Los Caciques en el Siglo XVI PDF
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Universidad del Pacífico
2007
ALAPERRINE-BOUYER
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Summary
This document examines the role of caciques in the 16th century, under Spanish colonial rule. It discusses how the Spanish administration's impact on their power and the subsequent influence on the social and political structures. Key aspects are the shift from Inca control to Spanish authority, impact on traditional hierarchies, and the cacique's adaptation to the new system.
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LC HISTORIA ALAPERRINE-BOUYER 2007.I.3-4 CL (...) 3. Aprender a ser cacique bajo los españoles CUANDO EL PODER español sustituyó al inca, la cumbre de la pirámide de 1 las jerarquías perdió su control sobre la economía y la política del...
LC HISTORIA ALAPERRINE-BOUYER 2007.I.3-4 CL (...) 3. Aprender a ser cacique bajo los españoles CUANDO EL PODER español sustituyó al inca, la cumbre de la pirámide de 1 las jerarquías perdió su control sobre la economía y la política del país: solo quedaron los caciques principales haciendo de bisagra entre la «república de indios» y la administración colonial. Esta administración para controlar los recursos y recoger el tributo se coló en el molde inca, tratando con el cacique principal y modificando a su vez las normas de sucesión al imponer que el hijo mayor heredase el título, según el modelo del mayorazgo. La utilización de la cuadriculación poblacional elaborada por los incas, y del poder del cacique principal sobre sus indios, era el mejor modo de percibir eficazmente el tributo y de controlar las masas. Todos los partidarios de la creación de los colegios de caciques argüían que la autoridad del cacique era la mejor garantía para lograr la evangelización de los indios, porque estos últimos los respetaban, temían e imitaban. 1 La dominación española sustituyó un sistema centralizado de recaudación del tributo por una parcelación cada vez mayor por medio de las encomiendas, trastornando así las normas de poder que regían la sociedad andina. Para imponer la nueva religión emprendió la extirpación de la anterior –lo que no habían hecho los incas–, atacando lo más sagrado: el culto a los muertos, del que los caciques eran los guardianes, poniendo fin a su privilegio de tener varias mujeres, lo que escandalizaba la moral cristiana. Además, el nuevo poder sustituía a los administradores incas y sus quipus por funcionarios españoles con su papel y tinta, que controlaban a los quipucamayoc. El cacique tuvo que aprender el castellano, a leer y a escribir, y a portarse como buen cristiano. El aprendizaje de la lengua española, si consideramos la multitud de cédulas y decretos reales al respecto, no se realizó fácilmente. Como había sucedido con los incas, los caciques principales tuvieron la obligación de saber la lengua de los conquistadores. Las elites indígenas fueron probablemente las primeras en ser confrontadas con el aprendizaje de una «verdad» sobre el mundo. Esta verdad, venida 2 de fuera, no se anclaba en el paisaje ni en un pasado común del ayllu. Fijada por la escritura, planteaba, sin duda, difíciles problemas de conciliación con la tradición oral, constantemente modificable y por eso tal vez fragilizada. Hacía falta aprender los textos de memoria a partir de un prototipo escrito que no toleraba alteración alguna. Tal novedad afectaba forzosamente el proceso de elaboración del pensamiento. Algunos caciques se prestaron perfectamente a este nuevo aprendizaje, por lo menos en apariencia, y supieron sacar un provecho personal, otros perdieron con ello sus privilegios y aún la vida (Spalding, 1984: 265). Además, si antaño los caciques subalternos gozaban de cierta consideración así como de privilegios reducidos pero reales, ya no fue lo mismo después de la Conquista. El poder colonial no tenía por qué considerar a los que no servían de intermediarios entre los indios del común y él. Así, se encuentran en el censo de Lima de 1613 muchos hijos o hermanos de caciques que, por una parte habían llegado de su provincia a la capital virreinal, y por otra ocupaban puestos de trabajo inferiores. Algunos eran sastres, otros bordadores, pero también uno 3 empedrador y otro rastrero1 en el matadero de la ciudad (Cook, 1968: 387). Además, la elite religiosa, los ancianos, ministros de los cultos antiguos que servían de mediadores entre las fuerzas naturales y los hombres, y cuyas interpretaciones representaban una forma soberana de saber para la comunidad, fue desconsiderada, reducida al silencio y perseguida. La tradición, sus ritos y mitos pronto resultaron sospechosos, ya que perpetuaban las idolatrías. Por lo tanto, se produjo un hundimiento de gran parte de las elites locales que tuvieron que renunciar a toda forma de privilegio para perderse en la masa de los indios del común. La elite indígena susceptible de ser educada a principios del XVII era tan solo un puñado de hombres. Es significativo que tanto en el Cercado como en pueblos aislados de la sierra, el oficio de escribano haya sido ocupado por indios. Estos 1 Sebastián de Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana o española da la definición siguiente: «Rastro: el lugar donde se matan los corderos […] Dixose rastro porque los llevan arrastrando desde el corral a los palos donde los desuellan, y por el rastro que dexa se le dio este nombre al lugar». Es de suponer que se llamaba rastreros a los empleados del matadero. 4 escribanos habían aprendido no solo a leer y escribir sino también a redactar utilizando las fórmulas adecuadas para cada tipo de documento requerido, basándose en textos jurídicos. Desempeñaban un papel preponderante dentro del pueblo, puesto que manejaban tanto las quejas como los testamentos. Constituían otro vínculo con la administración colonial. Es de suponer que la mayoría pertenecía a familias de caciques. Sin embargo, la falta de documentación al respecto no permite ir más allá de las conjeturas. 4. El punto de vista de los españoles y criollos EN CUANTO A la opinión que tenían los españoles sobre la educación de los caciques, variaba entre dos polos opuestos, que remitían a dos posturas frente al indio: el cacique bien educado sería el mejor evangelizador de sus indios, o al contrario, el cacique educado sería una amenaza para el orden colonial. Las dos posturas coincidían en un punto: la autoridad innegable del curaca sobre sus indios. Ya en 1541, el escribano Jerónimo López escribía al emperador desde Nueva 5 España que los indios por su habilidad «y por lo que el demonio negociador pensaba negociar por allí», se habían vuelto tan buenos escribanos que «por sus cartas se saben todas las cosas en la tierra de una y otra mar muy ligeramente lo que antes no podían hacer» (Icazbalceta, 1962: I, 297). Para él, dar instrucción a los caciques equivalía a dar armas al demonio contra los cristianos. Las mismas ideas se encontrarían algunos años más tarde en el Perú. En un memorial dirigido a Felipe II en 1588, un cura de la diócesis de Charcas, Bartolomé Álvarez, denunció con vehemencia ejemplar las idolatrías y doble juego de los caciques e indios ladinos. Insistió en el gusto que tenían los caciques por el poder y la influencia nefasta que ejercían sobre sus indios. Acusó a los viejos «dogmatizadores» de seguir transmitiendo los cultos paganos y no vaciló en decir que había que quemarlos a todos, ya que de todas formas se asarían en el infierno (Álvarez, 1998: 139). Pero también evocó a los caciques ladinos a quienes acusaba de ser espías al servicio de los herejes. Se escandalizaba de que uno de ellos 6 hubiera comprado un Monterroso –un tratado de Derecho para escribanos, también mencionado por Huaman Poma (1989: 359)– y otro las Partidas del rey Alfonso, viendo en esto la mala intención de poner pleitos. En la opinión de Álvarez, los indios ladinos tenían la posibilidad de leer libros prohibidos, sobre todo libros heréticos traídos por los ingleses. Concluía diciendo: «De aquesto se ve cuán pernicioso sería dejarles aprender latín, y cuán mal hecho es el enseñárselo» (Álvarez, 1998: 269). De hecho, el latín era un instrumento de poder. Por eso, Huaman Poma pedía que los caciques principales, y solo ellos, supieran latín. Bartolomé Álvarez, al denunciar el daño que representaba enseñárselo, añadía: «quien tiene codicia de querer saber hacer una petición y estudiar leyes para hacer mal, también la tendrá mañana de querer saber interpretar el evangelio» (Álvarez, 1998: 269). A pesar del desprecio que manifestaba por la poca capacidad intelectual de los indios, tenía que reconocer que algunos aprendían bien y pensaba que un saber equivalente al de los cristianos los volvería más peligrosos aún que sus prácticas idolátricas. Un indio ladino podía abrir la puerta a las 7 herejías y a la traición. Según él, los indios pacasas ya aprovecharon su educación para escribir una carta «Á los muy magníficos señores luteranos» cuando vino Francis Drake (Álvarez, 1998: 268). El miedo a los piratas que se propagó en el Perú entonces sirvió como pretexto para reforzar la desconfianza hacia los indios y el control ideológico sobre la población (Flores Guzmán, 2005: 48-49). Proporcionaba un argumento apreciable a los detractores de la educación de los caciques. Pero esta teoría no logra disimular un sentimiento que no podía confesar: el temor a que los indios, al saber demasiado, encontraran argumentos lógicos para refutar el dominio hispano. Esta preocupación asoma en algunas anécdotas, como la del indio que pretende que si el cura, al consagrar la hostia, estaba en estado de pecado, el sacramento no valía porque no había consagración (Álvarez, 1998: 270). Parece que aquí, el temor a ser juzgado es la verdadera motivación de la acusación de herejía del ensañado doctrinero. Que el indio llegue a interpretar el evangelio equivale a que pretenda una igualdad intelectual con los españoles. Siempre virulento, Bartolomé Álvarez denuncia el empeño 8 de los caciques en educar a sus hijos. Se escandaliza de que uno de ellos quiera mandar a su hijo a Salamanca: «y maxime según la diligencia que este cacique quiere hacer en su hijo, que un día de estos le pretenderá hacer oidor y otro día gobernador» (Álvarez, 1998: 269). El memorial de Bartolomé Álvarez refleja lo que pensaba una buena parte de la elite española y criolla. Para este extirpador encarnizado, la educación de los indígenas amenazaba la autoridad de los doctrineros y del poder colonial, lo mismo que un clero indio amenazaría los privilegios del clero español. Comparar las posturas de Bartolomé Álvarez, doctrinero entre muchos, y de Huaman Poma, descendiente de caciques, cristiano convencido que participó de la extirpación de las idolatrías, pone de manifiesto la oposición continua entre la elite indígena y cierta parte de la sociedad colonial sobre el tema de la educación. La educación superior de los indios principales, considerada como peligrosa o inútil por unos, como necesaria por otros, y temida por la mayoría de las elites españolas, no carecía de importancia en la formación de la sociedad 9 colonial. Era constantemente objeto de medidas y decretos muchas veces repetidos porque no se aplicaban. Facilitar a los caciques la práctica de la lectura y de la escritura, requerida por su oficio, podía abrir una caja de Pandora, ya que significaba dar acceso a toda clase de lecturas, al razonamiento crítico y a la defensa de intereses contrarios. Dar una buena educación a los indios significaba, para muchos, darles armas para rebelarse. El hecho de que los caciques pidieran aprender latín y leer libros de Derecho, manifestaba su intención de poner trabas al poder colonial con peticiones y pleitos, y nada más. FICHA BIBLIOGRÁFICA ALAPERRINE-BOUYER, M. (2007). La educación de las elites indígenas en el Perú colonial. Cap. 1: «Los caciques: entre encuentro y convivencia», pp. 29-33. Lima: Instituto Francés de Estudios Andinos, Instituto Riva-Agüero. 346 págs. 10