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Pierre Bourdieu, Jean-Claude Chamboredon, Jean-Claude Passeron

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sociología epistemología teoría social pensamiento social

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El Oficio de sociólogo explora los presupuestos epistemológicos de la sociología, analizando las prenociones como obstáculos para el conocimiento científico en esta disciplina.

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EL O F I C I O DE S O C I Ó L O G O Presupuestos epistemológicos PIERRE BOURDIEU JEAN-CLAUDE CHAMBOREDON JEAN-CLAUDE PAS SERÓN M Siglo veintiuno editores Argentina 1. LA RUPTURA 1.1. PR...

EL O F I C I O DE S O C I Ó L O G O Presupuestos epistemológicos PIERRE BOURDIEU JEAN-CLAUDE CHAMBOREDON JEAN-CLAUDE PAS SERÓN M Siglo veintiuno editores Argentina 1. LA RUPTURA 1.1. PRENOCIONES Y TÉCNICAS D E R U P T U R A LAS PRENOCIONES COMO OBSTÁCULO EPISTEMOLÓGICO La impugnación de las "verdades" del sentido común se ha con- vertido en un lugar común del discurso metodológico, lo que puede hacerle perder toda su fuerza crítica. Bachelard y Durkheim de- muestran que la impugnación punto por punto de los prejuicios del sentido común no puede remplazar al cuestionamiento radical de los principios en los que se asienta: "Frente a lo real, lo que cree saberse claramente ofusca lo que debiera saberse. Cuando se presenta ante la cultura científica, el espíritu jamás es joven. Hasta es muy viejo, pues tiene la edad de sus prejuicios. [...] La opinión piensa mal; no piensa; traduce necesidades en conocimien- tos. Al designar a los objetos por su utilidad ella se prohibe el conocerlos. [...] No es suficiente, por ejemplo, rectificarla en casos particulares, manteniendo, como una especie de moral pro- visional, un conocimiento vulgar provisional. El espíritu científico nos impide tener opinión sobre cuestiones que no comprendemos, sobre cuestiones que no sabemos formular claramente".* Las tar- danzas o los errores del conocimiento sociológico no se deben solamente a causas extrínsecas, tales como la complejidad y la fugacidad de los fenómenos considerados, sino a las funciones sociales de las pre-nociones que obstaculizan la ciencia sociológica: las opiniones primeras deben su fuerza no sólo al hecho de que se presentan como uria tentativa de explicación sistemática, sino también al hecho de que las funciones que cumplen constituyen en sí mismas un sistema. * G. Bachelard, La formation de l'esprit scientifique, op. cit., p. 14 [véase edición española, p. 16]. 130 E L OFICIO DE SOCIÓLOGO' 4. E. DURKHEIM Cuando un nuevo orden de fenómenos se hace objeto de una cien- cia, ellos ya se encuentran representados en el espíritu, no sólo por imágenes sensibles, sino por especies de conceptos grosera- mente formados. Antes de los primeros rudimentos de física y química, los hombres ya tenían nociones sobre los fenómenos físico-químicos, que superaban a la pura percepción. Pueden servir como ejemplo las que encontramos mezcladas en todas las reli- giones. Es porque, en efecto, la reflexión es anterior a la ciencia, que sólo se sirve de ella con u n método mejor. El hombre no puede vivir en medio de las cosas sin formularse sus ideas sobre ellas, a las cuales ajusta su conducta. [... ] En efecto, estas nocio- nes o conceptos, como quiera llamárselos, no son sustitutos legí- timos de las cosas. Productos de la experiencia vulgar, tienen por objeto, ante todo, armonizar nuestras acciones con el mundo que nos rodea; están estructuradas por la práctica y para ella. Ahora bien: una representación puede estar en condiciones de desempe- ñar útilmente este papel, siendo teóricamente falsa. Hace ya muchos siglos que Copérnico disipó las ilusiones de nuestros sen- tidos, tocantes al movimiento de los astros; sin embargo, todavía ordenamos corrientemente la distribución de nuestro tiempo de acuerdo con estas ilusiones. Para que una idea suscite adecuada- mente los movimientos que reclama la naturaleza de una cosa, no es preciso que exprese fielmente esta naturaleza; basta que nos haga, sentir lo que la cosa tiene de útil o de desventajoso, cómo puede servirnos y cómo puede dañarnos. Y aun. las nociones así formadas sólo presentan esta justeza práctica en forma aproxima- tiva y solamente en la generalidad de los casos. ¡Cuántas veces son tan peligrosas como inadecuadas! No es, pues, elaborándolas, de la manera que sea, cómo se llegará jamás a descubrir las leyes de la realidad. Por el contrario, son como un velo que se interpone entre las cosas y nosotros, que nos las disfrazan tanto mejor cuanto más transparente lo creemos [... ]. Las nociones a que acabamos de referirnos son las nociones vulgares o prenociones que señala en la base de todas las ciencias como ocupando el lugar de los hechos. Son los ídola, especie de fantasmas que nos desfiguran el verdadero aspecto de las cosas y que sin embargo tomamos por las cosas mismas. Y como este medio imaginario no ofrece resistencia alguna al espíritu, al no l.A R U P T U R A 131 sentirse éste contenido por nada se abandona a ambiciones sin límite y cree posible construir, o mejor dicho, reconstruir el mian- do con sus propias fuerzas y a la medida de sus deseos. Si así fue para las ciencias naturales, con mayor razón debía suceder en sociología. Los hombres no han esperado el surgimiento de la ciencia social para formarse sus ideas respecto del derecho, la moral, la familia, el estado y aun la sociedad, pues les eran imprescindibles para vivir. Ahora bien, es precisamente en socio- logía donde esas prenociones, para retomar la expresión de Bacon, están en condiciones de dominar los espíritus y sustituir a las cosas. En efecto, las cosas sociales sólo se realizan a través de los hom- bres; son un producto de la actividad humana. parecen ser ninguna otra cosa que la puesta en práctica de ideas, innatas o no, que llevamos en nosotros, y su aplicación a las diversas cir- cunstancias que acompañan a las relaciones de los hombres en- lre sí. [... ] Lo que termina por acreditar este punto de vista es que, como la vida social en todo su detalle desborda ampliamente los límites de la conciencia, ésta no puede tener una percepción suficiente- mente intensa de ella como para sentir su realidad. Al no tener una ligazón lo bastante cercana ni próxima a nosotros, todo eso nos impresiona fácilmente como una materia medio irreal e inde- finidamente plástica, que no se sostiene en nada y flota en el vacío. Es por esto que tantos pensadores sólo han visto en las coor- dinaciones sociales combinaciones artificiales, más o menos arbi- trarias. Pero si bien se nos escapan los detalles, las formas concretas y particulares, nos representamos por lo menos los aspectos más generales de la existencia colectiva y, aunque sea en forma grosera y aproximada, son precisamente estas representaciones esquemá- ticas y sumarias las que constituyen las prenociones de que nos servimos para los usos corrientes de la vida. Por lo tanto, no pode- mos ni soñar en poner en duda su existencia, ya que la percibimos al mismo tiempo que la nuestra propia. No sólo están en nosotros, sino que, siendo un producto de repetidas experiencias, tienen una especie de ascendiente y autoridad surgidas de esa misma repe- tición y del hábito resultante. Sentimos su resistencia en cuanto buscamos liberarnos de ellas; y no podemos dejar de considerar orno real a lo que se nos opone. Todo contribuye, pues, a hacernos ver en ellas la verdadera realidad social. [... ] Estas nociones vulgares no se encuentran sólo en la base de la ciencia, sino también, y con gran frecuencia, en la trama de los 132 E L OFICIO DE SOCIÓLOGO' razonamientos. En el estado actual de nuestros conocimientos, no sabemos con certeza lo que es el Estado, la soberanía, la libertad política, la democracia, el socialismo, el comunismo, etcétera; por razones de método debería, pues, prohibirse todo uso de estos con- ceptos, en tanto no estén científicamente constituidos. Y, sin em- bargo, las palabras que los expresan aparecen sin cesar en las discusiones de los sociólogos. Se las emplea corrientemente y con seguridad, como si correspondieran a cosas bien conocidas y defi- nidas, mientras que sólo despiertan en nosotros nociones confusas, mezclas indiferenciadas de impresiones vagas, de prejuicios y pa- siones. Nos burlamos hoy de los singulares razonamientos que los médicos medievales construían con las nociones del calor, del frío, de lo húmedo, lo seco, etcétera, y no advertimos que conti- nuamos aplicando ese mismo método respecto de cierto orden de fenómenos que lo supone menos que ninguno, a raíz de su extrema complejidad. Este carácter ideológico es todavía más adecuado en las ramas especiales de la sociología. De la misma manera, todos los problemas que habitualmente se plantea la ética ya no tienen relación con cosas, sino con ideas; se trata de saber en qué consiste la idea del derecho, la idea de la moral, no cuál es la naturaleza del derecho y de la moral tomados en sí mismos. Los moralistas no han llegado todavía a la sencillísima concepción de que, así como nuestra representación de las cosas sensibles viene de las cosas mismas y las expresa más o menos exactamente, nuestra representación de la moral proviene del espectáculo mismo de las reglas que funcionan ante nuestros ojos y las representan esquemáticamente; que, por consiguiente, son estas reglas y no nuestra sumaria visión de ellas la que cons- tituye la materia de la ciencia, de la misma manera que la física tiene por objeto los cuerpos tal como existen y no la idea que de ellos se hace el vulgo. Resulta de ello que se toma por base de la moral lo que sólo es su cúspide, o sea la forma en que se pro- longa en las conciencias individuales y el eco que encuentra en ellas. [... ] Hay que descartar sistemáticamente tocias las prenociones. No es preciso dar una especial demostración de esta regla; ello resulta de todo lo ya dicho. Por otra parte, esta regla es la base de todo método científico. La duda metódica de Descartes, en el fondo, es sólo una aplicación de ella. Si en el momento de fundar la cien- cia Descartes se impone como ley poner en duda todas las ideas l.A RUPTURA 133 recibidas anteriormente, es porque sólo quiere emplear conceptos científicamente elaborados, es decir, construidos según el método que instituye; todos los que tengan otro origen deben ser recha- zados, por lo menos provisionalmente. Ya hemos visto que la teoría de los ídolos, en Bacon, tiene el mismo sentido. Las dos grandes doctrinas que tan a menudo se han querido oponer, concuerdan con este punto esencial. Es necesario, pues, que el sociólogo, ya sea en el momento en que determina el objeto de sus investigaciones o en el curso de sus demostraciones, se prohiba resueltamente el empleo de esos conceptos formados fuera de la ciencia y para nece- sidades para nada científicas. Es preciso que se libere de esas falsas evidencias que dominan el espíritu del vulgo; que sacuda, de una vez por todas, el yugo de esas categorías empíricas que una larga costumbre acaba a menudo por transformar en tiránicas. Si alguna vez la necesidad lo obliga a recurrir a ellas, que por lo menos lo haga teniendo conciencia de su poco valor, para no dejarlas desem- peñar en su doctrina un papel del que son tan poco dignas. EMILIO DURKHEIM Los reglas del método sociológico,

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