Hogar, "Dulce" Hogar PDF
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This document explores the theme of personal growth and emotional struggles experienced during adolescence, particularly focusing on the author's journey of adapting to their home environment after a significant event in their life. The text delves into issues of self-perception, relationships, and familial pressures.
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Hogar, “dulce” hogar CUANDO VOLVÍ A CASA, mis padres trataron en vano de comunicarse conmigo. Estaba ensimismada, lejana y ca- llada. Entré a mi cuarto y no lo podía creer: era el lugar per- fecto para una niña de cinco años. Mis padres no lo habían cambiado, aunque era de esperarse, porque me...
Hogar, “dulce” hogar CUANDO VOLVÍ A CASA, mis padres trataron en vano de comunicarse conmigo. Estaba ensimismada, lejana y ca- llada. Entré a mi cuarto y no lo podía creer: era el lugar per- fecto para una niña de cinco años. Mis padres no lo habían cambiado, aunque era de esperarse, porque me seguían tra- tando como si el tiempo se hubiese detenido. Cambié las Barbies y los afiches de High School Musi- cal por cuadros de The Cure, Pink y otros artistas que me gustaban. Pedí que me oscurecieran el cuarto y que desa- pareciera el rosado; pedí también, en vano, que mi pasado desapareciera. Finalmente, al pasar el tiempo y después de tanta insistencia, empecé a adaptarme al entorno, dejé que mis padres me guiaran en algunas cosas, no forcé nada y me resistí poco a los cambios. Eso me dio una gran ventaja que pude manejar a mi antojo, aunque en las noches me sen- tía muy deprimida. Cerraba los ojos y veía el rostro de mi amiga pidiendo ayuda; era un sueño recurrente en el que ella aparecía al lado de mi cama estirando su mano. No era necesario estar dormida para tener esa visión. Lloraba todo el tiempo, pero ahogaba mi llanto por momentos, respi- raba hondo y encendía la luz para espantar esos monstruos de la oscuridad. 34 Todo lo que había conocido estaba por cambiar, pero la experiencia que había vivido tal vez me iba a ayudar a no cometer los mismos errores del pasado. De vuelta en casa, pensé que las cosas mejorarían; GS ya habrían olvidado tanto escándalo y tanta decepción. Es duro cuando las personas tienen puestas ciertas esperanzas en ti, pero los problemas parecen seguirte y te convences de que eres un caso perdido, de que son cier- tas todas esas afirmaciones que te hacen los profesores, los psicólogos, tus padres, tu familia y todo aquel que pierde la fe en ti: “¡No me extraña que hubiera sido Paula la que comenzó todo!”, “¡Tenías que ser tú!”, “¡Nunca vas a llegar a ser nada!”, “¡Todo es por tu culpa!”. Son frases que te per- siguen cada vez que hay un inconveniente, y que vienen acompañadas de miradas acusadoras y de gestos de desa- probación, que te hacen sentir fastidiada por dentro y que alimentan el fuego del enojo. Solo quieres que se callen, pero luego crees que tienen razón y que quizá sí actúas de esa manera. Finalmente pierdes tu identidad y asumes la que ellos te dan: terminas por creerles que tú eres un gran problema. Me dejaba doblegar por esos comentarios y a menudo se empapaba mi almohada por un mar de llanto; lloraba casi todos los días y, aunque a veces intentaba realizar mi ritual” para disipar el dolor, veía mis cicatrices y me daba cuenta de que el dolor nunca desaparecía. Ante todos me erguía como un roble; jamás me dejé amedrentar, no me doblegué Y no me mostré débil ante el “enemigo”, pero en el silencio y la soledad de mi cuarto me derrumbaba, hasta el Punto de no poder salir a la calle, pues mis ojos hinchados no me lo permitían Me sentí frustrada, porque muchas veces no tuve con quién hablar sobre esto; mis padres, como siempre, andaban muy Ocupados. No tenía amigos y solamente la soledad me acompañaba. Unicamente logré conocer a algunas personas, en las que deposité mi confianza, meses después de llegar. No podía confiar en el primero que apareciera; después de haber compartido tantas cosas con Becka, me era difí- cil contarle a alguien mis intimidades como lo hacía con ella. Además, tenía represado en mi alma un sentimiento, una melodía inconclusa que pedía a gritos poder salir, esa impotencia que se siente al no poder gritar, al no poder decirles todo lo que sientes a esas personas que te juzgan y te critican; ese sentimiento era un dolor detenido por el tráfico de la angustia y el pesar. Todo seguía jugando en mi contra y nada parecía mejorar. Siempre recordaba las palabras de Becka retum- bando en mi cabeza: “Somos fuertes y esa fortaleza nos lleva a triunfar, porque no les demostramos a nuestros ene- migos que somos vulnerables”. Me hacía la que era muy fuerte y nunca demostré que un comentario o una mirada me afectaran: eso es lo que busca todo aquel que te provoca. No volví a reaccionar con violencia, me volví casi imperturbable... bueno, hasta cierto punto. En las reuniones familiares me trataban como a un convicto que sale de la cárcel y trata de reincorporarse a la sociedad. Me miraban con miedo, con desaprobación, y en algunas ocasiones escuché a mis tíos y tías prohibir- les a mis primos meterse conmigo, porque, según ellos, era una mala influencia para todos. 30 36 para menos: les enseñé a fumar a un par de ellos y prácticamente convencí a la na PERDA. Isabela, quien estudiaba en un colegio de monjas, e que si no per- día la virginidad ahora, sería imposible que un hombre se fijara en ella; no tenía idea de que se fuera a convertir en ninfómana e hiciera espectáculos bochornosos hasta con un trabajador del colegio. Cuando la psicóloga le preguntó por qué lo hacía, ¿adivinen a quien le echó la culpa? Cada vez que alguien tenía un problema, me pasaba como a la guerrilla de este país: nadie preguntaba, pero todos creían saber que la culpa la tenía yo o que simplemente estaba detrás de cada uno de esos líos. Para alejarme un poco de todo y tener más tranqui- lidad, continué con los cursos que hacía en los veranos: No era tomé clases de canto, fotografía y modelaje. Comencé a tener éxito con este último y pude subir peldaños para alcanzar uno de mis sueños de infancia: ser modelo profesional, llegar a la cumbre y desfilar para grandes diseñadores. Al comienzo, esa actividad me hizo acer- carme más a mi madre, y descubrí que podíamos pasar un tiempo juntas y tal vez, ¿por qué no?, recuperar todos esos momentos perdidos; ser madre e hija y olvidarnos de todo un poco. Cambié mi ropero de niña roquera rebelde por ropa un poco más chic, y el maquillaje gótico por algo más natural y fresco. Fui de compras con mi madre a varios almacenes reconocidos. Me veía muy bien en los diferentes vestidos que compraba. La silueta de mi cuerpo resaltaba, y eso llamaba mucho la atención de propios y extraños. Así j te! Así pude llegar a protagonizar tres comerciales para televisión, aparecer en varias Tevistas promocionando ropa para adolescentes y ganarme una beca en la mejor agencia de modelos del país. Encontré un sentimiento que no había experimen- tado desde que era muy pequeña: ser plenamente feliz. Por primera vez en mi vida me veía frente a un espejo y me sentía bien por dentro y por fuera, y eso se veía reflejado en las cosas que hacía. Volví a pintar mi cuarto con un poco más de color y acepté sonreír en las fotos. Por un momento fui lo que siempre quise ser. Una noche de diciembre estaba encendiendo velitas, un ritual muy religioso para mi gusto, pero que me per- mitía por lo menos pasar un momento agradable con la familia. Mi papá se acercó, me abrazó y me dijo: —Me encanta verte feliz y sonriente, y estoy muy contento de que hayas regresado, no solo físicamente. Lo miré y esbocé una sonrisa. Levanté mis ojos hacia el cielo y vi la luna llena. —¿Sabes pa'? Becka solía decir que el problema de ser feliz es que puedes estar construyendo un mundo de cristal y que cuando este se quiebra e intentas levantar los pedazos del suelo, te cortas y te desangras hasta que solo queda una infinita tristeza. Se paró frente a mí y tomándome de las manos dijo: —Mi princesa hermosa, ¿cuán feliz quieres ser? Está en ti forjar tu felicidad y lograr todo lo que te propongas; el problema es cuando esa felicidad la forjas engañándote a ti misma. Después de muchos fracasos, finalmente la vida me había cambiado. Era otra persona, o quizá la misma, pero ese “yo” interior que quería sentirse acogido, finalmente emergía de entre las sombras. 37 Sin embargo, muchos de mis familiares habían perdido toda la fe posible en mí; la gente del club hacía comentarios sobre cuánto me duraría esta felicidad tan anhelada; muchos apostaban a que me perdería fácilmente en cualquier momento. Les hubieran dado un premio por su predicción. Una mañana muy gris de septiembre de 2012 salí al frente de mi casa en Rosales, uno de los barrios con más prestigio en Bogotá. Allí, junto a otros adolescentes de dife- rentes edades, mi figura llamaba la atención, por ser la niña nueva que esperaba la ruta de bus para llevarla a su nuevo destino, a una nueva vida, a nuevas personas y, en general, a un nuevo mundo por conquistar. Debo admitir que sentía náuseas debido a los ner- vios: estaba ansiosa y me sudaban las manos, mis rodillas estaban heladas y el frío me calaba los huesos. Me sentía extraña a causa de mi nuevo uniforme, que consistía en una falda azul con cuadros tipo escocés, medias blancas, zapatos azules, camisa blanca, corbata azul con rayas rojas y chaqueta azul de paño con el escudo de uno de los colegios más reconocidos del país: el Gimnasio Franco-Canadiense, sitio que tanto mis padres como yo pensábamos que sería ideal para florecer; pero nunca nos imaginamos que tam- bién sería el sitio donde me marchitaría. Eran las 6:15 a. m. No sé por qué los colegios de esta ciudad nos hacen tomar un bus tan temprano. Es inaudito ver a los más pequeños madrugar tanto, y es inhumano que no me dejen dormir otro poco. Esa mañana me tuve que despertar a las cinco. Cuando me subí al bus tenía sueño y frío, llevaba el pelo aún mojado y casi no me alcanzo a poner los zapatos. La monitora de la ruta me pidió que m de atrás, donde iban los más naba hacia ese lugar que desfilaba por un había tenido. esentara en la parte grandes. Mientras carmi- sentí la mirada de todos, e imaginé a pasarela: era un sueño que siempre Sentí todas las miradas sobre mí, sus ojos me perse- guían y por un momento pensé que podía leer sus mentes; sus susurros llegaban como esos pensamientos que te lle- gan en las noches en que no puedes dormir y se vuelven un torbellino en tu cabeza, un huracán de ecos y murmullos. Finalmente, llegué a mi asiento y me senté junto a la venta- nilla; todos giraron su cuello (como la niña de El Exorcista) para poder verme más de cerca. A.veces desviaba la mirada hacia fuera para evitar los ojos inquisitivos de los otros estudiantes, sin embargo, me llamó la atención el muchacho de la otra fila, el que estaba diagonal a mi silla, quien a pesar de ser muy atractivo, me pareció hosco y un poco creído. No se dignó mirarme, se puso unos audífonos gigantes y me ignoró todo el camino. Tres niñas que estaban al frente y a mi lado se sin- tieron amenazadas e invadidas. Dos de ellas trataron de hacerme un interrogatorio al estilo nazi, y la otra, Juliana Koppel, me amenazó varias veces, con el fin de que me quitara del puesto que consideraba era el suyo. Después de varios intentos, le sonreí y me puse mis pequeños audífonos, subí el volumen del iPod y seguí mirando por la ventana. Vi cómo mis interrogadoras se quedaban sor- prendidas y después de unos segundos se reían. Mientras eso ocurría, Juliana se sentó a mi lado con cara de pocos amigos... Estaba lejos de descubrir que todo esto sería el comienzo de una amistad enfermiza. 40 sus abuelos desde muy | vivía COD o en un accidente de liana Kopp£ Juno habían muert ñ es equeña. SUS padr ed ito cuando se desplazaban a recogerla en jardín infantil donde estaba: apenas iba a cumplir cuatro años. Fue algo desastroso pará ella, y la hizo cambiar de una a un “pequeño demonio”. fue muy problemática a dentro y fuera del colegio. plía con las tareas ni los trabajos, pero nas materias se las arreglaba para niña dulce Siempre cuanto lío existí estudiante y no cum extrañamente, en algu pasar. Era un año mayot mismo nivel. Esta niña hermosa de ojos grandes marrones, medidas de reina de belleza y una sensualidad a flor de piel, tenía más experiencia en muchas cosas que algunas y estaba metida en No era buena que yo, pero estábamos en el de nuestras profesoras o, incluso, madres. Alguna vez llegué a escuchar una historia en la que se contaba que ella y un profesor de Sociales se habían acos- tado en varias ocasiones. No sé si eso fue cierto; la verdad es que el profesor nunca pudo volver a ser contratado en otro colegio de esta ciudad. Solo año y medi edio después colegio sentí que despegab d e Pscaien el SuEvO a e (0)... nada fácil, por así decirlo. Jul; ee eesaoElinidlo no tur. Julia ? edo ml na, aquella infame que quiso mi puesto el primer día q en el bus, se convirtió querían averiguar mi teléfono; entre ellos estaba Marío Morales, más conocido como MZM, no solo por sus ínicia- les, sino porque su padre era barranquillero de raza negra y su mamá una artista ucraniana blanca, rubía y de ojos verdes. De esa mezcla salió Mario, quien a sus dieciséis años tenía un color de piel “bronceado”, ojos verdes y un cuerpo bien torneado, con un abdomen supremamente marcado, con aquello que siempre deseamos: un síx-pack, además de una estatura de 1.85 metros. Para ninguna pasaba desapercibido. El padre de Mario era un reconocido senador de la República, un hombre con mucho poder político en el norte del país y en el Congreso y que además era partida- rio del presidente Uribe. Mario tenía dos hermanas a las que defendía a capa y espada, entrenaba artes marciales mixtas y practicaba con éxito cuanto deporte le ponían. Cuando él me habló, me quede sín palabras; realmente no supe qué decir. —Si algún día te interesa que hablemos, llámame —dijo sonriendo, y entregándome después su número en una servilleta. A la salida del comedor me esperaba Juliana con otra de sus amigas, Jessica. Lejos estaba de imaginarme que, aunque Mario había dado por terminada una relación obsesiva con Juliana, al parecer ella no había recibido el mensaje y todavía lo consideraba suyo; sus palabras fueron muy elocuentes:. —No me voy a quedar quieta viendo cómo una gótica simplona me quita mi puesto en el bus, pal amigos y ahora mi novio. ¡Si no quiere un problema serio, aléjese de él, perra! 42 Mientras ella decía esto y me daba la espalda, su ¿lez, se me paraba al frente de “escolta”, Jessica González, me Pp forma amenazante y trataba de intimidarme con su acti. tud. Creo que lograba siempre su cometido, pues “enta la forma de hacerlo: era nieta del fundador del colegio y además era invencible en los debates del modelo de Naciones Unidas; lograba abrirse camino por su tempera- mento y por su belleza. La madre de Jessica siempre estaba dispuesta a cual. quier cosa por su única hija, incluso a mentir o a creer cualquier mentira que ella se inventara. Sus padres eran permisivos hasta el punto de saber que su hija podía estar teniendo relaciones con su novio en la habitación y no hacer absolutamente nada para evitarlo. Esa misma mujer agresiva y capaz de todo se paraba —Paula, mi n leas ; Ombre es Paula y todos me 11 —le dije con una sonrisa, ala me llaman Paula : cual o a explicar el trabajo que debi a respondió Y me comenzó amos hacer. que sentía por Mario, esta Bruno era alto, atlético, de pelo crespo, ojos gran- des marrones y la piel más un hombre; siempre tenía s del cuello y se aislaba del r que escuchaba. tersa que haya visto jamás en Us audífonos grandes alrededor esto de los grupos con la música Como había estado tanto tiempo por fuera, el español no era mi fuerte, y además había adquirido un acento muy marcado, por lo que cuando tenía que hablar, todos se bur- laban de mí. : - Chubby tuvo mucha paciencia conmigo y de a poco logró ayudarme lo suficiente para poder obtener buenas notas en todas las materias en las que necesité ayuda. A los pocos días de conocerme comenzó a llamarme Pau. Almorzábamos juntos y nos íbamos en el mismo pues- to, algo que agradecería Juliana, pues ya no le ocupaba su sitio en el bus. A pesar de ser muy tímido me hacía reír mucho, y además me presentó a dos de sus amigas, Andrea y Sofía. Ambas eran muy hermosas, pero no se arreglaban mucho, y me recordaban a Jossette y a Abbey: ingenuas, débiles, manipulables y además muy introvertidas. Los tres harían cualquier cosa por ser aceptados, por- que aunque eran hijos, hermanos, estudiantes y cada nos ejemplares, soñaban con ser populares, reconocidos, temidos y deseados: las chicas deseaban más ese estatus que Bruno. ín Andrea era de baja estatura, pero tenía muy bue cuerpo, pelo largo liso. 44 también tenía un buen cuerpo, pelo castaño, ojos verdes y usaba gafas. Los tres se acompañaban y se conocían desde muy pequeños. Bruno tocaba la guitarra, Andrea la batería y Sofía el piano. Todos cantaban, dibujaban y tenían muy buenas notas; en síntesis eran nerds y eran mucho menos populares que yo. Los llamaban freaks y decían que Chubby era gay, loca, marica y un sinnúmero de apodos que apun- taban a que tenía un gusto por los hombres, solo porque no practicaba ningún deporte y prefería la lectura; mientras que a Andrea y a Sofía las señalaban como las feas, lesbia- nas, raras y todo lo que no encaja en un supuesto mundo normal; ninguno iba a fiestas, eventos deportivos ni con- ciertos con la gente del colegio. Al unírmeles me indignaba mucho que nos llamaran “los cuatro rarásticos”. Juliana y su grupo no nos dejaban en paz; siempre nos escribían cosas ofensivas en algunos cua- dernos o nos empujaban cuando nos veían. Sus comentarios en Facebook eran de lo peor. Además, en varias ocasiones crearon grupos solo para burlarse: nos hacían caricaturas y videos en los cuales nos ridiculizaban. ME8xM trataba de ser amable conmigo porque yo le gustaba, pero se portaba mal con mi obvio que aún estaba bajo la influencia llamado Juliana. En Halloween de ese año, grupo porque era de aquel “sedante” y con base en la lógica de Mr. Howl, un profesor de Matemáticas a quien todos lla- maban a escondidas Mr Asshole gos de que lo mejor era disfrazarnos de Los cuatro fantásticos: si aprendíamos el mundo, Andrea y Sofía iban a devolverse, y comenzaron a sollozar y a decir que era una mala idea. —Está bien, si quieren perder la poca dignidad que tienen, lárguense. Igual ya todos saben quiénes somos —les dije con voz fuerte. Chubby me siguió y, cuando llegamos al centro sonó la música. Mientras bailaba giré hacia atrás y vi, no solo a mis amigos, sino a todos los de mi grupo haciendo la coreografía que habíamos montado y ensayado por más de ocho días. Nuestro sueño: ganar el concurso. Habíamos desafiado a nuestros enemigos y eso nos daba más con- fianza, sin embargo, teníamos que estar preparados para cualquier cosa, porque en los rostros de Juliana y los demás no se dibujaba ninguna satisfacción. Ese mismo día en el bus, Chubby y yo nos reíamos y hablábamos de todo lo que había pasado, cuando de repente escuchamos un alboroto. La rutina de las charlas en el bus se vio interrumpida de un momento a otro: Andrea gri- taba con desespero, pues Daniel Lemke, el agresivo hijo de un pastor anglicano, le quemó el pelo. 1908 sucedió muy rápido. Él tenía un encendedor Zippo, y atrás Juliana y su amiga Jessica se hacían las que jugaban con apra, POLO Ela alcohol. Daniel se agachó y el líquido cayó en el pelo de mi amiga; solo bastó una chispa y aquel pes enpOd PAD desapareció por completo, dejando no solo un olor fétido, 46 sino un dolor extremo en Andrea, que nunca fue capaz de recuperarse de semejante golpe. Su pelo le quedó a la altura de la nuca, donde alcanzó a tener una quemadura, al igual que la silla del bus y el pantalón de Daniel. Cuando traté de ayudar a mi amiga y vi las condicio- nes en las que estaba, recordé toda la humillación y el dolor en mi vida. Tal vez fue una transformación a lo Hulk. No recuerdo nada de lo que pasó, pero todos aquellos que me acompañaban fueron testigos de una implacable furia; mis recuerdos de ese momento son un rompecabezas armado, gracias a que a lo largo de una semana diferentes personas me contaron con detalles lo que sucedió. Me lancé contra Juliana y Jessica, le di un puño a la primera en la cara y a la segunda la agarré del pelo y la estrellé contra la ventana. Les grité diez mil groserías, pero la única que recuerdan todos los testigos es la que les dije al terminar de golpearlas: “¡Aquí encontraron su problema, perras!”. Pude haberles fracturado el tabique a ambas o herirlas más seriamente, algo que no me enorgu- llece, pero una locura temporal se apoderó de mí y solo los brazos y la voz pacifista de Chubb detenerme. L y fueron capaces de legué a casa, me encerré en mi cuarto y lloré toda la tarde. Pensé que este sería otro sitio del cual me echarían; ya no quería irme a otro lugar, no quería volver a ser des- terrada y juzgada. Estaba en mi cuarto a punto de rasgar mi ¿Qué Quiere, estúpida? ¡Si me sigue molestando le rompo la ¡ cara! 60) Quiero que arreglemos esto antes de que nos echen a todos. No sé a qué se refiere y la verdad no me interesa arreglar nada, ¿quién le dio mi número? (9) 6 No podía creer que unas horas antes casi la acabo y ahora me estaba pidiendo que solucionáramos las cosas. Mis ojos no creían lo que estaban viendo. Tal vez la adre- nalina me estaba jugando una mala pasada y por eso no me quedaba claro. Tuve que ir hasta la casa de Jessica para ave- riguario. Le pedí a Alberto que me llevara y que estuviera atento a cualquier cosa que me pasara; tenía miedo de una ñ Isi cer. emboscada y del daño que me quisieran ha 22:43 48 tanos indicaron por a] porteria nos 1n f y caminé por el bancas. Allí sué y en | Finalmente llegué y € raUe o fuimos hasta UN parq dónde seguir; fuimos +2 UNAS da hasta llegar Ñ ndicaron 145 > pia Daniel y Bruno. > ea! ¿e a 4 » e D encontré a Jessica, Juliana, 22" lo que me escribió por —Veo que no cra mentira F q O ' ? irando a Bruno. —di rabia, miran WhatsApp —dije con , ccucha lo que te van —Sé que estuvo mal, pero es ) ' “amiga, lo entenderé —dijo a decir y si no quieres ser mi a ga, Bruno, con una voz temblorosa. E ñ La noche estaba fría, un viento gélido sopla o p. 4 cp » ¡o da podía dejar de temblar; no sé sl Cra el miedo o lo hela que estaba mi piel. Para calentarnos mé ofrecieron aguar- diente que tenían en una caja; las copas eran pequenas y cada trago me quemaba la garganta. Jessica era la que explicaba todo con una tranquilidad tan pasmosa que me sentí como en El padrino. Juliana tenía el ojo izquierdo hin- chado y negro, y Jessica un moretón en el lado derecho de su frente. —No te preocupes por lo que pasó. Aunque quisié- a vengarnos, estamos maniatadas, y si piensas que alguien va a a algo, olvídate. Tanto la monitora de la ruta como el conductor recibi : IAE » a la Navidad por adelantado y odrán disfrutar de algun :. j ñ And 8 as compras; mi mamá se aseguró E IA a. del extensiones y, aunque sus padres que- aron impac ? deci p : EÑE pudimos convencer de que lo mejor era decir que le habían cortado lar. Era eso o gan A el pelo por robarle el celu-. ganarse más enemigos, y creo que lo e a bien. Ahor ? que lo entendió muy. a, por todos los demás del bus no h preocuparse. Lo único que falta es que entiend ay que ie de esto se puede saber —explicó la a hdas que nada eu tranquila que me hizo recordar a los ab ! F na forma tan Ogados de Londres, Escaneado con CamScanner Al parecer no era la primera vez que tenía esta clase de problemas y tampoco la primera que los solucionaba de esta forma, Mucho menos sería la última. Quedé atónita al ver cómo éramos el reflejo de una sociedad sin valores. Ahora entiendo que cuando no afrontamos los problemas con la verdad y no asumimos las consecuencias, ese río de conflictos nos lleva a una cascada más grande, donde los silencios cómplices tratan de cubrir situaciones delicadas que generan injusticia e impunidad. Nunca fui muy reli- glosa ni nada por el estilo, pero creo que esa noche no solo acepté ese trato, sino que le vendí mi alma al diablo. Después de este incidente todo volvió a la “nor- malidad”, aunque Andrea empezó a tener muchos inconvenientes, pues se aislaba incluso de nosotros, que éramos sus amigos. Siempre la veíamos ida, silente y por más que intenté acercarme a ella, nunca me lo permitió. Finalmente, este impasse fue más fuerte y se fue del país: su padre aceptó un trabajo en México. Creí que eso era lo mejor para ella y para nosotros, ' pero dos intentos de suicidio e igual número de crisis /nerviosas me respondieron que no. Subió varios videos ' a YouTube en los cuales no hablaba. Todo el panorama que ofrecía eran unas tarjetas explicando lo miserable que era su vida y, aunque tenía muchas visitas, solo nos dimos Cuenta cuando nos llegaron noticias de sus fallidos inten- tos por dejar este mundo. Mi relación con los Etoile, como se hacían llamar Juliana, Jessica, Laura, Daniel y Mario, cada vez mejo- 'raba más. Entenderán que el nombre lo escogieron Jessica y Juliana. El sobrenombre hablaba de una estrella con cinco puntas que brillaba y que siempre estaba en lo más alto: 90 para lograrlo nO importaba a quién eso querían Sel ellos, Y pisoteaban. Aunque todavía pasaba tiempo con So é a pasar algunos momentos COn 10 n identificaciones falsas, e pings y 2 bares CO ñón sin ningún ad se convirtieron en fía y con Chub- s Étoile. Ir a by, comenc fiestas, a cam incluso a El Pe rutina de cada fin de semana. En aquel lugar bebíamos mucho, fu mos todo lo que por espacio y tiempo no pod normalmente en nuestras casas. Ese lugar lleno de hermosas casas de descanso, que contaba con todas las comodidades