Resumen de la Unidad I - PDF
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Este documento resume la Unidad I, que explora las dimensiones históricas de las enfermedades y su representación en la sociedad. Se centra en la tuberculosis y el cáncer, analizando la manera en que las sociedades han percibido y respondido a estas enfermedades a lo largo del tiempo. La autora describe cómo los diferentes factores sociales y culturales han influenciado la forma de entender y tratar esas enfermedades.
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Enfermedad. Tienen dimensiones históricas que también las definen. No solo conceptualmente y definiendola con su comportamiento. Sontag, Susan (2003). La enfermedad y sus metáforas. Y El SIDA y sus metáforas. Buenos Aires: Tauru. El desarrollo en el texto de Sontag implica que en la vida refiriend...
Enfermedad. Tienen dimensiones históricas que también las definen. No solo conceptualmente y definiendola con su comportamiento. Sontag, Susan (2003). La enfermedad y sus metáforas. Y El SIDA y sus metáforas. Buenos Aires: Tauru. El desarrollo en el texto de Sontag implica que en la vida refiriendo a la enfermedad y la salud, a todos al nacer, nos otorgan una “doble ciudadanía", dividida en la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. En ambos cuales todos estamos obligados a identificarnos en algún momento. El estudio que realiza se basa en las enfermedades no como dolencias físicas sino como figura o “metáfora” para analizarlas crítica y socialmente. Quiere demostrar que la enfermedad no es una metáfora, quiere aclararlas, y la manera más sincera de enfrentarla sería desmitificándolas. La metáfora, entendida en su sentido más amplio opera por sustitución. Se generan a través de la necesidad humana de entender. Las fantasías de las enfermedades son reacciones ante enfermedades que aparecen y son consideradas incomprendidas, por ser intratables, precisamente en una época en que en la medicina todas las enfermedades podían curarse. Considerándolas entonces misteriosas. Con una deficiente atención médica y desinformación, mayores son las fantasías. Terminan siendo mentiras que se oponen a la verdadera enfermedad. Los mitos en torno a las enfermedades serían nefastos para quienes las padecen, pues enturbian una posibilidad más directa y franca de enfrentarse a ellas. Para Susan Sontag dos enfermedades que conllevan, por igual y con la misma aparatosidad, el peso agobiador de la metáfora: la tuberculosis y el cáncer. El cáncer y la tuberculosis se los consideraba un sinónimo de muerte. Ambos infunden un terror tan intenso que todos les temen a estos enfermos, los evitan e incluso no nombran la enfermedad para no contagiarse ni agravarla. Siendo consideradas etiquetas condenatorias. Era corriente esconder los nombres de estas enfermedades a los pacientes y, una vez muertos, esconderlo a sus hijos. Y los pacientes que sí sabían qué tenían, los médicos y familiares se resistieron a hablarles libremente. Se considera que la verdad no sería tolerada más que para los pacientes excepcionalmente maduros e inteligentes. “El cáncer puede ser un escándalo que comprometa la vida sentimental, las posibilidades de carrera y hasta el propio empleo del enfermo. Tendiendo a ser reservados”. “La solución no está en no decirles la verdad sino en rectificar la idea que tienen de ella, desmitificando”. Las mentiras a los pacientes y de éstos mismos, demuestra la dificultad en las sociedades industriales de convivir (enfrentar) la muerte. Con la convicción a los moribundos es mejor ahorrarles la noticia de que se están muriendo. No se miente solo por ser una condena a muerte sino que por considerarla obscena. Es un tabú. Mientras que por ejemplo una afección cardíaca (con el mismo riesgo de muerte) se toma más como una disfunción de una máquina, sin ningún tipo de pudor. La etimología indicaba que el cáncer y la tuberculosis significaban excrecencia, bulto o protuberancia; un tubérculo, que era un tumor. De manera que tuberculosis era cáncer. Se las describió como proceso en que el cuerpo se consumía. El rasgo distintivo del cáncer, un tipo de actividad celular, y el hecho de que no siempre asuma su forma de un tumor externo y ni siquiera palpable, pudo comprenderse solo con el perfeccionamiento del microscopio. No fue posible separar definitivamente el cáncer de la tuberculosis hasta el descubrimiento de que esta última era una infección bacteriana. Estos procesos permitieron las metáforas de ellas y se diferenciaran totalmente opuestas. Metafóricamente se divide a ambas enfermedades. La tuberculosis afecta (es de) un solo órgano, el pulmón, es una enfermedad del alma. En cambio el cáncer afecta a cualquier órgano, puede alcanzar cualquier parte del cuerpo, es una enfermedad del cuerpo, La tuberculosis es una enfermedad de contrastes violentos (palidez apagada y oleadas de rubor) y contraste de comportamientos contradictorios (actividad febril, resignación apasionada), la tos es su único síntoma prototípico. Aumento del apetito, deseo sexual, afrodisíaco, incremento de la vitalidad como signo de muerte. Pérdida de peso, la persona se consume, se quema. Es una desintegración. Acelera la vida. El cuerpo se vuelve transparente, quien la padece puede conservar sus radiografías. Lo contrario sucede con el cáncer, los cancerosos no miran sus biopsias. La tuberculosis suele concebirse como una enfermedad de la pobreza y de las privaciones; de vestimentas ralas, cuerpos flacos, habitaciones frías, mala higiene y comida insuficiente. Un cambio de ambiente podía llegar a ayudar y curar la enfermedad. Indolora. Con una muerte fácil. Durante más de cuatrocientos años la tuberculosis fue el modo preferido de atribuirle un sentido a la muerte, fue una enfermedad edificante (algo que tiene el poder elevar moral y espiritualmente a una persona), refinada. El cáncer es una enfermedad de crecimiento (anormal), visible o interna, letal. Con una palidez constante. Los principales síntomas del cáncer son, típicamente, invisibles, hasta último momento. Estropea la vitalidad, inapetencia, disminución del deseo sexual, desexualización. Pérdida de peso, por invasión de c causan atrofia (obstrucción de las funciones del cuerpo) la persona se “encoge”. Es degeneración. Llega a una etapa terminal. Caracterizándose como lento. “Su palabra se extenderá como un cáncer”. Las metáforas principales se refieren a la topografía “El cáncer se extiende o prolifera o se difunde; los tumores son extirpados quirúrgicamente, y su consecuencia más temida, aparte de la muerte, es la mutilación o amputación de una parte del cuerpo”. El cáncer es una enfermedad de clase media, asociada a la opulencia (riqueza, lujo y esplendor), con el exceso. En los países ricos es donde más cáncer hay, y su aumento se atribuye en parte a un régimen rico en grasas y proteínas y a los efluvios (emanaciones o vapores que se desprenden) tóxicos de la economía industrial que crea la opulencia. Ningún cambio de ambiente podría ayudar a los cancerosos. Es un tormento de dolor. Con una muerte espectacularmente espantosa. En la literatura del siglo XIX el tuberculoso moribundo aparece más bello y espiritual, muertes ennoblecedoras y plácidas, sin síntomas y sin miedo; el que muere de cáncer ha perdido toda capacidad de superación, atormentadas muertes. Hay una manera de representar el cáncer como una enfermedad romántica, de una forma no tumoral, la muerte de leucemia, la forma blanca o tubercular de la enfermedad, que no pide una cirugía mutiladora. Los mitos de las enfermedades se adaptan a las fantasías tradicionales. Estas enfermedades eran “enfermedades de la pasión”. A partir de los románticos se consideró la tuberculosis proveniente de exceso de pasión (sensualidad) y el cáncer se debía a insuficiencia de pasión (reprimidos sexuales). Diagnósticos opuestos pero en realidad no tan dispares ya que coinciden en el fallo de la energía vital. Según la mitología, hay siempre un sentimiento apasionado que provoca y que se manifiesta en un brote de tuberculosis. Con pasiones frustradas y esperanzas marchitas. La pasión era casi siempre el amor, pero también podía ser la política o la moral. Según la mitología, lo que generalmente causa el cáncer es la represión constante de un sentimiento. En la forma primitiva era de orden sexual; posteriormente, de sentimientos violentos. Rodríguez Ocaña (2020) “Caracterización histórica de las epidemias”. En: Campos, Ricardo (Ed.): Cuarenta historias para una cuarentena. Reflexiones históricas sobre epidemias y salud global. Madrid: SEHM Hay enfermedades cuya representación está caracterizada socialmente como indeseables, las denominadas epidemias, plagas o pestes. En términos históricos, epidemia designa una categoría de enfermedad que traduce una amenaza grave para la sociedad. Es la versión sanitaria de una catástrofe social que responde a la extensión rápida de enfermedades agudas transmisibles, infectocontagiosas, que cursan con alto número de casos y alta letalidad y cuyo origen reconocemos hoy como biológico en forma de entes microscópicos. El campo semántico de estos términos nació de la experiencia colectiva de enfermedad. Las pestilencias han acompañado al género humano en su historia. La mortalidad catastrófica resultó decisiva para marcar la evolución cuantitativa de las poblaciones. Las sociedades industriales nacieron en un medio donde dichos fenómenos se habían convertido en episódicos. La conciencia de desigualdad internacional frente a los problemas de salud, donde los países ricos pretenden haber acabado con el peligro infectocontagioso, el cual queda restringido a las partes más desfavorecidas del mundo. Hacia 1980 se construye una nueva categoría de enfermedades, las infecciones emergentes y reemergentes. En una situación de creciente intimidad entre todas las zonas geográficas del mundo y por mor de la extensión global. La categoría de enfermedad emergente o reemergente permite incluir patologías infecciosas que por ejemplo hacen presencia en lugares donde antes no habían sido identificadas, pero también aquellas que por la variación en su incidencia (número de casos nuevos) o prevalencia (número de casos actuales, incluidos nuevos y antiguos) pueden llegar a ser una amenaza potencial para la supervivencia de las personas, para su bienestar, o para las capacidades de respuesta sanitaria. Entonces se vivió sometidos al desgaste producido por enfermedades metabólicas y degenerativas junto al persistente de infecciones que puntualmente pueden aparecer como epidemias locales y que, eventualmente, se pueden transformar en pandemias gracias a la facilidad de comunicación interpersonal que caracteriza a la actual civilización global. La antigüedad y persistencia del fenómeno epidémico hace que podamos intentar su comprensión con una perspectiva de larga duración, capaz de ayudarnos a desentrañar lo que constituye el entramado básico de continuidades histórico-culturales sobre el que asientan las particularidades de cada caso en función del contexto preciso. En este sentido podemos intentar elaborar una caracterización histórica de las epidemias: El desconcierto y el desorden que implica la epidemia es, en primer lugar, poblacional. La epidemia es el reino de la muerte, inesperada, ubicua, imparable: por la rapidez con que se propaga, como el fuego de un incendio. El miedo es otra característica fundamental en la representación social de la epidemia. El primer motivo es la elevada morbilidad y letalidad conocida o supuesta de la enfermedad amenazante. Otro factor es la duda sobre las capacidades de la medicina para hacerle frente, por el desconocimiento acerca de la enfermedad, la ausencia de tratamiento o de prevención eficaz. Ha sido habitual que las autoridades, civiles o militares, médicos, en todos los tiempos, se han resistido a aceptar la declaración de epidemia hasta que no se enfrentan a un elevado número de enfermos y de enterramientos. Desde que existe una esfera pública de información, comenzando con la aparición de la prensa escrita, se ha advertido el impacto de las noticias y del temor de las mismas sobre la conciencia popular, En efecto, el miedo como pasión o movimiento del ánimo, era capaz, según las ideas médicas imperantes, de trastornar el orden fisiológico y producir daño o enfermedad, incluso la muerte, además de poder extenderse por contagio. “Es mayor el miedo que causa el esperarla (la enfermedad colérica) que el riesgo que se corre cuando existe” (teniendo la enfermedad). Es una apreciación generalizada y dominante en la conciencia colectiva, autoalimentada incontrolablemente a través de noticias y opiniones más o menos fundadas, cuya peculiaridad radica antes en su sintonía con el estado general de opinión que con cualquier otro elemento de prueba objetiva (encaja bien con las opiniones o creencias predominantes en la sociedad en ese momento). El desorden social es otro acompañante inevitable. El caos mortuorio y la desorganización que implica una gran proliferación de personas enfermas, resultan profundamente disruptores de los engranajes societarios (rompen el sistema armado en la sociedad). Esta desorganización se ve agravada por los efectos de las medidas que se adoptan para combatir la enfermedad. La extensión epidémica va unida, en la representación popular, a la idea del contagio, que dio relevancia a la técnicamente denominada infección. Ambos, contagio e infección, se fundieron en un único concepto a la vez que triunfaba la idea de «causa universal» que fue posteriormente validada por la naciente Microbiología a partir del último cuarto del siglo XIX. A la idea del contagio van unidas las más antiguas medidas preventivas: una, la huida, –«alejarse pronto, ir muy lejos y ausentarse por mucho tiempo»– práctica propia de una consideración de la salud como asunto exclusivamente personal o privado. En segundo lugar, las medidas de aislamiento o cuarentenarias, establecidas desde una consideración de salud comunitaria o poblacional. Del paradigma atmosférico proceden las prácticas desinfectoras. La aplicación de la cuarentena suponía auténticos estados de asedio contra las localidades afectadas por la peste, la fiebre amarilla o el cólera, donde se obstruía todo tráfico comercial y, en consecuencia, faltaban y se encarecían las subsistencias y se acarreaba la ruina a empresas y familias. La desconfianza hacia la autoridad es otra característica de la experiencia epidémica en todos los casos, tanto más profunda cuanto mayor sea la distancia sociocultural con la misma. No ha sido infrecuente en la historia la conjunción de catástrofes morbosas con insurrecciones, tumultos o disturbios de orden público a cualquier nivel. Duby, Georges (2005) La huella de nuestros miedos. Año 1000, año 2000. Santiago de Chile: Andrés Bello. La sociedad medieval era pobre, de acuerdo a Duby, las personas vivían en aquella época en condiciones que nosotros denominaríamos como de extrema pobreza. La vida era extremadamente dura, pero la sociedad medieval, a diferencia de las sociedades contemporáneas, eran gregarias y de solidaridad. En la época medieval la sociedad era jerárquica y desigual. Estaba dividida en diferentes estamentos, es decir, estratos sociales diferenciados por las condiciones económicas y jurídicas. La pertenencia a un estamento se encontraba designada por nacimiento y, por lo general, no existía la movilidad social. Gregarismo es una relación intraespecífica que se da cuando los individuos de una población se asocian para recibir algún tipo de beneficio, como seguridad. La defensa de la población contra las miasmas era su sistema inmunológico y los medios para mejorarse eran escasos y se alimentaban mal. Miasma es la corrupción del aire provocada por la emanación de materia orgánica en descomposición, la cual se transmitía al cuerpo humano a través de la respiración o por contacto con la piel. * En el año mil el Mal de los ardientes, el fuego de San Antonio, era la epidemia preocupante. La enfermedad del fuego de San Antonio o Mal de los ardientes (coloquialmente). Es causada por comer granos de cereales como el centeno infectados por el hongo 'Claviceps purpurea'. También el cornezuelo (hongo) (o el Tizón). Por consumir granos infectados por el hongo del cornezuelo del centeno. Pan de centeno, también entendido como el pan de los pobres. Ergotismo. * “Fuego ataca un miembro, lo consume y lo despega del cuerpo. Combustión que devora en una noche”. Desconocían causa y remedio. Probaban con reliquias de santos y el mal cesaba. El terror es inmenso ante un mal desconocido. Lo sobrenatural es el único recurso. Se solicita gracia al cielo y se extrae de sus tumbas a los santos protectores. En realidad el cuerpo humano había aprendido a defenderse con el tiempo. Siglo XIV la devastación espantosa de toda Europa, la peste negra. Se transmitía por intermedio de parásitos, por las pulgas y ratas. Enfermedad exótica, el organismo europeo carecía de defensas. Vino de Asia por la ruta de la seda, efecto del progreso, comercio europeo. Genoveses y venecianos iban a negociar hasta los confines del mar Negro, en contacto con mercaderes de Asia. Navíos (marineros) trajeron la peste al Mediterraneo. Primero en Italia se contagió en 1347. Mar Mediterranéo mar intercontinental situado entre Europa, África y Asia (23 países). La enfermedad se introdujo en Avignon, 1348, era la nueva Roma. Desde ahí se extendió de manera fulminante. En ese verano, entre junio y septiembre, sucumbió casi un tercio de la población europea. Sucumbió llegar la vida a su fin, especialmente por causa de enfermedad o violencia. No se sabía donde poner a los muertos. Un problema era enterrarlos. No había más madera para fabricar ataúdes. En esa época, la medicina y la cirugía habían conseguido una gran calidad. Tenían alguna noción del mecanismo de la contaminación. Sabían que el aire viciado propagaba las miasmas. Pero ignoraban la necesidad de evitar plagas de pulgas. Aire viciado el aire que respiramos en interiores ha sido contaminado y no se ha extraído ni renovado. Los ricos, que vivían con mayor limpieza, lo padecieron menos. La desaparición de un tercio de la población trajo consecuencias sociales y mentales enormes. La epidemia provocó un auge del nivel de vida. Alivió a Europa del exceso de población acumulado. Auge período o momento de mayor elevación o intensidad de un proceso o estado de cosas. Durante medio siglo, la peste continuó en estado endémico. Regresaba cada cuatro o cinco años hasta principios del siglo XV. Los organismos humanos consiguieron desarrollar anticuerpos que les permitieron resistir. Estado endémico término utilizado para hacer referencia a un proceso patológico que se mantiene en forma estacionaria en una población o espacio determinado durante periodos prolongados. Las repercusiones del impacto son más visibles en el ámbito cultural. En el arte y en la literatura se instala lo macabro. Paralelismo estrecho entre el miedo a la peste y al Sida. Se consideraron como castigo del pecado. Se buscaba responsables y víctimas propiciatorias: los judios y los leprosos. Se dijo que habían envenenado los pozos. Desencadenando la violencia contra unos hombres que parecían los instrumentos de un Dios vengador que azotaba a sus criaturas con esa enfermedad. El miedo al otro. Víctima propiciatoria es aquélla que se elige socialmente precisamente como símbolo de castigo definitivo. No hubo progresos terapéuticos durante el mal de los ardientes. En la peste negra si. Progreso en los conocimientos de la medicina y un aumento de los deseos de ayudar a quienes sufren. La gente ofreciéndose de buen grado a enterrar a los muertos y cuidar enfermos, sabiendo el riesgo. Afirmando lazos solidarios ante la calamidad. Calamidad desgracia o infortunio que alcanza a muchas personas. La higiene mejoró en el siglo XIV. Adoptó la costumbre de llevar ropa interior. La gente se informaba del desarrollo de la epidemia. Clausuraron las puertas de las ciudades. Se encerraron para protegerse. Jóvenes se aíslan en el campo a la espera del fin de la epidemia. Se protegían así hasta el siglo XIX. La epidemia del cólera de 1832 era lo mismo. Las ciudades se replegaban sobre sí mismas, evitaban a los extraños, sospechosos de llevar con ellos la corrupción. Las ciudades se replegaban sobre sí mismas recogerse en sí mismo o en su espacio personal, cortando comunicación con los demás. Corrupción algo que se ha echado a perder, que pasa a un estado de pudrición o perversión. En el siglo XIV ya había organismos responsables de la vida colectiva. Los consejos municipales de la época eran medidas sobre todo para encerrarse y la prohibición del ingreso de extranjeros. Miedo al invasor. Se llamaba Lepra a muchas enfermedades. Cualquier erupción de granos, la escarlatina, toda afección cutánea pasaba por lepra. Había un terror sagrado: los hombres creían convencidos que la podredumbre del alma se reflejaba en el cuerpo. Por su mero aspecto corporal, era pecador. Desagradaba a Dios y su pecado le surgía en la piel. Al leproso lo devoraba el apetito sexual. Era imperativo aislar a estos chivos expiatorios. Este mal que no se sabía curar, parecía signo distintivo, como el Sida hoy, de desviación sexual. El miedo al contagio hizo que los aislaran. Imperativo deber (orden) o exigencia inexcusables. Chivo expiatorio persona sobre la que se hacen recaer culpas ajenas para eximir a los verdaderos culpables. Comparar el miedo de ayer y de hoy a las pestes parece más correspondiente en el caso de la lepra que con el Sida. Se encerraba a los leprosos tal como con los enfermos de Sida. La lepra se propaga equitativamente más que la peste. No sólo infectaba a los pobres. Hasta hubo un rey leproso. En los años 80, no se conocía bien el Sida, señalaban a las comunidades homosexuales y a los drogadictos. Hay nuevas solidaridades en torno a esta enfermedad. Hay un impulso generoso, de ayuda colectiva, ante el Sida que ante la miseria material. Miseria material es la que habitualmente llamamos pobreza y toca a cuantos viven en una condición que no es digna de la persona humana. Burguesía: grupo social constituido por personas de la clase media acomodada. Cueto, Marcos. Las oportunidades de la Historia de la Salud. Revista Ciencias e Saude Colectiva. Vol. 12. 2007. Del trabajo que analizó el reconocimiento que ha tenido la historia por parte de la salud pública. La importancia asignada al trabajo de los historiadores en los últimos años se produjo en un contexto de cambios sanitarios y políticos y de cierta incertidumbre en el futuro. Dos de los más importantes ocurrieron en la década que inició en 1980 y fueron: la aparición del SIDA, una enfermedad que produjo un interés en comprender cómo surgían, y como se controlaban las epidemias: y el otro, la crisis y el fin de la Guerra Fría. Estos hechos contribuyeron a romper la imagen de una historia de progreso ininterrumpido y acrítica presente en las historias tradicionales de la medicina. En Latinoamérica, en los años ochenta, muchos países dejaron los gobiernos militares dictatoriales, recuperando regímenes democráticos con nuevas orientaciones en sus Ministerios de salud. Sumando mayor apertura de universidades y la necesidad de reelaborar la imagen del pasado, propició el desarrollo de la historia social y crítica de la salud en América Latina. Funcionarios de la salud recurrieron a historiadores para buscar respuestas que permitieran comprender el presente. Por ejemplo, Roy Porter, historiador, para una revista médica, en 1986, opinó sobre las respuestas al SIDA. Advirtió en contra el estigma y la persecución que existió al comienzo de la epidemia. Posteriormente historiadores inevitablemente entablaron un diálogo con las preocupaciones de la salud pública contemporánea. 1989 es el año simbólico de la Guerra Fría (caída del muro de Berlín) esa fecha fue parte de un proceso político mayor de cuestionamiento de la idea de que el Estado de Bienestar, era suficiente para resolver los problemas sociales por sí solo. Caracterizado por la intervención activa del gobierno en la economía y la provisión de servicios sociales, comenzó a mostrar signos de desgaste. La creciente insatisfacción con este modelo llevó a la búsqueda de nuevas alternativas. En este contexto, surgió el neoliberalismo como una respuesta a las limitaciones percibidas del Estado de Bienestar. Muchos salubristas pensaron que la imagen tradicional de la salud pública, como una función del Estado, estaba en crisis. A partir de los años noventa, la búsqueda de un replanteamiento de la salud pública, promovido por la medicina social y la salud colectiva latinoamericana coincidió con una visión histórica crítica. Crítica realizada por jóvenes historiadores interesados en una historia social y no en una historia tradicional o institucional que celebrase el pasado. Un antecedente importante fue el valioso trabajo de Juan César García, en la OPS y escribió trabajos notables de la relación histórica entre el contexto económico y la medicina estatal en América Latina a principios del siglo XX. Él estuvo muy interesado en los problemas de los trabajadores de Salud. Años siguientes sucedieron críticas a un sistema de educación médica disfuncional respecto de la realidad, y a la “fuga de talentos” (la emigración de personal médico y científico de los países pobres hacia los desarrollados). Comienzos del siglo XXI el diálogo entre historiadores y trabajadores de salud es frecuente pero no está libre de tensiones. Una era que los primeros piensan que los segundos no prestan la debida atención a la complejidad del desarrollo histórico y priorizan estudios orientados a las políticas de salud o el impacto de las mismas. Los historiadores pueden darle una gran atención al contexto, motivaciones y diseño de una intervención sanitaria, a los diversos procesos de negociación que se producen en diferentes niveles políticos, a los avances, retrocesos y equilibrios precarios que se consiguen entre los diferentes actores, o a la relación entre las metáforas sanitarias y la cultura de una época. La historia colabora elaborando propuestas integrales y sólidas que evitan recurrir al patrón de respuestas temporales e insuficientes a las emergencias de salud; y a culpabilizar a los grupos marginales. La salud pública necesita más historia para ayudar a pensar en que es lo esencial a largo plazo. La inevitable tensión entre historiadores y trabajadores de la salud es una oportunidad para orientar la investigación a temas que no han sido lo suficiente avanzados. Asimismo, esta tensión puede servir para reorientar el enfoque temporal de análisis de los trabajos de historia. ¿Diálogo fructífero y mutuamente respetuoso es posible? Sí, ambos lados concesionan y dispuestos a respetarse. ¿Interés salud pública en la historia de la salud? Negativa, no pesimista. Vivimos en un período de globalización, que es una etapa de la historia mundial marcada por importantes cambios políticos. El futuro no está completamente definido, y aún hay espacio para reflexionar sobre la historia y los aspectos locales. Especialmente aquellos de regiones que antes se consideraban "periféricas" o menos influyentes. El cambio y la continuidad, deben analizar cómo ciertos aspectos cambian con el tiempo, mientras que otros permanecen constantes, y cómo estos procesos históricos pueden ayudar a entender mejor los desafíos contemporáneos en el ámbito de la salud pública. concesiones, acción y efecto de ceder en una posición ideológica o en una actitud adoptada.