Volar sobre el Pantano PDF
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Carlos Cuauhtémoc Sánchez
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Summary
La novela 'Volar sobre el pantano' de Carlos Cuauhtémoc Sánchez cuenta la historia de Lisbeth, una joven que se ve envuelta en una complicada situación familiar por un embarazo no deseado. El relato ahonda en la soledad, las decepciones y los conflictos éticos que la protagonista enfrenta.
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CARLOS CUAUHTÉMOC SÁNCHEZ VOLAR SOBRE EL PANTANO NOVELA DE VALORES PARA SUPERAR LA ADVERSIDAD Y TRIUNFAR ISBN 968-7277-134 Zabid. Desde que te vi por primera vez, me di cuenta de que eres un triunfador. Este libro es para ti. 1 LA SOLEDAD Lisbeth parecía desconcertada por mi insistencia....
CARLOS CUAUHTÉMOC SÁNCHEZ VOLAR SOBRE EL PANTANO NOVELA DE VALORES PARA SUPERAR LA ADVERSIDAD Y TRIUNFAR ISBN 968-7277-134 Zabid. Desde que te vi por primera vez, me di cuenta de que eres un triunfador. Este libro es para ti. 1 LA SOLEDAD Lisbeth parecía desconcertada por mi insistencia. Dejó su vaso de refresco sobre la mesa y me miró de forma transparente por unos segundos. -No te entiendo -me dijo-, habíamos convenido olvidar ese asunto y ahora quieres revivirlo. La brisa del mar le alborotó el largo cabello. La miré temblando con la carta de mi hermana en la mano. -Que yo sepa, Alma no sufrió como tú sufriste -le dije-, pero seguramente no se necesita vivir algo tan duro para hundirse. -¿Hundirse? ¿Por qué piensas que se ha hundido? -No sé. Tal vez estoy malinterpretando las cosas o mezclando su carta con mis pesadillas... Me detuve. Lisbeth me miraba callada. Me encogí de hombros y completé: -Las pesadillas han vuelto. Asintió lentamente. -Lo sé. Caminé hacia ella. -Son demasiado reales otra vez... No quería preocuparse. - Pero el médico nos dijo que los sueños no se repetirían a menos que... Dudó. -Dilo. -A menos que volvieras a vivir una angustia similar. -Exactamente. Por eso necesito que me platiques la historia que nunca quise oír... Necesito que tú me digas lo que siente una mujer que ha sido víctima de un abuso. Porque las pesadillas tienen el ingrediente de siempre: mi hermana Alma. La escucho gritar, llorar, suplicarme. Y me despierto sudando, mirándola, cómo si estuviera allí, con su gesto solitario, ávido de afecto, de comprensión y ayuda... Un grupo de pelícanos volando en delta pasó sobre nuestras cabezas. Lisbeth sabía que no tenía otra alternativa, que yo no quitaría el dedo del renglón. Suspiró. -Está bien. Cuando mi padre irrumpió en el recinto, estaba preparándome para dormir. Extrañamente, no tocó la puerta. Entró con vehemencia como si se estuviera quemando la casa. -¡Tienes que venir conmigo! Vístete rápido. Era una orden. -¿Qué ocurre? -No hagas preguntas. Apresúrate. Sólo algo muy grave podía provocar en él esa actitud a las diez de la noche. -¡Te estoy esperando... -Ya voy. Terminé de vestirme con la primera indumentaria que hallé a la mano. Salí de mi cuarto asustada. Sin decir palabra, papá caminó decidido a la puerta exterior. Lo seguí. Casi en el umbral estaba mi madre retorciéndose los dedos. Pasamos junto a ella. Evadió mi mirada. El automóvil se hallaba con el motor en marcha, la portezuela abierta y las luces encendidas, como si hubiese detenido el vehículo de paso sólo para recogerme. -¿Adónde vamos? No contestó. Tenía el rostro desencajado, la respiración alterada. Manejó rápidamente, casi con enojo. Se dirigió al centro de la ciudad. -¿Desde cuándo sales con ese joven? -cuestionó. -¿Adónde vamos, papá? -Te hice una pregunta. -Desde hace cuatro meses. -¿Te ha dado a probar alguna sustancia? -Papá, ¿qué te pasa? De improviso viré a la derecha y se internó por una barriada oscura y peligrosa. Después de dar varias vueltas sin la más elemental precaución, se detuvo justo frente a un grupo de tipos que, sentados en la banqueta, se drogaban. Eran seis o siete. Acomodados en semicírculo, los bultos humanos enajenados compartían los estupefacientes con movimientos extremadamente torpes. -¿Lo ves? -mi padre se hallaba fuera de sí. Negué con la cabeza. -¿Qué quieres que vea? -Observa bien. Se encorvó para alcanzar una linterna que llevaba debajo del asiento y cuando estaba tratando de encenderla, una de las muchachas drogadas se levantó para acercarse a nosotros. Mi padre la alumbró con el reflector. Era joven, de escasos dieciséis o diecisiete años, con la cara sucia, sin sostén y la blusa abierta hasta la mitad. -No abras -dijo papá. La chica se aproximó al automóvil tambaleándose, puso su boca sobre la ventana de mi lado, fue bajando lentamente hasta que su repugnante lengua excoriada terminó de lamer el cristal. -Vámonos -dije temblando por el repentino terror que me causó la escena-. No sé qué tratas de enseñarme. -Observa. La joven desapareció bajo mi portezuela. Papá aprovechó para apuntar con la linterna de mano hacia el grupito de despojos humanos. -¿Ahora sí lo ves? E¡ haz luminoso descubrió el rostro de un muchacho que yo conocía muy bien. -¿Martín... ? -Sí. -No puede ser... Sólo se parece... -Es él. -Pero... Una angustia lacerante comenzó a asfixiarme. Abrí la puerta y me bajé. Sin quererlo, pisé a la chica que estaba alucinando casi debajo del automóvil. No se quejó. Caminé con pasos trémulos hasta los drogadictos. Mi padre me alcanzó. -Es peligroso... Martín levantó la cara y me clavó la vista como intentando reconocerme. Las lágrimas de miedo se convirtieron en lágrimas de ira. Quise golpearlo, matarlo, matarme... Maldije la hora en que se detuvo para invitarme a salir, la hora en que, sin conocerlo más que de vista, acepté, la hora en que... -Hola... -bisbisó-, necesi... ven... acércate... necesito... -Vámonos. -Espera. Quiere decirme algo. -¡Vámonos! Me jaló hacia el coche, hizo a un lado a la muchacha, me abrió la puerta, subió y arrancó a toda velocidad. Durante un buen rato en el camino de regreso a casa no hablamos. Yo llevaba la vista perdida, los ojos llenos de lágrimas, un nudo de rabia en la laringe. -Sé, cómo te sientes, Lisbeth -dijo al fin-. Pero hay muchos hombres en el mundo. Este sujeto te engañó... Y, perdóname que lo diga pero, qué bueno que lo viste ahora, antes de que te lastimara o te indujera a drogarte también. No contesté... ¿Cómo decirle que sentía poco amor y poca atención en mi casa? Que no importaba que viviéramos entre algodones si nadie se interesaba realmente en mí, la vida no tenía valor alguno ¿Cómo decirle que precisamente por tener una existencia vacía me había entregado a él... aun sin amarlo ni conocerlo bien...? -Yo también me siento destrozado por tu tristeza -comentó-. La semana pasada dijiste que querías mucho a ese joven. La semana pasada quise hablar, pero nadie suspendió lo que estaba haciendo para escucharme de verdad, así que sólo pude decir eso, que estaba enamorada de Martín, nuestro vecino de toda la vida. Pero no era eso lo que quería decir... no era sólo eso... Estacionó su automóvil frente a la casa de mi novio. Se bajó, tocó la puerta. El padre salió, saludó de mano y se inició entre los dos progenitores una penosa conversación. Papá explicó lo que habíamos visto, haciendo grandes aspavientos. Al rostro de su interlocutor se le fue yendo el color. La madre apareció en escena; ella sí reaccionó visiblemente agresiva. Insultando, gritando... Agaché la cabeza y cerré los ojos. ¿Cómo me enredé con él? Siempre fue un vecino distante. Me caía mal. Cuando era niña, lo veía desde mi ventana matar pájaros con su honda y aventar piedras a los autobuses. Apenas cuatro meses atrás, nos encontramos en el parque del fraccionamiento. Seguía desagradándome, pero yo me sentía muy sola y acepté su invitación a salir... Desde la primera cita le noté algo raro: sus repentinos cambios de humor, su sadismo, sus ojos rojos. Era a veces violento y a veces dulce. ¿Qué habría querido decirme hacía unos minutos? Papá regresó al coche dejando a la infortunada pareja discutiendo. Mi casa estaba a media cuadra de distancia. Llegamos de inmediato. Los gritos de los vecinos peleando se escuchaban hasta allí. Mamá estaba esperándonos. Apenas entramos quiso consolarme, pero yo me separé y fui a mi recámara. Casi tropecé con mis dos hermanas que me miraban como si fuera un espanto. Dentro de mi cuarto di vueltas. Me tiré en la cama. Estuve llorando por casi una hora. De pronto sonó el teléfono. -Es el padre de Martín -dijo mamá-. Quiere hablar contigo. Me quedé helada sin saber qué hacer. -Abre, por favor. -Déjenme en paz. -No queremos que te encuentres sola en este momento. la palabra 'sola' fue directa a mi entendimiento como daga al corazón... ¿Qué había dicho? ¿Cómo era capaz...? Entonces abrí la puerta y me enfrenté a la familia. Mi madre y hermanas estaban en primer plano, mi padre atrás. -No debes sentirte tan mal... Sabemos que deseabas casarte, pero, como ves, no te conviene... Interrumpí a mis consoladores de forma tajante. Nunca pensé decírselo así, pero si querían entender la magnitud de mi desdicha, tenían que tener a la mano todos los elementos. -Estoy embarazada de él. Apenas lo mencioné se hizo un silencio sepulcral. -¿Qué dijiste? -Lo que oyeron. Que estoy embarazada... Pensaba explicarlo el otro día... El pasmo fue impresionante. Tardaron en asimilarlo, pero apenas lo hicieron reaccionaron con furia. -¿Cómo te atreviste? ¿Qué no piensas? ¿Eres estúpida? Me encogí de hombros. Al decirles la noticia, mi coraje ingente desapareció y comencé a desmoronarme, a entender precisamente eso: lo estúpida que había sido. -¿Lo amas? -¿Por qué te acostaste con él? -¿Te forzó? Negué con la cabeza todas las preguntas. Hablar de melancolía, de confusión, de baja autoestima, hubiera sonado fútil. Y ellos querían argumentos razonables, razones argumentables... -Maldición -dijo mi padre empujando a todos y entrando a mi habitación. Arrancó la lámpara de lectura y la hizo trizas; bufó, gritó '¿porqué?' una y otra vez. Se acercó a mí con grandes pasos como dispuesto a golpearme, me tomó de los hombros y me reclamó con un alarido: -¿Has probado la droga? -No, no. Me empujó hacia atrás. Me dejé ir con el impulso. Apenas mi cara estuvo a unos centímetros del suelo entendí que había caído... Física, intelectual, espiritual, moral, anímica íntima, psicológica, emocionalmente... ¿Cuánto tiempo tienes de embarazo? -preguntó mi hermana. Le contesté haciendo un tres con los dedos de la mano izquierda... -¡Eso es, lloriquea! -remató mi padre-. No te queda otra opción. Has acabado contigo y además has deshonrado a la familia. Tu aventurilla nos afecta a todos... A tus hermanas. Eres la mayor, ¿sabes el ejemplo que das? -las palabras se le atoraron en la garganta, respiró tratando de controlarse-. ¿Tú crees que es justo? Yo siempre supuse que llegarías muy alto, no sabes lo decepcionado que estoy -corrigió-, que estamos todos de ti... Lo más terrible de escuchar esa última frase fue que nadie se movió de su sitio para defenderme, ni mis hermanas ni mi madre. Tirada en el suelo, quise levantar la cabeza y preguntarle a papá dónde había quedado aquello que me dijo en el automóvil respecto a 'Yo también me siento destrozado por tu tristeza'. Quise reclamarle a mi madre y cuestionar dónde estaba aquello de no queremos que te encuentres sola en este momento. ¿Es que lo habían dicho sin pensar? ¿O es que estaban a mi lado dispuestos a consolarme sólo en caso de que se tratara de una simple desilusión personal, pero por supuesto no en el caso de que mí error afectara su imagen de buenos padres ante los demás, su estatus de gente 'nice' a la que todo le sale bien y su maldito apellido de familia virtuosa que no puede darse el lujo de tener una madre soltera en casa? El padre de Martín me esperaba al teléfono. Quise levantarme, pero no pude. Mamá se puso en cuclillas y apoyó una mano sobre mi espalda; tuve deseos de quitarla, empujarla, decirle que repudiaba su postura convenenciera, mas había perdido toda la energía. Me sentía pequeña, exánime... cual gusano inmundo. Mis hermanas trataron de moverme. No lo lograron. Yo era un bulto pateado, un árbol caído hecho leña, un ente sin amor propio llorando a mares, sabiéndome acreedora del peor castigo por no haber pensado bien las cosas, sintiéndome indigna de estar viva, odiando al bebé que llevaba en mis entrañas y al mismo tiempo amándolo al saberlo mi cómplice... Él era el único amigo desvalido que comprendía mi dolor y que, sin tener culpa de nada, era el culpable de todo... Me sentí madre por primera vez. Una madre SOLA. Haciendo un esfuerzo sobrehumano me puse de pie y fui al teléfono para contestar al papá de Martín. -¿Hola? -¿Lisbeth? -Si. -Encontraron a mi hijo sumamente grave. -¿Dónde está? El hombre me dio santo y seña del hospital y cuando iba a preguntarme algo, como autómata, sin escuchar más, dejé el receptor en la mesa para encaminarme a la calle. Ignoraba que al salirme de la casa estaba a punto de entrar a un terrible pantano de desesperación y terror. -¿Adónde vas? No contesté. Años después me doy cuenta de que es, ni más ni menos, la soledad lo que nos atrae al fango como una melodía diabólica. La soledad es la orilla del fango en el que inicia la perdición de cualquier ser humano... Una vez cayendo en ella, el lodazal comienza a jalarnos hacia cienos de mayor espesura... Y habría que entenderlo muy bien: la soledad no significa estar físicamente solo, significa tener carencia de afecto... Uno puede crear, meditar, planear y trabajar estando corporalmente aislado y sentirse muy feliz, si en lo más íntimo del ser se tiene la energía de saberse amado por alguien... aunque ese alguien no esté allí... En cambio, otra persona puede hallarse rodeada de mucha gente y sentirse mortalmente desdichada al saberse ignorada. La soledad lleva al alcoholismo, a la droga, al adulterio, al suicidio... Es una arena movediza en la que caí, aquella noche, irremisiblemente. 2 LEY DE ADVERTENCIA Lisbeth se detuvo en su relato. Su historia no sólo me dolía, sino que me causaba una gama de sentimientos mezclados. Ira, celos, nerviosismo. -Te dije que iba a ser penoso hablar de esto. -No. Es decir, sí. En realidad estoy impactado. Quiso aplastar un díptero que le había encajado su aguijón dándose una repentina palmada en el brazo, pero falló. -¿Entramos a la casa? -preguntó poniéndose de pie y caminando sin esperar respuesta. La seguí. Habíamos encontrado en ese enorme jardín, a la orilla de la playa, un paraíso de paz, ideal para jugar e intimar. Cerré el cancel corredizo de aluminio y me acerqué a ella. -Continúa, por favor. -Pero antes explícame: ¿Qué traes entre manos? -Sólo quiero conocer cómo superaste tu problema de embarazo no deseado. -¿Por qué ahora? Es algo que acordamos no volver a mencionar. Tenía razón y yo no podía ocultarle mucho tiempo la verdad. -Acabo de recibir una carta de mi hermana. -¿Alma? Asentí... Pero nosotros nos acabamos de mudar aquí. ¿Cómo te localizó? -Escribió a la empresa en la Capital. De ahí me envían la correspondencia. Esta carta me ha exigido reflexiones que no puedo hacer solo, por eso te pedí que hablaras de eso... -Zahid, me asusta tu actitud. ¿Qué te pasa? ¿Tiene algo que ver ella conmigo? -En cierta forma. Lo que acabas de platicarme, por ejemplo, me ayuda para entenderla mejor. La carencia de afecto, la soledad que mata, el fango cenagoso que asfixia. Alma siempre fue el personaje testigo de las peores tragedias, nadie la tomaba en cuenta, nadie le preguntaba su opinión; si había algo serio que conversar, le ordenaban retirarse, fue subestimada por todos, tratada como un estorbo. En su rostro era posible detectar, a veces, una gran ternura, una gran, gran necesidad de amor... ¿Sabes? El haber recibido esta carta precisamente ahora es un desastre para mí. Me senté a su lado y abrí el sobre muy despacio. -Te la voy leer. Escúchala y dime si puedes ver entre líneas algo que tal vez yo, como hombre, no he captado. -De acuerdo. Desdoblé el papel azul y el mensaje de mi hermana se presentó ante mis ojos con su letra manuscrita. Alma tenía una caligrafía de rasgos finos y simétricos, pero en esta ocasión los trazos se veían temblorosos y en algunas líneas excesivamente suaves. Comencé a leer sin poder evitar una sensación de pesadumbre. Zahid: Todos tenemos diferente umbral de dolor. Algunas personas con una simple infección estomacal se dan cuenta de que deben cambiar sus hábitos alimenticios, hacer ejercicio y procurar una vida más sana, un pequeño estímulo les es suficiente a ellos para llevarlos a la reflexión y al cambio... Otros, en contraste, hacen caso omiso a las advertencias suaves y requieren hallarse moribundos con una cirrosis aguda o con una angina de pecho para decir: "caray, ahora sí tengo que cuidarme... “Es cuestión de cómo se es... de cómo se reacciona... Creo que tú eres de los que se mueven con un pequeño estímulo; de los que no esperan advertencias mayores. Yo, en cambio, soy de las que siempre suponen que las cosas mejorarán por sí solas... Ahora es demasiado tarde... Interrumpí la lectura. La sangre se me había detenido en la cabeza. Era la tercera vez que leía las líneas y nuevamente comprobaba que algo malo le ocurría a Alma. -Continúa, Zahid, ¿qué más dice? Necesito verte. No puedo pensar en nadie más. El conocimiento de lo que hiciste por mí me ha mantenido viva los últimos meses, pero te confieso que en mis periodos de ofuscación el recuerdo se torna borroso y grotesco... Saber que tuviste el valor y el cariño para defenderme y que fuiste capaz de dar esa mitad de tu vista por mí me ha proporcionado la energía de saber que fui amada alguna vez. Sé que todas las mañanas al verte al espejo me recuerdas y yo, perdóname, me siento un poco mejor por eso... Guardé silencio. Lisbeth ya no insistió en que siguiera. Había captado la gravedad del asunto... Después de unos segundos continué leyendo con volumen más bajo. Tal vez no puedas ayudarme. Sé que darías tu vista completa por mí, si fuera necesario, pero no quiero ser una carga más. Ojalá que vengas... Aquí el tiempo transcurre muy lentamente. Podemos platicar como cuando estábamos en aquella habitación, tú en la cama después de haber perdido tu ojo izquierdo. Sólo que ahora soy yo la que estoy en cama y he perdido, igual que tú, algo irrecuperable. ¿Sabes? Hubiera querido no ser mujer, no ser tan débil, no haberme encerrado en mi angustia, no haber nacido... Perdóname si te causo alguna preocupación innecesaria, pero tarde o temprano tenía que hablar. Tu dolor fue conocido por todos y eso te ayudó a curarte, el mío en cambio fue secreto y me ha ido matando lentamente con los años... Como ves, a veces todavía pienso con lucidez, pero sólo a veces... Zahid. Si no puedes venir a verme, por favor, no le digas a nadie dónde estoy'. Te quiere, Alma Hubo un silencio denso, gélido en la habitación. -El sobre no tiene remitente -comenté desconcertado-; al reverso únicamente están escritas tres palabras: “Hospital San Juan” Jugueteé con el pliego sin decir más. Había llegado a la conclusión de que sólo podía tratarse de un sanatorio de traumatología, pues ella decía haber perdido, como yo, algo irrecuperable... O, tal vez... uno de psiquiatría... -¿Perdiste el ojo por defender a tu hermana? Me puse de pie y caminé por la sala. Seguramente el origen de mis pesadillas era precisamente el haber mantenido muchas cosas en secreto. -Alma estuvo acompañándome día y noche junto a mi cama en aquella ocasión -comencé deshilvanado, tratando de evadir la pregunta-, se sentía culpable... También admirada y agradecida. Su autovaloración estaba por los suelos -la tétrica pesadumbre me invadió-. No sabes cómo me dolió cuando supe que se fue con aquel hombre... Un pelícano cayó repentinamente en la terraza y nos observó moviendo su enorme y deforme pico detrás del cristal. Dejarnos de hablar observando a nuestra vez al confundido forastero. -En la carta, Alma dice que tu dolor fue conocido por todos y que el de ella en cambio era secreto, ¿a qué se refiere? -Lo desconozco. Era muy introvertido. Yo quise ayudarla muchas veces. Cuando me fui becado a la Universidad, le escribía cada mes, le envié decenas de libros de superación e invitaciones a cursos. Realmente me preocupaba por ella, pero jamás descifré el enigma de su aislamiento. Nuestra juventud fue dura. Las heridas de un hogar en el que el padre es alcohólico y la madre neurótica son muy profundas. -¿Sabes? -me dijo con seriedad-, efectivamente he detectado algo muy grave en su carta... -¿Qué? El pelícano aleteó con torpeza y emprendió el vuelo nuevamente rumbo a la playa. -Necesita ayuda urgente. Miré el reloj. Eran las seis y cuarto. A las siete despegaba el último vuelo directo a la Capital. Corrí a buscar el libro telefónico. Protesté en voz alta por no hallar más que el pequeño directorio local. Teníamos viviendo en esa ciudad de la costa apenas dos meses y aún no me acostumbraba a la lejanía. Marqué por larga distancia directa el número de mis padres. Mamá descolgó. -Hola, soy Zahid, ¿cómo están? -Bien, hijo, qué gusto oírte. -Gracias, disculpa la prisa, pero, ¿sabes el domicilio de mi hermana Alma? Mi madre enmudeció unos instantes. -Lo ignoro -replicó al fin-, desde que decidió "juntarse" con aquel hombre, cambió mucho. Hace un año que no la vemos. Me dijeron que se había separado del fulano, pero ignoro dónde puede haber ido. La hemos buscado, pero se esconde. ¿Tienes noticias de ella? Dudé por un momento... Yo también le había perdido la pista. Recordé que mi hermana me pedía en su mensaje 'si no puedes venir, por favor, no le digas a nadie dónde estoy'. Eso evidentemente incluía a mis padres... Pero, ¿dónde estaba? ¿Por qué no envió algún dato para que me comunicara? ¿O es que suponía que el hospital San Juan era mundialmente conocido? -Dime una cosa, mamá -pregunté-: ¿Alma se llevó consigo todos los libros y casetes de superación que le he enviado? -No. Aquí están en un armario si los necesitas. Creo que ni siquiera los leyó. Ella es muy extraña... Era verdad, pero yo amaba a mi hermana así como era. Quizá porque, en efecto, le había dado algo muy valioso de mí. -Bueno. Tengo que irme. Nos mantendremos en contacto. Cuídate. Apenas corté, marqué a la operadora. La telefonista tardó tres minutos en contestar; me parecieron tres horas. Cuando le supliqué que me diera información respecto al hospital San Juan de la Capital, se demoró otros tres minutos más. La maldije una y otra vez entre dientes. Finalmente me dictó un domicilio escueto, dos números telefónicos y cortó. Lísbeth me observaba de pie con mirada ansiosa. -Tengo la dirección -increpé-, por favor, trata de comunicarte, a ver si saben algo de mi hermana allí. Voy a cambiarme. Mi cabeza estaba hecha un torbellino. La siguiente semana presidiría la inauguración de mi empresa más grande; las oficinas generales se habían construido en esa ciudad de la costa, a la que habíamos decidido mudarnos para radicar. Si Alma tenía problemas, tal vez no me daría tiempo de volver para la ceremonia inaugural. No quise pensar en ello, por lo pronto debía llevar conmigo cartera, tarjetas de crédito, teléfono celular, una bolsa con los objetos de aseo personal... El viaje era largo, pero si salía esa misma tarde quizá todo podría arreglarse en tres o cuatro días y tendría posibilidad de regresar a tiempo. Torné a la estancia y escuché a Lisbeth discutir por la línea con alguien. -¿Qué ocurre? -pregunté. -No me quieren dar información telefónica, -¿Pero saben de mi hermana? -Dicen que sí. Le arrebaté la bocina e increpé con vehemencia: -Vamos para allá, pero resuélvame una duda antes que nada. ¿Qué tipo de hospital es ahí? Cuando la voz escueta y mordaz contestó mi pregunta, me quedé helado por la confirmación de algo que no quería oír. -Zahid, acabo de descubrir algo que tampoco te va a gustar. Me volví hacia Lisbeth azorado. -Tu hermana escribió esta carta hace un mes... Ella no le puso fecha, pero el matasellos lo dice. Seguramente en la empresa se tardaron en traértela hasta acá esperando que se acumulara más correspondencia. -Voy a la Capital. -¿Vienes conmigo? -Por supuesto. -Pero no hay tiempo para preparar equipaje. El vuelo despega en unos minutos. -Estoy lista. Salimos de la casa sin apagar las luces. En el camino al aeropuerto conduje el automóvil con la vista extraviada en los recuerdos. Años atrás, cuando perdí el ojo, le compartí a Alma la lección que había entendido: Estamos llamados a la perfección. Es la ley de advertencia. NADA OCURRE DE REPENTE. Quien pierde su familia, quien se divorcia, quien va a la cárcel, quien se queda solo y sin afectos no puede decir 'de pronto me ocurrió esto'. Siempre tenemos advertencias graduales hasta que llegamos al umbral de dolor. Hay personas que reaccionan con la simple voz de su conciencia o la lectura de un libro y hay otras que hacen oídos sordos a todo y sólo cuando están hundidos se dan cuenta de que es momento de hacer algo. Después de sufrir el terrible accidente ocular tomé una decisión tajante de transformación. Se la compartí a mí hermana llorando. Ahora me devolvía los conceptos que le dije, en una enigmática carta... Cuando llegamos al aeropuerto, la señorita del mostrador nos anunció lacónicamente que el vuelo se había cerrado hacía mucho tiempo. Le dije que era una emergencia, le grité, casi me subí a la barra con ganas de asirla de los cabellos y hacerla entender que no estaba preguntándole si estábamos a tiempo o no. -Usted no ha comprendido -me dijo. -¡Es usted la que no ha comprendido! Detenga el maldito avión. -Señor, discúlpeme. El vuelo salió a las seis treinta... Son las siete de la noche. -¿Cambiaron los horarios? -Hace más de dos meses. Me desmoroné... hacía más de seis que no tomaba un vuelo comercial. -¿Por qué no tratas de localizar al piloto de la empresa? -me preguntó Lisbeth. -No está. Tampoco el avión. Fue a recoger a los invitados especiales para la inauguración. -Podemos tomar un taxi aéreo... -Claro. Corrimos al pequeño edificio de aviación privada que se hallaba a kilómetro y medio de ahí. De guardia, había un piloto extremadamente joven y mal vestido que podía llevarnos en una avioneta de siete plazas con cabina presurizada. Hice cuentas. Si el jet tardaba tres horas y media, en ese artefacto nos llevaría casi seis. Estaríamos arribando a la una de la mañana. ¿Nos permitirían entrar a esa hora al hospital? La otra opción era calmarnos, volver al departamento y tomar en la mañana el vuelo de las diez. En mi cabeza martilló un párrafo específico de la carta que me hizo tomar la decisión: Creo que tú eres de los que se mueven con un pequeño estímulo; de los que no esperan advertencias mayores. Yo, en cambio, soy de las que siempre cree que las cosas mejorarán por sí solas... Ahora es demasiado tarde... -Nos vamos. En lo que prepararon el aeroplano me tranquilicé. Había puesto manos a la obra. Era lo importante. No tenía más qué hacer por el momento. -Va a ser un vuelo largo -le dije a Lisbeth. -Podemos aprovechar para dormir. Llegaremos en la madrugada y... -se detuvo-. Perdona. Si no quieres dormir conversaremos. Tal vez tus pesadillas se acaben cuando veas a Alma. Asentí. Después de un rato caminamos detrás de un piloto que no parecía piloto para subirnos a un avión que no parecía avión. Al pisar la carlinga, vi mi rostro reflejado en el cristal. El defecto visual era más notorio con esa luz amarillenta. Alma suponía que yo me lamentaba cada mañana por mi mutilación, pero el ser humano se acostumbra a todo, además en esta época, las prótesis pueden hacer maravillas. Nos acomodamos en la reducida cabina. Tomé la mano de Lisbeth y le dije poco antes de despegar: -Un día hicimos el pacto de no escarbar en nuestras heridas más profundas, de no irrumpir en los recuerdos dolorosos para evitar revivirlos, pero hoy el velo ha comenzado a descorrerse y... -Iba a ocurrir tarde o temprano. Yo te lo dije. -¿Terminarás de contarme cómo superaste el problema de Martín y cómo saliste adelante con un embarazo no deseado a los diecisiete años? -De acuerdo, pero tú también me contarás la verdad de cómo perdiste ese ojo. No superficialmente, no de forma arreglada... Abrirás ese cofre cerrado de tristezas frente a mí. Era un pacto justo. Aunque todavía me mortificaba la idea. Me vio dudar. -Quizá al platicarme -insistió-, puedas concretar algunos puntos que te sirvan para el discurso inaugural de la empresa. Nadie gana por casualidad, Zahid. Cada hombre exitoso posee una filosofía de vida que lo lleva a tomar decisiones correctas en los momentos precisos... En resumen eso es lo que necesitas decirle a tu gente. -Tomar decisiones correctas en los momentos precisos -repetí la frase que efectivamente podía sintetizar la esencia del éxito- Es como señalar la punta de una montaña y decir: "Amigos, para llegar a la cima sólo lleguen ahí... " -Bien. Lo esencial es el cómo lograrlo. Al recordar con cuidado tu propia trayectoria, verás que todo sale a flote. Guardamos silencio mientras el artefacto despegaba. Pero en mi mente discernía, con cierta pena, cómo las madres solteras suelen ser maltratadas desde el momento de su embarazo. No hay nada más injusto, me dije. La gente ignora lo madura, lo dulce, lo grande que puede ser una mujer así. -No me arrepiento de haberme casado contigo. Estoy orgulloso de ser tu pareja para toda la vida. Entonces apoyó su cabeza en mi hombro. Teníamos cuatro meses de habernos unido en matrimonio. Esta vez, la luna de miel, en la que aún nos encontrábamos, estaba a punto de convertirse en tierra de amargura. 3 CORRUPCIÓN GRADUAL Comencé a hablar retornando los aspectos más importantes del pasado, aunque de muchos de ellos tal vez Lisbeth ya tenía conocimiento. Recliné el asiento de la avioneta y cerré los ojos para recordar mejor lo que estaba diciendo. A los dieciocho años de edad formaba parte del equipo colegial de futbol. Pasaba horas en el campo, me gustaba entrenar y anhelaba llegar a ser un jugador profesional. Sin embargo, nuestro grupo era malo y resultaba difícil tratar de superarse rodeado de tanta apatía. La mayoría de los compañeros eran jóvenes amañados que se habían matriculado en el deporte con la única finalidad de evadir el estudio. No participaban en los entrenamientos con disciplina y eran a tal grado hostigosos que sus violentas provocaciones y bravatas hicieron renunciar al entrenador. La dirección de la escuela tomó cartas en el asunto y contrató a un hombre maduro excesivamente riguroso para encarrilar al equipo. De los diecinueve integrantes desertaron doce. Un día Joel -mi mejor amigo- y yo caminábamos hacia el campo cuando fuimos interceptados por el grupo de renegados. Nos preguntaron altaneramente adónde íbamos. Ni mi amigo ni yo contestamos. -Quedan siete afeminados en ese equipo -sentenció el líder arrojando su lata de cerveza frente a mí-, ¿por qué están con ellos? ¿Les gusta lo que hacen en las regaderas después de entrenar? Yo era sumamente irritable, sin embargo, no me atreví a retar a los agresores. Joel fue quien contestó: -Déjenos en paz. Nosotros sabemos lo que queremos. Ustedes no. Los ofensores soltaron una carcajada y levantaron a mi amigo en vilo. Al ver que peligraba nuestra integridad, grité con fuerza: -¡No tienen derecho a meterse con nosotros, estamos tratando de superarnos! Mi inocente increpación provocó las burlas más enconadas de la pandilla. La letanía de pitorreos y palabras soeces cayó sobre nosotros como una lluvia cerrada. Joel logró liberarse de la opresión y ambos escapamos corriendo. Llegamos con el entrenador y le platicamos lo que había ocurrido. Hasta cierto punto nos sentíamos orgullosos de haber resistido la confrontación, pero el viejo ignoró nuestra hazaña, no nos dio ni una palmada en la espalda ni una frase de aceptación o apoyo. Sólo nos castigó con ejercicios extra por haber llegado tarde. Me sentí triste y herido. Los adultos no se dan cuenta de cómo pueden afectar la autoestima de los jóvenes. Parecerá una nimiedad, pero lo cierto es que recibir afecto era prioritario para mí en esos momentos. Al llegar a casa le conté a mi madre cómo habíamos resistido a la pandilla de rufianes y ella también me cambió el tema. No me escuchó. No le interesó. Entonces la pequeña herida de mi alma comenzó a infectarse. Vivíamos en un viejo edificio de tres pisos. La planta baja se usaba para un negocio de renta de películas que era propiedad de mi tío Roníspero (al que decíamos por comodidad y misericordia simplemente Ro), en el segundo nivel residíamos nosotros y en el tercero habitaba la abuela inválida y nuestro tío viudo. Ro siempre fue un apoyo para la familia, sobre todo cuando mi padre se convirtió en alcohólico. De ser un hombre de negocios firme, papá se fue haciendo voluble, jactancioso, burlón; lastimaba con la boca y a veces con las manos, se metía en problemas y proclamaba que los demás tenían la culpa de todo lo malo que pasaba. Llegando a casa se servía un trago, ponía el tocadiscos y, con la excusa de estar escuchando música, antes de darse cuenta se había bebido media botella de whisky. Sin que nos pusiéramos de acuerdo, llegamos a formar un equipo para protegerlo de sus malos actos. Cuando no se podía levantar al día siguiente, mamá hablaba a su trabajo y lo excusaba inventando alguna justificación, el tío Ro hacía las compras y los pendientes más importantes, yo faltaba a la escuela y en ocasiones llevaba cotizaciones a sus clientes. Si vomitaba sobre su ropa, lo arrastrábamos a su cuarto y lo cambiábamos. Era asqueroso y deprimente hacer eso. A veces mamá sufría de episodios depresivos y se encerraba por horas; entonces Alma se encargaba de las labores y hacía la comida. Mi hermanita creía en lo más hondo de su ser que si todos cooperábamos, papá dejaría de ser el tirano voluble que era. Y es que vivir a su lado era un juego de azar. Nunca se sabía cuándo sería ridículamente permisivo y cuándo un tirano soez. Si en la sobriedad era difícil prever sus reacciones, en la ebriedad era imposible. Un día, porque reprobé un examen de matemáticas en la secundaria, me dio una paliza infrahumana con el cinturón. Mi madre comenzó a volverse loca; gritaba por todo y siempre tenía los nervios de punta. Alma y yo aprendimos que no había más límites en la vida que el humor de nuestros padres. La única isla de paz era el departamento de arriba donde los consejos del tío Ro y las oraciones de la abuela nos devolvían parte de la confianza en el género humano. Las viviendas estaban comunicadas interiormente por una escalera de caracol, más de una vez bajé de visitar al buen Ro y encontré llorando a mamá, sin atreverse a llamarme para que la ayudara a limpiar las deyecciones y a mover a mi padre de lugar. Yo ignoraba que, así como él no podía dejar la botella por una compulsión viciosa, mi madre tampoco podía dejarlo a él por las mismas razones. Actualmente se sabe que nueve de cada diez hombres abandonan a su esposa alcohólica mientras que nueve de cada diez mujeres se quedan junto a su esposo alcohólico. Esto no es por fidelidad. El alcoholismo en el hombre es un mal que se contagia a la mujer en otras formas de vicio (cuando, ella no se vuelve alcohólica también), se vuelve nerviosa, excitable, apagada y terriblemente dependiente de esa relación tornadiza entre temerosa y maternal. Eso le pasó a mi madre. Muchos años después, comprendo que los seres humanos tenemos OCHO diferentes zonas de atención, y que así como mi padre estaba atrapado por un vicio en la ZONA CORPORAL y mi madre estaba atrapada por una obsesión psicológica en la ZONA EMOCIONAL, yo estaba también atrapado en la ZONA APROBATORIA. Necesitaba imperiosamente ser aprobado, querido, amado. Los individuos que se sienten más apreciados son quienes rinden más quienes tienen mayor energía para vivir., Uno de los cánceres de la sociedad es la idea generalizada de que no se requiere demostrar a otros nuestro aprecio. Ignoramos que la aprobación da energía de autoestima y que una persona sin energía no es capaz de hacer nada bueno. El que tiene autoestima tiene dignidad, carácter puede enfrentar cualquier reto y se mantiene firme ante la adversidad. Yo no tenía nada de eso. Envuelto en la escaramuza de una familia estéril, dejé de entrenar fútbol y renuncié a mis anhelos. Tuve una crisis emocional muy fuerte, deseaba buscar la aceptación perdida. No me gustaba sacar la cabeza para ser apedreado. Me volví servicial y condescendiente con los compañeros que me habían atacado, dejé el equipo y me uní a la pandilla. Comencé a vestirme y a peinar a la más extravagante moda. Hoy sé que ese cambio de actitud fue uno de los más graves errores de mi vida. La fraternidad que hallé en los ex futbolistas fue reconfortante. La percibí por primera vez cuando los acompañé a un concierto de "rock". Debo confesar que aún antes de entrar al auditorio me sentía nervioso, como si estuviese a punto de cruzar una frontera hacia un país inexplorado. En cierto modo así fue. El lugar estaba atestado de jóvenes que parecían haberse puesto de acuerdo para disfrazarse de estantiguas. El vestuario predominante era de color negro, chamarras, guantes y amuletos. Los asistentes ostentaban postizos llamativos, molleras con cortes de pelo perimétricos, rapados de medio cráneo, pelos izados como palmeras tropicales, pintados con tintes psicodélicos, maquillajes fosforescentes, labios jaspeados de morado, aretes en orejas de hombres y botas masculinas en pies de mujeres. El humo denso producido por más de mil cigarrillos encendidos daba al lugar un aspecto nebuloso y tétrico. Repentinamente hubo una explosión, fuego en el escenario, ruido estridente y el concierto comenzó. En un alarido colectivo, todos los presentes se pusieron de pie sobre los asientos del teatro y comenzaron, a gritar y a aplaudir. La música de las guitarras eléctricas y baterías amplificada de forma horrísono inundó el lugar. El volumen era tan alto que las vibraciones hacían temblar las paredes. Los espectadores danzaban y gritaban sobre las sillas. Mis compañeros lo hacían también. Por un rato, sólo me dediqué a mirar alrededor con ojos muy abiertos, pero conforme la efervescencia fue subiendo de vigor y los asistentes brincaban, ya no sobre el asiento de las butacas, sino sobre las coderas, comencé a participar. Era tal cantidad de gente encaramada, meciéndose y gritando, que la tendencia natural nos llevaba a subir lo más alto posible, tanto para alcanzar a ver el escenario, cuanto para no quedarnos fuera de la algarabía. Vi cómo varios circunstantes se encumbraban sobre los respaldos haciendo difíciles contorsiones para sostener el equilibrio, antes de que la butaca se venciera partiéndose en dos, provocando la caída a medias del mozalbete; digo a medias, porque éramos tantos y estábamos tan apretados, que era fácil pescar en el aire a los que perdían el equilibrio y ayudarlos a reincorporarse. Pude ver incluso cómo, de mano en mano, sobre las cabezas, era transportada una muchacha hasta el escenario, cómo besaba al vocalista y cómo se lanzaba de regreso en un clavado sui géneris a las manos del público que gustoso la devolvía, a la misma usanza, hasta su lugar. En algunos instantes, las luces del teatro se apagaban por completo y los cantos exactos de la multitud llenaban el espacio negro. La peculiar atmósfera que había sido para mi motivo de extrañeza y temor se fue convirtiendo poco a poco en un territorio grato, hallé ritmo en las estridencias y la ola de calor humano me envolvió paulatinamente en su ambiente de libertad. Era interesante observar que todos bailaban, cantaban y se sacudían en forma extraña, pero nadie estaba pendiente de lo que hacía el de al lado, nadie agredía ni faltaba el respeto al vecino. Si querías, podías cerrar los ojos, mecerte como orate, tirarte al suelo, hacer gimnasia o desvestirte... A nadie le importaba tu forma de disfrutar. Era como si el más rebelde niño de cada persona hubiese cobrado vida para desahogar sus energías, rompiendo todas las reglas. La desenvoltura general me contagió; bailé y canté con ellos y me sentí alegre por primera vez en muchos años. Después de ese evento, los miembros de la pandilla me aceptaron mejor y yo los aprecié más. Comencé a participar activamente en sus reuniones y a asistir a todos los conciertos a los que iban. Me di cuenta de que al cambiar de amistades cambia la forma de ver la vida. Si antes tenías pensado que destacar era lo más importante, estando con ese tipo de camaradas ya no te parecía tanto. Si antaño consideraste la francachela costumbre de irresponsables, ahora lo disfrutabas. Los nuevos hábitos son fáciles de adquirir si se camina hacia abajo. Al principio, me sentía feliz con ellos, pero al principio sólo había percibido lo superficial. El placer de alocarse una y otra noche va necesariamente ligado a un irresponsable deseo de vivir siempre así, sin reglas, en falsa paz, haciendo cuanto viene en gana. El ambiente relajado y liberal de las reuniones se prolongaba a todos los ámbitos. Cada fin de semana organizábamos fiestas a las que invitábamos a amigas de la escuela. La abundancia de alcohol invariablemente nos llevaba al sexo con nuestras compañeras. No fue sino hasta el cuarto mes cuando me di cuenta de que, en todos los conciertos y en algunas fiestas, circulaba marihuana y otros tipos de drogas. La libertad pacífica que percibí en el primer evento se fue terminando poco a poco. Mi pandilla exigía pagar el precio de pertenecer a ella. Probé la 'hierba' y participé en los actos de vandalismo más desvergonzados. Fue un proceso de corrupción gradual y casi imperceptible. Hurtábamos botellas de vino, robábamos coches, asaltábamos gente. Hicimos, en una vieja bodega llena de ratas y ciempiés, el escondite donde guardábamos los objetos delatores. Visitábamos bares de bailarinas nudistas y en una ocasión, excitados por el reciente espectáculo que habíamos visto, fui testigo de cómo nuestro líder abusó de una jovencita, mientras los demás lo protegíamos. Dejé de visitar a Ro y a la abuela, pues los consideraba demasiado nobles para inmiscuirlos aún más en el deterioro de la familia vecina. Cierto día me encontré con una sorpresa enorme: mi amigo Joel se acercó deseoso de pertenecer también al clan. Al verlo allí no lo pude creer. Sentí tristeza por él. En el equipo de futbol yo creía que Joel llegaría muy lejos; uniéndose a nosotros estaba perdiendo la opción de triunfar. Pero lo comprendía. A nadie le gusta estar solo y mucho menos ser el blanco de todas las críticas incisivas. Yo me libré de los ataques mordaces uniéndome a los envidiosos. A todas luces Joel estaba intentando hacer lo mismo. Se le explicó que, como era natural, para adquirir la credencial imaginaria se tenía que pasar cierta prueba. -¿Una novatada? -preguntó fastidiado. -No exactamente. En realidad se trata de dirigir un acto en el que demuestres tu valor. Joel se notaba preocupado, pero no preguntó nada y se puso de pie para ir al frente cuando todos salimos a la calle. En diversas ocasiones, empujando la bandera de "estudiantes" habíamos secuestrado autobuses para usarlos como transporte privado y asaltar pequeñas tiendas de autoservicio. Nos resultó simple pensar que siempre saldríamos invictos e ilesos. Esa noche no fue así. En tropel, como era nuestra costumbre, los doce compañeros del grupo detuvimos un camión, nos subimos a él gritando a grandes voces, haciendo revuelo, intimidando a los pasajeros con fuertes palmadas y diciéndoles, en forma soez, que si no se bajaban de inmediato lo lamentarían. La gente asustada se puso de pie abrazando sus pertenencias y protegiendo a los niños para descender apresuradamente por la puerta trasera. El chofer, resignado, preguntó adónde íbamos y nosotros le indicamos que a la zona-comercial. Nos llevó de inmediato y antes de abandonar el vehículo lo privamos de todo el dinero que había ganado en pasajes ese día. Normalmente, los cocheros despojados preferían simplemente esfumarse en preservación de su seguridad, pues era bien sabido lo difícil que resultaba echarle el guante a las pandillas de estudiantes y lo fácil que era verlos regresar por el mismo camino a golpear a quien quisiese llamar la atención, pero en esta ocasión el chofer no salió huyendo como le correspondía en el libreto. Ocultó el autobús en el recodo de la calle y se bajó para organizar una emboscada. Mientras nosotros entrábamos a la tienda elegida, él detenía una patrulla y ésta pedía refuerzos. Nuestros movimientos solían ser tan veloces que nunca habían logrado aprehender a uno solo de nosotros. Tardábamos un promedio de cincuenta segundos en cerrar la puerta del local, amarrar al cajero, amenazar a los clientes, tirar anaqueles para crear confusión, extraer el efectivo y salir corriendo en diferentes direcciones. Esta vez no hubo lugar a ello. -¡Viene la policía! -nos advirtió el vigía, cuando apenas habíamos comenzado la maniobra. -¡Maldición! -masculló nuestro líder-, ¡Joel, toma el dinero de la caja y vámonos! El novato estaba temblando de miedo. Se acercó al cajero y éste, al verlo titubear, le dio un golpe en el vientre que lo dobló. Todo ocurrió muy rápido. Cuando estaba a punto de iniciarse la pelea colectiva, nuestro líder empuñó una pistola que había traído oculta y dio un par de disparos hacia el techo. Sudando se acercó al encargado y le puso el arma en la sien. -¿Te crees muy listo, infeliz? Un sobrecogimiento general producido por el temor de que apretara el gatillo y matara al hombre hizo el silencio estático entre clientes y estudiantes. Llegó la primera patrulla ululando su sirena. El líder tomó el dinero que había a la vista y saltó como venado a la salida. Los que pudieron seguirlo, lo hicieron, yo me adelanté ágilmente seguro de estar en condiciones de salvar mi pellejo, pero un impulso absurdo e impensado me hizo detenerme y regresar para ayudar a Joel. No era justo que a él, quien sólo estaba incursionando en esos terrenos por curioso, lo detuvieran y le inculparan actos que no había cometido. Lo levanté y lo jalé para que corriera conmigo. Fue demasiado tarde. Afuera, la policía había logrado detener a varios compañeros. Los tenían encañonados y en proceso de obligarlos a tirarse al piso. Busqué alguna otra opción de escape. Caminé por el lugar como una fiera salvaje recién capturada, pero apenas había pensado en romper una ventana trasera, entró un guardia con arma en mano y nos detuvo. No opusimos resistencia. Fuimos llevados al Ministerio Público y encerrados en pestilentes separos. No sé cómo les fue a mis amigos, pero en lo que a mí se refiere, a la media hora, entraron dos policías judiciales a interrogarme. Sólo somos estudiantes -insistí al ver que trataban de relacionarnos con otros delitos de la ciudad. -¿No te da vergüenza, animal? -me preguntó uno de ellos al momento en que me daba una fuerte bofetada-. ¿Ser un delincuente e insistir en mostrar tu credencial? Ustedes no son estudiantes. Son basura humana. Ni siquiera tienen el valor de enfrentar la responsabilidad de sus actos y se esconden en el slogan de alumnos -me volvió a cachetear-. Manchan el nombre y la imagen de los verdaderos estudiantes. Si por mí fuera, los refundía en la cárcel para toda la vida y les metía su credencial por el... -Escaparon cuatro -interrumpió el otro más sereno-, llevándose el dinero de la tienda. Si vas con ellos a la escuela, los conoces bien. ¿Dónde están? Negué con la cabeza. -¿Acaso no se sientan a tu lado en la primera fila de la clase de ética? Ambos se rieron y, al verme indispuesto a hablar, me dieron sendos golpes en el cuerpo que estuvieron a punto de hacerme desfallecer... -Y no te parto la cara a puñetazos porque los padres de cretinos perdedores, cerdos, vagos, como ustedes, suelen levantar actas en contra de la policía cuando les maltratamos a sus chulos maricones -revisó el expediente que traía en la mano-. Pero lo haré algún día. Dentro de una semana cumplirás dieciocho años. Estarás aquí de nuevo y te prometo que cuando salgas no te reconocerá nadie. Cuando los policías se fueron, sentí un gran coraje, no contra ellos sino contra mí. Era cierto cuanto me habían dicho y por primera vez discerní que unirme a los canallas que desertaron del equipo de futbol fue el acto más cobarde de mi corta existencia. Vislumbré que para lograr algo, cualquier -cosa que valga la pena, es necesario cruzar por un pasillo de burlas y difamaciones, entendí que si hubiese resistido el embate de los mediocres, tal vez no tendría más que uno o dos amigos, pero mi espíritu estaría surcando cielos muy distintos... Me maldije, maldije mi falta de carácter, mi pusilanimidad, mi estúpido deseo de ser aceptado por quienes era preferible ser odiado... Las autoridades me instaron a realizar una llamada telefónica, pero yo no quise hacerla pues me sentía indigno, de causar más problemas en mi casa. Si precisaba purgar una condena de varias semanas lo haría. ¡Imbécil, necio, zopenco!, me repetía una y otra vez mientras me daba de topes en la pared. 4 ASOCIADOS Joel sí telefoneó a su padre desde la delegación de policía. El hombre se presentó en la jefatura casi de inmediato e hizo los engorrosos trámites para obtener la libertad de su hijo. Cuando esto ocurrió, mi amigo tuvo conmigo un gesto que le agradecí toda la vida. Tal vez recordando que yo estaba allí por haberme regresado a ayudarlo o quizá por respeto a las buenas épocas en las que fuimos socios en el proyecto de hacer un gran equipo de futbol, le pidió a su padre que pagara mi multa también. Subimos al coche del hombre que con gesto recio e imposible tomó el camino de vuelta a la colonia. -¿En dónde te dejo? -preguntó fríamente. Contesté con voz trémula. Al verme apocado cuestionó: -Me dijeron que los desmanes fueron provocados por una pandilla de jóvenes. ¿Tú perteneces a ella? Quise decir que no, que ya no, pero hubiese sonado a blandenguería. -Sí... -murmuré. -¿Y tú? -le preguntó a su hijo. -No. -¿Entonces por qué te detuvieron? Joel me echó una mirada furtiva y contestó con timidez: -Quería pertenecer... Son infames; si te mantienes al margen, te acaban. -¿Cómo dices? -Se meten contigo, te ponen apodos, te difaman, te hacen quedar mal ante otros, se burlan de tus defectos físicos y cuando sobresales se te echan encima. -¿Cuántos son en el grupito? -A veces cinco, a veces veinte, pero eso no es lo importante. Todos los compañeros en el colegio, hombres y mujeres, apoyan esa conducta, siguen el mismo juego, el ambiente es pesado en general -se detuvo como un niño regañado y culminó-. Quiero cambiarme de escuela. El padre apretó el volante con fuerza y respiró hondo cual si estuviese tratando de controlar una gran ira. -La escuela no es el problema -le dijo al fin-. En todos lados vas a encontrar gente así. Si te cambias de colegio o de ciudad será lo mismo y cuando entres a trabajar a una empresa también. Los mediocres abundan; son la mayoría y a ellos no les gusta que nadie sobresalga. Si haces algo te criticarán, tratarán de resaltar los defectos de tu trabajo pero difícilmente reconocerán tus aciertos. Joel, define tus objetivos, lucha por ellos y, si hablan mal de ti, no te inmutes. -Pero si hablan mal de mí y no contesto, es tanto como mostrarme conforme con lo que dicen -rebatió el muchacho. -Al contrario. Explicación no pedida es culpabilidad asumida. Quien no se defiende es porque sabe que son mentiras. Sólo se echa la soga al cuello el que se enoja y arremete contra las lenguas de víboras. Todos piensan 'si le dolió tanto es porque era cierto'. Asimílalo. ¿Quieres triunfar? No es posible desligar el triunfo de los ataques. Vienen en el mismo paquete, pero el triunfo verdadero es producto de mucho trabajo con oídos sordos a la crítica insana. Recuerda que de todo funcionario se habla mal, recuerda que de todo artista se murmuran historias falsas, recuerda que de todo gran hombre se dice que es incompetente o que ha tenido suerte. Miles de personas que perseguían el anhelo de una carrera artística se desmoronaron ante el primer “periodicazo", millones de triunfadores en potencia decidieron encogerse de hombros para vivir insignificantemente cuando se hallaron frente al veneno de los críticos resentidos. Pero el veneno no mata si no te lo tomas. Que las injurias te entren por un oído y te salgan por el otro. Si te igualas con los sapos, dejarás de ocuparte en tu crecimiento y estarás acabado revolcándote con ellos en el lodo. Nunca seas sumiso, pero ve pacíficamente contra corriente, luchando por tus anhelos y aguantando las mofas de los frustrados. Es parte del precio que hay que pagar para ser alguien. Desde el asiento de atrás, recordé mi anhelo de ser un gran deportista y no pude evitar que la rabia me hiciera crispar los puños. Tampoco se puede vivir aislado del mundo -comentó el joven. -Los perdedores se asocian y son tantos, que parecen todos, pero los ganadores también existen e igual tienden a asociarse... Búscalos -el padre de Joel volteó para verlo y cayó en la cuenta de que su hijo traía un arete y un colgajo que él no le conocía-. ¿Qué es eso? -le preguntó-. ¿Lo ves? Ahí está la muestra, de lo que trato de decirte. Los perdedores se ASOCIAN. Caramba, cómo quisiera sacudir tu cabeza para que entendieras esto. Miles de jóvenes gastan gran cantidad de tiempo y dinero en buscar aceptación: ropa, peinados, cirugías estéticas, ostentación de dinero en coches, aparatos de sonido o vestidos, no son más que muestras de un deseo de ser admirados y aceptados por los demás. Déjate de estupideces de una buena vez. Tú eres valioso así como eres, alto, gordo, moreno, chato, eres único, no existe otro ser humano que tenga tu diseño y tu misión. -¿Entonces debo resignarme sin un cuerpo saludable, sin dinero, sin... -No -lo interrumpió furioso-, haz ejercicio y cuídate, pero deja de rechazar tu físico, tu entorno, tu familia, tu pasado, tu capacidad. ¿Crees a veces que no tienes el dinero que quisieras? ¡Te compro una mano en cien millones! ¿Me la vendes? Deja de perder el tiempo buscando aceptación y ponte a sembrar. Mañana sólo vas a cosechar aquello por lo que te partiste el alma hoy... Nada es gratis en la vida, Joel, estudia, prepárate, planea tu vida y si te molestan ríete de ellos. Tienes derecho a no caerle bien a todos, entiéndelo como un derecho. Aprende esta frase de memoria: Nunca te amará nadie si no eres capaz de correr el riesgo de que algunos te aborrezcan. El hombre se detuvo. Desde mi punto de observación se veía sudando con gesto de desesperación, como si estuviese explicando su última voluntad. Sin quererlo ni planearlo, el regaño también me estaba concerniendo a mí. Después, Joel me confesó que las explicaciones y reprimendas de su padre normalmente eran mucho menos extensas. Esa noche habló así, quizá motivado por la idea de saber que no estaba sólo corrigiendo a su hijo. Tienes derecho a no caerle bien a todos. Nunca te amará nadie si no eres capaz de correr el riesgo de que algunos te aborrezcan... -"Si los perros ladran -continuó el señor-, es muestra de que vamos caminando..." (Sancho). Persigue tus anhelos. Escucha las críticas pero no dejes que te lastimen. Jamás se ha erigido una estatua a un crítico. Las estatuas, la trascendencia real, pertenecen únicamente a los criticados. Nadie triunfa por su buena suerte. Los envidiosos molestan, hacen ruido y parecen destacar, pero su amargura tarde o temprano los hace pudrirse. Al final, cada persona está exactamente donde debe de estar. Todos somos la suma de nuestros actos. -Me estás diciendo -insistió Joel-, ¿que para ganar hay que ir en oposición del mundo entero? -No lleves las cosas a los extremos. Estoy diciendo que, para triunfar, hay que remar contra la corriente de los mediocres que te quieren ver hundido... -¿Pero no es ¡lógico que, a cambio de ser unas fieras que no obedecen a los compañeros, tengamos que ser unos corderillos obedeciendo a los papás? -¡Vaya que te disfrazas de ingenuo y eres socarrón! ¿Aprendiste a cerrarte como tus amigos? ¡Maldita sea! ¡No es tan difícil de entender! Debes tener un código de vida. identificar a los que te quieren ver triunfar y unirte a ellos. Sé que los jóvenes de hoy se jactan de su libertad y de no obedecer a nadie, pero todos obedecemos a alguien, TODOS. El que no obedece las normas de la sociedad o de la familia, obedece las normas de sus amigos, de sus vicios, de sus necesidades creadas y dañinas... Todos obedecemos algo -hizo una pequeña pausa para bajar el volumen y continuar con aire de complicidad-: Tú sabes que soy un alcohólico recuperado, comencé tomando porque no sabía decir no a las presiones de los impertinentes, les obedecía a ellos y, cuando me di cuenta, mi libertad se había convertido en prisión... Comprende esto: No estoy en contra de sustancias que siempre existirán como la droga, el alcohol o el tabaco; estoy en contra de los fracasados que las usan y se obstinan en que las usen otros. Todo aquel que insiste una y otra vez para que hagas algo que te daña, lo hace consciente o inconscientemente para no sentirse solo en su contaminación. Los perdedores se asocian -insistió-, desasóciate de ellos y ponte a trabajar y a estudiar, como lo hacías antes... Tú eres lo que tienes entre las dos orejas. Tus ideas te hacen libre o esclavo. Tu forma de pensar te quita o te da energía. Cultiva el cerebro. Por tu propio bien. Joel se quedó callado. Yo estaba inmóvil. El hombre llegó al rumbo que le había indicado para bajarme y se detuvo. -Gracias... -murmuré. Entonces me di cuenta de que él también me había reprendido a mí, aun sin conocerme, porque apenas abrí la portezuela, mirándome a la cara, me dio un consejo directo y personal: -Una de las reglas para rehabilitarse de cualquier mala racha es restaurar el dolor causado. Si robaste algo, devuélvelo, si provocaste pena, pide perdón; revisa tu pasado y restituye los daños. Sólo así podrás hacer "borrón y cuenta nueva" en tu vida. -Gracias -repetí y salí del auto hecho un mar de confusión. Lisbeth me observaba con mucho interés. Afuera caía una lluvia cerrada. La avioneta en la que íbamos se movía con brusquedad. -Hay un concepto que me llama la atención -comentó dubitativa-, el padre de Joel te dijo que tanto los perdedores como los ganadores se asocian. ¿Te das cuenta de que esta hermandad se da gracias a la aceptación que se manifiesta entre la gente? Tú abandonaste efectivamente al entrenador de futbol y a tu familia porque ninguno de ellos te demostró aprecio cuando lo necesitabas y en cambio te uniste a la pandilla que sí te aceptó... -Tienes razón -confirmé-, las personas que nos brindan aceptación se convierten en ASOCIADOS y todos terminamos pareciéndonos a nuestros ASOCIADOS. Nos parecemos en todo. En la forma de hablar, de vestir, de caminar, en las metas y hábitos. Un jefe de familia puede increpar a su hijo con enojo diciéndole: "No entiendo por qué vistes así, hablas de esa forma y bebes licor, yo nunca te he dado ese ejemplo'. El pobre adulto iluso cree que su hijo tiene que parecerse a él sólo porque es su padre, pero el muchacho realmente se parece a sus ASOCIADOS: las personas que le dan aceptación y cariño. -De modo que para que un joven se parezca a sus familiares tiene que sentirse amado por ellos. -Definitivamente. El amor recibido es lo que comienza a llenar el tanque de combustible de todas las personas. -¿La ENERGÍA DE AUTOESTIMA? -Memorizas todo, ¿verdad? Sonrió. -¿El tanque de combustible tiende a vaciarse? -Con los fracasos, la energía disminuye un poco, con los éxitos aumenta. Todo depende del resultado que obtengamos en cada ZONA DE ATENCIÓN. -Después me explicas lo de las "zonas de atención". Por lo pronto déjame acabar de comprender -hizo una pausa para meditar y sonriendo me preguntó con un trabalenguas-: El ganador adquiere, al ganar, mayor energía y el perdedor pierde, al perder, la poca energía que tenía. ¿Pero cómo recupera un perdedor la energía perdida para comenzar a ganar como el ganador? Me reí de su juego de palabras y contesté a la misma usanza: -Escuchando nuevas ideas positivas y comprometiéndose con la positividad de las nuevas ideas escuchadas. Soltó una risa dulce y divertida. -¿Pero no es insano que la energía del hombre aumente sólo por aceptación y actuación? -En principio aumenta así, pero al ir ganando más y más combustible se adquieren RESERVAS. Me miraba con sus ojos redondos denotando al mismo tiempo una gran avidez por escuchar y una gran ternura. -¿Mientras mejor actúo y más me aceptan, más reservas de energía tengo en mi tanque? -Sí, las RESERVAS se convierten en convicciones propias inalienables e indiscutibles, en una filosofía de vida, una seguridad de valer, orgullo por el hecho de estar vivo, de ser un hijo de Dios, de ser amado por Él. Las RESERVAS brindan dignidad y autorrespeto. En una persona madura son inalterables aun cuando ya no goce de la misma actuación y aceptación que antes. -Muy interesante -comentó-, pero, por favor, no te desvíes tanto de la historia; platícame qué pasó después. Me sentí halagado al percibir su creciente interés. Retomé el hilo del relato. Bajé del coche de Joel y deambulé por las calles oscuras. La colonia estaba prácticamente desierta. Repentinamente, me di cuenta de que me encontraba cerca de la vieja bodega que la pandilla usaba para esconder droga y objetos robados. Miré la construcción abandonada envuelto por el deseo de vengarme, la frustración y la culpa; tres emociones negativas que no supe dominar. Me acerqué al lugar y después de comprobar que no había nadie, me escabullí por la entrada secreta y encontré, donde siempre guardaban lo hurtado, los billetes de atracos recientes. Tenía deseos de retar a la gavilla y a la vez restituir parte del daño devolviendo el dinero que ayudé a robar... Estando ahí, recordé las burlas y los escarnios de que fui víctima, la nostalgia de haber abandonado mis anhelos, movido por la terrible censura de ese acto; todo eso, tal vez combinado con mi frustración de hijo descuidado, mi enfado con la familia y mi decepción al descubrir lo que en realidad había detrás de los conciertos de 'rock', me hizo perder la cabeza y volqué en aquel lugar toda mí ira contenida. No fueron movimientos lúcidos ni coherentes. Una indignación cegadora me llevó a arrojar al suelo la mesa que usábamos para nuestras juntas. La pateé -y, como poseído por una legión de demonios, comencé a romper todo lo que había a mi alrededor. Al cabo de un rato no quedó objeto en su lugar. Todo lo que fue factible destruir fue destruido, pero mi ofuscación era tanta, que no me conformé con aquello. Busqué el encendedor que usábamos para convidarnos los cigarrillos de cannabis, junté la droga en el centro del tétrico salón y le prendí fuego. Un humo denso y pestilente comenzó a inundar el lugar. Antes de salir escribí algunas obscenidades sobre el pizarrón y, para que no se dieran cuenta de quién había sido, tomé un martillo que había en la bodega, salí por el pasadizo secreto y golpeé el viejo y oxidado candado de la puerta principal. De esa forma, la pandilla creería que otra banda había forzado el portón hallándose con un paraíso de curiosidades. ¡Cómo es la naturaleza humana! La misma cabeza que había estado reflexionando, minutos antes, no pudo dilucidar que hacer esos destrozos y llenarme los bolsillos con el material delator sería el hecho que me colocara una soga al cuello y me condenaría casi a muerte. Me cercioré de llevar el dinero en los bolsillos y salí corriendo de ahí, preocupado porque el olor del humo estaba saliendo de la construcción y no faltaría algún curioso que diera la voz de alarma sobre un posible incendio. Sonreí triunfal. Si eso ocurría, mis amigos nunca sabrían quién había hecho los estragos. A lo lejos dejé de correr, comencé a silbar, ignorante de lo que el destino me deparaba. Iba a dar la una de la mañana y pensé, como era lógico, que todos estarían dormidos en mi casa, pero me equivoqué. Apenas subía por las escaleras del primer piso cuando pude escuchar una gran algarabía en el departamento. Me detuve extrañado y traté de corroborar si efectivamente las carcajadas, aplausos y silbidos provenían de nuestra vivienda. No había duda. Saqué la llave con mano temblorosa y, al hacerlo, varios billetes cayeron al suelo. Los recogí de inmediato apretándolos con el puño y volviéndolos a retacar en la bolsa de mi pantalón. Di la vuelta a la cerradura muy despacio, sudando, temeroso de lo que pudiera encontrarme cuando abriera. Mis movimientos fueron tan cautelosos que los festejadores no me vieron entrar. El cuadro con el que me topé fue impactante: Mi padre con tres amigos habían organizado una verdadera bacanal. Estaban tan ebrios que no se daban cuenta del ridículo que hacían. Camisas y corbatas de los cuatro habían volado en desorden por la sala. Un tipo obeso, sin pantalones, cubriendo su bajo vientre únicamente con unos calzoncillos sucios, bailaba al frente imitando la danza voluptuosa de una cabaretera. Papá y dos sujetos más aplaudían al mimo y le silbaban. Me quedé helado en la entrada. ¿Y mi madre?, ¿y mi hermana? ¿Se estaba celebrando ese saturnal en la casa donde ellas dormían? ¿Habrían hido al departamento de arriba?, ¿o estarían asustadas, cada una en su recámara sin poder conciliar el sueño? Me encontraba boquiabierto haciéndome esas preguntas cuando papá me descubrió. Se levantó bamboleándose, me saludó a grandes voces y se pescó de mi manga para jalarme a la reunión. 5 ZONAS DE ATENCIÓN Hice una larga pausa en mi relato. -¿En qué piensas? -preguntó Lisbeth al verme repentinamente callado. -Mi problema familiar era complejo. Pero lo hubiera sido menos si hubiese sabido el concepto de las 'zonas de atención En aquel entonces estaba envuelto en un torbellino. -De acuerdo -se resignó-, esa idea de las “zonas" te está distrayendo desde hace rato. ¿En qué consiste? -¿Te interesa que hablemos de eso? -Sí. Siempre que después me termines de contar el pasado tal y como fue. -Prometido -acepté-. Todos los seres humanos poseemos OCHO ÁREAS que consciente o inconscientemente cuidarnos durante las veinticuatro horas del día, todos los días de nuestra vida. Nosotros somos el resultado de multiplicar las zonas de atención ELEGIDAS por el TIEMPO invertido en ellas. En realidad, no es factible ver la superación personal de ningún ser humano separada de este concepto. Es importante porque nos proporciona un panorama muy claro del lugar en el que estamos y de la forma en que atrapados en determinada zona, descuidamos otras. Cerré los ojos y recordé los recuadros que escribí una noche, después de terminar mi carrera profesional. Fueron muchos años de pensar en ellos, hasta que, con el tiempo, tomaron forma y se concretaron. Los pormenoricé detenidamente cual si le estuviese describiendo a mi esposa el plano de un tesoro perdido. ZONAS DE ATENCIÓN PRIMERA. ZONA CORPORAL En ella se encuentra el mecanismo de supervivencia, que debe ser atendido diariamente. Lo hacemos al comer, beber, evacuar, respirar, dormir, realizar ejercicio, ejercer nuestra sexualidad, asearnos. El mecanismo puede "descomponerse” dejando a la persona atrapada, en el caso de enfermedades, vicios o malos hábitos como gula, pereza, alcoholismo, drogadicción, etcétera. Cualquier problema físico nos obliga a dedicarle a esta zona de atención mucho más tiempo, descuidando y descomponiendo mecanismos de otras zonas. SEGUNDA. ZONA EMOCIONAL Se está aquí al experimentar emociones fuertes como júbilo, ira, temor, depresión o apasionamiento, también nos hallamos en este terreno al hacer una pausa para equilibrar nuestros nervios, meditando o descansando. Quedamos atrapados al tener alteraciones psicológicas o emociones incontrolables como rencores, envidias, deseos de venganza, celos, aprensiones, culpas, tristezas, enojos, euforia, pasión o temores. TERCERA. ZONA APROBATORIA Al estar en ella, realizamos actividades que nos llevan a ser aceptados, admirados y queridos por los demás. Verbigracia: un adolescente perderá largas horas tratando de hacer realidad un romance y dejará el estudio en segundo término. Y no porque esté amando a alguien sino porque necesita sentirse amado. En principio, el ser humano no sabe amar. Eso se aprende. Es una gran mentira el decir: nadie puede ser amado si no da amor, en realidad, nadie puede dar amor sin antes haberlo recibido. La falta de aprobación de un despótico lo hace amenazar constantemente a los demás e infundirles temor para pertenecer al grupo por la fuerza. CUATRO. ZONA PREVENTIVA Se atiende al procurar la obtención de bienes, buscar el sustento, seguridad y estabilidad futura, también al defender el patrimonio y cuidarse del abuso de otros. El mecanismo se descompone al perder la perspectiva y ver todo con ojos materialistas, cuando se cae en avaricia, exceso de trabajo, exceso de ahorro, riñas por dinero o robo. -Además, existen OTRAS CUATRO zonas denominadas superiores -expliqué entusiasmado-, que son las más importantes, pues constituyen las metas sublimes a las que todo ser humano debe aspirar. Cuando atendemos ZONAS SUPERIORES se no olvida el reloj, el dinero o los aplausos y hacemos oídos sordo a exigencias físicas leves. Lisbeth me escuchaba atenta. Tomé una pluma y una tarjeta de presentación de mi cartera y bosquejé un esquema para explicarle mejor: ZONAS DE ATENCIÓN SUPERIORES -de misión -de servicio -de creación -de aprendizaje ZONAS DE ATENCIÓN BÁSICAS -preventiva -aprobatoria -emocional -corporal Describí el segundo grupo de zonas con mucho cuidado, señalando cada escalón con la pluma: ZONAS DE ATENCIÓN SUPERIORES QUINTA: ZONA DE APRENDIZAJE Aquí, se comprende que la primera razón de vivir es CRECER y que a fin de cuentas estamos en el mundo por las mismas causas por las cuales un estudiante va a la universidad Atendemos esta zona al leer, escuchar, observar, tomar, nota, estudiar, experimentar, investigar y ensayar siempre con la finalidad de ser mejores. SEXTA. ZONA DE CREACIÓN El ser humano está hecho a imagen y semejanza del Creador precisamente Porque tiene capacidad de crear. Quien renuncia a esa capacidad no será nunca un ser humano completo. Cuando una labor se vuelve apasionante es porque se está CREANDO algo nuevo, como el escribir, pintar, componer, armar modelos, tejer, decorar, construir, diseñar aparatos, innovar sistemas, emprender proyectos; decorar cualquier actividad, en sí, que estimule la inventiva. SÉPTIMA. ZONA DE SERVICIO El amor se experimenta aquí. Incursionamos en esta área cuando para ser el primero, se es el último y el servidor de todos voluntariamente, cuando se piensa en las necesidades de otros, se ayuda, se tiende la mano, se escucha al solitario, consuela al afligido, brinda apoyo a quien viene atrás, cuando se enseña a otros lo que sabemos, se les impulsa a crecer., mostrándoles el camino, se cuida a los hijos, se entiende a la familia y se procura la felicidad de nuestra pareja. OCTAVA. ZONA DE MISIÓN Este nivel máximo de vida implica la comprensión de estar vivos por algo, de tener una misión que cumplir precisamente en el lugar y en el tiempo donde hemos sido puestos con nuestros dones y carencias, específicos... El sentido de misión está implícitamente ligado a la relación personal con Dios, a la seguridad de que Él espera algo de nosotros, a la convicción de una vida espiritual después de la terrenal, en la que a quien más se le ha dado más se le va a exigir... Una persona en esta zona se convierte en ser humano trascendente, cuya vida tiene un sentido superior de ser. Mi esposa interesada asentía tratando de asimilar toda la información. -Tenías razón. Es un tema apasionante -comentó-, pero dime una cosa. ¿Puedo atender al mismo tiempo varias zonas? -No. Puedes ir de una a otra rápidamente mas sólo puedes estar en una. -Entonces, por ejemplo, si me encuentro realizando un trabajo para ganar dinero (zona preventiva), pero lo hago con creatividad (zona creativa), ¿no estoy a la vez en dos zonas? -No. Iniciaste en una y terminaste en otra. Al principio pensabas en la recompensa, pero en cuanto comienzas a crear, a proyectarte, se te olvida el dinero y lo harías aun gratis pues subiste a la "zona de creación” y tu labor vale no por lo que te pagarán cuando termines sino por lo que pusiste de ti en ella. -Lo que se hace con creatividad no tiene precio... Me fascina este punto -confesó Lisbeth-, me da un buen argumento para seguir pintando cuadros. Aunque no me paguen y digan que estoy perdiendo mi tiempo. Por supuesto; sin embargo, revisa el esquema. Para llegar a CREAR hay que pasar primero por el peldaño de APRENDER. De hecho estas dos zonas están muy relacionadas. Un compositor puede disfrutar plenamente sus momentos de creación, pero sólo llegará a ellos si ha practicado la ejecución de su instrumento durante varios años... La calidad de una obra creativa está íntimamente ligada a las horas de trabajo invertidas por su autor en el aprendizaje de esa rama. Así casi todos seríamos capaces de realizar obras similares a las de Da Vinci, Miguel Ángel o Einstein, si estuviésemos dispuestos a pagar el precio de constancia en el binomio creación-aprendizaje que ellos pagaron. Lisbeth me observaba con gesto atónito. -Increíble... -murmuró y estuvo con la vista fija un rato-. ¿Esto también nos puede revelar las prioridades del ser humano? -Sí. Al tener un problema en una zona básica será difícil atender otra superior, por ejemplo, un niño enfermo (zona física), triste o con miedo (zona emocional) No podrá escuchar a su profesora en la escuela (zona de aprendizaje). o un pueblo sin dinero o sin condiciones mínimas de seguridad (zona preventiva), NO podrá pensar en términos de paz o amor (zona de servicio). -Muy bien. Ésa es la razón por la que el dibujo tiene la forma de una copa en la que el camino se estrecha justo en medio. La mayoría de la gente vive atrapada en el cuello de botella. Baja con facilidad, pero le cuesta trabajo subir. Arriba, la ruta se ensancha otra vez porque el hombre ha aprendido a vivir no sólo en sus fuerzas, sino en las de Dios. -¿Cómo te hubiera ayudado en aquel entonces conocer las zonas de atención? -De la misma forma en que puede ayudarle a alguien que está perdido en una gran ciudad tomar un plano para localizar su posición y visualizar hacia dónde debe dirigirse. Me miró unos segundos más sin hablar. De pronto pareció reaccionar e instó: -¿Me sigues platicando lo que te ocurrió? Asentí. Se lo había prometido. Después del frustrado robo, la cárcel provisional, los golpes de los policías, el regaño del padre de Joel y, sobre todo, después de haberme echado de enemigos a los mismos pillos transgresores que meses atrás insistí en hacer amigos, llegué a mi casa en un estado de excitación ingente. Sin embargo, apenas entré, la energía de autoestima se desactivó. Cual si un poder superior me hubiese retirado las pilas, quedé atrapado en las emociones enfermizas del hijo de un alcohólico. Mi padre me llevó al centro de la jarana: -Les presento al primogénito y heredero de esta familia-, comentó levantando el dedo índice y apuntando hacia mi nariz cual si pretendiera detenerse de ella. No pude evitar un mohín de repugnancia. Además del aspecto material (que es lo menos importante), los hijos heredan. hábitos, ideas, religión, niveles de autoestima, predisposición a vicios y muchas otras conductas fundamentales. Ciertamente, como herederos, Alma y yo no éramos los jóvenes más favorecidos. -Este muchacho -continuó papá con la entonación irregular de un borracho- juega futbol y tiene las piernas más musculosas que han visto. El que estaba sentado enfrente cambió de silla y se puso a mi lado abrazándome por la espalda. Comenzó a hablarme excesivamente cerca con su aliento mefítico y sus labios bofos llenos de saliva. -Me da gusto conocerte. Tu padre siempre habla de ti -el beodo hipó y eructó en mi cara-. ¡Camaradas, inviten un trago al jovencito! Papá empinó la botella de whisky en un vaso, mas después de haber vertido un brevísimo chorro, el líquido se terminó. -¿Dónde hay otro pomo? -gritó azotando fuertemente el envase sobre la mesa de centro. -¿Vamos a seguir bailando? -cuestionó el nudista de los calzones sucios que aún estaba al frente esperando que le pusieran atención para reiniciar su grotesca pantomima. -¿Por qué te tardas tanto? -bufó papá exigiendo licor. ¿A quién le hablaba? Volteé a mi alrededor. Con ese ruido era impensable que mi madre estuviese dormida pero tampoco era coherente suponer que estuviese despierta atendiendo la reunión. Me equivoqué en el segundo cálculo. Cuando mamá se hizo presente, sentí un golpe directo al corazón. Parecía una loca. Se aproximó despacio, con los ojos muy abiertos y una extraña rigidez. El tipo semidesnudo no hizo el menor intento de cubrirse. Ella recogió los vasos y articuló temerosa que ya no había más bebida. -¡Pues inventa algo! ¡Trae cerveza o brandy, lo que encuentres! -Te digo que no hay nada. Mi padre la detuvo del delantal y la jaló con violencia hacia él. -Si no consigues algo te juro que nos vamos a otro lugar, donde nos traten mejor. Era lógico contestarle que se largara (si podía), pero al tomar esa actitud, ella estaría propiciando un problema mayor. Seguramente apenas se marcharan, los cuatro alcoholizados serían detenidos por la policía, se extraviarían o sufrirían un accidente grave, como -el más obvio- rodarse por las escaleras. Mi madre salió del recinto y al cabo de unos minutos volvió con una redoma de ron a la mitad. Papá se la arrebató sin decir nada; me sirvió un poco de alcohol de caña sobre el de grano que había vertido y me lo extendió. -¡Hazte hombre! Bebí un sorbo sintiendo grandes náuseas. -¡Empínatelo! Obedecí. Papá ejercía un fuerte dominio psicológico sobre mí. Me aniquilaba. Me intimidaba. Nunca se podía prever su siguiente actitud. Contravenir sus órdenes podía provocar que se echara a llorar amenazando con suicidarse o que comenzara a golpearme despiadadamente. El de los calzones amarillentos quiso hacer una cabriola pero perdió el equilibrio y cayó quedándose de bruces en el suelo. -¡Que baile el muchacho! -sugirió uno de los sujetos al ver desplomarse al cómico. Los otros tres aplaudieron y comenzaron a silbar. Mi padre me obligó a levantarme y ordenó: -¡Enséñales tus piernas de futbolista y haznos una demostración de los ejercicios de entrenamiento! Me quedé yerto, de pie, sin atreverme a dar un paso. -Vamos. No tengas vergüenza. Muéstrales a estos gordos borrachos lo que es tener músculos fuertes. Permanecí quieto, atrapado en la zona emocional, preso de un profundo apocamiento. Papá me apresó por la cintura y me bajó los pantalones de un tirón. Al hacerlo, el dinero que llevaba en los bolsillos se salió y cayó junto a sus pies. -¿Qué es esto? No contesté. -¿Lo robaste? Me agaché para recoger los billetes y, al hacerlo, un reflejo insensato me hizo hablar sin medir las consecuencias: -Sí. Hace tiempo que no juego futbol, pero robo por las noches. Repentinamente y sin que hubiera ningún aviso que me permitiera protegerme, levantó la pierna derecha y me dio una fuerte patada en la cara. Caí al suelo con los ojos cerrados mirando en la negrura de mis párpados el brillo de cientos de luces amarillas. Mientras él recogía el dinero, mascullaba que nadie me había enseñado esas mañas, que él a veces bebía pero nunca robaba, que en su casa podían ser cualquier cosa pero nadie les diría ladrones. (Palabras huecas, ya que después de haber sido despojado de los billetes, efectivamente hurtados, no volví a saber de ellos jamás.) Cuando abrí los ojos vi, en el pasillo, la sombra de Alma que me observaba. Estaba llorando contemplando la ignominiosa escena. Ése fue el único estímulo capaz de devolverme un poco de energía. Dejando a mi padre ocupado en la recolección del papel moneda, eché a gatear llevando los pantalones en los tobillos. Apenas salí de la zona peligrosa, me puse de pie, tomé a mi hermanita de la mano y la llevé a su recámara tropezándome a cada paso con la prenda a medio quitar. Pusimos el seguro de la puerta, me subí los pantalones y nos abrazamos con mucha fuerza. Le acaricié la cabeza, quise pedirle perdón, decirle que no debía permitir que hicieran con ella lo que habían hecho conmigo, pero no pude hablar. Sólo la estreché y lloré. Ella se separó preocupada para analizar mi labio partido y amoratado. Abrió la puerta dispuesta a salir para prepararme un fomento pero se topó con mi madre que se acercaba dispuesta a desquitarse también de su propia tribulación. -¿Por qué llegaste tarde? -preguntó. -Estuvimos en una fiesta. -¿Y el dinero? -Es de un amigo. Me lo dio a guardar. Eres ingrato. Ves cómo tengo que sufrir con tu padre y tú, en vez de cooperar, te largas a la calle como un golfo. Qué bueno que por la mala te das cuenta de cómo están las cosas en esta casa. Eres insensato. ¿Acaso nada te importa? ¿No te das cuenta de que soy mujer y estoy enferma? ¿No puedes tratar de llegar temprano para ayudar? Tu pobre hermana es la única que me apoya -hizo una pausa para limpiarse la frente en ademán de mártir y agregó-: Si sucede una tragedia, tú vas a ser el responsable. Sus palabras me dolieron más que el golpe de mí padre. No razoné que mamá efectivamente había enloquecido un poco ante la presión indómita de tener que soportar a un esposo alcohólico. Sólo agaché la cara sintiendo el veneno de una gran amargura en el alma. 6 ALCOHOLISMO Y CERRAZÓN Esa noche dormí con una silla atrancando la puerta. ¿Dormir, dije? Pasé el tiempo solamente. Pendiente de los ruidos exteriores, pensando que en cualquier momento mis nuevos enemigos llegarían a reclamarme el dinero que ya no tenía, recordando las palabras del padre de Joel: 'Eres lo que guardas en la cabeza. Tus ideas te hacen libre o esclavo. Tu forma de pensar te quita o te da energía'. Si era cuestión de ideas -discurría en duermevela sudando y temblequeando-, tenía que leer muchos libros. No era una opción para salir del hoyo, era una obligación imperiosa e ineludible. Abrí los ojos como platos y miré el techo. ¡Dios mío! Acababa de recordar algo que podía sacarme del tornado. ¡El padre de Joel comentó entre su extenso regaño que era un alcohólico recuperado! Apenas amaneció, me bañé y salí a hurtadillas de la casa. Tuve que pasar por el área de la sala en la que parecía haber acaecido una cruenta escaramuza. Había botellas tiradas, muebles desacomodados, olor a licor y beodos despabilados durmiendo por todos lados. Pude haber expoliado los bolsillos de mi vergonzoso progenitor para recuperar el dinero, pero preferí huir. Necesitaba ver al papá de Joel. Pedirle orientación, suplicarle que me guiara en mi problema, que me explicara las ideas que hacen libre, que me compartiera la forma de pensar que da energía. Llegué a la casa de mi amigo a las siete treinta. Paseé una y otra vez frente a ella sin atreverme a tocar. Finalmente me senté en la acera y esperé. A las ocho de la mañana se abrió la puerta eléctrica del garaje y salió el automóvil del padre de Joel. Lo detuve y le dije que necesitaba ayuda, que había pensado mucho lo que nos comentó la noche anterior y que no quería estar más tiempo asociado al mal. -Instrúyame -supliqué-, ¿qué debo hacer? El hombre miró su reloj impaciente -Ponte a estudiar y a trabajar -me dijo-. Vence la flojera y haz el bien. Es todo lo que puedo aconsejarte. Echó el carro en reversa y me aparté. -Señor -insistí levantando la mano-. Mi problema es urgente. Por favor, auxílieme... -Búscame en la noche -activó el control remoto para hacer cerrar el portón y embragó la primera velocidad-. Ahora tengo prisa. -¡Mi padre es alcohólico! -grité cuando el automóvil se iba. Una enorme tristeza me invadió al verlo alejarse. Agaché la vista y sentí nostalgia. Me quedé inmóvil por un rato, luego pateé una piedra y di media vuelta para abandonar el lugar, pero, de repente, el auto del padre de Joel apareció por el lado opuesto de la calle, como si el conductor hubiese reaccionado tardíamente decidiendo regresar dando la vuelta a la cuadra. El hombre sacó la cabeza por la ventanilla y se me quedó viendo. -¿Tu padre es alcohólico? Asentí. Tartamudeé y aturrullado comencé a relatar con frases entrecortadas cuanto había ocurrido en mi casa la noche anterior. -Sube al coche. Acompáñame al trabajo y en el trayecto platicamos. Di la vuelta corriendo, abrí la portezuela y me senté a su lado. -¿Ahora entiendes por qué estaba tan furioso anoche? -preguntó acelerando-. La ¡da cuesta abajo es una trampa en la que puede caer cualquiera. -Sí -comencé a hablar con rapidez-. Mi padre era gerente de ventas de una compañía de alimentos en conserva. Ganó un premio y logró el mejor historial a base de trabajo e ideas novedosas. Pero decayó. Se ha convertido en un ser impredecible. Mi hermana y yo estamos desesperados y profundamente heridos por todo lo que nos hace. El hombre permaneció callado por un largo rato. Su vista estaba fija al frente. Tal vez pensaba en la época en la que él mismo causó un daño similar a su familia. -¿Y usted, cómo se curó? -pregunté poniendo el dedo en la llaga sin más evasivas. -El alcoholismo no se cura. Yo me rehabilité, pero aún hoy, después de haber dejado de beber por más de diez años, si me confío, puedo tener una recaída de la que tal vez no me recupere jamás. El alcohólico debe vivir alerta, con un código vital, siempre consciente de su vulnerabilidad. -Pero el licor -pregunté ávido de entender miles de cosas que, hasta la fecha, eran enigmas para mí-, ¿por qué si es un artículo creado para hacer que las personas estén alegres produce efectos tan terribles? El hombre sonrió con amargura. -El alcohol no es un artículo hecho para estimular el buen humor, en realidad es una sustancia depresora. Atraviesa las paredes del sistema digestivo libremente y quince segundos después de haberse ingerido entra al torrente sanguíneo intoxicando el cerebro. Retarda su funcionamiento, lo anestesia, por decirlo más llanamente. Adormece la zona que guarda la información sobre las restricciones, de modo que la persona se siente libre de ataduras, relajada; a la vez, la droga menoscaba su capacidad intelectual, le impide reaccionar adecuadamente ante los estímulos, disminuye su velocidad de razonamiento, memoria y reflejos. -Pero en mayores dosis es peor que eso, ¿no? -En grandes cantidades, el alcohol deprime el cerebelo afectando el mecanismo del equilibrio. En medidas mucho mayores ataca y anestesia el bulbo raquídeo que es quien regula las funciones vitales como la respiración y el corazón. Muchos jóvenes mueren de un colapso respiratorio por haber jugado competencias con sus compañeros tomando una botella completa sin detenerse. Por otro lado, existen evidencias de que cada vez que se inhiben las neuronas cerebrales se matan cientos de ellas... Un bebedor, al día siguiente, sólo tiene dolor de cabeza, pero no nota que su capacidad intelectual ha disminuido quizá una milésima parte. El cuerpo se va adaptando a la intoxicación adquiriendo dependencia. Con los años, la pérdida de aptitud mental será más notoria, pero para entonces tal vez exista ya algún tipo de cáncer, cirrosis hepática, úlcera gástrica y, por supuesto, problemas laborales, maritales y tutelares. Me sorprendió que esos datos me los diera un alcohólico rehabilitado. -Y se... señor -tartamudeé-, disculpe, ¿cómo se llama usted? -Joel, también. -Disculpe, don Joel. ¿Es común enviciarse lentamente? -Claro, ¿por qué? -Porque no sé cómo mi padre se hizo alcohólico. Toda su vida se distinguió por conocer de vinos y licores pero rara vez se embriagaba. Sin que él mismo se diera cuenta, fue aumentando sus dosis. ¿La dependencia se va dando tan lenta e imperceptiblemente? -A veces. Todo está en función de las condiciones hereditarias y metabólicas del individuo. Hay quienes llegan muy rápido a la adicción mientras otros, como tu padre, se demoran muchos años en cerrar el círculo. El proceso, lento o veloz sigue los mismos patrones casi siempre. Primero se comienza como BEBEDOR SOCIAL, o sea tomando en reuniones o con amigos. Una vez que se experimenta la sensación de bienestar se comienza a ser un BEBEDOR DE ALIVIO, es decir una persona que busca un trago a solas para sentirse relajado y aliviado de sus presiones. De ese nivel al siguiente sólo hay un paso, se va adquiriendo tolerancia (la persona requiere cada vez dosis mayores para lograr los mismos efectos que antes) y entonces se ha convertido en un GRAN BEBEDOR, o sea alguien que puede tomar cantidades más grandes sin 'marearse' que se siente orgulloso de aguantar más que otros y de controlar el alcohol a su antojo. El ser un gran bebedor es la antesala del alcoholismo, la membrana que separa ambas fases es demasiado fina para saber dónde ha terminado una y comenzado la otra. -Mi padre fue entre bebedor social y de alivio por más de veinte años. Toda una vida sin llegar a enviciarse, ¿comprende? -Claro. Eso es muy común. Por eso las familias promedio tardan siete años frente a la evidencia del vicio antes de admitir que hay un alcohólico en casa y dos años más para buscar ayuda. Yo no pude evitar tener los ojos muy abiertos. Siete más dos, nueve años viviendo en el infierno sin hacer nada. Hice la cuenta mentalmente. Era cierto. Nosotros llevábamos ocho. -El cuadro es tremendo -comenté percibiendo un sabor metálico en el paladar-, pero hay algo que todavía no encaja en mi entendimiento. Yo siempre creí que una persona con cultura, que sabe beber, está libre de peligro. ¿Cómo es que alguien con la madurez de mi padre pudo caer en el vicio? -El usuario del vino "fino" puede perseguir el placer del paladar o de la buena digestión, pero para algunos es muy fácil perder el enfoque. No hay nadie, ¿me entiendes? Ni tú ni yo ni nadie que esté exento del riesgo de caer. No depende de tu fuerza de voluntad, sino de confiarse "criando cuervos" con el alarde de que a ti nunca te sacarán los ojos. La droga va haciéndose amiga de tu organismo. Vela como una mascota agradable que crece más mientras más la alimentas, pero que te atacará a traición cuando menos lo esperes. Tu situación emocional, edad y condiciones físicas son elementos cambiantes que dan al alcohol diferentes patrones cada día, hasta que éste encuentra el ideal para atacar. No son las propiedades de una sustancia lo que la hace adictiva sino la COMBINACIÓN de esas propiedades con el estado químico del organismo de cada individuo en particular. La predisposición hereditaria es un factor importante pero no único. Ni médicos ni psiquiatras ni adivinos pueden predecir cuándo se darán las condiciones internas adecuadas para despertar la ira del animal, pero al ocurrir esto la persona enferma. Y la enfermedad puede disimularse un poco. No se necesita estar ebrio tirado en la banquete para tener problemas; sólo el cinco por ciento de los bebedores viciosos viven en la calle el resto son nuestros vecinos, abogados, médicos, psicólogos, vendedores, maestros, comerciantes; los vemos salir bañados y peinados por las mañanas y nadie sabe el tormento interior que pueden estar viviendo. Ellos mismos no lo reconocen y sus compañeros con frecuencia sólo piensan que tienen mal carácter. Un alcohólico recuperado que conocí compartió en su testimonio que para él era un martirio trabajar como dentista; en el consultorio no podía pensar en otra cosa, el deseo se convertía en una presencia casi física que le quitaba la concentración, se sentía enfermo y con náuseas, sólo cuando tomaba una copa el malestar se calmaba y podía pensar en otra cosa; haciendo un esfuerzo sobrehumano se mantenía sin beber por varias semanas y cuando parecía que todo iba a ser fácil, el deseo regresaba más fuerte e incontrolable. El problema coincidía con mi caso familiar. Papá, al principio, vivió una lucha parecida. No se embriagaba a diario, pasaba días, a veces meses enteros, sin tomar una gota de alcohol, pero de pronto comenzaba de nuevo. -Cuando el animal ha madurado en tu interior -continuó don Joel-, con frecuencia se comporta astutamente, se agazapa en tus entrañas vigilando, respirando con paciencia, esperando sin ninguna prisa el momento adecuado para cumplir su objetivo de matarte. El vicio realmente tiene vida propia. Son fuerzas que han sido despertadas quitándole el control de su vida a la persona afectada. Actualmente se pierden de 8 a 15 millones de días de trabajo al año por causas del alcohol, según cifras de la OMS 1 cerca del 10% de la población de todo el mundo es alcohólica. En Europa la mayoría de la gente considera que el alcohol es complemento indispensable para el alimento, a pesar de que para muchos se sale de control y de que el 10% de todas las muertes en general se deben al consumo de esta droga. En muchos países, del 30 al 50% de los internos en hospitales psiquiátricos requieren rehabilitación alcohólica. En la XXXII Asamblea Mundial de la Salud se declaró el alcoholismo como uno de los mayores problemas de salud pública en el mundo. Me sentí furioso sin saber exactamente contra quién. ¿No era una estrategia malintencionada promover eventos para jóvenes en la televisión alterando los programas con un intenso bombardeo publicitario de alcohol? -¿Y por qué, si se trata de una droga nefasta, no está prohibida como el opio o la marihuana? -pregunté. -El alcohol es una DROGA LEGAL por tres razones. Primero: la adicción que provoca se ha heredado desde la antigüedad de una generación a otra. Segundo: el número de adictos actualmente es tan espantosamente alto que, de ser prohibida (ya se hizo en otras épocas), los bebedores voltearían el mundo de cabeza en una sangrienta revolución. Tercero: es uno de los negocios más lucrativos de la Tierra, un alto porcentaje del erario público de todos los países se mantiene por los impuestos que produce la venta de esta sustancia, cientos de miles de familias viven directa o indirectamente de las utilidades que representa esta empresa multimillonario. -En los anuncios de televisión se vende algo tan distinto -dije como pensando en voz alta. -Es cierto. Para vender esto "legalmente" hay que darle un giro engañoso a la imagen. Los expertos en mercadotecnia hacen creer a la gente que beber proporciona categoría, que ciertos licores son signo de buen gusto, cultura o delicadeza. La cerveza se relaciona con los deportes; el whisky, con reuniones elegantes; las bebidas mezcladas, con fiestas y romances juveniles... Algunos hablan de la cultura del vino, destacan sus cualidades digestivas y consideran sinceramente al licor como un manjar indispensable e insustituible, pero lo cierto es que el alcohol está presente en la gran mayoría de asaltos, accidentes automovilísticos, violaciones a mujeres, abusos sexuales a niños, maltratos a hijos, golpizas a esposas, desintegraciones familiares, divorcios, pleitos callejeras, además de ser la denominada DROGA DE ENTRADA. -¿Algo así como la puerta para otras drogas? -Exactamente; por lo regular se comienza tomando alcohol antes de consumir cualquier tipo de estupefaciente mayor. -Es curioso que, siendo el alcohol también una droga, su consumo se vea con mejores ojos que el de cualquier otra. -Bueno. Si la cocaína, por ejemplo, se anunciara por televisión, estuviera al alcance de nuestros hijos, se vendiera en la tienda de la esquina y todos nos viéramos forzados a aceptar una "inhaladita" en cada fiesta o reunión, puedes estar seguro de que también los cocainómanos serían vistos con mejores ojos. -Pero el alcoholismo en sí es una enfermedad, ¿o no? -Claro. PROGRESIVA porque el afectado, aunque tenga periodos de lucidez bastante esperanzadores, en realidad empeora cada día, y MORTAL porque si no recibe ayuda a tiempo terminará invariablemente falleciendo por causa de su vicio. -¿Es algo así como la diabetes o el cáncer? -El alcoholismo es mucho peor que cualquier otra enfermedad. Normalmente cuando una persona padece problemas cardiacos, diabetes o cáncer, conserva sus lazos de afecto, su hogar, sus bienes y sus amistades; el alcohólico, por lo común, lo pierde todo. La dolencia no es sólo física, es sobre todo familiar, espiritual y mental. Daña a los que viven con la persona, mata sus relaciones efectivas, destruye su vida intelectual y material. -Y usted, ¿cómo se rehabilitó? -volví a preguntar aferrado a la idea. Don Joel orilló el automóvil y disminuyó la velocidad al mínimo. -Sólo cuando me di cuenta de que estaba enfermo y caí de rodillas pidiendo perdón por mis atropellos, comencé a mejorar. -¿Pidiendo perdón? -me reí abiertamente y mi risa fue sincera-. Usted no conoce a mi padre. -Eres tú el que no conoce a los alcohólicos. El drama verdadero es que el enfermo no acepta que necesita ayuda. Tal vez acuda al médico para quejarse de dolores de cabeza, sudoraciones nocturnas, depresión, dolencias digestivas, pero no reconocerá que tiene problemas con la bebida. Mi padre correspondía a la definición, pero mi madre también. -En ese orden de ideas -opiné-, hay muchos que no reconocen sus errores y creen que todo es culpa de los demás. Vivo rodeado de gente así. Mi problema familiar es un embrollado laberinto sin salida. Don Joel detuvo totalmente el vehículo y se quedó mirándome de una forma directa y acusadora. -Voy a hablarte muy claro -enfatizó sus palabras casi como en la noche anterior-. Desembrolla tu laberinto: Tu padre tiene DOS ENFERMEDADES DISTINTAS e independientes. Parecen una sola y con frecuencia se comete el error de mezclarlas, pero en realidad son dos: UNA, el alcoholismo, y OTRA, la cerrazón. La gran mayoría de los que enferman de alcoholismo enferman también de cerrazón, pero no así en el caso contrario. Millones de personas padecen cerrazón sin ser alcohólicos. No pude evitar quedarme con la boca abierta. Todo yo era un signo de interrogación enorme. -¿De qué enfermedad habla? -La cerrazón está constituida por una serie de síntomas que aparecen cuando el EGO enferma. No es un nombre médico registrado, pero espero que muy pronto lo sea, porque en realidad es un padecimiento psicológico. Así como existen neur?