Historia Económica Tema 1 PDF
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This document is an extract from a history of economics lecture note on the revolutionary industrial era in Great Britain between 1770 and 1870. It discusses the economic characteristics of the era, including the features of the agricultural economy, demographic factors, manufacturing, and the driving forces of industrialization in comparison to other European nations and regions.
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Tema 1. La Revolución Industrial en Gran Bretaña: origen y difusión (1770-1870) El Antiguo Régimen se puede definir como un sistema económico y social que se dio aproximadamente desde el siglo XVI al XVIII. Su desaparición fue progresiva, y prematura en Gran Bretaña y Holanda. Sus principales cara...
Tema 1. La Revolución Industrial en Gran Bretaña: origen y difusión (1770-1870) El Antiguo Régimen se puede definir como un sistema económico y social que se dio aproximadamente desde el siglo XVI al XVIII. Su desaparición fue progresiva, y prematura en Gran Bretaña y Holanda. Sus principales características son: - Sistema económico propio: una transición entre el feudalismo y el capitalismo. - Sociedad estamental, con una burguesía sin acceso a los estamentos privilegiados. - Monarquías absolutas como sistema político. 1. LA ECONOMÍA DEL ANTIGUO RÉGIMEN, UNA ECONOMÍA DE BASE AGRARIA La economía del Antiguo Régimen se caracterizaba por ser orgánica y agraria, con el sector primario generando la mayor parte del PIB y ocupando más del 65% de la población activa, además esta economía dependía del factor tierra. Era esencialmente autosuficiente y se basaba en la complementariedad entre la agricultura, la ganadería y los bosques. Aunque inicialmente orientadas al autoconsumo, algunas economías comenzaron a integrarse en mercados regionales, nacionales e internacionales. Los sistemas de cultivo eran mayoritariamente extensivos, con prácticas como la rotación bienal o trienal y uso de fertilizantes orgánicos, destacando la producción de cereales como trigo y centeno, que ocupaban el 75-80% del suelo agrícola en Europa. Este modelo económico se mantuvo relativamente estable a lo largo del tiempo. En el Antiguo Régimen los factores de producción estaban sujetos a limitaciones institucionales. Por una parte, continuaban perviviendo prácticas feudales (cargas señoriales, diezmos eclesiásticos) y por otra, un porcentaje muy elevado de la tierra pertenecía a los ayuntamientos (bienes de propios y comunales), a la Iglesia (bienes de manos muertas) o a la aristocracia (vínculos y mayorazgos) y ninguno podía venderlas, aunque sí podían explotarlas o arrendarlas. La demografía del Antiguo Régimen era ineficiente y desordenada, con una alta tasa de natalidad y mortalidad, resultando en un crecimiento vegetativo limitado. La esperanza de vida al nacer apenas llegaba a los treinta años, con una alta mortalidad infantil. Crisis como guerras, hambrunas y epidemias exacerbaban estas tasas. A finales del siglo XVIII, la población se duplicó, de 89 millones en 1600 a 188 millones en 1800, lo que creó desafíos significativos en la agricultura y el abastecimiento de alimentos, especialmente para una población urbana en aumento. Además se desarrollaron actividades artesanales, mercantiles o financieras vinculadas al mundo urbano y a mercados cada vez más lejanos. La actividad manufacturera en el Antiguo Régimen era dual, fusionando producción agrícola y urbana. Gran parte de la producción era para autoconsumo, aunque algunas regiones accedieron a mercados exteriores. El trabajo artesanal se encontraba en el campo, generando ingresos complementarios para las familias campesinas, mientras que las ciudades albergaban talleres regulados por gremios. La tecnología era escasa y rudimentaria, con energía orgánica predominante. Frente a España y Portugal que dominaban en comercio desde el siglo XVI, a principios del siglo XVIII, Londres y Ámsterdam emergieron como las principales plazas comerciales de Europa , dominando las rutas del Índico y el Atlántico mediante las Compañías Privilegiadas de Comercio. Se consolidó el "comercio triangular" en el Atlántico: África proporcionaba esclavos y oro, América exportaba productos como café, tabaco, azúcar, algodón y cereales, mientras que Inglaterra intercambiaba manufacturas textiles. Este sistema reflejó el declive de las antiguas potencias coloniales ibéricas en favor de nuevos actores comerciales. El Antiguo Régimen limitaba el crecimiento económico sostenido debido a diversas restricciones. La prohibición gremial de instalaciones industriales y las aduanas internas frenaban el cambio tecnológico. La baja productividad agraria generaba escasos excedentes, resultando en bajos ingresos que imposibilitaba el ahorro y la demanda de productos industriales. La mayoría de la mano de obra permanecía en el campo, dificultando el cambio estructural y limitando la industria. Esta situación creaba un ciclo de baja demanda tanto de bienes industriales como agrarios, lo que reducía el comercio y perpetuaba la falta de desarrollo económico. Desde el siglo XVI, Europa, especialmente Holanda e Inglaterra, inició una modernización agrícola con la aparición de grandes propietarios que cerraban fincas y producían para el mercado. Se evidencian diferencias entre la agricultura intensiva y la que se enfoca en ampliar cultivos. Además, se produjeron cambios significativos vinculados a descubrimientos geográficos. En el siglo XVIII, las diferencias entre el norte y el sur de Europa se deben principalmente al aumento de la población urbana, que genera una nueva demanda de productos agrarios, y a factores institucionales, como un marco jurídico y político favorable para los grandes propietarios. En particular, el mayor porcentaje de población urbana en las islas británicas y las atribuciones económicas de la Cámara de los Comunes a partir de 1688 explican las ventajas de Inglaterra para la Revolución Industrial. 2. LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL, CONCEPTO Y CRONOLOGÍA La Revolución Industrial, entre el siglo XVIII y XIX, transformó economías en Gran Bretaña, seguida de Francia, Bélgica y otros países, logrando un aumento sostenido y sin precedentes de la renta per cápita. En Gran Bretaña y Europa, ocurrió un cambio histórico significativo. Aunque no hay consenso sobre sus causas, los expertos coinciden en varios aspectos clave relacionados con este fenómeno: - Los recursos naturales fueron adecuados para el nuevo modelo de crecimiento. - El Estado, a través de las políticas mercantilistas, tuvo un papel muy activo impulsando y protegiendo las actividades productivas. - La raíz cultural del cambio tecnológico descansaba en el individuo. experimentación y avance científico como base del bienestar social. - Las revoluciones liberales favorecen la evolución hacia la libertad política y económica y el paso de la sociedad estamental con un régimen absoluto a la sociedad de clases democrática liberal y parlamentaria. - La Revolución Industrial permitió un aumento de la productividad como consecuencia de cuatro factores: - innovaciones tecnológicas en la agricultura, industria y transporte. Nacen en GB avances sencillos desarrollados por técnicos y empresarios - nuevas formas de organizar el trabajo (sustitución de explotaciones agrarias pequeñas por otras de mayor tamaño; sustitución de pequeños talleres por fábricas en la que se emplea mano de obra asalariada) ( mayor división de trabajo y férrea disciplina laboral que aumenta la eficiencia - especialización económica territorial (favorecía el aumento del comercio, el intercambio reporta beneficios sobre el crecimiento económico creando ventaja competitiva) - cambio estructural (trasvase de factores productivos desde el sector primario al secundario y desde ambos al terciario por la oferta y la demanda, esta última lleva al incremento de la productividad agraria aumentando capacidad de ahorro logrando así un aumento en la demanda de bienes industriales que crea incentivos para producirlos, de esta forma se liberan factores productivos. La cronología de la Revolución Industrial es difícil de determinar, ya que comenzó con el crecimiento sostenido de la renta per cápita y la expansión de la población activa en industrias y servicios, culminando en un cambio estructural. Las fechas varían según el país: Gran Bretaña (1760-1840), Francia y Bélgica (1790-1860), Alemania (1820-1870), Estados Unidos (1830-1880) y otros en la segunda mitad del siglo XIX. Se solía ver como una ruptura radical con el pasado, pero se ha revisado esta interpretación, reconociendo la coexistencia de tecnologías antiguas y modernas, lo que ralentizó el crecimiento. Algunos historiadores proponen sustituir “Revolución Industrial” por “industrialización”, aunque otros defienden la denominación por su impacto profundo comparable al Neolítico. Este proceso implicó una transformación de la sociedad, un aumento en la productividad y una brecha significativa entre países industrializados y aquellos rezagados. 3. LAS CAUSAS DEL LIDERAZGO BRITÁNICO EN LA REV. INDUSTRIAL Encontramos varias causas que motivan a Gran Bretaña a liderar la Rev. Industrial. Entre estas causas, encontramos las geográficas, en las que destaca la buena dotación de recursos naturales (clima, carbón, energía hidráulica, ríos navegables y su fácil acceso exterior). En cuanto a causas institucionales se producen cambios que favorecen al crecimiento al que se oponía el AR, se limita la corona, aumentan los derechos individuales y se refuerza el papel del estado, además se suprimen los derechos jurisdiccionales y aparecen los campesinos libres como nueva clase social. La reforma anglicana concede libertad para vender las tierras en pública subasta junto a la venta de tierra de la corona y la creación de un gran mercado nacional sin aduanas. Tras la Rev. Gloriosa 1688 nace la monarquía parlamentaria que lleva consigo la separación de poderes, se aprueban leyes como la de cercamiento y las pequeñas explotaciones pasan a grandes terratenientes, además nacen nuevas tecnologías y técnicas agrícolas. Esta revolución también supuso la desaparición de derechos gremiales, la reforma hacienda pública, la creación del Banco de Inglaterra y la promulgación de leyes civiles y mercantiles que incentivan la innovación y el crecimiento económico junto al impulso de nuevas leyes como las Leyes de Navegación (1651). Finalmente nos encontramos con las causas económicas, la agricultura británica se volvió más productiva que la media europea debido a la explotación de recursos y cambios institucionales. Se formó un mercado de tierras que promovió explotaciones capitalistas y una clase de pequeños campesinos libres, los yeomanry. La concentración de tierras en manos de landlords y gentry permitió arrendamientos que beneficiaron tanto a arrendadores como a arrendatarios. Historiadores sugieren que esto incrementó la productividad agrícola, aunque algunos señalan la intervención de los pequeños campesinos en este crecimiento. Sin embargo, este proceso también trajo consecuencias sociales negativas, como la transformación de campesinos en jornaleros y la eliminación de tierras comunales. A mediados del siglo XVIII, Gran Bretaña, junto con Holanda, se destacaba como la nación más industrializada, con un 24% de su población activa en el sector secundario frente al 15% en el resto de Europa. La economía británica se caracterizaba por un sistema protoindustrial, donde mercaderes distribuían materias primas a campesinos y artesanos para la producción en casa. Este enfoque permitía flexibilidad en la producción según la demanda. Ante una alta demanda de productos industriales, el comercio interno creció, y las exportaciones de manufacturas alcanzaron el 15-20%, destacando en la industria textil, especialmente lana y algodón. De todo esto se desprende que la economía inglesa estaba entonces preparada para iniciar la Revolución Industrial, mientras que, Francia y Holanda, países avanzados en 1750, no fueron pioneros en tal revolución. 4. EL CRECIMIENTO DE LA ECONOMÍA BRITÁNICA DURANTE LA REV. INDUSTRIAL La Transición Demográfica Entre 1761 y 1841, la población de Gran Bretaña creció de 7,9 a 18,5 millones, impulsada principalmente por un incremento en la natalidad debido a la Revolución Industrial, que generó una alta demanda de mano de obra. Este crecimiento demográfico llevó a un adelanto en la edad nupcial y a un aumento en el número de matrimonios. Aunque Thomas Malthus argumentaba que la población crecía más rápido que la producción de alimentos, durante este período los mecanismos de control poblacional no se activaron como él predecía. La disminución de la mortalidad se atribuye a mejores condiciones de alimentación y salubridad, aunque las áreas obreras seguían sufriendo altas tasas de mortalidad debido al hacinamiento y a deficientes condiciones higiénicas. Este crecimiento poblacional fomentó la urbanización y un cambio en la estructura familiar, pasando de una familia extensa a una nuclear, transformando así los patrones de vida. La Agricultura: Cambios Tecnológicos e Institucionales Desde finales del siglo XVII, se introdujeron sistemas de rotación de cultivos que eliminaron el barbecho, como el sistema Norfolk, que organizaba el uso de la tierra en cuatro fases: trigo, tubérculos, cereales de primavera y forrajeras. Estos métodos optimizaron la productividad agrícola al incrementar la superficie cultivada y mejorar los rendimientos por hectárea, apoyándose en una mayor disponibilidad de abono animal gracias a la alimentación del ganado. Además, se implementaron innovaciones como la selección de semillas, la cría mejorada de ganado y el uso de arados de hierro tirados por caballos. Estos cambios no sólo elevaron la producción, sino que también influyeron en la Revolución Industrial al proporcionar un consumo de alimentos sostenible, aumentar la demanda de bienes industriales, dirigir capital hacia la industria y facilitar el paso de mano de obra del campo a otros sectores. Todo esto llevó a un cambio estructural. La industria La industria del algodón, hierro y minería adoptaron nuevas tecnologías en Gran Bretaña, donde el capital era abundante y la mano de obra costosa, lo que hizo rentable el uso de máquinas. La industria textil algodonera y la aparición de fábricas La producción de tejidos se basa en dos operaciones mecánicas fundamentales: hilar y tejer, precedidas por la preparación de la fibra y seguidas por el acabado de las telas (suavizado, blanqueo y tintado). Hasta la década de 1730, el hilado, generalmente realizado por mujeres, se hacía manualmente con ruecas o tornos de pedales, mientras que el tejido, mayormente a cargo de hombres, se realizaba en pequeños telares manuales. Estas actividades se llevaban a cabo en hogares rurales y talleres artesanales, con el hilado concentrado en el campo y el tejido en las ciudades. La primera gran innovación ocurrió en el tejido con la invención de la lanzadera volante en 1733 por John Kay, que aumentó la velocidad de producción y creó la necesidad de más hilos. Esto llevó a la invención de máquinas para hilar más rápidamente, como la spinning jenny de James Hargreaves y la water-frame de Richard Arkwright en 1768 y 1770, respectivamente, que utilizaban energía hidráulica. Posteriormente, se desarrollaron telares mecánicos, inicialmente movidos por caballos y luego por energía hidráulica, gracias a Edmund Cartwright. El gran avance tecnológico llegó con la aplicación de la máquina de vapor, ideada por James Watt en 1769, que significó un aumento de la productividad. Este avance también presentó desafíos en los procesos químicos de acabado. La industria textil empezó a incorporar productos químicos como sosa cáustica y ácido sulfúrico, lo que facilitó el tratamiento de tejidos. Tras 1850, los tintes artificiales revolucionaron la industria, eliminando las limitaciones de los colorantes de origen animal y vegetal, lo que permitió un flujo más eficiente en la producción textil. La producción de tejidos en Gran Bretaña durante los siglos XVIII y XIX experimentó un notable crecimiento, evidenciado por las importaciones de algodón en rama. Inicialmente, este algodón provenía de India, pero tras el invento de la desmotadora mecánica por Eli Whitney, el sur de los Estados Unidos se convirtió en el principal proveedor, satisfaciendo la creciente demanda de la industria británica. Entre 1760 y 1840, aproximadamente el 45% de la producción se consumió en el mercado interno, mientras que el 55% se exportó a diversas regiones, lo que permitió a la industria británica posicionarse competitivamente en el mercado internacional. El surgimiento de las fábricas marcó un cambio significativo, con dos teorías sobre su origen: una argumenta que la maquinaria nueva era incompatible con el trabajo a domicilio, mientras que la otra sostiene que las fábricas se establecieron para controlar y optimizar la producción. La tecnología fue clave en este proceso, ya que máquinas como la water-frame y los telares mecánicos requerían una concentración de trabajo que no podía ser satisfecha en casa, lo que llevó a la organización del trabajo en fábricas y una mayor eficiencia productiva. Esto resultó en la sustitución de mano de obra masculina por femenina, quienes trabajaban por salarios más bajos. El crecimiento de la industria textil generó economías de aglomeración, favoreciendo el desarrollo de industrias auxiliares y un fuerte proceso de urbanización, que a su vez aumentó la demanda de otros productos industriales y mejoró el transporte. Además, el incremento en la demanda de maquinaria impulsó el desarrollo de la industria de bienes de equipo y la construcción naval, generando efectos de arrastre en otras regiones del país. La resistencia al cambio tecnológico, como el ludismo, evidenció la oposición de artesanos que perdían su empleo frente a las nuevas máquinas. La industria siderúrgica A principios del siglo XVIII, la producción de hierro se llevaba a cabo en altos hornos que utilizaban mineral de hierro y carbón vegetal, mediante un proceso que generaba hierro colado o arrabio, material duro pero quebradizo debido a su alto contenido de carbono. Para usos que requerían maleabilidad, el hierro debía ser afinado a través de un proceso que lo calentaba nuevamente con carbón vegetal, obteniendo así hierro dulce, transformado después en barras y planchas por herreros. Sin embargo, la producción se limitaba por la escasez de carbón vegetal y la dependencia de energía hidráulica, lo que provocó desafíos tecnológicos. Abraham Darby cambió el panorama en 1709 al utilizar carbón mineral en los altos hornos. En 1767, William Watson perfeccionó este avance al transformar hulla en coque, un combustible más eficiente. Luego, John Wilkinson innovó en 1776 con fuelles movidos a vapor, resolviendo la limitación de la energía hidráulica. Esto llevó a Henry Cort, en 1784, a desarrollar la pudelación, un método que aceleraba la descarburación del arrabio. Entre 1760 y 1830, la demanda de hierro aumentó gracias al avance tecnológico en la agricultura, la urbanización y diversas industrias, con el consumo británico dominando la producción. El gran auge siderúrgico ocurrió entre 1830 y 1850, impulsado por el crecimiento del ferrocarril, con exportaciones alcanzando el 39% de la producción en 1850. Este crecimiento generó economías de aglomeración en varias regiones, fomentando el desarrollo de industrias proveedoras y productoras, así como el aumento de servicios y transporte, acelerando la urbanización y ampliando la demanda de productos industriales. La convivencia de sistemas productivos y papel de los mercados Durante la etapa inicial de la Revolución Industrial (aproximadamente 1760-1830), la economía mantuvo su carácter dual, con pocos sectores industriales adoptando la energía de la máquina de vapor y el sistema fabril. Los principales sectores que se beneficiaron fueron el algodón, el hierro, la construcción de maquinaria, minería y papel. El mercado de productos industriales experimentó un crecimiento notable, alcanzando hasta un 35% de producción destinada a la exportación en ciertos años. La composición de las exportaciones también cambió, con un aumento en la importancia de las industrias modernas como el algodón y la siderurgia. En 1841, el 50% del valor de las exportaciones británicas correspondía a tejidos de algodón, 13% a hierro y maquinaria, 23% a otros tejidos y 14% a materias primas como carbón y productos agrícolas. Así, los productos textiles y siderúrgicos representaron el 63% de las exportaciones. Inglaterra se especializó en la venta de bienes industriales, que constituían el 85% de sus exportaciones, mientras que sus importaciones principales eran materias primas, como el algodón, y productos coloniales. Este dinamismo en el comercio exterior impulsó el desarrollo del sector moderno en la industria británica, a pesar de que la demanda mayoritaria provenía del mercado interno. Los transportes y otros servicios El aumento de la producción agraria e industrial y de las exportaciones en el siglo XIX demandó nuevos medios de transporte más eficientes que los antiguos. Desde la década de 1830, se destacaron tres innovaciones clave: la construcción de una extensa red de carreteras de peaje, pasando de 5.440 kilómetros en 1750 a 35.200 en 1830, financiada por terratenientes e industriales; la creación de una red de canales que en 1830 sumaba 4.000 millas navegables; y la introducción de clippers, barcos de vela más veloces. Sin embargo, la revolución en el transporte la marcaría el ferrocarril, que a partir de 1830 logró mayores economías de escala. George Stephenson desarrolló locomotoras como la famosa Rocket, y se inauguraron líneas como la de Stockton a Darlington (1825) y Manchester-Liverpool (1829). Para 1850, Gran Bretaña contaba con 10.000 kilómetros de vías férreas. Estas innovaciones redujeron costos y precios de transporte, potenciaron el comercio y fomentaron la especialización regional, además de impactar a sectores como la minería, siderurgia y servicios, que experimentaron un notable aumento en la demanda y creación de empleo, especialmente para las clases medias y altas. La formación de capital Las primeras fábricas textiles y fundiciones de hierro surgieron con financiamiento mayoritariamente de artesanos, campesinos acomodados y pequeños comerciantes, quienes encontraron que estos establecimientos requerían escaso capital fijo debido a su tamaño y a la simplicidad de la maquinaria. Al no obtener créditos a largo plazo de los bancos, los empresarios optaban por recurrir a fuentes informales, como amistades y familiares, y reinvertían beneficios para expandir su capital. Los bancos regionales, conocidos como Country Banks, jugaron un papel crucial al ofrecer créditos a corto plazo para cubrir necesidades de capital circulante, como materias primas y salarios. A medida que la industrialización avanzaba, aumentó la demanda por capital fijo, lo que llevó a un incremento en la tasa de ahorro gracias a las elevaciones salariales, la formación de sociedades anónimas y la creación de nuevos bancos que proporcionaban préstamos a la industria. Desde 1820, la confianza en los negocios industriales permitió que muchos bancos comenzarán a otorgar créditos a largo plazo e incluso se convirtieron en socios de fábricas. Las inversiones en capital fijo crecieron del 6% del PIB en 1760 al 11,7% en 1831, con la industria y la urbanización recibiendo la mayor parte del capital en décadas posteriores. El papel del Estado Durante la Revolución Industrial, Gran Bretaña adoptó un marco institucional de carácter liberal, pero su intervención estatal en la economía fue más significativa de lo que el modelo laissez-faire sugiere. A diferencia de otros países industrializados como Alemania o Japón, el Estado británico no subvencionó directamente la construcción de ferrocarriles; sin embargo, sí desempeñó un papel crucial en la industrialización. Desde el siglo XVIII, liberalizó la importación de materias primas y aumentó los aranceles a productos manufacturados, prohibiendo la exportación de maquinaria nueva y exportación de los técnicos para proteger su industria. Para 1820, los aranceles británicos eran notablemente más altos que los de otros países, lo que fomentó el crecimiento económico mediante políticas proteccionistas y mercantilistas, como las Leyes de Granos y la Calico Act. Este enfoque contribuyó a que Gran Bretaña se consolidara como la nación más industrializada del mundo antes de iniciar un proceso de desarme arancelario a partir de 1830. 5. LA DIFUSIÓN DE LA INDUSTRIALIZACIÓN: EUROPA CONTINENTAL Y ESTADOS UNIDOS Modernización, crecimiento y diversificación del sector manufacturero Hasta 1815, la industrialización fue predominantemente un fenómeno británico, pero tras el Congreso de Viena, otros países como Francia, Bélgica, Holanda, Suiza y Estados Unidos comenzaron a modernizarse siguiendo un modelo similar. A partir de 1830/40, naciones como Alemania, Italia, Suecia y España también se unieron a este proceso, resultando en transformaciones profundas en sus estructuras productivas y un aumento en el bienestar. Aunque el crecimiento industrial se generalizó en Europa y Estados Unidos, la producción británica siguió dominando hasta mediados del siglo XIX, representando un 75% de la producción mundial al inicio de este periodo, reduciéndose a un 32% para 1870, con el resto del mundo capturando proporciones significativas. La industrialización se sostuvo en energías y sectores clave de Gran Bretaña, como el carbón, la maquinización a vapor y la industria textil algodonera. Mientras Gran Bretaña contaba con vastas reservas de carbón, otros países, incluidos Estados Unidos y Bélgica, también desarrollaron sus propios recursos, aunque muchas naciones dependían de importaciones. Innovaciones tecnológicas, como la turbina hidráulica y la mejora de las máquinas de vapor en EE.UU., jugaron un papel crucial en la expansión industrial. Para 1840, la capacidad de maquinaria de vapor en EE.UU. superaba la de Gran Bretaña. En cuanto al sector textil, el dominio británico del algodón no se replicó en otros países hasta 1870, gracias en parte a la alta competitividad de los productos ingleses. Sin embargo, el algodón se diseminó por Europa y Estados Unidos, directamente vinculado al sistema de fábricas. La coexistencia de industrias de tradición lanera y agroalimentaria en el continente equilibró esta industria, impulsando también la modernización de sectores alimentarios. En siderurgia, Gran Bretaña mantuvo su liderazgo con un 50% de la producción mundial en 1870, seguida por Estados Unidos, Francia y Alemania, gracias a innovaciones que mejoraron la calidad y eficiencia en la producción de hierro y acero. Movimientos migratorios, mercados y desarrollo económico Entre 1800 y 1900, Europa experimentó un crecimiento poblacional general, excepto en Irlanda. La población europea pasó del 21% al 26,3% de la población mundial. Este aumento se debió a diferentes factores: los países industrializados modernizaron sus estructuras demográficas, mientras que en el resto, la disminución de la mortalidad, especialmente por epidemias y guerras, fue clave. La industrialización fomentó la emigración transoceánica, con cinco millones de europeos dejando el continente entre 1850 y 1870, principalmente hacia Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda, especialmente de Gran Bretaña, Irlanda y Alemania. El crecimiento poblacional no garantizó la industrialización; lo crucial fueron el tamaño del mercado (depende de la densidad demográfica, redes de comunicación y prácticas comerciales favorables) y la infraestructura de transporte y comunicación. A pesar del proteccionismo, el comercio internacional creció considerablemente, evidenciado por la superior tasa de crecimiento del comercio exterior respecto al PIB en muchos países. Al final del siglo, la brecha entre Gran Bretaña y otros países industrializados se amplió. El atraso español en la difusión de la industrialización En España, la modernización económica entre 1820 y 1870 siguió patrones similares a los de otros países europeos, como la transición de una economía orgánica a una mineral y la liberalización de los factores de producción. Sin embargo, los resultados fueron inferiores a los de otras naciones: el PIB per cápita creció a sólo un 0,36% anual, muy por debajo del 1,26% de Gran Bretaña. Las altas tasas de mortalidad, especialmente infantil, y una población activa dependiente de la agricultura (más del 65%) obstaculizaron la urbanización y el crecimiento industrial. La economía seguía siendo predominantemente agraria, con una baja productividad que limitaba la demanda interna. Cataluña destacó como la primera región industrializada debido a su acceso a energía hidráulica y una mayor equidad en la distribución de la renta. En España el sector que más se moderniza es el algodonero, pero el más importante es el alimentario. A pesar de la expansión del ferrocarril y la integración del mercado interno, el crecimiento industrial permaneció rezagado, con el producto industrial español representando solo un 16% del británico en 1870.