BLOQUE III. Formación de la Monarquía Hispánica PDF

Summary

This document discusses the formation of the Spanish monarchy in the 15th and 16th centuries, starting with the Catholic Monarchs and encompassing their policies on the reorganization of the state, religious matters, and the conquest of Granada. It also briefly touches upon the incorporation of Navarra and the discovery of America.

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BLOQUE 3. LA FORMACIÓN DE LA MONARQUÍA HISPÁNICA Y SU EXPANSIÓN MUNDIAL (1474-1700). 1. LOS REYES CATÓLICOS. Unión dinástica de Castilla y Aragón: Con el matrimonio de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragó n (1469), se ponen los cimientos del Estado Moderno,...

BLOQUE 3. LA FORMACIÓN DE LA MONARQUÍA HISPÁNICA Y SU EXPANSIÓN MUNDIAL (1474-1700). 1. LOS REYES CATÓLICOS. Unión dinástica de Castilla y Aragón: Con el matrimonio de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragó n (1469), se ponen los cimientos del Estado Moderno, basado en la autoridad de los monarcas. Así se afirma definitivamente el poder real sobre nobleza, clero y ciudades: es el triunfo de la Monarquía autoritaria renacentista. Esta unió n fue personal y diná stica, pero no territorial, ya que los dos reinos iban a conservar sus fueros, instituciones, leyes y sistemas monetarios. Sin embargo se impuso la hegemonía de Castilla debido a su superioridad demográ fica y econó mica. Estos hechos sucedieron tras una guerra de sucesió n al trono de Castilla (1475-1479) donde Isabel venció a Juana la Beltraneja, hija de Enrique IV, rey de Castilla y hermano de Isabel. Juana fue apoyada por Alfonso V, rey de Portugal, y por parte de la nobleza castellana. Reorganización del Estado: Las reformas que los RRCC introducen en sus territorios tienden a la centralizació n y reforzamiento del poder real. Este proceso va a tener má s importancia en Castilla que en Aragó n. - En Castilla: En 1476 se creó la Santa Hermandad para luchar contra los bandidos de los caminos. Se reorganizan los Consejos, en especial el de Castilla, y se crearon otros nuevos, como el de la Inquisició n e Indias, tras el descubrimiento de América. La percepció n de los impuestos se hizo má s eficaz (alcabala), lo que permitió prescindir má s de la Cortes. Se generalizó el régimen de corregidores, delegados de los reyes en las ciudades de Castilla. Fernando el Cató lico se hizo nombrar maestre de las ó rdenes militares (Santiago, Calatrava y Alcá ntara), que pasaron así a estar controladas por la corona. Se reorganizó el sistema judicial. - En Aragó n: La creació n del Consejo de Aragó n y la Inquisició n tendían a fortalecer el poder real, pero los RRCC respetaron e incluso confirmaron los privilegios y fueros de los 4 reinos que componían la Corona. Política religiosa: La autoridad real se afirmó aumentando el control sobre la Iglesia. Desde 1478 el Tribunal del Santo Oficio (Inquisició n), en principio para perseguir la herejía, fue un poderoso instrumento político, ya que era el ú nico organismo con autoridad sobre todos los reinos, y sus dirigentes eran nombrados por los reyes. Coincidiendo con la conquista de Granada, en 1492 se obligó a los judíos a convertirse al cristianismo o a salir de los reinos hispanos. La gran mayoría, unos doscientos mil, optó por expatriarse. La expulsió n contó con la desaprobació n de buena parte de la sociedad culta. Los judeoespañ oles expulsados de Sefarad formaron comunidades llamadas sefardíes, dispersas por todo el Mediterrá neo. Olvidando lo estipulado en la Capitulació n de rendició n, el cardenal Cisneros quiso forzar la cristianizació n de los mudéjares granadinos, provocando la primera sublevació n de las Alpujarras (1499). Una vez sometido el levantamiento, una Pragmá tica Real (1502) les impuso la conversió n o la expulsió n. La mayoría de los mudéjares optó por la conversió n. En la Corona de Aragó n se tomaron medidas similares. La Conquista de Granada: El reino nazarí de Granada fue conquistado tras una larga guerra entre 1481 y 1492. Esto vino muy bien a los reyes para mantener ocupada a la levantisca nobleza. En medio de una fuerte crisis, el reino nazarí hacía tiempo que no pagaba las parias, con lo que su permanencia carecía de interés para Castilla. Con la permanente intromisió n del clan de los Abencerrajes, se produjo la divisió n del reino de Granada tras la sublevació n de Boabdil, enfrentado a su padre y su tío Muhammad el Zagal, que se asentó en Má laga. Desde 1484 Isabel y Fernando decidieron acabar con el reino nazarí empleando por primera vez los bombardeos con artillería, fomentando su divisió n interna y alternando la represió n con generosas capitulaciones. En 1492 se llegó a un acuerdo con Boabdil para la entrega de Granada. Esta conquista, adornada con la aureola de cruzada, les valió a Isabel y Fernando el título de Reyes Cató licos, otorgado por el papa Alejandro VI (Borgia). Incorporación de Navarra: La unificació n territorial culminó con la anexió n de Navarra, añ os después de la muerte de Isabel. En 1512 el Duque de Alba para ocupó la parte sur de los Pirineos sin apenas oposició n. Navarra fue incorporada a Castilla mediante la fó rmula de la unió n diná stica en 1515 (matrimonio entre Fernando y Germana de Foix), aunque conservando sus fueros e instituciones. Descubrimiento de América: El principal objetivo de los descubrimientos era llegar a las tierras donde hubiera especias, oro y plata. La dificultad para conseguirlos originó unos precios desmesurados, y el problema se agravó cuando los turcos dominaron el mediterrá neo oriental tras la caída de Constantinopla en 1453, y cortaron las habituales vías de aprovisionamiento desde el Extremo Oriente. Esto animó a la bú squeda de nuevas rutas. Portugal y Castilla coincidían en el objetivo de llegar a la India. Esto impulsó a los castellanos a buscar nuevas rutas navegando hacia Occidente. Ambas coronas firmaron en 1479 el Tratado De Alcaçobas, que consolidó el control de las Islas Canarias por parte de Castilla a cambio de no avanzar hacia el sur de Á frica, en manos portuguesas. Cristó bal Coló n pretendía llegar a las Indias a través de la ruta inexplorada del Oeste. Tras intentar convencer a Portugal sin éxito, expuso su proyecto a Isabel la Cató lica, que lo aceptó. Finalmente Coló n partió del puerto de Palos el 3 de agosto de 1492, con una nao y dos carabelas, y comenzó el viaje hacia el oeste por el Atlá ntico. El 12 de octubre de 1492 arribó a las Antillas (San Salvador). Después descubrió Cuba y La Españ ola (Haití) y emprendió el regreso a la Península Ibérica en 1493. Ante el éxito de la expedició n, Coló n realizó tres viajes má s a los nuevos territorios entre 1493 y 1504. Los descubrimientos de Coló n habían hecho resurgir las tensiones con Portugal por el control de las nuevas tierras. Las desavenencias se solucionaron a través del Tratado de Tordesillas(1494), por el cual se trazó una línea divisoria entre las zonas de influencia de cada reino, que dejó involuntariamente Brasil, aú n ignoto, para Portugal. Relaciones con Portugal: La política hacia Portugal fue la del acercamiento mediante enlaces matrimoniales. A su primogénita Isabel, los RRCC la casaron con el heredero de Portugal y, muerto este, con el rey. Tuvo un hijo que habría heredado todos los reinos de la Península, pero ella murió en el parto y el hijo a los dos añ os. 2. LOS AUSTRIAS MAYORES. La dinastía de los Austrias llegó al poder en las Españ as por el matrimonio de Felipe el Hermoso con Juana “La Loca”, hija de los Reyes Cató licos. De este matrimonio nació en futuro Rey y Emperador Carlos V. 2.1. CARLOS I: El Imperio de Carlos I de España y V de Alemania (1516-1556) se formó por una enorme herencia no premeditada, debido a una política matrimonial iniciada por los Reyes Cató licos con el objetivo de aislar a Francia. De su abuelo Maximiliano de Habsburgo, recibió Austria y el título imperial. De su abuela María de Borgoña, recibió Flandes y el Franco Condado. De su abuelo Fernando el Católico recibió la Corona de Aragó n, que incluía sus dominios italianos de Sicilia, Cerdeñ a y Ná poles. De su abuela Isabel la Católica recibió la Corona de Castilla, Navarra y América. Ademá s, durante su gobierno crecieron enormemente los dominios americanos, conquistó Milá n y fue coronado emperador del Sacro Imperio como Carlos V. Conflictos internos. Carlos I se había educado en Flandes. Cuando llegó a Españ a vino rodeado de una corte de consejeros flamencos y empezó a conceder altos cargos a extranjeros. Ademá s concentró su interés en su coronació n como emperador, pidiendo dinero a las Cortes de Castilla, lo que provocó algunos conflictos internos. El má s grave fue la Rebelió n de las Comunidades de Castilla (1521-1523). En ciertas ciudades como Toledo, Salamanca o Segovia, la baja nobleza (Padilla, Bravo, Maldonado), tomaron el poder y formaron comunas. Carlos V los derrotó en la Batalla de Villalar. El Conflicto de las Germanías se desarrolló en el Reino de Valencia como eco del conflicto de las Comunidades. Consistió en una rebelió n antiseñ orial. En este caso, Carlos V apoyó claramente a la alta nobleza para aplastar la rebelió n. Conflictos exteriores. Carlos I llegó al trono con un proyecto para hacer frente al expansionismo turco, con todos los soberanos cristianos europeos bajo su supremacía y la asistencia del Pontificado. Pero este proyecto chocó con la irrupció n de las conciencias nacionales en Francia e Inglaterra, el desarrollo de la reforma luterana en Centroeuropa, y el recelo de los papas a sufrir una política cesarista de tutela y control sobre la Iglesia. El Ducado de Milá n fue el centro de los conflictos con Francia. La victoria de Pavía (1525) y el subsiguiente Tratado de Madrid aseguraron al Emperador la posesió n de este territorio. Francisco I de Francia renunciaba a Italia y Carlos I a Borgoñ a. El receloso papa Clemente VII llegó a aliarse con Francia frente al Emperador, lo que provocó que las tropas imperiales llegaran a invadir Roma, saqueá ndola en 1527. El otro enfrentamiento destacado fue con el Imperio Otomano de Solimá n II (1520- 1566), bajo cuyo reinado los turcos amenazaron los dominios imperiales a través del Danubio y del Mediterrá neo. Llegaron a sitiar Viena (1529), y en el Mediterrá neo, con la colaboració n los berberiscos, saqueaban las costas italianas y españ olas. En 1535, el Emperador obtuvo una importante victoria en Tú nez, pero en 1541 fracasó en Argel. Los problemas derivados de la Reforma luterana en Alemania determinaron el fracaso del proyecto imperial. Algunos príncipes alemanes favorecieron al luteranismo como una forma de oponerse a la autoridad del emperador. A pesar de la condena contra Lutero en la Dieta de Worms (1521), la actitud de Carlos frente al protestantismo fue moderada, pero desde el inicio del Concilio de Trento en 1545 se produjo la radicalizació n del conflicto, y Carlos I optó por la solució n militar, venciendo a los protestantes, agrupados en la Liga de Smalkalda, en la batalla de Mü hlberg (1547). Dedicado en cuerpo y alma al Imperio, Carlos apenas se ocupó de los asuntos de Españ a, que quedaron en manos de su esposa Isabel de Portugal, del cardenal Tavera, del secretario Francisco de los Cobos o de su hijo Felipe. Tampoco se preocupó mucho de América. Consciente del fracaso de su proyecto, Carlos V legó el patrimonio austriaco y la dignidad imperial a su hermano Fernando, quien había firmado con los protestantes la Paz de Augsburgo en 1555. Al añ o siguiente abdicó en su hijo Felipe, entregá ndole el resto de su patrimonio. Vivió sus ú ltimos añ os enfermo y retirado del mundo en el monasterio de Yuste. Exploración y colonización de América y el Pacífico. Las Antillas, ocupadas durante el reinado de los RRCC, fueron el punto de partida del expansionismo: Desde ellas se emprendió el dominio del istmo de Panamá por parte de Alvarado y Gonzá lez Dávila, que exploraron Centroamérica entre 1522 y 1524. Siguiendo los pasos de Ponce de Leó n, exploradores como Cabeza de Vaca, Herná ndez de Soto y Vá zquez Coronado se adentraron en el actual territorio de los Estados Unidos, mientras Díaz de Solís, Mendoza y Ulloa exploraban el Cono Sur. La conquista de México fue realizada entre 1519 y 1521 por Herná n Cortés. Partiendo de Cuba y tras fundar Veracruz, logró dominar el gran Imperio Azteca de Moctezuma con una reducida tropa y la alianza de algunos pueblos indígenas. Francisco Pizarro conquistó el Imperio Inca entre 1527 y 1533. Almagro y Valdivia conquistaron Chile, tras luchar contra los araucanos. Ecuador fue la base para la conquista de las tierras altas de Colombia y la exploració n del río Amazonas por Orellana, buscando un reino mítico: El Dorado. Descubierto el Pacífico en 1513, se inició la bú squeda de una vía de enlace con el Atlá ntico. Este era el objetivo de la expedició n del portugués Fernando de Magallanes en 1519, que consiguió encontrar el paso, llamado desde entonces Estrecho de Magallanes. Surcando el Pacífico llegaron hasta las Molucas; allí murió Magallanes, quedando Juan Sebastiá n Elcano como jefe de la expedició n. Al regresar a Españ a por el Índico y el Atlá ntico, la expedició n realizó la primera circunnavegació n del mundo. Todas estas conquistas y exploraciones fueron realizadas y financiadas por particulares que colocaban las tierras dominadas bajo la soberanía de los monarcas españ oles a cambio de honores, tierras y una parte del botín, estipulada en un contrato o capitulació n. Los conquistadores solían ser hidalgos extremeñ os o castellanos, mientras que el peso de las exploraciones marítimas lo llevaron marineros andaluces, cá ntabros y vascos. La conquista tuvo la violencia que acompañ a a los encuentros entre pueblos con distinto nivel de desarrollo. En las Antillas la població n indígena desapareció y en México quedó diezmada. Fue mucho peor el exterminio involuntario como consecuencia de las mú ltiples enfermedades traídas del Viejo Mundo. Los tres nú cleos de asentamiento españ ol má s importantes fueron las Antillas, México y los Andes centrales (Ecuador, Perú , Bolivia). Jurídicamente, los territorios americanos eran reinos, y sus naturales sú bditos de la Corona. Pero, en realidad, dependían del reino de Castilla, que los administraba desde Sevilla a través de la Casa de Contratació n y el Consejo de Indias. Segú n se fue definiendo el territorio se crearon dos virreinatos: Nueva Españ a y Perú. Excepto en los cabildos, donde los criollos podían ejercer cargos pú blicos, todos los cargos fueron ejercidos siempre por personajes enviados desde Españ a. Por su parte, las comunidades rurales de indígenas conservaron sus autoridades, los caciques, y contaron con estatutos propios concedidos por la Corona. El Estado organizó todo el comercio con las Indias en régimen de monopolio castellano, centralizado en la Casa de Contratació n de Sevilla. Los colonos dependían por completo de los suministros metropolitanos para satisfacer sus necesidades alimentarias, de vestido y de utillaje. Para abastecer esta demanda desde Sevilla salían cada añ o dos flotas fuertemente protegidas. En América pervivió en muchas zonas la economía indígena de subsistencia, a la que se superpuso una economía colonial basada en la minería, la ganadería extensiva y la agricultura de plantació n. Las importaciones se pagaban con metales preciosos como el oro y la plata procedente de las grandes minas continentales: Zacatecas (México) y Potosí (Perú ). Estos metales llegaban a Sevilla en las flotas de retorno que volvían desde La Habana. La conquista americana tuvo también terribles consecuencias para los pobladores indígenas: el descenso demográ fico debido a las epidemias traídas por los europeos, la dureza del trabajo al que fueron sometidos, la destrucció n de sus formas tradicionales de vida y de su organizació n social hizo que el emperador, Carlos V, tras la denuncia pú blica de sacerdotes como Bartolomé de las Casas, promulgara las Leyes Nuevas, destinadas a protegerlos. 2.2. FELIPE II: Como contraste del Imperio Universal de Carlos V denominamos al reinado de Felipe II (1556-1598) “Monarquía Hispá nica”. Felipe centró sus esfuerzos políticos en que el centro de su imperio fuera Españ a. No renunció , sin embargo, a la defensa del Catolicismo, que se enfrentaba al crecimiento del Protestantismo. Felipe II tuvo que hacer frente a los compromisos políticos de su padre. Política exterior: En la Batalla de San Quintín de 1558 Felipe II derrotó a los franceses. Esta batalla forzó la paz definitiva entre los dos países (Paz de Cateau-Cambresis), debida al agotamiento financiero de Españ a, y al inicio de las Guerras de Religió n en Francia. Hacia 1570, la ofensiva turca en el Mediterrá neo se hizo especialmente virulenta. Venecia, Españ a y el Papado formaron la Liga Santa comandada por Don Juan de Austria, que derrotó a los turcos en la Batalla de Lepanto (1571), algo que no consiguió terminar con los piratas berberiscos el Norte de Á frica. El Conflicto má s importante al que se enfrentó Felipe II fue el de los Países Bajos. El norte calvinista se enfrentó al sur cató lico y Felipe II luchó por la uniformidad religiosa cató lica. La guerra estalló en 1568 con la rebelió n de las Provincias Unidas de Holanda. Felipe II recurrió a la fuerza y envió al Duque de Alba, que ejecutó a los principales cabecillas. Fue una guerra lenta de asedios y una auténtica sangría para los tercios y la hacienda españ ola. A partir de 1580 Inglaterra se sumó a los enemigos de Felipe II. Por un lado, la Inglaterra Isabelina desafiaba el poder marítimo de Españ a en el Atlá ntico y el monopolio del comercio con América. Ademá s, había un problema religioso. Inglaterra era una potencia protestante y ayudaba a los rebeldes holandeses contra los tercios españ oles. Este doble desafío provocó la respuesta militar de Felipe II: la Armada Invencible (1588), que fracasó en su intento de invadir Inglaterra. Esta derrota supuso la pérdida de la hegemonía marítima españ ola en el Atlá ntico. Los añ os finales del gobierno de Felipe II estuvieron marcados por su intervenció n en las Guerras de Religió n en Francia. Felipe II apoyó a la Liga de Guisa para luchar contra el protestantismo, pero también para debilitar políticamente a Francia y controlarla. La Paz de Vervins de 1598 acabó con esta guerra y devolvió la estabilidad a Francia. Política interior. Rebelió n de los moriscos de las Alpujarras: Felipe II les acusó de ser posibles colaboradores de la expansió n turca por el Mediterrá neo, aunque la verdadera razó n era la necesidad de establecer la uniformidad religiosa en el Reino. Los moriscos se rebelaron ante el acoso de las autoridades y fueron sometidos por el ejército de Don Juan de Austria, expulsados y dispersados por el resto de Españ a. Entre 1580 y 1581 se produjo la incorporació n de Portugal a la Corona de Felipe II. É ste reclamó el Reino por la herencia de su madre Isabel de Portugal, con el apoyo de la Alta Nobleza Portuguesa. Portugal mantuvo sus leyes e instituciones. Su incorporació n a la corona de Felipe II supuso la unidad política de toda la Península, ademá s añ adió su propio imperio colonial (Brasil, Indonesia, Molucas, etc.) al españ ol. Felipe II practicó una política absolutista., y esto supuso conflictos con la Corona de Aragón, de tradició n pactista. La causa del conflicto fue el caso de Antonio Pérez, secretario de Felipe II, que fue acusado por éste de corrupció n y venta de secretos. Antonio Pérez huyó a Aragó n y se colocó bajo la protecció n de sus fueros y del Justicia de Aragó n (1591). Entonces Felipe II recurrió a la Inquisició n tras acusarle de herejía. Esta maniobra fue juzgada como un atentado a los fueros de Aragó n y provocó una rebelió n que el rey tuvo que reprimir por la fuerza (ejecució n del Justicia, Lanuza). 3. LOS AUSTRIAS MENORES. Crisis y decadencia del Imperio: A partir de Felipe II, los Habsburgo gobernaron desde una corte fija, instalada finalmente en Madrid (1561), con colaboradores y recursos españ oles, y utilizando el castellano como lengua oficial. Con el paso del tiempo, en todos los territorios acabaron predominando los cargos españ oles, y en especial los castellanos. De hecho, el peso de Castilla no hizo sino acentuarse, soportando casi en solitario el esfuerzo de la monarquía. Los otros reinos hispanos estuvieron má s apartados de las cargas. Felipe II, dueñ o de un imperio en el que no se ponía el sol, oscurece a sus sucesores, Felipe III, Felipe IV y Carlos II, que ocupan todo el siglo XVII, y protagonizaron la etapa má s dura de la crisis. Felipe III fue un monarca sin formació n y de cará cter débil; su hijo Felipe IV, má s preocupado por los asuntos pú blicos, unió a su escaso cará cter la debilidad física; y su hijo Carlos II fue claramente un rey incapaz tanto física como mentalmente. Los sucesivos matrimonios con princesas de la misma Casa de Austria no son ajenos a este proceso. En cualquier caso sería injusto cargar las tintas sobre unos monarcas que heredaron graves problemas políticos y econó micos de sus famosos antecesores. 3.1. FELIPE III. Los Validos: Los Austrias Menores se desentendieron del ejercicio del poder, dejá ndolo en manos de los “validos”, personajes vinculados a la Corte que llegaron a gobernar en lugar de los reyes. La impunidad en el ejercicio del poder, unida a la tupida red clientelar, llevaría a la proliferació n de manejos corruptos que desprestigiaron el sistema. Ni los reyes ni sus validos estuvieron a la altura. Durante el reinado de Felipe III hay que hablar de Francisco de Sandoval y Rojas, duque de Lerma. Valido ineficaz y corrupto, asumió los poderes ejecutivos y tras desmontar el equipo gobernante de Felipe II, lo sustituyó por su parentela, entre la que repartió riquezas, honores y cargos, institucionalizando la corrupció n. Llegó a trasladar la Corte a Valladolid entre 1600 y 1606 para ganar dinero con la operació n inmobiliaria. Al final, reconvertido en Cardenal para evitar ser juzgado, fue relevado en el cargo por su hijo, el Duque de Uceda y por el confesor Aliaga. Su ú nico mérito puede buscarse en la política exterior, logrando la paz con Inglaterra, Francia y Holanda. En los ú ltimos añ os de su reinado, Felipe III intervino en la guerra de los Treinta Añ os (1618-1648) en apoyo del emperador austriaco, algo que en nada beneficiaba a Españ a. La expulsión de los moriscos: A nivel social destaca la expulsió n de los moriscos en 1609, medida absurda y conflictiva. Muchos moriscos se asentaron en el norte de Á frica, desde donde desarrollaron una hostilidad notable hacia Españ a. En Salé (Marruecos), numerosos moriscos extremeñ os y andaluces llegaron a crear una repú blica dedicada a la piratería contra los barcos españ oles. 3.2. FELIPE IV. Proyecto de Reforma de Olivares. Felipe IV tuvo un gobierno má s prolongado que el de su padre. Su valido hasta 1643, Don Gaspar de Guzmá n, Conde-Duque de Olivares, fue un político má s preparado y menos corrupto; pero también obstinado. Las tremendas dificultades econó micas y la oposició n de la aristocracia frustraron sus intenciones políticas. El primer error de Olivares fue emprender una política exterior imperialista para recuperar el prestigio de la monarquía. Así, tuvo la nefasta idea de involucrara Españ a a fondo en la Guerra de los Treinta Añ os. El coste del conflicto provocó el quebranto de las arcas estatales. A ello hay que añ adir las malas cosechas desde 1628 y las dificultades del comercio con América. Sin recursos econó micos pretendió reformar la administració n, creando las Juntas de Reforma para evitar los antiguos consejos y a las Cortes de Castilla. También desarrolló una política centralista cuya finalidad era que todos los territorios hispanos tuviesen un régimen legal y fiscal similar al castellano, repartiendo las cargas que hasta entonces só lo soportaba Castilla. El primer paso del plan de Olivares fue la Unió n de Armas en 1626, el alistamiento, en caso de guerra, de un ejército de 140.000 hombres reclutados en todos los territorios de la monarquía. Este proyecto generó protestas entre las clases populares, ya que no se siguieron criterios proporcionales. Donde encontró un mayor rechazo fue en la Corona de Aragó n, donde las Cortes rechazaron el proyecto, dando origen a conflictos secesionistas que finalmente le costaron el poder. La Guerra de los Treinta Años (1618-1659): Esta guerra entre el emperador cató lico austriaco y los estados protestantes alemanes derivó en un conflicto internacional, con la intervenció n de daneses y suecos. Se complicó con la reanudació n de la guerra contra las Provincias Unidas a causa de los constantes ataques holandeses a las colonias castellanas y portuguesas; acentuada desde 1633, cuando los Países Bajos retornaron a soberanía del rey de Españ a tras la muerte sin herederos de la princesa Isabel Clara Eugenia. Al apoyar la cató lica Francia abiertamente al bando protestante, la guerra se convirtió en una confrontació n por la hegemonía europea entre Francia y los Habsburgo. La Monarquía españ ola y sus aliados cosecharon una serie de éxitos iniciales, que culminaron con la victoria de Nö rdlingen ante el ejército sueco. La intervenció n francesa modificará la guerra con consecuencias desastrosas para Españ a, que tuvo que hacer un enorme esfuerzo econó mico, con rebeliones internas desde 1640. La derrota de los Tercios en Rocroi (1643) hizo la situació n insostenible. El emperador austriaco tuvo que firmar la Paz de Westfalia (1648), donde Españ a reconoció la independencia de Holanda, y continuó la guerra con Francia. La rebelión de Cataluña: Para forzar la participació n de los catalanes en la guerra, Olivares abrió un frente en la frontera catalana. Las elevadas cargas econó micas y los roces entre el ejército real y los paisanos degeneraron en la rebelió n del Corpus de Sangre (1640). Las autoridades catalanas buscaron el acuerdo con la Monarquía, pero Olivares se negó viendo una excusa perfecta para someter Cataluñ a. La Generalitat rechazó a las tropas reales, solicitó la ayuda francesa y proclamó conde de Barcelona a Luis XIII. Fue un movimiento social, econó mico y nacionalista, contrario al centralismo de Olivares. La sublevación de Portugal: El duque de Braganza será coronado como Juan IV. El detonante fue la oposició n al reclutamiento de soldados para someter la sublevació n catalana y el descontento popular por el aumento de los impuestos. Sin mucha relació n con éstas, en 1641 hubo revueltas nobiliarias en Andalucía y en 1647 en Aragón, Nápoles y Sicilia, que fueron sofocadas. La Monarquía Hispá nica se descomponía. La imposibilidad de Olivares de someter las sublevaciones portuguesa, y especialmente, la catalana, provocó su caída en desgracia en 1643 y su sustitució n por su sobrino Luis Méndez de Haro, cuya falta de visió n política le impidió aprovechar la coyuntura para obtener un buen acuerdo de paz que Francia estaba entonces dispuesta a aceptar. La posterior alianza de Francia con la Inglaterra de Oliver Cromwell volvió a sumirnos en la derrota. En 1655 los ingleses se apoderaron de Jamaica sin declaració n de guerra, y cortaron la comunicació n marítima entre Españ a y Flandes. En 1659 Felipe IV tuvo que firmar la Paz de los Pirineos, por la que pasaban definitivamente a Francia el Roselló n y la Cerdañ a, ademá s de varias plazas de los Países Bajos. Era el fin de la hegemonía españ ola en Europa. 3.3.CARLOS II. El problema sucesorio: Carlos II heredó el trono de Felipe IV con apenas cinco añ os. La regencia recayó en su madre, Mariana de Austria, que entregó el gobierno a su confesor, el jesuita alemá n Everardo Nithard (1665-1669), y después a una inoperante Junta de Regencia. En 1675 se otorga la mayoría de edad a Carlos II, cuya incapacidad física y mental era evidente, estando la autoridad política siempre en manos de sus validos: Fernando Valenzuela, su hermano bastardo Don Juan José, el duque de Medinaceli y el conde de Oropesa. En la ú ltima década de su vida estuvo a merced de su esposa Mariana de Neoburgo, que abrió una etapa de corrupció n. El gobierno má s destacado fue el de Juan José de Austria, cuya muerte llegó de forma inesperada tras poco má s de dos añ os en el gobierno, dejando al rey en el má s absoluto desamparo. A nivel exterior, la Monarquía españ ola quedó reducida a potencia de segundo rango. Aprovechando su creciente debilidad, Luis XIV de Francia ejerció una continua presió n sobre los dominios españ oles. Los antiguos enemigos de Españ a, Inglaterra y Holanda, recelosos de la expansió n francesa, se convirtieron en aliados. Un primer conflicto se solventó con la Paz de Aquisgrá n en 1668, por la que Españ a recuperaba el Franco Condado. Un segundo conflicto se saldó en 1678 con la Paz de Nimega, por la cual Francia se anexionaba el Franco Condado, Artois y numerosas plazas de Flandes. Una tercera guerra, iniciada en 1689, terminó con la generosa Paz de Ryswick en 1697, por la que Francia devolvió a Españ a Luxemburgo, buena parte de las plazas flamencas y las que había ocupado en Cataluñ a, pero con la perspectiva de quedarse con todo en breve. La previsible muerte sin descendencia de Carlos II, dio pie a varios tratados secretos de reparto de sus dominios entre las potencias europeas, mientras la Corte españ ola se convertía en el foco de numerosas intrigas sucesorias. Al legar sus Estados al francés Felipe de Anjou (1700), Carlos II salvó la integridad de la Monarquía, pero originó un conflicto internacional. 4. LA CRISIS DE LA MONARQUÍA HISPÁNICA. 4.1. LA CRISIS ECONÓMICA. Si en la primera mitad del siglo XVI los efectos de la economía americana habían sido positivos, no puede decirse lo mismo del reinado de Felipe II. El monopolio fue imposible de mantener, ya que su lentitud encarecía las mercancías. Por ello, los colonos preferían recurrir al contrabando y comenzaron a desarrollar cultivos para su autoabastecimiento. También ganaron importancia las exportaciones de productos de plantació n, obtenidos con el trabajo de los esclavos negros, como las tintó reas (cochinilla, índigo, palo de Campeche), el cacao, el tabaco o el azú car. Ademá s, las especies animales introducidas por los españ oles fueron el origen de una ganadería extensiva, propiciando una activa exportació n de cueros. Otro factor desestabilizador fue el incremento en la producció n de plata en Zacatecas (México) y Potosí (Perú ), al tiempo que se reducían los costes de explotació n por la introducció n del tratamiento a base de mercurio. La masiva llegada de metales preciosos a la península provocó un proceso hiperinflacionista que se conoce como “la revolución de los precios”. Esto, unido a la escasez de mano de obra, provocó una fuerte subida de los salarios que, a su vez, restó competitividad a las manufacturas castellanas frente a las europeas. Esto hizo salir de Españ a la mayor parte de la plata americana para cubrir el déficit comercial. Otra buena parte salía para pagar la interminable serie de conflictos que Carlos I y Felipe II emprendieron por toda Europa. Las cargas recayeron fundamentalmente sobre Castilla; para obtener los recursos necesarios se recurrió a nuevos tributos, la enajenació n de recursos de la monarquía, la venta de títulos y cargos, préstamos de banqueros alemanes e italianos y la emisió n de juros o deuda pú blica. Aú n así, los gastos se multiplicaron por nueve, provocando tres bancarrotas (1557, 1575, 1596). Felipe III encabezó un periodo de paz, y se podría esperar una recuperació n econó mica. No fue así, ya que ademá s de un estancamiento en la llegada de plata, los posibles ahorros fueron consumidos por los préstamos, dispendios y corruptelas del Duque de Lerma, lo que llevó al Estado a sucesivas bancarrotas. En el reinado de Felipe IV el gobierno fue má s eficaz, pero con Españ a nuevamente en guerra, la situació n econó mica llegará a ser dramá tica. El estado padecía bancarrotas continuas, mientras los flujos de plata americana se reducían. Ademá s, las calamidades naturales, la mala administració n, la ausencia de reformas y la mentalidad econó mica predominante está n en la base de esta decadencia. El descenso demográ fico por la mortandad en la guerra, la emigració n a América y la expulsió n de los moriscos, determinó la falta creciente de mano de obra agrícola. La ú nica mejora está en la introducció n del cultivo del maíz en la zona cantá brica y Galicia. La ganadería lanar experimentó un retroceso. También hay que destacar la falta de innovaciones técnicas, el inmovilismo de los gremios y la falta de atenció n estatal. Ú nicamente los sectores estimulados por la actividad bélica, como la cría de caballos y la siderurgia, tuvieron desarrollo. El comercio interior era obstaculizado por las malas comunicaciones, las aduanas interiores y los conflictos secesionistas. El volumen del comercio exterior decreció también. La pérdida del control de las rutas marítimas debilitó las relaciones econó micas con Españ a, mientras las fortalecía con otros países y entre los propios territorios americanos, que empezaron entonces a integrarse al margen de la metró poli. En una tendencia inversa a la política, durante el reinado de Carlos II, perdida ya toda ilusió n hegemó nica, se inició la recuperació n econó mica, sobre todo en los territorios de la periferia. El renacer de Cataluñ a se sustentaba en una diná mica industria textil y en un pró spero comercio basado en la exportació n. Descendió la inflació n, aumentó la producció n de lana, y con la creació n de la Junta General de Comercio (1676) se reactivó éste y, en particular, el comercio de metales. 4.2. CRISIS DEMOGRÁFICA Durante el reinado de Felipe II la població n españ ola se estanca por las guerras y las migraciones, hasta la epidemia de peste de 1596, que causó medio milló n de muertos. Lo peor estaba aú n por llegar, y en 1650 la població n españ ola apenas superaba los ocho millones. En esta regresió n influyeron varios factores. Especialmente grave, por tratarse de una decisió n política, fue la expulsió n de trescientos mil moriscos en 1609, sobre todo en Aragó n, Murcia, y Valencia, que perdió por esta causa el 25 % de la població n. La medida era inoportuna, provocando una decadencia agrícola en las tierras de Levante. También fue muy importante la emigració n a los territorios de América; que afectó a 200.000 españ oles; ademá s, los emigrantes suelen ser jó venes. Desde el punto de vista de la mortalidad, fueron decisivas las continuas levas por las guerras en Europa, de las que muchos no regresaron o lo hicieron en condiciones lamentables. A ello se unieron la sucesió n constante de malas cosechas. Entre 1647 y 1652 otra epidemia provocó una mortalidad enorme en la Corona de Aragó n, Murcia y Andalucía. En esos añ os Sevilla, que tenía 130.000 habitantes, perdió casi la mitad de su població n. La recuperació n se ralentizó por una caída espectacular de los índices de nupcialidad y de natalidad, dada la elevada proporció n de clérigos, tullidos y hombres en armas. En esta situació n, Olivares pretendió aumentar el poder de Españ a con una política natalista y favoreciendo la inmigració n. La Meseta perdió su preponderancia demográ fica y econó mica. Las grandes ciudades castellanas vieron reducida su població n a la mitad, y só lo Madrid creció por su papel de Corte. Desde ahora la població n tenderá a concentrarse en la periferia de la Península Ibérica. En América, hasta mediados del siglo XVII continuó la caída de la població n india, estabilizá ndose después. Por el contrario, aumentaron los efectivos negros, mulatos y mestizos, que fueron fijados en las Antillas y en las tierras bajas de México y de América Central. La població n blanca se triplicó entre 1600 y 1700 debido má s al crecimiento vegetativo criollo que a la inmigració n. Entre los criollos destacaban los grandes latifundistas, hacendados y estancieros, que en este siglo agrandaron su patrimonio por la anexió n de tierras concejiles o de las comunidades indias. Muchos lograron constituir mayorazgos y por compra de títulos al rey sentaron las bases de una nobleza indiana con una fuerte conciencia de identidad frente a los españ oles venidos de la Península. 5. EL SIGLO DE ORO. En el siglo XVI se produce la primera etapa del Siglo de Oro, el Renacimiento Españ ol. Durante la época de Carlos V tuvo mucha importancia la influencia de Erasmo de Rotterdam. Sin embargo, la fundació n de la Compañ ía de Jesú s, y el Concilio de Trento frenaron cualquier tipo de reforma religiosa durante el reinado de Felipe II. Entre los logros culturales má s importantes hay que citar a Francisco de Vitoria, fundador del Derecho Internacional, o en literatura obras tan importante como el Lazarillo de Tormes, el Misticismo de San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesú s o la obra de Fray Luis de Leó n. En las artes plá sticas hay que citar el Plateresco, el Herreriano, en escultura Alonso de Berruguete y en pintura El Greco. Ya empezada la crisis es cuando se da el mayor esplendor cultural, sobre todo en las letras, con los má s importantes autores y una obra señ era, El Quijote. El realismo se afirmó en la abundante novela picaresca. También destacó el teatro, realista, popular y conservador y religioso, de Lope de Vega a Tirso de Molina. Y la poesía, tanto en la versió n culterana de Gó ngora como en la conceptista de Quevedo. La muerte de Felipe IV (1665) suele tomarse como límite del llamado Siglo de Oro. Desde esta fecha hasta finales de siglo só lo pervivió la figura de Calderó n de la Barca, desapareciendo los géneros picaresco y de caballería. Aunque el Barroco supone una liberació n de las normas clá sicas para potenciar la libertad del artista, el arte se mantuvo en la arquitectura muy apegado a la tradició n herreriana, aunque afirmando su barroquismo en una decoració n cada vez má s abundante, sobre todo en los retablos. Posiblemente fue en la pintura donde se alcanzó un nivel artístico má s elevado con representaciones realistas y mayoritariamente religiosas. Velá zquez fue el má s famoso de ellos. No obstante, en las Universidades la materia predominante es la teología, centrada exclusivamente en el dogma cató lico.

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