La leyenda del rey Arturo - 5.PDF
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Universidad Popular de Gijón/Xixón
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Este fragmento de texto narra la leyenda del rey Arturo, centrándose en el inicio de su viaje como monarca. Describe las costumbres del torneo y la búsqueda de la legendaria espada.
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5. El torneo Pasaron 16 años. Uther Pendragón acababa de morir, después de pasar mucho tiempo en cama, enfermo. Dos días después se iba a celebrar un torneo en su honor. Durante esos años, Arturo tuvo una infancia feliz. Aunque, al crecer, él y su hermano no se llevaban muy bien. Sir Kay era un c...
5. El torneo Pasaron 16 años. Uther Pendragón acababa de morir, después de pasar mucho tiempo en cama, enfermo. Dos días después se iba a celebrar un torneo en su honor. Durante esos años, Arturo tuvo una infancia feliz. Aunque, al crecer, él y su hermano no se llevaban muy bien. Sir Kay era un chico engreído. Sobre todo desde que fue nombrado caballero, como su padre. Entrenaba cada día y deseaba ir al torneo organizado en honor al rey, para demostrar su fuerza. Arturo era un joven apuesto, aunque no tan fuerte como sir Kay. Su hermano lo usaba como escudero para que cargara con la espada, el escudo...Y no lo trataba demasiado bien. Cuando sir Héctor llegó a casa, les dijo a sir Kay y Arturo: —Hijos míos, hoy mismo saldremos hacia Camelot. Y tú, Kay, participarás en el torneo. El joven estaba visiblemente emocionado, aunque no quería demostrarlo. Arturo fue a preparar su equipaje: una muda en un saco. Una hora más tarde ya lo tenían todo listo. Cogieron el pan con jamón que su madre había preparado, fueron a por los caballos y se marcharon. Arturo cargaba, además, con el escudo y la espada de sir Kay. Al amanecer llegaron a una posada de Camelot. Decidieron descansar allí hasta el día siguiente, cuando se celebraría el torneo. Los tres vieron que la gente de la posada estaba bastante agitada. Sir Héctor se acercó a dos hombres que estaban sentados bebiendo cerveza. —Disculpad, mis señores, ¿ha ocurrido algo? Todos parecen alterados. Los dos hombres se miraron entre ellos, sorprendidos. —¿No sabéis nada, mi señor? —preguntó uno. —Ya se sabe quién será el futuro rey —dijo el otro. —¿Y quién será? —preguntó con asombro sir Héctor. —Bueno, no se conoce el nombre todavía... Hay una roca, frente a la iglesia, que tiene una espada clavada. Una inscripción dice que aquel que logre sacarla será el legítimo rey. Aunque ningún caballero ha logrado extraerla. Sir Héctor les agradeció la información. Regresó junto a sus hijos y les contó la noticia. —¡Padre, yo sacaré la espada! ¡Vayamos a la iglesia! —exclamó sir Kay. Sir Héctor le dijo que debía descansar, al día siguiente era el torneo. Y si él debía ser el rey, nadie más sacaría la espada antes. El joven caballero asintió, descontento. Mientras tanto, Arturo soñaba despierto, sin escuchar lo que su padre les acababa de contar. Se miraba los brazos, las piernas... y suspiraba. No podía aspirar a ser caballero con ese cuerpo tan delgado. Pero si entrenaba duro, algún día podría serlo. «Dejaría de ser el escudero de mi hermano y tendría uno para mí», pensó. Ese día decidió que, después del torneo, cuando regresaran a casa, entrenaría cada día hasta ser nombrado caballero. Pasaron la tarde y la noche tranquilamente en la posada. Y al amanecer, recogieron sus cosas y fueron a la plaza, en el centro de Camelot, donde se celebraría el torneo. Al llegar, sir Kay se inscribió en la lista de participantes. La gente estaba muy animada. Parecían haber olvidado la muerte del rey. Había puestos en las calles, con telas y alimentos exóticos, los niños corrían alegres, las mujeres lucían vestidos festivos... Los herreros trabajaron todo el día. Se decía que eran los mejores herreros del reino, y todos los caballeros que habían llegado deseaban un arma forjada en Camelot. Ya se acercaba el turno de sir Kay en el torneo, y Arturo le ayudó a ponerse la armadura, pero cuando fue a coger la espada, no la encontró. Miró a su alrededor nervioso y asustado. Entonces se acordó... ¡Se la había dejado en la posada! —Hermano... He olvidado la espada —dijo Arturo. —¡¿Cómo?! ¡No sirves ni como escudero! ¡Ve a buscarla inmediatamente! —exigió sir Kay. Arturo se marchó corriendo a buscarla. Al llegar a la posada, llamó a la puerta repetidas veces, pero nadie abrió ni contestó. Habían cerrado para ir al torneo. Arturo se desesperó. ¿Qué iba a hacer? Pasaron unos hombres que se dirigían a la plaza, y escuchó que hablaban sobre una espada que estaba clavada en una roca, frente a la iglesia. El joven no dudó ni un instante. Corrió hacia la iglesia y, al llegar, no vio a nadie, todos estaban en el torneo. Se acercó a la roca, sin leer la inscripción. Cogió la empuñadura, tiró y, sin ningún esfuerzo, sacó la espada. Luego regresó rápidamente con su padre y su hermano. —Esta no es mi espada —dijo sir Kay. —No había nadie en la posada y he encontrado esta... —¿De dónde la has sacado, Arturo? —preguntó sir Héctor. —Estaba clavada en una roca, frente a la iglesia. A sir Kay se le iluminaron los ojos. —¡Padre, tengo la espada! ¡Soy el futuro rey! —exclamó. —Hijo mío, no te pertenece a ti. Ha sido tu hermano quien la ha sacado —dijo el caballero. Luego le preguntó a Arturo—: Si vamos a la iglesia y metemos de nuevo la espada en la roca, ¿podrías enseñarnos cómo la extraes? Arturo asintió, sin comprender qué estaba pasando. Solo había sacado una espada de una roca. ¿Qué importancia tenía aquel hecho? Cuando llegaron, sir Héctor introdujo la espada en la roca. Sir Kay probó a sacarla. Tiró de ella con fuerza, pero no fue capaz. Su padre también lo intentó, y fue en vano. —Arturo, tu turno —dijo sir Héctor. El joven no entendía por qué su padre y su hermano no eran capaces de sacar la espada. Se acercó a la roca, cogió la empuñadura y tiró. Cuando sir Héctor y sir Kay vieron la espada en su mano, se arrodillaron. —Padre, hermano... ¿Por qué os arrodilláis? Por favor, levantaos —pidió Arturo. Mientras tanto, la gente que pasaba cerca se detenía para observar qué pasaba. Y cuando vieron que Arturo había sacado la espada, empezaron a murmurar y también se arrodillaron. El joven estaba confuso, ¿qué pasaba? Se acumuló tanta gente a su alrededor que era casi imposible moverse. Pero un hombre consiguió abrirse camino entre la multitud. Un hombre mayor, de larga barba blanca, vestido con una túnica oscura desgastada. Detrás de él, iba una joven de larga melena morena, que clavaba sus ojos verdes en los de Arturo. —Mi señor —dijo el hombre—, permítame presentarme: mi nombre es Merlín el Mago. Y la joven que me acompaña es Morgana el Hada. —Señaló a la chica a su espalda. —Yo soy Arturo —se presentó el joven. —Legítimo rey de Britania —añadió Merlín. —¿Cómo? —replicó Arturo, sin comprender. El mago le señaló la roca de donde había sacado la espada, y le pidió que leyera la inscripción: «Solo el legítimo rey será capaz de extraer esta espada». —Pero... debe de haber un error —empezó a decir el joven. —¡Sí! ¡Seguro que ha sido un error! —exclamó un caballero entre la multitud arrodillada. —¡Exacto! ¡No pienso aceptar que un plebeyo sea mi rey! —gritó otro. —¡Silencio! —ordenó Merlín—.Arturo es el hijo de Uther Pendragón. Todos callaron, y el mago explicó cómo había entregado al hijo de Uther a sir Héctor, y cómo este lo crio como a su propio hijo. Arturo había llegado a Camelot como simple escudero, y ahora permanecería allí como rey. Al día siguiente, se celebró la coronación. Asistió toda la ciudad, y los caballeros juraron fidelidad al nuevo rey. Arturo nombró a sir Héctor y sir Kay parte de su guardia personal y le pidió a Merlín que fuera su consejero, quien accedió con gusto. Morgana el Hada, quien había recibido ese sobrenombre gracias a sus poderes, que casi superaban los de Merlín, desapareció para regresar al bosque. La celebración duró toda la noche. Y cuando ya empezaba a amanecer, antes de que todos volvieran a sus casas, corearon al unísono: —¡Viva el rey Arturo! ¡Larga vida al rey!