Tema 4 Parte 2: Primera y Segunda Revolución Industrial PDF

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AmiableBurgundy1383

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Este documento analiza la primera y segunda revolución industrial, enfocándose en el crecimiento económico mundial entre 1760/1780 y 1914. Incluye datos sobre el Producto Interno Bruto (PIB), PIB per cápita, tasas de crecimiento y la transformación estructural de las economías a nivel global. El documento presenta datos específicos sobre varias regiones y países.

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TEMA 4. DE LA PRIMERA A LA SEGUNDA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL Y LA PRIMERA GLOBALIZACIÓN, 1760/1780-1914 4. La industrialización de Europa y la segunda revolución industrial. Con relación a períodos precedentes, el siglo que transcurre entre el fin de las guerras napoleónicas (1815...

TEMA 4. DE LA PRIMERA A LA SEGUNDA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL Y LA PRIMERA GLOBALIZACIÓN, 1760/1780-1914 4. La industrialización de Europa y la segunda revolución industrial. Con relación a períodos precedentes, el siglo que transcurre entre el fin de las guerras napoleónicas (1815) y el estallido de la Gran Guerra de 1914 se caracteriza por una fuerte aceleración del crecimiento de la economía mundial, tanto en lo que respecta al producto interior bruto (PIB) como al PIB per cápita. De hecho, el siglo XIX marca el inicio del crecimiento económico moderno, entendido como un crecimiento continuado del PIB per cápita a largo plazo. La importancia del fenómeno es evidente. Antes de la época contemporánea, y considerada la economía mundial en su conjunto, cualquier aumento de la producción quedaba neutralizado a la larga por un aumento similar de la población. Es lo que se ha denominado como la trampa malthusiana. Este hecho dificultaba avances significativos del ingreso por persona a largo plazo. El siglo XIX supone el fin de esta situación. Entre 1820 y 1913, la población crece más que en etapas anteriores, pero la producción todavía lo hace mucho más. Aceleración del crecimiento económico en el mundo desde el siglo XIX (tasas de crecimiento anual acumulativo) PIB Población PIB por persona 1500-1600 0,3 0,2 0,1 1600-1700 0,1 0,1 0,0 1700-1820 0,5 0,5 0,1 1820-1913 1,5 0,6 0,9 1820-1870 0,9 0,4 0,5 1870-1913 2,1 0,8 1,3 1913-2008 3,1 1,4 1,7 La aceleración del PIB y del PIB per cápita es, no obstante, solo una parte de la historia. En el siglo XIX, el crecimiento económico estuvo acompañado de importantes transformaciones demográficas, energéticas e institucionales, las cuales serán analizadas en el último apartado de este módulo. Lo que ahora interesa destacar es que el aumento del ingreso per cápita también estuvo asociado a cambios muy significativos en la estructura de la economía, es decir, en la composición de la demanda, la producción, el comercio y el empleo. En la Europa del siglo XIX, uno de estos cambios fue la pérdida de peso de la producción y el empleo agrarios, mientras que en el sector industrial y en los servicios se produjo la situación inversa. Como consecuencia, antes de estallar la Primera Guerra Mundial, el sector primario ya ocupaba a menos del 50% de la población activa en un número muy considerable de países: entre un 36 y un 46% en Francia, Alemania y los países escandinavos, entre el 20 y el 30% en los Países Bajos, Bélgica y Suiza, y menos del 15% en el Reino Unido. Crecimiento del PIB per cápita en varias regiones del mundo durante el siglo XIX (tasas de crecimiento anual acumulativo) 1700-1820 1820-1913 1820-1870 1870-1913 Europa occidental 0,2 1,1 1,0 1,3 Europa oriental 0,1 1,0 0,6 1,4 Antigua URSS 0,1 0,8 0,6 1,0 "Nuevas Europas" 0,8 1,6 1,4 1,8 América Latina 0,2 0,8 -0,0 1,8 Asia occidental n/d 0,6 0,4 0,8 Asia oriental 0,0 0,3 -0,1 0,8 África 0,0 0,5 0,3 0,6 Mundo 0,1 0,9 0,5 1,3 Crecimiento económico y cambio estructural, pero no en todas partes por igual, ni tampoco del mismo modo. En cuanto al crecimiento económico, la tabla muestra las tasas de crecimiento anual acumulativo del PIB per cápita en varias regiones del mundo entre 1700 y 1913. Probablemente, lo que más puede destacarse de esta tabla es la existencia de una gran diversidad en la intensidad de este crecimiento. Durante el siglo XIX, y con relación al siglo precedente, todas las regiones aceleraron el ritmo de crecimiento, si bien no de manera homogénea. En algunos casos, como los de América Latina y Asia oriental, la primera mitad del siglo XIX significó, de hecho, un empeoramiento de la situación económica, en parte como consecuencia de elementos institucionales y políticos. Sin embargo, la situación cambió radicalmente entre 1870- 1913, especialmente en el caso de América Latina, una región que experimentó tasas de crecimiento económico más elevadas que cualquier otra parte del mundo. Considerado el siglo XIX en su conjunto, las zonas con un crecimiento más elevado del PIB per cápita fueron Europa occidental y las "Nuevas Europas", es decir, Australia, Canadá, Estados Unidos y Nueva Zelanda, países colonizados por emigrantes de la Europa noroccidental. En cambio, en buena parte del resto del mundo, y muy especialmente en Asia y África, el PIB per cápita aumentó por debajo de la media mundial y, por lo tanto, menos que en las áreas de mayor crecimiento. Las implicaciones que se derivan de estas diferencias de intensidad en el crecimiento son muy importantes. En el siglo XIX, las diferentes regiones del mundo (y la mayoría de los países que formaban parte de ellas), lejos de converger, tendieron a divergir en términos de PIB per cápita. En otras palabras, la distancia entre las regiones y países que a principios del siglo XIX tenían una renta per cápita más alta y las que la tenían más baja tendió a aumentar a lo largo de los casi cien años que preceden al estallido de la Primera Guerra Mundial. Y, por lo tanto, la desigualdad en los niveles de renta per cápita entre países se incrementó. Evidentemente, esto no significa ausencia total de convergencia. Esta se produjo entre algunos países, sobre todo a partir de 1870. En resumen, el siglo XIX se caracteriza por la aceleración del crecimiento económico y por el cambio estructural, pero también por la existencia de un proceso de convergencia en niveles de renta entre unos cuantos países y la divergencia de la mayoría. Además, a medida que avanzaba el siglo tuvieron lugar transformaciones en varios ámbitos. Lo que hay que preguntarse es por qué esto fue así. En la base de los hechos que acabamos de señalar se encuentran dos fenómenos esenciales para entender la economía mundial del siglo XIX: la industrialización y la globalización. 4.1 La difusión de la industrialización hasta 1914 Hacia 1830, el Reino Unido era el país más industrializado del mundo. La población activa industrial suponía en torno al 44% de la población británica, una proporción que no se encontraba en ningún otro país. Su volumen de producción industrial per cápita era más de tres veces superior a la media mundial. Y en ninguna parte se había desarrollado con tanta fuerza como en Inglaterra la industria moderna, es decir, la de los sectores que utilizaban nueva tecnología, mecanizaban los procesos productivos gracias al uso de nuevas fuentes y nuevos convertidores energéticos (el carbón y la máquina de vapor) y adoptaban el sistema de fábrica como forma de organizar la actividad manufacturera. La industria textil algodonera, la producción de hierro y la fabricación de maquinaria fueron los primeros sectores que se modernizaron. Pero a lo largo del siglo XIX la industria moderna se fue difundiendo fuera de la isla. En este proceso de difusión geográfica de la industria, la historiografía ha tendido a distinguir dos grandes grupos de países. El primer grupo lo formarían los países que desde aproximadamente la década de 1830 empezaron a desarrollar un sector industrial moderno, gracias a la adopción de la tecnología propia de la revolución industrial. Llamados first comers, en este grupo acostumbra la mayoría de autores a incluir a Alemania, Bélgica, Estados Unidos, Francia y Suiza. El segundo grupo de países, también conocidos como late comers, lo integran los que tuvieron un inicio del proceso de industrializa ción más tardío y, en algunos casos, un éxito industrializador más débil. Aquí se suele situar a Escandinavia y los Países Bajos, la Europa mediterránea y la oriental y Japón, que fue el primer país no occidental en experimentar un proceso de industrialización, así como algunos de los integrantes de las "Nuevas Europas", especialmente Canadá. Niveles de industrialización per cápita en el mundo, 1830-1910. Reino Unido 1900=100 1830 1860 1880 1900 1910 Estados Unidos 14 21 38 69 126 Reino Unido 25 64 87 100 115 Bélgica 14 28 43 56 88 Suiza 16 26 39 67 87 Alemania 9 15 25 52 85 Francia 12 20 28 39 52 Suecia 9 15 24 41 67 Canadá 6 7 10 24 46 Dinamarca 8 10 12 20 33 Austria-Hungría 8 11 15 23 32 Holanda 9 11 14 22 28 Italia 8 10 12 17 26 España 8 11 14 19 22 Japón 7 7 9 12 20 Rusia 7 8 10 15 20 Australia - 6 8 11 19 Rumanía 5 6 7 9 13 Grecia 5 6 7 9 10 México 4 5 4 5 7 China 6 4 4 3 3 India 6 3 2 1 2 Mundo 7 7 9 14 21 Esta tabla presenta los niveles de industrialización per cápita entre 1830 y 1910 en varios países del mundo, siempre en relación con el Reino Unido. Poniendo de manifiesto los avances conseguidos en las economías que acabamos de mencionar. Pero también deja claro que, en países como Brasil, México y, sobre todo, China y la India, el siglo XIX fue, en general, un período de desindustrialización o, en el mejor de los casos, de estancamiento del progreso industrializador. Los datos existentes sobre la distribución de la capacidad manufacturera mundial abundan en la misma dirección. En el año 1800, China y la India concentraban casi el 80% del potencial manufacturero del mundo. En 1913, dicho porcentaje ya se había reducido al 46%. Pero una cosa parece evidente: la industrialización del mundo occidental coincidió en el tiempo con la desindustrialización de importantes áreas de la periferia mundial. Regiones industriales de Europa en el año 1875 ¿Por qué se inició el proceso de industrialización y arraigó más fácilmente en unos países que en otros? En un primer momento, la difusión de la industria moderna estuvo muy vinculada a la capacidad de incorporar la tecnología que había desarrollado el país líder, es decir, el Reino Unido. Por lo tanto, una dotación de factores y un marco institucional parecidos a los británicos, además de estímulos adecuados desde el lado de la demanda, facilitaban la industrialización. Ello significa que un país que hacia 1830 dispusiera de carbón tenía más facilidades para industrializarse. Lo mismo podría decirse de los países que contaban con una tradición manufacturera anterior o habían conseguido abolir el feudalismo y, por lo tanto, habían mejorado la especificación y protección de los derechos de propiedad individual, disfrutaban de una mayor libertad de empresa y disponían de mayores garantías de igualdad ante la ley. En la medida en que actuaba de estímulo a la introducción de cambios técnicos, la existencia de mercados amplios y dinámicos era un factor acelerador del pro- ceso de industrialización. Finalmente, la modernización de las instituciones y de los instrumentos financieros, por un lado, y del sector agrario, por otro, igualmente podían favorecer la consolidación de la industria moderna. La difusión de la industrialización experimentó un nuevo empujón en el último cuarto del siglo XIX. Y un número cada vez mayor de países empezaron a adoptar la tecnología y los métodos de producción propios de la industria moderna. El impulso industrializador no fue nada casual y coincidió en el tiempo con cambios importantes. Uno de estos cambios hay que relacionarlo con el hecho de que cada vez había más países que eliminaban algunas de las trabas para el inicio de la industrialización. En la década de 1860 se abolieron la servidumbre y el feudalismo en Rusia, en el sur de Italia y en Japón. El otro cambio consiste en el inicio de una serie de medidas de política económica impulsoras de la industrialización. Así, a lo largo de las dos últimas décadas del siglo XIX, tal como explicaremos más adelante, la mayoría de late comers (y muchos otros países que no lo eran) aumentaron los aranceles a los productos manufacturados llegados del exterior, con el propósito de fomentar el desarrollo de la industria del país. En esto no hacían sino imitar lo que habían hecho muchos first comers, incluido el Reino Unido, en sus primeras fases de desarrollo. Finalmente, los términos de intercambio también se modifica- ron a lo largo de las tres o cuatro décadas finales del siglo XIX: los precios de los productos primarios dejaron de aumentar con relación a los manufacturados. Se trata de un cambio relevante, más favorable al desarrollo de la actividad industrial. Pero la década de 1870 también estuvo marcada por una profunda transformación tecnológica: el inicio de la Segunda Revolución Industrial, que merece un poco de atención. 4.2 La segunda revolución industrial Para el período posterior a 1750, los análisis referidos al cambio técnico en perspectiva histórica distinguen tres grandes revoluciones tecnológicas: la primera, que se inicia en el último tercio del siglo XVIII y está asociada, sobre todo, a la introducción de la energía del vapor; la segunda, que empieza en el último cuarto del siglo XIX; y la tercera, que se inicia a lo largo de las tres últi- mas décadas del pasado milenio, y que hay que relacionar con las telecomu- nicaciones, la informática, la microelectrónica, la biotecnología y la genética. El paso de una revolución a otra se explica a partir de varios factores. En el caso de la SRT, se ha de vincular al agotamiento de los beneficios derivados de las tecnologías propias de la primera revolución tecnológica (PRT), que se hizo evidente a partir de la década de 1870. En este contexto, aumentó el interés por desarrollar nuevas fuentes de energía, nuevas tecnologías, nuevos sectores y nuevas formas de organizar la producción y la comercialización. Ello dio lugar a un nuevo paradigma tecnológico, en el que la educación técnica y el conocimiento científico resultaron mucho más importantes de lo que lo habían sido durante la primera revolución industrial. En el ámbito energético, las principales novedades fueron el petróleo y la electricidad, junto con sus correspondientes convertidores energéticos, el motor de combustión interna y el motor eléctrico. En cuanto a los sectores emergentes, la industria del acero y la química orgánica experimentaron una fuerte expansión. Lo mismo podría decirse del sector del automóvil y de la producción de electrodomésticos. La industria del automóvil, además, pronto quedaría asociada a cambios fundamentales en la organización del trabajo. En este ámbito, dos son los nombres propios y dos los conceptos que hay que destacar. El primer nombre es el de Frederick Taylor (1856-1915), que desarrolló nuevos métodos de organización del trabajo con el objetivo de aumentar la productividad de los trabajadores, en lo que se denominó organización científica del trabajo. El segundo es el de Henry Ford (1863-1947), que en el año 1908 introdujo la cadena de montaje en la industria automovilística y, de este modo, abarató el coste de producción y el precio de venta e inició la producción a gran escala de automóviles. Laboratorio científico de Bayer en Elberfeld, 1908 La producción en masa y la consolidación de empresas de grandes dimensiones son también elementos definitorios de los sectores propios de la segunda revolución industrial, más intensivos en capital y en los que las economías de escala tienen más importancia que en la primera revolución industrial. El crecimiento de las empresas requirió la introducción de cambios en la gestión y organización empresariales, entre los que destacan la separación entre la propiedad y la dirección, la organización en departamentos especializados y el desarrollo de nuevas técnicas y criterios contables. Más capacidad para aumentar la producción repercutía en un aumento de la necesidad de vender. Desde la segunda mitad del siglo XIX, los procesos de comercialización y venta también experimentaron importantes novedades. Las modernas técnicas de marketing asociadas al uso de la marca y de la publicidad avanzaron de manera rápida, mientras que en la distribución de bienes al por menor surgieron cadenas de tiendas, grandes almacenes y sistemas de venta por correo. La electricidad y los progresos de la segunda revolución industrial beneficiaron a los países que hasta entonces habían sido países atrasados industrialmente. Noruega y Suecia fueron dos casos claros. Favorecidos por unos abundantes recursos hidráulicos, mucho más modernos que los de la mayoría de late comers, ambos países pronto utilizaron la hidroelectricidad y los motores eléctricos para mecanizar los procesos productivos y desarrollar nuevos sectores. En cierta medida, la emergencia de nuevos sectores y nuevas energías permitía alterar algunos de los prerrequisitos hasta entonces necesarios para iniciar con éxito un proceso industrial. Pozos de petróleo en Pensilvania, 1862 (izquierda) y la Sociedad Española de Electricidad (Barcelona) de 1881. La primera empresa eléctrica de España con la finalidad de proporcionar alumbrado a las calles y energía eléctrica a fábricas y comercios. Esta empresa era la sexta creada en el mundo (junto a Londres, Berlín, San Petersburgo, Chicago y Nueva York) (derecha) Pero estas mismas transformaciones también contribuyeron a provocar cambios de liderazgo entre los países en los que la industrialización había arraigado con más intensidad. En vísperas de la Primera Guerra Mundial, la producción industrial agregada de Alemania ya era mayor que la de Gran Bretaña, que estaba experimentando una desaceleración de su crecimiento desde las décadas finales del siglo XIX. Mientras tanto, Estados Unidos había alcanzado hacia 1910 un nivel de producción industrial per cápita superior al británico y al de cualquier otro país del mundo. Y también una riqueza por persona (medida a partir del PIB per cápita) más elevada que la de cualquier otra zona de la economía noratlántica o de cualquier otra parte. PIB per cápita en Europa y las "Nuevas Europas", 1820-1913 PIB per cápita Tasa de crecimiento Nivel en relación a Estados Unidos 1820 1870 1913 1820-1870 1870-1913 1820 1870 1913 Alemania 1.077 1.839 3.648 1.1 1.6 85.7 75.2 68.8 Bélgica 1.319 2.692 4.220 1.4 1.1 104.9 110.1 79.6 Francia 1.135 1.876 3.485 1.0 1.5 90.3 76.7 65.7 Holanda 1.838 2.757 4.049 0.8 0.9 146.2 112.8 76.4 Reino Unido 1.706 3.190 4.921 1,3 1,0 135,7 130,5 92,8 Suiza 1.090 2.102 4.266 1,3 1,7 86,7 86,0 80,5 Noruega 801 1.360 2.447 1,1 1,4 63,7 55,6 46,2 Suecia 819 1.359 3.073 1,0 1,9 65,1 55,6 58,0 España 1.008 1.207 2.056 0,4 1,2 80,2 49,4 38,8 Italia 1.117 1.499 2.564 0,6 1,3 88,8 61,3 48,4 Hungría - 1.092 2.098 n/d 1,5 - 44,7 39,6 Polonia - 946 1.739 n/d 1,4 - 38,7 32,8 Rumanía - 931 1.741 n/d 1,5 n/d 38,1 32,8 Rusia 688 943 1.488 0,6 1,1 54,7 38,6 28,1 Checoslovaquia 849 1.164 2.096 0,6 1,4 67,5 47,6 39,5 Australia 518 3.273 5.157 3,8 1,1 41,2 133,9 97,3 Canadá 904 1.695 4.447 1,3 2,3 71,9 69,3 83,9 Estados Unidos 1.257 2.445 5.301 1,3 1,8 100,0 100,0 100,0 Nueva Zelanda 400 3.100 5.152 4,2 1,2 31,8 126,8 97,2 Europa occidental 1.194 1.953 3.457 1,0 1,3 95,0 79,9 65,2 Europa oriental 683 937 1.695 0,6 1,4 54,3 38,3 32,0 Nuevas Europas 1.202 2.419 5.233 1,4 1,8 95,6 99,0 98,7 Sin negar la influencia de otros factores, una parte de los cambios de liderazgo que acabamos de mencionar hay que relacionarlos con el grado en que cada país consiguió desarrollar e incorporar las tecnologías y los sectores propios de la segunda revolución industrial. Alemania y Estados Unidos lo hicieron de una manera bastante decidida, gracias a una dotación de recursos naturales favorable y un intenso desarrollo de la enseñanza técnica y el conocimiento científico. Como consecuencia de ello, Estados Unidos se erigió en el país de la economía noratlántica -y del mundo- con una renta per cápita más elevada. Gran Bretaña representa el reverso de la moneda. Con una educación técnica menos desarrollada, el antiguo "taller del mundo" tenía, además, una estructura financiera y una organización empresarial que probablemente no se revelaron como las más adecuadas para estimular el paso hacia un nuevo modelo tecnológico. Y, quizá más importante todavía, la intensidad con que se habían implantado las tecnologías y los sectores propios de la primera revolución industrial hacía más difícil la adopción del nuevo paradigma tecnológico Cadena de montaje del T negro de la Ford y 13000 trabajadores de la Ford Motor Company en 913 Antes de acabar el siglo XIX, el Reino Unido estaba especializado en la exportación de barcos, ferrocarriles, hierro y productos textiles, sectores característicos de la primera revolución industrial. En 1913, estas eran todavía las principales ramas en las que la industria británica mostraba una ventaja comparativa. Además, en algunas de ellas, como la de producción de barcos, mantenía el liderazgo mundial. La situación de Alemania era muy diferente. Coincidiendo con la unificación política del país (1871), el sector industrial experimentó un fuerte desarrollo a partir de la década de 1870, sobre todo gracias al crecimiento de sectores como los de la química orgánica, el acero o la construcción de material eléctrico, intensivos en capital y que exigían empresas de grandes dimensiones para aprovechar las economías de escala. Caracterizada además por una estructura cartelizada, los bancos y el Estado jugaron un papel importante en el proceso de industrialización alemán. Los primeros financiaban al sector industrial, mientras que los poderes públicos protegían a la industria e invertían en educación. En este contexto, quizá no resulte sorprendente que Alemania orientara de manera decidida sus exportaciones hacia nuevos y dinámicos sectores económicos, como los productos eléctricos o los químicos. 4.3 Industrialización y crecimiento económico A medida que avanzaba el siglo XIX aumentaba la presencia de la industria en el Viejo Continente y en algunas otras partes del mundo. El proceso no fue homogéneo ni universal. En vísperas de la Gran Guerra, la industria ya había arraigado con fuerza en algunos países. En otros, el sector industrial continuaba siendo menos importante que el agrario. Y el resto del mundo, o bien sufría un proceso de desindustrialización, o bien se mantenía todavía fuera del proceso de implantación de una industria moderna. PIB per cápita e Índice de desarrollo humano, 1913 PIB per cápita País IDH 1. Estados Unidos 5.301 1. Nueva Zelanda 0,711 2. Australia 5.157 2. Australia 0,696 3. Nueva Zelanda 5.152 3. Dinamarca 0,660 5. Reino Unido 4.921 4. Países Bajos 0,649 5. Canadá 4.447 5. Canadá 0,646 6. Suiza 4.266 6. Reino Unido 0,644 7. Bélgica 4.220 7. Suiza 0,643 8. Países Bajos 4.049 8. Estados Unidos 0,643 9. Dinamarca 3.912 9. Suecia 0,641 10. Argentina 3.797 10. Noruega 0,631 11. Alemania 3.648 11. Alemania 0,614 12. Francia 3.485 12. Francia 0,607 13. Austria 3.465 13. Irlanda 0,599 14. Uruguay 3.310 14. Bélgica 0,590 15. Suecia 3.073 15. República Checa 0,541 16. Chile 2.988 16. Uruguay 0,529 17. Irlanda 2.736 17. Argentina 0,511 18. Italia 2.564 18. Hungría 0,507 19. Noruega 2.447 19. Austria 0,501 20. Finlandia 2.111 20. Italia 0,485 ¿Qué sucedía con los países en los que la actividad manufacturera todavía era modesta en términos de crecimiento económico? Los datos existentes referidos al Viejo Continente sugieren una relación positiva entre el porcentaje de población ocupada fuera del sector agrario y los ingresos per cápita. Ello no quiere decir, sin embargo, que antes de 1914 la vía del crecimiento económico solo pudiera estar asociada a la industrialización. En la tabla se relacionan los 20 países que en 1913 tenían la renta per cápita más elevada. Esta información se complementa con las estimaciones referidas al índice de desarrollo humano (IDH), que dan una perspectiva más detallada del bienestar. Incluye tanto a países del Viejo Continente como de fuera de Europa. En cuanto al PIB per cápita, en lo alto de esta lista encontramos a Estados Unidos, el país con un nivel de industrialización per cápita más elevado del mundo. En lugares destacados figuran también el Reino Unido, líder industrial del siglo XIX, así como los llamados first comers y algunos late comers. Pero también encontramos países que lograron un nivel de industrialización comparativamente débil, como era el caso de Australia, Nueva Zelanda, Uruguay o Argentina. Además, los dos primeros países citados ocupaban el primer lugar en términos de IDH. Considerados globalmente, estos eran países con abundancia de tierra y escasez relativa de mano de obra. Esta dotación factorial favoreció la producción de bienes primarios para la exportación, un proceso que permitió un fuerte crecimiento económico. Para entender este hecho es imprescindible analizar el otro fenómeno más característico de la economía del siglo XIX: la primera globalización. 5. La primera globalización económica Consecuencia de la misma industrialización, lo que denominamos primera globalización fue efectivamente el otro gran protagonista en la transforma- ción de la economía mundial del siglo XIX. La mayoría de los economistas e historiadores económicos definen la globalización como el proceso de integración de los mercados de bienes y factores a escala mundial, un proceso que, discurrió paralelamente a un fuerte crecimiento de los movimientos internacionales de mercancías, personas y capitales. “El habitante de Londres podía pedir por teléfono, al tomar en la cama el té de la mañana, los variados productos de toda la tierra, en la cantidad que le satisficiera, y esperar que se los llevara a su puerta; podía, en el mismo momento y por los mismos medios, invertir su riqueza en recursos naturales y nuevas empresas de cualquier parte del mundo, y participar, sin esfuerzo ni aun molestia, en sus frutos y ventajas prometidos, o podía optar por unir la suerte de su fortuna a la buena fe de los vecinos de cualquier municipio importante, de cualquier continente que el capricho o la información le sugirieran. Podía obtener, si los deseaba, medios para trasladarse a cualquier país o clima, baratos y cómodos, sin pasaporte ni ninguna formalidad; podía enviar a su criado al despacho o al Banco más próximo para proveerse de los metales preciosos que le pareciera conveniente, y podía después salir para tierras extranjeras, sin conocer su religión, su lengua o sus costumbres, llevando encima riqueza acuñada, y se hubiera considerado ofendido y sorprendido ante cualquier intervención” (Keynes, 1919). 5.1 El crecimiento del comercio y la integración del mercado de bienes En cuanto al comercio de productos, el volumen de exportaciones mundiales aumentó a una tasa de casi el 4% anual entre 1820 y 1913, un ritmo de crecimiento superior al de períodos precedentes y también al de la producción mundial. Del mismo modo, las evidencias disponibles sobre el nivel de precios en varias regiones del mundo muestran efectivamente una intensa integración de los mercados de bienes desde antes de 1870, que continuó después de esta fecha. Valor de las exportaciones mundiales a precios constantes, 1820-1998 índice % 1820 14 1,0 1870 100 4,6 1890 219 6,0 1913 422 7,9 1929 664 9,0 1950 587 5,5 1973 3.358 10,5 1998 11.554 17,2 ¿Por qué creció tanto el comercio y también produjo un proceso de integración en el mercado de bienes? Sin negar la influencia de otros factores, la disminución de los costes de transporte y la reducción de los aranceles están en la base de ambos hechos. En cuanto a los costes de transporte, la disminución que experimentaron es inseparable de los avances tecnológicos de la revolución industrial, sobre todo de la máquina de vapor. En el ámbito de la navegación, el barco de vapor (1807) fue la principal innovación del siglo XIX. Su difusión, sin embargo, sería lenta y puede dividirse en dos etapas. Durante la primera mitad del siglo XIX, el barco de vapor se utilizó, sobre todo, en el comercio regional y en el transporte de bienes de valor elevado, que se realizaba por ríos, lagos, mares interiores (Báltico y Mediterráneo) y canales, cuya construcción se había acelerado entre 1750 y 1850 en Gran Bretaña, Francia o Estados Unidos. A partir de la década de 1860, el uso del barco de vapor se extendió al comercio internacional de larga distancia. En este proceso, dos son los factores que más contribuyeron. El primero se ha de relacionar con el desarrollo de una serie de innovaciones tecnológicas, particularmente la construcción de barcos de hierro y la máquina de vapor de doble expansión. El segundo tiene mucho que ver con la apertura del canal de Suez en 1869. El nuevo canal, que reducía la distancia entre Europa y Asia en unas 4.000 millas, permitía superar las dificultades de aprovisionamiento de combustible, un aspecto que había limitado el uso del barco de vapor en las rutas entre el Viejo Continente y las lejanas tierras asiáticas. La máquina de vapor no solo se aplicó al transporte marítimo. También se aplicó al transporte terrestre. En 1814, el británico George Stephenson construyó la primera locomotora, y en 1825 se inauguró la primera línea de ferrocarril entre las localidades inglesas de Stockton y Darlington. Desde entonces, la construcción de la red ferroviaria y el uso de este medio de transporte, si bien con intensidad diferente según los países, se expandió extraordinariamente en Europa y Norteamérica, contribuyendo de este modo a la integración de los mercados interiores, al estímulo de la industria del hierro y el acero y, en general, al crecimiento económico. En 1869, Estados Unidos ya había construido una línea transcontinental, que unía la costa este con la oeste. En Europa, países como Bélgica y Gran Bretaña habían logrado densidades de la red de ferrocarriles superiores a los 90 kilómetros por cada 1.000 km2 de superficie, casi cuatro veces más que la media europea y unas diez veces más que en Estados Unidos. Entre 1870 y 1910, la densidad de la red se había multiplicado por 2,8 en el Viejo Continente, casi el mismo aumento que en Bélgica (2,9), más de lo que lo había hecho el Reino Unido (1,5), pero muy por debajo del incremento experimentado en Estados Unidos (6,7), el país del mundo que tenía más kilómetros de línea férrea construidos. Stephenson construyó la Rocket en 1829. sta locomotora alcanzaba una velocidad de 58 kilómetros por hora Red ferroviaria de Europa de 1850 a 1880, ferrocarriles argentinos de 1870 a 1910 y los Estados Unidos de 1870 a 1890 Evolución de la red ferroviaria en varios continentes, 1850-1913 El aumento de la red ferroviaria también fue muy intenso en América Latina, Asia (especialmente la India) y África (sobre todo Sudáfrica), en buena medida gracias a las inversiones británicas y, en segundo lugar, francesas. No obstante, hacia 1913, estas tres áreas geográficas, que contaban con el 66% de toda la población mundial, concentraban menos del 20% de toda la red ferroviaria construida en el mundo y tenían unas densidades de red muy por debajo de las de Europa y Estados Unidos. En la mayor parte de estas regiones, el principal objetivo del ferrocarril era conectar las zonas de producción de materias primas del interior con los puertos de embarque. Ello no significa en sí mismo un hecho negativo. En el caso de América Latina, el ferrocarril tuvo un impacto muy favorable en el crecimiento económico de la región. Valor del flete en el comercio internacional de trigo, 1820-1910 A lo largo del siglo XIX, el comercio de mercancías se pudo beneficiar de importantes avances en el transporte marítimo y terrestre. Y lo mismo puede decirse de la tecnología de la refrigeración, que desde la década de 1870 permitió la exportación a gran escala de productos perecederos, como la carne. A todas estas transformaciones hay que añadir las referidas a las comunicaciones. En efecto, a finales del ochocientos ya era posible utilizar el telégrafo (Morse, 1832), el teléfono (Bell, 1876) y la radio (Marconi, 1895) en la comunicación a larga distancia. De estas innovaciones, el telégrafo eléctrico es quizá la que merece más atención. Utilizado comercialmente desde 1837, a mediados del siglo XIX la mayoría de las ciudades de Europa y de los Estados Unidos estaban conectadas por cables telegráficos, lo que suponía la posibilidad de una comunicación prácticamente inmediata. En 1866, además, se consiguió instalar con éxito el primer cable transoceánico y, de este modo, se garantizaba una comunicación rápida entre las dos orillas del Atlántico. El tiempo en la transmisión de noticias se redujo espectacularmente, un aspecto muy positivo para la integración de la economía internacional. Y también para la navegación marítima, que ahora podía informarse puntualmente sobre el estado de las rutas y las posibilidades de cargamento. En la aplicación del vapor al transporte terrestre y marítimo hay que mencionar la apertura de nuevas rutas, las mejoras en la transmisión de información a larga distancia, la reducción de los costes del transporte terrestre y marítimo. Esta es una de las palancas de la integración de mercados y del crecimiento del comercio. La otra es la reducción de los aranceles. En la década de 1820, el proteccionismo dominaba prácticamente en todas partes. En Europa, solo algunos países de dimensiones reducidas, como Dinamarca y los Países Bajos, habían adoptado una política relativamente liberal. Pero, poco en poco, la situación cambió. Desde la década de 1830, la legislación arancelaria británica se volvió cada vez más librecambista, una tendencia que se reforzó a partir de 1846. La misma tendencia librecambista la encontramos en otros muchos países europeos. El año 1860 supone un nuevo paso en el proceso de apertura comercial. En enero de ese mismo año se firmaba el Tratado Cobden Chevalier entre el Reino Unido y Francia. Con este tratado, ambos países decidían una sustancial reducción de las tarifas arancelarias y, en el caso de Inglaterra, se permitía que muchos productos franceses se importaran libres de aranceles. Este tratado introducía la cláusula de nación más favorecida que establecía que las rebajas que se concedían a un país se aplicarían automáticamente a países terceros. Niveles de protección en varios países europeos. 1913 Todos los bienes Trigo Manufacturas Rusia 27,0 0,0 84,0 Grecia 26,6 37,0 - Portugal 24,7 prohibitivo - Bulgaria 15,1 3,0 22,0 España 14,9 43,0 37,5 Serbia 14,8 27,0 20,0 Rumanía 12,1 1,0 28,0 Noruega 11,4 4,0 - Italia 9,6 40,0 19,0 Francia 8,8 38,0 20,5 Suecia 8,1 28,0 22,5 Austria-Hungría 7,0 35,0 19,0 Alemania 6,3 36,0 13,0 Dinamarca 4,5 0,0 14,0 Suiza 4,5 2,0 8,5 Reino Unido 4,2 0,0 0,0 Bélgica 1,4 0,0 9,0 Países Bajos 0,4 0,0 4,0 Pero este avance no sería indefinido. El proceso de apertura comercial se detuvo desde finales de la década de 1870: una reacción al mismo proceso de globalización. La reducción de los precios del transporte y la integración de los mercados mundiales acabaron provocando que los precios y las rentas en el sector agrario experimentaran una importante disminución, un fenómeno conocido como la crisis agraria finisecular. En este contexto, los propietarios agrarios presionaron para aumentar los aranceles de los productos importados. Y lo consiguieron especialmente donde tenían más influencia económica y política, como era el caso en el sur de Europa, Alemania o Francia. Los aranceles sobre los productos agrarios no fueron los únicos que aumentaron. Lo mismo sucedió con los productos industriales, una consecuencia de la competencia creciente en los mercados mundiales de los productos manufacturados y de la progresiva aceptación del principio de protección de la industria naciente1. Así, los aranceles sobre los productos industriales se incrementaron el doble o más en países como España, Italia, Suecia o Francia. En cambio, en el Reino Unido eran inexistentes y relativamente bajos en Suiza, Bélgica y, sobre todo, los Países Bajos. No es de extrañar, que a finales del siglo XIX, el Reino Unido era el taller del mundo, mientras que el resto de los países mencionados eran pequeños y, por lo tanto, muy dependientes del comercio internacional. Aranceles en varias regiones del mundo antes de 1914 Por lo que respecta a otras áreas del mundo, la evolución de las políticas comerciales distó mucho de presentar una evolución homogénea. El librecambismo avanzó en Asia, pero de manera impuesta desde el exterior. Entre 1842 y 1855, las potencias europeas obligaron a los países asiáticos a situar sus aranceles por debajo del 5%. Esto es lo que sucedió, por ejemplo, en China. A partir de 1842, tal como se detallará posteriormente, las potencias occidentales forzaron a este país a abrir sus puertos al exterior y a mantener unos aranceles relativamente bajos. Y lo mismo sucedió con Japón a partir de 1853, si bien en este último país los aranceles aumentaron desde finales de la década de 1890 y, sobre todo, a partir de 1911, momento en que el país consiguió una plena independencia comercial. Sin embargo, si se considera el continente asiático en su conjunto, los aranceles se mantuvieron relativamente bajos. No se puede decir lo mismo de Estados Unidos, las Nuevas Europas y América Latina. En Estados Unidos, los aranceles se redujeron entre la década de 1840 y la guerra de Secesión (1861-1865) y lo volvieron a hacer desde principios de la década de 1870. No obstante, hacia 1913, este país todavía mantenía un nivel arancelario más elevado que los países del Viejo Continente. Australia, Canadá y, en menor medida, Nueva Zelanda también eran países en los que las políticas comerciales proteccionistas se habían abierto camino, como lo demuestra el hecho de que entre las décadas de 1870 y 1890 los aranceles aumentaron de manera importante. El fundamento de esta política comercial hay que buscarlo, en general, en la voluntad de promoción y de protección de los sectores industriales emergentes. América Latina se estaba convirtiendo en una región cada vez más proteccionista y acabaría alcanzando los mayores niveles arancelarios del mundo antes de la Primera Guerra Mundial. Pero en esta región, quizás más que la promoción de la industria, lo que explica el proteccionismo es sobre todo otro hecho: las necesidades financieras. Ello convertía los aranceles (vigentes tanto en la importación como en la exportación) en un medio para obtener ingresos. La estructura del comercio mundial en 1913 Participación en el co mercio mundial (%) Países yregiones Exportaciones Importaciones Total Reino Unido 13,1 15,2 14,2 Europa noroeste 33,4 36,5 35,0 Resto de Eu ropa 12,4 13,4 12,9 Europa 59,0 65,1 62,2 EE. UU. y Canadá 14,8 11,5 13,1 América La tina 8,3 7,0 7,6 América 23,1 18,5 20,7 Oceanía 2,4 2,4 2,4 África 3,7 3,6 3,6 Asia 11,8 10,4 11,1 Total 100,0 100,0 100,0 En definitiva, el proceso de apertura comercial, que en Europa había empezado a mediados del siglo XIX, se detuvo a finales de la década de 1870. El proteccionismo volvió a imponerse. Y, como consecuencia, los aranceles crecieron prácticamente en todas partes durante las décadas de 1880 y 1890. Pero este cambio en la política comercial no interrumpió el proceso de globalización. Los costes de transporte continuaron disminuyendo y, además, se produjeron una serie de cambios que favorecieron los intercambios comerciales. Uno de los más importantes fue, sin duda, la adopción del sistema monetario internacional basado en el patrón oro en un número creciente de países a partir de 1870. Lo que ahora conviene señalar es que la integración de los mercados de productos y el crecimiento del comercio mundial, combinados con la industrialización de Europa y Estados Unidos, acabaron impulsando una fuerte división del trabajo. Antes de estallar la Primera Guerra Mundial, el Reino Unido y la Europa noroccidental, que concentraban casi el 50% de todo el comercio mundial, eran exportadores netos de productos manufacturados e importadores netos de productos primarios. Estados Unidos y Canadá tenían una situación inversa, si bien desde finales del siglo XIX el déficit exportador de artículos industriales tendió a reducirse en términos relativos. En cambio, América Latina y Oceanía, a pesar de sus políticas de fomento de la industria, exportaban fundamentalmente alimentos y materias primas, aprovechando la fuerte demanda de productos primarios que la industrialización de Europa había originado. La situación de África y Asia era parecida, a pesar de que esta última región, lo mismo que América Latina y Oceanía, exportaba productos manufacturados por un valor muy superior al de África. No obstante, el Reino Unido y Europa noroccidental concentraban el 73% de las exportaciones mundiales de productos manufacturados y el 33% de las importaciones mundiales de estos mismos productos. Es lo que se denomina comercio intraindustrial. Las pautas de especialización comercial de finales del siglo XIX también estuvieron condicionada porque desde la década de 1870, el continente africano y buena parte de Asia fueron conquistados y se convirtieron en colonias de las potencias económicas occidentales, especialmente del Reino Unido y de Francia. Era la época del imperialismo. Extensión, población y peso económico de los imperios, 1876-1913 Superficie de las colonias Población de las colonias Exportaciones a lascolonias (miles de km2) (millones de habitantes) (% exportaciones totales) 1876 1913 1876 1913 1894-1903 1904-1913 Reino Unido 22.470 32.860 250 390 30,0 33,0 Francia 970 10.590 6 60 11,0 13,0 Holanda 2.020 2.020 25 50 5,0 5,0 Rusia 17.000 17.400 16 33 - - Portugal 600 2.080 2 9 - - España 430 350 8 1 - - Alemania --- 2.940 --- 12 0,3 0,6 Bélgica --- 2.360 --- 7 - - Italia --- 1.520 --- 2 0,3 2,0 Estados Unidos --- 310 --- 12 - - Japón --- 290 --- 22 3,0 8,0 Mundo 26.500 55.400 300 570 - - 5.2 La emigración en masa y la integración del mercado de trabajo Si en el siglo XIX aumentó el movimiento de bienes, el de personas también lo hizo. Entre 1820 y 1915, aproximadamente, 60 millones de europeos abandonaron el Viejo Continente en dirección al Nuevo Mundo. Este no sería el único movimiento masivo de hombres y mujeres a escala intercontinental. De manera temporal o permanente, indios, japoneses y chinos también se desplazaron, en algunos casos con contratos y condiciones cercanas a la servidumbre, en dirección a zonas con escasez relativa de trabajo, que incluían partes de Asia y de África, así como los continentes de América y Oceanía. La emigración europea transoceánica es, no obstante, la que ha estado mejor documentada. Número de emigrantes europeos, 1846-1924 (millones) En el análisis de la emigración europea hay un aspecto previo que llama la atención: la notable transformación que el fenómeno migratorio experimentó durante el siglo anterior al estallido de la Primera Guerra Mundial. En primer lugar, los flujos de emigrantes se aceleraron a medida que avanzaba el siglo XIX: si a mediados del siglo el número de emigrantes anuales era de unos 300.000, después de 1900 esta cifra ya había aumentado hasta un millón. En segundo lugar, el origen y el destino geográfico de los emigrantes se ampliaron notablemente. Durante la primera mitad del mil ochocientos, el Reino Unido y, a mucha distancia, Alemania constituían el origen principal de los emigrantes, que se dirigían preferentemente a Estados Unidos y, de manera más modesta, a Oceanía. En cambio, a partir de 1880, la emigración del sur y del este de Europa, con Italia al frente, creció de manera espectacular y acabó superando a la originaria de la Europa noroccidental. Estados Unidos continuó siendo el destino preferente de los emigrantes europeos, aunque también Argentina y Brasil se convirtieron en importantes receptores de inmigración. Finalmente, los emigrantes de principios del siglo XIX eran diferentes de los de finales del mil ochocientos. En un primer momento, el grueso de la emigración estaba formado por campesinos y artesanos rurales, que emigraban en familia con el objetivo de conseguir tierra y establecerse de manera permanente en su nuevo destino. Por el contrario, hacia 1900 la mayoría de los emigrantes ya eran hombres jóvenes y solteros, menos formados y cualificados y con una tendencia más elevada a volver al país de origen. Destinos y procedencia de la em igración europea, 1821-1915 1821-1850 1851-1880 1881-1915 Total Procedencia millones % millones % millones % millones % Europa Noroccidental 3,4 100 7 ,4 91,4 13,7 42,8 24,5 56,2 GranBretaña(irlandeses) 2,6 7 6,5 4,6 56,8 8,9 27 ,7 16,1 36,9 Alemania 0,6 17 ,6 2,1 25,9 2,2 6,8 4,9 11,2 RestoEuropaNO 0,2 5,9 0,7 8,6 2,6 8,1 3,5 8,0 Europa Suroriental 0,7 8,6 18,4 57 ,3 19,1 43,8 Austria-Hungría 0,2 2,5 4,2 13,1 4,4 10,1 Italia 0,2 2,5 7 ,8 24,3 8,0 18,3 España/ Portugal 0,3 3,7 4,3 13,4 4,6 10,6 Resto Europa SW 2,1 6,5 2,1 4,8 T otal 3,4 100 8,1 100 32,1 100 43,6 100 Destino millones % millones % millones % millones % Estados Unidos 2,38 67 ,0 7 ,7 3 7 1,5 21,7 60,4 31,87 61,8 Canadá 0,7 4 20,8 0,82 7 ,6 2,59 7 ,2 4,15 8,1 Argentina 0,44 4,1 4,26 11,9 4,7 9,1 Brasil 0,02 0,6 0,45 4,2 2,97 8,3 3,44 6,7 Australia 0,7 9 7 ,3 2,7 7 7 ,7 3,56 6,9 Otros destinos 0,41 11,5 0,58 5,4 1,64 4,6 3,82 7 ,4 T otal 3,5 100 10,8 100 35,9 100 51,5 100 Calle Mulberry en el Little Italy de Nueva York, 1900 200 años de inmigración a los Estados Unidos Las causas de las transformaciones descritas son muy diversas. Y no se pueden separar de lo que fueron los principales determinantes de la gran emigración europea anterior a 1914. Los expertos han destacado cuatro grandes grupos de factores. El primero puede relacionarse genéricamente con la existencia de factores de expulsión en el país de origen y factores de atracción en el país de destino, generalmente vinculados a las condiciones económicas. En este sentido, un hecho resulta incontrovertible: en el siglo XIX los salarios eran más bajos en el Viejo Continente que en la otra orilla del Atlántico o en Oceanía. Por ejemplo, en la década de 1870 el salario real de un trabajador británico era menos del 60% de lo que percibía un trabajador del Nuevo Mundo. En buena medida, esta diferencia se explica por el hecho de que el factor trabajo era relativamente escaso en las zonas de inmigración. Pero esta explicación no resulta suficiente. En algunos países europeos, la diferencia salarial con América o con otras zonas demandantes de trabajo era más alta que las que hemos señalado para el Reino Unido y, en cambio, la tasa de emigración era comparativamente modesta. Ello nos obliga a considerar otras posibles explicaciones del fenómeno migratorio. El segundo grupo de determinantes de la emigración se ha de vincular al nivel de renta de los potenciales emigrantes. De hecho, unos ingresos muy reducidos podían acabar haciendo imposible el pago del coste del pasaje. Por lo tanto, la progresiva reducción del precio del transporte marítimo pudo ayudar a superar este tipo de restricciones. Pero no solo esto. El nivel de desarrollo económico de un país (y de una región) también influía en el fenómeno migratorio. La industrialización tenía, asimismo, otra dimensión: implicaba romper el vínculo con la tierra, hacía aumentar la dependencia de un salario y, a la larga, podía aumentar la propensión a la movilidad, incluida la emigración hacia el exterior. Diferencias entre el salario real en Europa y los países de destino de los emigrantes europeos, 1870-1913 (izquierda) y evolución de los salarios reales en Irlanda, 1850-1913 (1900=100) (derecha) El tercer determinante se ha de relacionar con lo que habitualmente se denomina "cadena migratoria". Las restricciones impuestas por un nivel de ingreso demasiado bajo también podían superarse gracias al apoyo de amigos y familiares emigrantes, que podían ayudar a financiar el coste del viaje de los futuros emigrantes, además de ofrecer información básica a familiares y conocidos. Por lo tanto, la existencia de una emigración anterior contribuía al aumento de la emigración futura. El cuarto determinante es el crecimiento demográfico. En el siglo XIX, la mayoría de los países del Viejo Continente europeo se encontraban en plena transición demográfica. Su consecuencia final fue la aceleración del crecimiento natural de la población europea a lo largo del siglo anterior a 1914. Este crecimiento no solo influía sobre el mercado laboral y los salarios, sino que también hacía aumentar la oferta de hombres jóvenes, generalmente más propensos a la movilidad laboral. Población por países europeos, 1800-1910 (en millones) Transición demográfica en Gran Bretaña En resumen, el fenómeno migratorio estuvo condicionado por varios factores. La combinación de diferencias salariales en las dos orillas del Atlántico, el crecimiento demográfico y el cambio estructural en el Viejo Continente hizo aumentar la emigración, un fenómeno que se reforzaba gracias a la existencia de una cadena migratoria. Inicialmente, fueron las economías más ricas las que generaron un mayor número de emigrantes, pero otras zonas menos desarrolladas se fueron añadiendo al fenómeno de la emigración masiva a medida que mejoraba el ingreso per cápita de sus habitantes. ¿Qué consecuencias tuvo la globalización del mercado de trabajo? La fuerte emigración del siglo XIX favoreció la convergencia salarial entre ambos lados del Atlántico: los salarios reales crecieron en todas partes, pero lo hicieron con más intensidad en Europa, especialmente en Escandinavia, Irlanda e Italia. Estos países también convergieron, en lo que respecta a los salarios reales, con las economías más avanzadas del momento (Reino Unido y Estados Unidos) y en el caso de Irlanda e Italia, también lo hicieron como consecuencia, sobre todo, de la fuerte emigración. En el Nuevo Mundo, los salarios reales continuaron creciendo. Pero no del mismo modo en todas las categorías profesionales. En el país de destino, los inmigrantes tendieron a ocupar trabajos que exigían poca cualificación. Como consecuencia, las diferencias salariales entre los trabajadores cualificados y los que lo estaban menos aumentaron. En este contexto, los gobiernos de algunos países receptores empezaron pronto a introducir ciertas limitaciones a la inmigración, especialmente a la procedente de China. Antes de 1914, los países que promulgaron leyes de control de la inmigración fueron Estados Unidos (1882 y 1907), Canadá (1885) y Australia (1901). 5.3 Los movimientos internacionales de capital Como en el caso de las mercancías y el mercado de trabajo, los movimientos internacionales de capital aumentaron de manera muy intensa y el mercado de capitales experimentó una creciente integración desde la segunda década del siglo XIX. La globalización también favoreció que los agentes económicos buscaran la máxima rentabilidad a los capitales mediante su inversión donde pudieran obtener una mayor remuneración. Las estimaciones disponibles muestran que el valor de los activos que los países tenían en el exterior pasó del 7% del PIB en el año 1870 al 20% en el año 1914. Al frente de los países con saldo acreedor se situaba el Reino Unido, que había conseguido acumular mucho ahorro y convertido la City de Londres en el centro financiero del mundo. En 1914, el antiguo "taller del mundo" concentraba el 43% de las exportaciones mundiales de capitales, a mucha distancia de Francia (20%) y, todavía más, de Alemania (13%). La mayor parte de estas inversiones iban hacia el Nuevo Mundo o a la periferia europea, en proporciones diferentes según el país inversor. Los británicos preferían invertir en el continente americano y en Australia. Por el contrario, los franceses y alemanes orientaban sus inversiones preferentemente hacia las zonas menos desarrolladas de Europa. Movimientos internacionales de capital por países y regiones hacia 1914 Exportadores e importadores de capital en 1914 (%) Países exportadores de capital (Total = 100) Regiones importadoras de capital (Total = 100) Reino Unido 43 Bélgica 12 Europa 27 Asia 16 Francia 20 EE. UU. 7 Norteamérica 24 África 9 Alemania 13 Otros 5 Latinoamérica 19 Oceanía 5 Distribución de las inversiones exteriores del Reino Unido, Francia y Alemania, 1913-1914 (%) Reino Unido Francia Alemania Europa periférica 5,5 54,4 42,6 Europa desarrollada 0,4 3,3 7,2 Europa (no especificado) 0,5 3,3 5,5 Total Europa 6,4 61,1 53,2 Norteamérica y Oceanía 44,8 4,4 15,7 América Latina 20,1 13,3 16,2 Asia y África 25,9 21,1 12,8 Otros (no especificado) 2,8 0,0 2,1 Total 100,0 100,0 100,0 La pregunta que hay que formular es por qué los mercados de capital estaban cada vez más integrados y, sobre todo, por qué aumentaron tanto los movimientos internacionales de capital. Como mínimo es necesario mencionar tres factores principales: a) la mejora de las comunicaciones; b) la adopción generalizada del sistema monetario basado en el patrón oro; c) la existencia de diferencias en la tasa de rendimiento del capital entre los países que disponen de ahorro acumulado y los que necesitan importar capital para cubrir sus necesidades internas. La mejora de las comunicaciones ya lo hemos tratado anteriormente. Lo único que ahora interesa subrayar es que dicha mejora posibilitó un acceso muy rápido a la información. Ni que decir tiene que eso les permitía a los inversores un mayor control sobre las inversiones realizadas en el exterior. Los países que adoptaban el patrón oro se comprometían a garantizar que el dinero que circulaba en el interior del país, en forma de billetes o moneda metálica, fuera convertible en oro a un tipo de cambio fijo. De este modo, el metal áureo se convertía en la base del sistema monetario. Antes de 1870, solo un grupo muy reducido de países tenían sistemas monetarios basados en el oro, entre los cuales destacaba el Reino Unido, de facto en el patrón oro desde principios del siglo XVIII. El resto de los países tenían sistemas monetarios basados únicamente en la plata, indistintamente en la plata y el oro (bimetálicos) o sin ninguna vinculación a un metal de referencia (fiduciario). Adopción del sistema monetario del patrón oro por períodos y países En 1871, las autoridades de Alemania, la segunda potencia industrial de Europa, decidieron crear una nueva moneda y adoptar un nuevo patrón monetario: el marco y el sistema de patrón oro. Alemania no hacía sino seguir al Reino Unido, que era el líder económico mundial. Progresivamente, los socios comerciales y financieros de estas dos potencias decidieron adoptar el mismo patrón monetario con el objetivo de simplificar el comercio y facilitar la entrada de capitales. En cambio, para los países periféricos, la adopción del patrón oro tenía otro objetivo: intentaba generar confianza entre los inversores extranjeros. Desde la década de 1870, el patrón oro fue el sistema monetario adoptado por un número muy elevado de países y por casi todos los que habían logrado un elevado nivel de desarrollo económico. Este era un sistema de tipo de cambio fijo, que ofrecía confianza a los inversores porque eliminaba los riesgos derivados de las fluctuaciones de los tipos de cambio y, en consecuencia, facilitaba los movimientos internacionales de capitales. Las inversiones exteriores aumentaron tanto a la largo del siglo XIX porque existían crecientes oportunidades de ganancia. En última instancia, las inversiones se realizaban e iban allá donde parecía que pudiera obtenerse un mayor beneficio. Las inversiones británicas, por ejemplo, se dirigían fundamentalmente a regiones con abundancia de tierra y recursos naturales, muy orientadas a la producción y exportación de alimentos y materias primas, en las que era necesario construir las infraestructuras básicas. De hecho, las inversiones británicas se dirigieron, en una proporción muy elevada (70%), a la construcción de infraestructuras urbanas y de transporte, entre las que destacan las ferroviarias, que representaban el 40% de la cartera de inversión exterior británica. La inversión en minas, en cambio, solo suponía el 12%. Por otro lado, las regiones receptoras de capital británico eran, además, destino de fuertes contingentes de inmigrantes y se caracterizaban por tener unas tasas de natalidad relativamente elevadas. Estos hechos favorecieron la salida de capital desde el Reino Unido hacia Argentina, Australia, Canadá o Estados Unidos. El siglo XIX es un siglo de prosperidad económica. El ingreso por persona y el nivel de vida en el mundo eran bastante más elevados en 1914 de lo que habían sido un siglo antes. Pero el mundo también se había vuelto más desigual. En la base de uno y otro hecho se encuentran dos fenómenos capitales del ochocientos: la industrialización y la globalización. Ambos fenómenos también están muy relacionados con las transformaciones demográficas, energéticas e institucionales que se produjeron a lo largo del siglo XIX. Pero al mismo tiempo, la difusión de la industrialización y el avance de la globalización generaron un aumento de la competencia y de la rivalidad entre países, cuya muestra más aparente es, probablemente, el imperialismo. Como consecuencia de la misma globalización, desde la década de 1870 muchos gobiernos tuvieron que escuchar demandas crecientes de protección arancelaria y de regulación de los flujos migratorios en un clima de creciente nacionalismo, marcado por la oposición a la globalización y al liberalismo. No las ignoraron. El Estado se hizo progresivamente cada vez más presente en la economía, protegiendo a los sectores afectados por la competencia y a los trabajadores expuestos a la inmigración, así como regulando las relaciones laborales y aumentando las prestaciones sociales para aminorar el impacto de una economía global. 6. Convergencia y divergencia La difusión de la industrialización, la expansión del comercio y el aumento de la inversión exterior ofrecían grandes oportunidades de crecimiento económico. No todos pudieron (o supieron) aprovecharlas del mismo modo. Por eso, el crecimiento económico fue mayor en unas partes de nuestro planeta que en otras. Este es un hecho que ya hemos mencionado en las primeras páginas de este módulo. Pero ahora es el momento de dedicarle más atención. La mayoría de estudios señalan que las décadas anteriores al estallido de la Primera Guerra Mundial se caracterizaron por un aumento de la divergencia económica entre países. La manera como se define y se mide el fenómeno de la convergencia económica puede influir en los resultados y en las conclusiones finales. Pero lo cierto es que, durante el siglo XIX, la diferencia de los ingresos por persona entre los países más ricos y los más pobres no dejó de aumentar: entre 1820 y 1913, la diferencia del PIB per cápita entre Europa occidental y las Nuevas Europas, por un lado, y África, por otro, pasó de 3:1 a 9:1. También es cierto que a lo largo del ochocientos la dispersión del PIB per cápita entre países fue creciente: el coeficiente de variación de la renta per cápita entre todos los países del mundo era del 51% en el período 1820-1870 y aumentó al 79% durante los años que van de 1870 a 1913. Pero el aumento de la divergencia global esconde otro fenómeno: la existencia de un proceso de convergencia entre un grupo de países cada vez más amplio que estaban reduciendo distancias con las economías líderes en términos de ingresos reales por persona. Esos países eran los que constituían el llamado club de la convergencia. Señalar con exactitud cuáles eran los países que formaban parte de él no resulta una tarea fácil, y una vez más hay que decir que ello depende en una buena medida de los criterios adoptados en la definición (y cuantificación) del concepto de convergencia.

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