Cuatro Teorías: Galis PDF
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Este documento presenta cuatro teorías sobre la delincuencia, centrándose en la Teoría de la Elección Racional. La perspectiva de la elección racional analiza el delito como resultado de un proceso de toma de decisiones por parte del delincuente, teniendo en cuenta las oportunidades y riesgos. Se discuten seis conceptos clave que sustentan esta teoría.
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**TEORÍA DE LA ELECCIÓN RACIONAL** La perspectiva de la elección racional que plantearon Cornish & Clarke (1986) es el resultado de un cambio de perspectiva en la criminología británica en los Desarrollos teóricos en Criminología Ambiental años setenta del siglo pasado. Aplicada al comportamiento d...
**TEORÍA DE LA ELECCIÓN RACIONAL** La perspectiva de la elección racional que plantearon Cornish & Clarke (1986) es el resultado de un cambio de perspectiva en la criminología británica en los Desarrollos teóricos en Criminología Ambiental años setenta del siglo pasado. Aplicada al comportamiento delictivo, la elección racional planteaba que los infractores toman decisiones basándose en un juicio que es resultado de estimar las oportunidades que tienen para cometer el delito con éxito, así como los beneficios que esperan obtener, y evaluarlos en comparación con el riesgo de ser atrapados que asumen. Por tanto, la elección racional no concibe el delito como resultado de una motivación criminal estable en un sujeto, concibe las preferencias, deseos y motivaciones de los infractores como procesos psicológicos similares a los de cualquiera de los no infractores, y que están en [continua interacción con las oportunidades y las trabas que pueden facilitar o inhibir el delito] (Cornish & Clarke, 2008). El origen de esta perspectiva se sitúa, en cierta medida, en los fracasos de muchos programas de rehabilitación de infractores llevados a cabo en los años sesenta. Programas que situaban el origen de la conducta criminal en predisposiciones individuales o patologías, y que con un enfoque entre médico y psicológico, buscaban cambios a nivel individual que se mantendrían en el tiempo. Los propios [Cornish & Clarke (1975)] estudiaron algunos de estos programas, muchos de los cuales sacaban a los infractores de sus ambientes habituales para tratarlos en instituciones. Concluyeron que al salir de la institución, muchos retomaban la conducta delictiva, por lo que no se podía hablar de éxito en la fase post-tra- tamiento, pero en cambio, durante el internamiento, el ambiente parecía tener influencia en la conducta. Así, pasaron a realizar una primera propuesta sobre el modo en que el ambiente afecta a la conducta delictiva que denominaban ambiental/de aprendizaje y que se resumía en cuatro puntos: 1\. Aunque el bagaje emocional y la educación de un individuo tienen un papel en la delincuencia, los determinantes más importantes de la conducta delictiva los proporciona el ambiente inmediato. 2\. El ambiente proporciona claves y estímulos para la delincuencia así como refuerzos. De este modo, el estado emocional que una persona experimenta como resultado de determinados sucesos vitales puede colocarle en un estado de predisposición a una primera conducta delictiva. Que efectivamente la conducta se lleve a cabo dependerá en gran medida de las oportunidades y el ejemplo que otras personas supongan. Si se ejecuta la conducta delictiva, esta pasará a formar parte del repertorio conductual del individuo. Más tarde, nuevos refuerzos y oportunidades pueden contribuir a su mantenimiento. Este planteamiento inicial, todavía embrionario, incidía en las influencias ambientales en la conducta delictiva, que hasta el momento apenas se habían tenido en cuenta dado el peso que ostentaba la denominada Criminología Clínica. Sin embargo, empleaba conceptos del conductismo más radical, que estaba perdiendo fuerza en el área de la Psicología, a favor de la perspectiva cognitiva. Los propios autores se percataron de la necesidad de abandonar la caja negra que suponía el conductismo para considerar las percepciones y las tomas de decisiones de los infractores. Además, como respuesta a las críticas que apuntaban que las intervenciones situacionales inevitablemente llevarían a un desplazamiento del delito, Clarke (1980) comenzó a incorporar el lenguaje de las elecciones y la toma de decisiones en su trabajo. Finalmente esta vía les llevaría a proponer un modelo de elección racional, publicando un volumen que compilaba trabajos de diversos autores que trabajaban desde esta perspectiva (Cornish & Clarke, 1986). Habían llegado así a dibujar un retrato del infractor como alguien que razona, que emplea claves presentes en los escenarios potenciales del delito para tomar decisiones sobre cometer o no la infracción, y en caso de cometerla, sobre el modo para llevarla a cabo (Cornish & Clarke, 2008). **Seis conceptos clave** Según reconocen los autores en este mismo trabajo reciente (2008), la elección racional es una herramienta conceptual más que una teoría en sí misma, ya que ofrece una manera de examinar la conducta delictiva centrada en el momento presente, y sensible a la influencia del ambiente en la conducta. Tal como conciben el enfoque de la elección racional en la actualidad, consta de 6 conceptos clave: El comportamiento delictivo tiene un propósito. A menudo se nos presentan los delitos como actos horribles sin sentido. Sin embargo, desde este modelo se plantea que el comportamiento delictivo es deliberado, persigue una meta, la obtención de un beneficio para el infractor. Aunque se trate de actos que nos repugnan, los motivos suelen ser los usuales en el ser humano: control, venganza, satisfacción sexual, codicia, etc. El comportamiento delictivo es racional. Al igual que en cualquier otra conducta, teniendo unas metas, el individuo busca el mejor modo de alcanzarlas. Que sea racional no significa que su capacidad de raciocinio sea perfecta. Al cometer un delito es difícil estimar los riesgos y los beneficios: hay que hacer estimaciones rápidas y los individuos difieren en capacidad y experiencia. Por tanto, las estimaciones y decisiones pueden ser tan erróneas como en cualquier otra actividad humana, pero reflejan lo que en la investigación criminal responde al nombre de modus operandi. La toma de decisiones al llevar a cabo un delito es específica de ese tipo de delito. Aunque a menudo pensamos en el delito como un todo, los infractores no comenten delitos, más bien llevan a cabo actividades delictivas concretas, cada una con sus motivos y sus beneficios esperados. La naturaleza de los riesgos y las actividades en cada tipo de delito es muy diferente. Pensemos en qué distinta es una violación de una estafa inmobiliaria, o ésta de un robo de claves de tarjeta de crédito a través de internet. Muchos infractores cometen varios tipos de delitos en su carrera criminal, pero en todo caso, cada delito tiene sus propios propósitos y métodos. Las elecciones de los infractores. Pueden clasificarse en dos grandes grupos: las de implicación y las de evento. Las decisiones de evento son las necesarias para planificar, llevar a cabo y finalizar el acto delictivo concreto, por ejemplo, escoger la casa en la que entrar para un robo en vivienda. Son muy diferentes para cada tipo de delito. Las decisiones de implicación se refieren a la carrera delictiva de un sujeto, incluyendo las primeras decisiones para comenzar a delinquir, las de continuar con estas actividades, o las de abandonarlas. Hay diferentes fases de implicación en la actividad delictiva. El modelo distingue tres fases: iniciación, habituación y abandono. Los factores que influencian las decisiones son distintos en cada una de estas fases. Por ejemplo, en la iniciación pueden ser muy relevantes las condiciones económicas de ese momento; en la habituación o el abandono de la actividad, el hecho 6\. de haber tenido éxito o por el contrario, haber sido detenido. El estudi de las decisiones en cada fase, y de los factores que tienen influencia sobre dichas decisiones, será útil para diseñar medidas que favorezcan decisiones de abandono de la actividad delictiva. Los eventos criminales siguen una secuencia de pasos y decisiones. Por tanto, tan importante como identificar el citado modus operandi de un infractor en la comisión del delito, es estudiar las decisiones para preparar y finalizar ese evento concreto (escoger armas, decidir el medio de trasporte, elección del objetivo, etc.). En base a estos seis conceptos clave, Cornish & Clarke desarrollan varios modelos de toma de decisiones. Así, partiendo del ejemplo de un delito concreto (por ejemplo, robo en áreas residenciales de clase media. Clarke & Cornish, 1985), modelan las percepciones y decisiones de los infractores, en función de las circunstancias y situaciones que influyen en esas decisiones. Los modelos son específicos de cada una de las fases de implicación en la actividad delictiva: iniciación, habituación, abandono, comisión de un delito concreto. La comisión de un delito implica una secuencia de decisiones compleja a través de una serie de pasos. Para el análisis de este proceso, Cornish (1994) propone el concepto de guiones delictivos. Los guiones (scripts) son un concepto también empleado en Psicología Social. Cornish los plantea como una ayuda para identificar cada una de las fases del proceso de comisión del delito, las decisiones y acciones necesarias en cada una de esas fases, así como los recursos nece- sarios en cada caso. En definitiva, desde el enfoque de la elección racional se plantea un modelo pragmático que no pretende explicar completamente la fenomenología criminal sino conocer en detalle las decisiones y actividades de los delincuentes para poder prevenirlas o evitar que tengan éxito. En lugar de estudiar disposiciones estables que hacen de un individuo un delincuente --por contraste con el resto de las personas normales, sea lo que fuere la normalidad-- estudian la interacción de la persona con el ambiente, considerando estilos de vida, motivaciones y oportunidades para cometer (o no) un delito. El modelo está además centrado en el presente y por tanto, las intervenciones derivadas de él pretenden controlar o prevenir delitos en el corto plazo y serán principalmente de tipo situacional, tal y como se detallará en el capítulo VIII. 1.2. Críticas a esta perspectiva El enfoque de la elección racional ha sido criticado en varios aspectos. Se señala especialmente que no todos los delitos son racionales, de modo que sus planteamientos sólo se aplicarían a delitos con fines de beneficio económico, que se conciben como más racionales. Ante estas críticas, Clarke & Cornish --así como otros autores afines a sus planteamientos-- defienden que hasta en delitos en los que claramente el infractor tiene una patología que lo pueda convertir en imprevisible (por ejemplo, en los asesinos en serie), hay una serie de decisiones que se toman con cierto nivel de planificación y racionalidad (buscar objetivos, desplazarse, deshacerse de los cuerpos, etc.) y que pueden estudiarse. Cornish & Clarke (2008) plantean una serie de interrogantes que los investigadores deberí- an considerar antes de asumir que un acto delictivo es irracional, por ejemplo, el que un investigador no encuentre evidencias de planificación ¿implica necesariamente que no la haya habido? Otro ejemplo: si un delito se deriva de la búsqueda de placer o los delitos tienen como objetivo mantener un estilo de vida enfocado al ocio nocturno ¿implica esto necesariamente irracionalidad? Yendo un paso más allá, incluso plantean que esta discusión no es esencial para su enfoque. Les parece más importante establecer cómo se llevan a cabo distintos delitos de forma exitosa y qué factores implican el fracaso del evento delictivo para poder prevenirlo. Adicionalmente, cuanto menos racional (entendido como ajustado a la lógica de la situación) sea la conducta del infractor, más difícil será que el delito se lleve a cabo con éxito. Por otro lado, ya hemos mencionado que los enfoques de la oportunidad mantienen un debate siempre abierto con quienes señalan que sus estudios y técnicas de prevención no atienden al origen de las motivaciones para delinquir ni a las causas profundas de la delincuencia. Si bien plantear la elección racional como único modelo para explicar la delincuencia y tomar la prevención situacional como única herramienta de prevención del delito denotarían ceguera y falta de comprensión de la complejidad del fenómeno de la delincuencia, idéntica ceguera constituiría el negar las influencias ambientales en el comportamiento que han sido bien establecidas por otras disciplinas como la Psicología Ambiental (Aragonés & Amérigo, 1998). Es evidente que el enfoque de la elección racional tiene sus limitaciones, muchas de ellas autoimpuestas, al tener como objetivo conocer ciertos aspectos de las decisiones de los infractores y sus influencias situacionales con el fin último de asistir a las prácticas policiales e institucionales para prevenir el delito a corto plazo. Es evidente que no puede servir como único modelo para analizar la delincuencia o a los delincuentes --ya hemos hablado en otros capítulos de la necesidad de complementar modelos y estrategias a distintos niveles-- pero sí puede resultar fructífero para analizar ciertos tipos de problemas delictivos. 1.3. Un desarrollo complementario a la elección racional: precipitadores situacionales del delito Según la perspectiva de la elección racional, los individuos usan el ambiente como fuente de información para decidir si llevarán a cabo el delito, analizando los beneficios esperados en comparación con los riesgos percibidos. Este enfoque comienza su análisis con un individuo motivado para cometer un delito y estudia su toma de decisiones a partir de ese momento, sin plantearse ninguna fase anterior. Sin embargo, las claves ambientales que informan las decisiones del potencial infractor no son la única influencia situacional posible sobre la conducta delictiva: existen también lo que se han denominado precipitadores situacionales del delito, propuestos por Richard Wortley. El mismo autor (2008) compara su propuesta con el enfoque de Cornish & Clarke: los precipitadores son eventos e influencias previas a la comisión del delito, antecedentes de la acción, mientras que la elección racional se preocupa por las posibles consecuencias posteriores a la comisión. Los precipitadores inician la conducta delictiva, mientras que en la elección racional las influencias situacionales posibilitan --o no-- el desarrollar esa conducta. Finalmente, los eventos que precipitan la conducta pueden proporcionar o intensificar la motivación para delinquir, mientras que en la elección racional se asume que tal motivación existe previamente. Estas diferencias no indican una contradicción entre enfoques que pretenden explicar la conducta delictiva: más bien pueden verse como fases complementarias del proceso de comisión del delito (Wortley, 2001 y 2002). Empleando un ejemplo del propio autor, podemos pensar en un hombre que está con sus amigos en un bar por la noche. Al llegar, los porteros no le han tratado adecuadamente. El local está lleno, lo que les obliga a estar de pie en una esquina, soportando un calor excesivo. La música está tan alta que apenas pueden hablar y tardan una eternidad en servir las copas. A pesar de ello beben durante varias horas. Finalmente, otro tipo tropieza con él de modo que las bebidas que lleva le caen encima: sus amigos le animan a que se encare con el otro hombre y le dé un puñetazo. Que el protagonista decida finalmente golpear al hombre de las bebidas o no, puede analizarse en términos de elección racional: tal vez el otro hombre tiene una complexión física fuerte o va con sus amigos, o el portero está muy cerca y el protagonista desiste; o tal vez estima que lo más relevante es su orgullo y decide golpearle. En cualquier caso, la elección racional no estudia las influencias situacionales, la serie de elementos estresantes y frustrantes, que, junto con la ingesta excesiva de alcohol y finalmente, el incidente de las bebidas, han hecho que la probabilidad de una respuesta agresiva sea mucho más alta. Éstos son precisamente los elementos precipitadores que plantea Wortley. Con su estudio, se complementaría el análisis de la elección racional. De hecho, las propuestas de Wortley (2001) llevaron a Cornish & Clarke (2003) a introducir una nueva consigna en su propuesta para la prevención situacional del delito, reducir las provocaciones, originando que en la actualidad la prevención situacional del delito conste de veinticinco técnicas, tal y como veremos en el capítulo VIII. Wortley (2008) apoya su propuesta de los precipitadores situacionales en la Psicología, concretamente en varias teorías psicológicas, que sugieren cuatro alternativas a través de las cuales los elementos ambientales pueden precipitar una respuesta que constituya delito. La teoría del aprendizaje (concretamente, conceptos próximos al condicionamiento operante de Skinner, 1953) proporcionan el marco para entender cómo algunas claves ambientales elicitan la conducta delictiva. La Psicología social, por su parte, explica las presiones sociales para que los individuos cometan el delito. La Teoría social cognitiva de Bandura (1977) ayuda a comprender que ciertos elementos situacionales pueden debilitar las barreras morales y permitir que los individuos realicen conductas prohibidas. Finalmente, la Psicología Ambiental explica cómo los estresores ambientales (por ejemplo, unas condiciones climáticas extremas o de hacinamiento, como ya apuntamos en el capítulo I) pueden provocar en algunos casos respuestas delictivas. Wortley ha trabajado estos cuatro tipos de precipitadores, estableciendo una clasificación con cuatro variedades para cada tipo, que se resume y se ejemplifica en la Tabla 1, en la página siguiente. 2. **TEORÍA DEL PATRÓN DELICTIVO** Los delitos no ocurren al azar ni uniformemente en el espacio, el tiempo y las sociedades. Existen puntos conflictivos en los que se producen muchos más delitos que en otros lugares. Hay infractores muy activos que comenten múltiples delitos y hay objetivos o víctimas que son victimizados repetidamente. Hay, por tanto, tendencias: patrones. La teoría del patrón delictivo es la propuesta de los Brantingham para explicar cómo se configuran dichos patrones delictivos en el espacio urbano (Brantingham & Brantingham, 1991b). Ya hemos destacado en el capítulo II que estos autores defienden que el delito es un fenómeno complejo, con una etiología compleja, y que su estudio, por tanto, no puede reducirse al estudio del infractor. Ellos focalizan su atención en el lugar y en el momento de ocurrencia de losdelitos. Ya en el año 1978, los Brantingham propusieron un modelo para explicar el modo en que los infractores seleccionan el lugar para cometer el delito. Planteaban que un individuo motivado para cometer un delito concreto pasará por un proceso de decisiones de múltiples etapas, en el que buscará e identificará un objetivo o víctima concreta, con una posición determinada en el espacio y en el tiempo. El proceso de decisión será más largo y complejo en el caso de las motivaciones instrumentales por contraste con las motivaciones de tipo afectivo. Sea cual sea la motivación, el ambiente emite muchas señales, claves que ofrecen información sobre sus características físicas, espaciales, culturales, legales y psicológicas. El individuo que pretende cometer un delito utiliza estas claves del ambiente para localizar e identificar sus objetivos. Con el tiempo y la experiencia, aprenderá a identificar grupos o secuencias de claves asociadas con buenos objetivos, de manera que tendrá algo similar a una plantilla del objetivo perfecto, con la que comparar potenciales objetivos o víctimas. Una vez que estas plantillas se han establecido, serán relativamente estables y tendrán influencia en futuras conductas de búsqueda. Debido a que la distribución espacial y temporal de infractores objetivos, y víctimas presenta patrones, y debido a que la percepción ambiental humana tiene algunas propiedades universales, estas plantillas tendrán ciertas similitudes que podrán ser identificadas y estudiadas. Esta primera propuesta de los Brantingham no describía las características espaciales de los patrones de búsqueda y/o selección. En publicaciones posteriores (Brantingham & Brantingham, 1981 y 1991a) presentarían los patrones en el espacio y en el tiempo de infractores y víctimas que ayudarán a comprender cómo se configura espacialmente el delito en los escenarios urbanos. Estos autores llaman nuestra atención sobre el hecho de que incluso los infractores habituales pasan la mayor parte del día realizando otras actividades no delictivas. Asumen que los patrones de movimiento de los infractores en el espacio y en el tiempo son iguales a los de cualquier otra persona.: Las personas que en algún momento comenten un delito pueden tener también un empleo y una familia y salen a comer y a comprar como todo el mundo. Al mismo tiempo, el resto de la población está inmersa en sus actividades habituales y se desplaza entre ellas. Por tanto, los elementos que dan forma a las dinámicas de las actividades legales en nuestras ciudades, también dan forma a las dinámicas de las actividades delictivas. Buenos ejemplos del modo en que las dinámicas legales de nuestra vida diaria dan forma los patrones del delito pueden ser los siguientes: las peleas ocurren con mayor frecuencia los viernes y sábados por la noche; los hurtos en comercios se concentran en la franja horaria en que están abiertos los negocios y además, se producen más en unas tiendas que en otras; y las evasiones de impuestos ocurren en ciertas fechas clave. Por tanto, una adecuada comprensión del delito precisa de conceptos y modelos que tengan en cuenta la no uniformidad y la no aleatoriedad que caracterizan a los eventos delictivos (Brantingham & Brantingham, 2008). 3.1. Disminución con la distancia Para comprender los planteamientos de la Teoría del patrón delictivo, es necesario manejar una serie de conceptos relacionados con el comportamiento espacial. Nos referiremos al primero de ellos como disminución con la distancia (Distance decay). Se trata de un patrón bien establecido empíricamente en la Criminología, que viene detectándose desde los años cinciuenta, y que hace referencia al hecho de que la mayoría de infractores cometen una gran cantidad de los delitos relativamente cerca de su hogar tal y como veremos con detalle en el capítulo V. Investigaciones mucho más recientes han ratificado este patrón; Clarke & Eck (2008) describen un estudio realizado por Andy Brumwell quien, analizando los desplazamientos para cometer el delito de casi 260.000 infractores encontró, entre otros hallazgos, que: -- Cerca de la mitad de las actividades delictivas ocurrió a menos de 1,5 km del hogar del infractor (estudios llevados a cabo en los Estados Unidos arrojan cifras algo mayores debido a la baja densidad de población y al mayor uso de vehículos). -- La distancia recorrida varía en función del tipo de delito. -- Hay grandes variaciones inter-individuales en la distancia recorrida. -- El estudio de los desplazamientos de los infractores para cometer los delitos es un área específica de investigación en el área de la Criminología Ambiental y de los mapas del delito, que se conoce como Journey-to-crime. En su propuesta, los Brantingham tienen en cuenta este patrón al proponer como sería el área de búsqueda de objetivos/víctimas de un único infractor, que se representa en la Figura 2. El área de mayor intensidad de búsqueda es la más cercana al hogar, decayendo la intensidad de búsqueda al aumentar la distancia. Esto es lógico por el gasto y el esfuerzo necesario para viajar más lejos. Además, el infractor dispone de un mayor conocimiento espacial y sobre posibles objetivos y rutas de escape en las zonas que frecuenta. Hay que señalar que inmediatamente alrededor del hogar suele haber lo que denomina una zona de seguridad, una pequeña zona en la que apenas delinquiría el infractor puesto que allí podría ser reconocido. **Espacios de actividad y conocimiento** Espacios de actividad y conocimiento Normalmente, un individuo (sea o no infractor) conoce bien las zonas en que reside y los lugares en que desarrolla actividades, así como los caminos para desplazarse entre esos lugares. Es decir, conoce bien ciertos nodos, y las rutas que emplea para desplazarse entre los nodos. El conjunto de nodos que habitualmente visitamos, junto con el conjunto de rutas por las que nos desplazarnos, constituyen el espacio de actividad. Las áreas que quedan dentro de nuestro rango visual cuando estamos en el espacio de actividad constituyen el espacio de conocimiento. Fuera de estos lugares, hay otras muchas zonas de la ciudad que la persona no conoce en detalle, y que por tanto, están fuera de su espacio de conocimiento. Hemos dicho que las personas que cometen delitos tienen patrones espacio temporales de movimiento similares a los de todo el mundo. **Generadores y atractores del delito** Otro aspecto que determina cómo será el patrón delictivo en una ciudad, es la localización de dos tipos de lugares: los generadores del delito y los atractores del delito. -- Lugares generadores del delito: son lugares en los que coinciden gran número de personas por razones no relacionadas con motivaciones criminales, pero en los que pueden acabar ocurriendo delitos. Por ejemplo, estadios deportivos o festivales musicales. Algunas personas que no fueron al lugar con intención de cometer un delito pueden acabar haciéndolo, al presentárseles la oportunidad (tal vez observen un bolso desatendido u ocurra una agresión como consecuencia del consumo excesivo de alcohol). -- Lugares atractores del delito: son zonas concretas que presentan oportunidades conocidas para el delito y a las que los infractores acuden con la intención de cometer un delito concreto. Por ejemplo, las zonas habituales de venta de droga, zonas de ocio nocturno, ciertos transportes públicos, parkings, etc. Los infractores pueden recorrer distancias relativamente grandes para llegar a estos emplazamientos propicios para la comisión del delito. Existen también zonas de la ciudad que son neutras en relación al delito y en las que sólo se experimentará de modo ocasional. Además, debemos tener en cuenta que es difícil encontrar lugares que sean puramente generadores o atractores, o incluso que sean puramente neutros. La mayoría de lugares serán mixtos (Brantingham & Brantingham, 2008). Por ejemplo, un lugar puede ser generador de un cierto tipo de delito, pero neutral en relación a otros. Tomando en cuenta los principios de la teoría del patrón delictivo se pueden hacer consideraciones sobre la formación de hot spots (Brantingham & Brantingham, 1999), los lugares en los que la ocurrencia de delitos es mucho mayor que en las localizaciones adyacentes, ya mencionados en el capítulo II, y que estudiaremos con cierto detalle en el capítulo IV.Desde esta teoría (Brantingham & Brantingham, 2008), los hot spots se ubicarán en función de: -- La localización de las áreas de actividad y residencia de poblaciones de infractores. -- La localización de las áreas de actividad y residencia de poblaciones vulnerables frente al delito. -- La distribución espacial y temporal de otros objetivos del delito. -- La distribución espacial y temporal de la policía y otros agentes de seguridad. -- La estructura de actividades y residencial de la ciudad. -- La combinación de distintos tipos de actividades y usos del suelo. -- La red de transportes. -- Los flujos de desplazamiento de los ciudadanos a través de los escenarios urbanos. En otros trabajos recientes (por ejemplo, Brantingham & Brantingham, 2003) se ha aplicado el enfoque del patrón delictivo al estudio del desplazamiento, consecuencia indeseada que puede ocurrir cuando se llevan a cabo intervenciones para el control del delito. Sus hallazgos al respecto se recogen en la sección dedicada al desplazamiento en el capítulo VIII. El conjunto de teorías presentadas en este capítulo ofrecen un marco para comprender las influencias ambientales y situacionales en la conducta delictiva a distintos niveles. Hasta cierto punto, pueden considerarse complementarias, ya que pueden combinarse para comprender la delincuencia y sus patrones. Del mismo modo, tal y como se ha planteado al inicio del capítulo II, la comprensión que estos enfoques aportan del fenómeno delictivo puede integrarse con los conocimientos y propuestas que aporten otros enfoques de corte más social o individual. 3. **TEORÍA DE LA OPORTUNIDAD** La teoría de las oportunidades y la prevención del delito mediante la reducción de oportunidades comparten una visión común de la delincuencia como una conducta intencional diseñada para satisfacer ciertas necesidades o deseos comunes del delincuente. Entre ellos se incluyen el dinero, la gratificación sexual, la excitación, el alivio del aburrimiento, la admiración, la aprobación de los compañeros y la sumisión de los demás. El bloqueo de las oportunidades de delincuencia implica actividades diferentes de las implicadas en la reducción de la motivación delictiva, ya sea mediante acciones centradas en individuos que parecen estar en riesgo de delinquir, en comunidades con altos índices de delincuencia o en sociedades enteras en un esfuerzo por aumentar el cumplimiento general de las leyes y las normas de conducta. Las tiendas, los centros comerciales, las viviendas públicas, las compañías de seguros y los bancos, por ejemplo, no están preparados para abordar la modificación de la propensión delictiva en un esfuerzo por prevenir su victimización delictiva. Su objetivo es reducir las oportunidades de delincuencia, de modo que incluso quienes están motivados a cometer delitos no lo hagan por diversos medios. Aunque las medidas de prevención situacional del delito pueden producir reducciones relativamente pequeñas del delito, pueden apuntar de manera eficaz a algunas de las formas de delincuencia más problemáticas. FELSON y CLARKE también se posicionan en el sentido de que \"es importante considerar que ninguna causa del delito aislada basta para asegurar su producción\", sin embargo, en similar dirección a lo que se destacó anteriormente, enfatizan que \"la oportunidad, más que otras causas, es necesaria y, por consiguiente, tiene tanto o más derecho a ser considerada una causa principal\" (1998, p. 1). Estamos ampliamente de acuerdo con estas conclusiones, así que priorizamos identificar circunstancias oportunas a la corrupción para proponer, a partir de ellas, medidas preventivas. De este modo, no se puede ignorar que el factor oportunidad es relevante para la predicción de los episodios delictivos, lo que es posible incluso sin saber nada sobre el ofensor (SERRANO MAÍLLO, 2009, pp. 169-170). Así, aceptamos que \"la oportunidad es una genuina causa del delito; y no, por ejemplo, un mero correlato\". En este contexto, FELSON y CLARKE buscaron alejar el entendimiento de que las causas más antiguas y remotas son las más significativas. En cambio, argumentan que las causas más inmediatas son las más frecuentes y poderosas en la generación del crimen (1998, p. 3). Sus conclusiones son de gran valor para la criminología, ya que ofrecen nuevas pautas para el estudio de las medidas preventivas contra la delincuencia, especialmente en relación con el conocimiento del entorno, del ambiente, del escenario donde se practica. Dicha teoría define los eventos criminales como el resultado de una suma de circunstancias que contribuyen a la aparición de un delito, como cuando alguien deja la llave del auto en el encendido y las ventanas abiertas. Una situación como esta se trata de un estímulo cognitivo que promueve \"valoraciones y decisiones delictivas esencialmente utilitarias y racionales\" (RENDONDO ILLESCAS, 2015, p. 207). Es decir, tal oportunidad anima a un posible delincuente cercano a subir al vehículo y robarlo. Estas son circunstancias que contribuyen a la fragilidad de la víctima y aumentan el éxito de los delincuentes. FELSON y CLARKE sustentan que \"la teoría del crimen puede y debe ayudar a prevenir el crimen. Las recientes teorías de \'oportunidad\' del crimen enfatizaron principios que se aproximan al mundo real, fáciles de explicar y enseñar, y listos para colocarlos en práctica. Ellos incluyen el abordaje de la actividad rutinaria, la perspectiva de la elección racional y la teoría del patrón delictivo. Esas teorías se basan en el viejo refrán de que \'la oportunidad hace al ladrón\'. \*. Ellas se describen en esta publicación, que argumenta que la oportunidad es una \'causa principal\' del crimen e ilustra como las teorias ayudan a pensar sobre su prevencion\" (1998, D. \"V\"). La teoría de la oportunidad incluye tres enfoques: actividades rutinarias, patrón delictivo y elección racional, tratados a la continuidad. Para VOZMEDIANO SANZ y JUAN GUILLÉN, ese conjunto ofrece \"un marco para comprender las influencias ambientales y situacionales en la conducta delictiva a distintos niveles. Hasta cierto punto, pueden considerarse complementarias, ya que pueden combinarse para comprender la delincuencia y sus patrones\" (2010, posición 1354-1356). 4. **TEORÍA DE LAS VENTANAS ROTAS** La Teoría de las ventanas rotas (Wilson & Kelling, 1982) toma su nombre de una metáfora. Del mismo modo que una ventana rota que nadie repara invita a romper más ventanas, la falta de mantenimiento o de intervención ante el deterioro envía un mensaje de falta de control, que suscita el miedo al delito en los residentes. Ésto origina que los vecinos abandonen los espacios públicos y si surge un problema, evita que intervengan y por tanto, ocurrirán delitos que originarán más miedo,y el delito empeorará, entrando en un círculo vicioso. La solución al problema del delito y el temor, pasaría, desde este enfoque, por impedir las manifestaciones más leves de la falta de control, como medida para prevenir esta escalada hacia más delito y hacia delitos más graves. Como estrategia de prevención, ha recibido numerosas críticas, ya que ha inspirado los programas de tolerancia cero, que llevan al límite el planteamiento, y ejercen un control férreo contra cualquier conducta que se considera que altera el orden público, aunque no se trate propiamente de conductas delictivas. Este tipo de propuestas hace surgir el debate sobre a qué precio se quiere/puede combatir el delito; dicho de otro modo, el eterno debate entre libertad y seguridad. En cualquier caso, y regresando al miedo al delito, este planteamiento tenía tanto que ver con él, como con el delito mismo. De hecho, en la literatura de miedo al delito, se ha ratificado la relación entre lo que se plantea como Teoría de las ventanas rotas y la percepción de inseguridad, bien sea con ese mismo nombre o a través de una serie de conceptos muy cercanos, como la perspectiva de las incivilidades(Hunter, 1978; Lewis & Salem, 1986) y del desorden (Skogan, 1990). En estos enfoques, se considera a las incivilidades o indicadores de desorden, físico y social, como precursores del miedo al actuar como símbolos de un entorno amenazante Las incivilidades engloban signos de desorden físico y social. [El botellón o los sin techo durmiendo en un banco del parque serían signos de desorden social;] [el vandalismo, los grafiti, la suciedad o los locales abandonados serían signos de desorden social.] Aunque este planteamiento explica el temor en función de lo que significan estos signos en relación con las normas sociales y comportamientos socialmente aceptables, no es preciso que la relación entre las incivilidades y el temor esté mediada por procesos sociales: se ha encontrado una relación casi directa entre estos signos y el temor, mediada por la percepción de riesgo (Lagrange, Ferraro & Supancic, 1992). Trabajos tan recientes como el de Xu, Fielder & Flaming (2005) encuentran que el desorden es una fuente de temor más importante que los delitos graves. Ratifican, por tanto, la necesidad de tomar en cuenta las señales de desorden procurando que haya un mantenimiento apropiado en los espacios públicos. Las intervenciones para reducir el desorden social, plantearán más problemas éticos, y será necesario asegurar un escrupuloso respeto por los derechos de los ciudadanos al plantearlas. Mientras que la reducción del desorden físico, procurando un cuidado adecuado de los escenarios urbanos, no plantea tales problemas. No hay razón para no proporcionar bienestar y seguridad manteniendo la ciudad limpia y cuidada, especialmente, en aquellos lugares en los que más se echen a faltar estas características.