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PSICOLOGÍA SOCIAL (Volumen 1) INTRODUCCIÓN La actitud no es solo una palabra de uso frecuen­ te en el lenguaje cotidiano, sino que también ha sido calificada como el concepto más indispensable de la Psicología Social desde sus comienzos (Allport, 1935; Hogg y Vaughan, 2021 ). El término «actitud» d...

PSICOLOGÍA SOCIAL (Volumen 1) INTRODUCCIÓN La actitud no es solo una palabra de uso frecuen­ te en el lenguaje cotidiano, sino que también ha sido calificada como el concepto más indispensable de la Psicología Social desde sus comienzos (Allport, 1935; Hogg y Vaughan, 2021 ). El término «actitud» deriva del latín «actus» (actuar o llevar a cabo), añadiéndole el sufijo «tud», que confiere cualidad. Así, actitud es la «cualidad de acción». Por ejemplo, un entrenador de fútbol puede desesperarse por un jugador que tiene un «problema de actitud». Hoy en día, sin embargo, los psicólogos sociales consideramos que la actitud es una construcción psicológica que, aunque no es di­ rectamente observable, precede al comportamiento y guía nuestras elecciones. Específicamente, se refiere a la evaluación positiva o negativa que hacen las perso­ nas sobre cualquier aspecto del mundo que les rodea. Nos gusta o nos disgusta prácticamente todo lo que encontramos. De hecho, sería extraño escuchar a al­ guien decir: «Me siento completamente neutral hacia la marihuana, la música de Rosalía y usar mascarillas para evitar el contagio del COVID-19». Las actitudes son importantes porque a menudo determinan lo que hacemos: si consumimos o evitamos la marihuana, si bailamos con las canciones de Rosalía o cambiamos de emisora cuando las ponen, y si usamos la mascari­ lla en lugares públicos. Cuando decimos que las actitudes son evaluacio­ nes, queremos decir que implican una preferencia a favor o en contra del objeto de la actitud, tal y como se expresa comúnmente en términos como gustar o no gustar. Cuando expresamos nuestras actitudes como, por ejemplo, cuando decimos «me gusta jugar al pá­ del» o «no soporto a las arañas», en el fondo estamos expresando la relación (positiva o negativa) entre el yo y un objeto actitudinal (persona, objeto o idea sobre el que se tiene la actitud). Por lo que las actitudes son también una parte importante de nuestro autoconcep­ to (Stangor et al., 2014). Este capítulo comienza considerando qué son las actitudes y su relación con conceptos más amplios como los valores y las creencias. A continuación, se analiza cómo y por qué formamos actitudes. Después, se describen los diferentes tipos de actitudes, en parti­ cular la importante distinción entre actitudes explícitas e implícitas, es decir, las que podemos articular cons­ cientemente y las que no. En el siguiente apartado, se revisan las teorías que explican cómo las actitudes de­ terminan nuestra conducta y, finalmente, cómo nues­ tra propia conducta puede influir nuestras actitudes. l. DEFINICIÓN V CARACTERÍSTICAS DE LAS ACTITUDES Las actitudes se han definido de diversas maneras en la Psicología Social. No obstante, un punto en el que las diferentes teorías y autores están de acuerdo es que las actitudes son constructos hipotéticos, es decir, son inferidas y no directamente observables. Aunque pueden definirse como constitutivas de una dispo­ sición de respuesta, no son un comportamiento per se. Por lo tanto, no pueden observarse directamente, como los hábitos u otras respuestas de las personas. ¿Cómo podemos entonces llegar a conclusiones sobre ellas? Solo a través de un proceso de inferencia, basa­ do en el estudio de las respuestas que son observables. En general, desde la Psicología Social se considera que las actitudes son evaluaciones, positivas o negativas, de una persona sobre diversos aspectos de su mundo social: personas, objetos o ideas (Allport, 1935). Co­ múnmente, cuando se puede formar una evaluación de un objeto, un concepto o una persona, surgirá in­ mediatamente una actitud. El término objeto actitu­ dinal se utiliza para incluir cosas, personas, lugares, ideas, acciones o situaciones, ya sea en singular o en plural (Oskamp y Schultz, 2005). Por lo que puede ser un grupo de personas (p.ej., los adolescentes), un objeto inanimado (p.ej., el parque de la ciudad), una acción (p.ej., beber cerveza), un concepto abstracto (p.ej., los derechos civiles) o una idea que relaciona varios conceptos (p.ej., los derechos de los adolescen­ tes a beber cerveza en el parque de la ciudad). 1.1. Las actitudes como entidades estables frente a construcciones temporales Los modelos teóricos sobre la actitud difieren en la medida en que adoptan el punto de vista de que las actitudes son entidades estables almacenadas en la memoria frente a juicios temporales construidos so­ bre la marcha a partir de la información disponible (véase la Figura 4.1 ). En el lado de la entidad estable del continuo se sitúa el modelo MODE (motivación y oportunidad como determinantes) propuesto por Fazio (2007), que trata las actitudes como estructuras de me­ moria a largo plazo. En este modelo, la representación de un objeto está vinculada a una evaluación global, por lo que el encuentro con el objeto traerá a la mente la evaluación global mediante un vínculo asociativo. Desde la perspectiva de las actitudes como cons­ trucciones temporales, encontramos, en particular, el modelo propuesto por Schwarz (2007), que ve las ACTITUDES Almacenadas en la memoria Visser y Mirabile (2004): «Serie de evaluaciones resumidas almacenadas en la memoria» Fazio (2007): «Asociaciones objeto-evaluación en la memoria» Petty et al. (2007): «Objetos actitudinales vinculados en la memoria a asociaciones evaluativas globales» Construidas sobre la marcha Eagly y Chaiken (2007): •Tendencia psicológica, expresada por la evaluación de una entidad particular con algún grado de favor o desfavor» Cunningham et al. (2007): «Evaluaciones actuales que se construyen a partir de representaciones relativamente estables» Schwarz (2007): «Juicios evaluativos, formados cuando es necesario, más que disposiciones personales duraderas» Conrey y Smith (2007): «Estados del sistema que dependen del momento, en lugar de "cosas" estáticas que se "almacenan" en la memoria» Definiciones de las actitudes según su conceptualización de entidades estables frente a construcciones temporales (Bohner y Dickel, 2011). actitudes como juicios evaluativos que se construyen en la situación a partir de la información actualmente accesible y no como disposiciones personales estáti­ cas que se almacenan en la memoria. Por ejemplo, la presencia de otras personas con puntos de vista co­ nocidos sobre un determinado tema puede hacer que una persona emita juicios evaluativos relativamente irreflexivos y superficiales con el objetivo de compla­ cer a ese público. Estos juicios pueden parecer incohe­ rentes con las respuestas evaluativas anteriores de esa persona porque reflejan las exigencias de la situación actual tanto o más que la influencia del rastro mental preexistente que constituía la actitud previa de la per­ sona. Adoptando una aproximación intermedia en cuan­ to a la estabilidad de las actitudes, la definición de Eagly y Chaiken (2007) abarca las características cla­ ve de tendencia, entidad (u objeto actitudinal) y eva­ luación. Esta concepción de la actitud distingue entre la tendencia interna que es la actitud y las respuestas evaluativas temporales que expresa esa actitud. Estas respuestas eva I uativas pueden ser manifiestas o en­ cubiertas, o cognitivas, afectivas o conductuales. Por tanto, la evaluación abarca los aspectos evaluativos de las creencias y los pensamientos, los sentimientos y las emociones, así como las intenciones y el compor­ tamiento manifiesto. No es necesario que el poseedor de una actitud experimente conscientemente ninguna de estas reacciones, aunque pueden ser conscien­ tes. En el mismo sentido, el modelo de Cunningham et al. (2007) representa una visión combinada en la que las evaluaciones actuales se construyen a partir de representaciones de actitud relativamente estables. Para comprender las actitudes, por lo tanto, resulta útil combinar los dos enfoques y tener en cuenta tanto los aspectos estables de las actitudes como los situacio­ nales. 1.2. Valencia, ambivalencia y fuerza de las actitudes Una actitud, cuando se conceptualiza como un jui­ cio evaluativo, puede variar a lo largo de dos dimen­ siones importantes: valencia y fuerza. En primer lugar, las actitudes difieren en la valencia, o en el sentido positivo o negativo de la evaluación. Así, dos perso­ nas pueden tener, por ejemplo, una actitud opuesta hacia los alimentos modificados genéticamente. Algu­ nos trabajos sugieren que se podría cambiar la actitud negativa hacia estos alimentos proporcionando más información científica sobre biotecnología agroali­ mentaria (McPhetres et al., 2019). Sin embargo, inves­ tigaciones anteriores (Eagly y Chaiken, 1993) muestran que las actitudes influyen o sesgan la percepción y el juicio de la información relevante para el objeto de la actitud. Este sesgo es congruente con la valencia de la actitud. Así, la persona con una actitud positiva hacia los alimentos modificados genéticamente puede evaluar la nueva información científica como una evi­ dencia de que el consumo de dichos alimentos es se­ guro, mientras que la persona con una actitud negativa puede evaluar la misma información como sospecha de que es peligrosa. Em PSICOLOGÍA SOCIAL (Volumen 1) Ahora bien, las actitudes no siempre son directa­ mente positivas o negativas. De hecho, a veces pue­ den ser mixtas o ambivalentes. Por ejemplo, podemos valorar que la legalización del cannabis es a la vez positivo (podría acabar con el narcotráfico) y negati­ vo (podría aumentar el consumo) para la sociedad. La ambivalencia actitudinal es un concepto importante y de gran alcance en la Psicología Social, ya que las actitudes hacia grupos de personas también suelen ser ambivalentes. Por ejemplo, en las actitudes sexistas se combinan sentimientos subjetivamente negativos y positivos. En este sentido, Glick y Fiske (2011) argu­ mentan que los hombres podrían desear excluir a las mujeres de ciertas actividades y roles, pero las necesi­ tan en las relaciones íntimas y sexuales. Los hombres con actitudes ambivalentes hacia las mujeres evalúan positivamente a aquellas mujeres que adoptan los ro­ les tradicionales o muestran comportamientos este­ reotipados (p. ej., cuidar de los hijos y los mayores) y evalúan negativamente a otras mujeres que amenazan sus necesidades y deseos paternalistas al comportarse de forma no estereotipada (p. ej., dedicarse al desa­ rrollo de su carrera profesional). Por lo que estas acti­ tudes ambivalentes pueden conducir tanto a la bene­ volencia condescendiente (p. ej., ayudar cuando no se necesita ayuda) como a la agresión directa (Glick et al., 2002). Las actitudes ambivalentes muestran muchos sig­ nos de debilidad. Así, las personas con actitudes am­ bivalentes son más propensas a adoptar el consenso predominante sobre un tema y son más propensas a ceder ante argumentos persuasivos (Bassili, 2008). Las actitudes ambivalentes también pueden provocar un malestar psicológico derivado de la propia ambivalen­ cia y afectar incluso a las relaciones interpersonales (Van Harreveld et al., 2009). Por ejemplo, los cónyu­ ges con actitudes ambivalentes hacia su pareja son menos indulgentes con una transgresión de su pareja (p.ej., guardar secretos o flirtear con otra persona), ya que un acontecimiento de este tipo probablemente ac­ tive el componente negativo de su ambivalencia (Ka­ chadourian et al., 2005). En la investigación sobre actitudes se suelen distin­ guir tres tipos de ambivalencia Uonas et al., 2000). La primera, la ambivalencia cognitiva (creencias mixtas), consiste en tener creencias sobre un objeto de acti­ tud que están asociadas a evaluaciones opuestas. El segundo tipo, la ambivalencia afectiva (sentimientos desgarrados), existe cuando se albergan emociones positivas y negativas al mismo tiempo, como el amor y el odio. El tercer tipo, la ambivalencia afectivo-cogniti­ va (conflicto corazón vs. mente) consiste en la combi­ nación de afectos positivos con cogniciones negativas, o viceversa, como, por ejemplo, cuando a una persa- na le gusta un determinado alimento, pero sabe que ese tipo de comida tiene demasiadas calorías. Por otra parte, las actitudes difieren en cuanto a su fuerza, que es un término que engloba lo extrema que es una actitud (lo fuerte que es la reacción emocional), el grado de certeza con el que se mantiene una actitud (la sensación de que se sabe cuál es la actitud y que es correcta), así como el grado en que la actitud se basa en la experiencia personal con el objeto actitudinal. En relación con lo extrema que es una actitud, se ha observado que depende de los propios intereses, es decir, hasta qué punto la actitud es relevante para las preocupaciones de la persona que la mantiene (Vis­ ser et al., 2006). Por ejemplo, las encuestas europeas que sondean la opinión pública hacia las políticas para reducir el consumo de tabaco han encontrado que las actitudes de los encuestados dependen de si se ven afectados por el cambio de política o no. Así, los fumadores diarios son menos partidarios de estas políticas que los no fumadores y los exfumadores. La razón es que los fumadores diarios, que tienen un inte­ rés personal en seguir fumando, se ven más afectados negativamente por esas políticas (Lazuras et al., 2009). El grado de certeza de la actitud parece relacio­ narse con la frecuencia en que se expresa esa actitud. Cuanto más a menudo se le pida a una persona que informe sobre su actitud, más faci I itará la claridad y, por tanto, la certeza en esa actitud. Por lo que decla­ rar repetidamente una actitud aumenta la sensación subjetiva de que realmente se sabe cuál es la postura personal sobre una determinada cuestión. Cuando Pe­ trocelli et al. (2007) hicieron que sus participantes ex­ presaran sus actitudes hacia el control de armas varias veces o solo una, la certeza de la actitud fue diferen­ te. Los participantes en la condición de «más expre­ siones» tenían una mayor certeza sobre sus actitudes hacia el control de armas que los de la condición de «una sola expresión». Asimismo, cuando una actitud es atacada y puesta en entredicho, resistir con éxito esos ataques puede aumentar la certeza de la persona sobre esa actitud, ya que formular y expresar contraar­ gumentos promueve la percepción de veracidad sobre las creencias que sustentan esa actitud. Respecto a la experiencia personal con el objeto actitudinal, algunas evidencias sugieren que las acti­ tudes formadas sobre la base de la experiencia directa son más fuertes que las actitudes basadas en la ob­ servación u otras formas indirectas (Sutton y Douglas, 2019). Por ejemplo, Haddock et al. (1999) mostraron que la fuerza de las actitudes de las personas hacia el suicidio asistido por un médico estaba significati­ vamente influida por participar en un grupo activista a favor del suicidio asistido a pacientes terminales. En general, las actitudes que se han formado a través de

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