Cognición Social PDF
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Este documento analiza la cognición social, un área de la psicología social que estudia cómo interpretamos, analizamos, recordamos, y empleamos la información social. Se exploran los procesos cognitivos y la influencia de las emociones en nuestras interpretaciones. Incluye detalles sobre el procesamiento automático, los esquemas y heurísticos usados.
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INTRODUCCIÓN ¿Cómo damos significado a nuestro mundo social? ¿En qué basamos nuestros juicios? ¿Cómo recordamos, predecimos o comprendemos la conducta de otras personas? ¿Cómo adoptamos decisiones y conclusiones tan rápidamente la mayor parte de las veces y aun así creemos que la decisión ha sido co...
INTRODUCCIÓN ¿Cómo damos significado a nuestro mundo social? ¿En qué basamos nuestros juicios? ¿Cómo recordamos, predecimos o comprendemos la conducta de otras personas? ¿Cómo adoptamos decisiones y conclusiones tan rápidamente la mayor parte de las veces y aun así creemos que la decisión ha sido correcta? ¿Cómo influyen nuestras emociones en la forma en que pensamos? Estas son algunas de las cuestiones que la cognición social intenta responder. Los psicólogos sociales emplean el término «cognición social» para referirse a la manera en que interpretamos, analizamos, recordamos y empleamos la información sobre el mundo social. En líneas generales, la cognición social estudia los procesos que utilizamos las personas para pensar y dar sentido sobre lo que percibimos de los otros, de sí mismas y de las situaciones sociales (Fiske y Taylor, 2017). El origen del estudio de la cognición social se sitúa en los años setenta del siglo pasado, cuando los psicólogos sociales se dan cuenta de que es imposible entender a las personas sin examinar cómo sienten y piensan (véase Capítulo 1 ), dejando atrás el paradigma conductista vigente hasta la fecha que solo se centraba en analizar el comportamiento. Esta nueva perspectiva promovió el desarrollo de numerosas teorías y métodos que permitían la observación directa e indirecta de los procesos mentales de una manera científica. En la actualidad, la cognición social se constituye en un área de estudio con autonomía propia. Incluso, se puede señalar que se ha convertido en una manera de abordar muchos de los aspectos estudiados en Psicología Social. De hecho, resulta difícil analizar algunas cuestiones básicas estudiadas en este campo, como las relaciones sociales o el prejuicio, sin considerar la influencia de procesos cognitivos. Este capítulo pretende mostrar las estrategias que empleamos las personas para procesar la compleja información del mundo social. En primer lugar, nos referiremos a dos formas de procesamiento, el automático y el controlado. A continuación, nos centraremos en los esquemas y los heurísticos. Una vez analizados estos aspectos, se expondrán los principales errores que cometemos cuando procesamos estímulos sociales. Por último, se examinará la influencia mutua que existe entre los procesos cognitivos y el afecto. COGNICIÓN SOCIAL l. PROCESAMIENTO AUTOMÁTICO Y CONTROLADO EN EL PENSAMIENTO SOCIAL En cognición social se distinguen dos formas de procesar la información, una de manera automática y otra de modo controlada. Los cuatro elementos que diferencian el procesamiento automático del controlado son la intencionalidad, el control, el esfuerzo y la eficiencia (Bargh, 1994). El procesamiento automático no es intencionado, es decir, se produce sin que las personas sean conscientes de ello; no está sujeto al control deliberado, por lo que en algunas ocasiones resulta difícil o imposible evitar o interrumpir ciertos pensamientos que ya se han activado; no implica ningún esfuerzo, puesto que se basa en estructuras de conocimiento que ya están almacenadas en la memoria; y, es altamente eficiente, en tanto que requiere pocos recursos cognitivos y puede ocurrir simultáneamente con otros procesos. El procesamiento automático ocurre cuando, después de una amplia experiencia con una tarea o información, llegamos a un estado en el que desempeñamos esa tarea o procesamos la información de forma similar, sin esfuerzo y sin ser conscientes de ello. Por ejemplo, las primeras prácticas de conducción de un coche requieren un procesamiento controlado de cada secuencia de movimientos. Al cabo de mucho tiempo al volante, el conductor automatiza la conducta, de forma que la atención quedará libre y disponible para real izar otras tareas. Por tanto, los procesos automáticos implican una gran economía para el que procesa la información. Imaginemos que, después de muchas horas al volante, tuviéramos que seguir decidiendo de forma consciente cada uno de nuestros movimientos. Esto conllevaría un gran consumo de recursos cognitivos. El procesamiento automático presenta ventajas adicionales, más allá de la mera eficiencia cognitiva. Por ejemplo, consideremos una situación muy familiar para todos como es no poder recordar un nombre o un lugar concreto. En este caso, lo más probable es que realicemos otra tarea mientras seguimos buscando la información que queremos de forma automática, es decir, sin ser conscientes de ello. Esta búsqueda «no consciente » suele terminar con éxito, y la información que estábamos buscando nos viene a la mente de forma automática. Si bien somos vagamente conscientes de lo que estaba sucediendo, no podemos precisar cómo ha sucedido. De alguna manera, el procesamiento automático nos ha ayudado a recordar la información que buscábamos cuando, de forma aparente, estábamos distraídos. Es decir, el pensamiento automático puede resultar también útil para solucionar problemas o tomar decisiones concretas cuando nuestra atención esta puesta en otra actividad (véase Cuadro 2.1 ). Dijksterhuis y van Olden (2006) realizaron un curioso experimento en dos fases para comprobar cómo en ocasiones el pensamiento automático puede ayudarnos a tomar decisiones adecuadas. En la primera fase, se pedía a los participantes que visualizaran diversos pósters en una pantalla de ordenador e indicaran cuál les gustaba más. En una condición (decisión inmediata), los pósters aparecían en la pantalla simultáneamente y los participantes decidían de forma inmediata sobre sus preferencias. En la segunda condición (pensamiento consciente), los pósters aparecían una vez durante 90 segundos. Después de verlos, los participantes, antes de tomar la decisión, podían reflexionar detenidamente sobre su elección escribiendo en un papel sus pensamientos y evaluaciones sobre los pósters. En la tercera condición (pensamiento no consciente), una vez visualizados los pósters, los participantes realizaban una tarea diferente, como resolver anagramas, de forma que evitaban pensar sobre lo que habían visto. Varios minutos después, expresaban qué póster les gustaba más. Una vez concluida esta fase, cada participante se pudo llevar su póster preferido. En una segunda fase del experimento, se les llamaba por teléfono semanas después y se les preguntaba cuánto dinero pedirían si vendieran el póster. También debían expresar su satisfacción con su elección. La predicción de los investigadores era que los participantes que tomaron la decisión sin pensar en ella de forma consciente (pensamiento no consciente), estarían más satisfechos con su elección. Esto fue precisamente lo que sucedió: los participantes tomaron las mejores decisiones, expresadas en forma de satisfacción y mayor precio otorgado al póster, cuando eligieron de forma automática en comparación con las otras dos condiciones (ver Figura 2.1 ). ¡Cómo explicamos estos hallazgos? Puede resultar realmente llamativo que la satisfacción sea más alta en los participantes que tomaron su decisión de forma no consciente. Sin embargo, como venimos comentando, los resultados pueden deberse al hecho de que el pensamiento consciente y controlado tiene sus límites respecto a la cantidad de información que puede manejar. Cuando tenemos que tomar decisiones, es difícil que podamos considerar todas las posibilidades. Sin embargo, el pensamiento automático, no consciente, tiene sus propias reglas que le hacen ser realmente eficiente en el manejo de la información y, de esta Como hemos mencionado, el pensamiento automático implica poco esfuerzo. Esto se debe al hecho de que este tipo de procesamiento se basa en estructuras de conocimiento existentes -para que le lector lo entienda, serían como paquetes organizados de información que se almacenan en la memoria. Ejemplos de estas estructuras son los esquemas, a los que dedicaremos especial atención en el siguiente epígrafe, y el fr::,ming o encuadre, que se refiere a cómo presentar la ormación a los demás para que tenga una mayor 111111D manera, en ocasiones, no pensar demasiado en algo puede reflejar nuestras preferencias reales de forma más clara. 10 9 8 7 6 5 4 Los participantes de la condición no-consciente, mostraron mayor satisfacción con la decisión tomada I1\I I..... I 1 9.56 I I 1 - I1 I I1 I' I1 I I1 I t ' 1, 7.3 - 6.68 6.68 -- 6.39 - -- 5.03 -- Inmediato Consciente No - - - consciente Satisfacción Precio de venta Beneficios del procesamiento automático: más allá de la mera eficiencia. Adaptado ele Branscombe y Byron (2017). Rango de la escala de satisfacción y de precio de venta de 1 a 1 O, indicando los valores más altos mayor satisfacción y mayor precio de venta. influencia (véase Cuadro 2.2). En el capítulo de contenido empírico 111 «Medios de Comunicación y Realidad Social» se desarrollará este aspecto de forma más detallada. En el polo opuesto al procesamiento automático, se encuentra el procesamiento controlado. Este tipo de procesamiento se produce de forma consciente y además exige un gran esfuerzo. Los procesos controlados necesitan más cantidad de recursos cognitivos, por lo que se trata de un procesamiento bastante más lento que el automático. La distinción entre ambos tipos de procesamiento se ha demostrado de forma consistente, y se ha reconocido como un aspecto muy importante de la cognición social. Sin embargo, no se puede considerar que sean totalmente independientes, e incluso se pueden generar de forma conjunta en situaciones que implican cierto grado de incertidumbre (Sherman et al., 2008). En el cuadro 2.3 se resumen las características de los dos tipos de procesamiento. 2. ESQUEMAS SOCIALES Un esquema se puede definir como una estructura cognitiva independiente que representa el conocimiento abstracto que tenemos acerca de un grupo de estímulos, que consideramos que tienen algo en común y que incluye sus atributos y las relaciones que se establecen entre ellos (Fiske y Taylor, 2017). Por ejemplo, es posible que un estudiante que se matricule de Psicología en la UNED tenga un esquema sobre la universidad, de cómo funciona la enseñanza a distancia, así como de los conocimientos que va a adquirir en los diferentes cursos del Grado de Psicología. Así, el estudiante de la UNED sabe que debe estudiar de forma autónoma y que cuenta con la ayuda de los centros asociados para su estudio. Aunque la realidad de la enseñanza a distancia es mucho más compleja que todo esto, este esquema le ayudará hasta que obtenga información adicional. En un primer momento, este mapa mental que ha construido le sirve para saber saber que debe ser autónomo en la planificación de su tiempo y en su método de estudio. Asimismo, le va a ayudar a dar sentido a la nueva información que se irá encontrando. A medida que transcurra el curso, y el estudiante descubra nuevas herramientas como las plataformas educativas virtuales, irá incorporando nuevos conocimientos que completarán los esquemas iniciales. En Psicología Social se han estudiado principalmente los siguientes tipos de esquemas: Esquemas de personas y grupos: Es el conocimiento que tenemos almacenado sobre individuos específicos (un amigo, compañero de trabajo) o grupos (inmigrantes, mujeres). Estos esquemas sugieren que ciertos rasgos y comportamientos están unidos, de forma que los individuos o grupos que muestran ese conjunto de rasgos o esa serie de comportamientos representan un cierto tipo que activa el esquema correspondiente. Los estereotipos son el ejemplo más claro de este tipo de esquemas (véase Capítulo 5). Esquemas del yo: Este tipo de esquemas se refiere a estructuras donde almacenamos información sobre nosotros mismos. Los esquemas del yo son mucho más complejos que los esquemas de personas, puesto que cada persona dispone de un conocimiento muy articulado sobre sus destrezas y habi I idades, sus logros y sus fracasos o sus preferencias. Como señalan Baron y Byrne (2005), dedicamos mucho tiempo y esfuerzo en pensar en nosotros mismos, por lo que disponemos de un conocimiento amplio de cómo nos comportamos y respondemos a diversas situaciones. El tema de Autoconcepto e Identidad Social (véase Capítulo 9), hace referencia a este tipo de esquemas. Esquemas de roles: Estos esquemas contienen información sobre cómo son y cómo se comportan las personas que ocupan un determinado rol en el grupo o en la sociedad (líder, profesor, entre nador, político). Este tipo de esquemas permite comprender y tener expectativas sobre las metas y acciones asociadas a esos roles y, en consecuencia, saber cómo debemos interactuar con ellos. Esquemas de sucesos o guiones de acción (scripts): En este caso, se trata de información sobre secuencias típicas de acciones en situaciones concretas. Esta secuencia de sucesos ocurre frecuentemente y con regularidad en un contexto o cultura determinada. Por ejemplo, el esquema presentarse a un examen engloba la secuencia de actos correspondiente a cómo se desarrollan los exámenes (mostrar el carné, recoger el examen, buscar el sitio asignado, leer detenidamente las instrucciones, etc.). En Estados Unidos, el esquema restaurante engloba una serie de acciones que incluye, entre otras, dejar una propina que supone un porcentaje concreto de la cantidad a pagar. En definitiva, gracias a este tipo de esquemas podemos orientarnos en diferentes situaciones y comportarnos de forma apropiada en ellas. Esquemas abstractos de resolución de problemas: Se trata de esquemas genéricos, libres de contenido concreto, sobre procedimientos útiles para solucionar problemas. Por ejemplo, la Teoría del Balance (Heider, 1958) y la Teoría de la Atribución (Kelley, 1972b) son un ejemplo de este tipo de reglas. En concreto, los esquemas de atribución nos indican qué hacer y qué aspectos tener en cuenta para encontrar la causa de un suceso. Estos esquemas se tratan de forma amplia en el capítulo siguiente (véase Capítulo 3). -- 2.1. Influencia de los esquemas en el pensamiento social Como hemos visto, los esquemas son estructuras de conocimiento que ayudan a organizar la información social. Una vez formados, los esquemas influyen en el pensamiento social mediante tres procesos básicos, como son la atención, la codificación y la recuperación. La atención se refiere al modo en que percibimos. Los esquemas funcionan a modo de filtro, de forma que se atiende y se percibe la información que es consistente con nuestros esquemas. En esta fase, utilizamos nuestros esquemas cuando estamos intentando manejar mucha información al mismo tiempo, de forma que el uso de esquemas nos permite procesar la información con menos esfuerzo y de forma eficiente (Kunda, 1999). Siguiendo con nuestro ejemplo, el nuevo estudiante se enfrenta al inicio del curso a una gran cantidad de información a la que debe atender. Si ya ha configurado su esquema de la universidad, este filtro le guiará para seleccionar la más relevante para enfrentarse con éxito al estudio. La codificación se refiere a la información que se almacena en la memoria. Por lo general, se tiende a almacenar la información consistente con nuestros esquemas. Sin embargo, la información que es muy inconsistente no se pierde, sino que se puede almacenar en lugares separados con una etiqueta diferente dentro de la memoria a largo plazo (Stangor y McMillan, 1992). Por ejemplo, tenemos conformado el esquema presentarse a un examen. Si en una sesión sucede algo inusual con el esquema formado, ese evento se almacenará por lo inconsistente. La recuperación se refiere al proceso de extracción de la información que tenemos almacenada en la memoria. De forma similar a lo que ocurre en la codificación, en esta fase es más fácil que recordemos la información consistente con las estructuras previas. Sin embargo, la información inconsistente con nuestros esquemas permanece almacenada en la memoria. Toda la secuencia aprendida del esquema presentarse a un examen será recuperada fácilmente en la siguiente convocatoria. No obstante, como señalábamos en la codificación, podremos recuperar el evento que resultó inconsistente con dicho esquema. Si bien los esquemas son de gran uti I idad para simplificar y organizar la información, tienen un lado negativo en la medida en que pueden producir distorsiones en la comprensión del mundo social. Por ejemplo, los esquemas juegan un papel importante en el mantenimiento del prejuicio (véase Capítulo 1 O), puesto que los esquemas son un componente de los estereotipos (véase Capítulo 5). Asimismo, los esquemas son muy superioresistentes al cambio, y muestran un efecto de perseverancia que los hace inalterables incluso frente a información contradictoria (Kunda y Oleson, 1995). Un claro ejemplo de este aspecto es el efecto Pigmalión, también llamado profecía autocumplida (véase Cuadro 2.4). 2.2. ¿Qué esquemas utilizamos? Los esquemas se activan de forma espontánea cuando nos encontramos con un estímulo relacionado con ellos. Una cuestión que podemos plantearnos es qué esquema se activa en una situación concreta. La activación de un tipo u otro de esquema viene determinada por la accesibilidad, grado en la que los conceptos y esquemas están disponibles en nuestra memoria. Podemos tener c rónicamente activado el esquema de roles, por ejemplo los roles de género, de manera que haya mayor probabilidad de clasificar a las personas en función de este esquema y no se preste atención a otro aspecto. La mayor accesibilidad a determinados esquemas puede venir determinada por la experiencia pasada, los objetivos y metas de las personas y, la cercanía temporal o priming. Los esquemas tienen como finalidad cubrir algunas de las lagunas cognitivas que tenemos, más con la experiencia previa que tenemos almacenada que con la información concreta que nos llega. Por ejemplo, el estudiante de primer curso conforma su esquema de cómo estudiar en la UNED a partir de las experiencias previas de otros. Una vez adquirido, se basará en su experiencia previa para añadir información al esquema. Los objetivos y metas personales hacen que se activen o inhiban determinados esquemas. Por ejemplo, un aspecto que se ha estudiado de forma consistente en la literatura sobre prejuicio (véase Capítulo 1 O) es, precisamente, la motivación que tenemos las personas para no mostrar nuestra actitud negativa hacia ciertos grupos (Plant y Devine, 1998; Devine et al., 2002). En una reunión social, en la que la mayoría de las personas muestran actitudes positivas hacia un grupo concreto, evitaremos utilizar los esquemas negativos que podamos tener (estereotipos) y nos mostraremos como una persona sin preJu1c1os. La cercanía temporal con la que se haya activado un esquema, definida por el término en inglés priming, también facilita que se vuelva a aplicar ese esquema para interpretar nuevos estímulos, incluso en contextos no relacionados con ese esquema. El priming se define como la activación o disponibilidad de información en la memoria como resultado de la exposición a eventos o estímulos específicos. En el cuadro 2.5 se describe un estudio en el que se refleja el efecto del priming. Una cuestión importante respecto al priming es si estas asociaciones se pueden desactivar una vez formadas. Los psicólogos sociales denominan unpriming al proceso por el que los pensamientos o acciones primados por una experiencia reciente se eliminan una vez que se expresan. Para demostrar este efecto, Sparrow y Wegner (2006) desarrollaron un estudio con dos condiciones experimentales. En primer lugar, formularon a los participantes una serie de preguntas muy sencillas con una estructura de respuesta «si-no», por ejemplo «¿un triángulo tiene tres lados?» o «¿cuánto son tres más dos?>>. Se asumía, por tanto, que todos los participantes conocían la respuesta correcta. A los participantes de la primera condición experimental solo aleatoriamente se les pedía que respondieran una única vez de forma aleatoria. En la otra condición correcta-aleatoria la pregunta aparecía dos veces: en la primera tenían que responder de forma correcta y en la segunda aleatoria. La predicción era que, en el grupo que solo daba una respuesta, se les activaría de forma automática el esquema «responder correctamente », por lo que no podrían responder de forma aleatoria. Concretamente, el grupo de la condición solo aleatoriamente respondió de forma correcta en un 58% de las ocasiones. En la condición correcta-aleatoria, también se activó el esquema «responder de forma correcta», pero en este caso se expresó, por lo que podían seguir esa regla en la segunda respuesta en la que se les solicitaba dar una respuesta aleatoria (49% de acierto). Es decir, cuando se expresan esquemas qué han sido activados previamente, se puede romper esa asociación y desaparecer el efecto de los esquemas activados. Sin embargo, si no se expresan, los efectos del esquema pueden persistir (véase Figura 2.2). 3. HEURÍSTICOS Además de los esquemas, otra forma de reducir esfuerzo en el procesamiento de la información social tiene que ver con las estrategias que empleamos, por ejemplo, para extraer conclusiones rápidas utilizando la información que tenemos más disponible. Tversky y Kahneman (1974) definen un heurístico como una serie de reglas muy sencillas que las personas usamos de forma frecuente para hacer juicios y tomar decisiones sobre diversos asuntos sin consumir muchos recursos cognitivos. Es decir, se trata de una especie de atajos mentales que en la mayoría de las ocasiones nos funcionan, pero que a veces pueden llevarnos a cometer errores desde un punto de vista lógico, probabilístico o racional. Aunque existe una gran cantidad de reglas o heurísticos, se pueden destacar cuatro tipos que detallamos a continuación: 3.1. Heurístico de representatividad Según Tversky y Kahneman (1974), el heurístico de representatividad nos permite juzgar la probabilidad de que un evento pertenezca a un conjunto, fijándonos en la semejanza entre el suceso y la categoría. Por lo tanto, la estimación que hacemos se basa en determinar si el evento es representativo de una clase y, si decidimos que lo es, juzgaremos que es probable que pertenezca a esa categoría. Vamos a considerar un ejemplo proporcionado por Tversky y Kahneman (1973): «Steve es muy tímido e introvertido, siempre servicial, pero con poco interés por las personas del mundo real. Una persona tranquila y ordenada, que necesita del orden y de la estructura y con una gran pasión por el detalle». A continuación, se nos pregunta por la profesión de Steve entre las siguientes: granjero, actor, bibl iotecario, buzo o cirujano. Para dar una respuesta rápida, nuestra estrategia será estimar el grado en que Steve es representativo, o similar, a la persona promedio de cada una de las categorías, y según esto hacemos el juicio acerca de su profesión. En este ejemplo en concreto, es probable que se responda que nuestro personaje es bibliotecario porque su descripción es representativa de los atributos estereotípicamente COGNICIÓN SOCIAL Daniel Kahneman, profesor israelí de la universidad de Princeton (Nueva Jersey, Estados Unidos), es autor del libro divulgativo Pensar rápido, pensar despacio. Tiene el honor de ser el único psicólogo en haber sido galardonado con un premio Nobel de Economía (en el año 2002, exaequo con Vernon Smith). asociados a los bibliotecarios. Como se desprende de este ejemplo, este heurístico no es más que un juicio de similaridad que lleva a sobrestimar la probabilidad de que Steve pertenezca al gremio de los bibliotecarios. 3.2. Heurístico de simulación Kahneman y Tversky (1982) definen el heurístico de simulación como el mecanismo que hace que estimemos más probables aquellos eventos que tenemos más facilidad para imaginarnos que pueden llegar a ocurrir. Utilizamos este heurístico cuando hay que predecir un hecho futuro, cuando tenemos que diagnosticar la probabilidad de un hecho específico y cuando calculamos las probabilidades de que ocurra algún suceso. Este heurístico también nos conduce a buscar alternativas a hechos o circunstancias pasadas o presentes, planteándonos que podía haber ocurrido, si solo hubiéramos hecho algo, error cognitivo denominado pensamiento contrafáctico, que describiremos en el siguiente epígrafe. Kahneman y Tversky (1982) nos ofrecen un ejemplo hipotético sobre este heurístico que nos ayudará a entender su funcionamiento: «Mr. Cane y Mr. Tees deben acudir al aeropuerto en vuelos diferentes pero a la misma hora. Cuando acuden juntos al aeropuerto encuentran un atasco y llegan media hora después de la hora de salida de sus vuelos. A Mr. Crane se le informa que su vuelo salió a su hora. A Mr. Tees se le dice que el vuelo se retrasó y qua acababa de salir hace cinco minutos. ¿Quién está más enfadado, Mr. Crane o Mr. Tees?». La mayoría de las personas creen que Mr. Tees estará más molesto porque imaginamos que podría haber tomado su vuelo basándonos en juicios como si el vuelo se hubiera retrasado un poco más, si el atasco hubiera durado un poco menos. 3.3. Heurístico de disponibilidad Este heurístico se utiliza para estimar la probabilidad de un suceso, la frecuencia de una categoría o la aparición conjunta de dos fenómenos. El heurístico de disponibilidad refleja la tendencia que tenemos las personas a utilizar los ejemplos específicos que con mayor rapidez vienen a nuestra mente, es decir, los que están más accesibles. Por ejemplo, si nos planteamos el riesgo que supone viajar en coche o en avión, es probable que optemos por la segunda opción. Aunque, afortunadamente, son mucho menos frecuentes que los que se producen en la carretera, producen más impacto por sus características y están más accesibles. Sin embargo, las estadísticas reflejan semanalmente el alto número de víctimas en carretera. Es decir, lo habitual es proporcionar respuestas rápidas basadas en la facilidad con que la información viene a la mente. 3.4. Heurístico de anclaje y ajuste El heurístico de anclaje refleja la tendencia que tenemos las personas a reducir la ambigüedad tomando como referencia un punto de partida -ancla- al que nos ajustamos para la búsqueda de la solución final. Por ejemplo, para los autores de este capítulo (como profesores universitarios que somos), el número de estudiantes matriculados en esta asignatura durante el curso pasado nos va a servir de referencia para estimar los que se puedan matricular el próximo curso. El conocimiento de este heurístico también es muy importante para los científicos sociales por las consecuencias que tienen los estudios de opinión. Cuando las personas responden a una escala se hallan influidas por los dos extremos de la escala y tienden a responder en el punto medio. Además, este punto medio se establece en función del tamaño de la escala: si está entre O y 20 elegirán una puntuación menor que si la escala de respuesta cubre las opciones de O a 100. 1111111D 4. ERRORES EN LA COGNICIÓN SOCIAL Hasta ahora nos hemos referido a cómo las personas procesamos la información que proviene del medio social. En este repaso, se ha puesto énfasis en el hecho de que el sistema cognitivo tiene una capacidad limitada, por lo que debe hacer uso de diversas estrategias que le permitan procesar la información sin llegar a un estado de sobrecarga. A pesar de su efectividad, el uso de ciertas estrategias puede conducir a errores en la forma de procesar la información. En este apartado, se exponen algunas de las fuentes potenciales de error en la cognición social. Aunque se los denomine errores, esto no debe considerarse como un aspecto negativo, puesto que estas tendencias de respuesta erróneas resultan bastante adaptativas a la hora de responder a la complejidad del mundo social. Por cierto, a modo aclaratorio, comentamos que un error es una equivocación puntual o circunstancial, normalmente asociada a la desviación de una determinada regla normativa, mientras que un sesgo es una tendencia sistemática a cometer una determinada distorsión. En el cuadro 2.6 se reflejan los principales errores y su definición. 4.1. El pensamiento mágico El pensamiento mágico se refiere a las atribuciones de causalidad carentes de lógica, sin ningún tipo de respaldo empírico, que las personas hacemos en ocasiones, como por ejemplo cuando creemos que nuestros sus pensamientos pueden tener consecuencias en el mundo externo, ya sea por nuestra propia acción o por la intermediación de fuerzas paranormales. El experimento que explicamos a continuación ayudará al lector a entender mejor en qué consiste el pensamiento mágico (véase Capítulo 3). La tarea de los participantes consistía en «hacer vudú» a otra persona que supuestamente era un participante, pero que en realidad era un cómplice que formaba parte de la investigación (Pronin et al., 2006). El participante real tenía que clavar una serie agujas en la cabeza, el corazón, el estómago, la parte izquierda y la parte de derecha de un muñeco como si estuviera practicando vudú. La manipulación experimental consistió en el tipo de comportamiento que mostraba el participante cómplice de la investigación. En una condición, el cómplice actuaba de una manera detestable para desagradar al participante real (llegaba tarde al experimento, mascaba chicle con la boca abierta y lanzaba a la papelera un papel que se caía fuera y no lo recogía), y en otro grupo, el cómplice se comportaba de forma agradable y simpática. Después de esta interacción, más o menos afortunada, el investigador indicaba al participante real que la tarea del muñeco vudú podía comenzar. Cuando este participante comenzaba a clavar las agujas en el muñeco que representaba al cómplice del investigador, este comenzaba a quejarse de un dolor de cabeza, como si realmente el vudú estuviera teniendo algún tipo de efecto (obviamente todo formaba parte de la actuación). A continuación, los investigadores preguntaban a los participantes reales hasta qué punto creían que habían sido responsables de los síntomas de la otra persona. El objetivo de estas cuestiones era observar si percibían que ejercían algún tipo de control sobre el dolor que había experimentado el participante cómplice. Los resultados mostraron que, en la condición en que la persona cómplice se comportó de forma maleducada, los participantes reales percibían más controlabilidad, en comparación con el grupo en el que el cómplice colaborador fue amable y simpático. Es decir, cuando la persona había sido desagradable, el participante real tendía a hacerse responsable de su dolor de cabeza. En otras palabras, los estudiantes llegaban a creer que el haber pensado mal de la otra persona por su comportamiento inapropiado estaba relacionado con que posteriormente hubieran sentido dolor de cabeza. 4.2. Sesgo de impacto El pronóstico afectivo hace referencia a las predicciones que hacemos las personas sobre los sentimientos COGNICIÓN SOCIAL que tendremos en el futuro. Este sesgo es un ejemplo de cómo las creencias pueden influir en el afecto, como se detallará más adelante (Wilson y Gilbert, 2003). Según estos autores, los seres humanos no somos muy precisos a la hora de imaginarnos nuestro futuro. Los principales sesgos que cometemos tienen que ver fundamentalmente con cuatro dimensiones. En primer lugar, cometemos errores de bulto sobre la valencia de nuestras futuras emociones. En segundo lugar, no tenemos claras las emociones específicas que sentiremos con el paso del tiempo. Es decir, aunque a veces podamos acertar la valencia de nuestros sentimientos, negativos o positivos, en algunas circunstancias no adivinaremos qué emociones concretas vamos a experimentar. En tercer lugar, también cometemos errores a la hora de predecir la intensidad de las emociones que sentiremos en el futuro. En cuarto y último lugar, nos equivocamos a la hora de estimar la duración de nuestros futuros estados emocionales. Estos investigadores denominan sesgo de impacto a la tendencia a sobrestimar la intensidad y duración que tendrán futuros eventos en nuestras emociones. Para que el lector se haga una idea de este tipo de sesgo, exponemos un experimento prototípico sobre pronóstico afectivo realizado recientemente con votantes de Hillary Clinton en las elecciones presidenciales de 2016 (Dorison et al., 2019). Los autores pedían a los participantes que se imaginaran cómo se sentirían después del discurso del presidente Dona Id Trump del 20 de enero de 2017, en el que tomó posesión de su cargo. Esa predicción que se solicita a los participantes que hagan es lo que vamos a llamar pronóstico afectivo. Después de esa estimación, los sujetos veían realmente una grabación del discurso de Trump. De esta manera los investigadores pueden comprobar si existe un sesgo comparando la predicción de cómo creían que se sentirían con las emociones que realmente sintieron. ¿Cuáles fueron los resultados? Según nos informan los investigadores, los votantes de Hillary Clinton puntuaron, en una escala del O al 8, una media de 4,08 en el pronóstico afectivo, y en el caso de la emoción real después de ver el discurso obtuvieron una media de 3,07. Es decir, los participantes anticiparon niveles de afecto negativo mucho más elevados de lo que realmente sintieron cuando finalmente se expusieron al speech presidencial de Trump. 4.3. Sesgo de proyección En muchas ocasiones, las personas usamos nuestras vivencias del presente para predecir cómo creemos que será el futuro. En Psicología Social llamamos sesgo de proyección a esta tendencia a basarnos en nuestras experiencias actuales para imaginarnos como será lo que nos deparará el día de mañana (Loewenstei n et al., 2003). La escritora estadounidense Julie Beck, en un artículo para The Atlantic, pone como ejemplo de este sesgo de proyección la película Regreso al futuro 11 (Beck, 2017). El filme del norteamericano Robert Zemeckis fue rodado en 1989, pero la trama se situaba en el año 2015. En la cinta podemos ver que los personajes en el «futuro» siguen usando máquinas de fax y cabinas telefónicas. Hoy sabemos que estos objetos se han quedado ya completamente obsoletos, pero en el momento de escritura de la cinta el guionista estadounidense Bob Gale predijo que seguirían existiendo en el siglo XXI. Los creadores de la saga, que sí imaginaron con acierto las videoconferencias o el uso de drones en el futuro, basaron sus proyecciones sobre lo que pasaría el día de mañana en su experiencia y conocimiento de la tecnología del momento presente. 4.4. Falacia del jugador y de la mano caliente La falacia del jugador hace referencia a creer erróneamente que los sucesos pasados afectan a los futuros en lo relativo a actividades aleatorias, como en muchos juegos de azar. Tversky y Kahneman (1971) creen que la falacia del jugador se traduce en creer que la equiprobabilidad se manifestará en un número reducido de observaciones. Por ejemplo, estos autores comentan que cuando se nos pide que imaginemos una secuencia hipotética de pocos lanzamientos de una moneda, que incluye dos sucesos que tienen la misma probabilidad de ocurrir, tenemos tendencia a pensar que ese segmento de tiros reflejará a la perfección las leyes del azar con un 50% de caras y un 50% de cruces. Sin embargo, según los principios más básicos de la probabilidad, cuando existen muestras muy pequeñas, como en el caso de una secuencia corta de lanzamientos de una moneda, no se aplican las «leyes de los grandes números». Es decir, cuando existen pocas observaciones, es más probable que existan desviaciones a lo esperable. En resumen, cuando hay pocas observaciones no es descabellado pensar que los resultados se puedan alejar de esa distribución homogénea «ideal». Es lo que Tversky y Kahneman denominan la creencia en la ley de los pequeños números, por contraposición a la «ley de los grandes números» que acabamos de comentar. Estos autores ponen el siguiente ejemplo para explicar este fenómeno: «Se sabe que la media del Cociente Intelectual (CI) de la población de estudiantes en una ciudad es de 1 OO. Has seleccionado una muestra al azar de 50 niiios para un estudio sobre el éxito educativo. El primer niño analizado tiene un CI de 150. ¿Cuál esperas que sea la media de CI para la muestra entera?». La mayoría de las personas suele responder que 1 OO. Sin embargo, la respuesta correcta es 101. ¿Por qué? Según nos indica el enunciado, sabemos que un niño tiene un CI de 150, si el resto de 49 niños tiene el valor de la media que se indica, que es 100, haciendo el cálculo obtendríamos un valor de 101. En términos matemáticos: (150 + (49 x 100)) / 50 = 101. Estos investigadores comentan que las personas creemos firmemente en la «justicia» de las leyes del azar. Es decir, pensamos que cualquier desviación de la norma se autocorregirá para que el resultado final acabe siendo lo más parecido a lo «normal». Por ejemplo, lo «razonablemente esperable» es que, si en una secuencia de cinco lanzamientos de monedas salen cinco caras, los siguientes resultados sean cruces, o que, si un niño se desvía mucho con un CI de 150 de la media en inteligencia, que es 100, aparezca otro que lo compense con un CI de 50. El fenómeno opuesto al de la falacia del jugador es la falacia de la mano caliente. La «mano caliente» hace referencia a la tendencia que tienen los jugadores que han anotado una serie de tiros en un tramo corto de tiempo a creer que están en mejor disposición para el acierto que el resto de compañeros (Gilovich et al., 1985). En el citado artículo, los investigadores analizaron las estadísticas de tiro de los 48 partidos jugados en casa de los Filadelfia 76 rs de la temporada 1981/82. De los nueve jugadores de campo analizados, ocho de ellos presentaban probabilidades más bajas de anotar un tiro después de un acierto, con un 51 %, que después de un fallo, con un 54%. El único jugador que se escapaba a esta tendencia fue el mítico Julius Dr. J Erving. Es decir, la mayoría de jugadores de los 76 rs anotaban menos después de un acierto que después de un fallo. Analizando con más detalle los datos de este estudio, Gilovich también observó que la probabilidad de meter una canasta después de una buena racha era más baja que la de anotar después de una mala. En concreto se halló que después de tres o cuatro aciertos de un total de cuatro tiros, el siguiente lanzamiento tenía una probabilidad del 50% de volver a entrar, mientras que después de cero o un acierto, en una serie de cuatro tiros, la probabilidad de encestar en el siguiente lanzamiento aumentaba al 57%. Por lo tanto, lo que vinieron a probar los autores es que cuando un jugador ha anotado tres o cuatro tiros seguidos no implica necesariamente que el siguiente tiro tenga más probabilidades de entrar a canasta que en cualquier otra circunstancia. Es decir, los resultados parecen indicar que la mano caliente no existe. Según Gilovich, el acierto dependería del habitual conjunto de tiros seleccionados al azar por cada jugador y en ningún caso de la mano caliente del tirador en racha. Por esta razón se la conoce habitualmente como la falacia de la mano caliente, es decir, después de tener éxito en el pasado no existe una mayor probabilidad en el futuro de que ese resultado positivo vuelva a suceder, a pesar de que tengamos la sensación de que esa buena racha va a seguir continuando en el tiempo. 4.5. Ilusión de control La ilusión de control se define como una expectativa de obtener un éxito personal en el futuro mucho mayor de lo que garantiza la probabilidad objetiva (Langer, 1975). Según esta investigadora, este fenómeno se produce principalmente en situaciones azarosas cuando creemos erróneamente que interviene nuestra habilidad. Para estudiar empíricamente la ilusión de control, la autora preparó una lotería en dos oficinas dedicadas a los seguros y a la manufactura situadas en la isla de Long /stand en Nueva York. Esta «porra» permitía ganar 50 dólares a los participantes que formaron parte del experimento. Según señala Langer, cada billete costaba solamente un dólar. En una oficina, en la «condi- COGNICIÓN SOCIAL c1on libre elección», los empleados podían elegir el boleto que quisieran, mientras que, en la otra empresa, en el «grupo sin elección», la autora proporcionaba directamente a los participantes el billete con el que participarían en el sorteo. A esas personas que decidieron participar se les dijo unos días más tarde que alguien de la otra oficina se había quedado sin billete, y se les preguntó si estarían dispuestos a venderle su número. Los resultados fueron que los empleados que eligieron su billete pidieron un precio mucho más alto, con una media de 8,67 dólares, que los participantes que no eligieron el número, con una media de 1,96 dólares. Es decir, la libre elección hacía creer a los empleados que su boleto tenía un precio más elevado. En otras palabras, las personas que habían elegido el número estimaban que el «producto» era más valioso. 4.6. Sesgo de confirmación El sesgo de confirmación se define como la tendencia que tenemos las personas a favorecer, buscar, interpretar y recordar la información que confirma nuestras creencias y a rechazar posibles explicaciones alternativas que no concuerden con nuestra visión (Wason, 1960). Por ejemplo, el periodista estadounidense Jasan Zweig en The Wa/1 Street Journal utiliza al personaje Uriah Heep, que aparece en «David Copperfield » para ilustrar cómo funciona este error cognitivo (Zweig, 2009). Según Zweig, el sesgo de confirmación sería como una interiorización de Uriah Heep (un tipo servil que se dedica a decir que sí a todo en la novela del inglés Charles Dickens) que actuaría como una voz de nuestra consciencia que nos confirma todo lo que pensamos. En la época actual, los algoritmos de ciertas aplicaciones (tipo YouTube) propician este tipo de sesgo, sugiriéndonos contenidos que el programa cree que nos gustan. De esta manera podemos acabar informándonos con noticias afines a nuestras actitudes previas, evitando exponernos a otras creencias que podrían poner en duda las ideas que tenemos. Por ejemplo, el auge de las fake news («noticias falsas» en castellano) se explica precisamente por este sesgo de confirmación (véase Capítulo 111 de contenido empírico). Por muy absurdos que sean los argumentos, si hay gente que se los cree, la persona tenderá a buscar información que sea congruente con su visión, evitando leer las fuentes oficiales que podrían poner en entredicho sus convicciones. 4.7. Optimismo no realista El optimismo no realista hace referencia a la tendencia de los individuos a pensar que tienen más probabilidad que otras personas de que les sucedan cosas positivas y menos posibilidades de que les pasen eventos negativos (Weinstein, 1980). Este autor lo denomina no realista porque se trata de una esperanza vana, es decir, no basada en las probabilidades reales. Veamos cómo se probó empíricamente esta idea. La tarea de los sujetos consistía simplemente en evaluar un total de 42 eventos. De esos sucesos, 18 tenían una naturaleza positiva y 24 eran negativos. Según nos cuenta Weinstein, entre los acontecimientos positivos que los participantes podían leer se encontraba «tener una buena oferta de trabajo después de graduarse », «viajar a Europa» o «vivir más de 80 años». Por otro lado, entre los eventos negativos a juzgar se encontraban, por ejemplo, «divorciarse a los pocos años de casarse», «ser despedido del trabajo» o «dejar la universidad». Las instrucciones del cuestionario indicaban que los sujetos tenían que responder cuál creían ellos que sería la probabilidad de que esos acontecimientos les sucedieran en el futuro en comparación con otro alumno de la universidad de su mismo sexo (el estudio se realizó en la universidad de Rutgers, en Nueva Jersey). Los participantes tenían que responder en una escala que iba de 100% menos, es decir, ninguna posibilidad de que les sucediera a ellos, a 100% más, que correspondería a una certeza absoluta de que les pasaría a el los. Los resultados fueron que los 18 eventos positivos tuvieron de media un porcentaje del 15,4%, mientras que los 24 negativos tenían una media de -20,4%. Es decir, los estudiantes al formular predicciones sobre el futuro creían que tenían menos posibilidades que los demás de que les ocurrieran acontecimientos negativos, y, al mismo tiempo, creían disponer de mayores probabilidades que los demás de que les sucedieran eventos positivos. Según indica Weinstein, de los 18 eventos positivos, el suceso al que más probabilidad se le asignó de media, con un 50,2%, fue «el trabajo de después de graduarme me gusta». En el caso del suceso negativo, del total de 24, el que obtuvo una probabilidad más baja, con un -58,3%, fue «tener un problema con la bebida». Además, el autor halló que el optimismo no realista de los participantes se asociaba con un menor interés por hacer algo para reducir el riesgo de padecer enfermedades, bajando la preocupación que se sentía por los problemas de salud (Weinstein, 1982). Es decir, las creencias de los estudiantes estaban relacionadas con una posible peor salud, ya que, al reducirse la preocupación, los sujetos podían dejar de hacer ciertas conductas preventivas o incluso realizar comportamientos de riesgo. IIIIIDI 4.8. Pensamiento contrafáctico Kahneman y Tversky (1982) se han interesado en estudiar la habilidad que tenemos las personas para «deshacer» escenas de nuestro pasado. Los autores denominaron a esa capacidad para generar escenarios alternativos a los que realmente han sucedido como pensamientos contrafácticos. Como señalábamos en el apartado anterior, este tipo de pensamientos derivan del heurístico de simulación. Kahneman y Tversky plantearon a unos estudiantes una situación en la que un tal Mr. Janes moría en un accidente de tráfico. En una condición experimental, los participantes leían un escenario en el que el conductor salía de trabajar a la hora habitual. En el otro grupo, los sujetos leían que Mr. Jones salía del trabajo un poco antes de lo habitual por un motivo extraordinario como era tener que realizar unas tareas domésticas por petición de su mujer. Los autores observaron que los estudiantes de la condición en la que Mr. Janes salía antes de trabajar mencionaban frecuentemente, un total de 16 veces, que la consecuencia podría haber sido distinta si el conductor hubiera dejado el trabajo a la hora habitual y no hubiera pasado por la carretera en el momento en que el conductor borracho lo hacía. Es decir, los estudiantes creían que Mr. Janes se podría haber salvado si no hubiera hecho el recado. En el caso de los participantes que leyeron el escenario en el que el accidente se producía cuando Mr. Janes salía a la hora de siempre, solo se mencionó en dos ocasiones que podría haberse evitado la muerte del protagonista de la historia si hubiera pasado a una hora diferente por la carretera. Es decir, los estudiantes tenían más dificultad para imaginar un escenario alternativo cuando el suceso se percibía como cotidiano. Un estudio más reciente sobre el pensamiento contrafáctico se realizó con los vídeos de la cobertura que hizo la cadena NBC de los Juegos Olímpicos del 1992 en Barcelona para analizar la reacción de los atletas al ganar medallas de plata y de bronce (Medvec et al., 1995). Según nos indican los investigadores, entre los vídeos que formaron parte del estudio estaba la prueba que le supuso la plata a la nadadora estadounidense Janet Evans o la que le permitió obtener el bronce a la atleta de la misma nacionalidad Jackie Joyner-Kersey. Además de los vídeos de la competición deportiva, los investigadores también seleccionaron imágenes sobre la entrega de las medallas. En este caso, los videos incluyeron la ceremonia en la que el atleta norteamericano Matt Biondi obtuvo la plata o el acto de entrega del bronce del equipo de baloncesto de Lituania. Los autores mostraron un total de 41 vídeos con 23 platas y 18 bronces de las reacciones de los deportistas justo después de que la competición hubiera terminado y 35 vídeos con 20 platas y 15 bronces de los galardonados en la ceremonia de entrega de las medallas a 20 estudiantes. La tarea de los participantes consistió en evaluar las emociones de los deportistas en una escala de 1 O puntos sin saber quién había ganado la plata y quién el bronce. Según nos informan los investigadores, los vídeos estaban editados para que los estudiantes no supieran el metal que habían ganado los diferentes protagonistas de los clips. Los resultados mostraron que los deportistas que habían ganado un bronce se mostraban más alegres que los atletas que habían obtenido la plata. Según nos indican los autores, la media de los atletas con bronce en los videos de justo después de que la prueba hubiera terminado fue de 7, 1, mientras que en el caso de los deportistas con la plata fue de solo 4,8. En el caso de los vídeos en la ceremonia de entrega, el patrón fue el mismo, es decir, los deportistas con el bronce estaban más alegres, con un 5,7 de media, que los que consiguieron la medalla de plata, con una media de 4,3. Es decir, tanto en el momento de la gesta deportiva como en la ceremonia de entrega, los medallistas del bronce estaban más satisfechos que los de la plata. Los investigadores interpretan estos resultados en función de los pensamientos contrafácticos: los medal listas de plata se comparaban con quienes habían ganado el oro y se sentían decepcionados. Es decir, los deportistas con la plata hacían un pensamiento contrafáctico al alza. Por otro lado, los medallistas de bronce se comparaban con los que acabaron en cuarto lugar, que se quedan sin medalla y solo obtienen un diploma olímpico, y se sentían más felices por ello. En este caso, los atletas con el bronce realizaban un pensamiento contrafáctico a la baja. Un contexto donde se hace uso del pensamiento contrafáctico con frecuencia es al finalizar un examen, como forma de explicar los aciertos y errores (Baumeister y Bushman, 2008). Concretamente, en el caso de los exámenes de elección múltiple, existe una tendencia a considerar que la opción que se escoge inicialmente es la correcta, por lo que hay una fuerte resistencia a considerar otra alternativa como válida. Este efecto fue denominado la falacia del primer impulso por un grupo de investigadores que encontró de forma sistemática esta tendencia de mantener la primera respuesta elegida a pesar de considerar que una respuesta diferente también podría ser correcta (Krueger et al., 2005). Esta falacia se extiende incluso a los profesores, que sostienen que la primera opción es la válida y fomentan en los estudiantes esta práctica. Sin embargo, hay estudios que muestran un mejor COGNICIÓN SOCIAL resultado cuando se cambia de opción. Este error se explica por el pensamiento contrafáctico. Si al final resulta que la segunda opción elegida era incorrecta, recurriremos a pensamientos sobre lo que deberíamos haber hecho, «podía haberla acertado si me hubiera quedado con la primera opción». Incluso el malestar sería menor si la opción inicial era incorrecta, pero nos hubiéramos negado a cambiarla. Como ocurría con las medallas de plata, la decepción viene porque se ha estado cerca del éxito. 4.9. Sesgo retrospectivo Podemos definir el sesgo retrospectivo como la tendencia que tenemos las personas a creer que sabíamos algo desde el principio, antes incluso de que el evento se produjese (Fischhoff y Beyth, 1975). La investigación en la que se estudió empíricamente por primera vez este fenómeno se planteó al inicio del año 1972, justo antes de que el entonces presidente de los Estados Unidos Richard Nixon visitase China y la Unión Soviética (Fischhoff y Beyth, 1975). Los participantes del experimento tenían que asignar probabilidades a una serie de posibles resultados de las iniciativas diplomáticas de Nixon. Por ejemplo, algunas preguntas versaban sobre si Mao Zedong, el entonces líder del país comunista, estaría dispuesto a recibir a Nixon o sobre si China obtendría el reconocimiento diplomático por parte de los Estados Unidos. Al regresar el presidente norteamericano de sus viajes diplomáticos por el extranjero, los investigadores pidieron a los mismos participantes del experimento que recordaran la probabilidad que originalmente habían asignado a cada uno de los posibles resultados. Los autores observaron que, cuando un posible acontecimiento se había acabado produciendo realmente, los participantes exageraban la probabilidad que le habían asignado originalmente cuando se les pedía que la recordasen. Por ejemplo, los estudiantes sobrestimaron la probabi I idad que habían asignado en un primer momento a que los Estados Unidos y la Unión Soviética alcanzaran un acuerdo para lanzar un programa espacial conjunto. En plena Guerra Fría se trataba de un hecho difícil de predecir, pero una vez que Nixon y Leónid Brezhnev habían decidido poner a sus agencias espaciales a colaborar, los participantes creían que lo habían visto venir desde el principio. 4.10. Falacia de la planificación Tversky y Kahneman (1979) acuñaron el término falacia de la planificación para referirse a la tendencia que tenemos los seres humanos a infraestimar el tiempo que nos va a llevar la realización de una determinada tarea. Estos autores creían que este error a la hora de planificar se debía principalmente a que las personas solemos adoptar una perspectiva interna. Es decir, que estamos tan centrados en cómo vamos a llevar a término nuestra idea original, y en los pasos a seguir para completar el objetivo previsto, que dejamos de tener en cuenta otras variables externas que pueden ejercer un influjo determinante en el desarrollo final del plan. Por ejemplo, Tversky y Kahneman en su artículo original se refieren a la construcción de un edificio. En este caso, el jefe de obra puede saber a la perfección el plan a seguir para entregar a tiempo los pisos a sus el ientes, pero existen muchas variables que pueden retrasar su trabajo como que los materiales no estén disponibles en el momento de la ejecución, que haya una huelga por parte de los trabajadores, que las condiciones climatológicas dejen de ser favorables o que la empresa pase por un momento económico complicado. Una posible solución a la falacia de la planificación es la adopción de una perspectiva externa. Es decir, en vez de centrarnos en lo que deberíamos hacer, lo que proponen estos autores es que nos fijemos en el tiempo que han tardado otros proyectos similares al nuestro en ser finalmente completados. Por seguir con el ejemplo de la casa, una buena manera de ser más precisos en la predicción del tiempo que nos va a ocupar la construcción sería ver el tiempo medio habitual que suelen tardar en construir un edificio de similares características al nuestro. Una vez que hemos visto la definición teórica original propuesta por Tversky y Kahneman, así como el ejemplo que brindan estos autores para ilustrarla, vamos a analizar un experimento realizado por otros investigadores para comprobar empíricamente la existencia de la falacia de la planificación (Buehler et al., 1994). Los participantes fueron alumnos universitarios que tenían que entregar su trabajo de fin de grado (honor thesis en inglés) para finalizar la carrera. Los investigadores, en la condición· experimental de «escenario opt1m1sta», preguntaron a los part1c1pantes cuándo creían que entregarían el trabajo de fin de grado si todo saliese como ellos pensaban. Al resto de los sujetos del grupo de «escenario pesimista», los investigadores les pedían que se imaginaran la fecha de entrega en el caso de que todo saliese mal. Finalmente, los directores del trabajo de fin de grado de los estudiantes facilitaron a los investigadores las fechas reales de entrega de los trabajos de sus alumnos. Los resultados mostraron que los estudiantes de la «condición optimista» predijeron que tardarían 27,4 días de media en entregar el trabajo de fin de grado, mientras que en el caso de los sujetos asignados a la condición del «escenario pesimista» la estimación fue de 48,6 días de media. Curiosamente, los estudiantes de ambas condiciones experimentales apuraron el plazo de entrega dado por sus directores y tardaron 55,5 días de media en enviar el trabajo. Es decir, en el «grupo optimista» la discrepancia fue de 28, 1 días y en el caso del «escenario pesimista» de 6,9. Por lo tanto, los estudiantes infraestimaron el tiempo que iba a llevarlos completar el trabajo de fin de grado, especialmente cuando creían que todo iba a salirles según lo planificado. S. RELACIÓN ENTRE EL AFECTO Y LA COGNICIÓN Como hemos visto, hacer «pronósticos afectivos» o el «pensamiento contrafáctico» constituyen fuentes potenciales de error en la cognición con influencia en el estado de ánimo. Para concluir este capítulo, vamos a describir la relación que se produce entre nuestro estado de ánimo y los pensamientos. Por lo general, podemos observar que, cuando estamos de buen humor y tenemos un estado de ánimo positivo, percibimos a las personas de modo más favorable e interpretamos los eventos de manera positiva. Por el contrario, si salimos enfadados de un examen, este estado de ánimo negativo nos lleva a ver el entorno social de manera menos favorable. La manera en que sentimos moldea y contribuye a conformar cómo pensamos. En este apartado vamos a referirnos a la interacción entre la forma en que sentimos y pensamos sobre el mundo social. Es decir, se trata de estudiar la interacción entre el afecto -estado de ánimo actual- y la cognición -la forma en que procesamos la información social. Se utiliza el término «interacción» porque la investigación refleja que la interrelación es de doble sentido: los sentimientos influyen en diversos aspectos de la cognición y, a su vez, la cognición ejerce un fuerte efecto en nuestro estado de ánimo. COGNICIÓN SOCIAL 5.1. La influencia del afecto sobre la cognición El afecto puede influir de diversas formas en la manera en que procesamos la información. Imagina el primer día que acudías a ese puesto de trabajo que te había costado tanto conseguir. Tu estado de ánimo sería especialmente positivo. Seguramente te formarías una grata impresión de los compañeros de trabajo que te presentaran. Tal y como han mostrado algunos estudios, esa impresión positiva estaba determinada porque te sentías realmente bien (Mayer y Hanson, 1995). Es decir, el estado de ánimo influye en los juicios sociales que se hagan sobre uno mismo y sobre los demás, de forma que se van a elaborar juicios más positivos cuando se tiene un estado de ánimo positivo y juicios negativos cuando ese estado de ánimo es negativo. ¿Por qué ocurre esto? Esto es así porque nuestro estado de ánimo actual influye tanto en la forma en que respondemos a distintos estímulos (personas, situaciones o circunstancias) como en la forma en que recordamos hechos pasados. La influencia del estado emocional en la información que se recuerda se puede producir a través de dos tipos mecanismos. En primer lugar, el efecto de la memoria dependiente del estado de ánimo se refiere a que la información que recuerdan las personas cuando están en un determinado estado emocional puede estar influida por el estado de ánimo que se tenía cuando se almacenó. Esto implica que, si se almacenó información estando, por ejemplo, de buen humor, se recordará más esa información cuando te encuentres en el mismo estado de ánimo positivo. Por ejemplo, durante las vacaciones generamos una serie de vivencias de signo positivo y negativo. En las próximas vacaciones, lo más probable es que recordemos las anécdotas que ocurrieron el año anterior, porque nos sentimos de manera similar. Esto también ocurre cuando nuestro estado de ánimo es negativo. Por ejemplo, en el periodo de pandemia, generamos también experiencias tanto positivas como negativas, que serán más fáciles de recuperar cuando nos encontremos en un estado emocional negativo (véase Figura 2.4). El segundo mecanismo establece una relación entre el estado emocional y el signo de la información que se recuerda: efecto de congruencia con el estado de ánimo. En este caso, la tendencia es almacenar o recordar información positiva cuando tenemos un estado de ánimo positivo y almacenar información negativa cuando nos hallamos en un estado de ánimo negativo. Por tanto, se percibe y recuerda la información que es congruente con la forma en que nos sentimos. Como se puede ver, la diferencia entre ambas es que, en la memoria dependiente del estado de ánimo, no importa la naturaleza positiva o negativa de la información. Por ejemplo, si estamos una semana sin salir de casa y no nos sentimos bien, como ocurrió en la pandemia, podemos recordar la satisfacción que nos generaban las videollamadas con los amigos y la familia. En el efecto de congruencia con el estado de ánimo, la naturaleza afectiva de la información, que sea positiva o negativa sí es relevante (véase Figura 2.5). Si bien el efecto de congruencia con el estado de ánimo ha recibido mayor apoyo experimental (véase Fiske y Taylor, 1991 ), ambos mecanismos influyen de manera significativa en la información que almacenamos en la memoria, por lo que el impacto del afecto en la memoria puede tener importantes implicaciones en nuestro pensamiento y en nuestra conducta. Además de estos dos fenómenos se puede hablar de otros efectos de las emociones en la cognición. El estado emocional también puede influir en la creatividad en la medida en que si el ánimo es positivo se puede incrementar la creatividad, puesto que se genera una mayor activación de ideas y asociaciones que Percepción y recuerdo Buen estado de ánimo - de información positiva Percepción y recuerdo Mal estado de ánimo : de información negativa Representación del efecto de congruencia con el estado de ánimo. Tomado de Baron y Byrne (2005). lllllml cuando tenemos un estado de ánimo negativo (Baas et al., 2008). El uso de heurísticos, que ya hemos desarrollado en un epígrafe anterior, puede estar también determinado por el estado de ánimo, de forma que se utilicen en mayor medida cuando nuestro estado emocional es positivo que cuando es negativo (Park y Banaji, 2000). El afecto también influye en las atribuciones (véase Capítulo 3) que realizamos sobre la conducta de otras personas (Forgas, 2006). En este caso, cuando nuestro estado de ánimo es positivo, realizamos atribuciones positivas sobre la conducta de otros, mientras que un estado emocional negativo promueve atribuciones negativas. También el estado emocional afecta a las atribuciones que hacemos sobre nosotros mismos. Las personas que se sienten deprimidas explican lo que les sucede atribuyendo los eventos negativos a su infelicidad, todo lo malo me sucede a mí. La información que evoca reacciones afectivas se puede procesar de forma diferente y ser por lo tanto más difícil de ignorar (Edwards y Bryan, 1997). En este caso, la información se puede convertir en una fuente importante de contaminación mental, definida como el proceso por el que nuestros juicios, emociones o comportamientos están influidos por un comportamiento mental que es inconsciente e incontrolable. En la investigación de Edwards y Bryan, los participantes debían hacer el papel de jurado en un caso de intento de asesinato. Uno de los grupos leyó un texto en el que la información que detallaba lo sucedido se presentaba de manera que generara fuertes emociones. En el otro grupo la información aparecía de forma más neutra. Adicionalmente, a la mitad del falso jurado se les indicó que no tomara en cuenta la información presentada en el veredicto, y a la mitad restante se le indicaba que debía ser admitida y considerada. Después debían valorar la culpabilidad del acusado y recomendar una sentencia. La predicción de los autores era que los participantes no serían capaces de ignorar la información generadora de emoción. Incluso, cuando se les pidió que lo hicieran, pensaron en el tema con más frecuencia. Asimismo, la sentencia sería más severa en el grupo que recibía la información más emocional y además se les pedía que la ignoraran. Los resultados confirmaron estas hipótesis, por lo que, a la luz de estos resultados, no parece lo más conveniente pedir a un jurado que ignore una información, dadas las consecuencias que puede tener en el veredicto final. 5.2. La influencia de la cognición sobre el afecto Para finalizar, vamos a referirnos al proceso contrario, es decir, al impacto de la cognición sobre él afecto. Se han señalado algunos mecanismos por los que las cogniciones influyen en el estado de ánimo. En 1964, Schachter sugería en la Teoría de los dos factores de la emoción que en ocasiones resulta difícil identificar la forma en que nos sentimos, por lo que vamos a inferir su naturaleza a partir de las situaciones en las que experimentamos las reacciones. Si sentimos cierta activación antes de un examen inferimos que es ansiedad, y no miedo. Otra forma en que la cognición puede influir en el afecto es a través de la activación de esquemas que tienen un fuerte componente afectivo. Se ha descrito la importancia de los esquemas existentes hacia determinados grupos en un epígrafe anterior. Por ejemplo, la activación del estereotipo (véase Capítulo 5) sobre un determinado grupo puede influir en los sentimientos hacia los miembros de ese grupo. Hay grupos que nos pueden hacer sentir miedo, porque su estereotipo esté ligado a la delincuencia, y otros que nos despierten simpatía. Los pensamientos también pueden influir en los sentimientos, a través de los esfuerzos por regular nuestras emociones y sentimientos. Existen diversos mecanismos cognitivos que sirven para regular los sentimientos. Entre estos se encuentran los siguientes: nunca tuve la oportunidad, caer en la tentación y hacer pronósticos afectivos. Creer firmemente que nunca se ha tenido la oportunidad ayuda a que los resultados negativos parezcan inevitables y menos estresantes. Se trata de reducir las probabilidades de éxito convenciéndonos de que nunca tuvimos la oportunidad (Tykocinsci, 2001 ). La segunda forma consiste en caer en la tentación. Por lo general, cuando nos sentimos tristes y deprimidos, tendemos a real izar actividades que supuestamente nos ayudan sentirnos mejor (comer alimentos que engordan, holgazanear). El desarrollo de esas conductas se justifica por la angustia emocional que siente en esas ocasiones, puesto que esta angustia reduce la capacidad o motivación para controlar nuestros impulsos a hacer cosas que son gratas pero negativas para nosotros. Esta elección no es automática, sino una COGNICIÓN SOCIAL elección estratégica (Tice et al., 2000). En este estudio se mostraba que la tendencia a caer en la tentación e implicarse en actividades que pueden ser negativas es una de las conductas que empleamos para reducir los sentimientos negativos de angustia. En el apartado anterior se ha expuesto el error consistente en hacer pronósticos afectivos. Según este sesgo, hacemos predicciones sobre cómo nos sentiríamos si pensamos en una experiencia que no hemos vivido, y damos a dicho pronóstico un valor real. Sin embargo, estos pronósticos afectivos o predicciones sobre cómo nos sentiríamos acerca de un evento que no hemos experimentado, son a menudo inexactos (Dunn y Laham, 2006). En la medida en que los pronósticos afectivos se basan en una forma diferente de procesar la información en comparación con la experiencia emocional real, estos dos tipos de respuestas, pronóstico y experimentar, deberían diferir. Dunn y Ashton-James (2008) realizaron una serie de estudios para comprobar este efecto. En uno de sus experimentos dividieron a los participantes en dos grupos; uno con el rol de experimentador y otro con el rol de pronosticador. El grupo con rol de experimentador leyó una noticia sobre un incendio forestal mortal en España y se les pidió que informara de sus emociones reales mientras leía sobre la tragedia. Los participantes con el rol de pronosticador debían hacer predicciones sobre cómo se sentirían si se enterasen de una noticia sobre un incendio forestal en España con consecuencias trágicas. También se varió el número de víctimas del incendio: cinco personas o 10.000. Precisamente, el número de personas que murieron en el incendio afectó al estado emocional de los pronosticadores, de forma que mostraron mayor sensibilidad por la magnitud de la tragedia. Sin embargo, la información sobre el número de víctimas no afectó al estado emocional del grupo con el rol de experimentador. Puesto que las emociones están basadas en imágenes concretas y experiencias inmediatas, la magnitud de la tragedia afectó al estado emocional de los pronosticadores, pero no afectó al grupo de experimentadores que había basado sus predicciones en una lectura real del suceso.