Leyenda del Rey Arturo -PDF
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Universidad Popular de Gijón/Xixón
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El documento describe la leyenda del Rey Arturo, enfocándose en el capítulo 7. Se centra en la traición, la profecía y la espada de Excalibur. Hay descripciones detalladas que involucran a personajes importantes de la historia.
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7. Traición, profecía y Excalibur Durante los meses siguientes, Arturo y su ejército lucharon brutalmente contra los sajones, reconquistando los territorios que estos habían invadido. El joven rey había aprendido a manejar la espada a la perfección. Era un duro rival para sus enemigos. Sin embargo...
7. Traición, profecía y Excalibur Durante los meses siguientes, Arturo y su ejército lucharon brutalmente contra los sajones, reconquistando los territorios que estos habían invadido. El joven rey había aprendido a manejar la espada a la perfección. Era un duro rival para sus enemigos. Sin embargo, una noche su suerte cambió. Todos estaban durmiendo en el campamento que habían montado cerca de una de tantas ciudades tomadas por los sajones. Sigilosamente, una joven mujer se infiltró en el campamento y se acercó a la tienda del rey, que custodiaban dos guardias. No podía arriesgarse a que la descubrieran y, resguardada por la oscuridad de la noche, alargó las manos y pronunció un conjuro. Los guardias se durmieron al instante. La joven entró y observó un momento al rey mientras dormía. Solo veía su silueta, gracias a la luz de la luna que se filtraba. —Lo siento, hermano —dijo ella. La joven era Morgana el Hada, que había ido al campamento para echar un maleficio sobre la espada de Arturo. Así, esta se rompería en mitad del combate. Sin embargo, sus intenciones no eran malvadas. Ella, como Merlín, era capaz de ver el futuro, y sabía que, si la espada de Arturo se rompía, él conseguiría una mejor. Pero no pensó en las consecuencias que su maleficio podría causarle a su hermano. —¿Quién anda ahí? —preguntó un caballero, que se había despertado y había visto una sombra moverse. Morgana no contestó. Pronunció unas palabras incomprensibles, y desapareció. Al día siguiente, al amanecer, empezó la batalla. Los sajones eran hombres fuertes y luchaban con bravura. No se rendían. Pero Arturo era más ágil y no lograban herirlo. Su ejército, al contemplar la valentía de su rey, atacaba con más ferocidad, orgulloso de batallar al lado de un rey tan noble y fuerte. Sin embargo, después de dos horas de combate, la espada de Arturo se partió, y un sajón le clavó la suya en el costado izquierdo. Por fortuna, no le atravesó ningún órgano. En cuanto los soldados vieron herido a su rey fueron a protegerle. Entre todos lograron sacarlo de la batalla y ordenaron la retirada. El médico del campamento limpió y vendó la herida de Arturo. Pero debían volver cuanto antes a Camelot, y ese mismo día emprendieron el regreso. Una semana después, cuando la vida del rey ya no peligraba, recibió una visita. Era Merlín. —Buenos días, mi rey. ¿Cómo os encontráis? —dijo el mago. —Pero qué ven mis ojos... ¡Has vuelto, viejo amigo! —exclamó Arturo. Hacía un año que no lo veía. —Mi rey, debo decirle algo importante. —¿De qué se trata? —preguntó Arturo, preocupado. Merlín le explicó que tenía tres hermanas por parte de madre: Morgause, Elaine y Morgana, su aprendiz. También que la dama con la que se había acostado tiempo atrás era una de ellas, Morgause. Ella había ocultado su nombre real, pues era una mujer casada y, cuando se acostaron, desconocía la identidad de Arturo. Ante la cara de sorpresa de Arturo, Merlín siguió hablando: —Mi rey, hay más todavía... Vuestra hermana Morgause quedó embarazada esa noche. Dio a luz a un niño a primeros de mayo. Arturo estaba horrorizado. ¡Se había acostado con su hermana y habían engendrado un niño! —Y, por último, lo más importante —continuó Merlín—. Tengo una profecía para vos, mi querido rey: «Vuestro reinado llegará a su fin por la traición de un hombre que considerabais un aliado». Un hombre nacido a primeros de mayo de este año. —¿Mi propio hijo me traicionará? —dedujo Arturo. —Puede ser cualquier hombre que haya nacido en esas fechas. Arturo, llevado por el temor a que se cumpliera la profecía, ordenó: —Que maten a todos los niños nacidos a primeros de mayo. Y así se hizo. Durante las dos semanas siguientes, varios soldados se encargaron de cumplir la orden. Dejaron a todos los niños nacidos en esas fechas solos en un barco que iba a la deriva. Tiempo después, el barco naufragó. Por ese entonces, Arturo ya estaba recuperado de su herida y paseaba por los jardines. Añoraba estar en batalla, pero le faltaba una espada con la que luchar. Mientras pensaba en ello, Merlín se acercó. —Mi rey, me gustaría ayudaros. Necesitáis una espada, pero no una cualquiera... —¿Qué queréis decir, sabio Merlín? —Acompañadme, mi señor, y lo averiguaréis. Los dos hombres montaron a caballo y emprendieron el camino. Entraron en el Bosque Negro y, al llegar a un lago, se detuvieron. El joven rey miraba al mago sin entender nada. ¿Por qué estaban allí? —Mi señora Viviana, Dama del Lago, acudid a nuestra llamada —empezó Merlín—. El rey Arturo, señor de Britania, necesita vuestra ayuda. De pronto, del centro del lago, surgió una mujer de piel y pelo claros envuelta en una luz. Se acercó a ellos caminando sobre el agua, y cuando estuvo frente a los dos hombres, Arturo pudo ver que tenía una espada. La Dama del Lago le entregó la espada al mago. Luego miró a Arturo, inclinó la cabeza a modo de saludo, y regresó por donde había venido. Cuando desapareció, Arturo observó a Merlín, sorprendido. —Esta espada se llama Excalibur —empezó a explicar Merlín—, y su vaina es mágica. Mientras la llevéis con vos en las batallas, nunca perderéis una gota de sangre.