Capítulo 15 y 16: La Terrible Lectura de Pepe - PDF
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CES Ramón y Cajal
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Summary
Este fragmento de un libro infantil presenta el capítulo 15 y 16 del libro. El texto presenta un cuento infantil con un protagonista que lee un libro de historias del Oeste americano y sufre varias aventuras y percances al leer y comprender los diversos pasajes de la historia. El texto explora la lectura y su importancia en la comprensión de los eventos y personajes.
Full Transcript
## CAPÍTULO 15 ### La terrible lectura de Pepe Buscando, Pepe distinguió a lo lejos un pequeño punto de luz del tamaño de un alfiler. Se acercó allí. Era el libro. De sus páginas salía un leve resplandor, como la luz de un cielo en el que empezaba a amanecer. Al abrir el libro, vio que estaba sobre...
## CAPÍTULO 15 ### La terrible lectura de Pepe Buscando, Pepe distinguió a lo lejos un pequeño punto de luz del tamaño de un alfiler. Se acercó allí. Era el libro. De sus páginas salía un leve resplandor, como la luz de un cielo en el que empezaba a amanecer. Al abrir el libro, vio que estaba sobre una colina desde la que divisaba un extenso paisaje. Entonces se sentó todo lo cómodo que el suelo le permitía y se puso a leer. El día iluminaba completamente el paisaje. De repente cruzó una manada de búfalos. Pepe estaba encantado de lo que leía. No podía imaginar que en las páginas de un libro sucedieran tantas cosas. Era una historia del viejo Oeste americano. Tras la manada de búfalos apareció una diligencia. Se oía cada vez más claro el galope de los caballos y los silbidos del hombre que los guiaba. Sin embargo, en seguida surgieron problemas. Como Pepe no leía muy bien que digamos - vamos, nada de bien - la diligencia se quedó sin una rueda, e iba dando bandazos y golpes, pues Pepe, en vez de "rueda", había leído "rueca". De pronto uno de los caballos no tenía orejas - Pepe había leído "ojeras" - . En el pescante, el hombre se quedó sin látigo y sin sombrero, pues Pepe, en vez de leer "sombrero", había leído "sobre-ro". Así que, claro, sobraba todo. Las cabezas de los viajeros aparecían y desaparecían por la ventanilla, debido a los botes y vaivenes, que no eran sino los tropiezos y saltos que Pepe daba al leer. Detuvo la lectura y todo se paró de golpe, con los consiguientes sustos y porrazos. Entonces la cara de una muchacha asomó por la ventanilla. Iba vestida como en las películas del Oeste, llevaba quitasol y un sombrerito con un lazo azul. Gritó: - ¡Lee bien, por favor! - Si leo bien - dijo Pepe. Y siguió leyendo. La diligencia volvió a correr a toda velocidad, dando saltos y tumbos, tal como Pepe leía. Como tenía ganas de terminar pronto, cada vez lo hacía peor y más rápido, y la diligencia cada vez corría peor y más rápido. Acabaría por estrellarse. La muchacha gritaba como loca: - ¡Por favor, lee bien! Párate en las comas y en los puntos, o te ahogarás y nos estrellarás a todos. ¡Y no te saltes renglones! Pepe estaba harto de que no lo dejaran leer a gusto. ¡Qué importaba una palabra o una coma más o menos! Doña Leocadia, la maestra, era igual; siempre regañándole. Por eso la llamaban doña Leona. Entonces vio a los indios, con Winnetou a la cabeza. Los viajeros empezaron a gritar. Winnetou los tranquilizó, diciéndoles: - ¡Pedir a Pequeño Pepe leer bien! ¡Nosotros no asaltar diligencia! ¡Nosotros salvar diligencia! Entonces apareció a lo lejos un fuerte del que salía un ejército a caballo. Uno de los soldados llevaba escrito en un banderín: "Séptimo de Caballería." Pero Pepe leyó: "Cesto de Cebollería." Y todos, soldados y caballos, empezaron a llorar como si estuviesen picando cebolla. Iban capitaneados por el mayor Lambert, que gritó: - ¡Adelanteee! ¡Hay que poner orden en todo este jaleo! ## CAPÍTULO 16 ### La fiebre del oro Pero en realidad había leído: "La fiebre del loro". Y aunque aquello no le cuadraba, pasó a la página siguiente. Esta vez vio venir por la llanura dos puntos remotos. A medida que iba leyendo, descubrió que eran un viejo y una burra. Caminaban despacio, como si para ellos no existiese la prisa, porque Pepe, para no quedarse de nuevo solo, leía lo más despacio posible. El viejo era bastante viejo. Tenía la cara con muchas arrugas, quemada por el sol y con una barba blanca de varios días; los ojillos eran pequeños; y la boca como metida hacia dentro, pues le quedaban pocos dientes. Su sombrero estaba muy estropeado. (Esta vez Pepe sí había leído bien "sombrero".) Vestía una camiseta de manga larga, con los codos rotos y bastantes costuras y remiendos, igual que los pantalones. No tenía calcetines, ni cordones en las botas, que además estaban gastadas, como cansadas de caminar. Por una de ellas le asomaba el dedo gordo del pie, no muy limpio por cierto. La burra también parecía vieja. Iba cargada de cachivaches: pala, pico, cernidero, un cazo, una sartén, un quinqué de petróleo, una manta... Todo colgando y meciéndose al compás. Algunas moscas pasaban zumbando de su cabeza a la del viejo y de la de éste a la de la burra. El viejo cantaba: - Oro, oro busco con decoro y si lo encuentro me acaloro y de alegría lloro y canto como un loro y no me deterioro. Algún día tendré un tesoro y un diente de oro. La voz le sonaba muy cascada. Pepe le preguntó: - Señor. ¿Ha visto la diligencia? El viejo se detuvo sorprendido. Estaba un poco sordo. - ¿Eh? ¿Has dicho algo, Rosita? ¡Sería la primera vez! - ¡Eh, oiga, señor! ¡Aquí, aquí! - dijo Pepe, más alto. El viejo miró hacia arriba. Cuando reparó en Pepe, exclamó: - ¡Sopla! - Con los ojos muy abiertos, se rascó la cabeza por debajo del sombrero y espantó una mosca, volviendo a exclamar: ¡Sopla! ¡Resopla! ¡Requeterresopla! ¡Por mil minas de oro y una boca llena de dientes! ¡Muchacho, me has asustado! ¿Qué haces ahí arriba y en camisón de dormir? - Estoy leyendo - contestó Pepe. - ¡Sopla! ¡Eso está bien! - Quisiera saber hacia dónde ir. - Yo no lo sé. Soy un viejo buscador de oro. Esta es mi burra Rosita. Estamos al sur del río Pekos. - Pepe leyó "Pecas". El viejo le corrigió: No, Pecas, no; Pekos. Por allí hay un pueblo. Se llama... el viejo volvió a rascarse la cabeza - Lo sabrás si sigues leyendo. - ¿Cómo puedo ir? - preguntó Pepe. - ¡Unnn...! No sé. Desde luego subido en mi burra, no... Rosita es como de la familia. - Se quitó el sombrero - Si el señor lector no desea otra cosa, Rosita y yo tenemos que seguir. Y calándose el sombrero, siguió avanzando por la llanura con la burra Rosita, su canción y el ruido de los cachivaches. Pepe pasó la página. La llanura volvía a estar en silencio. Entonces decidió leer caminando por ella hacia donde todos habían ido: la manada de búfalos, la diligencia, los indios, el Séptimo de Caballería y el viejo buscador de oro con su burra Rosita.