Manifestaciones del ser personal - Antropología García Cuadrado - PDF
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García Cuadrado
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This document explores the manifestations of personal being in human beings, according to philosophical anthropology. It details concepts such as self-awareness, freedom, and intimacy, highlighting the unique characteristics of human persons. The text draws from the work of various authors in the field.
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LA FUNDAMENTACIÓN METAFÍSICA DE LA PERSONA HUMANA 147 6. LAS MANIFESTACIONES DEL SER PERSONAL Del carácter corpóreo-espiritual propio de la persona humana se derivan una serie de rasgos distintivos que no son más que consecuencias o manifestac...
LA FUNDAMENTACIÓN METAFÍSICA DE LA PERSONA HUMANA 147 6. LAS MANIFESTACIONES DEL SER PERSONAL Del carácter corpóreo-espiritual propio de la persona humana se derivan una serie de rasgos distintivos que no son más que consecuencias o manifestaciones de su peculiar estatuto ontológico. La dignidad personal se funda en la riqueza de su acto de ser personal de naturaleza espiritual y, por tanto, en una cierta seme- janza con el Ser divino. La filosofía contemporánea ha profundizado en la pecu- liaridad de la persona humana advirtiendo algunos rasgos específicos que distin- guen radicalmente al hombre del resto de las criaturas. Se obtienen así una serie de notas o propiedades de la persona como los siguientes: a) La autoconciencia. Gracias al carácter espiritual del entendimiento, el hombre puede ponerse a sí mismo como objeto de conocimiento. La persona hu- mana aparece a la vez como sujeto y objeto de su conocer. Esta autoconciencia consiste no sólo en conocer (esto también lo hacen los animales en el nivel sensi- ble), sino que además «saben» que están conociendo (se «dan cuenta» de ello). «Una cosa es ser el sujeto, otra ser conocido (es decir, objetivado) en cuanto su- jeto y otra, experimentar el propio yo en cuanto sujeto de los propios actos y ex- periencias. (La última distinción se la debemos a la función reflexiva de la con- ciencia)» 54. Cuando el sujeto humano actúa se percibe a sí mismo como la fuente de su obrar que está siempre valorado moralmente: en esto consiste la conciencia moral que acompaña el obrar de la persona humana. b) La libertad. La persona humana no sólo es algo ya dado ontológica- mente, sino algo («alguien») que se va configurando a sí mismo. El hombre se determina como persona a través de sus actos (por eso se dice que se «autodeter- mina» o que se «autorrealiza»), y en este sentido la persona se presenta como el principal protagonista de su propia existencia. Aquí radica la autonomía propia de la persona: siendo dueño de mis propios actos soy capaz de proyectarme, «vi- vir mi vida». En la actualidad existe una tendencia a identificar libertad y perso- na; por esta razón «sin disminuir en nada la validez de la definición clásica del hombre como animal racional, hoy nos resulta más expresiva de la peculiar per- fección humana su caracterización como animal libre» 55. En esto coinciden los planteamientos clásicos y el moderno personalismo: la libertad es la propiedad que mejor define a la persona humana, como tendremos ocasión de ver más ade- lante. c) Intimidad. El primer ámbito donde se manifiesta la libertad es en mi vida consciente o, si se prefiere, en mi mundo interior. La intimidad de la persona se refiere a su mundo interior que no es visible desde fuera; sólo la persona conoce 54. WOJTYLA, K., Persona y acción, op. cit., p. 55. 55. CLAVELL, L., Metafisica e libertà, Armando Editori, Roma 1996, p. 173. No obstante, es pre- ciso reconocer con el pensamiento clásico que tal libertad se funda en última instancia en la racionali- dad. Así, es posible seguir admitiendo el valor de la definición de hombre como «animal racional». Cfr. MILLÁN-PUELLES, A., El valor de la libertad, Rialp, Madrid 1995, pp. 45-52. 148 LA PERSONA HUMANA su mundo y nadie más que ella si no quiere darlo a conocer. La intimidad supone el grado máximo de inmanencia, porque lo íntimo es lo que sólo conoce uno mis- mo: es lo más propio y lo más personal. Es un lugar sagrado del que somos due- ños y sólo dejamos entrar a quien queremos. Del fondo de mi intimidad surge mi obrar que adquiere el carácter de novedoso (lo que yo pienso o amo nadie más lo pensará o amará si yo no lo hago). Por eso afirma Guardini: «Persona significa que yo no puedo ser habitado por ningún otro, sino que en relación conmigo es- toy siempre sólo conmigo mismo; que no puedo estar representado por nadie, sino que yo mismo estoy por mí; que no puedo ser sustituido por otro, sino que soy único. Todo ello subsiste, aun cuando la esfera de la intimidad sea tan pertur- bada como se quiera por la intervención y la publicidad. Lo único que en tal caso se pierde es el estado psicológico del respeto ajeno y de la paz, pero no la soledad de la persona en sí» 56. Ninguna intimidad es igual a otra y por eso la persona es única e irrepetible: ser persona es ser alguien insustituible. Si yo no amara a mis padres nadie será capaz de llenar ese amor. Además nadie puede obligarme «des- de fuera» a forzar mi intimidad, aunque exteriormente pueda parecerlo. Por ejem- plo, para evitar un castigo puedo decir lo contrario de lo que pienso, pero nadie me puede obligar a pensar de otro modo si yo no quiero. d) El diálogo y la intersubjetividad. De la necesidad de compartir mi propia intimidad surge el diálogo. Ser persona es ser alguien para otro. El yo personal se capta frente al tú. No hay yo sin un tú, porque la persona alcanza el conocimien- to de su propia intimidad, es decir, la conciencia de sí mismo, mediante la rela- ción y el diálogo intersubjetivo. Esto resulta importante en el campo de la educa- ción, donde el proceso de formación de la personalidad humana se debe entender como un diálogo educativo. La amistad es otra buena expresión de la necesidad de la persona de ser «reconocido» como algo valioso para «el otro». Normalmen- te, la expresión de la intimidad se realiza a través de las palabras, pero también a través del cuerpo (el rostro y los gestos). También se manifiesta a través del vestido: éste no sólo sirve para cubrir la indigencia personal, sino también para proteger la propia intimidad. Además de proteger mi intimidad, también la ma- nifiesto pues a través del vestido me distingo de otros: entre otras cosas, sirve para identificarse por la función social. e) La donación. La persona humana se realiza como tal cuando extrae algo de su intimidad y lo entrega a otra persona como algo valioso, y ésta lo recibe como algo valioso. Conviene advertir que sólo podemos entregar o regalar aque- llo de lo cual somos dueños. Los regalos que hacemos a otra persona son expre- sión de nuestro amor hacia ella porque damos algo de nuestra vida para el servicio del otro. Cuanto más valioso es aquello que regalamos más amor manifestamos. Pues bien, lo más valioso que tenemos es nuestra propia existencia. Sólo el que es «dueño» de su vida (dueño de sus actos) es capaz de «darla». Por eso, la donación es una consecuencia de la libertad personal. 56. GUARDINI, R., Mundo y persona, op. cit., p. 104. LA FUNDAMENTACIÓN METAFÍSICA DE LA PERSONA HUMANA 149 Quisiera subrayar el hecho de que todas estas propiedades son sólo manifes- taciones del ser personal pero no son lo esencial o constitutivo de ellas 57. El fun- damento último de la persona descansa en su acto de ser estable y permanente antes que en su obrar que necesariamente es intermitente. En efecto, si para defi- nir esencialmente a la persona humana apelamos a la autoconciencia ¿qué suce- dería con los enfermos en estado de coma, con el demente, o simplemente, con los que están durmiendo? Su conciencia está en suspenso pero no por ello dejan de ser personas. De forma parecida, ¿cómo se puede salvar el carácter personal del ser humano todavía no nacido cuando todavía no manifiesta su autonomía ni su libertad? Y ¿qué sucede con los autistas que muestran una incapacidad para comunicarse con los demás? ¿cómo salvar el carácter personal de estos seres ciertamente humanos? Sólo desde el acto de ser personal 58. En definitiva, las manifestaciones dinámico-existenciales expresan la per- sona pero no la fundan. La persona, el «yo personal» es una realidad ya fundada ontológicamente que tiene una prioridad causal con respecto al obrar y perma- nece idéntico a través de los cambios. «Hay en la persona un fundamento per- manente, un núcleo ontológico, tomado del análisis metafísico. Este núcleo me- tafísico es lo que en psicología y en antropología cultural recibe el nombre de yo: el yo, puede ser definido como el sujeto ontológicamente subsistente que obra y padece, que sabe y quiere, que conoce y juzga, que tiene un temperamen- to y forja su propia personalidad: es por tanto la persona tomada en su nivel di- námico. Por esto, vista en diversos momentos de su existencia, la persona se presenta con diferentes caracterizaciones, si bien reconocemos en ella una iden- tidad permanente» 59. 57. La persona se «presupone» como paso previo a toda relación interpersonal. «La manera en que el niño se desarrolla en el seno materno y sale de él está —pese a todas las coincidencias con el nacimiento de las crías animales— determinada, desde un principio, por el hecho de que en él está ya dada la persona en forma de proyecto. Ésta misma se halla ya, pues, presupuesta. Lo mismo puede de- cirse de las distintas maneras de atención de los padres para con los hijos. El que alimenta, protege y educa, ayuda a la nueva vida personal en su desarrollo, le procura materias del mundo y le enseña a afirmarse en el ambiente. Todo ello no crea, empero, persona, sino que la supone. Toda promoción de un hombre por otro tiene lugar ya sobre la base del hecho de que es persona...». GUARDINI, R., Mundo y persona, op. cit., p. 114. 58. «No son, por tanto, ni el conocimiento de sí mismo, ni el libre arbitrio, ni la responsabilidad, ni las relaciones con otros individuos los que configuran radicalmente a la persona. Todas estas per- fecciones pertenecen al ámbito de los accidentes y, en consecuencia, se derivan del acto de ser, autén- tico núcleo de la personalidad». ALVIRA, T., CLAVELL, L. y MELENDO, T., Metafísica, 8.ª edición, EUN- SA, Pamplona 2001, pp. 125-126. 59. RUSSO, F., La persona umana, Armando Editore, Roma 2000, p. 32.