Análisis de la Despedida de un Proyecto (PDF)
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El texto describe el proceso de elaboración de un proyecto personal, enfatizando las emociones del autor y su relación con las dificultades personales surgidas del trabajo. El autor se lamenta del rechazo de un contrato laboral, destacando la importancia de este último trabajo como legado personal y explora la experiencia de investigación con un joven fallecido.
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Esta nota de despedida podría ser el corazón de la cebolla de una identidad rota. También es la motivación inicial por la que les presento este proyecto, aún sin terminar. Y digo 'podría' porque aún no lo sé ni lo sabré ya, después de recibir el anunciado despido de esa empresa suya -que consideraba...
Esta nota de despedida podría ser el corazón de la cebolla de una identidad rota. También es la motivación inicial por la que les presento este proyecto, aún sin terminar. Y digo 'podría' porque aún no lo sé ni lo sabré ya, después de recibir el anunciado despido de esa empresa suya -que consideraba mía- para la que he estado trabajando estos dos últimos años de mi vida. No quiero que consideren este dossier como un canto de cisne ni tampoco como una medida de presión para que reconsideren su postura y me vuelvan a aceptar en la editorial. No. Este es el curro en el que he estado implicado durante los últimos meses y vds saben bien que era una propuesta tan personal como atractiva desde el punto de vista profesional. Su rechazo a la renovación de mi contrato me provoca incertidumbre pero también me transmite la certeza de que esta industria no está hecha para mí. Consideren pues mi último trabajo como la herencia incompleta de un desertor de su ejército de productos culturales. El hecho de que esta propuesta no esté formalmente acabada no ha sido por falta de ánimo o voluntad. Simplemente responde a la constatación de que ha resultado imposible averiguar las causas concretas y finales del suicidio de Joaquín Oirebés. He tenido mucha suerte en ser convocado temporalmente por la Delegación de Educación al mismo en él qué estudió. Creo que he aprovechado al máximo la oportunidad. Ha sido una experiencia tan enriquecedora como intensa. Tal vez debido a ello he considerado oportuno, con ánimo de atrapar la máxima objetividad de la misma, alternar la primera con la tercera persona. Como si yo no fuera yo. Ahora veo que el acierto ha sido, en una necesidad. En cuanto a las entrevistas, he seguido el protocolo habitual en la editorial. Que ustedes publiquen o no el será tan sabia como la de mi despido. El tema es de un interés l que presento lo dejo a su libre decisión, que imagino social creciente y la documentación que presento, aun siendo real, es totalmente atípica. Obviamente, he cambiado el nombre de todas las personas implicadas, directa o indirectamente. En cualquier caso, ya no puedo seguir con un tema que me ha llegado a absorber las veinticuatro horas del día. Las veinticuatro, no exagero: horas de sueño incluidas. Ni puedo ni debo continuar en ello. Todas mis aportaciones, comentarios, indagaciones y demás parafernalia de editor comprometido con su tema de investigación tiene como objetivo desbrozar las diferentes capas de esa dura cebolla que mi personaje ofrece por el motivo evidente de no estar con vida desde el comienzo del reportaje. Por eso mismo, la información personal sobre él, (notas, cartas, correos, apuntes, ejercicios psicoterapéuticos y escritos de diario) conseguida a través de su novia y cedida con generosidad al saber el objetivo del caso, -y sólo censurada en momentos de máxima intimidad- ha sido escrupulosamente respetada. No sé si el resultado puede dar la impresión de corte a cuchillo, pero he intentado que tanto él como cada personaje tratado aportara algo para llegar al meollo, al centro del abismo de Joaquín, respetando los silencios o las carencias o el estilo que cada uno me ofrecía. Aunque al pelar ha sido inevitable que la mirada se me nublara muchas veces. Hay algunas cebollas que pican en los ojos más que otras. Lo sabía de antemano. Sin embargo, no esperaba seguir aún hoy ni con la retina húmeda ni con olor en los dedos al teclear mientras escribo. 1 "Las personas se suicidan porque no quieren ser encontradas." JOSÉ SARAMAGO, Todos los nombres. Un montón de miradas se le enredan al cuerpo. Le paralizan. La radiografía de un niño, todos lo sabemos, puede hacer vulnerable al más cruel de los humanos. Condenado a un espontáneo veredicto sin defensa previa, el tiempo se de- tiene y cada segundo parece alargarse sin remedio, porque el profesor intenta lo contrario: electrocutarlo los minutos se sucedan sin piedad. -Tú eres el nuevo. Ahí está el primer desafío, la premisa condenatoria inicial necesitan saber para aclarar las reglas de juego no escritas. El sustituto no sabe quién dice la frase. Tampoco importa ahora mucho saber quién es el adolescente decide que romper la barrera de la desconfianza. El hecho, el acto en sí, es lo significativo. Son cuatro palabras que le harán enfrentarse al desafío para el que está convocado. Entra en la realidad de lleno y ya no hay marcha atrás. -Sí, soy el sustituto. ¿Quién ha respondido? ¿Ha sido él? Por el silencio que se ha hecho, parece que sí. Aunque más bien alguien dentro de su cuerpo se las ha ingeniado para soltar esas palabras. Alguien empujado por la responsabilidad y la inquietud, animado a la vez por la novedad que se presenta en frente de sus ojos. Ahora sí. Ahora los ve. Uno a uno, el sustituto capta a todos en su individualidad. Intuye necesidades, carencias, cuerpos desmesurados, curiosidad, inteligencia, provocación. Acaba de cambiar de trabajo y no sabe aún si es capaz de enfrentarse a tanto, pero los resortes de la autodefensa empiezan a funcionar libres, sin control. Habla sobre lo que se supone tiene que decir, la asignatura, y no sobre lo que se supone que tiene que decir, la asignatura y no sabe aun lo que siente. Eso le hace parecer serio-mucho más de lo que en es- y las primeras reacciones no tardan en llegar: falta de atención, gestos de despreocupación, suspiros, aburrimiento. Suena el timbre. Estampida general. Algún saludo de despedida —casi inaudible— que sueltan al salir y que el sustituto interpreta como un signo de esperanza. Mira I cristal de la ventana y respira hondo. Primer día: prueba superada. I Anastasia García Eguía (Amiga íntima de Joaquín) Al margen de las clases en el centro, he hecho mis primeras indagaciones en forma de preguntas tontas, curiosidades de novato y búsqueda por mi cuenta en el registro de matrículas en el instituto. Eso me ha llevado a lograr mi primer objetivo: contactar con la mejor amiga de Joaquín. Cuando vi a Ana por primera vez, intuí que todo iba a ir bien. Transmitía una serenidad inusual para una chica de su edad y una madurez en su forma de hablar, gesticular y estar con desconocidos que deshizo cualquier prejuicio previo que pudiera haberme formado antes de nuestro encuentro inaugural. Qué decir, qué preguntar, qué hacer: todas las auto recomendaciones anotadas en mi bloc de trabajo quedaron anuladas por su impactante presencia física a la salida del instituto. Había visto ya, en fotos de prensa digital, a Joaquín; no imaginaba que ella fuera tan atractiva. -¿Anastasia García?- pregunto haciéndome el despistado. -Llámame Ana- aclara ella con contundencia, por no decir enfado-. Mis padres tuvieron el mal gusto de ponerme el nombre de mi abuela. Desde niña supe que eso no iba a llegar lejos. La abreviación 'Ana' la uso casi desde que se me cayeron los dientes de leche. -¿Sabes quién soy?- Intento sacar mi pata del fondo de donde la acabo de meter. -Si. Eres el nuevo, el sustituto de cuarto. -¿Cómo así?-le pregunto, intentando que fluya la conversación. -Hablo con la madre de Joaquín a menudo -me aclara-y me ha comentado lo de la baja de la anterior profesora por ansiedad y que esta semana o la que viene vendría alguien nuevo. -¿Te apetece tomar un café o...? - Nunca había hecho esto antes pero mi idea de recopilar toda la información posible y el motivo claro de mi cita con ella me impulsaba con naturalidad, inusual en mí, hacia adelante. -No. Pero ven: a la vuelta de la esquina hay un bar que está muy bien. Es cierto dudé unos segundos, en ese momento (y en otras ocasiones) tentado, con dejarlo todo. ¿Por qué seguir? Para qué. "Por qué no" era la respuesta, permanente y repetida una y otra vez en mi cabeza, que se acordaba cada vez más y mejor de sus años de estudiante acosado en el colegio. Sin embargo, preocuparme ahora de este tema, de Ana, de todo el proyecto, de un muerto, cuando rara vez he hecho caso a un vivo, me resultaba un tanto absurdo. Estaba dentro de algo que parecía tener vida propia y que me encauzaba sin cesar hacia algún lugar tan desconocido como interesante; soy experto en complicarme la vida. Quería conocer al protagonista invisible de esta historia y Ana era un personaje imprescindible para ello: un vehículo necesario, un peaje obligatorio. Adelante. No supe hasta mucho más tarde, semanas después, por qué encontraba Ana acogedor el bar. Podría ser cualquier taberna de barrio, desarreglada, con apenas cuatro mesas de vieja madera y suelo un tanto destartalado. La única nota de color era la vieja cerámica de las paredes, cuyas curvas azuladas dibujaban unas olas que parecían dar la bienvenida a unas gotas de lluvia que entraban por las ventanas entreabiertas. Otras se quedaban pegadas en los cristales sucios. Podría entender que los precios eran más asequibles que un local de moda. Pero no. Ella valoraba el anonimato, la ausencia de compañeros, que es "lo que a Joaquín le gustaba tanto". Tan sólo un par de viejos jubilados acodados a la barra eran testigos de nuestro encuentro, mientras Ana apoyaba un café y una caña en la mesa, donde la espero con una sonrisa de agradecimiento. -¿Bebes a diario?- pregunto mientras me echo azúcar en el café. -A diario no, desde luego...Pero hoy sí.- Responde cortante. -No, no,... no quería decir eso-intento disculpar mi torpeza. -Ya, ya lo sé. Ana me daba muestras de una peculiar lucidez, inusual a su edad. Callé unos segundos. Tenía la impresión de que beber cerveza conmigo le daba seguridad. Esto era bueno para mí, así que intento llevar la conversación en un tono sincero y directo. -¿Cuánto tiempo estuvisteis juntos?- disparo a bocajarro. Tres años-responde ella como quién dice uno a veintisiete. -¡Tres años! ¡Quién lo diría!- enfatizo, como dando mérito a lo que hoy día, incluidas las relaciones de los adultos, parece una hazaña. -Tampoco es tan raro- aclara ella, dejándome de nuevo en evidencia. -No, ya, sólo que como sois tan jóvenes... - arreglo, estropeándolo todo -No tiene mucho que ver la juventud— corrige ella con certeza. -Yo a sus años iba de flor en flor. ¿Es lo normal, no?- apunto yo para frivolizar un poco y rebajar una micra la tensión que empiezo a notar. Quizás es que no somos,...no éramos, muy normales. Por lo menos él. Hubo unos segundos de silencio en ese momento. Yo no estaba cómodo. Quería preguntarle sobre esa anormalidad que me anunciaba, pero me pareció demasiado pronto. Así que intenté derivar la conversación hacia la posibilidad de vernos en otra ocasión. Ella pareció adivinar mi pensamiento. Bendije a esa habilidad mental desaparecida que solemos llamar telepatía. -Tengo documentos, te los puedo pasar otro día— se adelanta. -¿Documentos? -Sí, bueno, ya sabes, textos, mensajes, reflexiones, poemas que me escribía- me responde con cierto aire de misterio. -Buena idea- le digo apoyando su imprevisto ofrecimiento. -¿Cuándo?-intenta concretar antes de dar un buen trago a la cerveza. -Cuando quieras. Es muy interesante para acercarme a su perfil humano. Imprescindible, diría. -¿El sábado por la mañana?- sugiere. -Vale, por mí, perfecto. ¿A qué hora? -A las doce y media. Soy muy dormilona. Una de las cosas que le encantaban de mí a Joaquín. Esta última frase estuvo dándome vueltas varias veces en la cabeza mientras veía a Ana alejarse por la acera, después de explicarme dónde vivía. ¿Qué querría decir? ¿Qué Joaquín le despertaba por las mañanas? ¿Que los dos dormían juntos como lirones cuando tenían oportunidad? Vete a saber. Dejé de preguntármelo. En el fondo, me importaba poco. Aunque la primera reunión con Ana fue preparada con premeditación y alevosía, (la abordé a la salida de clase cuando supe quién era) el segundo encuentro fue totalmente fortuito y el que me convenció para saber que ella era a la vez el peaje de pago obligatorio y el atajo que debía transitar para llegar al epicentro del alma de Joaquín. O por lo menos intentarlo. Intuía que yo sólo no lo iba a conseguir. No tenía nada que perder y algo -¿poco, mucho?- que ganar. Eso no lo sabría hasta bastante más tarde. Fue en el patio del instituto. Ella era mayor que Joaquín. Estaba en un extremo, la zona de Bachillerato. Pero para salir al exterior, todos hasta llegar a la salida pasamos por la misma zona del patio y entrada principal. Nos chocamos. Qué casualidad, ¿no? A la vuelta de la esquina de u con otro, zas, cuerpo contra cuerpo, mis dos libros directos al suelo y su carpeta deshojándose por los aires. -¡Vaya! Lo siento-me disculpo. -Joe, menos mal que llevas gafas- ironiza, riéndose. -¿Quién lo iba a decir, ehé? intento resolver, haciéndome el natural frente a las miradas curiosas de los nos han visto tropezar- antes hablamos de vernos, planificar día y fecha y mira... -Bueno, tampoco es tan raro: al final, compartimos el mismo instituto. -Ya, claro, es de las personas que dice lo que piensa, está claro, reflexiono al instante intentando a la vez salir del atolladero-y...¿a dónde ibas? -A casa; he acabado ya. -¿Tienes prisa? -No, no hay nadie en casa; los martes me hago yo la comida. -Ah, pues yo iba a devolver estos libros a la biblioteca...pero no es urgente y tampoco tengo más clases hoy. Si no te importa, te acompaño. -No, al revés. El paseo es largo y aburrido. Así que por mí... Se pone a andar, sin apenas esperarme. La sigo rápido, dejando atrás el pequeño ridículo que he sentido. Me pongo a su par, intentando seguir el paso firme de un recorrido que se nota tiene grabado en las piernas hace años. A su ritmo, enseguida encaramos el barrio de la Marina, con el encanto de sus viejas e históricas calles donde vivirían los arrantzales de la villa. En un abrir y cerrar de ojos, el placer de contemplar el típico pueblo vasco de costa apenas lo puedo gozar debido al aceleramiento en los andares de Ana. -¿Tienes prisa?- le pregunto finalmente. -No, ya te he dicho que no. -Es que me da la sensación como si vinieras conmigo obligada...y, mira, este barrio es precioso: la primera vez que lo veo. Soy bilbaíno: he venido muchas veces a Gipuzkoa pero no aquí. Me gustaría ir más despacio y disfrutarlo mientras hablamos. -Vale- me dice como quien oye llover. -Tienes mucha suerte: vives en un lugar privilegiado, créeme. -Si tú lo dices... -¿Te apetece un aperitivo?- ofrezco como último órdago para ganar tiempo. -Bueno. Conozco un sitio que te podría gustar... Por fin se me abre el segundo cielo, el que esconden sus ojos azules. Un remanso de calma tras la tempestad. Ésa es la sensación. He conseguido que se relaje, o darle pena, no lo sé muy bien. El caso es que me lleva -por segunda vez- a un bar. Esta vez es mucho más bonito que el de la primera ocasión. Una taberna de estilo euskaldun, con motivos marinos por todas partes: un viejo timón de madera colgado en la pared blanquita, azulones cuadros fáciles de antiguos balleneros pescando, un falso y pequeño faro entre el cañero la barra, la camiseta de un remero firmada pegada a la pared trofeo de regata vencida... En fin, nada que chirrie o se salga de la idiosincrasia local. Esta vez se toma un mosto. Yo me pido un txakoli. Parece relajada. Sin pedirle opinión, me acerco y me acodo en la barra. Cuando al barman le da la gana atenderme, traigo por mal. Consigo encauzar nuestra conversación hacia mi tema. Fin a la mesa un par de gildas, que adepta con gusto. Menos A ella, que lo nota perfectamente, no parece importarle. -¿Le echas de menos? -le pregunto a riesgo de que me mande a la mierda. Todos los días- me responde, sorprendentemente tranquila- a veces más, a veces menos...ahora que ha empezado el instituto estoy entretenida y parece que estoy en una fase como de mínimos. Los fines de semana son peores. -Ya, lo entiendo. —No, no lo entiendes...pero es igual. Supongo que tarde o temprano se me pasará lo más gordo; tengo una vida por delante, sabes, no puedo estar anclada en el pasado eternamente. -Es un pensamiento muy maduro. -Bueno, vosotros los adultos y los profes pensáis que todos los adolescentes somos gilipollas. Pues no. Algunos no. No quise argumentar en contra porque, la verdad, tenía razón. Al notarme sincero, ella prosiguió la conversación de manera fluida y libre, ajena a cualquier prejuicio. Tocamos varios temas, unos más íntimos que otros, pero lo importante fue que me pude llevar a casa una foto más o menos fidedigna de quiénes eran ambos, ella y él, él y ella, personas diferentes y con una personalidad marcada y atractiva y, a mi modo de ver, bastante adelantada a la de la edad que ambos tienen o tenían en el caso de Joaquín. Empecé a quitar de mi mente etiquetas, d.n.i.s, falsas premisas y generalidades absurdas. Fue la primera vez que me sentí con ella como de tú a tú. Afortunadamente, no iba a ser la última. En esas florituras mentales andaba metido cuando noto que me toca en el brazo, a modo de aviso. Me estaba preguntando algo y no le había oído. -¿Me estás escuchando?- me requiere, con un tono entre la sorpresa y el enfado. -Sí, sí, sí... No.- confieso, -Y tú qué, digo, ¡que no hago más que hablar yo!...¿es la primera vez que das clase? Y por qué aquí... -Pues mira, para no enrollarme demasiado: sí y no. He hecho alguna sustitución pero muy breve. Antes de eso, me despidieron de una editorial después de trabajar tres años: les tocaba hacerme un contrato indefinido pero pasaron de mí. De modo que me metí en la bolsa de trabajo temporal de la enseñanza pública porque siempre me había atraído la docencia. De hecho he dado clases particulares y así... -¿Y? -¿Y...qué? -Que si te ha defraudado. -Hombre,...aún es muy pronto para saberlo. Pero noto que he acertado. -¿Por qué? -Pues porque...no es casualidad que esté aquí contigo. -¿A qué te refieres? -Que a veces hay que tener confianza en el destino: lo que deseas se puede cumplir. -¿Te importaría ser un poquito más claro? -Pues que guardaba la secreta esperanza de que me enviaran al instituto de Joaquín, porque me interesaba muchísimo su caso. Y...voilà! Aquí estoy - brindo chocando contra el cristal de su mosto mi Txomin Etxaniz. -Intuyo que vas a escribir sobre ello. No te va a resultar fácil. -¿Por qué? -Hay..., ¿cómo explicarlo? -se toma su tiempo es como si hubiera caído una bruma sobre el insti que nos cubre a todos con un manto de silencio. -Vaya, veo que tienes talento literario. -Me lo pegó Joaquín. -¿Ah si? ¿Le gustaba escribir? -Mucho. -Me alegro. Eso puede ayudarme o explicar muchas cosas, si consigo leer algo suyo. Y ahora...¿te importa ser un poco más clara a ti con eso de la bruma y el manto y tal? -Pues para haber trabajado en una editorial, debería ser fácil... ¿no lo pillas? -Bueno, sí, lo intuyo...pero me gustaría oírlo de tus labios. -No te va a ser fácil averiguar qué pasó. Nadie quiere hablar. Parece que nadie sabe nada, aunque todos sabemos todo-bebe, respira hondo y mira su reloj. El encuentro casual con Ana estaba resultando bastante mejor de lo esperado. Sin embargo, mi intuición me decía que tal vez era el momento de cambiar de tema. A la asombrosa madurez que transmitía, el brillo de sus ojos al pronunciar estas últimas palabras me llevó a girar la conversación hacia otros temas más intrascendentes: familia, aficiones, estudios. Hija única de un matrimonio de profesionales liberales (en una empresa de turismo él, abogada ella) Ana es una joven admirable. Y no me refiero a su atractivo físico, (por lo menos a aquellas personas a la que nos gusta el perfil vikingo: parece la hija de Thor) sino a la seguridad que transmite (aparente por lo menos) su personalidad. Sabe con quién quiere estar, lo que quiere decir, lo que desea transmitir. Desde luego: sus padres deben estar orgullosos. Me confiesa que a nivel académico es, además, brillante (nunca ha suspendido nada en sus estudios, es más, casi nunca baja del "oso ongi") y sabe qué es lo que quiere estudiar en la universidad: Psicología. Pobrecilla. -¿Sabes que hay mucho paro en ese sector? -le advierto -No te he dicho que quiera trabajar de psicóloga. -¿Entonces? -Quiero estudiar eso...como base. Sobre el trabajo, ya veré. Un postgrado de márketin; me gustaría ser "social manager" de alguna empresa. -¿De qué tipo? -O moda o no me importaría alguna editorial; tal vez tú me puedas aconsejar alguna. -Cuando quieras...aunque por experiencia propia creo que la otra opción es más práctica. Quizás lo práctico ahora sería irse a comer. Gracias por la compañía y el aperitivo. -De nada. Yo voy a seguir inspeccionando el barrio y picaré algo por ahí. Nos levantamos los dos. Ella se despide dulce y seca a la vez. Se va. Se gira para despedirse con un movimiento de mano. En ese momento respiro hondo y siento algo cursi y un tanto vergonzoso: que es el principio de una bonita amistad. (Sueñas, luego existes) Todos piensan. Tu madre razona en casa sobre cómo debes actuar en tu vida. Tus compañeros traman formas de presionarte dentro del aula, fuera actúan según sus estrategias. Todos piensan. Los profesores ayudan a que reflexiones y te convencen de que dudar es una forma de pensar. "Pienso luego existo". Todo en la vida se reduce a pensar: superar los estudios, acabar la universidad, formación complementaria, encontrar un trabajo, crear una familia, calcular las facturas del mes, crecer, morir. No. No piensas. Sueñas. Sueñas todos los días, cada noche, cada mañana, dormido o despierto, imaginas otros lugares para ser feliz, fantaseas sobre posibilidades de vida extra- terrestre, quizás haya algún ser ahí fuera que te comprenda perfectamente, tu alma gemela, tu otro yo. No ves con los ojos, la fantasía te guía, por las calles te pierdes, no sabes dónde estás y en las clases del Instituto no atiendes aunque estés callado y mirando al rostro al profesor de turno. Le ves en su casa, corrigiendo en la cama los exámenes o gritándole con ira a sus hijos como nos grita a nosotros. O te imaginas entrando en el agua de la playa, en pleno invierno, solo, desnudo, frio, pero calmado, anfibio bajo el manto del agua, en un refugio único donde nadie más pueda tener acceso. Solo sales a la superficie cuando suena el timbre. Es hora de volver a casa. Joako