La Odisea de Homero PDF

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Universidad NUR

2015

Homero

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Literatura Griega Mitología Griega Odisea Literatura Clásica

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Este libro analiza y presenta la Odisea de Homero, un clásico de la literatura griega. El libro proporciona información sobre las características y el contexto de la obra. Las actividades propuestas ayudan a los lectores a comprender mejor el texto.

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Grandes Obras de la Literatura Universal Fundada en 1953 Colección pionera en la formación escolar de jóvenes lectores Títulos de nuestra colección El matadero, Esteban Echeverría. Cuentos fantásticos argentinos, Borges, Cortázar,...

Grandes Obras de la Literatura Universal Fundada en 1953 Colección pionera en la formación escolar de jóvenes lectores Títulos de nuestra colección El matadero, Esteban Echeverría. Cuentos fantásticos argentinos, Borges, Cortázar, Ocampo y otros. ¡Canta, musa! Los más fascinantes episodios de la guerra de Troya, Diego Bentivegna y Cecilia Romana. El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, Robert L. Stevenson. Seres que hacen temblar – Bestias, criaturas y monstruos de todos los tiempos, Nicolás Schuff. Cuentos de terror, Poe, Quiroga, Stoker y otros. El fantasma de Canterville, Oscar Wilde. Martín Fierro, José Hernández. Otra vuelta de tuerca, Henry James. La vida es sueño, Pedro Calderón de la Barca. Automáticos, Javier Daulte. Fue acá y hace mucho, Antología de leyendas y creencias argentinas. Romeo y Julieta, William Shakespeare. Equívoca fuga de señorita, apretando un pañuelo de encaje sobre su pecho, Daniel Veronese. En primera persona, Chejov, Cortázar, Ocampo, Quiroga, Lu Sin y otros. El duelo, Joseph Conrad. Cuentos de la selva, Horacio Quiroga. Cuentos inolvidables, Perrault, Grimm y Andersen. Odisea, Homero. Los tigres de la Malasia, Emilio Salgari. Odisea Homero Versión de Ezequiel Zaidenwerg Estudio preliminar y propuestas de actividades de Dolores Gil Grandes Obras de la Literatura Universal Dirección editorial: Profesor Diego Di Vincenzo. Coordinación editorial: Alejandro Palermo. Jefatura de arte: Silvina Gretel Espil. Introducción, notas y actividades: Dolores Gil. Diseño de tapa: Natalia Otranto. Asistencia en diseño: Jimena Ara Contreras. Cartografía: Miguel Forchi. Diseño de maqueta: Silvina Gretel Espil y Daniela Coduto. Diagramación: estudio gryp. Corrección: Inés Fernández Maluf. Documentación: Gimena Castellón Arrieta. Coordinación de producción: María Marta Rodríguez Denis. Asistencia de producción: Agostina Angeramo y Juan Pablo Lavagnino. Homero Odisea / Homero; adaptado por Ezequiel Zaidenwerg - 1a ed. - Buenos Aires, Kapelusz, Alejandro Palermo, 2009. 192 p.; 20 x 14 cm - GOLU (Grandes Obras de la Literatura Universal) ISBN 978-950-13-2336-8 1. Literatura griega clásica. I. Zaidenwerg, Ezequiel, adapt. II. Título CDD 880 Primera edición. Segunda reimpresión: enero de 2015 © Kapelusz editora S.A., 2009. San José 831, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. www.kapelusz.com.ar. Obra registrada en la Dirección Nacional del Derecho de Autor. Hecho el depósito que marca la ley 11.723. Libro de edición argentina. Impreso en la Argentina - Printed in Argentina ISBN: 978-950-13-2336-8 PROHIBIDA LA FOTOCOPIA (ley 11.723). El editor se reserva todos los derechos sobre esta obra, la que no puede reproducirse total o parcialmente por ningún método gráfico, electrónico o mecánico, incluyendo el fotocopiado, el de registro magnetofónico o el de almacenamiento de datos, sin su expreso consentimiento. Queridos colegas, nos interesaría mucho recibir sus observaciones y sugerencias sobre este volumen u otros, tanto en lo que respecta al texto en sí, como a la introducción o a las actividades. Pueden acercarlas mediante correo electrónico a: pdiab@kapelusz. com.ar. Leeremos con gusto sus comentarios. Índice Nuestra colección 7 Leer hoy y en la escuela Odisea 9 Avistaje 11 Palabra de expertos “El mundo de la Odisea”, 13 Dolores Gil Odisea, Homero 25 Sobre terreno conocido Comprobación de lectura 179 Actividades de comprensión 181 Actividades de análisis 183 Actividades de producción 187 Recomendaciones para leer y para ver 189 Bibliografía 191 Nuestra colección Comencemos con una pregunta: ¿qué significa ser lector? Quienes hacemos Grandes Obras de la Literatura Universal (GOLU) entendemos que el lector es aquella persona capaz de comprender, analizar y valorar un texto; de relacionarlo con otras manifestaciones culturales del momento particular de su produc- ción; de seguir el trayecto de las diversas lecturas que ese libro fue provocando en el transcurso del tiempo. Pero entendemos que ser lector también significa “dejarnos llevar” por lo que una historia cuenta, sumergirnos en las palabras al tiempo que estas nos inundan y nos pueblan. Los que así leen abren paso para que la literatura funcione como parte de sus vidas. Una novela, un cuento, algún poema o una pieza dramática, entonces, ayudan a que cada lector se comprenda a sí mismo y le ofrecen varios puntos de vista que le permiten enriquecer su comprensión del mundo. Todo lo que aprendemos, todo lo que atesoramos a partir de nuestras lecturas, es algo que “llevamos puesto”, una increíble posesión de la que disponemos a voluntad y sin que se agote. Nuestra colección se funda en el deseo de colaborar con sus profesores y con ustedes en la formación de jóvenes lectores. Ha- cia este fin se encaminan tanto la selección de títulos como la re- dacción de los estudios preliminares —escritos por reconocidos especialistas— y la propuesta de actividades —elaboradas por do- centes con probada experiencia en la enseñanza de la literatura. 7 Si bien en esta colección encontrarán no solamente obras consideradas clásicas, sino también algunas de las que no se han incluido en esta categoría —ciertamente amplia y variable—, coincidimos con el escritor italiano Italo Calvino, quien comien- za su libro Por qué leer los clásicos1 proponiendo varias definicio- nes de “obra clásica”. Entre ellas, afirma que los clásicos son esos libros que “ejercen una influencia particular”, en parte porque “nunca terminan de decir lo que tienen que decir”, aun cuando se los ha leído y releído, y aunque han pasado siglos desde que se los escribió. Además, destaca el papel de la escuela no solamente como institución que está obligada a dar a conocer cierto número de clásicos, sino también como aquella que debe ofrecer a los estudiantes las herramientas necesarias para que puedan elegir sus propios clásicos en el futuro, es decir, para que construyan su propia “biblioteca”. Estamos convencidos de que leer las grandes obras que en esta colección les ofrecemos constituye una de las actividades orientadas a favorecer el desarrollo para comunicarse y para pen- sar; a allanar el camino de cada uno de ustedes en la formación escolar, universitaria, profesional; a ayudar a que se desempeñen en el ámbito del estudio y del trabajo, del fructífero intercambio de ideas y del respeto por los demás. Por estas razones, creemos que la lectura de los libros de esta colección puede incluirse entre las acciones a la formación de personas más libres. 8 1 Italo Calvino. Por qué leer los clásicos. Barcelona, Tusquets, 1992. Leer hoy y en la escuela Odisea Uno de los mitos más famosos de la cultura griega es el que protagoniza Odiseo —o Ulises, como es llamado en la tradición latina—, el héroe errante que, una vez finalizada la guerra de Troya, demora diez años en volver a su hogar. Las aventuras que vive en ese difícil regreso conforman el poema que hoy conocemos como Odisea. Tan famosa es la historia de las desventuras de este perso- naje en altamar, que el sustantivo común odisea hace referencia, en las lenguas modernas, a un viaje largo y lleno de peripecias. La Odisea no solo es el primer libro de aventuras de la litera- tura occidental; es, también, uno de los más importantes de nuestra cultura. Cuando decimos que se trata de un clásico, nos referimos al hecho de que hay algo en esta obra que continúa interpelándo- nos, que sigue teniendo sentido hoy en día, cuando han pasado casi tres mil años desde su composición. El relato de las vicisitudes de un hombre que extraña a su familia y quiere volver a pisar el suelo de su patria nos conmueve y nos interesa porque es un tema uni- versal, profundamente humano, y porque quizás, alguna vez, he- mos conocido a alguien que estuvo en una situación similar. Incontables son las aventuras que vive Odiseo en su viaje de regreso. Aunque no hayamos leído la Odisea todavía, todos hemos escuchado hablar de las sirenas1 —esas terribles mujeres con cuerpo 1 En la mitología griega, las sirenas tienen cuerpo de ave, aunque posteriormente 9 se las representó con cola de pez. de ave que atraen a los navegantes con su enigmático canto para luego devorarlos— o de cómo el cíclope Polifemo fue engañado por la astucia de nuestro protagonista. ¿Quién no sabe que Penélope, la paciente y fiel esposa del héroe, tejía de día una larga tela blanca y luego, por la noche, la destejía, para así ganar tiempo y burlarse de los pretendientes que querían casarse con ella? Todos estos ele- mentos míticos forman parte de nuestra imaginación, se han filtrado en nuestra cultura, son saberes que poseemos aun antes de leer las obras en las que se manifiestan. La Odisea despliega ante nosotros dos mundos: el de la aven- tura —el de los seres fantásticos, los monstruos, las hechiceras y tempestades— y el del hogar —la tierra patria, la familia, la vida doméstica y el orden. El desafío que enfrenta Odiseo consiste en poder sacar lo mejor de uno para regresar al otro siendo más sabio, más experimentado, habiendo aprendido algo. No olvidemos que la Odisea es, principalmente, el relato de un viaje. No solo el que lleva a Odiseo de Troya a Ítaca —en donde se encuentran su hogar, su esposa y su hijo—, sino además el de las infinitas vici- situdes de la vida, de sus idas y vueltas, de sus problemas, de sus dolores y, también, de sus alegrías. Lo bueno e interesante de la literatura es que nos permite vivir, aunque sea temporalmente, en mundos alternativos. Nos permite conocer otras geografías, encontrarnos con personajes maravillosos, vivir las mismas aventuras que los héroes. No hay duda de que la Odisea nos proporciona este tipo de experiencia. La importancia de leer este texto tiene que ver también, para los lectores jóvenes, con el hecho de que, de alguna manera, toda la literatura posterior está contenida en este primer gran relato. Quien lee la Odisea lee el germen de toda historia. Y eso no es poco decir. 10 Avistaje Las siguientes actividades tienen como propósito recuperar y activar algunos conocimientos que les permitirán leer con mayor facilidad y provecho la Odisea. 1 Busquen en el diccionario el sustantivo común odisea y anoten el significado. a) Piensen en situaciones de la vida (viajes, tareas difíciles, proble- mas cotidianos) que pueden ser nombradas con esta palabra. b) Compartan oralmente con sus compañeros relatos de las situa- ciones que eligieron en el punto anterior. Comparen las historias y saquen conclusiones sobre lo que tienen en común. 2 En la Odisea aparecen diferentes monstruos que atemorizan al protagonista y a los integrantes de su tripulación. La palabra española monstruo proviene del latín monstrum, “prodigio”, de la misma raíz que el verbo monere, “advertir”; es probable que esta etimología se deba a que los antiguos creían que los seres mons- truosos eran enviados por los dioses a modo de advertencia para los humanos. a) Confeccionen una lista de los monstruos que ya conocen a través de la literatura o el cine. Debatan: ¿qué característica los hace monstruosos? b) Escriban una definición personal de monstruo y, luego, compá- renla con la que aparece en algún diccionario. 3 Odiseo, Áyax, Aquiles y Diomedes son algunos de los héroes de la mitología clásica. 11 a) En una obra de referencia sobre la mitología grecolatina (como las que se recomiendan en la “Bibliografía”, página 191), busquen información sobre estos y otros personajes heroicos. Escriban en la carpeta las características de cada uno y una breve biografía. b) ¿Qué es un héroe para ustedes? Discutan con sus compañeros una posible definición. Tengan en cuenta los héroes que apa- recen en la literatura, las historietas, las películas, y hasta en los noticieros. c) Luego de leer la Odisea, vuelvan a pensar cómo es el héroe que presenta este texto. ¿Encuentran alguna diferencia con la definición que habían escrito antes? 4 En libros de historia o en enciclopedias, busquen información sobre el descubrimiento de la antigua ciudad de Troya. Luego, respondan a las preguntas. a) ¿Quién descubrió Troya? ¿Qué otros descubrimientos llevó a cabo este arqueólogo? b) ¿Qué importancia tienen estos descubrimientos para entender los relatos mitológicos? c) ¿En qué fecha aproximada podemos ubicar la guerra de Troya? 5 Las aventuras de Odiseo tienen lugar en la cuenca del Mediterráneo. Observen en detalle el mapa de la página 26 y ubiquen en él las siguientes islas y ciudades. Busquen información acerca de ellas: Creta – Ítaca – Troya – Esparta – Micenas – Sicilia – Pilos 6 Investiguen y discutan los diferentes significados de la palabra mito. ¿Qué significa para ustedes? Entre todos, hagan una lista de características que, según ustedes, deben tener las historias míticas. Luego, busquen una definición de mito en un diccionario o una enciclopedia. Vuelvan a elaborar una lista a partir de esta información. ¿Qué diferencias encuentran con la lista que habían confeccionado antes? 12 Palabra de expertos El mundo de la Odisea Dolores Gil La poesía épica Desde la Antigüedad, la tradición ha atribuido la autoría de la Odisea y la Ilíada a Homero, el poeta ciego de Quíos, una isla griega emplazada en el mar Egeo, cerca de las costas de la actual Turquía. Sin embargo, a partir de la época helenística, y a medida que los eruditos ahondaron en el estudio de estos poemas, fue cobrando fuerza la idea de que dicho poeta no había existido nunca, o de que, de haber exis- tido, no era el autor del texto en el sentido en que entendemos el tér- mino autor hoy en día. Para comenzar a entender las discusiones que suscita la autoría de un texto como la Odisea, conviene primero hacer una referencia a las características de la poesía épica, el género literario al que pertenece esta obra. La épica es un género que cuenta historias y leyendas prota- gonizadas por héroes, en forma de extensos poemas narrativos. Estos poemas son de carácter oral y muchas veces, también, popu- lar; esto quiere decir que en su origen no fueron pensados por un único autor ni tampoco circularon en forma escrita, sino que se compusieron de manera colectiva, a través de la recitación acom- pañada con música. Es el caso de muchos poemas épicos, como el Cantar del Mio Cid o la Chanson de Roland, para nombrar dos textos pertenecientes a la Edad Media, y también, por supuesto, la Ilíada y la Odisea, en la Antigüedad. 13 Hacia finales del siglo xix, el arqueólogo Heinrich Schliemann —convencido de que la Ilíada y la Odisea eran obras que contenían valiosos testimonios de hechos que habían ocurrido en el pasado, y no el simple fruto de la fantasía de un poeta— descubrió, luego de nu- merosas excavaciones, las ruinas de la antigua ciudad de Troya. Ese descubrimiento revolucionó el estudio de la historia y la literatura an- tiguas: Troya había existido, y al menos parte de lo que relataban los poemas homéricos tenía que haber sucedido. Heinrich Schliemann (1822-1890), el descubridor de Troya. Máscara funeraria del siglo xv a. C., hallada por Heinrich Schliemann en 1876, durante las excavaciones efectuadas en Micenas. Otro innovador estudioso, Milman Parry, a principios del siglo xx, forjó una interesante teoría acerca de la composición de estas obras épicas. Parry descubrió, gracias a sus investigaciones de los poemas serbios y yugoeslavos que todavía se seguían recitando de manera oral en zonas rurales, algunos de los factores que desempeñan un rol fun- damental en la composición épica. En primer lugar, comprobó que la principal herramienta de que se servían los recitadores era la memoria 14 y que, por lo tanto, contaban con diferentes técnicas que les permitían recordar extensos pasajes de una historia popular, sin ayuda de ningún soporte escrito. Parry postuló que el uso constante de fórmulas fijas en este tipo de poemas era prueba de ello: dado que el recitador tiene que recordar miles de versos, la tarea se facilita muchísimo si puede encon- trar constantes en su material. Es por eso que, cuando hoy leemos estas obras, tenemos la impresión de que el lenguaje es muy repetitivo y de que hay muchas escenas que aparecen en una parte que están literal- mente “copiadas” en otra. Los aedos —que es el nombre que se les daba a estos recitadores en la antigua Grecia— tenían en su memoria un ca- tálogo de escenas típicas (por ejemplo, el despuntar del día, la realiza- ción de un sacrificio a los dioses, la descripción de un banquete) del que podían hacer uso en cualquier momento. También contaban con una estructura métrica fija, lo que le daba al recitado un ritmo constante. Otro de los elementos que utilizaban los aedos eran los epítetos, es decir, adjetivos o construcciones que acompañan siempre a un sustantivo, por lo general propio. Así, en los poemas de Homero, Atenea es “la diosa de ojos glaucos”, Odiseo es “astuto”, Aquiles es “el de los pies veloces”, las naves son “rápidas”… Estos epítetos cumplían una función doble: por un lado, servían para completar métricamente el verso; por el otro, con- tribuían a reforzar las características de los personajes o los objetos que se mencionaban en la narración. Aedos y rapsodas Los aedos conocían las historias populares y los mitos que se contaban desde tiempos inmemoriales. Se cree que la recitación tenía lugar en los festivales y en las cortes, como modo de entretenimien- to del pueblo. Sin embargo, no es mucho lo que conocemos acerca del modo de composición de la épica, y debemos contentarnos con especulaciones acerca del modo en que habrían circulado originaria- mente estos textos. Debemos recordar que la naturaleza de la épica es fundamentalmente oral; es decir, que el material estaba en la mente de los aedos, no en los libros, que eran objetos desconocidos en la época arcaica. 15 Homero, Homero representado como un aedo. según una escultura del siglo v a. C. Bajorrelieve realizado en 1806 por Antoine-Denis Chaudet. Los aedos profesionales se presentaban frente a un público y can- taban las historias famosas que la audiencia ya conocía pero que, no obstante, se deleitaba en escuchar una y otra vez. Lo que interesaba no era la novedad de lo que se cantaba, sino la originalidad y el modo particular en que cada aedo componía su versión sobre la base de un repertorio amplísimo de historias tradicionales. Algunos estudiosos sostienen que resultaría prácticamente impo- sible que un solo aedo haya compuesto por su propia cuenta poemas de tanta perfección formal como la que se pone de manifiesto en la Ilíada y en la Odisea. Una de las hipótesis que se manejan para explicar la com- posición de estos poemas es que, luego del auge de los aedos —que tuvo lugar entre los siglos x y viii a. C.— y con la aparición de la escritura —hacia el 750 a. C.—, una nueva generación de recitadores, los rapsodas, hicieron el trabajo de edición. Estos rapsodas, que sabían leer y escribir, se dedicaban no ya a componer —puesto que el empleo del medio escrito condujo a que perdieran sus habilidades mnemotécnicas—, sino a unir los cantos que ya conocían, como si cosieran los distintos fragmentos que les llegaban (de hecho, la palabra rapsoda proviene 16 del verbo ráptein, que en griego significa “coser”, y el sustantivo odé, “canto”). Quizás uno de estos rapsodas haya sido Homero, un hombre que —con una visión de conjunto y una sensibilidad especiales— supo tomar las historias tradicionales que más gustaban para crear obras de vasta complejidad. Incluso, hay quienes suponen que bajo el nombre “Homero” podría esconderse un grupo de rapsodas que llevaron a cabo la espectacular tarea. Sea uno o sean varios los autores, lo cierto es que estas obras perduraron lo suficiente como para ser copiadas en forma manuscrita una y otra vez, hasta llegar hasta nosotros. Uno de los mitos preferidos por los aedos y los rapsodas fue, desde siempre, el relato de la guerra de Troya, una ciudad ubicada en el Asia Menor, en el territorio que actualmente ocupa Turquía. Esa leyenda cuenta cómo una confederación de pueblos griegos asedió la ciudad fortificada de Troya durante diez años y luego la asoló hasta dejarla en ruinas. Durante mucho tiempo se pensó que Troya solamente había existido en el mito y en la imaginación de los poetas; sin embargo, desde 1871, con el impresionante descubrimiento de Schliemann, se sabe que esa ciudad efectivamente existió, y que fue atacada, destruida y recons- truida en distintas oportunidades a lo largo de los siglos. Se cree que la guerra que la tuvo por protagonista sucedió en el siglo xiii a. C., aunque los historiadores no se ponen de acuerdo al respecto de una datación exacta. Es posible, por lo tanto, que los sucesos que podrían haber inspi- rado la Ilíada y la Odisea hayan tenido lugar alrededor del 1200 a. C. Reconstrucción imaginaria de la ciudad de Troya, según los resultados de las excavaciones que Heinrich Schliemann llevó a cabo en 1871. 17 Dioses y héroes Los relatos que nos presentan los poemas homéricos no están protagonizados solamente por seres humanos, sino que los dioses olímpicos tienen un papel fundamental en el desarrollo de las acciones. En la mitología griega, los dioses poseen características antropo- mórficas; es decir, se asemejan a las personas: sienten, aman, se enojan, envidian, son caprichosos. El rasgo que los distingue de mujeres y hombres es la inmortalidad. Desde el punto de vista de los poemas homéricos, el mundo de los mortales parece estar afectado directamente por la acción y la voluntad de las divinidades, de cuya influencia los héroes no pueden escapar. Esto se percibe muy claramente en la Ilíada, en donde el conflicto humano, la guerra entre dos pueblos, tiene su contrapartida en el ámbito divino: dos bandos enfrentados de dioses parecen manejar a los humanos casi como a títeres, en una obra que ellos mismos dirigen según sus pasiones. Zeus, el más pode- roso de los olímpicos, sabe, sin embargo, que existe una fuerza superior a la de los dioses que nadie puede torcer ni cambiar: la del Destino. En la Odisea, si bien están presentes las discusiones de los dio- ses en el Olimpo, la acción se centra más en el plano humano. La relación entre Odiseo y Atenea, la divinidad que lo protege, resulta más cercana, más íntima y directa. La diosa de la sabiduría compar- te varios rasgos con su protegido, y lo acompaña, aconseja y ayuda hasta que se concreta su venganza final. También se pone junto a Telémaco, el hijo del héroe, y lo impulsa a dar el paso de la niñez a la madurez. Por otra parte, en la Odisea, las divinidades parecen estar más preocupadas por el cumplimiento de la justicia que guiadas por los impulsos de su voluntad. Un claro ejemplo de ello es Poseidón, que perseguirá a Odiseo durante casi todo el viaje en castigo por haber cegado a su hijo Polifemo. La ira del dios del mar significará para el 18 héroe muchos años de peripecias y una vuelta solitaria a Ítaca. La guerra de Troya La historia del regreso de Odiseo a su hogar forma parte de un ciclo de leyendas más vasto, el de la guerra de Troya: un conjunto de relatos conectados entre sí que los griegos de la Antigüedad conocían a la perfección. En los párrafos que siguen, aparecen resumidos los acontecimientos más sobresalientes del ciclo troyano. Cuenta el mito que Eris, la discordia, enfurecida por no haber sido invitada a la boda de Peleo y Tetis, arrojó en medio de los asistentes a la fiesta una manzana de oro que decía “Para la más bella”. Las tres diosas más importantes —Atenea, Hera y Afrodita— se disputaron ese trofeo por considerarse merecedoras del título. Llamaron entonces a Paris, un joven príncipe troyano, para que juzgara cuál de ellas se haría con el triunfo. Cada diosa le prometió algo al joven, pero a Paris lo convenció la promesa de Afrodita: si la elegía, ella le daría el amor de Helena, la mujer más bella de la Tierra. Y así fue como Afrodita se quedó con la manzana de la discordia. A partir de ese momento, Atenea y Hera, enfurecidas, dieron rienda suelta a su odio contra los troyanos. Helena estaba casada con Menelao, soberano de Esparta y her- mano de Agamenón, el rey de Micenas. Un día, Paris visitó Esparta; por obra de Afrodita, Helena se enamoró de él y, aprovechando la mo- mentánea ausencia de su esposo, huyó a Troya. Los griegos no tarda- ron en reaccionar: Agamenón, rey de reyes, se puso al mando de un enorme ejército de estados aliados que partió hacia el Oriente a recu- perar el honor aqueo. Durante diez años, los griegos intentaron en vano quebrantar las murallas fortificadas de Troya. La Ilíada comienza relatando que, en el décimo año de la guerra, Agamenón había raptado a Criseida, una joven doncella troyana hija de un sacerdote de Apolo. El dios, a pedido del padre de la muchacha, asoló las tropas aqueas con una peste en castigo por el rapto. El jefe de los aqueos accedió a devolver a la cautiva, a cambio de que le otorga- ran como compensación una de las esclavas de Aquiles, Briseida. Enfurecido por esta decisión, Aquiles se negó a seguir combatiendo. Las consecuencias no tardaron en hacerse notar… Aquiles era el más 19 valiente de los guerreros aqueos. Su madre, la diosa Tetis, había baña- do al pequeño, al nacer, en las aguas de la laguna Estigia, haciendo que su cuerpo fuera invulnerable a las armas, excepto en uno de sus talones, por donde lo había sostenido al sumergirlo. Pronto los troyanos corrieron con ventaja: ante la ausencia de Aquiles, Héctor —uno de los hijos de Príamo, el rey de Troya— atemorizaba a los enemigos, que estaban desgastados por tantos años de guerra y querían regresar a sus hogares. Preocupado por el avance de los troyanos, Patroclo persuadió a su amigo Aquiles para que le prestara su armadura. Haciéndose pasar por Aquiles, Patroclo mostró valentía y mató a varios troyanos, hasta que Héctor se cruzó en su camino y terminó con su vida. Este hecho llenó de dolor a Aquiles y le dio el impulso que le faltaba para volver al combate. Frente a las murallas de Troya, finalmente se enfrentó con Héctor, al que venció luego de una ardua lucha. Arrastró y desfiguró el cadáver de su opo- nente. Finalmente, Aquiles se compadeció del viejo Príamo; devolvió el cuerpo a sus deudos y concedió una tregua para que se oficiaran los juegos fúnebres en honor al héroe caído. Este es el punto del relato en el que termina la Ilíada. Aquiles murió poco después, sorprendido por una flecha del cobarde Paris, quien lo hirió justo en el talón, la única parte vulnerable de su cuerpo. Sin Héctor, los troyanos estaban desesperados. Los aqueos no se encontraban en una situación mucho más favorable: a pesar de tantos años de asedio, no habían podido franquear las puertas de la ciudad fortificada. Entonces, Odiseo —que se destacaba por su habilidad para los engaños y la mentira— tuvo una idea: propuso a sus compañeros que construyeran un enorme caballo de madera para ofrecérselo a los troya- nos como regalo de paz. Dentro del caballo irían los más bravos guerreros aqueos y, una vez que la enorme ofrenda estuviese dentro de las murallas de Troya, saldrían del interior del caballo de madera y tomarían la ciudad. El plan fue ejecutado a la perfección y, en pocas horas, Troya quedó en manos del enemigo. Muchísimos troyanos murieron, las mujeres fueron 20 tomadas prisioneras; algunos pocos, como Eneas, pudieron huir. Luego de la caída de Troya, los héroes aqueos emprendieron el regreso a sus hogares, sin saber que para muchos el viaje sería arduo. El relato de esos viajes constituye un subgénero épico especial: el de los nostoi, o “regresos”. Los hay felices, como el de Menelao o el de Néstor, a los que se hace referencia en la Odisea; pero también los hay trágicos, como el de Agamenón, que al llegar a su palacio encuentra la muerte a manos de su esposa Clitemestra y el amante de esta, Egisto. Y también hay regresos difíciles, como el de Odiseo, quien no dejará de sufrir una vez que pise Ítaca, puesto que allí tendrá que lidiar con los problemas originados por haber estado ausente del reino durante veinte años. La figura del héroe La visión del mundo que se manifiesta en la Odisea presenta significativas diferencias con la que aparece en la Ilíada. Esta es una de las razones por las que algunos sostienen que ambas obras no pueden pertenecer a una misma mentalidad o a una misma fecha. Principalmente, observamos en la Odisea un cambio en lo que res- pecta a la figura heroica. El héroe es alguien que se destaca por sus características especiales, que le permiten diferenciarse del resto de los mortales. En la antigua cultura griega se creía que para cada miembro de la sociedad existía una areté, es decir, una cualidad so- bresaliente, un rasgo de excelencia. En el caso del héroe de la Ilíada, esa areté es la valentía, tal como se pone en evidencia en la figura de Aquiles, quien sacrifica una vida larga y tranquila, a favor de la gloria y la fama que supone la muerte en el campo de batalla en la flor de la edad. Frente a esa figura, la Odisea presenta un héroe cuya cualidad principal no tiene que ver con la fuerza ni con la destreza en el com- bate. Odiseo es astuto, inteligente, hasta embaucador. No hace uso de la fuerza física para resolver los problemas o para sobrevivir, sino que su fortaleza reside en su intelecto, como se trasluce en la mayoría de las aventuras que debe enfrentar. 21 Este cambio de la manera de ver el mundo también se observa en la temática que presenta la obra. De cantar la gloria de los héroes de guerra, como ocurre en la Ilíada, se pasa a cantar al individuo en su lucha con el medio que lo rodea. Las aventuras que vive Odiseo en altamar tienen, casi sin excepción, un carácter fantástico: islas pobla- das de seres extraños, monstruos marinos, hechiceras con poderes prodigiosos, viajes infernales… Es evidente que esta obra presenta la aparición de una nueva sensibilidad. La geografía que recorre el prota- gonista en su derrotero oscila entre el realismo y la más pura fantasía. A su vez, la Odisea es un relato de la nostalgia: la primera apari- ción del héroe, en el canto v, resulta sumamente significativa en este sentido. Odiseo se halla en Ogigia, la isla en donde Calipso le ofrece todas las comodidades y hasta la vida eterna, pero él está sentado fren- te al mar y llora porque quiere regresar a su patria y no puede. Y no es la única vez que lo vemos llorar: ya en Feacia, cuando escuche al aedo cantar historias sobre la guerra de Troya en las que él había participa- do, no podrá contenerse y tendrá que esconder su semblante para que sus anfitriones no sospechen su identidad. La estructura de la Odisea Otro aspecto en el que se advierte un cambio profundo entre la Ilíada y la Odisea es el que se relaciona con la estructura narrativa peculiar de esta última. Como ocurre en muchas novelas y películas actuales, la secuencia cronológica de los hechos se presenta desorde- nada. En este sentido, se puede señalar que la estructura de la Odisea se organiza básicamente en tres partes. En primera instancia, leemos la Telemaquia —que abarca los can- tos i a iv—, en donde se relata la situación actual en el palacio de Odiseo y el viaje que emprende Telémaco en busca de noticias sobre su padre. Luego, asistimos a las aventuras en el mar —recogidas en los cantos v a xii—, en el momento en que Odiseo parte desde la isla de Calipso rumbo a Feacia. Allí contará, en un extenso relato, todos los 22 sucesos fantásticos que vivió desde el momento en que partió de Troya hasta naufragar en la isla Ogigia. Desde el punto de vista narrativo, esta parte resulta particularmente interesante, ya que Odiseo, el per- sonaje principal, se convierte en una especie de aedo que canta sus propias desventuras ante la corte de los feacios, lo que deviene en una especie de reflejo de la obra dentro de sí misma. Por último, los cantos xiii a xxiv narran los sucesos que ocurren una vez que Odiseo llega a su patria, Ítaca. A partir de ese momento, llevará a cabo una cuidadosa estrategia para enfrentar a los numerosos pretendientes de Penélope que se comen su hacienda y malgastan sus bienes día tras día. En esta parte, al encontrarse Telémaco con su pa- dre, se unen finalmente los hilos que el narrador tendió en la primera y en la segunda. La Odisea, un clásico Según imagina el crítico George Steiner, Homero habría compila- do la Ilíada en su juventud, a partir de materiales heredados, y habría redactado la Odisea siendo ya anciano. Sostiene esta hipótesis dado que “no parece probable que el mismo poeta pudiera articular ambas con- cepciones de la vida […]. Con intuición maravillosa, Homero eligió como protagonista la figura de la leyenda troyana que más cerca estaba de la ‘modernidad’. […] Como Odiseo, Homero abandonó los incipien- tes y rudimentarios valores inherentes al mundo de Aquiles”.1 El hecho es que la Odisea es una obra que, a través de los siglos, sigue fascinando a los lectores. No hay duda de que constituye un clá- sico de la literatura occidental. Sin embargo, lo verdaderamente sig- nificativo reside en que esta obra llegue a convertirse en uno de los clásicos personales de cada uno de nosotros, es decir, que pase a formar parte de ese tesoro individual que va creciendo a medida que uno en- cuentra sus propios favoritos. Este es el desafío que les presentamos… ¡que lo disfruten! 1 Steiner, George. “Homero y los eruditos”. En: Lenguaje y silencio. Barcelona, 23 Gedisa, 1982. Odisea Canto i Invocación. Háblame, Musa, del varón astuto que, luego de arrasar la 1 ciudadela de Troya, 2 anduvo mucho tiempo errante y conoció los hábitos de numerosos pueblos, y soportó penurias, mientras sur- caba el mar, pugnando por su vida e intentando ayudar a que los compañeros volvieran a la patria; pero los insensatos se comieron el rebaño del Sol,3 quien les negó el regreso. La asamblea de los dioses. Ya todos los que habían conseguido escapar de la muerte estaban sanos y salvos en sus casas, a excepción de Odiseo, que se hallaba cauti- vo de la ninfa4 Calipso. Ella lo tenía preso en la isla de Ogigia, deseosa de 1 Musa: cualquiera de las nueve diosas, hijas de Zeus y Mnemosine (la Memoria), que se ocupaban de inspirar la música y el canto. 2 Troya: ciudad del Asia Menor donde, según la leyenda, se llevó a cabo una de las guerras más famosas de los griegos. 3 Sol: en la mitología griega, el Sol era una divinidad; se lo imaginaba como un hermoso dios coronado con una aureola brillante, que cada día recorría el cielo en su carro. 4 Ninfas: diosas secundarias que pueblan los bosques, los campos y las aguas. Se las consideraba hijas de Zeus y representaban la belleza femenina y la fecundidad. A menudo se las representaba cantando e hilando. 27 Homero tomarlo por esposo. Ya había llegado el tiempo decretado por los dioses para que regresara a Ítaca,5 su patria, y todas las deidades se apiadaban de él, excepto Poseidón,6 a cuyo hijo Polifemo7 había cegado. Un día se reunió la asamblea de los dioses: todos se habían dado cita en el palacio del olímpico Zeus, 8 excepto Poseidón, quien se en- contraba en el lejano país de los etíopes, donde asistía a unos sacrifi- cios que habían preparado en su honor. Recordando el ejemplo de Egisto,9 a quien Orestes había dado muerte, el padre de los hombres fue el primero en tomar la palabra: —Los humanos nos echan la culpa de sus males, cuando en ver- dad son ellos quienes se los buscan con sus propias locuras. Aunque enviamos a Hermes10 para desalentarlo, Egisto se casó igualmente con la esposa de Agamenón11 y lo mató cuando este volvía a su casa. 5 Ítaca: isla griega emplazada en el mar Jónico. Es la patria de Odiseo, en donde reina junto a Penélope. A menudo se la describe como una isla montañosa, árida y apta para criar cabras. 6 Poseidón: dios del mar. Es hijo de Crono y Rea, y, por lo tanto, hermano de Zeus, Hades y Hera. Es un dios irascible; a menudo suscita tormentas y remueve las aguas con ayuda de su tridente. Está enojado con Odiseo, puesto que este ha cegado a su hijo amado, Polifemo. 7 Polifemo: hijo de Poseidón y de la ninfa Toosa, es un gigante salvaje y horrible, que desconoce los lazos sociales más básicos, se alimenta de carne cruda y vive aislado en una caverna (ver canto ix). 8 Zeus: es el rey del Olimpo, la divinidad más importante, que domina el cielo y la tierra. Está casado con Hera, pero es un dios muy enamoradizo y tiene incontables hijos con otras diosas y con mujeres mortales. Preside la asamblea de los dioses, vela por el respeto de los juramentos y de la hospitalidad. 9 Egisto: primo de Agamenón y Menelao. Cuando estos parten hacia Troya, Egisto se queda en el palacio junto a Clitemestra, a quien finalmente seduce. Cuando Agamenón vuelve de la guerra, lo recibe con un banquete y lo asesina. Reina durante siete años más hasta que Orestes (el hijo de Agamenón y Clitemestra) lo mata. 10 Hermes: hijo de Zeus y Maya. Inventor de la lira y la flauta, Hermes es el mensajero de los dioses. Se lo representa con sandalias aladas y un sombrero de ala ancha. Una de sus funciones consiste en guiar a las almas de los muertos hacia el Hades. 11 Agamenón: llamado Atrida por ser hijo de Atreo, Agamenón es hermano de Menelao y jefe del ejército aqueo en la guerra de Troya. Es el rey de Argos, marido de Clitemestra y padre de Orestes, Ifigenia y Electra. Su disputa con Aquiles por el botín obtenido en un saqueo da comienzo al relato de la Ilíada. 28 Odisea Le respondió Atenea,12 la diosa de ojos glaucos:13 —Has dicho la verdad. Y ojalá perezcan igual que él quienes se atrevan a imitar su ejemplo. Pero es distinto el caso de Odiseo. ¿Aca- so olvidó hacerte un sacrificio? ¿Tan enojado estás con él? Y Zeus, el que junta las nubes, respondió: —¿Qué palabras son esas, hija mía? ¿Cómo podría olvidarme del divino Odiseo, que por su ingenio y sus ofrendas a los dioses siempre se destacó entre los demás hombres? Es Poseidón, el que sa- cude el suelo, el que sigue enojado con él, a causa de su hijo Polifemo, ya que lo dejó ciego el héroe. Por eso es que le impide retornar a la patria. Pero ya es momento de que regrese. Dispongamos su vuelta. Que Poseidón renuncie a su rencor, porque él solo no podrá contra la voluntad del resto de los dioses. Le respondió Atenea, la diosa de ojos glaucos: —Padre Zeus, si al resto de los dioses les complace su regreso, enviemos a Hermes a la isla de Ogigia, para que le transmita nues- tras órdenes a la ninfa Calipso y ella le permita irse. Yo, por mi parte, partiré hacia Ítaca, donde le infundiré a su hijo Telémaco14 coraje para que llame a una asamblea15 y se enfrente a los crueles pretendientes16 que consumen su hacienda; más tarde lo haré ir a 12 Atenea: hija de Zeus y Metis, Atenea es la diosa de la sabiduría, las labores, la inteligencia y la guerra. Al igual que Zeus, lleva la égida, con la cual aterroriza a los enemigos en el campo de batalla. Es la compañera inseparable de Odiseo, a quien aconseja y guía en su vuelta a Ítaca. 13 Glauco: de color verde claro, como el del mar. 14 Telémaco: hijo de Penélope y Odiseo, tiene veinte años cuando comienza el relato. Al igual que su madre, sufre al ver a los pretendientes saquear las riquezas de su palacio, pero no puede hacer nada al respecto. 15 Asamblea: reunión de los ciudadanos en la que se discutían temas de importancia y se decidía qué rumbo de acción tomar. 16 Pretendientes: jóvenes ricos y solteros de Ítaca que quieren casarse con Penélope. Son maleducados, groseros y se pasan todo el día festejando y dilapidando los recursos del palacio de Odiseo. 29 Homero la arenosa Pilos 17 y a Esparta, 18 la de anchos valles, para buscar noticias del regreso de su querido padre, y para que se haga fama y renombre entre la gente. Atenea visita a Telémaco. Así dijo, y se colocó en los pies las hermosas sandalias inmor- tales, con las que podía volar, transportada en el viento, sobre las aguas y la tierra. Y tras tomar la lanza, dio un gran salto desde la cumbre del nevado Olimpo y, rauda, se posó frente a las puertas del palacio de Odiseo, en Ítaca, tomando la apariencia de Mentes, el señor de los tafios. Atenea desciende del Olimpo hacia Ítaca. Ilustración de John Flaxman, 1810. Encontró a los soberbios pretendientes que jugaban a los dados frente a la puerta del palacio. Hacía mucho tiempo que pasaban el día consumiendo la despensa de la casa de Odiseo, de banquete en banquete, 17 Pilos: ciudad ubicada al sudoeste del Peloponeso, en donde reina Néstor. 18 Esparta: ciudad del sur de Grecia continental; allí se encuentra el palacio de Menelao. 30 Odisea en tanto que esperaban que su esposa Penélope escogiera a uno de ellos para que la desposara. Telémaco, con el corazón angustiado por la au- sencia del varón que, en caso de que volviera, expulsaría a aquellos in- solentes, fue quien notó primero la presencia de la diosa. Hizo in- gresar al huésped al vestíbulo y le tendió la mano, saludándolo: —Sé bienvenido, huésped. Aquí te trataremos como a un amigo. Pero antes de que nos digas a qué has venido, come y sacia tu apetito. Dicho esto, Telémaco hizo entrar a la diosa en el palacio y le ofreció un sillón para sentarse, en un sitio alejado de los pretendien- tes, para que el griterío de aquellos sinvergüenzas no los perturbara, con la idea de solicitarle al extranjero noticias de su padre, y él mismo tomó asiento junto a ella en una hermosa silla. Tras lavarse las manos, disfrutaron de exquisitos manjares. Poco después, entraron en la sala los viles pretendientes, y luego de que hubieron comido hasta llenar- se, Femio, el divino aedo,19 entonó un hermoso canto. —Querido huésped —le dijo Telémaco a la diosa—, espero que no te enojes por lo que te voy a decir. Estos no tienen otra ocupación más que la música y el canto, y nada les importa, pues consumen im- punes la hacienda de otro hombre, un varón cuyos huesos se pudren lejos en alguna playa, o las olas arrastran por los mares. Pero ahora dime por favor quién eres y cómo y con qué fin has llegado a mi casa. Le respondió Atenea, la diosa de ojos glaucos: —Soy Mentes, y me jacto de reinar sobre los tafios. Me dirigía a Temesa a buscar bronce, y me detuve aquí porque me aseguraron que tu padre había regresado. Sin duda que los dioses se oponen a su vuel- ta; porque lo cierto es que Odiseo vive, aunque está prisionero del océano, en una fértil isla. Yo no soy adivino ni intérprete de sueños, pero igual te diré lo que va a suceder: no estará mucho tiempo alejado 19 Aedo: recitador de poesía. Los aedos cuentan con una gran memoria que les permite recordar extensos relatos a medida que cantan y tocan la lira. En la Odisea hay dos: Femio y Demódoco. Su tarea es entretener a los comensales en los banquetes contándoles historias famosas, como las de la guerra de Troya. 31 Homero de su patria, por más fuertes que sean las cadenas que lo tienen sujeto. Pero dime, ¿qué clase de reunión es esta? ¿Acaso se celebra un casamiento? ¿Por qué permites semejante despilfarro? —Ya que preguntas, huésped, yo te responderé: esta casa fue antaño respetada, mientras vivió mi padre con nosotros. Ahora todos los hijos de las familias nobles de Duliquio, de Same, de Zaquinto y de la áspera Ítaca pretenden a mi madre y arruinan nuestra casa. Mi madre, sin embargo, no rechaza las nupcias ni sabe poner freno a este atropello, y mientras tanto estos odiosos hombres consumen nuestra hacienda, y pronto acabarán conmigo mismo. —¡Oh dioses! ¡Si el ausente regresara! ¡Qué amargas bodas se celebrarían entonces! ¡Las vidas de estos necios cuánto se abrevia- rían! Pero ahora depende de los dioses que tu padre regrese y se cobre venganza; tú debes meditar cómo habrás de expulsar a estos insolentes de tu casa. Presta atención a lo que te voy a decir: convoca a una asamblea en el ágora20 mañana, e intima a los pretendientes a que abandonen tu palacio; y si tu madre acaso busca segundas nup- cias, que regrese a la casa de su padre, que habrá de decretar su casamiento y fijará su dote.21 En cuanto a ti, dispón tu mejor nave, y vete a preguntar por Odiseo; primero irás a Pilos, que es la mo- rada del divino Néstor, 22 y luego rumbo a Esparta, donde reina Menelao.23 Si uno y otro te dicen que tu padre está vivo, soporta todo esto un año más, aunque estés afligido; pero si acaso oyes que 20 Ágora: plaza pública donde se realizan las asambleas. 21 Dote: conjunto de bienes y derechos aportados por la mujer al matrimonio. 22 Néstor: rey de Pilos, es el prototipo del anciano sabio al que todos acuden a pedir consejo. 23 Menelao: hermano de Agamenón y esposo de Helena, Menelao es rey de Esparta. La leyenda cuenta que la guerra de Troya se originó porque Helena, la más hermosa de las mortales, se escapó a Troya junto con el apuesto Paris. Esto suscitó la ira de los Atridas, que juntaron todas las fuerzas aqueas y se embarcaron rumbo a Ilión para recuperar el honor perdido. 32 Odisea él ha muerto, vuelve sin demora y levántale un túmulo, hónralo con exequias, y búscale a Penélope un marido. Y una vez que todo esto esté cumplido, medita cómo habrás de darles muerte a los odiosos pretendientes en el palacio, si abiertamente o con algún engaño, pues es preciso que dejes de comportarte como un niño: ya tu edad te lo impide. Ahora debo partir. Te pido que sigas mis consejos. Telémaco convoca a una asamblea. Luego de hablar, la diosa de ojos glaucos partió rauda, volando como un pájaro, infundiendo en el alma de Telémaco coraje y espe- ranza, y avivando en su mente el recuerdo de su padre. Al verla, sos- pechó el hijo de Odiseo que no era un mortal con quien había habla- do. Luego se dirigió a los pretendientes: —¡Soberbios pretendientes de mi madre! Dejen ya de gritar, y escuchemos a Femio, nuestro aedo, cuya voz se compara con la de los dioses, mientras disfrutamos del banquete. Cuando se haga de día, iremos hasta el ágora, donde habrá una asamblea. Allí les pediré que salgan del palacio, y que de aquí en más celebren sus banquetes en sus casas, comiendo de sus propios bienes. Pero si aun así siguieran con- sumiendo impunemente la hacienda de mi padre, yo invocaré a los dioses, por si Zeus concede que las acciones de ustedes sean castigadas, y quizás un día mueran aquí en este palacio sin que nadie los vengue. Los pretendientes, sorprendidos por la audacia con que Telémaco había hablado, apenas atinaron a protestar; y luego, por la noche, se marcharon a dormir a sus casas. Telémaco subió a su habitación, acompañado por su nodriza, Euriclea,24 quien iba alumbrándole el camino. Una vez acostado en su cómodo lecho, cubierto con un edre- dón de piel de oveja, pasó toda la noche dando vueltas en su mente al plan que Palas Atenea le había aconsejado. 24 Euriclea: nodriza de Odiseo, una de las pocas criadas fieles que existen aún en el palacio. 33 Canto ii Telémaco habla ante la asamblea. No bien surgió la hija de la mañana, Eos,25 de dedos sonrosados, Telémaco salió de la cama, y luego de vestirse se puso al hombro la afilada espada y colocó en sus pies las hermosas sandalias, y semejan- te a un dios en su fisonomía dejó la habitación. Acto seguido ordenó a los heraldos26 que llamaran al ágora a todos los aqueos,27 que muy pronto empezaron a acudir. Allá se dirigió, empuñando la lanza de bronce y con dos perros que le seguían los pasos; en el camino, Palas Atenea adornó su figura con la gracia de los dioses, y cuando llegó al ágora, la gente lo miraba con asombro. Allí ocupó la silla de su padre, puesto que los ancianos le hicieron un lugar. Esa era la primera vez que se convocaba a una asamblea, tras la partida de Odiseo. Telémaco pidió la palabra, y Pisénor, el heraldo, puso el cetro28 en sus manos: 25 Eos: diosa que personifica la Aurora. Sus dedos de color de rosa les abren las puertas a los carros del Sol, que ilumina la tierra día tras día. 26 Heraldo: mensajero. 27 Aqueos: designación general de los pueblos que habitan la península griega. El nombre proviene de la palabra Acaya, región que se encuentra al norte del Peloponeso. En los poemas homéricos, el nombre se usa para designar a las tropas griegas. 28 Cetro: vara confeccionada con un material precioso, que simboliza la autoridad e indica a quién le corresponde la palabra en la asamblea. 34 Odisea —Habitantes de Ítaca: no los he convocado para hablar de un asunto de orden público, sino de una desgracia que ha caído sobre mi propio hogar. Pensándolo mejor, son dos mis preocupaciones: que he perdido a mi padre, que reinaba sobre todo su pueblo con amor pa- ternal, ese ya es un hecho conocido; pero ahora resulta que destruyen mi casa y acaban con mi hacienda los crueles pretendientes de mi ma- dre, los hijos de los nobles itacenses, sin que ella lo consienta. Vienen todos los días a mi casa, nos degüellan los bueyes, se comen las ovejas y las cabras y beben locamente el rojo vino en banquetes sin fin, apro- vechando que no está Odiseo, que les haría frente si estuviera. Les ruego, pretendientes de mi madre, por Zeus y por Temis,29 que se aver- güencen ante sus vecinos y se detengan en su ultraje; de lo contrario, los perseguirá la ira de los dioses, irritados por sus obras perversas. Dicho esto, Telémaco, furioso, sufrió un ataque súbito de llanto, y arrojó el cetro al suelo. Todo el pueblo, en silencio, sintió piedad por él, y hasta los pretendientes se quedaron callados, todos menos An- tínoo, que era el más insolente, quien contestó con aspereza: —Telémaco, has hablado con palabras encendidas; modera tus im- pulsos y deja de insultarnos. No tenemos la culpa de lo que nos acusas: es tu madre quien nos ha dado falsas esperanzas, que alienta con astucias. Hace tres años ya, y pronto vendrá el cuarto, que teje una mortaja30 para que use Laertes, el padre de Odiseo, el día de su entierro. “¡No se puede consentir, jóvenes pretendientes, que a un hombre tan opulento se lo en- tierre sin mortaja!”, nos decía. Así nos persuadió; pero más tarde descu- brimos que cada noche destejía todo lo que había tejido en la jornada. Nos tuvo en el engaño mucho tiempo: tres años. Sin embargo, finalmente la descubrió una esclava. Telémaco, escucha la respuesta que les damos a ti y a los demás ciudadanos: ordénale a tu madre que regrese a la casa de su padre y que tome por esposo a quien él le aconseje y a ella más le plazca. 29 Temis: diosa que personifica la Justicia, madre de las Parcas. 30 Mortaja: vestidura o lienzo en que se envuelve el cadáver para el sepulcro. 35 Homero —¿Cómo podría, Antínoo, expulsar de mi casa contra su volun- tad a quien me dio la vida y me crió? Quizá murió mi padre, quizá vive. Hasta que no lo sepa, no pienso restituir la dote de mi madre al viejo Icario. No fuera cosa que Odiseo regresara y las odiosas Eri- nias31 se enojaran conmigo. Jamás daré esa orden. Lo que les pido ahora es que salgan de mi casa, y que coman la hacienda de otro hombre o la propia, si quieren celebrar algún banquete. Así dijo Telémaco, y Zeus le envió dos águilas que echaron a volar desde la cima de un monte cercano. En el momento de llegar al ágora, las aves giraron velozmente y miraron a todos a la cara, en presagio32 de muerte, antes de desgarrarse con las uñas la cabeza y el cuello; y luego se marcharon por la derecha, encima de las casas, y a través de la ciudad. Zeus con el águila. Vasija del siglo vi a. C. 31 Erinias: llamadas también Euménides, son divinidades terribles encargadas de la venganza de los crímenes familiares. 32 Presagio: señal que indica, previene y anuncia un suceso. Los griegos creían en diversas formas de adivinación, como la interpretación del vuelo de las aves, de los fenómenos meteorológicos, los estornudos, etcétera. 36 Odisea El prodigio dejó a todos perturbados. El anciano Haliterses, que sabía interpretar el vuelo de las aves, intentó señalarles sus fechorías a los pretendientes. Pero estos no le hicieron caso y se burlaron de él. Telémaco pidió de nuevo la palabra: —Pretendientes, concédanme al menos una cosa: denme una buena nave con veinte compañeros. Iré a Esparta y a la arenosa Pilos, a recabar noticias de mi padre. Si me dicen que vive y que va a regre- sar, aunque estoy afligido, soportaré todo esto un año más; pero si llego a escuchar que él ha muerto, volveré inmediatamente, le levan- taré un túmulo, lo honraré con exequias y casaré a mi madre. Así dijo Telémaco, y luego tomó asiento. Una vez que hubo ha- blado, se levantó el buen Méntor,33 amigo de Odiseo, y con benevo- lencia arengó a los presentes: —Habitantes de Ítaca, escuchen mis palabras. Ojalá ningún rey los vuelva a gobernar con clemencia y justicia, ya que se han olvidado de Odiseo, que reinaba sobre Ítaca con amor paternal. Y, les pido que me crean, me enojan tanto los ultrajes de estos orgullosos pretendien- tes como me indigna el resto de ustedes, itacenses, que contemplan, sentados en silencio, cómo estos, que son pocos, se salen con la suya, y no se animan a reprenderlos. Le respondió Leócrito, uno de los pretendientes: —¿Qué cosas dices, Méntor, insensato? Tus palabras son vanas, porque estos nada pueden hacer contra nosotros. Si volviera Odiseo en persona e intentara expulsarnos de su casa, poco se alegraría su mujer, que lo espera, pues allí mismo le daríamos muerte. Que a Telémaco lo ayuden en su viaje Haliterses y Méntor, amigos de su padre. Y si a mí me preguntan mi opinión, no creo que Telémaco viaje a ninguna parte. Seguramente permanecerá sentado aguardando noticias de su padre. Ahora, regresemos cada uno a su casa. 33 Méntor: viejo amigo de Odiseo, cuya forma toma Atenea en repetidas ocasiones para ayudar a Telémaco. 37 Homero Así dijo, y al instante concluyó la asamblea. Telémaco se fue apenado a la playa y allí invocó a Atenea, lamentándose de lo que ha- bía ocurrido en el ágora. La diosa de ojos glaucos escuchó su plegaria y apareció ante él tomando la apariencia del buen Méntor: —Telémaco, tú no serás en el futuro cobarde ni imprudente, si es que has heredado el carácter de tu padre. Vas a emprender tu via- je. No te preocupes por los pretendientes, ni por sus insolencias, ni por los planes que puedan tramar contra ti. Para ellos, la muerte ya está cerca. Vete a tu casa ahora y dispón las provisiones para el viaje, que yo me ocuparé de elegir una nave y buscar tripulación. Telémaco se prepara para el viaje. Tras oír a la diosa, Telémaco fue a su casa, y encontró a los so- berbios pretendientes que desollaban cabras y asaban unos cerdos en el patio. Antínoo nuevamente lo insultó, y el hijo de Odiseo, contra- riado, bajó hasta la bodega de su padre, en donde se guardaban oro, bronce, vestidos y aromático aceite, y vasijas de un dulce vino añejo, por si un día llegara a volver Odiseo a su casa. La guardiana de todo era Euriclea, nodriza y despensera de la casa. A ella le pidió Teléma- co que preparara las provisiones para el largo viaje. Pero la fiel nodri- za rompió en llanto y le dijo: —¡Hijo mío! ¿Por qué se te ha metido esto en la cabeza? ¿Para qué quieres ir a tierras tan lejanas, siendo único hijo y tan querido? Tu padre ha muerto lejos de su patria, y es seguro que ahora los viles pretendientes van a prepararte una emboscada para matarte y usur- par tu hacienda. El prudente Telémaco le respondió a la anciana: —Tranquilízate, que esto no lo he resuelto yo, sino que un dios me ha aconsejado así. Prométeme una cosa: que no le dirás a mi ma- dre nada de este viaje, hasta que hayan pasado once o doce días, o hasta que haya oído que partí. Así juró la anciana, y se puso a alistar las provisiones. 38 Odisea Mientras tanto, Atenea había tomado el aspecto de Telémaco, y estaba recorriendo la ciudad en busca de voluntarios honrados que quisieran embarcarse, ordenándoles que al anochecer se reunieran con él junto a la nave. Cuando se hizo de noche, Atenea acudió al palacio de Odiseo y les infundió el dulce sueño a los pretendientes, hasta tal punto que las copas se les caían de las manos. Se apresuraron todos a volver a sus casas a acostarse, y el sueño no tardó en cerrarles los párpados. Tomando la figura de Méntor, Atenea exhortó a Telémaco a partir: —¡Es momento, Telémaco! Te esperan ya tus compañeros en los bancos, listos para remar, aguardando tus órdenes. Vamos, no retra- semos más el viaje. Una vez en la orilla, cargaron las vituallas en la nave. El hijo de Odiseo tomó asiento en la popa, y a su lado se ubicó Atenea, mientras los compañeros quitaban las amarras y ya se disponían en los bancos. La diosa de ojos glaucos les envió un viento próspero, el Céfiro, que sobre el mar vinoso soplaba suavemente. Cuando ya se alejaban de la costa, hicieron libaciones34 a los dioses, en especial a Palas Atenea. Y la nave siguió el curso establecido durante toda la noche y la siguiente aurora. 34 Libación: ceremonia que consistía en derramar vino, leche u otro líquido en honor de los dioses. 39 Canto iii Telémaco en Pilos. El sol ya se elevaba tras surgir de la hermosa laguna,35 por el cielo de bronce, llevándoles la luz a dioses y a hombres, cuando arribó Telémaco con su tripulación a la arenosa Pilos, la ciudad construida por Neleo.36 Hallaron en la orilla a los pilios, que hacían sacrificios a Poseidón, el dios que sacude la tierra: había nueve gru- pos de quinientos hombres, y cada grupo estaba sacrificando nueve toros negros. Telémaco y los suyos anclaron en el puerto y saltaron a tierra, Atenea primero, y Telémaco después. La diosa de ojos glaucos dijo así: —Telémaco, ya no debes mostrar vergüenza en cosa alguna, tras cruzar el océano buscando información sobre tu padre. No te demo- res. Pregúntale directamente a Néstor, domador de caballos; veamos qué noticias tiene para darte. 35 Laguna: el océano. Según la creencia de los griegos, el Sol, al terminar su jornada de trabajo recorriendo el cielo, se bañaba en las aguas del océano y desde allí volvía a emprender el camino. 36 Neleo: hijo de Tiro y Poseidón, fue abandonado por su madre y amamantado por una yegua que su padre le envió para que no muriera. Fundó la ciudad de Pilos. 40 Odisea A esto dijo Telémaco: —Méntor, ¿cómo podría acercarme hasta él? ¿Cómo podría ir a saludarlo? Aunque yo soy discreto, cualquier joven sentiría vergüenza de interrogar a un viejo. Y repuso la diosa: —Algunas cosas se te ocurrirán por sí solas y otras te las inspi- rará un dios, pues has nacido y te has criado con el favor de los dioses. De eso estoy seguro. Atenea, bajo la figura de Méntor, acompaña a Telémaco en Pilos. Ilustración de John Flaxman, 1810. Luego de este diálogo, emprendieron la marcha guiados por la diosa, hasta llegar al sitio donde estaban reunidos los varones de Pilos. Allí se había sentado Néstor junto a sus hijos, y en torno a él los pilios preparaban un festín de abundante carne asada. Apenas vieron que tenían huéspedes, los pilios se acercaron para estrechar sus manos. Pisístrato, que era uno de los hijos de Néstor, se ade- lantó a los otros. Los saludó y los invitó al banquete, y señaló unas pieles donde tomar asiento junto a su padre Néstor y a su hermano Trasimedes. Pisístrato sirvió una copa de vino y se la dio a Atenea, diciendo estas palabras: 41 Homero —Alza tus ruegos, huésped mío, al soberano Poseidón, puesto que celebramos en su honor este banquete. Tras libar de la copa, y hecho el ruego, pásale el dulce vino a tu compañero para que también él pueda beber, invocando a los dioses inmortales, porque todos los hombres necesitan la ayuda de los dioses. Telémaco habla con Néstor. Tras realizar las libaciones, Atenea y Telémaco comieron y bebieron a sus anchas. Una vez que estuvieron satisfechos, así les habló Néstor: —Ahora que han comido y han bebido, la ocasión es propicia para interrogarlos. ¿Quiénes son, forasteros? ¿De dónde vienen, tras navegar por los húmedos caminos? ¿A qué se debe su visita? El prudente Telémaco, a quien la diosa de ojos glaucos había infundido coraje para que preguntara sobre el padre y adquiriese gloriosa fama entre los hombres, respondió: —Nos preguntas, ¡oh Néstor!, de dónde hemos venido, y yo te lo diré: de Ítaca, situada al pie del monte Neyo, y lo que aquí nos trae no es un asunto público, sino particular. De todos los guerreros que lucharon en Troya se sabe el paradero: algunos están muertos y otros viven. Sin embargo, la suerte de Odiseo, mi padre, Zeus nos ha pro- hibido conocerla: nadie puede decirnos claramente en dónde pereció, si en el mar o en la tierra. Por eso abrazo tus rodillas, Néstor, por si pudieras darme información sobre su muerte. A esto respondió el insigne Néstor: —¡Hijo mío! ¡Qué recuerdos me vienen a la mente de todas las desgracias que sufrimos los aqueos en la ciudad de Príamo!37 Los mejores guerreros que teníamos hallaron la muerte allí: yacen en 37 Príamo: rey de Troya durante el sitio y el saqueo de esta ciudad. Es el padre de Paris y de Héctor. Cuando los aqueos logran entrar en Troya, el hijo de Aquiles, Neoptólemo, mata al anciano rey y deja su cuerpo insepulto. 42 Odisea Troya el valeroso Áyax,38 y Aquiles39 y Patroclo.40 Allí también encon- tró la muerte Antíloco, mi hijo. Padecimos desgracias incontables en esos nueve años; y durante el asedio, no hubo ningún otro que igua- lase en prudencia a tu padre Odiseo. Jamás tuvimos entredicho algu- no, y siempre aconsejamos con sensatez a los demás aqueos, que a veces desoyeron nuestras reconvenciones: algunos de ellos cometieron impiedades y desataron la cólera divina. Algunos de los nuestros, ter- minada la guerra, partieron enseguida. Otros permanecimos en la playa, haciendo sacrificios a los dioses, con el fin de aplacarlos. Aque- lla fue la última vez que vi a tu padre. Embarqué con los míos y puse rumbo a Pilos: los dioses han querido mi regreso. Solo sé de los otros que el rubio Menelao volvió a casa, y que Agamenón murió, asesinado por el cruel Egisto. ¡Qué suerte, para un muerto, si llega a dejar un hijo! Porque Orestes mató a Egisto, y de ese modo vengó a Agamenón. Seguramente tú, que tanto te pareces a tu padre, estarás a su altura. Le respondió Telémaco: —¡Oh Néstor! Con justicia tomó venganza Orestes. Los aqueos difundirán sus hechos y lo cubrirán de gloria. Ojalá a mí los dioses me infundieran fuerzas para vengarme de los pretendientes que me insultan y traman maldades contra mí. Dijo el insigne Néstor: —Ha llegado a mis oídos la noticia de que los pretendientes de tu madre cometen atropellos en tu casa. ¿Quién sabe si tu padre los 38 Áyax: es el guerrero aqueo más valiente, después de Aquiles. Según la leyenda, enloqueció luego de perder en concurso las armas de Aquiles frente a Odiseo, y por ello terminó suicidándose. 39 Aquiles: hijo de Tetis, una diosa marítima, y Peleo, un mortal, es el héroe por excelencia. Su madre lo bañó, siendo pequeño, en las aguas de una laguna infernal para volverlo invulnerable. El único lugar que las aguas no tocaron fue su talón, de allí que Aquiles muriera cuando una flecha lo hirió en este punto. Es fuerte, hermoso, valiente y temerario. 40 Patroclo: el mejor amigo de Aquiles, su compañero en la batalla. Muere al luchar con la armadura del héroe, lo que desencadena la furia de Aquiles y su vuelta al combate para vengar la muerte del amigo. 43 Homero vengará algún día? Ojalá que la diosa de ojos glaucos, la divina Atenea, te asista como antes hizo con Odiseo. Pero no pierdas tiempo. Vuelve ahora a la nave y dirígete a Esparta, a visitar al ru- bio Menelao; o si acaso prefieres ir por tierra, aquí tienes un carro con corceles. Mis propios hijos te acompañarán. Luego de estas palabras, cayó el sol y se hizo de noche. Al notar que Telémaco y la diosa se disponían a volver al barco, Néstor los retuvo: —Que Zeus no permita que duerman en la nave, cuando en mi casa no faltan lechos ni lindas colchas. El hijo de Odiseo no dormirá en las tablas de la cubierta mientras yo viva o queden mis hijos en mi casa para honrar a mis huéspedes. Así dijo Atenea, la de los ojos glaucos: —Has hablado bien, anciano, y es conveniente que Telémaco te obedezca. Él te seguirá a tu casa para pasar la noche. Yo volveré a la nave, junto a los compañeros, a fin de darles ánimo y dejar todo listo. Dormiré allí unas horas, y no bien amanezca me marcharé al país de los caucones, donde tengo una deuda por cobrar. Tú envía al mucha- cho a Esparta, con uno de tus hijos; dale tu mejor carro y los caballos más fuertes y veloces. El asesinato de Agamenón a manos de Egisto y Clitemestra. Copa ateniense del siglo v a. C. 44 Odisea La partida de Atenea. Dicho esto, la diosa se transformó en un águila, y se marchó volando, para maravilla de todos. El anciano, perplejo por lo que había visto, pronunció estas palabras: —¡Amigo! Ya no temo que puedas ser cobarde o débil en el futuro, puesto que siendo tan joven te acompañan los dioses. Por- que esa no era otra que Palas Atenea, que siempre estuvo al lado de tu padre. Y cuando se mostró Eos, de dedos sonrosados, hija de la maña- na, Néstor sacrificó junto a sus hijos una hermosa novilla a Palas Atenea, que le había hecho un honor tan grande al visitar su casa. Una vez celebrado el sacrificio, les ordenó a sus hijos preparar los ca- ballos y el carruaje, y pidió a la despensera que trajera provisiones dignas de los reyes. Telémaco subió al excelente carro, y junto a él iba Pisístrato. Este tomó las riendas y azotó a los caballos, que partieron surcando la llanura. Al arribar a Feras, el sol ya se ponía. Allí durmieron esa noche, hospedados por Diocles, quien los recibió con gusto. Pero al amane- cer prepararon nuevamente el carro y se pusieron en camino, y al fin de la jornada llegaron a una fértil llanura donde el viaje terminaba: tan rápido corrían los caballos. Y luego el sol se puso, y las sombras cubrieron los caminos. 45 Canto iv Telémaco en Esparta. Apenas llegaron a Esparta, la de valles profundos, dirigieron sus pasos al palacio del rubio Menelao, quien se encontraba allí con ami- gos, festejando las bodas de su hijo y las de su hija. Mientras todos gozaban del banquete, un aedo divino cantaba acompañado de la cí- tara, y un dúo de bailarines recorría la sala al ritmo de la música en- tre la muchedumbre, como entretenimiento. Al notar la presencia de los dos compañeros, los hicieron sentar y les sirvieron abundante co- mida y rojo vino. El rubio Menelao, saludándolos con la mano, les dijo estas palabras: —Coman y regocíjense. Después que hayan comido nos dirán quiénes son entre los hombres, pues se advierte que son hijos de reyes por su estampa y figura. Dicho esto, les dio a probar un trozo de suculento lomo asado, que solo a él le habían servido. Los jóvenes comieron y bebieron, y cuando se saciaron, Telémaco acercó la cabeza a Pisístrato para no ser oído, y le dijo estas cosas: —¡Observa, hijo de Néstor, buen amigo, cómo reluce el bronce en el palacio, a la par del ámbar, la plata y el marfil! Así debe de ser por dentro la morada del olímpico Zeus. 46 Odisea El rubio Menelao oyó lo que decían y los amonestó: —¡Hijos míos queridos! ¡Ningún mortal se puede comparar con el divino Zeus, cuya hacienda es eterna! Es cierto, sin embargo, que entre los hombres no hay quien me aventaje en riquezas, tantos son los tesoros que traje en mis navíos, tras pasar muchas penas y andar errante mucho, por Chipre, por Egipto, por Fenicia, por Libia, por Sidón, por Etiopía, al regreso de Troya. Pero ojalá viviera en mi pa- lacio con la tercera parte de mis bienes, con tal de que se hubiesen salvado los que hallaron la muerte en la ciudad de Príamo. Por todos me entristezco, pero por nadie lloro como por Odiseo, el que más sufrió de todos. Seguramente penan por él su viejo padre, Laertes, la discreta Penélope y Telémaco, su hijo, a quien dejó recién nacido en casa. Menelao y Helena reconocen a Telémaco. Así habló y en Telémaco se despertó el deseo de llorar, al escu- char que hablaban de su padre. Rodó por sus mejillas una lágrima, y levantó el muchacho el manto color púrpura, para cubrirse el rostro. No dejó de advertirlo Menelao, y meditó en su mente si debía esperar a que Telémaco mencionara a su padre, o si sería mejor interrogarlo. Entretanto, su esposa, la bellísima Helena, salió de su aposento perfumado y tomó asiento al lado de él. Al ver a los dos jóvenes, in- terrogó a su marido de este modo: —¿Sabemos, Menelao, quiénes son esos hombres que han llega- do hasta nuestra morada? Quizá me equivoque, pero nunca he visto un parecido semejante, en mujer, hombre o niño, como el que guar- da este joven con Odiseo. A lo que contestó el rubio Menelao: —Ya se me había ocurrido lo que estás sugiriendo. Sus pies, sus manos, su mirada, la cabeza y los cabellos son los mismos de aquel. Y además, hace un rato, recordando a Odiseo, vi cómo lagri- meaba este muchacho; de hecho, se cubrió con el purpúreo manto para evitar ser visto. 47 Homero Luego dijo Pisístrato: —¡Oh Menelao, conductor de pueblos! Este que ves, por cierto, es Telémaco, el hijo de Odiseo. Pero, como es discreto y decoroso, ha sentido pudor de hablar en tu presencia. Con él me envía Néstor, mi padre, pues Telémaco busca tu consejo. Muchos males padece en casa el hijo cuyo padre está ausente, si no hay nadie que lo auxilie, como le ocurre a él: su padre falta en Ítaca, y no hay en todo el pueblo quien lo asista en la desgracia. Contestó Menelao: —¡Oh dioses! Ha llegado a mi morada el hijo del varón ama- do que por mí sostuvo tantas luchas, y a quien yo había prometido honrar por encima de todos los aqueos, si acaso llegaba a regresar. Yo le habría asignado una ciudad, en Argos, para que la habitase y se hiciera un palacio, y trajera a los suyos y a su pueblo, para que nos reuniéramos seguido. Y habríamos sido siempre amigos y fe- lices, sin que nada pudiera separarnos, a excepción de la muerte, si algún dios envidioso no lo hubiera privado, a él y solo a él, de volver a la patria. He visto muchas tierras y conocido diferentes pueblos, pero nunca vi a nadie como él, ninguno con su corazón y con su ingenio. ¡Las hazañas que en Troya realizó! Lo último que supe de él es que se hallaba prisionero en la isla de Calipso. El anciano Proteo, 41 que habita cerca de la costa egipcia, me lo hizo saber, cuando yo regresaba con mis naves, tras afrontar peligros incontables. Acto seguido, el rubio Menelao les contó su regreso, plagado de peligros y penurias. Cuando al fin su relato concluyó, se había hecho muy tarde, y Helena encomendó a sus esclavas que dispusieran camas para los invitados. En ellas se acostaron Telémaco y Pisístrato. Y el rubio Menelao y la divina Helena se fueron a su cuarto. 41 Proteo: divinidad marítima que posee el don de la profecía. Como es reacio a que le pregunten acerca del futuro, puede metamorfosearse de mil maneras para intentar escapar de quienes esperan respuesta. 48 Odisea No bien se mostró Eos, de dedos sonrosados, hija de la mañana, Menelao se levantó del lecho y fue a sentarse al lado de Telémaco. Luego de saludarlo, le dijo estas palabras: —Quédate en mi palacio algunos días más. Luego te irás reple- to de regalos: tres caballos, un carro espléndido, una copa labrada para que hagas libaciones a los dioses inmortales y te acuerdes de mí todos los días. A lo cual el discreto Telémaco repuso: —Yo pasaría un año junto a ti sin extrañar mi casa ni a mis pa- dres: tan gratas son para mí tus palabras. Pero no me retengas, por- que mis compañeros deben de estar impacientes en la arenosa Pilos. Los caballos que ofreces te los agradezco mucho, pero no voy a lle- varlos: solo hay cabras en Ítaca, no es tierra de caballos. Así habló Telémaco, y el rubio Menelao le hizo una caricia en la cabeza y dijo: —Hijo mío, se muestra en tus palabras que eres de sangre noble. Te daré otro regalo, el objeto más hermoso y más caro que hay en mi palacio: una vasija de plata bien labrada, con los bordes de oro, obra de Hefesto,42 que me dio el héroe Fédimo, el rey de los sidonios, cuando volvía a casa y me detuve en sus tierras. Es eso lo que quiero regalarte. Mientras así decían, los invitados iban arribando al palacio. Unos traían ovejas y otros, vino, que reconforta el ánimo. Sus esposas venían con el pan, adornadas las cabezas con espléndidas cintas. Así se preparaba la comida. Los pretendientes traman un plan. En Ítaca, mientras tanto, en el palacio de Odiseo, se divertían los viles pretendientes lanzando jabalinas y discos en el patio. Antí- noo y Eurímaco, que por su linaje eran los cabecillas, permanecían 42 Hefesto: dios del fuego, hijo de Zeus y Hera. Este dios, que suele ser representado como feo y deforme, es el encargado de forjar las armas de muchos héroes. Está casado con Afrodita, la diosa del amor y la belleza. 49 Homero sentados. Noemón, hijo de Fronio, quien le había prestado a Telémaco la nave, se acercó adonde estaban y le preguntó a Antínoo: —Antínoo, ¿sabemos por ventura cuándo piensa volver Telémaco de Pilos? Se marchó con mi nave y ahora la necesito. Se quedaron atónitos cuando escucharon esto, dado que no sa- bían del viaje de Telémaco. Al fin contestó Antínoo: —Responde y sé sincero. ¿Cuándo se fue y con quiénes? Replicó Noemón: —Iban con él los jóvenes más destacados del pueblo. Los lide- raba Méntor… o tal vez fuera un dios, puesto que ayer lo vi por aquí nuevamente, y eso que ya había partido la nave de Telémaco. Dichas estas palabras, Noemón se marchó. Antínoo y Eurímaco, con ánimo irritado, llamaron a los otros, que dejaron sus juegos para oírlos. Así les habló Antínoo, colérico, con fuego en la mirada: —¡Oh dioses! ¡Gran proeza ha logrado Telémaco con seme- jante viaje! ¡Decíamos nosotros que sería incapaz de realizarlo! A pesar de que somos numerosos, se fue el muchachito y consiguió reunir a los mejores en su tripulación. De aquí en más deberíamos precavernos de él; ojalá quiera Zeus acabar con su vida antes de que madure. Pero, ¡vamos!, busquemos una nave con veinte tri- pulantes; procuraré tenderle una emboscada, de modo que, al regreso, en el estrecho que separa de Ítaca a la escarpada Samos, encuentre su final. Así les dijo Antínoo, y todos aprobaron sus palabras y alentaron sus propósitos. Sin embargo, Penélope no tardó en enterarse de sus planes. Creía que Telémaco había ido al campo, tal como acostumbraba. No bien tuvo noticia de lo que sucedía, el corazón se le llenó de angustia y ya no pudo contener el llanto. Cuando logró calmarse, se puso ropas limpias, y se marchó a su cuarto junto a sus criadas. Tras llenar una cesta con granos de cebada, le dirigió esta súplica a Palas Atenea: 50 Odisea —¡Óyeme, hija de Zeus, tú que llevas la égida!43 Si alguna vez te hizo sacrificios el astuto Odiseo dentro de este palacio, no te olvides de ellos y protege a mi hijo, y aparta de él a los perversos y orgullosos pretendientes. Aquella misma noche, la diosa de ojos glaucos apareció en sus sueños, tomando la figura de una hermana de Penélope, Iftima, y le habló de esta forma: —Penélope, no temas. Los dioses no quieren que llores y te an- gusties. Tu hijo va a volver, pues nunca ha cometido ofensa contra ellos: Atenea ha escuchado tus plegarias. No bien le dijo esto, la figura de Iftima se disipó en el aire, y por la cerradura de la puerta dejó la habitación. Se despertó Penélope, aliviada, puesto que un sueño claro la había visitado entre las sombras de la noche. Atenea se presenta en sueños a Penélope bajo la figura de Iftima. Ilustración de John Flaxman, 1810. 43 Égida: piel de cabra adornada con la cabeza del monstruo Medusa, es el atributo con que se representa a Zeus y a su hija Atenea. 51 Homero Mientras tanto, los viles pretendientes se habían embarcado, y surcaban la líquida llanura, meditando en su ánimo la muerte de Telémaco. Hay en el mar, entre Ítaca y la escarpada Samos, una isla pedregosa a la que llaman Ásteris: allí se emboscaron los pretendientes aguardando a Telémaco. 52 Canto v Nueva asamblea de los dioses. Eos se levantaba de su lecho, dejando que Titón44 les llevara la luz a mortales e inmortales, cuando los dioses convocaron a asamblea, presidida por Zeus, el que truena en el cielo. Atenea, trayendo a la me- moria las muchas peripecias de Odiseo, les contó a las deidades cómo el héroe se hallaba prisionero en el palacio de la ninfa Calipso: —¡Padre Zeus! ¡Felices dioses inmortales! Ojalá ningún rey vuelva a gobernar a los itacenses con clemencia y justicia, pues nin- guno de ellos se acuerda del divino Odiseo, que reinaba en la isla con amor paternal. Se encuentra prisionero en una isla, cautivo en el pa- lacio de la ninfa Calipso; el regreso a la patria es imposible, porque le faltan naves y una tripulación que lo conduzca por las anchas espal- das del océano. Y por si fuera poco, los crueles pretendientes de su esposa buscan matar al hijo, que ha ido a la sagrada Pilos y luego, a Esparta en busca de noticias de su padre. Esto contestó Zeus, que amontona las nubes: —¿Qué tonterías son esas, hija mía? ¿No habíamos convenido 44 Titón: mortal muy hermoso, fue raptado por Eos (la Aurora), quien le pidió a Zeus la inmortalidad de su amado. Como olvidó pedirle también la juventud eterna, Titón envejeció cada vez más hasta convertirse en una cigarra. 53 Homero que Odiseo volviera y se vengara de ellos? Acompaña a Telémaco para que vuelva sano y salvo a casa, y que los pretendientes en la nave tengan que regresar sin cumplir su objetivo. Dirigiéndose a Hermes, su hijo amado, le habló de esta manera: —Ya que eres mensajero, ve a casa de Calipso y dile que los dioses han decretado esto: que Odiseo regrese a su morada. Volve- rá en una balsa, sin ayuda de hombres o de dioses. Pasará por la tierra de los feacios, quienes le harán honores, brindándole una nave cargada de riquezas para volver a Ítaca. Su destino es regresar entre los suyos. El mensajero Hermes no desobedeció el pedido de su padre: se colocó en los pies las hermosas sandalias de oro con que podía volar sobre la tierra y el océano, rápido como el viento; empuñó su cayado con el que era capaz de dormir o despertar los ojos de los hombres, y luego emprendió el vuelo a toda prisa, como hacen las gaviotas cuando pescan, mojándose las patas en su vuelo rasante. El mensaje de Hermes. Cuando llegó a la isla de Calipso, prosiguió su camino hasta la vasta gruta que ella tenía por casa. Rodeaba su morada un fértil bos- que, y aves de todo tipo anidaban en las ramas de los árboles. Junto a la honda cueva había una hermosa viña cargada de racimos. Ma- naban cuatro fuentes cristalinas, que regaban los frescos prados de violetas que había alrededor. Era tan agradable el panorama, que hasta un dios que llegara a esos parajes se habría maravillado. Halló a Calipso en casa. Adentro de la gruta, ardía en el hogar un fuego acogedor, y el cedro al chamuscarse perfumaba el ambien- te. Al tiempo que tejía, Calipso entonaba una canción con melodiosa voz. Pero no encontró allí a Odiseo, que lloraba en la playa con los ojos fijos en el océano. No bien vio entrar a Hermes, Calipso supo quién era él, pues por lejos que vivan unos de otros, los dioses siempre se conocen entre sí. 54 Odisea Hizo sentar al mensajero, y le sirvió ambrosía y rojo néctar.45 Una vez que comió y bebió, le dijo esto: —¿Por qué, querido Hermes, vienes a mi morada, cuando antes no solías frecuentarla? Y Hermes le contestó: —No es por mi voluntad que te visito, sino siguiendo órdenes de Zeus. Él dice que contigo hay un varón, el más infortunado de cuantos combatieron en la guerra de Troya durante nueve años. El viento y el oleaje lo trajeron aquí cuando intentaba regresar a casa. Zeus te ordena que lo dejes ir, puesto que su destino no es morir lejos de su familia, sino verlos de nuevo y regresar. Se estremeció Calipso y respondió: —¡Qué crueles y celosos son los dioses! Se irritan contra mí porque amo a un mortal, cuando Orión 46 amó a Eos, y la diosa Deméter a Yasión, 47 y cuando quien hundió la nave de Odiseo en el océano no fue otro que Zeus. 48 En el medio del mar murieron todos sus compañeros: no quedó ninguno. Él llegó aquí solo, traí- do por el viento y el oleaje. Yo misma lo cuidé y lo alimenté, y le hice la promesa de una vida eterna si decidía quedarse junto a mí. Pero no me es posible contrariar los designios de Zeus. Dejaré que se marche como me has ordenado, aunque antes le diré cómo llegar a tierra sano y salvo. 45 Ambrosía y néctar: alimento y bebida de los dioses del Olimpo. 46 Orión: personaje que también fue raptado por Eos, que lo llevó a Delos. Se dice que cierto día intentó violar a Ártemis, y esta se defendió enviándole un escorpión que lo picó en el talón. 47 Yasión: hijo de Zeus y Electra, de sus amores con Deméter nació Pluto (la Riqueza). 48 Quien hundió la nave de Odiseo en el océano no fue otro que Zeus: referencia al episodio en que los compañeros de Odiseo se comen las vacas del Sol, en Trinacria. El Sol le implora a Zeus que castigue la ofensa, y por ello Zeus hace naufragar la embarcación de Odiseo. 55 Homero Calipso y Odiseo. Así dijo Calipso, y Hermes se marchó con la tarea cumplida. La ninfa fue a la playa, donde encontró a Odiseo llorando sin cesar: an- helaba el regreso, y aunque Calipso estaba enamorada de él, no la correspondía. Se pasaba los días sentado en unas rocas de la playa, con los ojos clavados en vano en el océano, llorando y suspirando. Odiseo y Calipso. Pintura de Arnold Böcklin, 1883. Ella le habló de esta manera: —Desdichado Odiseo, no te lamentes más ni consumas tu vida de esta forma, puesto que gustosamente dejaré que partas. Corta gran- des maderos y ensámblalos con bronce para hacerte una balsa. Yo la llenaré con pan y agua y rojo vino, que regocija el ánimo, y te daré vestidos para cubrir tu cuerpo. Haré que sople un viento favorable que te lleve a tu patria sano y salvo, si lo quieren los dioses de ese modo. Al oír a la ninfa, el prudente Odiseo se estremeció y le dijo: —Diosa, seguramente tramas algo, y no creo que sea mi partida, enviándome a surcar en una frágil balsa los abismos del mar, terrible 56 Odisea y peligroso, que otras naves de buenas proporciones y velas, a las que el mismo Zeus asistió con su soplo, no han logrado cruzar tan fácil- mente. No subiría a tu balsa, salvo que me juraras que no tramas causarme ningún mal. La diosa le sonrió y le acarició la mano, diciendo estas palabras: —Eres astuto, por cierto. Por Gea49 y por el cielo que la cubre, y por las aguas subterráneas de la Estigia,50 juro que no maquino contra ti ningún daño. Ese es el juramento más solemne que puede hacer un dios. Es cierto que quisiera tenerte aquí conmigo para siempre, pero también entiendo que deseas regresar con tu esposa y con los tuyos. Y le dijo Odiseo: —Bien sabes que Penélope, que es de sangre mortal, no puede competir en hermosura y gracia contigo. Sin embargo, yo añoro día a día regresar a mi casa con los míos. Así habló, y mientras tanto sobrevino la noche. Se fueron a acos- tar, disfrutando los goces del amor, y cuando salió el sol dieron co- mienzo a los preparativos. Cuatro días después, la balsa estaba lista. Al quinto día Calipso dejó que Odiseo se marchara, no sin antes la- varlo y vestirlo con ropas perfumadas, y enviarle una brisa favorable. Él desplegó las velas, contento, y navegó en el mar por diecisie- te días. Al día dieciocho, ya era capaz de ver los montes del país de los feacios. La tempestad. Pero hete aquí que Poseidón volvía entonces de Etiopía, y pudo ver de lejos a Odiseo. El dios, lleno de cólera, sacudió la cabeza y se dijo a sí mismo: —Parece que los dioses han cambiado de idea con respecto a Odiseo mientras yo me hallaba ausente. Ya está cerca del país de los 49 Gea: diosa que representa la Tierra. 50 Estigia: laguna infernal. 57 Homero feacios, donde el destino quiere que se libre de todos sus pesares. Pero sospecho que le queda aún un sufrimiento más. Eso dijo, y echando mano a su tridente51 juntó las nubes y agitó las olas, e hizo soplar un viento huracanado. Cubrió el mar y la tierra con nubes de tormenta, y de un momento a otro sobrevino la noche, al tiempo que unas olas gigantescas sacudían la barca de Odiseo, quien se quejó amargamente en medio de la tempestad: —¡Ay! ¿Qué será de mí? Parece que las predicciones de la diosa han sido equivocadas. Ahora me espera una terrible muerte. Ojalá hubiera perecido yo con los otros que cayeron en Troya: habría sido mejor que este final sin gloria. Mientras decía esto, una ola gigantesca tumbó la embarca- ción. El héroe fue arrojado en medio del océano, mientras un torbellino destruía la nave. Permaneció Odiseo hundido mucho tiempo. Cuando al fin emergió, escupiendo agua amarga, atrave- só las olas y se asió a los restos de la balsa, que era arrastrada por la corriente a su antojo. Así lo encontró Ino, 52 la de los bellos pies, que había sido mortal, y ahora vivía en las profundidades del océano. Apiadán- dose de él, surgió de las aguas y se posó en la balsa a su lado, diciendo estas palabras: —¡Desdichado! ¿Por qué Poseidón, que sacude la tierra, se ha enojado contigo de este modo? Pero por mucho que lo intente, no logrará causarte daño. Haz lo que te digo: quítate esos vestidos, aban- dona la balsa a merced de los vientos y nada hasta la costa. Este velo inmortal que voy a darte extiéndelo debajo de tu pecho y ya no temas: no bien llegues a tierra, despójate de él y arrójalo en el mar. 51 Tridente: cetro en forma de arpón de tres puntas, atributo de Poseidón. 52 Ino: a causa de sus amores con Zeus, Hera hizo enloquecer a Ino al punto de impulsarla a arrojar a su propio hijo en una caldera de agua hirviendo. Al darse cuenta de sus actos se arrojó al mar, pero las divinidades marinas se apiadaron de ella, transformándola en nereida, y le dieron el nombre de Leucotea, que significa “la diosa blanca”. 58 Odisea Tras darle el velo, Ino se sumergió en las aguas. En ese mismo instante, Poseidón levantó una ola colosal que cayó sobre el héroe. Aferrado a un madero, se quitó los vestidos que le había obsequiado Calipso y extendió el velo de Ino debajo de su pecho. Dos días con sus noches anduvo así, perdido por el mar, hasta que al fin, al alba del tercero, las aguas se calmaron y pudo ver la tie- rra. Cuando ya parecía que llegaba a la orilla, una ola gigante lo arro- jó contra las rocas; se habría hecho pedazos si Atenea no hubiera intervenido, infundiéndole la idea de aferrarse a una saliente. Cuan- do pasó la ola, siguió nadando en busca de una playa, hasta que llegó por fin a la boca de un río, en donde elevó una súplica: —¡Óyeme, dios del río, quienquiera que seas! He llegado hasta ti escapando del mar embravecido: el que trama mi ruina es Poseidón. El río lo aceptó y lo llevó en su seno hasta la orilla. Se encontra- ba agotado: le faltaba el aliento, tenía el cuerpo hinchado, y de su boca y su nariz manaba agua salada. Cuando al fin respiró y pudo volver en sí, se quitó el velo y lo arrojó en el río. Se lo llevó una ola hacia el océano, y pronto estuvo en manos de Ino nuevamente. Entonces Odiseo se apartó del río, se inclinó al lado de unos juncos y besó la tierra. Agotado, se puso a buscar dónde dormir, y se tendió entre dos arbustos. Luego se cubrió con unas hojas verdes y Atenea derramó el sueño sanador sobre sus párpados, para que des- cansara de sus tribulaciones. 59 Canto vi El sueño de Nausícaa. Mientras así dormía el paciente Odiseo, rendido por el sueño y el cansancio, Atenea se dirigió a la ciudad de los feacios, donde reinaba Alcínoo, a fin de acelerar el regreso del héroe. Cuando llegó al palacio, entró en la habitación donde dormía una muchacha her- mosa, semejante a los dioses en belleza: era Nausícaa, hija del rey Alcínoo. Las hojas de la puerta estaban entornadas, pero la diosa de los ojos glaucos se coló por la hendija como un soplo de viento y se ubicó junto a la cabecera de la cama. Tomando la figura de la hija de Dimante, que era una amiga suya, y de su misma edad, le dijo estas palabras: —Nausícaa, ¿cómo puedes ser tan perezosa? Has descuidado tus espléndidos vestidos, y ya está cerca el día de tu boda, en que tendrás que ataviarte con tus mejores ropas y deberás vestir a tu cortejo de manera acorde. Vayamos, pues, cuando despunte el alba, a lavar tus vestidos en el río. No seguirás soltera mucho tiempo. Te pretenden los más nobles de los feacios. Apenas amanezca, dile a tu padre que te preste un carro para llevar tus ropas a lavar, que el río queda lejos. Dichas estas palabras, la diosa de ojos glaucos se encaminó al Olimpo de regreso. 60 Odisea Eos, de bello trono, llegó enseguida y despertó a Nausícaa, de hermosa cabellera. Admirada del sueño que acababa de tener, corrió por los salones del palacio en busca de sus padres, para poder con- társelo. Su madre, junto al fuego, tejía lana púrpura, rodeada de sus siervas, y el padre se aprestaba para ir a reunirse en consejo con los nobles feacios. Dijo Nausícaa a Alcínoo: —¿Podrías ordenar, querido padre, que me preparen un carrua- je sólido, para que vaya al río a lavar mis vestidos? Y los tuyos también, puesto que te conviene estar bien ataviado cuando celebras asamblea con los más insignes entre los feacios. Mis hermanos también tienen necesidad de ropa limpia, y yo soy quien se encarga de lavarla. Así dijo Nausícaa, sin atreverse a hablar de casamiento. Pero su padre, comprendiendo todo, le otorgó de inmediato lo que le pedía. Ordenó a los criados que prepararan el carruaje de inmediato, y pron- to la princesa y sus doncellas se pusieron en camino. El despertar de Odiseo. Ya en la orilla del río, de límpida corriente, desuncieron las mu- las y las dejaron que pastaran libres. Descargaron el carro y lavaron la ropa en las aguas profundas, y luego las tendieron encima de las rocas de la playa, para que se secaran. Acto seguido se bañaron ellas, se perfumaron con lustroso aceite, y se pusieron a comer, sentadas en la orilla del río. Después de la comida, Nausícaa y sus criadas se qui- taron el velo para jugar a la pelota un rato. Mientras jugaban, la de brazos níveos, Nausícaa, entonó un canto. En eso la princesa le arrojó la pelota con demasiada fuerza a una de sus criadas y erró el pase, haciendo que el balón fuera a parar al río. Las mujeres a coro se pusieron a gritar y el bullicio despertó al divino Odiseo, que pensó: “¿Qué clase de personas habitan esta tie- rra? ¿Serán violentos y salvajes, o acaso serán hospitalarios y sentirán respeto por los dioses? Y aquellas voces de mujer que oigo ¿pertene- cerán acaso a ninfas?”. 61 Homero Nausícaa y sus criadas juegan a la pelota, mientras Atenea vigila. Ilustración de

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