrieron para ti dos estíos y dos inviernos. Era la tercera siega cuando tú, obligado a desplegar velas, llenas- te de tus lágrimas palabras tales: «Soy arrancadoó de t1, Hipsípi- 60 la, pero (¡concédame el destino pronto el regreso!) / como tu es- Los Argonautas. Minerva. la Padre de Medea. En la Cólquide, no en Lemnos, estaba lo que Jasón buscaba. Las mujeres de Lemnos, poco antes de la llegada de los Argonautas, impulsadas Hb por Venus, habían matado a todos los hombres. Sólo Hipsípila, y en secreto, salvó a su padre Toante. 5 La nave de los Argonautas fondeada en el puerto de Lemnos. Castra es sinóni- mo de classis en VIRG., Aen. IV 604; cf. SERV. ad loc. Ésta fue la intención primera de las Lemníades, según la leyenda. 6 Hércules no aprobaba la estancia de los Argonautas en Lemnos y urgía a Jasón a seguir en busca del vellocino. HIPSÍPILA A JASÓN poso marcho de aquí, y siempre seré tu esposo!. ¡Que viva lo que se esconde en tu vientre grávido de mí, y seamos tú y yo sus padres!», Esto fue lo que dijiste y, cayendo tus lágrimas a tu falsa boca, recuerdo que no pudiste hablar más. 65 // El último de entre tus compañeros subes a la sagrada Ar- go?; ella vuela; el viento gobierna las cóncavas velas. La azula- da ola se retira al empuje de la quilla. Tu mirada está fija en la tierra, la mía en el mar. Una torreta abierta a la rosa de los 70 vientos contempla en torno suyo el horizonte marino. / Aquí me dirijo, y mi rostro y mi seno se humedecen con mi llanto. A través de mis lágrimas miro, y ayudando a un apasionado co- razón ven mis ojos más allá de lo acostumbrado. Añade a mis lágrimas las castas plegarias? y, mezclados con el temor, mis votos, que ahora, por estar tú salvo, también de- 75 bo cumplir. / ¿Debo cumplir yo mis promesas? ¿Gozará de esas promesas Medea? Se aflige mi corazón, y mi amor se desborda mezclado con la ira. ¿Ofreceré dones a los templos porque vive Jasón al que voy a perder? ¿Por mis fracasos caerá immolada la 80 víctima? Nunca viví tranquila y siempre temía / que tu padre escogiese una nuera de una ciudad argólica. Temí a las de Ar- gos; me ha hecho daño una rival extranjera. De un enemigo inesperado he sufrido la herida. Ni por su hermosura ni por sus virtudes te place; pero cono- ce los conjuros y con su encantada hoz siega las hierbas mági- 1 El matrimonio de Jasón e Hipsípila es una variante de Ovidio. Según APOLONIO, I 190, Jasón subió el primero a la nave. 3 Las súplicas de la esposa legítima. HIPSÍPILA A JASÓN 85 cas. / Ella en apartar de su órbita a la reluctante Luna se es- fuerza, y en hundir en tinieblas a los caballos del Sol?; ella fre- na las aguas y detiene los sinuosos ríos; ella remueve de su sitio las selvas y las rocas vivas. Por las tumbas vaga desceñida, su ca- 90 bellera en desorden, / y recoge ciertos? huesos de piras tibias aún. Embruja a los ausentes, modela figuras de cera, y clava delgadas agujas en su infortunado corazón?. Y otras cosas que mejor querría ignorar. Mal se busca con hierbas el amor que debe surgir de las buenas costumbres y la 95 belleza. / ¿A ésta eres capaz de abrazarla y, abandonado en un mismo tálamo gozar, sin temor, del sueño en el silencio de la noche? Es evidente que como a los toros, así ella te obliga a so- portar el yugo, y que a ti también te domeña con el mismo po- der con que al fiero dragón. Añade el que hace que se la ads- 100 criba a la hazañas de los próceres y a las tuyas, / y como esposa perjudica la gloria de su cónyuge. Y alguno de los partidarios de Pelias atribuye estas proezas a sus venenos, y tienen un pue- blo que les cree. «No lo hizo el Esónida, sino que fue la fasia* hija de Eetes la que robó la dorada piel del carnero de Frixo». 105 / No lo aprueba Alcímede, tu madre (pregunta a tu ma- dre). No tu padre, para quien llega desde el frío polo una nue- ! Los eclipses de Luna y Sol se creían fruto de los poderes mágicos, lo mismo que detener el curso de los ríos, etc. 2 No todos los huesos eran útiles para el arte de la magia; lo eran en especial al- gunos del cráneo. 3 iecur puede referirse al corazón o al hígado, donde tienen su sede las pasiones. Cf. Am. UI 7, 29. 4 De Fasis, río de la Cólquide. HIPSÍPILA A JASÓN ra; busque ella para sí un esposo en el Tanais! y en las panta- nosas tierras de la húmeda Escitia y hasta de la patria del Fasis. Inconstante Esónida, más tornadizo que la brisa primaveral, 110 / ¿por qué carecen tus palabras del peso de la promesa? De aquí te habías marchado siendo mi esposo; no has vuelto de allí siendo mío. Sea yo la esposa del que regresa lo mismo que lo era del que marchaba. Si te impresionan la nobleza y los ilustres títulos, he aquí que se me celebra como hija de Toante, descendiente de Mi- 115 nos. / Baco es mi abuelo; la esposa de Baco, adornada la cabe- za con una corona, eclipsa con el resplandor de sus estrellas a las más pequeñas. Dote tuya será Lemnos, tierra generosa para quien la cuida. A mí también entre cosas tan valiosas puedes contarme. 120 Ahora, además, he parido; felicita a los dos, Jasón. / El autor de mi preñez me había hecho dulce la carga. También es- toy contenta con el número, y he dado a luz, con ayuda de Luci- na, gemela prole?, dos prendas de amor. Si se pregunta a quién se parecen, en ellos se te reconoce; mentir no saben; lo demás lo 125 tienen del padre. / Estuve a punto de entregarlos para que los llevasen como embajadores en favor de su madre. Pero la terrible madrastra detuvo la marcha emprendida. Tuve miedo de Medea; Medea es más que madrastra. Las manos de Medea hacen a todo 1 El actual Don, 2 Mientras el nombre de Euneo permanece en toda la tradición, el otro hijo de Hipsípila recibe diversos nombres. HIPSÍPILA A JASÓN crimen. La que pudo esparcir por los campos el cuerpo hecho 130 pedazos de su hermano, / ¿tendría compasión de mis queridos tesoros? A ésta, sin embargo, ¡oh insensato y alienado por los filtros de Colcos! se dice que has estimado en más que a tu es- posa Hipsípila. Con deshonor ha conocido varón esa virgen adúltera. Me 135 entregó a ti y te entregó a mí una “casta antorcha. / Traicionó ella a su padre; yo libré de la muerte a Toante. Ella ha abando- nado Colcos, a mí me posee mi Lemnos. ¿Para qué decir más si la criminal vence a la piadosa y por su misma culpa ha sido re- compensada y ha merecido esposo? Condeno el delito de las 140 lemnías, pero no me admiro, Jasón; / a los que están airados el dolor mismo proporciona cualquier clase de armas. Dime, pues, si, como debió suceder, empujado por vientos inicuos hubieses entrado a mi puerto tú, y tu compañera, y hu- biese salido a tu encuentro acompañada de mis dos hijos (sin 145 duda suplicarías que la tierra se abriese), /f/ ¿con qué cara mirarías a tus hijos, con qué cara, malvado, me mirarías a mí? ¿De qué clase de muerte eras digno en pago de tu perfidia? Pe- ro por mí tú mismo hubieras estado seguro y salvo, no porque tú lo merezcas, sino porque soy indulgente yo. Yo misma hubiera llenado mi rostro de la sangre de tu con- 150 cubina y / el tuyo, que me robó ella con sus filtros. Habría si- HIPSÍPILA A JASÓN do para Medea una Medea. Porque si desde el cielo el mismo Júpiter, en su justicia, atiende mis súplicas, que lo que ahora padece Hipsípila también lo sufra la usurpadora de mi lecho, y 155 experimente ella sus propias leyes; / y que como yo, esposa y madre de dos hijos, soy abandonada, de los mismos hijos sea ella despojada y del esposo; y que no conserve durante mucho tiempo lo que tan mal ha adquirido y lo pierda más dolorosa- mente; sea desterrada y por todo el mundo busque una huida. 160 // Sea tan cruel para sus hijos y tan cruel para su marido co- mo fue cruel hermana para su hermano, e hija cruel para su desgraciado padre. Cuando haya agotado el mar, cuando haya agotado la tierra, intente los aires: vague de un lado a otro pobre, desesperada, ensangrentada por sus crímenes. Esto yo, la hija de Toante, privada de mi cónyuge, pido. ¡Vivid esposa y marido en lecho maldito! VII DIDO A ENEAS [Recibe, Dardánida, los versos de Elisa! dispuesta a morir; las palabras que lees son las últims que de mí lees.] Así, cuando los hados le llaman, abatido en la húmeda hierba, canta el blanco cisne junto a las aguas del Meandro?, / Y te hablo no porque espere poder conmoverte con mi súplica (he emprendido esto con la deidad en contra), sino porque, ha- biendo desgraciadamente perdido la fama de mis actos y la pu- reza de mi cuerpo y de mi alma, es insignificante perder unas palabras. Estás decidido a irte, pues, y a abandonar a la desgraciada 10 Dido, / y un mismo viento se llevará velas y fidelidad. Estás decidido, Eneas, a desatar con tu promesa las naves y a perse- guir los reinos ítalos, que no sabes dónde pueden estar. No te mueve la nueva Cartago3, mi las murallas que van elevándose, ni la soberanía ofrecida a tu cetro. 15 // De lo ya hecho huyes; lo por hacer buscas. Por el orbe de- be ser buscada una tierra; ya otra tierra ha sido buscada por ti. 1 Nombre fenicio de Dido. 2 Puede ser el Gran Meandro (Biiyuk Menderes) o el Pequeño Meandro (Kiqúk Menderes). 3 En lengua púnica Carthago ya significaba nueva ciudad (cf. SERV. ad Aer. 1 366). DIDO A ENEAS Aunque encuentres la tierra, ¿quién te la brindará para que la gobiernes? ¿Quién entregará a unos desconocidos la posesión de sus campos? Te queda el tener que poseer otro amor y a otra 20 Dido, y deberá ser dada otra promesa de fidelidad / que de nuevo traiciones. ¿Cuándo será que fundes una ciudad seme- jante a Cartago y puedas ver en lo alto, desde la ciudadela, a tu pueblo? Aunque ocurra todo eso y no te demoren tus votos, ¿de 25 dónde habrá para ti una esposa que así pueda amarte? / Me abraso como las enceradas teas al añadirles azufre; [como el piadoso incienso, echado a las humeantes piras, Eneas no se despega de los ojos de la que siempre vela.] A Eneas la noche y el día lo traen a mi mente. Él, en verdad, es ingrato y sordo a mis regalos, y de él yo, si no fuese insensata, quisiera estar 30 libre. Pero no odio a Eneas, pese a sus nocivos planes, / sino que me quejo de su infidelidad y, quejándome, lo amo más perdidamente. Apiádate, Venus, de tu nuera, y abraza a tu cruel hermano, hermano Amor. Que él milite en tu campa- mento! o, al menos, él, al que comencé yo (y no me desprecio) a amar, me ofrezca la posibilidad de amarle. 35 / Me engaño y esa imagen se me oftece sin razón. Disiente de la naturaleza de su madre. A ti te engendraron las piedras y los montes y los robles que nacen en peñas elevadas, a ti las l Tópico de la militia amoris. DIDO A ENEAS fieras salvajes, o un mar cual ves agitarse ahora también por los 40 vientos, / adonde, sin embargo, te dispones a ir con olas ad- versas. ¿A dónde huyes? El invierno lo impide. El favor del invier- no me ayude. Contempla cómo el Euro concita las turbulentas aguas. Lo que a ti había preferido deber, permite que lo deba a la tempestad; más justo es el viento y el mar que tu mente. 45 / No valgo yo tanto para que tú mueras (aunque lo merezcas, inicuo) mientras huyes de mí a través del ancho mar. Cultivas un odio a gran precio y muy constante si, con tal de librarte de mí, es para ti despreciable el morir. Ya amainarán los vientos y, sosegada igualmente la ola, / 50 correrá por el mar en azulados corceles Tritón. ¡Ojalá tú tam- bién cambiases con los vientos! Y cambiarás, si es que no supe- ras en dureza al roble. ¿Qué ocurriría si igmorases qué poder tienen los imsanos mares? ¡Fías en el agua con tan grandes pe- 55 ligros tantas veces experimentada! / Aunque desates amarras con un piélago que a ello anima, sin embargo ese mar alegre! tristezas muchas reserva. Y no es bueno a los que se lanzan al mar haber violado la pa- labra dada. Ese lugar se cobra el castigo de la perfidia, y de ma- nera especial cuando es traicionado el amor, porque la madre de 60 los Amores / se dice que nació desnuda de las aguas citereas. Tengo miedo, perdida yo, de perder o hacer daño al que daño me hace, o de que mi enemigo, náufrago, beba las aguas mari- 1 He preferido /aetus del Escurialensis Q-1-14 a Jatus porque me patece más natu- ral el paso de /aetus a latus, que es epíteto de mar; insiste en la idea de suadente y es- tá contrapuesto elegantemente al adjetivo trístia que le sigue. En Her. XVII 237 s. hay un evidente paralelo; Hoeffins (cf. Loers ad loc.), supongo que sin conocer el citado m5s., conjeturó /aetus. DIDO A ENEAS nas. Vive, lo suplico; piérdate así mejor que con tu muerte. Se- rás considerado tú, lo prefiero, causante de mi ruina. 65 / Imagina, ¡ea!, que eres arrebatado por un rápido torbelli- no (ningún peso haya en el augurio)!, ¿qué pensamientos te vendrán? Volarán a tu mente los perjurios de tu mentirosa len- gua y Dido, obligada a morir por un fraude frigio. Ánte tus 70 ojos se alzará la imagen de tu burlada esposa?, / triste, san- guinolenta, los cabellos en desorden. Dirías: «¡He merecido to- do lo que me pasa! ¡Perdón!», y pensarías que los rayos que caen están lanzados contra ti. Concede una breve tregua a la crueldad del piélago y a la tuya: un camino seguro habrá de ser la gran recompensa de tu 75 demora. // Y no tengas piedad de mí. Téngase piedad del niño Julo. Que poseas tú el título de mi muerte es suficiente. ¿Qué culpa tiene tu hijo Ascanio, qué culpa los dioses Penates? ¿Se tragará el agua a los dioses librados del incendio? Pero ni los lle- vas contigo, mi los objetos sagrados de los que te jactas, pérfi- 80 do, delante de mí, / ni tu padre oprimieron tus hombros. Mien- tes en todo y tu lengua no ha aprendido conmigo a engañar, ni soy, la primera, vejada. Si se pregunta en dónde está la madre del hermoso Julo3, ha muerto sola, abandonada de su cruel es- l Tópico de lo nefasto de disuadir a alguien que se marcha advirtiéndolo de los peligros. Cf. f/. XXIV 218; APOLLON., 1 304; OviD., Met. 1 596, etc. Reflejo de las palabras de Dido a Eneas en Eneida IV 384-386. 3 Creúsa. DIDO A ENEAS 85 poso. / Tú me lo habías contado, pero excitó mi culpabilidad !. Por ello el castigo iba a ser menor que mi culpa. Y mi mente no duda de que a ti tus dioses no te favorecen. Por mar y por tierra te lanza el séptimo invierno; arrojado por 90 las olas te recibí en puerto seguro. / Y apenas oído tu nombre te entregué el reino. ¡Ojalá me hubiera contentado con estos servicios; no existiría la fama de mi concúbito! Fue funesto aquel día en el que una azulada lluvia de aguas 95 repentinas nos empujó al abrigo de una inclinada gruta. / Ha- bía oído voces. Pensé que las ninfas vaticinaban algo fausto?; pero fueron las Euménides las que presagiaron mi infortunio. ¡Reclamad la venganza, honor ofendido, y vínculo del matri- monio violado, [y fama, no conservada hasta mi muerte, y vo- sotros, manes míos, y espíritu y ceniza de Siqueo]?, a los que me dirijo, ay de mí, llena de vergiienza! Tengo yo en un pequeño 100 santuario de mármol una imagen de Siqueo a la que venero; /f la recubren guirnaldas bien tejidas y blancas cintasé. Desde ese lu- gar sentí yo que era llamada por su familiar voz cuatro veces: «Eli- 1 Pasaje difícil, que ha sido sometido a toda clase de conjeturas e interpreta- ciones. Quizá pudiera deducirse que se lo contó poniendo de manifiesto su inocencia, pero ella descubrió que no había sido como él decía, y se sintió culpable de ocupar el puesto de la esposa Creúsa (merentesn como equivalente a 2/licito amori obnoxiam, se- mejante a VIRG., Aer 11 229; OvID., Mef. 116). O tenía miedo de, siendo un desleal Eneas, amarle, pues también ella podría ser abandonada («me excitó —preocupó— mucho y no sin razón»). Su culpa, unirse a él sabiendo cómo era, sería, pues, Inferior al castigo que soportó con el abandono. 2 ululare equivale a «canto nupcial de las Ninfas», «vaticinio fausto». 2 Dido había estado antes casada con Siqueo, al que asesinó Pigmalión, hermano de la reina. Al amar a Eneas había sido infiel y, por tanto, ofendido a Siqueo. Í Este pasaje procede directamente de Eneida IV 457 ss. DIDO A ENEAS sa, ven», dijo con un sonido tenue: no me demoro, voy, voy como esposa a ti debida. Sin embargo, me detengo por la ver- 105 gienza de mi delito. / Concede el perdón a mi falta. El res- ponsable de mi engaño es una persona digna. Quita él de mi crimen lo que es odioso. La diosa que fue su madre y su ancia- no padre, piadosa carga de un hijo, me ofrecieron legítima- mente la esperanza de un esposo que permanecería siempre 110 junto a mí. Si debí errar, tiene el error causas honestas; / aña- de la palabra que me dio, en nada será deshonroso. Permanece hasta el final y acompaña las postrimerías de mi vida la marcha de mi anterior destino. Ha caído mi esposo asesi- nado junto a las aras de dentro del palacio! y mi hermano reco- 115 ge el fruto de tamaño crimen. / Me marcho exiliada y abando- mo las cenizas de mi marido y mi patria, y me dirijo a vías intransitables perseguida por mi enemigo. Llego a parajes desco- nocidos y, después de haber escapado de mi hermano y del mar, compro esta ribera que te he regalado, pérfido, a t1. He 120 fundado una ciudad y le he fijado / unas murallas que se divi- san a lo lejos, motivo de envidia para los lugares más próximos. Se incuban amenazadoras guerras; con guerras soy asediada, ex- tranjera y mujer. Apenas puedo preparar las armas y las nuevas puertas de la ciudad. Agradé a mil pretendientes que se han unido ahora quejándose de que haya antepuesto a su tálamo a 125 un no sé quién. / ¿Por qué dudas en entregarme encadenada al l He preferido imterras, que pudo dar lugar al ¿m terras de los mejores mss., y considero glosas explicativas uf Tyrias, Herceas (a Hércules Herceo estaba dedicado el altar del interior del palacio). Para apoyarlo puede verse ESQUILO, Ag. 1056. El pasaje procede de Aer. 1 348-356. DIDO A ENEAS gétulo Yarbas?!. Ofrecería de buen grado mis brazos a tu cri- men. Hay incluso un hermano? cuya impía diestra desea ser salpicada por mi sangre, humedecida ya por la de mi esposo. Aleja de ti las sagradas imágenes de los dioses3, que al to- 130 car profanas. / Una mano impía honra mal a los celestiales. Si tú ibas a ser el encargado de rendir culto a los que habías libra- do del fuego, lamentan los dioses haber sido librados de esos fuegos. ! - Quizá malvado, dejes, además, embarazada a Dido, y es posible que una parte de ti se oculte guardada en mi vientre. / 135 Un desgraciado niño se añadirá al destino de la madre y serás responsable de su muerte. Y con su madre morirá el hermano de Julo. Y un mismo castigo nos arrebatará juntos a los dos «Pero un dios ordena marchar». Desearía que te hubiese ve- 140 dado acercarte / y que no hubiese sido nunca hollada por los Teucros la púnica tierra. ¿Sin duda bajo la guía de ese dios eres llevado de un lado a otro por vientos inicuos y pasas tanto tiem- po en el impetuoso mar? Ni siquiera deberías querer regresar tú, costándote tanto, a Pérgamo, si permaneciese cuan grande fue 145 en vida de Héctor. / No buscas el patrio Simunte, sino las aguas del Tíber; sin duda, cuando llegues a donde deseas, serás un extranjero, y puesto que escondida se oculta y evita tus naves, apenas a ti, ya anciano, te alcanzará en suerte la tierra buscada. 1 Rey de los Númidas, cf. Eneida IV 196 s. Se le llama Gétulo, de Getulia, re- gión de África (cf. PLiniO, N.H. V 7). 2 Pigmalión. 3 deos et sacra (y. 129), se puede explicar como hendíadis, aunque no necesa- riamente. Semejante a Eneida 1 717. Pasaje sustancialmente distinto a Enezda IV 327-330; para la Dido virgiliana un hijo de Eneas sería un consuelo; la de Ovidio piensa que ese posible hijo morirá con ella. 2 Júpiter, que por medio de Mercurio ordenó a Eneas abandonar Cartago y buscar una sede para su reino en Italia, cf. Enerda IV 220 ss. DIDO A ENEAS Recibe mejor como dote este pueblo, una vez abandonado 150 tu incierto vagar, / y las riquezas de Pigmalión, que transporté conmigo. Traslada con mejor suerte llio a la tiria ciudad y dis- fruta en el puesto de rey del cetro sagrado. Si tienes un corazón ávido de guerra, sí busca Julo de donde le venga un triunfo na- 155 cido de la guerra, / le ofreceré, para que nada le falte, un ene- migo al que pueda vencer. Este lugar admite las reglas de la paz, éste las armas. Tú, por tu madre y por las saetas, armas fraternas, y por los dioses, lo más sagrado de Dardania, compa- ñeros de tu huida (así triunfen los que de tu raza traes conti- 160 go, // y aquella guerra cruel sea el límite de tu infortunio, As- canio colme felizmente sus años, y los huesos

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