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por el contrario si los hombres son de ruines caras, los cuerpos disminuidos o enfermos, si hubiese po- cos muchachos y tibios, y menos viejos, no se puede dudar de que el lugar es pestilente4. CAPÍTULO III...

por el contrario si los hombres son de ruines caras, los cuerpos disminuidos o enfermos, si hubiese po- cos muchachos y tibios, y menos viejos, no se puede dudar de que el lugar es pestilente4. CAPÍTULO III Que es necesario que la ciudad que un Rey hubiere de fundar tenga abundancia de mantenimientos, porque sin ellos no puede ser perfecta; y dice que hay dos medios para alcanzarla, y aprueba más el primero Conviene, pues, que el lugar donde se hubiere de fundar una ciudad, no solo sea tal que conser- ve sus habitadores en salud, lino que con su fertilidad sea suficiente para sustentarlos; porque no es posible que habite una muchedumbre de hombres, donde no hay abundancia de mantenimientos. Y así como dice el filósofo, mostrando Xenocrates, arquitecto peritísimo, a Alejandro Macedonio, como en cierto monte se podía fundar una ciudad de admirable forma, pregunto Alejandro si había allí campos que pudiesen proveer a la ciudad de mantenimientos; y que hallándose que no, dijo que se debería vitu- perar el que en tal lugar la fundase. Porque como el niño recién nacido no puede criarse ni crecer sin la leche del ama, así una ciudad sin abundancia de mantenimientos no puede tener muchedumbre de gen- te. Dos son, pues, los modos con que se le puede a una ciudad granjear la abundancia de todas cosas: uno es el ya dicho de la fertilidad de la tierra, que produce todo lo que es necesario para la vida de los hombres, y otro el use de la mercancía, con el cual se traen de todas partes las cosas que son menester; mas el primer modo se conoce manifiestamente ser más conveniente; porque tanto es una cosa mejor cuanto por sí es más suficiente; porque lo que tiene necesidad de otra cosa bien se muestra que es falto- so. Más cumplidamente, pues, tiene lo que ha menester una ciudad que la tierra circunvecina le da todo lo necesario para vivir, que la que tiene necesidad de recibirlo de otras partes por la mercancía. Y así será mejor la ciudad si de su propio territorio tiene abundancia de todo, que si fuese por medio de mer- caderes. Y esto es cosa más segura; porque con los sucesos de la guerra, o con los diversos peligros de los caminos, fácilmente puede ser impedido que se le traigan mantenimientos, y entonces por defecto de ellos se hallaría la ciudad oprimida: y también es de más utilidad para los ciudadanos, porque la ciu- dad que para su sustento ha menester tener muchedumbre de mercaderes, necesario es que con- tinuamente haya de tratar con gente extranjera, cuya conversación corrompe mucho las costumbres de los ciudadanos, según la doctrina de Aristóteles en su Política, porque es forzoso que los hombres de otras naciones, criados en diferentes leyes y costumbres, procedan en muchas cosas diferentemente de lo que son las costumbres de aquella ciudad: y así como los de ella con su ejemplo se mueven a hacer lo que ellos, se van perturbando las propias costumbres. Demás de esto, si los ciudadanos tratan mucho con los mercaderes, se abre la puerta a muchos vicios, porque como el cuidado de los hombres de negocios se endereza todo a la ganancia, con el uso de ellos arraiga la codicia en los corazones de los ciudadanos, de lo cual nace que en la ciudad todas las cosas se hagan vendibles, y apartada la buena fe, se da lugar a muchos fraudes, y olvidado el Bien co- mún cada uno trata de su provecho en particular, y mengua el cuidado de la virtud, viendo que el honor, que es premio suyo, se da a todos, y así necesariamente en la tal ciudad se pervertirán las costumbres de los ciudadanos. Es también el uso de la negociación muy contrario a los ejercicios militares, porque los hombres de negocios estándose a la sombra no tratan de trabajar, y gozando de los regalos y delei- tes se hacen de poco animo; y los cuerpos débiles y sin provecho para los trabajos de la guerra; por lo cual por Derecho civil la mercancía es prohibida a los soldados. Y finalmente una ciudad suele ser más pacífica, cuanto el pueblo se junta menos veces, y cuanto menos asiste dentro de las murallas, porque 4 [Nota del autor de esta versión de computadorizada].Según el P. Santiago Ramírez, hasta aquí llega el original escrito por Santo Tomás. Respecto a esto ver lo que se dice al final del Cap. IV, Libro II. 29 del frecuente concurso de los hombres nacen ocasiones de disenciones, y se da materia a sediciones: y así, según la doctrina de Aristóteles, más útil es que la gente se ocupe y ejercite fuera de su ciudad, que asistir mucho dentro de ella. Y si en la ciudad se trata mucho de la mercancía, es forzoso que los ciuda- danos asistan dentro de ella, y que en ella ejerciten sus tratos. Así que mejor es que la ciudad tenga de la cosecha de sus propios campos abundancia de mantenimientos, que no que totalmente se de a la mercancía. Ni tampoco los mercaderes han de ser del todo excluidos de la ciudad, porque no se puede hallar fácilmente lugar que sea tan abundante de todo lo necesario para vivir que no haya menester que se le traigan algunas cosas de fuera, y seria dañoso a muchos el tener exceso de las que allí hubiese en abundancia, si por la diligencia de los mercaderes no se pudiesen llevar a otras partes; por lo cual con- viene que la perfecta ciudad use de los mercaderes moderadamente. CAPÍTULO IV Que la región que el Rey elige para fundar ciudades o castillos ha de tener lugares amenos y deleitosos, y que los ciudadanos se han de obligara que usen de ellos con moderación, porque muchas veces son causa de disolución, por donde los Reinos se pierden. También se ha de elegir tal lugar para edificar una ciudad, que con su amenidad deleite los ciu- dadanos, porque dificultosamente se apartan los hombres de los lugares amenos, y no concurre fácil- mente abundancia de habitadores a los que no lo son: porque sin esta amenidad no puede durar mucho la vida de los hombres. Hacen los lugares amenos la llanura de los campos, la muchedumbre de árbo- les, la vecindad de los montes, el tener agradables bosques y ser abundantes de agua. Mas porque la mucha amenidad del lugar mueve los hombres a demasiadas delicias, cosa que es muy dañosa a una ciudad, por tanto conviene usar de esto moderadamente. Lo primero, porque a los hombres que solo tratan de deleites se les entorpece el ingenio, porque la suavidad de ello sujeta el alma a los sentidos, de manera que no pueden tener libre juicio en las cosas deleitables, y así, según la sentencia de Aristóteles, el deleite corrompe la prudencia del juicio. Lo segundo, los deleites superfluos hacen apartar de lo honesto de la virtud, porque ninguna cosa más que el deleite es causa de demasías, con que se pasa el medio en las cosas: que es en lo que consiste la virtud, porque la naturaleza es codiciosa del deleite, y así a veces recibiéndole en alguna cosa, aunque sea moderado, se precipita al deseo de otras torpes de- lectaciones, o también porque el deleite no harta el apetito, sino que gustándole pone más sed de sí; por lo cual a las cosas de virtud importa que los hombres se aparten de los deleites superfluos, porque así quitada la demasía, se viene mas fácilmente a la medianía de la virtud; y también es cosa consecuente, que se entregan a demasiados deleites los que se hagan flojos y pusilánimes para intentar cualquier cosa ardua y para sufrir trabajos y no temer los peligros. Por lo cual también dañan mucho las delicias para las cosas de la guerra, porque como dice Vegecio en el libro de las cosas militares: “Menos teme la muerte el que ha tenido menos deleites en la vida”. Y finalmente, haciéndose con ellos los hombres delicados, dan en perezosos, y dejan de tener cuidado con las cosas necesarias y con los negocios que deben, y solo tratan de sus deleites, en que gastan largamente lo que otros antes habían granjeado: de donde es que vienen a empobrecerse, y no pudiendo carecer de los acostumbrados deleites, dan en hur- tos y en robos, con que poder hartar sus apetitos. Y así es dañoso a las ciudades abundar de superfluos deleites por la disposición de su sitio o por otra cualquiera causa; pero es conveniente que 1os haya en la comunidad de los hombres, como por salsa con que los ánimos se recreen; porque, como dice Séneca escribiendo a Sereno, de la tranquilidad del animo: “Se ha de dar algún descanso a los ánimos”. Porque, después de haberle tomado, se levantan mejores y para más, aprovechándoles el usar de las cosas delec- tables moderadamente, como la sal al cocer los manjares, que si es demasiada los estraga. Y más, que si se buscan como fin las cosas que a lo que es nuestro fin nos encaminan, se deshace y muda el orden de 30 naturaleza, como si el herrero buscase el martillo, sin quererlo para hacer otra cosa con él, o el carpinte- ro la sierra, o el médico la medicina, siendo cosas que cada una sirve para su debido fin. Lo que el Rey debe procurar para su ciudad es que se viva conforme a virtud, y debe usar de las demás cosas como de lo que a esto se ordena, y cuanto sea necesario para conseguirlo; y este desorden sucede en los que tra- tan de sus deleites superfluamente, porque no los encaminan al fin dicho, sino que antes procuran como su fin solo, de la manera que lo querían usar aquellos impíos, que con malos pensamientos, como tes- tifica la Escritura, decían: “Venid, gocemos de los bienes presentes (lo cual pertenece al fin) y aprove- chémonos de la criatura prestamente, como en la juventud”, y lo que mas allí se sigue; donde se mues- tra que el uso inmoderado de los deleites es cosa de la edad juvenil, y es justamente reprendido de la Escritura. De aquí es que Aristóteles compara en sus Éticas las cosas que deleitan al cuerpo al uso de los manjares, que tomados en grado excesivo, o muy pocos, corrompen la salud, y si se toman con bue- na medida la conservan y aumentan; y así acontece en las cosas de virtud, por los sitios amenos y por las otras delicias de los hombres5. CAPÍTULO V Que es necesario que el Rey y cualquiera Señor tenga abundancia de riquezas temporales, que se llaman naturales: y dáse la razón de ello. Habiendo dicho estas cosas, que se requieren al ser sustancial de una ciudad, policía y gobierno Real, en la institución y providencia de los cuales el Rey debe entender principalmente, trataremos de algunas otras, que le pertenecen en orden a sus súbditos para que su gobierno sea más quieto: y aunque ya en alguna manera lo habemos tocado generalmente, ahora se tratara más en particular, para mayor declaración de lo que debe hacer el Príncipe. Lo primero es, que en todas partes de su gobierno tenga abundancia de riquezas naturales, las cuales llama así Aristóteles en su Política, o porque son naturales, o porque el hombre naturalmente tiene necesidad de ellas, como son viñedos, bosques, selvas y diver- sos géneros de animales y aves; de todo lo cual Paladio, exhortando a esto mismo a Valentiniano Em- perador, da los documentos muy largamente y con bonísimo estilo, y también Salomón, queriendo de aquí mostrar la magnificencia de su gobierno, dice: “Edifique casas para mí; plante viñas, hice huertos y huertas, los henchí de todo genero de árboles, e hice estanques para regar la selva de los árboles, que comenzaban a brotar”. Y para esto que decimos, hay tres razones: la una es, considerándolo en cuanto al uso de las mismas cosas, porque es más deleitable aprovecharse de ellas siendo propias que siendo ajenas, porque están más unidas a su dueño, y la unión es propiedad del amor, como dice Dionisio, y al amor síguese el deleite, porque cuando la cosa que se ama están presente, trae delectación consigo misma. Y también la diligencia y cuidado que se propone en estas cosas, porque de aquellas gustar los hombres, que les son más dificultosas; que más amamos las cosas que se gozan cuando no son fáciles, como dice el Filósofo; por la cual razón se aman los hijos y cualquiera otra obra de naturaleza a la me- dida del trabajo que cuesta, así que, poniendo solicitud en estas riquezas naturales propias, se hacen mas agradables que las ajenas y siendo más agradables diremos que también son mas deleitables. La segunda razón es por los oficiales del Rey, porque habiendo de acudir a los que venden por las cosas necesarias para la vivienda de su señor, algunas veces es causa de escándalo entre los súbditos, o por el comercio de las cosas en que daña la avaricia del que compra o del que vende, o por lo que se siente el 5 [Nota del autor de esta versión computadorizada] Para el autor de esta traducción, el original se extendería hasta el capítulo IV del presente Libro. Este último es también el parecer del Padre James A. Weisheipl (OP), en su obra biográfica genético-histórica de Sto. Tomás, traducida al español y publicada bajo el título “Tomás de Aquino – Vida, obras y doctrina”, ed. EUNSA, año 1994 (cfr. pág. 442, donde se dice explícitamente: “la terminación de la obra en II, 4, «ut animi hominu recreentur», se deduce de los manuscritos existentes…Nosotros hemos defendido que el texto es auténtico hasta II, 4, y que no contradice otros pasajes de los escritos de Tomás”). 31 engaño. Y así en el vigésimo de los Proverbios se dice: “Malo es el que compra, y apartándose se glo- ría” como que haya engañado al vendedor. Y en el Eclesiástico se nos amonesta que nos guardemos de la malicia de las compras y de los negociadores, como que esto les sea propio en el comprar. De más de esto por el comercio se contrae familiaridad con las mujeres, con lo cual por una palabra o mirar des- cuidado se suelen causar sospechas entre los ciudadanos, y se provocan contra el gobierno. Pero la ter- cera razón, que es de parte de las mismas cosas, confirma también lo que decimos: porque por la mayor parte los mantenimientos que se venden no carecen de alguna mácula, y así no son de tanta eficacia para su sustento como los propios; y así dice Salomón en los Proverbios: “Bebe el agua de tu cisterna”: comprendiendo en esto cualquiera mantenimiento, en particular la bebida, porque más fácilmente pue- de macularse, y porque en cualquiera cosa que este mudada de su natural y pureza, luego muestra la malicia. Y finalmente los mantenimientos propios son más seguros para comer, porque más fácilmente se pueden envenenar o hacer nocivos por el extraño, que no los que se tienen en las despensas de las propias casas. Y así el Profeta Isaías en el segundo capitulo dice: “En la exaltación de la retribución del varón justo se le ha dado pan, y sus aguas son mas fieles”: como las comidas y bebidas propias sean mas seguras para el sustento. CAPÍTULO VI Que importa al Rey tener otras riquezas naturales, como son rebaños de ganado mayor y menor, sin las cuales no puede regir bien la tierra No solamente pertenecen las cosas dichas a las riquezas naturales, sino otros diversos géneros de animales por las mismas causas y razones que se han referido, sobre los cuales al primer padre, co- mo a predominante de toda la humana naturaleza, le fue dado privilegio de regir y gobernar, como se escribe en el Génesis: “Creced, dice el Señor, y multiplicad, y henchid la tierra y señoread los peces de la mar y las aves del cielo, y a todos los animales que se mueven sobre la tierra. Y así pertenece a la Majestad Real usar de todo esto, y tenerlo en abundancia, y cuanto más en ello extendiere su dominio tanto mas semejante será su principado al del primer hombre, por ser todas las cosas disputadas para el servicio suyo en el principio de la creación. De donde dice el Filósofo en el primero de su Política, que la caza de los animales silvestres naturalmente es justa, porque por ella toma el hombre para sí lo que es suyo, y de la pesca y volatería se puede decir lo mismo; y así la naturaleza proveyó de aves de rapiña y de perros, para ejercitar este oficio, y porque no se puede usar de este ministerio con los peces, por el lugar en que están, en vez de aves y de perros hallaron los hombres las redes. Para las necesidades, pues, y para el decoro de su Reino tiene el Rey necesidad de las cosas sobredichas; de algunas para comer, como las aves y los peces, los rebaños de vacas y de ovejas, de que tuvo mucha abundancia Salomón, como en el Eclesiástico se escribe, y en el 3er. libro de los Reyes, para mostrar su magnifi- cencia. Y de otros animales tiene el Rey necesidad para servirse de ellos, como son caballos, mulos, asnos y camellos disputados para diversos oficios, según las varias costumbres de las provincias; de modo que de estas cosas debe el Rey tenor la mayor abundancia que le fuere posible, así de los anima- les que se comen como de los de servicio, por las causal que han dicho de las otras riquezas naturales; porque, como hemos mostrado, las cosas propias son mas deleitables, y tanto más cuanto participan de vida, por donde se acercan más a la similación divina. Y hay otras razones por las cuales el Rey debe tener abundancia de estas riquezas, y que sean propias. Lo primero mueve a esto la naturaleza, que se goza de lo que ha trabajado considerando en estas cosas siempre algún nuevo modo de sucesos en el vivir, en el engendrar y en los partos, de donde nace admiración en los dueños, y de la admiración el deleite. Y que el criar una cosa sea causa de amor, y por consiguiente de deleite, se muestra en el Éxodo en la hija de Faraón, que hizo criar a Moisés, y adelante se dice, que después de haberte criado, le toma por hijo adoptivo; por lo cual dice el Señor por 32 Oseas: “Yo, como si hubiera criado a Efraín”, etc., mostrando en esto su afecto amoroso para con su pueblo. Demás de que la caza de los animales silvestres o de otros, en que los Príncipes y Reyes se ex- ponen, y someten sus hijos a trabajos y ejercicios corporales, vale mucho para hacerse robustos, y para conservar la salud y dar vigor a la virtud del corazón, si se usa moderadamente, como dice el Filósofo en sus Éticas; y esto cuando descansan de la guerra con sus enemigos, como los reyes de Francia e In- glaterra lo suelen hacer, según escribe Amonio en los hechos de los alemanes y franceses. Y finalmente mueve a lo que vamos diciendo, la caballería que los reyes deben tener para deco- ro del Reino, para defenderle de sus enemigos, para lo cual están más dispuestos y se hace más fácil- mente si tienen rebaños de yeguas y casta de caballos propios, como lo tienen por costumbre los reyes y Príncipes de Oriente, y de la manera que se escribe de Salomón en el 3 capítulo del libro 4 de los Re- yes, que floreciendo en su prosperidad tenía cuarenta mil caballos para los carros, y once mil para los hombres de armas, de los cuales tenían cuidado los caballerizos del dicho Rey. Y demás de esto si tra- tamos de los animales que se comen aún conviene mas tenerlos propios, sean de los cuadrúpedos, sean peces, porque de todos usa el hombre con más deleite, porque son más nutritivos y mejores para co- merse, y porque recibimos más contento usando de las cosas conocidas, y porque se comen con más seguridad y largueza, que es cosa muy conforme a nuestro natural, y así se recibe en ello más gusto, y también la causa general ya dicha de evitar el comercio con los ciudadanos hace a este propósito, por- que puede ser ocasión de escándalo, lo cual han de procurar evitar los oficiales del Rey. Y finalmente pide esto la magnificencia de un Rey, para que a los que pasaren por su casa se les den los mantenimientos con más abundancia y mas largamente, lo cual se hace mejor si el Rey tiene abundantemente rebaños de todos ganados. De donde se concluye, según las cosas dichas, que las ri- quezas naturales son necesarias al Rey, y que las tenga propias en cada provincia para la seguridad de su Reino y gobierno. CAPÍTULO VII Que conviene que el Rey tenga abundancia de riquezas artificiales, como son oro y plata, y de moneda hecha de estos metales. También el Rey tiene necesidad para la seguridad de su gobierno de riquezas artificiales, como es el oro y la plata y otros metales, y de la moneda que se hace de ellos. Y supuesto que es necesario, según naturaleza, que los hombres vivan juntos para fundar un gobierno y policía, y por consiguiente un Rey o cualquier señor que los gobierne, conviene que adelante tratemos de lo que juntamente ha de tener para esto, como son las riquezas de oro y plata y moneda que de ellos se hace, sin lo cual el rey no puede ejercer su gobierno con justicia y oportunamente; y esto se puede mostrar con muchas razo- nes. La primera se considera de parte del Rey, porque los hombres en los trueques de las cosas usan del oro o plata y moneda, como de instrumento, por lo cual dice el Filósofo en el 5 de las Éticas, que la moneda es como un fiador o prenda para las necesidades que pueden venir, porque contiene en sí cual- quiera cosa que se haya de hacer, como precio de todas; pues si cualquiera tiene necesidad de moneda, mucho más que el Rey: porque, si es necesaria ordinariamente para las cosas ordinarias, también lo será mas para las mayores. Demás de esto las fuerzas se proporcionan con la naturaleza de las cosas, y el trabajo con las fuerzas, y la naturaleza del estado Real tiene una cierta universalidad, por cuanto ha de ser para todos los del pueblo que le está sujeto; luego también la han de tener las fuerzas, y de la misma manera el trabajo; pues si el estado de los señores, según su naturaleza, es comunicativo, también lo deben ser las fuerzas y las obras, y esto no puede hacerse sin la moneda, como el herrero y el carpintero no podrían hacer sus obras sin sus propios instrumentos; y más, que según el Filósofo en el cuarto de las Éticas, la virtud de la magnificencia se endereza a grandes gastos, y estos pertenecen al Magistrado, 33 que es el Rey, como lo toca el mismo Filósofo en la misma parte. Y así se escribe en el libro de Ester, de Asuero, que en Oriente señoreaba ciento veintisiete provincias, que en el convite que hizo a los Príncipes de su Reino, eran servidos en los manjares y en la bebida como lo pedía la magnificencia del Rey, y esto no se puede hacer sin el instrumento de la vida, que es la moneda de oro y plata, de donde se echa de ver lo que al principio habemos dicho, y se concluye en cuanto al rey el serle necesarios los tesoros que contienen en si las riquezas artificiales. La segunda razón se considera en orden al pueblo, o en general o en particular: porque para lo que el Rey ha de tener abundancia de dinero, es para que pueda proveer su casa de las cosas necesarias, y socorrer a los súbditos en sus necesidades; porque, como enseña el Filósofo en el octavo de las Éti- cas: “El Rey debe hacerse para con su pueblo, como el pastor con las ovejas, y el padre con sus hijos”. Así se hubo Faraón con toda la tierra de Egipto, como se escribe en el Génesis: porque del tesoro públi- co compró trigo, que distribuyó, según la providencia de José cuando vino el hambre, para que el pue- blo no pereciese; y también Salustio en el Catilinario cuenta lo que Catón dijo de lo mucho que había crecido la República de los Romanos, porque había durado en su ciudad el erario público, y que, fal- tando éste, se había vuelto en nada, lo cual dice haber acontecido en los tiempos del mismo Catón. Demás de esto cualquier reino o ciudad o castillo, o cualquier junta de hombres, se compara al cuerpo humano, como dice el mismo Filósofo, lo cual también se escribe en el Polícrato, y se compara allí el erario común del Rey al estomago: porque, así como los manjares se reciben en esta parte, y de allí se comunican a todos los miembros, así el erario del Rey se hincha de tesoro de dineros, y de allí se co- munica y esparce por las necesidades de los súbditos del Reino; y también lo que vamos diciendo se ve en particular, porque torpe cosa es, y que deshace mucho la reverencia Real, el tomar prestado de sus vasallos para sus gastos y los del Reino, y dejándose obligar de estos empréstitos consienten los seño- res que algunos súbditos suyos u otros carguen el Reino de exacciones indebidas, con lo cual se enfla- quece el estado del Reino. Y también hace a este propósito que de los empréstitos muchas veces nacen escándalos, porque de su naturaleza el pagar es dificultoso a quien toma prestado, y así se dice haber dicho Biante, uno de los siete Sabios: “Cuando tu amigo recibiere de tí prestado, perderás el amigo y el dinero”. Así que es necesario que el Rey junte estas riquezas artificiales en orden al pueblo en común y en particular. La tercera razón con que esto también se prueba, es considerando las cosas y personas que no están debajo del dominio del Rey, las cuales son de dos maneras. Lo uno, los enemigos, contra quienes conviene que el erario público del Rey esté lleno: lo primero para los gastos de su familia, lo segundo para lo estipendios de los soldados que se conducen cuando se hace ejército contra enemigos, y lo ter- cero para rehacer los presidios, o fundarlos de nuevo, para que los enemigos no acometan los términos del Reino. Lo otro, para procurar aumentar sus estados, cosa para que también el Rey tiene necesidad de estas riquezas; porque sucede a veces que las provincial se ven necesitadas también, o por carestía, o por deudas, o por causa de enemigos, y acuden entonces al socorro del reino, las cuales socorriéndolas con el instrumento de la vida, que es el oro y plata, u otra cualquiera moneda, se sujetan al Rey, y de esta manera se aumenta su Reino; y así parece por lo dicho, que el Rey tiene necesidad de riquezas arti- ficiales por las tres causas referidas. Por lo cual también en el libro de Judith se.escribe que Holofer- nes, capitán de Nabucodonosor, cuando acometió las regiones de Siria y Cilicia con un grande ejército, trajo prevenida de la casa de su Rey grandísima cantidad de oro y plata, conviene a saber, para la expe- dición contra sus enemigos; y lo mismo se escribe de Salomón en el libro que alegamos arriba, entre las cosas de Real magnificencia: “Junté, dice, para mí oro y plata, y la substancia”, de los tesoros de dine- ros por los tributos que el y su padre habían puesto, como parece en el segundo y tercero libro de los Reyes; y esto porque, como ya dijimos, según el Filósofo en las Éticas, estas riquezas son instrumento de la vida. Ni esto contradice al divino precepto, que dio el Señor en el Deuteronomio, por Moisés, en cuanto a los Reyes y Príncipes del pueblo, donde está escrita una ley para que el Rey no tenga inmensa suma de oro y plata; lo cual se ha de entender, que no sea para ostentación y fausto Real, como las his- torias cuentan de Creso, Rey de los Lidos, a quien de esta causa le nació su ruina, y habiéndole preso 34 Ciro, Rey de los Persas, desnudo le ahorcó en un alto monte; pero para socorrer las cosas del Reino, sin duda son necesarias las riquezas por las causal dichas. CAPÍTULO VIII Como para gobierno del Reino y de cualquiera señorío son necesarios ministros, y se hace una definición de los dos modos de gobierno, Político y Despótico; y muestra con mucha razones que el Político conviene que sea suave. No solamente conviene al Rey estar preparado de riquezas, sino también de ministros, por lo cual aquel grande Rey Salomón en el libro ya alegado, dice de sí mismo: “Poseí siervos y siervas, y mucha familia en gran manera”. Lo que se posee, pues, en el dominio está del poseedor, y por tanto habemos de hacer una distinción acerca del gobierno incidentemente. Porque el Principado dice Aristó- teles que es de dos maneras: Político y Despótico (aunque pone otras en el 5 libro, como ya se dijo y abajo se declara más), y cada uno de estos dos gobiernos tiene sus diferentes ministros. El Político es cuando una provincia, o ciudad o castillo es gobernado por uno o por más, conforme a sus propios esta- tutos, como ha sucedido en las provincias de Italia, principalmente en Roma, que por la mayor parte desde su fundación fue gobernada por Senadores y Cónsules. El gobierno de éstos conviene más regirse con una cierta blandura, porque en el hay una continua mudanza de ciudadanos o de extraños, como de los romanos se escribe en el libro I de los Macabeos cap. 8, donde se dice que cada año daban a un hombre el Magistrado para que mandase en toda la tierra que era suya. De donde se saca que hay dos razones para que en este modo de gobierno no se puedan castigar los súbditos con tanto rigor, como en el dominio Real; la una es de parte del que gobierna, porque su gobierno es de poco tiempo, por lo cual tiene menos cuidado de las cosas de sus súbditos, considerando que su dominio se ha de acabar en tan breve tiempo: y así los jueces del Pueblo de Israel, que juzgaban políticamente, fueron más moderados en el juzgar que los Reyes siguientes; por lo cual Samuel, que había juzgado el dicho pueblo cierto tiempo, queriendo mostrar que su gobierno era Político, no Real, como ellos le habían elegido, en el I de los Reyes en el cap. 17, dice: “Hablad de mí delante de Dios y de su Cristo, si he calumniado a al- guno, si oprimí a alguno, si tomé dadiva de mano de alguno”; lo cual no hacen los que tienen el gobier- no Real, como abajo se dirá, y el mismo Profeta muestra en el primero de los Reyes. Y de más de esto el modo de gobierno en las partes dichas, donde el dominio es Político, es como alquilado, porque hacen su oficio los señores por paga, y adonde ésta se señala por fin, no se trata tanto del gobierno de los súbditos, y así por consiguiente se templa el rigor de la corrección, por lo cual el Señor en el capítu- lo10 de San Juan dice de los tales: “El alquilado y que no es pastor”, que no tiene cuidado de las ovejas porque no las tiene para siempre, “ve el lobo, y huye; el alquilado huye, porque es alquilado”, como quien tiene por fin del gobierno la paga, y hace más por sí que por sus súbditos; por lo cual los antiguos capitanes romanos, según escribe Valerio Máximo, cuidaban de la Republica a su propia costa, como Marco Curio y Fabricio y otros muchos; y de esto hacia que tenían más atrevimiento y cuidado en el gobierno de su República, como aquellos que enderezaban a él toda su intención y mayor afecto. Y en los tales se verifica la sentencia de Catón, que refiere Salustio en su Catilinario, que “aquella República de pequeña se hizo grande, porque ellos tuvieron industria en sus casas y justo gobierno fuera, animo libre en los consejos y no dados a delitos ni lujurias”. La segunda razón, por donde el gobierno Político conviene ser más moderado y ejercitado con moderación, se considera de parte de los súbditos, por que según su naturaleza tienen disposición proporcionada al tal gobierno; porque prueba Tolomeo en el Cuadripartito que las regiones de los hombres son diferentes según las diversas constelaciones, en cuanto a las costumbres y gobierno, señalando siempre según el imperio de la voluntad sobre el domi- nio de las estrellas; y pone las regiones de los romanos debajo de Marte, y que por esto son menos suje- tos; y así por la misma causa esta gente con sus términos se dice que no es acostumbrada a sufrir, ni 35

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