The Boy in the Striped Pyjamas Chapter 18 PDF

Summary

This chapter continues the story of Bruno and Shmuel, two young boys who find friendship amidst challenging circumstances.

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CAPÍTULO 18 LO QUE PASÓ AL DÍA SIGUIENTE El día siguiente, viernes, también fue lluvioso. Cuando se despertó por la mañana, Bruno se asomó a la ventana y se llevó una decepción al ver que llovía mucho. De no ser porque aquélla iba a ser la última vez que se encontraría con Shmuel y poder pasar un...

CAPÍTULO 18 LO QUE PASÓ AL DÍA SIGUIENTE El día siguiente, viernes, también fue lluvioso. Cuando se despertó por la mañana, Bruno se asomó a la ventana y se llevó una decepción al ver que llovía mucho. De no ser porque aquélla iba a ser la última vez que se encontraría con Shmuel y poder pasar un rato juntos, habría dejado el encuentro previsto para otro día. – 125 – El niño con el pijama de rayas Sin embargo, todavía era temprano y podían pasar muchas cosas desde aquel momento hasta última hora de la tarde, que era cuando solían encontrarse los dos amigos. Seguramente para entonces habría parado de llover. Durante las clases de la mañana con el profesor Liszt, Bruno miró una y otra vez por la ventana y veía que seguía lloviendo. A la hora de comer, miró por la ventana de la cocina y comprobó que estaba dejando de llover y comenzaba a salir el sol. Por la tarde siguió mirando por la ventana, pero la lluvia apareció de nuevo con más fuerza. Por fortuna, paró de llover cuando el profesor estaba a punto de marcharse, así que Bruno se puso unas botas y su pesado abrigo, esperó a que no hubiera nadie a la vista y salió de la casa. En el camino había mucho barro y a Bruno le gustaba pisarlo con sus botas. Bruno miró al cielo y, aunque todavía estaba muy oscuro, pensó que, como ya había llovido mucho, no llovería más esa tarde. Cuando Bruno llegó al tramo de la alambrada donde solían encontrarse, Shmuel estaba esperándolo, y por primera vez no estaba sentado con las piernas cruzadas, sino de pie y apoyado contra la alambrada. –Hola, Bruno –dijo Shmuel cuando llegó su amigo. –Hola, Shmuel. –No estaba seguro de volver a vernos. Por la lluvia y eso. Pensé que quizá te quedarías en casa –dijo Shmuel. –Yo tampoco estaba seguro de poder venir. Hacía muy mal tiempo –dijo Bruno. Shmuel extendió los brazos hacia Bruno y le mostró unos pantalones de pijama, una camisa de pijama y una gorra de tela idénticos a los que vestía él. – 126 – John Boyne –¿Todavía quieres ayudarme a encontrar a mi padre? –preguntó Shmuel. –Por supuesto –contestó Bruno, que tenía mucho interés en explorar lo que había al otro lado de la alambrada. Shmuel levantó la parte inferior de la alambrada y le pasó la ropa. –Gracias. Date la vuelta. No quiero que me mires mientras me cambio de ropa –dijo Bruno. Shmuel obedeció, Bruno se quitó el abrigo y lo dejó con cuidado en el suelo. Luego se quitó la camisa y sintió frío. Cuando se ponía la camisa del pijama averiguó que olía muy mal. Finalmente se quitó sus pantalones y se puso los pantalones del pijama. –Ya está. Ya puedes mirar –dijo Bruno una vez que se había cambiado de ropa. Bruno parecía otro niño más. Con el traje de rayas era muy parecido a los demás. –Esto me recuerda a la Abuela. Me recuerda a las obras de teatro que preparaba con Gretel y conmigo. Siempre tenía disfraces para mí. Supongo que eso es lo que estoy haciendo ahora, ¿no? Fingir que soy una persona del otro lado de la alambrada –dijo Bruno. –Quieres decir un judío –contestó Shmuel. –Sí. Exacto –afirmó Bruno. –Vas a tener que dejar tus botas aquí –dijo Shmuel. –Pero… ¿y el barro? No querrás que vaya descalzo, ¿verdad? –preguntó Bruno. –Si vas con esas botas te reconocerán. No tienes opción –contestó Shmuel. Bruno se quitó las botas y los calcetines y los dejó junto al resto de su ropa. Al principio le produjo una sensación muy – 127 – El niño con el pijama de rayas desagradable pisar descalzo el barro, pero luego empezó a gustarle. Shmuel se agachó y levantó la base de la alambrada y Bruno se arrastró por debajo y su pijama de rayas quedó completamente embarrado75. Nunca había estado tan sucio y le encantaba. Shmuel y Bruno se rieron y ambos se quedaron juntos, de pie, sin saber muy bien qué hacer, pues no estaban acostumbrados a estar en el mismo lado de la alambrada. Bruno sintió ganas de abrazar a Shmuel y decirle lo bien que le caía y cuánto había disfrutado hablando con él durante todo ese año. Por su parte, Shmuel sintió ganas de abrazar a Bruno y darle las gracias por sus muchos detalles, por todas las veces que le había llevado comida y porque iba a ayudarle a encontrar a su padre. Pero no se abrazaron. Echaron a andar hacia el interior del campo alejándose de la alambrada, un recorrido que Shmuel había hecho casi todos los días desde hacía un año, desde que conoció a Bruno. No tardaron en llegar a donde iban. Bruno estaba dispuesto a maravillarse ante las cosas que vería. Había imaginado que en las cabañas vivían familias felices y que algunas familias, al anochecer, se sentarían fuera en mecedoras para contarse historias. Pensaba que todos los niños y niñas que vivían allí estarían jugando al tenis o al fútbol, brincando o trazando cuadrados en el suelo para jugar al tejo76. Había imaginado que habría una tienda en el centro y quizá una pequeña cafetería como las de Berlín. Y se había preguntado si habría un puesto de fruta y verdura. 75 76 Aquí embarrado significa lleno de barro. El tejo es un juego en el que se emplea un pequeño pedazo de teja o cosa parecida y se lanza para tirar una serie de piezas levantadas en el suelo. – 128 – John Boyne Pero resultó que todas las cosas que esperaba ver no existían. No había personas adultas sentadas en mecedoras. Y los niños no jugaban en grupos. Tampoco había ningún puesto de fruta y verdura, ni ninguna cafetería. Lo único que había era grupos de individuos sentados, con la mirada dirigida al suelo y con mucha tristeza. Todos estaban muy delgados, tenían los ojos hundidos y llevaban la cabeza rapada. En una esquina vio a 3 soldados que parecían mandar a unos 20 hombres con pijama de rayas. Les estaban gritando. Algunos hombres habían caído de rodillas y se protegían la cabeza con las manos. En otra esquina había más soldados, riendo y apuntando sus fusiles hacia un lado y otro pero sin disparar. Allá donde mirase, lo único que veía era dos clases de personas: alegres soldados uniformados que reían y gritaban, y personas cabizbajas con su pijama de rayas, la mayoría con la mirada perdida, como si se hubieran dormido con los ojos abiertos. –Me parece que esto no me gusta –declaró Bruno al cabo de un rato. –A mí tampoco –coincidió Shmuel. –Me parece que debería irme a casa –dijo Bruno. Shmuel se detuvo y miró fijamente a su amigo. –Pero ¿y mi padre? Dijiste que me ayudarías a buscarlo –dijo Shmuel. Bruno se lo pensó. Le había hecho una promesa a su amigo y él no era de los que faltan a su palabra, sobre todo tratándose de la última vez que iban a verse. –Está bien. Pero ¿dónde lo buscamos? –preguntó Bruno. –Dijiste que teníamos que encontrar pistas –le recordó Shmuel. Pensaba que Bruno era la única persona que podía ayudarlo. – 129 – El niño con el pijama de rayas –Sí, pistas. Tienes razón. Vamos allá –dijo Bruno. Bruno cumplió su promesa y los dos niños pasaron una hora y media buscando pistas. No estaban muy seguros de qué andaban buscando. No encontraron nada que los orientara acerca del paradero del padre de Shmuel, y empezaba a oscurecer. Bruno miró al cielo, que volvía a estar cubierto, como si fuera a llover. –Lo siento, Shmuel. Lamento que no hayamos encontrado ninguna pista de tu padre –dijo Bruno. En realidad Shmuel no estaba sorprendido. En realidad no esperaba encontrar nada. Pero de todas maneras le había gustado que su amigo pasara al otro lado de la alambrada para ver dónde vivía él. –Creo que debería irme a mi casa. ¿Me acompañas hasta la alambrada? –preguntó Bruno. Shmuel abrió la boca para contestar, pero en ese momento se oyó un fuerte silbato y unos 10 soldados rodearon una zona del campamento, la zona en que se encontraban Bruno y Shmuel. –¿Qué pasa? ¿Qué significa esto? –preguntó Bruno. –A veces pasa. Organizan marchas –contestó Shmuel. –¿Marchas? Yo no puedo participar en una marcha. Tengo que llegar a casa antes de la hora de cenar –dijo Bruno. –¡Chist! –dijo Shmuel llevándose un dedo a los labios–. No digas nada o se enfadaran. Bruno sintió alivio al ver que todas las personas vestidas con pijama de rayas de aquella parte se estaban congregando, y que a la mayoría los juntaban los soldados a empujones, así que Shmuel y él quedaron escondidos en el centro del grupo, donde no se los veía. – 130 – John Boyne No sabía por qué parecían todos tan asustados (al fin y al cabo, hacer una marcha no era tan terrible). Le habría gustado decirles que no se preocuparan, que Padre era el comandante, y que si él quería que la gente hiciera aquellas cosas, no habría nada que temer. Volvieron a sonar los silbatos y el grupo, formado por cerca de un centenar de personas, empezó a avanzar despacio, con Bruno y Shmuel en el centro. Se oía un poco de alboroto hacia el fondo, donde algunas personas no querían desfilar, pero Bruno era demasiado bajito para ver qué pasaba y lo único que oyó fueron disparos, aunque no lo sabía con certeza. –¿Dura mucho la marcha? –preguntó Bruno, que ya empezaba a tener hambre. –Me parece que no. Nunca he vuelto a ver a nadie que haya ido a hacer una marcha. Pero supongo que no –contestó Shmuel. Bruno miró el cielo y escucho el ruido de un trueno. El cielo se oscureció más y empezó a llover a cántaros, aún más fuerte que por la mañana. Bruno cerró los ojos y sintió cómo lo mojaba la lluvia. Cuando volvió a abrirlos, ya no estaba desfilando, sino más bien siendo arrastrado por toda aquella gente. Deseaba estar en su casa, contemplando el espectáculo desde lejos, y no arrastrado por aquella multitud. –Bueno, basta. Aquí me voy a resfriar. Tengo que irme a casa –le dijo a Shmuel. Pero apenas lo dijo, sus pies subieron unos escalones y, sin detenerse, comprobó que ya no se mojaba porque estaban todos amontonados en un recinto77 largo y cálido. No entraba ni una sola gota de agua. 77 Un recinto es un espacio, sitio o lugar que tiene límites. – 131 – El niño con el pijama de rayas –Bueno, menos mal. Supongo que esperaremos aquí hasta que deje de llover y que luego podré marcharme a casa –comentó Bruno, alegrándose de haberse librado de la tormenta. Shmuel se pegó cuanto pudo a Bruno y lo miró con cara de miedo. –Lamento que no hayamos encontrado a tu padre –dijo Bruno. –No pasa nada –contestó Shmuel. –Y lamento que no hayamos podido jugar, pero lo haremos cuando vayas a visitarme. En Berlín te presentaré a… ¿cómo se llamaban? –se preguntó Bruno y se extrañó de no recordar el nombre de sus tres mejores amigos de toda la vida. Bruno le explicaba a Shmuel que no importaba que recordara o no los nombres de sus amigos, porque ellos ya no eran sus mejores amigos. Cogió una mano de Shmuel y se la apretó con fuerza. –Tú eres mi mejor amigo. Mi mejor amigo para toda la vida –dijo Bruno. Shmuel abrió la boca para contestar, pero Bruno nunca escuchó lo que dijo porque en aquel momento se oían gritos de todas las personas del pijama de rayas que estaban allí, y al mismo tiempo la puerta se cerró con un fuerte sonido metálico. Bruno no entendía qué pasaba, pero supuso que tenía que ver con protegerlos de la lluvia para que la gente no se resfriara. Y entonces la larga habitación quedó a oscuras. Pese al desorden que se produjo, Bruno logró seguir sujetando la mano de Shmuel. No la habría soltado por nada del mundo. – 132 –

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