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La fabricación del manuscrito Jean Vezin en: Chartier, Roger y Martin, Henri-Jean, Histoire de l'édition française. Tomo I. Paris, Fayard/Promodis. 1989. La fabricación del manuscrito Jean Vezin en Chartier, Roger y Martin, Henri-Jean, Histoire de l'edition française. Tomo I.​ ​Paris, Fayard/Promo...

La fabricación del manuscrito Jean Vezin en: Chartier, Roger y Martin, Henri-Jean, Histoire de l'édition française. Tomo I. Paris, Fayard/Promodis. 1989. La fabricación del manuscrito Jean Vezin en Chartier, Roger y Martin, Henri-Jean, Histoire de l'edition française. Tomo I.​ ​Paris, Fayard/Promodis. 1989. Traducción y adaptación: Sandra Szir. En su epigrama XIV, 184, Marcial escribe: “Homero sobre tabletas de pergamino. La Ilíada y las aventuras del enemigo del reino de Príamo, Ulises, son ocultadas juntas sobre una piel plegada en múltiples hojas”. Esta nueva suerte de libro a la cual el poeta hace alusión es el ​codex, c​ onjunto de hojas plegadas, agrupadas en uno o más cuadernos y cosidas. Su sorpresa puede resultar extraña si se ignora que anteriormente, en el mundo mediterráneo, la forma normal del libro era el rollo. A pesar de sus ventajas, que nos parecen evidentes, el ​codex​ necesitará muchos siglos ​ ​para suplantar definitivamente al ​volumen ​(rollo)​. E ​ se cambio material implicó una verdadera revolución que, sin exageración, se puede comparar a la invención de la imprenta por la importancia de sus consecuencias. De ahora en más, y Marcial insiste sobre ese hecho, es posible copiar una larga obra en un volumen de dimensiones reducidas. Los escribas tomarán el hábito de transcribir muchas obras breves, seguidas unas de las otras, formando así esos ​corpus​ que tendrán mucha importancia en la vida intelectual medieval. LA REVOLUCIÓN DEL CODEX El ​volumen ​ permitía difícilmente la verificación de referencias, lo que resulta más fácil en el ​codex. ​Los autores podían así esperar una precisión desconocida hasta ahora en la utilización de sus fuentes, que anteriormente citaban de memoria. La crítica moderna ha podido "atribuir a las incomodidades del volumen, ​la ausencia de rigor en la composición que intriga tan a menudo en las más bellas obras antiguas". Así un modesto cambio técnico habría ejercido una influencia considerable sobre el desarrollo intelectual. Es la realización –​1​– material y la evolución del ​codex​ en el mundo latino y más particularmente en Francia durante la Edad Media que se describirá en las páginas siguientes. Para ciertos usos determinados, el empleo del rollo ha persistido durante toda la Edad Media. Se trata de rollos de pergamino o de papel formados por hojas cosidas o pegadas de punta a punta. La gran diferencia con el rollo antiguo reside en el hecho de que la escritura era trazada paralelamente al lado más corto y no sobre columnas paralelas al eje del rollo. Esos rollos, a menudo muy largos (más de diez metros), sirven para transcribir textos de procedimiento, documentos administrativos. Bajo esta forma también se han transcripto crónicas, genealogías, vidas de santos ilustradas así como diversos textos de uso litúrgico, de los cuales los más famosos son los rollos de ​Exultet, de la Italia meridional, que eran utilizados por el diácono, durante la bendición del cirio Pascual durante el oficio de Semana Santa. Como en la Antigüedad los escribas han empleado también tablas de cera hasta el fin de la Edad Media. Estas servían sobre todo en las escuelas, para redactar sus borradores o hacer cuentas. Pero se conserva hoy en el Museo Nacional de Dublin, un ​codicillus f​ ormado de seis planchuelas cubiertas de cera sobre las cuales fueron escritos los Salmos 30, 31 y 32 en una escritura insular que debe remontar al siglo VII. Desde el III milenio A.C., o antes, los egipcios conocían el uso del papiro que devino el soporte privilegiado de la escritura en el mundo grecorromano. Se sabe que se trata de hojas formadas por láminas delgadas de la pulpa de una caña, el ​cyperus papyrus, d ​ ispuestas en dos capas perpendiculares una a la otra y pegadas, de la cual Plinio el Anciano ha descrito la fabricación en el libro XIII, 74- 82 de su ​Historia​ ​Natural​, de una manera lamentablemente muy vaga. El papiro fue empleado para la transcripción de documentos hasta fin del siglo VIII en la Galia. La cancillería pontificia lo utilizaba todavía en los últimos decenios del siglo XI. Este material es muy frágil, lo que explica la desaparición casi total de los libros escritos en occidente sobre ese soporte. No subsisten en nuestras bibliotecas más que algunos restos como los de algunas cartas y sermones conservados en la Biblioteca nacional de Paris, el más antiguo contiene textos de sain Avit, obispo de Viena, muerto en el año 518 y el segundo que parece ser de fin del siglo VII, comienzos del VIII, dos obras de San Agustín. NUEVOS SOPORTES: PERGAMINO Y PAPEL El testimonio de Marcial muestra que, desde el primer siglo de nuestra era al menos, un nuevo soporte para la escritura entraba en uso. Se trata del pergamino, cuyo empleo se generaliza hacia el siglo IV. Ya San Pablo (​Ad Tim., ​ abla de libros en pergamino, y Horacio (​Sat.,​2,3,2) emplea la palabra II, 4;13​) h membrana e​ n ese sentido. La expresión ​membrana pergamena a ​ parece por primera vez en la edición de Diocleciano ​De pretiis rerum venalium d ​ e 301. El calificativo ​pergamenum –​2​– es una alusión a una leyenda transmitida por Varron, luego por Plinio el Anciano (​Hist. Nat., ​XIII, II, 21) según la cual Ptolomeo Epifanes (205-182 A.C) prohibió la exportación del papiro para impedir el crecimiento de la biblioteca del rey de Pérgamo, su rival. Con el fin de eludir esa prohibición los habitantes de Pérgamo habrían inventado el nuevo soporte para la escritura. En realidad, descubrimientos recientes, muestran que el pergamino era utilizado desde hacía largo tiempo. El más antiguo vestigio del texto latino escrito sobre pergamino debe remontar al siglo I de nuestra era, si nos fiamos de los criterios paleográficos (Londres, British Librarry, Pap. 745). El pergamino era fabricado principalmente a partir de pieles de carnero, de cabra o de ternero. Se llamaba vitela si era hecho con pieles de terneros muertos al nacer o de terneros de leche. Para obtener el pergamino se lavaban las pieles, luego se las trataban con cal para quitarle los pelos. Se lo extendía luego tirante sobre un círculo o un cuadrado de madera. Se lo trabajaba entonces con una cuchilla para hacer desaparecer las impurezas y se lo dejaba secar sobre ese cuadro. La tensión orientaba las fibras, lo que diferencia esencialmente el pergamino del cuero, en el cual la posición de las fibras no es modificada. Con el fin de dejar el pergamino apto para recibir la escritura, se le pasaba una piedra pómez y polvo de tiza. En ciertos casos, se aplicaba sobre el pergamino un baño basándose en aceite de lino o de blanco de huevo o de leche. Las diferencias de naturaleza de las pieles y de los tratamientos que se le hacían explican las variaciones de aspecto del pergamino que se pueden observar. En los manuscritos más antiguos, el pergamino es a menudo muy fino y flexible. Se reconocen fácilmente los ​codices​ de la Alta Edad Media nacidos de scriptoria ​insulares o bien de ​scriptoria ​del continente donde se practicaban los usos insulares. Ese pergamino, bastante grueso y rígido, ha sido tratado de tal manera que es difícil distinguir el lado del pelo del lado de la carne. A partir del siglo XIII, se sabe fabricar un pergamino muy delgado y flexible, de color blanco, y en el cual es igualmente difícil distinguir el lado de la carne del lado del pelo. La realización total o parcial de manuscritos en pergamino teñidos en púrpura se remonta a la Antigüedad. En su prefacio al ​Libro de Job, s​ an Jerónimo se indigna de ese lujo ostentoso para los libros sagrados. Bajo Carlomagno y sus sucesores, ese uso será un honor. Los libros realizados en los siglos X y XI en Alemania, cuentan también con hojas de color púrpura. Pero no se trata de pergamino teñido, sólo recubierto de una capa de pintura. A fin de la Edad Media, algunos libros preciosos son compuestos de hojas de pergamino coloreadas en negro. El inventario de la librería de Carlos V del Louvre describe "el libro que san Juan escribió, que es de letras de oro sobre pergamino negro...". Uno de los más bellos ejemplares conservados es el libro de Horas del duque Galéas María Sforza que pertenece a la biblioteca nacional de Viena. También al fin de la Edad Media, se encuentran hojas de pergamino doradas. La utilización del pergamino como soporte de la escritura plantea un importante problema económico. Era necesario en efecto que los escribas –​3​– puedan disponer de un número de pieles suficiente para su trabajo. Una de las actividades importantes de la feria de Lendit, cerca de París era el comercio de pergamino. Las cifras más fantasiosas han circulado en relación con el tema del número de pieles necesarias para la copia de un libro. La condesa de Clare, en Inglaterra, habría encargado en 1324 la copia de un ejemplar de ​Vitae Patrum para el cual habrían sido necesarias casi mil pieles. La realidad era muy diferente. Se han empleado alrededor de doscientas pieles para copiar un libro tan enorme como la Biblia de Souvigny que comprende 392 folios que miden 560 x 390 mm. La mayoría de las veces una o dos pieles eran suficientes para formar un cuaderno. Aún menos eran necesarias para los libros de pequeño formato. Para un manuscrito de dimensión ordinaria, eran necesarias aproximadamente de 20 a 40 pieles. Había casos en los que la materia prima faltaba o que era necesario economizarla. En esos casos se lavaban pergaminos ya escritos donde el texto había perdido su interés con el fin de utilizarlos de nuevo. A estas pieles reutilizadas se las llama palimpsestos. Toda suerte de textos han sido borrados, documentos administrativos perimidos, obras de autores clásicos pero también de Padres de la Iglesia, libros litúrgicos, hasta Biblias. Durante los últimos siglos de la Edad Media, los escribas utilizaron para escribir un nuevo soporte de origen vegetal, el papel, que fue difundido desde China en Occidente por los árabes. No sorprenderá, en esas condiciones, que los más antiguos manuscritos latinos sobre papel provengan de España. Se trata de tres volúmenes, un glosario latín- árabe (Leyde, Bibl.Univ. Cod. Or. 231) un glosario latino (París, B. N., n.a.lat.1296) y un ​Brevarium Mozarabicum ​(Silos, Abayye, Ms. 6) de los cuales la fecha está en discusión. En cualquier caso, esos tres volúmenes no pueden ser posteriores al siglo XII. Consideramos que, el breviario de Silos y el glosario latino, que pertenecía también a esa abadía antes de ser adquirido por la Biblioteca nacional, deben remontar al siglo XI. La fecha del glosario latín- árabe de Leyde lleva actualmente discusiones; ciertos paleógrafos estiman, con fuertes razones, que ha sido copiado en el siglo X, y otros se esfuerzan en mostrar que es de fines del siglo XII. Italia, también en contacto estrecho con los árabes, conoce precozmente el papel. Existe un acta de Roberto de Sicilia escrito sobre este material al menos de mayo de 1090. En la segunda mitad del siglo XIII, hay muchos molinos de papel en la villa de Fabriano. Es a partir de esos dos países, España e Italia, que se difunde el uso del papel en Europa, particularmente en Francia. No sorprenderá entonces, si los más antiguos manuscritos copiados en Francia sobre papel, y que remontan a mediados del siglo XIII, provienen de regiones próximas a España, tal como el registro de los inquisidores de Toulouse transcripto entre 1258 y 1263, o los registros conservados en los Archivos nacionales, como por ejemplo el de Alfonso de Poitiers de 1243 a 1248 o el registro de los inquisidores del Languedoc de 1248. En París, a comienzos del siglo XIV, encontramos cantidad de empleo de papel de Fabriano, como lo –​4​– muestra el ejemplar original del proceso de los Templarios. En Troyes hacia 1340, fueron creados molinos de papel, un poco más tarde en Essonnes, cerca de París y finalmente en Saint- Cloud. La industria papelera es también precoz en Provence, en Lorraine y en Auvergne. La multiplicación de molinos de papel facilita su empleo para la copia de libros. De acuerdo a los sondeos que pueden hacerse entre los manuscritos datados, parece que su utilización es rara hasta mediados del siglo XIV; no se generaliza verdaderamente más que a partir de los años 1391- 1400. Conviene agregar que el papel costaba entonces muy caro en el siglo XIV. Severin Corsten ha podido establecer que en Cologne, en 1462, un poco después de la aparición de la imprenta, su precio deviene en la mitad de lo que era en 1398. Disminuye aún a la mitad en 1495. Para fabricar el papel se utilizaba trapos de lino no teñidos, y también, en los primeros tiempos, de cáñamo. Los trapos, seleccionados y lavados, luego de haber fermentado, eran cortados en pequeños trozos y transformados en pulpa en morteros, las pilas. Al fin de las operaciones de trituración, la pulpa era transferida en una cuba o era diluida en agua para tener una consistencia líquida, y calentada. Dos obreros trabajaban simultáneamente utilizando un par de moldes, las formas, que son gemelas. Ese detalle tiene una gran importancia para el análisis de los papeles antiguos. El primer obrero, coloca sobre la forma la cubierta, cuadrado que va a dar más o menos el espesor que se le quiere dar a la hoja. Sumerge la forma en la cuba, y la retira nivelando la pasta con un movimiento de vaivén. Eleva enseguida la cubierta y tiende la forma a su compañero que tiende la hoja sobre un fieltro y devuelve la forma vacía al primero quien durante ese tiempo ha cubierto de pasta la segunda forma. Cuando la pila de fieltros y de hojas de papel alcanza un espesor suficiente, se la coloca bajo el tornillo de una prensa para exprimir la mayor cantidad de agua posible. Las hojas son de ahora en más bastante sólidas para ser separadas de los fieltros y puestas a secar. Seca, la hoja es permeable; para que pueda recibir la escritura, se la encola. Seguidamente es puesta en una prensa y pulida. La forma del papel es una cuadrado de madera sobre el cual son tendidos, a lo largo, hilos metálicos muy finos, las varillas que son sostenidas por palitos de madera fijados transversalmente al cuadrado. Los hilos metálicos son tendidos sobre las varillas y los aprietan contra los palitos de madera para impedir que se desplacen y se encimen. Rápidamente, para asegurar mejor la fijación, se cosen las varillas a los hilos metálicos con un hilo muy fino. A partir de los últimos años del siglo XIII, aparecen las filigranas, marcas formadas por un dibujo o letras, fijados a la forma. La hoja de papel conserva la impronta de las varillas, de los hilos y de la filigrana. El estudio de esos diferentes elementos y de las formas de las hojas son preciosas reseñas sobre la edad del papel empleado para la copia de un libro. –​5​– LOS CUADERNOS Antes de su utilización para la escritura, el pergamino sufría operaciones complejas obedeciendo a reglas que han variado según las épocas y los lugares. Se trata de formar los cuadernos que constituyen la unidad elemental del libro. A menudo, se contentaban cortando, en una piel, hojas del formato deseado para luego agruparlos, teniendo siempre el cuidado de disponer la cara de la carne contra la cara de la carne y la cara del pelo contra la cara del pelo. Esta precaución daba un aspecto más agradable al libro armonizando el color de las dos páginas que se enfrentaban cuando el volumen estaba abierto. Tal disposición es tan corriente que se ha tomado el hábito de llamarla ley de Gregory, por el nombre del estudioso que ha dado la primera descripción. Es en los ​scriptoria ​insulares, o en aquellos que han tenido su influencia, que se encuentran cuadernos en los cuales las hojas de pergamino son dispuestas con la cara del pelo contra la cara de la carne. Esta excepción se explica ciertamente por la naturaleza particular del pergamino insular donde los dos lados tenían un aspecto muy similar. Investigaciones recientes, debidas particularmente a Leon Gillissen, muestran que se han constituido cuadernos por plegado de una o más pieles, según la forma deseada. Salvo en los casos de los volúmenes de gran formato que necesitaban cuatro pieles para obtener un cuaderno, más frecuentemente, la realización de un cuaderno demandaba solamente una o dos pieles. Conviene ciertamente acercar ese hecho de una constatación que se puede hacer comparando las dimensiones de diferentes obras copiadas en el mismo atelier. Así, tres manuscritos de fin del siglo XI, provenientes de Saint- Aubin de Angers, poseen dimensiones tales que es posible clasificar entre ellos esos volúmenes como libros obtenidos por plegado de hojas de papel en in-fº (in folio), in- 4º (in quarto), e in- 8º (in octavo). Sir Roger Mynors y Leon Gillissen han hecho conocer dos volúmenes del siglo XII que prueban la existencia de esta práctica. Las dimensiones de los cuadernos de papel son mucho más regulares que las de los cuadernos de pergamino, pues ellas dependen directamente del formato de las hojas que estaban plegadas in- folio e in- quarto. Como en algunos códices de papiro llegados hasta nosotros, a menudo tienen colocado en el exterior y en el medio dobles hojas de pergamino para hacerlos más sólidos. A veces, en lugar de utilizar hojas enteras, se contentaban de reforzar los pliegos del papel con cintas estrechas de pergamino pegadas. Esas bandas eran recortadas de manuscritos desechados y nos brindan a veces vestigios de volúmenes preciosos por su antigüedad o por la rareza de sus textos. Los cuadernos de papiro, como los más antiguos cuadernos de papel, comprenden un número variable de hojas. Los cuadernos de pergamino, son compuestos de ocho folios, o sea, dieciséis páginas. Ese número es prácticamente la regla hasta el siglo XIII, al margen de ciertas excepciones. Los escribas insulares siempre tan particularizas emplearon preferentemente cuadernos de diez folios. Bien entendido, ciertas circunstancias materiales –​6​– pueden conducir a los copistas a utilizar cuadernos conteniendo un número variable de folios. A partir del siglo XIII, época que ve el desarrollo de las universidades, como también la utilización de un pergamino de gran fineza, los de 8 hojas se siguen utilizando, también serán utilizados en muchos manuscritos, cuadernos comprendiendo un número más grande de folios: 10, 12, 18, 24 ó 36. En los tres últimos siglos de la edad Media, encontramos nuevamente los cuadernos de 8 y de 12 folios. El formato de los cuadernos obedece a cierto número de reglas que depende por una parte de la materia empleada, por la otra de cuestiones de comodidad o de estética. Según se emplee el papiro, el pergamino o el papel, diferentes coacciones se ejercen sobre el que va a confeccionar el cuaderno. El papiro se presentaba en largos rollos que parecen haber sido, a menudo, de alrededor de 30 cm, durante la Alta Edad Media. Un número bastante grande de diplomas merovingios son de 32 cm. Lo que debía ser una dimensión bastante común. El formato de los cuadernos de papel depende de las dimensiones de la forma. Para el pergamino, las cosas son más complejas. Es necesario tener en cuenta las dimensiones de la pieles que juegan un rol preponderante en el caso de los cuadernos realizados por plegado. Esta sujeción era evitada cuando se constituían cuadernos con hojas previamente cortadas en las dimensiones deseadas. Formatos de toda suerte En ciertos casos, los escribas han seguido visiblemente ante todo reglas estéticas. Una nota del siglo IX da indicaciones precisas para tallar el pergamino con el fin de obtener manuscritos de formato casi cuadrado: es necesario construir el cuaderno de tal suerte que su altura esté en una relación de cinco a cuatro con el largo. Los márgenes finales e internos​ ​deben ser de un largo igual a 1/5 de la altura. El margen superior será igual a 2/3 de los precedentes y el margen interior corresponderá a 2/3 del margen superior. Si el texto está escrito sobre dos columnas, el espacio blanco dejado entre ellas debe ser igual al margen interior. Un cierto número de los más antiguos ​codices l​ atinos conservados actualmente, obedecen a esta regla. Ese formato casi cuadrado, parece haber impresionado el espíritu de muchos escribas carolingios. Manuscritos provenientes de algunos ​scriptoria ,​ Corbie, Reims, Cologne, Lorsch, particularmente traducen un evidente deseo de imitar los manuscritos antiguos. Los formatos rectangulares son también muy antiguos y se observa, en un número grande de manuscritos medievales, un hábito donde se encuentran ejemplos desde la Baja Antigüedad y que consiste en dar a la altura de la justificación una dimensión igual al largo de la página. Los libros más importantes son las biblias que pueden alcanzar en ciertos casos casi 60 cm. en su lado más largo como el tomo I de la biblia de la Gran Cartuja, copiada en la segunda mitad del siglo XII y que medía 575 x 375 mm. –​7​– Ciertas obras de los Padres son comparables. Más frecuentemente el formato de las obras es menor, particularmente para los leccionarios. Los libros portátiles, libros litúrgicos en particular, son mucho más reducidos todavía. Ciertos libros litúrgicos, graduales o antifonarios particularmente, tienen un formato rectangular muy alargado, debido sin duda a la costumbre que se tenía de encuadernarlos entre dos dípticos de marfil. Ciertas obras de poetas son también copiados en libros oblongos a causa de la estrechez de los versos. La evolución del arte de escribir, la multiplicación de las abreviaturas, un pergamino de una gran fineza ha permitido a los escribas del siglo XIII, y particularmente en París, copiar biblias en un solo volumen donde el formato no es más que de alrededor de 145 x 100 mm. para una justificación que alcanza aproximadamente 95-105 x 65 mm en dos columnas de 45 a 55 líneas. Se han copiado también libros de muy pequeñas dimensiones para poder transportarlos fácilmente, particularmente libros de derecho que los hombres de leyes llevaban con ellos. Incluso para ciertos libros de rezos de los cuales el formato era tan reducido que sus propietarios podían atarlos a su cintura por medio de una cadena o una cuerda, como las muy pequeñas Horas de Ana de Bretaña que miden 66 x 44 mm, sin duda el más pequeño manuscrito pintado en Francia. Al parecer se consideraba como amuleto o reliquia el texto del evangelio según San Juan, copiado en los siglos V - VI, posiblemente en Italia, que ha sido encontrado en el relicario de la túnica de la Virgen de Chartres y que mide 75 x 56 mm. A fin del siglo VII, en el sarcófago de san Cuthbert en Durham, otro pequeño ​codex​ conteniendo el mismo texto y que, gracias a esta circunstancia, ha llegado intacto a nuestros días en su encuadernación original. Las dimensiones de ese volumen alcanzan 135 x 90 mm. Formas curiosas a menudo han sido dadas a ciertas manuscritos: un libro de Horas del siglo XII fue copiado sobre hojas redondas. El cancionero de Juan de Montchenu, copiado entre 1460 y 1476, y un libro de horas del siglo XV que se usaba en Amiens, tienen forma de corazón. Un libro de horas copiado para el rey de Francia Enrique II toma, cuando está abierto, el aspecto de una flor de lis. El trazado de renglones (r​ ayado?) Una vez los cuadernos armados, era necesario proceder a dos operaciones antes de comenzar la copia. Con el fin de asegurar la regularidad del trabajo de los escribas, se trazaban líneas verticales y horizontales que delimitaban el espacio reservado a la escritura. En el interior de ese cuadro, se trazaban líneas horizontales destinadas a guiar la mano del copista cuando trazaba sus letras. En esos cuadros de iguales dimensiones, el número de líneas variaba según que se utilizara una escritura más o menos modulada, y también según deseo de un texto más o menos aireado. A partir del siglo XIII, en efecto, en los manuscritos universitarios especialmente, no se utilizaban las puestas en página compactas y se aumentaba el número de líneas. Así, utilizando una escritura cerrada y –​8​– multiplicando las abreviaturas, se podían transcribir textos largos sobre espacios relativamente restringidos. Orificios, por lo general muy pequeños, servían para guiar el trabajo del rayador. Se horadaban con una punta. Hay numerosos indicios que muestran que en ciertos casos, para horadar los puntos destinados a marcar el emplazamiento de las líneas horizontales, se debía emplear una ruedecilla. Tales pinchazos se observan ya en los manuscritos sobre papiro pero allí sólo servían aparentemente para indicar la justificación de la página. Su empleo es general en los ​codices e​ scritos sobre pergamino y sobre papel. En los volúmenes de la Alta Edad Media, el rayado era trazado a la punta seca. Según los casos, los folios de un mismo cuaderno eran apilados unos sobre otros y reglados al mismo tiempo; otras veces los folios eran reglados individualmente. Algunos ejemplos recientemente estudiados, muestran que en ciertas circunstancias, al menos, se desplegaba aplanada una piel entera y el rayado era efectuado teniendo en cuenta el plegado de esa piel. El dibujo formado por los diferentes trazos verticales y horizontales del reglado y la técnica utilizada para trazar esos rasgos conforman reseñas útiles para datar y localizar los manuscritos. En particular, el hábito de reglar a la vez muchos folios de pergamino superpuestos, frecuente de los siglos VIII y IX, desaparece en el siglo XI. El emplazamiento de los agujeros no es una cuestión insignificante. En reglas generales, los agujeros guía para el trazado de líneas horizontales son perforados únicamente en la cara exterior de las hojas. A veces, en épocas antiguas, en los ​scriptoria d​ e las islas británicas o en los ateliers sumidos bajo las influencias insulares, esos puntos se encuentran a derecha e izquierda de la página, el largo del plegado del folio y el largo del margen de canal. Eso permitía reglar los cuadernos plegados, y no la plancha. Este método reaparece durante los años 1130- 1140; será entonces empleado en todo el mundo latino. Hemos visto que los antiguos manuscritos eran reglados a la punta seca. Ya en el siglo IX, en un manuscrito muy lujoso, escrito en letras de oro (Tours, Bibl. Mun., ms. 22) se había utilizado la mina de plomo. En el siglo siguiente y en el XI, en ciertos volúmenes decorados con pinturas a plena página, se ha empleado también la mina. Pero se trata de casos excepcionales. El empleo del reglado a mano a la mina de plomo se generaliza no antes de principios del siglo XII. En la segunda mitad del siglo XII, ciertos escribas utilizan también, el trazado en tinta. De aquí en más, los tres métodos serán utilizados conjuntamente. A partir de los últimos decenios del siglo XIV, ciertos manuscritos particularmente cuidados son reglados con una tinta rosa o violeta. En las obras de Froissart conservadas en Breslau, una nota indica que Jehan Fouquère ha recibido en 1456 "por haber tallado, pintado, limpiado y reglado de rosa seis docenas de pergamino en 36 cuadernos" la suma de veinte denarios por cuaderno. Ese texto es interesante desde distintos puntos de vista. Nos muestra en principio que cada cuaderno estaba formado por dos pieles; También que un artesano era encargado de tallar las pieles, de marcar los puntos, de pasar –​9​– piedra pómez al pergamino para dejarlo apto para recibir la escritura y finalmente de reglarlo. Hay entonces en ese caso una separación entre el trabajo de preparación del cuaderno y el trabajo del copista. Pero no siempre era así, y, sobre todo en las épocas antiguas, hay textos que atestiguan que el escriba efectuaba él mismo ese trabajo de preparación. El trazado de renglones era una tarea larga y delicada. Así, desde el siglo XIII, se han debido recurrir a algunas simplificaciones para los libros de estudio. Se ven aparecer manuscritos en los cuales sólo era indicada la justificación, por medio de un simple cuadro compuesto de dos trazos verticales y de dos horizontales. Esta práctica rudimentaria será empleada con más frecuencia en el curso del siglo XV. La habilidad de los escribas permitirá paliar de una manera generalmente satisfactoria la ausencia de líneas rectoras; sin embargo, los manuscritos así copiados no tendrán el rigor y la elegancia de los libros cuidadosamente reglados. LOS COPISTAS EN EL TRABAJO En lo que concierne a la condición concreta del trabajo del escriba, cuando se libraba al trabajo de la copia, nuestra ignorancia es muy grande. Algunos textos, raros, nos dan sólo vagas reseñas. En compensación, la iconografía nos es de gran utilidad. Las representaciones de los escribas son muy numerosas en los manuscritos. En particular, a partir de la época carolingia, al comienzo de cada evangelio, se extiende el hábito de pintar un retrato de cada evangelista escribiendo. Esta costumbre nos ha dado obras de arte de una calidad a menudo incomparable, pero de las cuales la interpretación es muy difícil. Se trata en efecto de figuraciones tradicionales que reproducen tópicos antiguos y donde nos es difícil, si no imposible, saber a qué realidad corresponden. Ciertas imágenes pueden haber sido inspiradas por la observación directa. Es así que en un misal del siglo XI en uso en una abadía de Troyes, aparece un monje sentado, teniendo sobre sus rodillas un pupitre formado por dos planchas superpuestas sobre el cual escribe. A un lado, se ven tres hojas de pergamino ya regladas. Esas representaciones ayudan a comprender un tema que vuelve a ser retomado en fórmulas finales inscriptas por los copistas al final de su trabajo y del cual un buen ejemplo figura en el folio 278 del comentario del Beato sobre el Apocalipsis copiado de 1073 a 1109 y proveniente de Silos: "Aquel que no conoce la materia de copista piensa que no se trata de un trabajo. Si deseas saberlo en detalle, te mostraré todo lo que el acto de escribir tiene de pesado y penoso. Se oscurece la vista, se encorva la espalda, se quiebran las costillas y el vientre y duelen los riñones: el cansancio invade todo el cuerpo." A partir del siglo XII, aparece un tipo nuevo de representación de escriba. Su novedad y su carácter insólito, al menos a nuestros ojos, nos incitan a pensar que se trata de una representación de la realidad como los iluminadores podían observar. En efecto, en un número de miniaturas de los siglos XII, XIII y XIV –​10​– figuran copistas sentados en butacas escribiendo sobre una plancha apoyada sobre dos brazos móviles fijados a los bordes de su asiento. Esos escribas se encuentran exactamente en la posición de nuestros bebés en sus hamacas. Incluso hay esculturas, como las dos estatuas del siglo XIV que representan aparentemente a san Ambroise y san Gregorio el Grande conservadas en el Victoria and Albert Museum de Londres que muestran en sus menores detalles esas curiosas sillas que nos parecen tan poco prácticas. Pero se sabe como, en diferentes dominios, hace falta tiempo para adoptar actitudes que nos parecen tan naturales, que debemos hacer un esfuerzo para imaginar que haya podido ser de otra manera anteriormente. Así, es necesario esperar hasta el siglo XIV ó XV, para ver a los copistas utilizar pupitres apoyados sobre una tabla. El célebre retrato de Erasmo delante de su mesa de trabajo, pintado por Holbein, ilustra una posición de escriba que nos parece caer de su peso; representa en realidad una situación relativamente reciente. El material Las imágenes, pero también esta vez, fuertemente, muchos textos medievales, describen los instrumentos utilizados por los copistas. Era necesario una navaja, tiza y piedra pómez para suprimir todas las imperfecciones del pergamino y dejarlo apto para recibir la escritura. Muchas representaciones nos muestran a los escribas disponiendo de dos tinteros. Son en general dos cuernos de toro fijados en aberturas hechas en los bordes de sus pupitres. En efecto, los escribas transcribían ordinariamente en tinta negra el texto que ellos copiaban; pero necesitaban tinta roja para los títulos y las rúbricas. A menudo, son representados teniendo en su mano derecha una cuchilla. Ese instrumento debía servirles para raspar el pergamino, o el papel, para corregir eventuales faltas. Pero si se examina atentamente las representaciones, se puede percibir que era también utilizada para mantener en buena posición la hoja sobre la cual escribe el copista. También se dispone a menudo de una regla y de un crayon para trazar las líneas. No hay que olvidar que a partir del fin del siglo XIII, los anteojos han sido utilizados a la vez por lectores tanto como por copistas. Para escribir, en los tiempos antiguos los copistas disponían de una pluma tallada de una caña; pero durante la Edad Media, y durante los siglos que le siguen, el instrumento generalmente empleado para escribir es la pluma de ave. El estilete servía para grabar letras en la cera de las tablillas, pero también sobre el pergamino. Muchos manuscritos, glosas, bosquejos de dibujos son así incisos en el pergamino. No son en general visibles más que a la luz y es necesario un ojo muy atento para descubrirlos. En el oriente del bajo Mediterráneo, la tinta era fabricada a partir del negro de humo. En Occidente tenía por base la agalla y ácido a los cuales se adicionaba agua y goma y a menudo vino o vinagre. Existían numerosas variantes, debidos a cambios de proporciones o al agregado de ingredientes suplementarios, lo que hacía variar el color de la tinta que en ciertos –​11​– manuscritos de los siglos IV a VI a menudo es verdosa. En Italia se observa a veces una tinta gris. En otros lados es tostada o enrojecida. Los títulos de obras o de parágrafos eran habitualmente escritos en tinta roja, de ahí el nombre de rúbricas que le fue atribuido. Igualmente se ha también a menudo rubricado textos estudiados en comentarios, tal como el de Beato sobre el Apocalipsis. La numeración de las diferentes partes de una obra era también por lo general escrita en rojo. A partir del fin del siglo XI son numerosos los copistas que trazan las iniciales importantes alternativamente en azul y en rojo; en el siglo XII, en muchos manuscritos, las iniciales son de tres colores alternados, azules, verdes y rojas. Este uso no durará; hasta el fin de la Edad Media y en los primeros tiempos de la Imprenta, los libros más cuidados se caracterizan por sus iniciales azules y rojas. Muy a menudo, esas letras no serán trazadas por los escribas, sino pintadas por un especialista. Ciertos manuscritos de mucho lujo, estaban constituidos en totalidad o en parte, por hojas de pergamino teñidos en púrpura. Se empleaba para escribir sobre ese soporte particular tintas de oro y de plata que ese fondo coloreado tendía a resaltar. La tinta de oro también fue empleada en pergaminos corrientes, como en el sacramentario de Drogon, obispo de Metz, realizado a mediados del siglo IX. Una vez preparados los cuadernos, el escriba podía ponerse a trabajar. Un trabajo relativamente simple, aparentemente, y que demandaba solamente cierto esmero y el conocimiento del trazado de las letras. En realidad, la copia de una obra demandaba generalmente mucho tiempo, por un lado, a causa de la longitud del texto a transcribir, y por el otro, a causa de la lentitud de la caligrafía. En los casos de los manuscritos más cuidados, la actividad de los copistas se emparentaba con la de los modernos pintores de letras. Las diferentes letras debían, en efecto, ser trazadas, en un número determinado de rasgos, siempre el mismo para cada una de ellas, y siguiendo un orden inmutable que llamamos el ​ductus. LA EVOLUCIÓN DE LAS ESCRITURAS La desaparición casi completa de los libros de la Antigüedad nos impide conocer de una manera precisa las escrituras empleadas para su transcripción. Algunos fragmentos que conocemos muestran que se utilizaba sobre todo letras capitales cuyo empleo, para la copia de libros enteros, ha persistido en algunos ejemplos, hasta el siglo IX. A partir del siglo IV de nuestra era, los documentos son menos escasos, y se puede constatar la utilización frecuente de un tipo de caligrafía que se la designa con el nombre de uncial. Esta escritura de letras redondeadas y de módulo grueso, ha sido empleada hasta la época carolingia. Como la capital, la uncial también luego servirá para los textos que se quieren valorizar, y en especial para títulos. Junto con la capital y la uncial, se utiliza una minúscula, la semiuncial, que a pesar de su nombre, no deriva de la uncial. –​12​– Se trata de caligrafías de lujo. Algunos libros del siglo VI ó VII muestran que los escribas se inspiraban también de una escritura corriente en uso en su tiempo. En ese aspecto, el siglo VIII es una época muy activa de búsquedas en todas las regiones del mundo latino. Poco a poco, en la segunda mitad de ese siglo, emerge en Galia y en Germania una escritura de tipo minúscula, resultado de experiencias conducidas simultáneamente en numerosos s​ criptoria ​ a partir de la cursiva, experiencias que se pueden seguir más particularmente en Tours y en Saint-Gall. Con numerosas variantes locales o regionales, esta minúscula aparece constituida hacia el año 780, en el entorno de Carlomagno. Como ha escrito Bernhard Bischoff "entre los resultados visibles de renovación cultural llevados a cabo bajo el reino de ese soberano y por su voluntad, la nueva forma de escritura es el elemento más durable". La minúscula carolingia, cuyo nombre está perfectamente justificado por la época y por el medio en la cual se desarrolló, permite una fácil identificación de las diferentes letras ya que el sólo examen de la parte superior de cada una permite reconocerlas. Este logro de los escribas carolingios no ha sido superado, a tal punto que los actuales caracteres de caja baja de los tipógrafos derivan de allí directamente. Durante más de tres siglos, la minúscula carolingia reina sin competencia en los s​ criptoria ​ de Francia, Alemania, Italia del norte y del centro. Se introduce en Inglaterra a mediados del siglo X y en España a fines del siglo XI. Sin embargo, desde la segunda mitad del siglo XI, la minúscula carolingia sufre una evolución. Cada letra, individualmente conserva su ​ductus​. Pero las curvas devienen angulosas, se "quiebran", particularmente las curvas superiores de la ​m​ y de la ​n​ , y la curva inferior de la ​u.​ Pequeños trazos oblicuos añadidos a la base de los palos que reposan directamente sobre la línea y las ligaduras de curvas se multiplican entre las letras, como b ​ o ​o ​po​, por ejemplo. Esas modificaciones alcanzan en el siglo XIII a la constitución de una escritura a la cual se le ha dado el nombre de gótica y que los escribas utilizaron hasta el final de la Edad Media. Al fin del siglo XIII, otra forma de caligrafía, menos solemne, imitación de la escritura cursiva de las cartas, hace su aparición en los libros. Se caracteriza por las curvas que forman los palos superiores de las letras ​b​, ​d,​ ​h​, l​ ​. Su tipo más acabado es la bastarda del siglo XV. Pero en realidad el número de especies de caligrafía es considerable desde el siglo XVI. Los escribas, por el juego de los quiebres y las ligaduras, tornan a menudo su escritura poco legible, lo que explica las críticas formuladas en 1366 por el humanista florentino Petrarca, quien escribiendo a su amigo Bocaccio, habla de esta "escritura suelta y exuberante [...] que nubla los ojos de lejos y los fatiga de cerca como si hubiera sido inventada para cualquier otra cosa y no para ser leída..." Él mismo predicará con el ejemplo copiando libros en una escritura pequeña pero bastante más clara. Fue entonces un cuarto de siglo luego de su muerte, que otros letrados florentinos, de los cuales conviene citar a Giovanni Francesco Poggio Bracciolini, crearon una escritura nueva, directamente imitada de la –​13​– minúscula carolingia, que se ha designado con el nombre de humanística. Al lado de esta escritura vertical con formas redondeadas, los calígrafos han creado una humanística cursiva que ha servido de modelo a los tipógrafos para crear los caracteres itálicos. Todas las otras escrituras, humanística, gótica, bastarda, han sido igualmente utilizadas por los grabadores de caracteres luego de la aparición de la Imprenta. En algunos casos, muy raros, los escribas dejaron indicaciones acerca del número de días que han empleado para transcribir una obra. Esas reseñas son ciertamente interesantes, pero difícilmente explotables. Según el tipo de escritura adoptada, la copia era más o menos rápida; un monje que debía seguir los ejercicios de su comunidad, consagraba menos horas por día a esta actividad que un laico profesional remunerado por la tarea. Sin embargo, se trata siempre de un trabajo lento. Además, en muchos casos, muchos escribas, eran afectados simultáneamente a la copia de un mismo texto. Muchos escribas a la vez Desde la época merovingia, la existencia de ese procedimiento de fabricación es conocida, no tanto por la divergencia de escrituras empleadas, pues los escribas de un mismo ​scriptorium ​podían escribir de una manera casi idéntica, sino por la diferencia que aparece en la última página de los cuadernos: unas veces la escritura es extremadamente apretada, y otras, por el contrario está aislada de una manera anormal y permanecen blancos espacios más o menos considerables. Algunos ejemplos muestran nombres de diferentes escribas al final de los cuadernos. El problema acaecía cuando frente a un modelo que se copiaba se utilizaba un módulo de letra diferente, más grande o más reducida, entonces difería el cálculo de espacio necesario para la copia que hacían los escribas. Sin embargo, ciertos copistas bien entrenados eran perfectamente capaces de administrar el espacio del cual disponían. Algunos trabajaban con tanto cuidado que se puede ver, en relación con el ejemplar que sirvió de modelo que cada columna corresponde exactamente a la cada columna del modelo. Otros ejemplos muestran el virtuosismo alcanzado por ciertos copistas. El cuaderno 11 del manuscrito del Vaticano Regina lat. 96 (fol. 81- 88) ha sido copiado por dos escribas a la vez. El primero transcribió los fol. 81-82 y 87-88 y el segundo los fol. 83-86. Se ve que los dos copistas han calibrado cuidadosamente su escritura para mantener la homogeneidad del cuaderno. Una innovación universitaria: la ​pecia Con el desarrollo de las universidades, se necesita resolver un problema diferente; no se trataba de hacer ejecutar rápidamente una sola copia de un texto sino de multiplicar simultáneamente los ejemplares de una misma obra. Para llegar a ese resultado, las autoridades universitarias crearon una verdadera institución conocida bajo el nombre de ​pecia. –​14​– Este sistema se basaba en un ​exemplar, o ​ sea, un texto de referencia, que era copiado sobre cuadernos llamados ​peciae, ​piezas. Esos cuadernos estaban constituidos por un pergamino bastante grueso, amarillento, que no era de primera calidad. Eran generalmente de cuatro folios, aunque también los hubo de ocho y doce. Cada ​pecia​ tenía en el borde superior derecho del primer folio su número de orden. El ​exemplar ​copiado sobre piezas mantenidas independientes unas sobre las otras era examinado por una comisión designada por la universidad. Esta comisión, compuesta de profesores, era la encargada de asegurar la corrección y la integridad de los ejemplares. La comisión armaba la lista de los ​exemplaria en la cual se autorizaba la puesta en alquiler e indicaba, al costado del título de cada obra el número de piezas que comprendía y fijaba su precio de alquiler. Una lista establecida en París hacia 1275, contiene 138 títulos; otra, de 1306, anuncia 156 obras. Luego de su depósito en la oficina del estacionario, hoy diríamos el librero, el ​exemplar e​ ra puesto en alquiler. El profesor o el estudiante, si lo copia personalmente, o el escriba, lleva la primera pieza y le abona al estacionario el precio fijado para su locación. Luego emprende la copia.Una vez la pieza terminada, la devuelve, toma la siguiente y así sucesivamente. Los universitarios no eran los únicos de preocuparse de la calidad de los textos copiados. Las órdenes fuertemente centralizadas, Cartujos, Cisterciences, y en el siglo XIII, Mendicantes, ponían en práctica los medios más minuciosos para obtener la unidad de la liturgia y del canto. Poseían manuscritos tipo a los cuales se debían referir y conformar todas las casas de la orden. Luego de la reforma de 1134, entre los Cisterciences reinaría una mayor uniformidad. La biblioteca municipal de Dijon conserva el manuscrito que era la referencia de base a toda la tradición litúrgica de la orden. Los estatutos de los Cartujos de 1259 ordenan corregir los libros destinados a la celebración del oficio divino. Los Dominicos también dictaban reglas precisas para la transcripción de sus libros litúrgicos. Cada copia debía ser confrontada con un ​exemplar, ​en algunos casos más de una vez. Desconfían de la mala calidad de los trabajos de los escribas laicos, los estatutos de los Menores prohiben a sus comunidades "hacer copiar o anotar los libros litúrgicos bajo algún pretexto a laicos, si se posee miembros que saben escribir texto y música con competencia. En caso contrario, los superiores deben velar para que sus religiosos aprendan esas técnicas pues los seculares alteran casi todo lo que ellos escriben y anotan". El ​exemplar ​de los Franciscanos parece perdido, pero el de los Dominicos ha sido encontrado en 1841. Se conserva en Roma en el convento de Santa Sabina. Un negocio de empresario Durante los últimos siglos de la Edad Media, el trabajo de confección de los libros, deviene un negocio de empresario, el estacionario, que hacía trabajar –​15​– escribas, iluminadores y encuadernadores. En una carta del 25 de abril de 1354, Petrarca se lamenta sobre la imposibilidad de donde él se encuentra de obtener "correctos codices" a causa de las condiciones puramente artesanales y mecánicas de la producción del libro. Escribe, unos preparan el pergamino, otros copian los libros, otros los corrigen, otros los iluminan, otros los encuadernan y les dan un bello aspecto. Antes de la invención de la imprenta, son numerosas las tentativas de multiplicar rápidamente y con pocos gastos, los ejemplares de una misma obra. Parece haber habido entonces una demanda creciente de libros. Lamentablemente no se disponen de suficientes estudios sobre ese tema para establecer una opinión. Manuscritos "ajustados o impuestos" Charles Samaran ha hecho en 1928 un descubrimiento. Examinando un lote de papeles provenientes de viejas encuadernaciones, le llamó la atención "numerosos fragmentos manuscritos sobre papel compuesto todo entero de hojas de dieciséis páginas (ocho en recto, ocho en verso), que presentaban siempre el plegado de una cierta manera, siempre la misma, para reencontrar el orden del texto". Esas hojas se presentan exactamente bajo el aspecto de nuestros modernas galeras (pruebas, tirada) de impresión. Después de 1928, muchos otros ejemplos de manuscritos "impuestos" , como los ha llamado legítimamente Samaran, han sido descubiertos. Son transcriptos indiferentemente sobre pergamino o sobre papel y datan principalmente del siglo XV. Sus dimensiones son generalmente bastante reducidas y los textos que contienen, de naturaleza litúrgica o pedagógica, pertenecen a obras de utilización corriente por lo que es necesario multiplicar los ejemplares. Se puede así tener por prácticamente seguro que ciertos escribas han implementado, antes que los impresores, la técnica que consiste en repartir sobre un solo folio las páginas de un texto que, después de plegado, formarán los cuadernos in-8º o in-4º. Es legítimo preguntarse si ciertos manuscritos mucho más antiguos, incluso de la época carolingia, no han sido ellos también "impuestos". Se trata de volúmenes compuestos de cuaderno formados por plegado de una o dos pieles de pergamino. En ese caso hay una cuestión, que hasta el presente permanece sin respuesta, es la de saber si esos cuadernos han sido copiados antes o después de cortar las hojas. LA PUESTA EN PÁGINA Como los impresores, los escribas se preocupan por la puesta en página de los libros que ellos copiaban, por una cuestión estética evidentemente pero también para permitir a los lectores acceder en las mejores condiciones al texto. –​16​– Los más antiguos manuscritos desconciertan a los lectores modernos por el aspecto compacto del texto, que se transcribe en largas líneas o a dos columnas (los textos copiados a tres columnas son muy raros). Las letras son transcriptas unas seguidas de las otras sin que haya nada que pueda identificar las palabras. Esta ​scriptio continua​ demandaba del lector un esfuerzo considerable para acceder al texto. Algunos espacios blancos, destinados a indicar pausas de sentido, vendrán en su ayuda. En los manuscritos más antiguos, solamente las iniciales son trazadas a la cabeza de una página o de una columna y hasta pueden encontrarse en el interior de una palabra. Sin embargo, a principios del siglo VI, en el célebre manuscrito de los Agrimensores conservado en Wolfenbuttel, iniciales ornamentadas indican las divisiones del texto. En los manuscritos más antiguos, esas divisiones pueden ser indicadas por letras ordinarias, pero de un módulo bastante grande, trazadas por fuera de la justificación. Los gramáticos de la Antigüedad habían dictado reglas a seguir para indicar las pausas largas, medias y cortas del discurso. Progresivamente los escribas pusieron a punto sistemas de puntuación destinados a guiar la lectura. En la segunda mitad del siglo VIII, los hábitos que prevalecerán durante toda la Edad Media son fijados. Las pausas fuertes son indicadas por un punto y coma, la palabra comienza al principio de la frase con una mayúscula. Las pausas medias son generalmente marcadas por un punto sobre una coma y las pausas cortas con un punto. Se trata evidentemente de principios generales y las variaciones han sido numerosas según los tiempos y los lugares. El signo de interrogación aparece en el reinado de Carlomagno. En cuanto al punto de exclamación, es una invención de los humanistas italianos desde mediados del 1400, como los signos de paréntesis. En los manuscritos carolingios, las articulaciones retóricas de la frase son claramente marcadas, lo que facilitaba la lectura en voz alta y la recitación de los salmos. Pero las palabras no son siempre convenientemente individualizadas, incluso en los manuscritos copiados en minúscula carolingia, y los ejemplos de mal corte son numerosos. A pesar de su apariencia clara y bien ordenada, los manuscritos carolingios tienen a menudo problemas delicados de desciframiento. A lo largo del tiempo los escribas se esforzaron sistemáticamente de hacer destacar claramente todos los elementos del texto, ya se trate de palabras o de elementos de las frases. La conciencia de la importancia de la palabra sin duda ha conducido a los copistas a crear el trazo de unión cuando las necesidades de la justificación le imponían dividir una palabra en dos partes al fin de una línea. Este uso aparece en Inglaterra en el último decenio del siglo X y se generaliza en el siglo XII. No era siempre posible, mientras tanto, cortar las palabras al fin de la línea de tal suerte que el lado derecho de la justificación fuese tan regularmente alineado como el lado izquierdo. Para paliar este inconveniente los escribas franceses e italianos de fin de la Edad Media trazan a menudo letras suplementarias al fin de la línea con el objetivo de llenar los vacíos. Bien entendido, esas letras son canceladas a fin de indicar su función únicamente –​17​– estética, lo que no ha impedido a ciertos escribas distraídos o ignorantes de este uso, recopiarlas. Este "horror al vacío" se manifiesta también de otra manera. En ciertos casos, el escriba, había terminado de copiar su texto al fin de la página y a fin de evitar la presencia de un espacio en blanco, copiaba de nuevo las últimas palabras y las encuadraba entre dos partes de la palabra ​va...cat​ a fin de anularlas. Espacios de comentario Las iniciales de dimensiones mayores, rojas o azules eran las encargadas de advertir al lector las divisiones de un texto que hoy nos parece tan compacto. Uno de los fundamentos de la enseñanza medieval era el comentario del texto. Esos comentarios podían ser transcriptos todo a lo largo de un volumen particular, lo que es a menudo el caso cuando se trata de una obra tan desarrollada como el comentario de Servius sobre Virgilio. Siempre, desde la Baja Antigüedad, los escribas a menudo han transcripto esos comentarios o breves explicaciones entre las líneas del texto, o en los márgenes. Son las glosas interlineales o marginales. En algún momento, los escribas reglaban el pergamino de ciertos manuscritos para recibir comentarios, como en un Virgilio del siglo IX proveniente de Fleury (París, Bib. Nac. Lat 7929) en el cual la obra del poeta aparece en medio de la página. Dos columnas, más estrechas, situadas a derecha y a izquierda contiene numerosas glosas sacadas de Servius y de Pseudo- Servius. Se observa lo mismo en un manuscrito de Horacio (París, BN., lat. 7974) un poco más reciente. Los comentarios eran necesarios para la enseñanza universitaria. Desde el siglo XII, talleres parisinos multiplican los ejemplares de los libros de la Biblia, donde el texto, transcrito en letras de grandes dimensiones, está rodeado de la "Glosa ordinaria" en pequeños caracteres. A veces, el comentario ocupa casi toda la página y absorve, algunas líneas del texto que explica. Las obras de derecho en general están acompañadas de glosas y los copistas boloñeses han realizado para los juristas de su universidad manuscritos de gran elegancia. El virtuosismo de los escribas medievales se ve en la copia de poemas, la repartición compleja de las letras y de las palabras en el interior de los poemas hace aparecer, a veces, figuras geométricas o personajes como Luis el Piadoso, o cristo en la cruz. El agrupamiento de las letras mismas de un poema puede formar un diseño. Referencias del manuscrito Un libro es un útil de trabajo y los copistas han puesto a punto diversos procedimientos para facilitar la búsqueda y la identificación de los textos. La página de título, tal como la conocemos, con indicación del nombre del autor, del título de la obra, del lugar y de la fecha de edición, es una creación de los tipógrafos. En los libros manuscritos, el texto de la obra reproducido comienza –​18​– generalmente a lo alto de la primer página luego de un título que no tiene siempre el nombre del autor y que es a menudo precedido por la palabra ​incipit. El título llama la atención por el empleo de tinta de color rojo o por la utilización de letras de un módulo más grueso. En ciertos casos, una columna o una página entera pueden ser consagradas al título que es entonces escrito con letras decorativas de grandes dimensiones, imitando las inscripciones lapidarias. A veces una cuadro rectangular o en forma de pórtico puede rodear a ese título. El fin de las obras no es generalmente indicado más que por una fórmula breve, ​explicit, finit. C ​ ada vez más, el escriba provee diferentes indicaciones acerca de la época y el lugar de su trabajo. Los manuscritos datados, raros hasta el siglo XV, proveen así preciosas indicaciones para la historia del libro. Las diferentes subdivisiones del texto comienzan generalmente por un título, a menudo escrito en tinta roja, las rúbricas. Pueden ser anunciadas también por iniciales ornadas o pintadas, que son a menudo trazadas alternativamente en color negro, rojo, verde o azul. El empleo de letras sucesivamente rojas y azules permanece hasta el siglo XI. La decoración jugaba también un rol para señalar las grandes divisiones de los textos. La búsqueda de un pasaje en el interior de un manuscrito provocaba problemas particulares, ya que no se trataba de un producto estandarizado como el libro impreso. Particularmente en los medios universitarios han sido puestas a punto, soluciones muy complejas, a menudo muy ingeniosas. Desde la Antigüedad, los escribas han trazado en la parte superior de las páginas un título corriente para informar sobre la naturaleza del texto transcripto. Libros, capítulos y parágrafos, están a menudo numerados. A partir del siglo XII aparecen sistemas de numeración por folios y por columnas. Hay otros sistemas de numeración que están ligados directamente a la fabricación del volumen. Son las cifras que indican el orden en el cual el encuadernador debe disponer los diferentes cuadernos antes de coserlos. Esas cifras, que se llaman signaturas, son generalmente trazadas en los manuscritos latinos en la base de la última página de cada cuaderno. Esas signaturas son a veces acompañadas de menciones que revelan el nombre del escriba, particularmente en los siglos VIII y IX, o indican que el cuaderno ha sido ubicado. Otro sistema de referencias de los cuadernos lleva el nombre de reclamo. Consiste en inscribir en la base del último folio de cada cuaderno las primeras palabras del cuaderno siguiente. Este método tiene lejanos antecedentes en los asirios, para clasificar sus tablillas de barro, escribían en la base de cada una de ellas, la primera línea de la tableta siguiente. En el siglo I A.C. y en el siglo I D.C., los copistas griegos aseguraban el buen orden de los rollos de papiro escribiendo, al fin de cada ​volumen​, la primer línea del rollo siguiente. Los escribas latinos han tenido, de un modo u otro, conocimiento de esos ejemplos antiguos, o ¿ellos reinventaron para su uso ese procedimiento? Como sea, dos manuscritos (Laon, Bibl. Mun., 50 y Londres, Brit. Library, Egerton, 609) remontando uno al siglo VIII y el otro al IX, presentan reclamos. Desde –​19​– mediados del siglo X, los copistas españoles empleaban regularmente ese sistema que se expande en el siglo XI a Italia y al sur de Francia, y se generaliza en el resto del mundo latino en el siglo siguiente. Se combina a menudo con la signatura, lo que permitía una doble verificación. Una cuestión queda en suspenso a propósito de esas signaturas y de esos reclamos. ¿Cómo se hacía para que los folios que componían un cuaderno permanecieran en orden? En el caso de manuscritos copiados sobre un folio de pergamino simplemente plegado y no cortado, eso podía comprenderse. Por otra parte, se podría suponer que los folios de cada cuaderno permanecían unidos por una costura. Dos o tres ejemplos todavía conservados permiten suponer que ese fue el caso, al menos para ciertos volúmenes. Investigaciones más profundas son necesarias para esclarecer ese punto. A partir del siglo XIII, época de desarrollo de las universidades y de los talleres de copistas laicos, la realización de ciertos libros, al menos, deviene una verdadera empresa, atrayendo a muchos artesanos, escribas, pintores de iniciales, iluminadores. Para realizar más rápidamente ese trabajo en serie, se podía repartir entre muchas personas a la vez los diferentes folios de un mismo cuaderno, uno copiando el texto, el otro agregando las iniciales, los artesanos, diseñadores, pintores, doradores ejecutando la decoración. A fin de reconstituir los cuadernos en orden, se numeraba cada doble folio, sea con un número o por símbolos. Encontramos en ciertos manuscritos dos o más series paralelas de numeración, algunas con números, otras con símbolos. Podemos preguntarnos si esos símbolos no estaban destinados a artesanos iletrados, pintores o encuadernadores. El libro una vez acabado, los cuadernos que lo componían debían unirse a fin de asegurar su conservación. En ciertos casos, se han conservado los cuadernos sin encuadernación, o al menos con una muy rudimentaria y fácilmente desmontable. En muchos catálogos de bibliotecas medievales aparece una palabra que quiere decir que el libro está en cuadernos. Pero un número relativamente elevado de libros nos han llegado revestidos de su cobertura de origen. ENCUADERNAR LOS MANUSCRITOS Mientras que hasta el fin de la Edad Media, los libros bizantinos eran cosidos con simples cadenas de hilos, las encuadernaciones occidentales se caracterizaron por el empleo de dobles nervaduras de las cuales se sujetaban sólidamente los cuadernos. Esta técnica pudo haber nacido en el siglo VIII. Los nervios eran generalmente formados por un cordón plegado en dos. Muchos métodos de unión de esos dobles nervios a las tapas han sido ensayados. El más expandido era: los dos extremos libres del cordón plegado son pasados por dos orificios que atraviesan las tapas, yendo de la cara interior a la cara exterior, el cordón era colocado en una ranura abierta en la madera entre los dos orificios. Las dos extremidades del cordón eran reunidas, para –​20​– pasarlas por un orificio único, horadado en forma oblicua y saliendo por otro orificio sobre el canto de las tapas. El cordón se ponía como por dos gargantas. De esta manera los dobles nervios quedaban absolutamente unidos a la primer tapa. Enseguida se cosía los cuadernos a los nervios, utilizando la primer tapa como base. Una cuestión controvertida es saber si las encuadernaciones de la época carolingia utilizaban la costura; no tenemos aún respuesta. El uso de este instrumento es atestiguado por primera vez en el siglo XII, lo que no quiere decir que haya sido conocido anteriormente. Una vez terminada la costura, se ponía la segunda tapa que era agujereada con orificios exactamente simétricos a los de la primera. Se le hacía recorrer al doble nervio el mismo camino, pero en sentido inverso que precedentemente. Con algunas modificaciones, particularmente el reemplazo del cordón por un lazo de cuero, este método de encuadernación será empleado hasta el final del siglo XI. En esta época aparecen los nervios partidos. Son hechos de una cinta de cuero larga de alrededor de un centímetro, partido longitudinalmente sobre una medida igual al espesor de la pila de cuadernos a encuadernar. El hilo se enrolla alrededor de estos dos nervios formados por esta incisión. Se efectúa la costura y una vez todos los cuadernos cosidos, se hacía entrar las extremidades de las cintas de cuero en los orificios rectangulares abiertos en el canto de las tapas que alcanzaban las ranuras donde las cintas de cuero eran sujetas por las cantoneras de madera. A fin de la Edad Media las extremidades de los nervios partidos son simplemente fijados por clavos. En el lomo se pegaban trozos de cuero, a menudo decoradas con un broderie de seda. Las tapas han evolucionado durante la Edad Media. Al principio muy gruesas, pero poco a poco se hicieron más delgadas. Al principio, sus dimensiones eran exactamente las mismas que las de los cuadernos a encuadernar. La cobertura de cuero era pegada directamente sobre las tapas, pero no sobre el lomo, si bien que, a pesar de sus fuertes salientes, los nervios no son aparentes en las encuadernaciones antiguas. A partir del siglo XIV, aparecen las encuadernaciones de nervios visibles. Las redes de tela o de pergamino, parecen ser del siglo XV. Los libros eran generalmente apoyados sobre una de sus tapas en las bibliotecas medievales, manecillas fijadas a las tapas aseguraban su cierre. Los títulos eran trazados a lo largo del lomo o en las tapas. A partir del siglo XIII, en ciertas grandes bibliotecas, los libros más consultados eran atados con cadenas a los pupitres sobre los cuales eran apoyados. Se trataba de una precaución contra el robo, y no, como muchos han creído, de un método para trabar la comunicación del saber. Es así que la Sorbonne disponía desde el siglo XIII de una "gran biblioteca" destinada a los usuarios, donde los libros estaban encadenados, y de una "pequeña biblioteca" consagrada al préstamo. Al lado de esos pesados volúmenes, protegidos por pesadas planchas de madera, se encontraban volúmenes más modestos, cubiertos de un simple folio de cuero o de pergamino. Su fragilidad ha hecho muy raros ese tipo de –​21​– encuadernaciones, no conservamos casi ningún ejemplar anterior al siglo XV. A partir de esta época, se multiplican y se puede admirar, particularmente en Alemania, el virtuosismo de los artesanos que utilizaban hilos de costura y piezas de refuerzo tanto como elementos de carácter decorativo. A fin de la Edad Media, la sustitución del papel en lugar de pergamino para copiar los libros, permite aligerar las encuadernaciones. El uso de las tapas de madera se mantiene durante bastante tiempo, pero también se utilizarán planchas de cartón desde fin del siglo XIV. Las encuadernaciones ornamentadas Una vez terminada, la encuadernación era a veces decorada. A fin del siglo VII, el evangeliario de saint Cuthbert ha sido ornamentado con una decoración de cuero repujado. Sobre el territorio de la Francia actual, no se conoce otro método de decoración que el estampado con pequeños hierros en frío. Los más antiguos ejemplos de este arte se remontan al siglo VIII y provienen de Corbie. Durante la época carolingia también fue practicado en otros lugares. Muchas encuadernaciones carolingias estampadas provienen de los países germánicos. La ornamentación es muy simple. Filetes con dibujos de triángulos, rectángulos, rombos o cruces. Para realzar esa decoración lineal, se estampaba en frío, en la intersección de esas rectas, o en el interior de los paneles determinados por esas rectas, pequeños hierros que se componían de palmetas, rosáceas, entrelazos, motivos formados de círculos concéntricos, temas decorativos que se encuentran frecuentemente en las pinturas de manuscritos contemporáneos. En el siglo XII aparece, particularmente en parís, un nuevo tipo de encuadernación ornamentada mucho más ricamente. Mientras que las pieles empleadas en la época precedente permanecían blancas, en el siglo XII y XIII, se tiñe el cuero de amarillo, pardo y a veces rosa. La decoración está formada por la yuxtaposición de pequeños hierros, generalmente de corte cuadrado o rectangular. En el interior de esos cuadrados, son a menudo impresas formas ovales o almendradas sobre las cuales son grabados san Pedro, san Pablo o el rey David. Los elementos decorativos en uso en la época en la pintura o en la arquitectura se encuentran en esas formas. A menudo también aparece dibujada una iglesia, una fortaleza defendida por soldados, o el árbol de Jesé. En el siglo XIV, la decoración se modifica. Las encuadernaciones disponen, en encuadramientos rectangulares o en bandas verticales, formas cuadradas de módulo mucho más pequeño que en la época precedente y más finamente grabados. Encontramos aves, una pantera enfrentando a un dragón. Ese tipo de decoración se mantendrá durante dos siglos y es difícil de distinguir las encuadernaciones de principios del siglo XIV de la del XV a no ser por la aparición de temas iconográficos nuevos, el cordero crucificado, por ejemplo. A fin de la Edad Media, se difunde, sobre todo en los países germánicos, otro modo de ornamentación del cuero, el cincelado, que consiste en grabar sobre el cuero, previamente humedecido y flexibilizado con agua caliente, diseños con la –​22​– ayuda de un buril, de una punta acerada o de un punzón que trazan líneas en la epidermis y la cortan poco profundamente. Esta técnica, más flexible que el estampado, permite una gran variedad de decoración. Siempre, los grandes personajes, soberanos y señores importantes, preferían las telas preciosas para cubrir los libros de su biblioteca. Esas coberturas suntuosas eran a veces acompañadas de manecillas de oro ciselado y decorado con esmalte así como adornos de perlas o piedras preciosas. Un cierto número de libros litúrgicos conserva hoy la cobertura preciosa de la cual han sido revestidos para honrar el texto sagrado que ellos contienen. A menudo se ha utilizado para esas encuadernaciones dípticos consulares, dobles placas de marfil esculpido, unidos por bisagras, que los cónsules del Bajo Imperio Romano acostumbraban distribuir a sus amigos en el momento de su entrada en función. Otras encuadernaciones preciosas son más elaboradas y se ha apelado a todos los recursos de la orfebrería. Al siglo VII se remonta la encuadernación del evangeliario de la reina Teodolinda, conservado en la basílica de San Juan bautista en Monza. Sus tapas están formadas sobre hojas de oro sobre cada una de las cuales se destaca una cruz en relieve. Todo está realzado con perlas, piedras preciosas, camafeos antiguos y esmaltes. La época carolingia nos ha dejado muchas encuadernaciones que asocian en una composición suntuosa, y un poco bárbara, el marfil, el oro, los esmaltes, las piedras preciosas, como puede verse en los evangeliarios de Metz en la Biblioteca Nacional (París). Este breve análisis no puede dar cuenta más que imperfectamente de la variedad de soluciones adoptadas por los encuadernadores de la Edad Media para cubrir los libros que le eran confiados. EL ​SCRIPTORIUM La realización de los libros durante la Edad Media era entonces un trabajo complejo que demandaba generalmente la colaboración de muchos artesanos especialistas. Durante la Baja Antigüedad, todavía, la copia de los libros era la obra de talleres que trabajaban en función de un encargo. Durante la Alta Edad Media, los libros son ejecutados en establecimientos eclesiásticos, esencialmente en las abadías. Desde el siglo VII, podemos constatar la actividad de un ​scriptorium e​ n Luxeuil. Corbie, Fleury, saint- Martin de Tours eran centros de copia activos en el siglo VII. La época carolingia ve desarrollarse importantes talleres caligráficos en París y su región. Los soberanos dan el ejemplo. Libros destacados por la riqueza de su decoración o por la importancia del texto que ellos contienen son producidos por Carlomagno y sus sucesores, Luis el Piadoso y Carlos , el Calvo. Ciertos scriptoria, ​se vuelven verdaderas casas de edición. De Tours provienen numerosas biblias de gran formato, y una producción, casi en serie, de evangeliarios y textos relativos a saint Martin. –​23​– En el siglo X la actividad de los ​scriptoria s​ e adormece y casi cesa. Vuelve a cobrar fuerza en el siglo siguiente. Numerosos centros de copia funcionan de ahora en más para procurar a las abadías restauradas o nuevamente fundadas los libros que les son necesarios. Cada centro copia en general los libros que le hacen falta. No se conocen centros de difusión comparables a Tours o a Saint-Amand. En el siglo XII, las órdenes nuevas, Cistercienses y Cartujos, perpetúan ese movimiento. Durante los últimos siglos de la Edad Media, las condiciones de producción de los libros cambiaron totalmente. Hemos visto también como el nacimiento y el desarrollo de las universidades había influenciado la evolución de la fabricación del libro. Desde el siglo XII nacen en Bologna o París talleres laicos que se especializan en la producción y la comercialización del libro. Los artesanos que allí trabajaban se agrupan en corporaciones dotadas de estatutos y privilegios, bajo la supervisión de las autoridades universitarias. Junto con la clientela de los profesores y de los estudiantes, se desarrolla un mundo de mecenas con fortuna que hacen ejecutar obras suntuosas. El rol más eminente fue jugado sin duda por Carlos V, que establece en el Louvre una biblioteca de libros adquiridos o heredados, pero sobre todo de obras que él hace copiar e iluminar por artesanos parisinos. Los otros príncipes de la familia de Valois se mostraron también bibliófilos, como podemos citar a los duques Carlos de Berry y felipe el Bueno de Borgoña. Esos grandes señores se dirigían generalmente a verdaderos empresarios, quienes preparaban el pergamino, supervisaban escribas e iluminadores y pagaban sus salarios. La propagación de la imprenta da un golpe fatal a estos procesos del libro. Sin embargo, se continúa durante muchos siglos caligrafiando manuscritos. El siglo XVI ha dejado un número de manuscritos suntuosos destinados a grandes personajes. El siglo XVII conoce calígrafos reputados, como Jarry, que realiza la célebre ​Guirlande de Julie. F​ uncionaban talleres de donde saldrán admirables libros de coro. Pero, por un lógico retorno, mientras que los primeros impresores daban, por la fuerza misma de las cosas, el aspecto de un manuscrito a los libros que salían de sus prensas, los últimos manuscritos toman por modelo los más bellos impresos contemporáneos, con sus colofones y sus bandas. *** –​24​–

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