Summary

This document provides an introduction to social cognition, exploring how we understand and predict the actions of others within a social context. It examines the influence of stereotypes and biases on judgment and decision-making, and explains how social factors shape human thought and behavior.

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Tema 2. Cognición social e irracionalidad humana. 2.1. La cognición social. ¿Cómo nos las arreglamos para entender el mundo social en el que nos movemos? ¿Cómo podemos predecir la conducta de los demás? ¿Cómo influyen los estereotipos y los prejuicios en nuestros juicios sobre otros? ¿Cómo adoptam...

Tema 2. Cognición social e irracionalidad humana. 2.1. La cognición social. ¿Cómo nos las arreglamos para entender el mundo social en el que nos movemos? ¿Cómo podemos predecir la conducta de los demás? ¿Cómo influyen los estereotipos y los prejuicios en nuestros juicios sobre otros? ¿Cómo adoptamos decisiones y conclusiones tan rápidamente muchas veces y aun así creemos que no nos hemos equivocado? Para poder desenvolvernos en un medio social tan complejo como el que caracteriza a los grupos humanos, las personas necesitamos poner en marcha diversos mecanismos mentales que nos permitan resolver los problemas que ese medio nos plantea continuamente. Esa necesidad ha sido la que ha determinado que nuestro cerebro haya evolucionado en una dirección concreta y que se hayan desarrollado unas capacidades cognitivas que hicieran posible nuestra coordinación con otros y nuestra actuación eficaz dentro de un grupo, así como unas tendencias motivacionales básicas que nos impulsaran a hacerlo. Esa coordinación y eficacia requieren que demos significado a nuestro mundo social, y que dicho significado sea compartido con otros. Eso implica comprender, recordar y predecir la conducta de otras personas, elaborar juicios bge inferencias a partir de lo que percibimos en los demás, y adoptar decisiones en función de toda esta información. Cómo hacemos todo esto, es precisamente lo que estudia la Cognición Social, y también cómo influyen en esos procesos la presencia de los demás, la motivación (nuestras metas) y nuestro estado emocional en cada situación concreta. Los psicólogos sociales emplean el término cognición social para referirse al conjunto de procesos mediante los cuales interpretamos, analizamos, recordamos y empleamos la información sobre el mundo social. Es decir, aquellos procesos que nos permiten pensar acerca de nosotros mismos, de los demás y su comportamiento y de las relaciones sociales, y dar sentido a toda esa información. A la hora de abordar su objeto de estudio, la Cognición social aplica los métodos y teorías de la Psicología Cognitiva a la Psicología Social. Esto es lógico, puesto que la investigación en Cognición Social analiza estructuras y procesos cognitivos (atención, percepción, memoria, inferencia, etc.), pero aplicándolos a personas en lugar de a objetos o conceptos abstractos. Esta es la razón por la que algunos autores han sostenido que, siendo las estructuras y los procesos implicados en ambos casos semejantes, no cabe una distinción entre cognición social y cognición no social. Las personas y las cosas son diferentes en muchos aspectos. Fiske y Taylor (2013) señalan algunas de estas diferencias: - Las personas influyen en su entorno (en los demás) de forma intencionada, e intentan controlarlo de acuerdo con sus propios propósitos. Los objetos no. - - - - - - - Las personas son al mismo tiempo percibidas y perceptoras (cuando estamos juzgando a alguien, ese alguien también puede juzgarnos a nosotros; la cognición social es cognición mutua). Los objetos no. Las personas se parecen más entre sí que a cualquier objeto. Esto implica que los demás pueden proporcionarnos más información sobre nosotros mismos que los objetos. Las personas pueden cambiar cuando son objeto de cognición (por ejemplo, pueden ajustar su conducta o su aspecto para crear una impresión determinada en el otro). Los objetos no. Es más difícil comprobar la precisión de la cognición sobre otras personas (si son como creemos que son o no) que, sobre objetos, puesto que muchas de sus características importantes (actitudes, intenciones, personalidad) no son directamente observables, sino que deben ser inferidas. Además, a diferencia de lo que suele ocurrir con los objetos, la mayoría de estas características son dinámicas, no estables. Parece claro que el objeto de la cognición social (las personas y las relaciones sociales) es diferente del objeto de la cognición no social, y estas diferencias tienen importantes implicaciones para nuestro funcionamiento en un entorno humano. Algunos psicólogos sociales (Leyens y Dardenne, 1996), van más allá de esta distinción y señalan que, en realidad, toda la cognición tiene un origen social, puesto que el conocimiento de la realidad, y la forma en que la procesamos, surge y se desarrolla a través de la interacción social, sobre todo durante el período de socialización del niño. Las estructuras y procesos cognitivos se adquieren interactuando con otras personas. Incluso, desde una perspectiva evolucionista, los mecanismos cognitivos que poseen los seres humanos se desarrollaron en un entorno grupal. Nuestro cerebro es social por defecto. En diversos estudios de Neurociencia Social se ha encontrado que la activación cerebral que se produce ante estímulos sociales apenas difiere de la línea base (es decir, de la activación que tiene lugar cuando se pide al participante que mire a un punto fijo entre ensayos, por ejemplo). En cambio, cuando la tarea consiste en realizar juicios sobre objetos o tareas no sociales (por ejemplo, cálculos aritméticos), se produce una desactivación con respecto a esa línea base. Estos resultados suponen que la gente espontáneamente dedica su actividad mental a pensamientos que tienen que ver con otras personas y, por eso, cuando en un experimento se les pide que piensen en estímulos sociales, las áreas cerebrales implicadas en el procesamiento de ese tipo de estímulos no necesitan activarse mucho más de lo que ya estaban. Sin embargo, cuando lo que tienen que procesar tiene que ver con objetos, esas áreas cerebrales deben desconectarse. Aunque el origen de la corriente denominada Cognición Social se suele situar en los años 70 del siglo pasado, a raíz del auge de la investigación sobre percepción social y atribución, en realidad los psicólogos sociales se han interesado por los procesos mentales desde los inicios de la disciplina. Ya hemos mencionado que el propio Kurt Lewin, uno de los padres fundadores de la Psicología Social científica, llamó la atención sobre el hecho de que el contexto social influye en el individuo a través de la percepción e interpretación que este hace de él. La influencia que las personas ejercen en los pensamientos, emociones y conductas de otras personas es siempre a través de la cognición. En este sentido, la Psicología Social ha sido diferente de la Psicología general, que estuvo durante décadas dominada por la doctrina conductista y centrada exclusivamente en el análisis del comportamiento observable, rechazando, por considerarlo poco científico, el estudio de lo que ocurre dentro de la cabeza. Lo que ocurrió en los años 70 fue que el tradicional interés de los psicólogos sociales por los procesos mentales cristalizó en una nueva perspectiva que promovió el desarrollo de nuevas teorías y métodos que permitían la observación directa e indirecta de esos procesos mentales de una manera científica. Fiske y Taylor (2013) lo asocian con la aparición, dentro de la Psicología Social, de dos modelos de ser humano “pensante”: - - Según el primero de ellos, las personas somos como “científicos ingenuos”, seres esencialmente racionales, que buscamos las causas de la conducta con un enfoque cuasi científico, reuniendo la máxima cantidad de información relevante disponible y sacando conclusiones lo más lógicas posibles. La abrumadora evidencia de que las personas en su vida diaria no siguen unos métodos tan sistemáticos y racionales para buscar explicaciones sobre el mundo social que les rodea acabó dando lugar a un nuevo modelo de ser humano, que Shelley Taylor (1981) denominó “indigente cognitivo”. Según esta nueva concepción, las personas no estamos tan preocupadas por la búsqueda científica de la verdad, sino que, dado que nuestra mente tiene una capacidad limitada para procesar la información, escatimamos esfuerzos y buscamos atajos para simplificar todo lo posible las cosas y encontrar soluciones rápidas para salir del paso. Esto también puede llevar a cometer errores, pero no debido a factores irracionales, que en este modelo ni siquiera se consideran, sino a las limitaciones de nuestro sistema cognitivo. Cognición fría vs cognición caliente (influencia y no interferencia de los factores motivacionales y emocionales). A partir de la cognición caliente surge un tercer modelo de ser humano, al que se empieza a considerar como un “estratega motivado”. Desde esta perspectiva, las personas necesitamos dar sentido al mundo social que nos rodea y manejar una ingente cantidad de información, para lo cual recurrimos a diferentes estrategias, cuya elección depende muchas veces de factores no cognitivos, como las metas que persigamos o nuestro estado afectivo en ese momento concreto. En ocasiones, sobre todo si estamos contentos, lo que queremos es ser mentalmente eficientes, y formarnos impresiones o hacer inferencias que nos sirvan pero que nos supongan poco esfuerzo. Otras veces, en cambio, necesitamos elaborar juicios mucho más precisos y tomar decisiones evitando posibles errores que nos puedan costar caro. Nuestro sistema cognitivo es flexible, y según cambian nuestros objetivos, o nuestro estado de ánimo, adoptamos estilos de pensamiento diferentes. 2.2. Estrategias para manejar la información. El cerebro humano había sido comparado inicialmente por la Psicología Cognitiva con un ordenador, pero la Cognición Social ha llamado la atención sobre el hecho de que nuestros recursos cognitivos son limitados (recuérdese la visión del ser humano como un “indigente cognitivo”), lo que obliga a las personas a hacer uso de estrategias que les permitan manejar toda esa información de la forma más eficiente posible. El término “eficiente” aquí no es sinónimo de lógica, sino de adaptativa, es decir, se trata de sacar el máximo partido a la información optimizando los recursos cognitivos que tenemos. Aunque esta forma de funcionar a veces da lugar a errores, en general es bastante práctica y el balance final puede ser positivo. Los seres humanos utilizamos diferentes estrategias para lograr esa eficiencia, y lo hacemos sin ser conscientes de ello. Rodríguez y Betancor (2007), en su excelente revisión del tema, las agrupan en tres categorías: ● Estrategias mediante las cuales reducimos la información que tenemos que procesar. ● Estrategias mediante las cuales reducimos la cantidad de procesamiento necesaria, organizando la información y recurriendo a conocimientos que ya tenemos almacenados. ● Estrategias mediante las cuales reducimos o simplificamos los procedimientos cognitivos necesarios para procesar la información y elaborar juicios. E1. Atención selectiva. Una de las formas de reducir la información que hay que procesar es la atención selectiva, estrategia que consiste en fijarnos sólo en aquellos estímulos que nos resulten salientes o distintivos por alguna razón. Un estímulo puede captar la atención debido a alguna característica que posee. Por ejemplo, porque destaca de forma especial dentro del contexto en el que se encuentra, o porque resulta incongruente con nuestros conocimientos previos y nuestras expectativas. Pero también puede llamar nuestra atención debido a factores subjetivos, como nuestras actitudes, nuestro estado afectivo o nuestra motivación en esa situación concreta (prestamos más atención a los estímulos que tienen relación con la meta que perseguimos en un momento dado). La función adaptativa de la atención selectiva es obvia, puesto que los estímulos salientes suelen ser los que más información nos proporcionan en una situación y los que más útiles nos resultan. E2. Categorías, esquemas y ejemplares. Cuando nos acercamos a la realidad social que nos rodea, nuestra mente no es como una tabula rasa, sino que contamos ya con cierta información que nos ayuda a interpretar lo que vemos y a saber lo que podemos esperar de las personas y las situaciones que nos encontramos. Ese conocimiento previo está almacenado y organizado en una especie de estructuras cognitivas, que son representaciones mentales sobre conceptos o categorías de estímulos y que nos sirven para interpretarlos y para tener expectativas sobre ellos. El término categoría se refiere a un conjunto de estímulos que consideramos que tienen algo en común. - - - Las categorías que estudia la Psicología Social incluyen personas (intelectuales, deportistas…), grupos (seguidores de un equipo deportivo, ecologistas…), roles u ocupaciones (ejecutivos, amas de casa), conductas (actos de maltrato, voluntariado), interacciones (cooperación, competición…), situaciones (celebraciones, exámenes) y, en definitiva, cualquier tipo de estímulos que sean relevantes para la forma en que pensamos, sentimos y nos comportamos en relación con los demás. El proceso de categorización (la asignación de un determinado estímulo a una categoría) es automático, se produce nada más percibir el estímulo, y facilita el procesamiento de la información al agruparla en función de su semejanza. En dicho proceso se produce el llamado “principio de acentuación”, que consiste en resaltar las semejanzas percibidas entre los miembros de una misma categoría (aumento de las semejanzas intracategoriales) y las diferencias entre categorías distintas (aumento de las diferencias intracategoriales). Por ejemplo, un ejecutivo se percibe como más parecido a otro ejecutivo que a un ama de casa. Este efecto aumenta cuando la dimensión de categorización tiene importancia para la persona, combinándose en determinadas circunstancias con otros procesos psicosociales. Cuando una categoría se activa, por ejemplo, porque nos encontramos ante un estímulo que pertenece a ella, se hace más accesible, o más fácilmente recuperable, el conocimiento asociado a dicha categoría. Esa información se encuentra almacenada en nuestra memoria en forma de esquemas y ejemplares. El término esquema hace referencia a una estructura cognitiva independiente que representa el conocimiento abstracto que tenemos acerca de un objeto, una persona, una situación o una categoría, y que incluye las creencias sobre las características de esos estímulos y las relaciones que se establecen entre dichas características. - Por ejemplo, es probable que un alumno que comience a estudiar Psicología en la UNED tenga un esquema sobre dicha universidad, aunque sea muy simple, que incluya información sobre cómo funciona la enseñanza a distancia, así como de las materias que se imparten en el grado de Psicología. Gracias a este mapa mental que ha construido, el alumno sabe que debe ser autónomo en la planificación de su tiempo y en su método de estudio, y que cuenta con la ayuda de los centros asociados. Aunque la realidad de la enseñanza a distancia es mucho más compleja que esto, este esquema le guiará hasta que obtenga información adicional. A medida que transcurra el curso, y el estudiante descubra nuevas herramientas, como las plataformas educativas virtuales, irá incorporando nuevos conocimientos que completarán el esquema inicial. Los esquemas son una especie de “teorías de andar por casa” sobre cómo funciona el mundo. Los esquemas sociales son abstracciones mentales almacenadas en la memoria que representan un conocimiento global, no de ejemplos particulares. - - Gracias a la información almacenada que contienen sobre distintos estímulos sociales o categorías de estímulos, nos ayudan a interpretar la información social que recibimos y guían nuestro procesamiento de esa información. De ese modo, contribuyen a que resulte mucho más fácil entender el complejo mundo en el que nos movemos, ahorrándonos mucho esfuerzo de procesamiento, sobre todo cuando las cosas ocurren tal como esperamos, es decir, cuando no necesitamos dedicar mucha atención a analizar lo que está pasando. Aunque el número de esquemas puede ser ilimitado, en Psicología Social se han estudiado algunos tipos de esquema de forma especial: ● Esquemas de personas: Es el conocimiento global y abstracto que tenemos almacenado acerca de individuos concretos (un amigo, un político o nuestro médico), de tipos de individuos (intelectual, juerguista) o de grupos (los alemanes, los gitanos o las personas mayores), de cómo son esas personas y de cómo se comportan. Aquí se incluirían las llamadas teorías implícitas de la personalidad, que son creencias a menudo inconscientes de que ciertos rasgos o comportamientos van juntos (por ejemplo, si vemos una persona que es ordenada, supondremos o inferiremos que será también disciplinada y metódica en el trabajo). Los individuos que muestran ese conjunto de rasgos o esa serie de comportamientos representan un cierto tipo o categoría de persona que lleva asociado el esquema correspondiente. Los esquemas sobre personas pertenecientes a ciertos grupos, como los inmigrantes o los ecologistas, aluden al concepto de estereotipo. Los estereotipos son generalizaciones muy difundidas y compartidas sobre los miembros de un grupo social, y se suelen basar en diferencias visibles. Son importantes en el prejuicio y la discriminación. Lippman (1992): estereotipos como imágenes mentales simplificadas que actúan como moldes para ayudar a interpretar la diversidad del mundo social. Existe una propensión a caracterizar a grupos humanos grandes en función de unos pocos atributos bastante rudimentarios. Los estereotipos pueden cambiar, pero lentamente. Dicho cambio suele responder a cambios sociales, políticos o económicos más amplios. Se adquieren a edad temprana. Se vuelven más profundos y hostiles cuando surgen tensiones sociales y conflictos entre los grupos. Después son muy difíciles de cambiar. ● Esquema de roles: Estos esquemas contienen información sobre cómo son y cómo se comportan las personas que ocupan un determinado rol en el grupo o en la sociedad (líder, profesor, ama de casa). Esto nos permite comprender y tener expectativas sobre las metas y acciones de esos individuos y saber cómo debemos interactuar con ellos. En las culturas colectivistas, la información sobre los roles que desempeñan las personas es mucho más importante para definirlas que en las culturas individualistas, que basan esa definición sobre todo en rasgos o características personales. De ahí que en las primeras los esquemas de roles se activen más fácilmente y se usen con más frecuencia, mientras que en las segundas son más comunes las teorías implícitas de la personalidad. ● Esquemas de situaciones (scripts o guiones de acción): En este caso, se trata de información sobre secuencias típicas de acciones en situaciones concretas. Indican lo que se espera que ocurra en un determinado lugar o situación. Por ejemplo, el esquema examen de la Nebrija engloba la secuencia de actos correspondiente a cómo se desarrollan los exámenes en esta universidad (mostrar el carné, recoger el examen, buscar el sitio asignado y leer detenidamente las instrucciones). Gracias a este tipo de esquemas podemos orientarnos en diferentes situaciones y comportarnos de forma apropiada en ellas. ● Esquemas del yo: Este tipo de esquemas incluye las ideas más distintivas y centrales que tenemos de nosotros mismos. Cada persona posee múltiples autoesquemas, uno por cada faceta de su autoconcepto. Los esquemas del yo son, por tanto, mucho más complejos que los esquemas de personas. Esto es lógico, ya que la mayoría de la gente dispone de un conocimiento muy articulado sobre sus características personales. Los esquemas se pueden adquirir a través de los demás (por ejemplo, durante el proceso de socialización o, en general, cuando otros nos cuentan cómo funcionan las cosas) o por la propia experiencia con estímulos pertenecientes a las distintas categorías. Basta con uno o dos casos para que las personas se formen un esquema y lo apliquen en lo sucesivo cuando se topan con estímulos similares. A medida que se van encontrando más casos de una categoría, el esquema correspondiente se va haciendo más abstracto (menos vinculado a casos concretos), más complejo (con más conexiones entre sus distintos elementos), y más abierto a incorporar excepciones. Los esquemas se activan de forma espontánea cuando nos encontramos con un estímulo perteneciente a la categoría a la que se refieren. Una vez activado un esquema, éste dirige nuestra atención hacia la información relevante, nos ayuda a interpretarla y guía la recuperación de dicha información cuando queremos recordarla. Además, permite eliminar la información redundante, completar la información que falta en lo que percibimos con el conocimiento que ya tenemos y resolver pequeñas confusiones o ambigüedades que aparezcan. Los esquemas funcionan como un filtro, de forma que se percibe y se recuerda fundamentalmente la información que es consistente con nuestros esquemas, mientras que se ignora aquella que no es relevante. Y todo ello puede suceder de forma automática y a nivel preconsciente, por lo que no nos damos cuenta de su influencia y creemos que lo que percibimos o lo que recordamos es lo que ocurrió realmente. Debido a las ventajas que aportan al ahorrarnos el esfuerzo de tener que evaluar cada nueva situación desde cero, los esquemas muestran un efecto de perseverancia, que los hace difícilmente modificables incluso frente a información contradictoria. Por eso, cuando nos encontramos con información, claramente inconsistente con nuestros esquemas, el proceso deja de ser tan automático, ya que tenemos que dedicarle más atención y tardamos más tiempo en procesarla. En estos casos la persona tiene tres posibles alternativas: 1. Resolver la discrepancia confirmando el esquema que ya tenía bien desarrollado y rechazando la información inconsistente. 2. Abandonar el esquema previo juzgándolo inadecuado. 3. Incluir la inconsistencia en el esquema considerándola una excepción (esto se conoce como creación de subtipos dentro de la categoría). Los esquemas también guían nuestra interacción social con los demás. Un claro ejemplo de ello lo encontramos en las llamadas profecías autocumplidas. Los esquemas que tenemos sobre otras personas nos hacen generar unas expectativas concretas sobre cómo son o cómo se comportan esas personas. A su vez, esas expectativas nos hacen comportarnos con ellas de una manera determinada, con lo que las influimos para que se ajusten a lo que esperamos de ellas o les impedimos que actúen de otra forma, provocando así que la expectativa se cumpla y el esquema se mantenga. Este fenómeno, también conocido como “efecto Pigmalión”, refleja las consecuencias que puede tener el uso de esquemas. Resultan de gran utilidad para procesar e interpretar la información, y para saber lo que podemos esperar de otras personas y de las situaciones en las que nos encontramos, pero también pueden producir distorsiones en la comprensión del mundo social, con el inconveniente añadido de ser muy resistentes al cambio, entre otras razones porque las personas suelen reinterpretar la información ambigua o mixta que pueda contradecir sus esquemas. Ahora bien, como apuntábamos antes, cuando la información desconfirma claramente un esquema, este sí cambia; de lo contrario, dejaría de ser útil. Los esquemas no son el único modelo de representación mental que se ha propuesto desde la Psicología. El conocimiento previo sobre el mundo también puede estar almacenado como ejemplares, es decir, como estímulos o experiencias concretas, no sólo como generalizaciones abstractas. Esos ejemplares pueden ser personas (no confundir con el esquema de una persona, que sería un conocimiento abstracto, como si dijésemos, la imagen que tenemos de ella), o aspectos de una persona, como rasgos de personalidad o conductas concretas, o también elementos concretos de una situación, por ejemplo. Lo que hacemos en este caso es almacenar los ejemplares más representativos de una determinada categoría. Por ejemplo, si alguien nos pregunta si los profesores universitarios son accesibles, nos vendrán a la mente diversos casos de personas de esa categoría que conocemos y, a partir de la combinación de todos ellos, podremos responder. Los ejemplares representan información sobre la variabilidad dentro de una categoría. E3. Inferencia y heurísticos. Hasta ahora hemos visto cómo las limitaciones de nuestro sistema cognitivo nos llevan a seleccionar la información que nos llega del medio social antes de procesarla (atención selectiva), y a simplificar el trabajo de procesamiento de esa información recurriendo a conocimientos previos (esquemas y ejemplares). Pero la Cognición Social no sólo consiste en recibir, procesar y recuperar información social. Además de comprender la realidad que nos rodea y poder predecirla, en nuestra vida diaria constantemente tenemos que hacer juicios y tomar decisiones, para lo cual la información que podemos conseguir del medio muchas veces no es suficiente. Eso nos obliga a ir más allá de esa escasa información, es decir, a hacer inferencias. Por ejemplo, si tenemos que elegir a un compañero para trabajar con él entre varios de la clase a los que apenas conocemos, lo que haremos será realizar inferencias a partir de la información disponible: hay uno que siempre viene a clase y tiene los temas leídos con antelación. Con estos datos, inferiremos que puede ser un bueno compañero para hacer trabajo en equipo, aunque desconozcamos otro tipo de información. Los psicólogos sociales han planteado el estudio del proceso de inferencia desde dos perspectivas distintas (Fiske y Taylor, 2013): una centrada en los pasos que deben seguirse para realizar una inferencia correcta (se ría la perspectiva normativa del científico ingenuo), y la otra interesada en cómo las personas hacen realmente las inferencias (la perspectiva estratégica e intuitiva del indigente cognitivo y, más tarde, del estratega motivado). De acuerdo con el modelo normativo, o del científico ingenuo, las inferencias deben realizarse siguiendo una secuencia lógica a través de 3 fases sucesivas: 1. Reunir información, lo que implica decidir cuál es relevante para el juicio que tenemos que hacer y cuál no. 2. Seleccionar, entre todos los datos que hemos reunido, los que más se adecuen al objetivo. Los datos seleccionados no deben ser casos atípicos, sino representativos, es decir, extraídos de una muestra lo suficientemente grande y no sesgada, y no ser ejemplos extremos dentro de esa muestra. 3. Integrar los datos seleccionados y combinarlos para hacer un juicio. Desde luego hay ocasiones en las que los juicios que tenemos que emitir o las decisiones que debemos tomar exigen un tratamiento exhaustivo y concienzudo de la información (en una investigación científica o policial, por ejemplo), pero son excepciones. Las demandas de la vida cotidiana nos obligan a funcionar mentalmente de otra manera, a menudo incurriendo en sesgos, es decir, desviándonos de lo que sería normativo. ¿Por qué hay tanta diferencia entre lo que deberíamos hacer y lo que realmente hacemos? La respuesta la propone la perspectiva intuitiva del indigente cognitivo. Partiendo de esa premisa, la complejidad y el volumen de la información que hay que considerar, así como la incertidumbre que muchas veces caracteriza esa información (no siempre disponemos de evidencia suficientemente fiable; con frecuencia tenemos que basarnos en juicios y opiniones de otras personas), hacen que resulte poco realista pretender utilizar estrategias tan exhaustivas para la realización de juicios. Aparte de las limitaciones de nuestro sistema cognitivo, la mayoría de las ocasiones en las que tenemos que hacer un juicio en nuestra vida diaria no tenemos ni el tiempo ni la motivación suficientes. Cuando se trata de extraer conclusiones a partir de información previa o emitir opiniones sobre un objeto-estímulo, sobre todo si no disponemos de mucho tiempo o no tenemos un interés especial en la precisión de nuestros juicios, recurrimos a reglas simples que nos permiten hacer inferencias adecuadas sin sobrecargar nuestro sistema cognitivo ni dejarlo colapsado para otro tipo de tareas. Estas reglas simples se llaman heurísticos. Los heurísticos son atajos mentales que utilizamos para simplificar la solución de problemas cognitivos complejos, transformándolos en operaciones más sencillas. ● Heurístico (o sesgo) de representatividad. Se realizan juicios sobre la base del parecido que tienen los estímulos o eventos que se evalúan con categorías. La similitud de un individuo con un miembro típico de un grupo dado genera el juicio de que dicho individuo pertenece a ese grupo. La atribución categorial se produce a partir de una evaluación grosera de la similitud entre objeto y la categoría. El heurístico de representatividad se extiende a todos aquellos juicios que requieran saber en qué medida un caso concreto representa un modelo abstracto. Este heurístico es muy adaptativo y genera aproximaciones rápidas a la realidad, pero hay contextos en los que proporciona una respuesta equivocada. La falacia de conjunción: Asumir que una situación especifica es más probable que la situación general. Linda tiene 31 años de edad, soltera, inteligente y muy brillante. Se especializó en filosofía. Como estudiante, estaba profundamente preocupada por los problemas de discriminación y justicia social, participando también en manifestaciones antinucleares. ¿Qué es más probable? Que sea una cajera de banco, o cajera de banco y activista de movimientos femeninos. Cuando las personas concluyen que un elemento es representativo de un grupo ignoran las probabilidades o posibilidades reales. El famoso problema de Linda guarda también mucha relación con la falacia de asociación: el hecho de que Linda sea una mujer comprometida con el activismo social no quiere decir necesariamente que tenga que formar parte también de un movimiento feminista. ● Heurístico (o sesgo) de accesibilidad o disponibilidad. Se realizan los juicios basándose en la facilidad con que determinados tipos de información vienen a la mente. Se da en casos que requieren un contraste de dos situaciones, algún razonamiento inferencial o que se evalúen riesgos: cuando hay que estimar la frecuencia o probabilidad de un suceso. Puede ser erróneo debido a que la probabilidad de eventos dramáticos, pero raros, puede sobreestimarse. Está relacionado con el Priming, el cual ocurre cuando estímulos o eventos incrementan la disponibilidad de cierta información en la memoria o en la conciencia. Si acabamos de ver la noticia de un asalto en cierta calle y recordamos que un amigo fue asaltado en la misma calle tiempo atrás, pensaremos que esa calle es peligrosa basándonos en esos antecedentes, aunque se trate de casos aislados o no haya gran proximidad temporal entre uno y otro evento. Si en los medios se nos presentan sucesos estadísticamente inusuales, de una manera continua, tenderemos a asociar una mayor probabilidad de que suceda dicho evento; debido a que este estará más presente en nuestra memoria que eventos que objetivamente son más usuales. ● Heurístico (o sesgo) de anclaje y ajuste. Tendencia a confiar demasiado en la primera información que se ofrece al tomar decisiones: “el ancla”. Se produce cuando las personas utilizan una pieza inicial de información para hacer juicios posteriores. Una vez que el ancla se fija, el resto de información se ajusta en torno a la posición del ancla incurriendo en un sesgo. ● Heurístico (o sesgo) de simulación. Tendencia a estimar la probabilidad de que un suceso ocurra en el futuro o haya ocurrido en el pasado basándose en la facilidad con que puede imaginarse (simularlo mentalmente). ● Heurístico (o sesgo) de confirmación. ● Efecto halo. Consiste en atribuir presuntas características a partir de las ya observadas. Se trata de cómo una impresión (positiva o negativa) que se tiene sobre alguien o algo, condiciona la opinión general. Por ejemplo, vemos una persona que nos atrae físicamente, por lo que pensamos que es hermosa. 2.3. La aplicación de la cognición social. ¿Qué aplicación le podemos dar al estudio del procesamiento cognitivo? La aplicación que le podemos dar al estudio del procesamiento cognitivo es educar sobre el proceso de inferencia. ● Efecto de la motivación y afecto. El modelo de la infusión afectiva plantea que la cognición está influida por el afecto, de forma que los juicios sociales reflejan el estado de ánimo vigente. Nuestros estados emocionales pueden afectar a la percepción de nuevos estímulos (por ejemplo, conocimiento de personas, situaciones de evaluación). El estado de ánimo positivo puede incrementar la creatividad. Los estados de animo pueden hacer que la gente esté más susceptible a la influencia social. ● Pensamiento contrafáctico. Este tipo de pensamiento consiste en buscar alternativas a hechos o circunstancias pasadas o presentes. Es decir, nos planteamos lo que podría haber ocurrido si… (hubiéramos hecho o dicho algo, o las cosas hubieran sido de otra manera). Este tipo de simulación explica la frustración, la indignación o el dolor que produce la pérdida “por poco” de algo importante, o la experiencia de algún suceso especialmente dramático. Cuanto más significativa sea la pérdida o el suceso, mayor intensidad cobra este mecanismo. Lurigio, Carroll y Stalans han aplicado el funcionamiento de estas simulaciones en la esfera judicial Los juicios acerca de la responsabilidad atribuida a una persona que ha cometido un delito dependen, en parte, de la facilidad con que el perceptor piensa que dicha persona podría haber actuado de otra manera. Cuanto más fácil resulta imaginar esos caminos alternativos, más responsabilidad se le atribuye, pues el perceptor piensa que, dado que la persona podía haber actuado de otra manera, debería haberlo hecho. En concreto, cuando los perceptores piensan que el individuo implicado ha planificado su conducta o se ha esforzado en ella, esto les lleva a suponer que dicho individuo tiene control personal sobre su conducta y que, en consecuencia, podría haber actuado de otra manera. Esto es lo que en términos legales se denomina actuar con premeditación y, de hecho, constituye un agravante en un juicio. Pensamiento contrario a los hechos a la percepción de la conducta criminal. Cuanto más fácil resulta imaginar resultados alternativos a un determinado suceso, más extremas serán las reacciones afectivas hacia ese suceso. Estas reacciones afectivas, a su vez, influirán en los juicios subsiguientes. Por ejemplo, imaginemos el caso de dos jóvenes que sufren el mismo tipo de daño como consecuencia de un asalto. La única diferencia está en que mientras en un caso el incidente viene precedido por circunstancias excepcionales el otro lo es por circunstancias normales. Esta variación hará que los dos incidentes susciten evaluaciones diferentes sobre la víctima y el asaltante. Cuando es fácil imaginar alternativas a la acción (por ejemplo, «sólo con que Bob hubiera tomado su camino habitual hacia casa no lo habrían asaltado»), las reacciones afectivas serán más intensas, los perceptores sentirán mayor simpatía hacia la víctima y castigarán al asaltante más severamente. Estos efectos no se presentarán cuando no es fácil imaginar alternativas contrarias a los hechos. La atribución de responsabilidad efectuada sobre quienes son víctimas de un accidente y el consiguiente juicio de posible negligencia. Los hechos que son fáciles de mutar (esto es, de imaginar alternativas) tienden a ser percibidos como más anormales, lo que influye en el tipo de afectos que suscita y en la atribución de responsabilidad, lo cual afecta, finalmente, a los juicios acerca de las indemnizaciones que debe recibir la víctima. Por ejemplo, en el caso de un accidente laboral (un pintor tenía una caída), se mostraría que: a) cuanto más accesible era una alternativa a lo que había ocurrido (bien en la conducta del pintor, bien en la conducta de la empresa), más anormal era juzgada la conducta (de la empresa o del pintor), y b)cuanto más anormal fuera juzgada la conducta, más negligente se juzgaba el actor (el pintor o la empresa), más responsabilidad se le atribuía en lo ocurrido y, en consecuencia, las estimaciones de indemnización se vieron afectadas. ● El efecto espectador. Resulta de vital importancia el estudio de cómo los seres humanos tenemos almacenado el conocimiento en nuestra mente y cómo lo utilizamos para realizar juicios e inferencias. Frente a una concepción tradicional excesivamente racionalista y aséptica del pensamiento humano, según la cual la persona analiza fríamente la información que recibe, la pondera y compara con el conocimiento previo y elige la alternativa más adecuada, la psicología social ha venido mostrando que nuestra forma de pensar se ve poderosamente influida por factores emocionales y motivacionales, que teóricamente apartan a nuestro razonamiento del proceso más elaborado que supuestamente debería seguir. Conocer, pues, los vericuetos de la mente, nos permite ayudar a mejorar la toma de decisiones humana.

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