Documento sobre Salud Mental PDF

Summary

Este documento analiza el tema del suicidio desde el punto de vista de los factores sociales, emocionales e ideológicos que inciden en esta problemática. El texto presenta una conversación entre un director de salud mental y un paciente buscando soluciones frente al sufrimiento.

Full Transcript

XII Juan Alberto Rico Echauri (Director de Salud Mental en Osakidetza) Uno de los encuentros más fecundos en esta infructuosa búsqueda del Santo Grial - saber las causas por las que alguien decide desaparecer - fue el que tuve con Juan Antonio Rico un...

XII Juan Alberto Rico Echauri (Director de Salud Mental en Osakidetza) Uno de los encuentros más fecundos en esta infructuosa búsqueda del Santo Grial - saber las causas por las que alguien decide desaparecer - fue el que tuve con Juan Antonio Rico una mañana soleada en San Sebastián, tras una conferencia en el Palacio de Miramar. Le abordé tras la misma. Le conté mi propósito y decidió generosamente compartir un aperitivo y una charla conmigo. Acodados en la barra del bar, me relata una cascada de reflexiones, una vez enciendo la grabadora. -El suicidio no es una elección entre la vida y la muerte, sino la consecuencia de un sufrimiento intenso y la mejor solución ante la falta de expectativas y de recursos para salir adelante. Eso ocurre en el País Vasco en ocho de cada cien mil personas últimamente. Bebe un sorbo. Yo también. Txomin Etxaniz nos brinda algo de claridad mental. -Aunque los suicidios suelen ocurrir dentro de una enfermedad como la depresión, o la esquizofrenia, o el alcoholismo, no hay por qué relacionarlos directamente con ellas. Sorprenden los casos de impulsos atávicos o decisiones instantáneas en mentes lúcidas u otro tipo de arrebatos de tipo ideológico o místico. -Ya, absorbidos por una idea o creencia. -No obstante, hay que decir que si se tratan esos impulsos, normalmente el paciente percibe que cuando tenía esos pensamientos estaba enfermo. Pero ya te digo que no en el 100% de los casos. Puede que el que tú estudias... Le interrumpo. Quiero saber otras cosas antes de que se tenga que ir: por ejemplo, cómo es el perfil habitual de los candidatos a dejar de vivir. -A la mayoría, que son hombres, no les gustaría despertarse por la mañana y tienen imágenes o planes concretos sobre cómo va a ser el fin de sus días. Ellos lo intentan menos pero son más expeditivos, mientras que ellas lo intentan más a menudo, aunque fallan en el intento en un porcentaje mayor. Saca una pipa. Se la carga mientras sigue su retahíla. Me encanta el olor. Y aunque la mayoría de los suicidas son ancianos, en el caso de las mujeres, en cambio, rondan los 50 y pico, tras los primeros cambios hormonales y tras la ausencia de los hijos que se van de casa. Desgraciadamente, sin embargo, está aumentando últimamente el número entre los jóvenes. La adolescencia es un momento crítico, en donde las soluciones radicales son diarias y para casi todas las cosas, incluida la del acceso a la muerte, como se le llama ahora...sobre todo por parte de los creyentes. ¿Tu chaval era católico? -No parece. Más bien es, era, una especie de bautizado agnóstico. -Ya. La fase punk. La conozco. Es un factor de riesgo. En la Inglaterra de los 80 con su nihilismo y su “no future” hubo un índice más alto de lo normal. En mi opinión, se debe saber: me alegra que quieras escribir sobre esto. Estoy totalmente en contra de que no se hable del suicidio. Al revés: hacerlo de manera responsable y clara es uno de las maneras más eficaces de prevenirlo. Ni se anima a nadie ni se banaliza: no existe el efecto llamada. Aquí no. Cada caso es un mundo. -Ahora bebo yo, quizás para esconder mi agradecimiento. Me alegra oír eso pero no lo quiero demostrar. Le pregunto sobre posibles soluciones. -Lo más importante es que el suicida se sienta querido de forma incondicional, que entienda que las fantasías sobre el deseo de morir son naturales en cierto modo, pero que pasan, son temporales, vienen y van. Y hablar de ello lo agradecen porque por fin se sienten escuchados, perciben que alguien se da cuenta de lo que pasa. Por supuesto, una vez alguien intuye que un ser querido tiene este tipo de tendencias, tiene que quitar de su alcance medicamentos, pesticidas, armas de fuego: no se pueden prevenir todos los suicidios pero sí muchos. El pensamiento suicida se va rumiando, no aparece de golpe: si actuamos en medio del proceso hay so- lución. Y aunque el suicidio consumado genera en la familia una carga de culpabilidad enorme, hay que pensar que es una decisión. Errónea o no, hay que respetarla. Es un último acto de libertad. Aunque duela, es así. -¿Y tú crees que hay alguna época del año proclive a la autodestrucción? Dicen que la estación otoñal ayuda a los melancólicos a deprimirse. -En el caso de la depresión sí es verdad que los síntomas surgen con fuerza no sólo en otoño sino especialmente en primavera. Luego hay determinadas fechas que tienen un componente afectivo especial, como las navidades, o un cumpleaños o el aniversario de la muerte de un ser querido. Ahí el supuesto suicida puede actuar y decir: "acabo con todo". No obstante, te repito que es más debido a un proceso acumulativo constante que va degenerando de mal a peor hasta últimas consecuencias. Si nadie se percata de esa regresión... -¿Regresión? sus paso -Sí, bueno, también se le puede considerar al suicidio como una vuelta al útero, un retorno al no-nacer, una salida, en fin, o solución al sufrimiento. A la muerte se le va adornando como cómplice, como testigo y acompañante del paso hacia lo desconocido, hacia un más allá pseudoplacentero. Tampoco hay una regla pero el hipotético suicida da alguna señal de su estado que, si hay alguien cercano y en alerta previa, le puede ayudar. Cuando una persona siente incapacidad de seguir con la vida hacia adelante es conveniente que no esté sola. Aunque también es verdad que los suicidas en potencia no son cobardes, como es natural, porque la muerte, hasta que no se la viste de solución, lo que provoca en el ser humano es miedo. Suena duro decirlo pero el que se suicida sin previo aviso, sin dar señales, sin arrebato mental transitorio fruto del alcohol o de alguna droga, es una persona ciertamente valiente. Mi curiosidad va en aumento. Él pega. Al contrario, pide otra ronda así que aprovecho para preguntar más: cómo saber si la amenaza o el anuncio de los signos suicidas es real o no. -Nunca hay que obviar o ningunear una amenaza por falsa o pequeña que sea. No somos infalibles ni adivinos, así que conviene no arriesgar. Es más, numerosos intentos para llamar la atención acabaron en muerte fatal cuando, a todas luces, no era el fin que perseguía el suicida. Conozco varios de esos casos. Suelen ser personas más bien jóvenes. Lo que yo aconsejaría es prevenir y avisar a un profesional. No hay que ir de héroes tratando de controlar la situación y arreglar el problema en veinticuatro horas. Normalmente eso suele responder al miedo al 'qué dirán' porque socialmente sigue siendo un tema tabú, especialmente en zonas rurales. Hay que ofrecer afecto y cariño, eso sí, empatizar, y llevarle a un profesional. -¿Y si esa persona se niega a ponerse en manos de un especialista? -No suele ocurrir porque una persona desesperada agradece que le hagan caso y le ayuden a disminuir su dolor. Si hay delirio o trastorno esquizofrénico agudo hay que ingresarlo. Y si es depresivo, no suelen ofrecer resistencia, aunque el tratamiento suele ser largo, mezclando sesiones de psicoterapia con fármacos específicos. Algunos medicamentos pueden dotar temporalmente al paciente de una súbita energía. Es en esos momentos cuando hay que vigilarle más de la cuenta. Normalmente en un período de tiempo no muy largo las ideas suicidas desaparecen. Puede permanecer una leve tristeza o recaídas depresivas pero los intentos remiten. Voy a preguntarle por los familiares, pero parece que me lee el pensamiento. Supongo que soy una presa fácil para un profesional de su talla. Me dejo cazar. -En estas situaciones, la familia suele pasarlo realmente mal. Culpabilidad, dolor, impotencia: es muy habitual que carguen con la muerte como si hubiera sido fallo de ellos y no del que la busca. Les cuesta asimilar la libertad del desaparecido que, pese a la ayuda, a veces decide decir adiós. La depresión parece en esos momentos que se instala en los miembros vivos de la familia. Así de cruel e injusto. Incluso pueden sobrevenir nuevas muertes si no se acepta la libertad de acción de los amigos de la muerte... -Parece un nombre de secta - le digo cuando le oigo cambiar su tono de voz. -Bueno, si tú miras al sol es muy difícil pensar en cosas frías. Lo natural es sentir calor. Si miras a la muerte, lo natural es que acabes en sus brazos. -¿Y qué me dices de los casos específicamente juveniles? -Cada vez son más habituales. Y no me extraña, porque la salud mental de los preadolescentes de entre 10 y 14 años cada vez es peor. Los suicidios son ya la tercera causa de los fallecimientos en este grupo de edad en los países desarrollados y esto acabará siendo común en todo el mundo en breve, me temo. Ansiedad, depresión, problemas de conducta, hiperactividad... son problemas sólo superados por el asma o alergia. Y la muerte por suicidio es la tercera causa tras el accidente de tráfico y la leucemia. Es cierto que en España baja el índice con respecto a Europa, pero también lo es que a pesar de ello aumenta de año a año. No tardaremos en alcanzarles. Cada vez son más habituales los ingresos en urgencias psiquiátricas: unos cinco niños ingresan cada semana por problemas relacionados con trastornos mentales, en Bilbao, por ejemplo. Trastornos de adaptación, alteraciones de conducta, reacciones anti-estrés, síntomas de depresión,...Muchos de estos problemas pueden estar originados por cambios socia les y culturales o ambientales. La inmigración, la soledad, el exceso de televisión o de teléfono móvil, el sobrepeso, el acoso escolar, las drogas, también el exceso de antibióticos, el nuevo rol de familias multiparentales...la sociedad actual ofrece un cóctel explosivo que facilita la escalada de conflictos juveniles. Ninguno de estos factores tiene la culpa en exclusiva, por su- puesto, pero si se dan varios de ellos a la vez en un adolescente hipersensible o introvertido las posibilidades pueden aumentar extraordinariamente. Hay casos, en menor medida, que son por decisión propia, por iniciativa... espiritual. -¿Sectas? -No, no, no es eso. Son chavales supercerebrales cuyo exceso de inteligencia se convierte en el arma más peligrosa. Cuando en un momento crítico esa inteligencia te argumenta que el suicidio es la mejor vía de solución para los problemas y eso se convierte en una seña de identidad del adolescente, entonces no hay nada que hacer. -¿Nada? -Nada. Es como tener el peor enemigo en casa. Las veinticuatro horas del día, erosionando tu mente, acabando, en definitiva, literalmente con tu vida. Suelen estar vincula- dos a huidas de casos de violencia escolar: palizas, violaciones, complicidad en homicidios juveniles; las agresiones aumentan en cantidad y en calidad. Cada vez se arremete contra el prójimo más sofisticadamente y lo peor es que empieza a no haber causas. Antes había razones, infantiles, para agredir a alguien. Ahora ya no. Se ha convertido en una moda. Ha comenzado en Inglaterra, con una muerte por pura diversión macabra y ya está aquí, entre nosotros. -Pero ¿por qué? - pregunto asombrado. -Bueno, no es que los adultos, a nivel institucional o estatal seamos un ejemplo a seguir. Me refiero a que hay países que siguen aplicando penas de muerte, hay guerras por todas partes, violencia televisada a diario, real o ficticia, que queda impregnada en la retina del chaval. Se desarrolla toda su adolescencia con esa banda sonora. Algunos buscan notoriedad incluso reconocimiento público. Quieren entre los suyos, para la sociedad. salir del anonimato, dejar de ser invisibles Es la paradoja del delito: aparecer, aunque sea para mal. Y no pasa una semana sin que los medios reproduzcan algo de eso: violencia doméstica, palizas, agresiones sexuales, destrozos callejeros. La información se convierte entonces en motivación para ellos. Y no precisamente entre chicos marginales. Dos chicas apuñalaron hace no mucho a una compañera en Cádiz. Estaban en un colegio privado. Un chico fue detenido en Barcelona por agredir gravemente al azar a pasajeros del metro: era hijo de un abogado. Lo mismo con indigente que quemaron en el centro de la ciudad; los responsables resultaron ser de clase alta. Por aquí, en Ermua, no hace mucho, una niña de quince ha sido golpeada con una barra de hierro, orinada, quemada y arrollada con una moto a la salida de un centro escolar religioso. Tan sólo la paliza a un profesor en Alicante y el escopetazo del chaval de catorce años a su madre en Almería recientemente han sido perpetrados por jóvenes de clase humilde. -Todos somos un poco culpables. -No. No me gusta el concepto de culpa ni cargar contra toda la sociedad: es injusto. Digamos que somos en parte responsables, eso sí, por facilitar un sistema social que albergue tanta violencia desde la infancia. Así, no es raro lo que estamos comentando ni tampoco que algunos adolescentes se refugien dentro de ellos y lleven la violencia contra sí mismos en vez de hacia el prójimo: no son ajenos al nuevo código, sólo que lo aplican contra ellos. Puede que en ese patrón entre el chaval que investigas. Nos despedimos. Él, con la seguridad de haber cumplido con su obligación. Yo, con más dudas que certezas. Pasas al lado de la muralla. Te detienes. Dejas la bicicleta recostada sobre la piedra. Miras hacia arriba. No ves nada más que cielo azul, la piedra húmeda y tú. Desde abajo la vida es más tranquila. Allá arriba, todos estáis locos. Estás cuerdo en este mar de personas, de peces que saltan o bucean sin rumbo en nuestro pueblo. Eres el pescador. Y resulta que también el anzuelo. Te lo lanzan una y otra vez desde ahí arriba, para que piques. No. No piques. Además del pescador, eres la caña y el agua. Te transformas en todo lo que imaginas porque el cuerpo ha aprendido a estirar su piel; estás en muchas partes a la vez, eres todo lo que quieres ser, todo lo que no son ellos, ahí quietos, en la superficie. Eres aire, y agua, y tierra. Volar y bucear es lo mismo. Nadar y ver. Entender cómo es el mundo desde dentro. Esa es la clave. La que jamás entenderéis...Mañana tampoco voy a clase. (A Ana) No sabes cuánto lo siento, si decir esto sirve de algo. Estoy contigo, pero no estoy. Eres lo único que me hacía estar de pie sobre la realidad, o la vida, o como lo llamen, y ya no estoy. Y para no estar... mejor me voy. (Papel suelto encontrado dentro del libro de filosofía, el último día antes de desaparecer.) El sustituto se ha acomodado en la cama de su pequeña pensión, en la que pernocta desde que decidió no despilfarrar más dinero en viajes. Una habitación con un aseo, una cama y un armario conforman su pequeño ajuar cotidiano. Ha esta- do escribiendo varias horas seguidas. Está cansado. Deja sus libros, su bloc de trabajo con anotaciones ya dentro, su ordenador portátil, y sale directamente a dar una vuelta por el pueblo. Necesita airearse. Llega a un bar. Al tabernero no parece que le hace mucha gracia la presencia de un nuevo vecino así que le atiende, como es habitual en el norte, con esa indiferencia con la que se trata a esas personas que nunca se van a volver a ver. Pide un patxaran: uno detrás de otro. Hoy se le ha olvidado comer: tan absorbido ha estado escribiendo. En seguida se le sube a la cabeza. Decide preguntar a bocajarro al camarero que es, fijo, propietario. -¿Conociste por casualidad a Joaquín Oirebés? - No - responde mintiendo por lo inoportuno (y tabú) que contiene la pregunta. -¡Pues yo sí!- decide mentir él también- Era un chaval de puta madre. Ya no es horario escolar. La tarde ha acabado sin darse cuenta. Se lleva la botella a la mesa, frente a la silenciosa perplejidad del barman. Se sienta. Se sirve otra copa más. Según la bebe, se echa a llorar desconsoladamente. El dueño decide dejarle en paz con su sollozo, entiende que hay veces que algunos hombres, cuando beben, necesitan intimar con la noche. No hay nadie más. Tan solo la compañía de su sombra en la inmensa soledad del local. XIII Ana (Despedida.) Ana y yo quedamos una última vez antes de final de curso. Me invitó a su casa por teléfono y yo, que podría haberle puesto un millar de excusas para no ir, accedí. No sé muy bien por qué, si ya nos habíamos despedido. Me dió su dirección y un viernes por la tarde me que no fui a Bilbao a pasar el fin de semana, me presenté allí. Sabía que sería la última vez, muy probablemente, que la vería. Mi estado de ánimo era contradictorio. Por un lado, estaba nervioso y sin saber muy bien qué decir o hacer aparte de devolverle el material que me había prestado. Por otro, me da mucha pena despedirla de nuevo para no volverla a ver. En la casa de sus padres no hay nadie. En algún momento se me pasa por la cabeza lo peor. ¿Será una encerrona? ¿Querrá probar alguna de sus experiencias con adultos? Hablamos de trivialidades mientras estoy haciéndome en la cabeza estos interrogantes, cuando de pronto suena la puerta. Casi se me sale el corazón por la boca. -Tranquilo -me dice ella- es alguien que te quiere ver. Entra un señor que Ana conoce de antemano, por lo visto. Se acerca y le besa con cariño. Ana me explica que es el aitá de Joaquín. Me intento incorporar pero no puedo; me vuelvo a caer, torpe, en el sofá. -No se preocupe; no hace falta que se levante. Me aturde que me trate de usted. No sé si es porque me va a contar algo malo o una señal de respeto por mi incipiente barba. Ana le ha contado todo y está contento de que alguien de fuera se preocupe por lo ocurrido a su hijo. Si no habló conmigo el día de la conversación con su madre es porque están en proceso de divorcio. Sus vidas han seguido cursos muy diferentes a raíz de la muerte del hijo. Duelos y divergencias irreconciliables. Tenemos una larga conversación en la que me da una versión no muy diferente de la de su mujer, de lo cual me alegro porque ni he traído la grabadora portátil ni el teléfono móvil. Le comunico que aún no tengo conclusiones que dar pero que estoy atando cabos y que él, su mujer y Ana serán los primeros en enterarse del resultado. Tras este encuentro inesperado, nos despedimos. Primero el aitá y luego, escudándome en su salida, aprovecho yo para irme dándole las gracias a Ana e intuyendo que no es una idea muy buena quedarme a solas con ella en una casa sin más adultos que yo mismo. Ana parece intuir mis pensamientos. Nos damos dos besos y un largo abrazo. Sólo añade tres palabras. -Estamos en contacto. Último correo Destinatario: Ana Te quiero y sé que es verdad. Quiero decirlo como si fuera la última vez aunque luego me traicione. Y oírme diciéndolo único, irrepetible, porque te quiero de una forma que es difícil que alguien -y yo menos- la pueda repetir en toda su vida. Aunque no te vuelva a ver nunca, te quiero siempre en presente porque lo demás no existe. Ni siquiera me importa si es recíproco o no. Si lo es, ¿qué podemos hacer? Sé que también hay otros que te quieren. No me importa. Te lo digo otra vez: no me importa. Amor compartido, sí, pero amor real. Sin presunciones, sin alardeos, sin miramientos. No te lo puedo decir más claramente. Hasta me doy pena, qué ridículo, las palabras no sirven para esto. Ni siquiera en un poema. Aquí soy llano y directísimo. El amor me basta y me sobra y nunca es suficiente, éste puede ser el secreto. Sobrar y faltar a un tiempo. Y saber que cada día te quiero más porque te temo menos. Por eso vivir contigo es hacernos mejores. Olvidar lo tenso porque en ti ya todo es divertido. Y sin final, porque, sabes, nosotros nos transformamos juntos, ya no somos ni comienzo ni final sino cambio constante en libertad de movimientos, casi completa. Te llevo dentro. Me llevas dentro. Sólo queda vivirnos. Quizás en sueños, por qué no. Pero por qué no en esta vida, aquí, ahora, ya. Qué más da si es imposible. Qué más da si es posible, si sabemos que hemos conseguido ser una estrella, ¿por qué no ser constelación, sin olvidar nunca nuestra luz primera? Sólo somos ahora, aunque mañana no te vea. Ni al día siguiente. Ni al otro. Ni al otro. Ni al otro... El sustituto acaba una reunión de evaluación de junio. Está satisfecho. El curso está prácticamente finiquitado. Ha acabado mejor de lo que esperaba a pesar de la escasa experiencia que acumulaba: clases particulares mientras estudiaba la carrera y un año en un colegio concertado para luego pasar al barbecho inútil y desquiciante del desempleo. Entrar en la editorial fue una bendición. Pensando en la empresa, también tiene claro el formato que les va a presentar con su último trabajo sobre el acoso escolar para intentar convencerles de que le renueven el contrato. Si lo rechazan, no tiene ningún inconveniente en seguir en la lista de sustituciones de la educación pública, si es que le llaman de la delegación. Todo antes que volver al infierno del paro. Aunque teme regresar a esa situación de inestabilidad e incertidumbre, también es verdad que ahora siente tener más armas para defenderse en el mercado laboral que antes de entrar en el instituto. Mientras la práctica totalidad de los profesores se van a casa -la tarde veraniega no invita a hacer más horas extras - el sustituto decide ir al departamento a ordenar sus cosas para el día siguiente. El silencio parece irreal; por las tardes el instituto parece todo menos un centro educativo actual. Sale por la entrada y decide dar un paseo hasta la zona de la playa. Ha sido un día muy largo y quiere despejarse. Está decidiendo si se pasa por la pensión a por el bañador o no cuando oye un sonido seco muy cerca, cerquísima, cada vez el volumen aumenta más y más a la vez que siente un dolor agudo, que se esparce por toda su cabeza. Es como una copa de vino rota en el suelo, solo que él es la copa y el vino y el suelo. Los cristales parecen de madera: no se oye un clac-clac- clac pero sí siente millones de punzadas de dolor que a modo de bomba metralla le invade todo el cerebro. El sustituto cae al suelo inconsciente. XIV Doctor Carlos Mendibil (Hospital Donostia. Traumatología.) Lo único que recuerdo antes de mi baja inesperada, es un dolor intensísimo en la cabeza: como un estallido, un buuuum interno y gigantesco que nadie pareció oír más que Por lo que me han contado, alguien me ha atacado dándome en la cabeza con un bate de béisbol. Ha sido en la calle, fuera del instituto. Nadie sabe quién ha sido. Lo poco que sé, es gracias al doctor. -¿Y dice que me encontró el director? -Sí, él y la conserje, al cerrar el instituto. Inconsciente, en el suelo, rodeado de sangre y a unos doscientos metros del instituto. De hecho, se han ido hace poquito: cuando les he dicho que estabas fuera de peligro. Han estado todo el tiempo contigo desde la ambulancia. Estabas dormido. Me han estés tranquilo; mañana mismo llaman a alguien dicho que para que te sustituya. -Vaya, el sustituto del sustituto. -Te has librado de una buena, chaval. Si el golpe hubiera sido más certero, no lo cuentas. -El golpe. ¿La caída? -Ah, que tú no viste nada. ¡Menudo cobarde! Entonces fue por la espalda. En cuanto salgas de aquí, lo denuncias. Ha sido con un bate de béisbol; lo encontraron a un lado de tu cuerpo. Alguien no te quiere mucho. -¡Me han atacado! Estoy estupefacto. Mientras el doctor me explica cómo ha sido el golpe y las consecuencias del mismo, desconecto. Escucho pero no doy crédito a lo que oigo. Es su voz un murmullo de fondo mientras divago. No tengo la menor idea de quién me puede odiar. En el instituto, la única problemática dejó los estudios. Y, de hecho, vino a disculparse antes de irse del centro, por haberme mandado a tomar por culo. No sé si eran disculpas sinceras u obligadas; tan sólo confesó que estaba estudiando Bachillerato obligada. No, además, una chica no puede ser. No es un ataque de perfil femenino. Viene de fuera. Intuyo que alguien ha salido del Centro de Menores con ganas de zumbarme, de asustarme. Y lo ha conseguido. -¿Me entiendes? -¿Eh? Sí, claro. -Creo que si evoluciona bien la cosa, en tres días puedes irte a casa a seguir ahí el tratamiento. Reposo y descanso. Vida tranquilita, mínimo dos semanas: olvídate de volver a trabajar de momento. Para ti, han empezado ya las vacaciones. -Una pena. Justo antes de acabar el curso. No me voy a poder ni despedir de mis alumnos. Caer, bajar por un tobogán invisible, deslizándote por esa dimensión que nadie ve, que ninguna persona oye pero que sientes cada vez más cerca; descender te pide la cabeza y el cuerpo, imaginas el aire entre los mangos (sic) de la camisa, la velocidad, la unión con la Tierra, es por eso que todo se basa en la gravedad, esa ley por la que los seres leves y maltratados ganamos la partida al espacio, al tiempo, volvemos a la vida previa al Bigbang que nos parió, el momento cero, la energía única, todo el universo abierto tras un simple golpe en el suelo. (Escrito sobre la contraportada del libro de Física y Química) EPILOGO En el hospital, apoyo la cabeza en el respaldo de la cama, adormecido. Estoy con el portátil -no sé cómo ha llegado hasta mi- viendo una serie de televisión americana. "Esta es una historia real. Los hechos que se relatan tuvieron lugar en Minnesota en 2006. A petición de los supervivientes, se han cambiado los nombres. Por respeto a los muertos, todo lo demás se narra tal y como ocurrió..." aparecen los primeros títulos de crédito en la pantalla. Se me ocurre que, si hubiera habido más muertes, ese podría ser una buena introducción para presentar a la editorial cuando acabe el trabajo. El dolor de cabeza, muy fuerte a pesar de los analgésicos, me impide pensar en un título. Cierro el portátil. En la mesilla veo las dos novelas que estaba leyendo en la pensión. Cojo una y leo por el marcapáginas algo que he subrayado. "El propio hecho de escribir constituye otro rechazo, otro personaje añadido al pasado. Vendemos efectivamente el alma: entregándola a la historia a pequeños plazos. No es tanto para pagar unos ojos lo suficientemente claros como para ver más allá de la ficción de la continuidad, la ficción de la causa y el efecto, la ficción de una historia humanizada dotada de 'razón." No tengo la cabeza como para leer a Pynchon. Miro la otra. Nabokov: "Pálido fuego". Menos aún. Por lo menos, puedo pensar en leer. Otros en mi caso han muerto. Caigo en un repentino sueño. Veo un joven acercándose a un muro, entre una niebla densa. No se distinguen colores, tan sólo el blanco neblina que inunda con su lechosa claror todo el sueño. Llegado al muro, el joven se asoma al otro lado de la pared de piedra y resulta que hay una caída al vacío de unos treinta metros. Sin pensárselo dos voces, se arroja a esa inmensidad que es toda blanca...tal y como es la luz blanca del hospital. Lo primero que veo ahora es la cara de Ana. La cabeza sudorosa y recién despertada me la apoya contra la almohada. Creo que me ha besado. -¿Qué haces? -pregunto entre incrédulo y sorprendido. -Nada, ayudarte a descansar. Pero te he despertado. ¿Qué pensabas, que te ibas a librar de mí así como así? -He soñado que me caía. -Ya te he visto la cara...como de ir en coche sabiendo que te chocas. - Algo así, sí. Gracias por los libros y el ordenador: fijo que has sido tú la que los ha traído. -Se lo comenté a la dueña de la pensión y me dejó la llave. Me dijo que te va a descontar los días que estés aquí. -Muy generosa. -Te ayudo porque...sé que tienes un Joaquín dentro. -Me refería a ella, la de la pensión. Era una ironía. Mientras reímos ambos, Ana saca de su mochila, colocándolo sobre la cama, un montón de papeles: hojas de cuaderno, fragmentos de agenda, páginas arrancadas de alguna libreta, postits, cartas. Me explica que son los deseos escritos de mis alumnos animándome para que me recupere. Siento, con los ojos llorosos, que mi trabajo ha merecido la pena. Le doy las gracias a Ana: se ha molestado en pasar por cada clase y hacer la propuesta nada más enterarse del ataque. Voy leyendo cada texto imaginándome a cada estudiante escribiendo en el papel, cada uno con su caligrafía, cada una con su estilo. -No te imaginaba tan sensible. -Bueno, ahora estoy fuera del insti, dolorido, me pillas con la guardia baja. Me levanto con cuidado. Ana me ayuda a incorporarme. Me acerco a la ventana. Miro tras ella hacia el horizonte. Pase lo que pase, ha merecido llegar hasta esa cama. -¿Vas a denunciar? -me pregunta de pronto Ana. -Formalmente, sí. Pero no tengo vocación de héroe. No voy a quedarme aquí a ayudar a la policía a intentar resolver algo que es una venganza. -¿Una venganza? Pero, quién iba a querer... -Alguno de los chicos del Centro de Menores. Y te voy a decir quién: Luis Arrieta. Rima con rabieta, además. Me apoya el idioma...y no se suele equivocar - bromeo- En cuanto le han dado permiso para salir, se ha desahogado conmigo. -No me extrañaría; ¡menudo cabrón! -Si alguien quiere que esto no se sepa, de acuerdo. No se sabrá. Pero el tiempo me dará la razón. Y no me refiero a lo que me ha pasado a mí sino lo que le ha pasado a Joaquín. -Entonces, ¿vuelves a Bilbao? -En cuanto salga del hospital, sí. Ya veré si sigo en la enseñanza. Ahora se produce un largo silencio. Supongo que este sí va a ser el definitivo adiós a Ana. Le digo que cuando cumpla los dieciocho le esperaré en Bilbao con los brazos abiertos. Ana se entristece. Ella me promete que va a estudiar allí la carrera. Y que vivirá en un piso los años de la universidad. Intento contener la risa, un tanto incrédulo. -Tienes que confiar un poco más en las personas...- me espeta antes de robarme un beso - Hasta pronto: ¡agur! -Se gira, creo que aprovecha la rápida despedida para que no le vea sus ojos vidriosos -...eta zaindu maite duzun hori! -me aconseja, cómplice e irónica, antes de cerrar la puerta semisonriente. Sale por la puerta del hospital. La veo desaparecer por el marco de la ventana. Con ella a lo lejos siento que se acaba la historia de Joaquín. Sin ella, habría sido imposible empezarla. En un caserío donde pasa sus vacaciones de verano, Ana recibe un paquete postal certificado traído por un encargado de Correos. Lo firma. Sube desde el pórtico de entrada a su cuarto, nerviosa y curiosa a la vez. Lo abre y lee un título impreso en un cuaderno de hojas anillado: "El sustituto de un cisne mudo". Se alegra. Su luminosa sonrisa alumbra su vivienda estival en la sierra. Esa luz se extiende hasta la semisoleada costa vasca, en donde la nube y el agua y la espuma de una ola rota es una sola y la misma realidad.

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