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Psicología Social (Volumen 1) PDF

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social psychology attitudes behavior social sciences

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This document discusses the influence of attitudes on behavior in social psychology. It explores the concept of compatibility between attitudes and behavior, and examines how attitudes, specifically implicit attitudes, relate to personal experiences. The text also covers the limitations of using attitudes to predict behavior.

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■ PSICOLOGÍA SOCIAL (Volumen 1) participantes hacia las personas con sobrepeso esta­ ban asociadas a su peso en la infancia, pero no con su peso actual, mientras que sus actitudes explícitas se relacionaban con su peso actual, pero no con su peso en la infancia. Un hallazgo adicional de este estud...

■ PSICOLOGÍA SOCIAL (Volumen 1) participantes hacia las personas con sobrepeso esta­ ban asociadas a su peso en la infancia, pero no con su peso actual, mientras que sus actitudes explícitas se relacionaban con su peso actual, pero no con su peso en la infancia. Un hallazgo adicional de este estudio fue que las personas cuya madre tenía sobrepeso (y que además tenían una buena relación con ella) tenían actitudes implícitas positivas hacia las personas con sobrepeso, incluso si sus actitudes explícitas eran ne­ gativas. En resumen, las personas pueden tener a me­ nudo diferentes actitudes implícitas y explícitas hacia un mismo objeto de actitud, las implícitas más arraiga­ das en las experiencias de la infancia y las explícitas más basadas en sus experiencias adultas. En resumen, la investigación sobre las actitudes im­ plícitas es un campo relativamente joven en compara­ ción con las actitudes explícitas y desde la Psicología Social se está investigando activamente la naturaleza de estas actitudes, cómo medirlas, cuándo convergen o divergen con las actitudes explícitas, su estabilidad a lo largo del tiempo y el grado en que predicen el comportamiento. 6. LA INFLUENCIA DE LAS ACT ITUDES EN LA CONDUCTA Tanto los científicos sociales como la gente en ge­ neral confían en que las actitudes son útiles para pre­ decir lo que harán las personas. Parece intuitivamente convincente argumentar, por ejemplo, que las actitu­ des proambientales favorecen la participación en el re­ ciclaje, que el grado de satisfacción laboral influye en la productividad en el trabajo, que las actitudes proso­ ciales determinan la disposición a donar sangre o que los prejuicios de género son responsables de la brecha salarial entre hombres y mujeres. Por este motivo, las actitudes son consideradas «la joya de la corona» de la Psicología Social (Crano y Prislin, 2006). Ahora bien, la investigación empírica ha encontrado una relativa baja correspondencia entre las medidas de actitudes de los cuestionarios y el comportamiento real de las personas. Tras revisar cerca de 40 estudios, Wicker (1969) llegó a la conclusión de que la correlación en­ tre las actitudes y la conducta solo alcanzaba el .30. Si elevamos al cuadrado este coeficiente de correla­ ción, obtenemos que las actitudes solo logran explicar el 9% de la varianza de la conducta. Un metaanálisis más reciente de 100 estudios concluyó que la corre­ lación media entre las actitudes de las personas y su comportamiento era de .38, es decir, que solo el 14% de la varianza del comportamiento podía explicarse por una actitud (Kraus, 1995). A partir de estos hallazgos, no debemos llegar a la conclusión pesimista de que el estudio de las actitudes carece de valor, ya que tienen poco poder predictivo sobre la conducta de las personas. Hoy en día, los psi­ cólogos sociales coinciden en que no se trata tanto de si las actitudes determinan la conducta, sino de cuán­ do lo hacen. Efectivamente, las actitudes y los com­ portamientos manifiestos no están relacionados de for­ ma unívoca, y no todos los comportamientos pueden predecirse con exactitud a partir de las actitudes ex­ presadas verbalmente. De hecho, hay condiciones que obstaculizan o favorecen el vínculo entre las actitudes y la conducta. Cabe destacar el grado de compatibili­ dad entre las actitudes y la conducta (Ajzen y Fishbein, 1980) y saber si el comportamiento que intentamos predecir es espontáneo o planificado (Fazio, 1990). 6.1. El principio de compatibilidad Según este principio, se puede esperar una fuerte correlación actitud-conducta solo en la medida en que las medidas de actitud y conducta impliquen exacta­ mente los mismos elementos de acción, objetivo, con­ texto y tiempo (Ajzen y Fishbein, 1980). Un estudio longitudinal realizado por Davidson y Jaccard (1979) proporciona una prueba del principio de compatibili­ dad. Los investigadores preguntaron a una muestra de mujeres casadas por su actitud hacia las píldoras anti­ conceptivas, desde su actitud general hacia el control de la natalidad hasta su actitud específica hacia el uso de píldoras anticonceptivas durante los próximos dos años. Dos años más tarde, preguntaron a las mujeres si habían utilizado píldoras anticonceptivas en algún momento desde la última entrevista. Como muestra la Tabla 4.5, la actitud general hacia el control de la natalidad expresada dos años antes no predijo prácti­ camente el uso posterior de anticonceptivos por parte de las mujeres (r = .08). Esta actitud general no había tenido en cuenta otros factores que podían influir en dicha decisión, desde la preocupación por los efectos a largo plazo de la píldora hasta sus actitudes respecto a otras formas disponibles de control de la natalidad. Cuanto más específica era la pregunta original sobre el acto de usar píldoras anticonceptivas, mejor predecía la actitud el comportamiento real. Siguiendo esta pers­ pectiva, los investigadores han evaluado las actitudes hacia diversos tipos de conductas, incluyendo las ac­ titudes hacia el consumo de tabaco (Topa y Mariano, 201O) o cannabis (Morell et al., 2019), el desplaza­ miento al trabajo en bicicleta (Lois et al., 2015) o el emprendimiento (Mariano et al., 2012). Asimismo, una revisión narrativa de 124 conjuntos de datos (Ajzen y Fishbein, 1980) mostró que, como ACTITUDES Las actitudes específicas son mejores predictoras de la conducta (Davidson y Jaccard, 1979) Objeto actitudinal Correlación actitudconducta Control de la natalidad Píldoras anticonceptivas Usar píldoras anticonceptivas Usar píldoras anticonceptivas durante los próximos 2 años .08 .32 .52 .57 Nota. Si una correlación es cercana a O, significa que hay poca o ninguna relación entre las dos variables. Cuanto más se acerque la correlación a 1, más fuerte será la relación positiva entre las actitudes y la conducta. se esperaba, las correlaciones entre las actitudes y la conducta alcanzan valores muy altos (r = .83) cuando estas variables se evalúan en niveles compatibles de especificidad o generalidad. Por el contrario, cuando las medidas de las actitudes y la conducta son incom­ patibles, las correlaciones son muy bajas y normal­ mente no significativas. De hecho, en el metaanálisis de Kraus (1995), cuando se controlaba el nivel de compatibilidad, la correlación actitud-conducta dio como resultado un valor medio de .54, mientras que la correlación media entre las actitudes globales y las conductas individuales fue solo de . 13. 6.2. La predicción de los comportamientos espontáneos Las actitudes solo predicen los comportamientos espontáneos cuando son muy accesibles para las per­ sonas (Fazio, 2007). La accesibilidad de las actitudes se refiere a la fuerza de la asociación entre un objeto y una evaluación del mismo, que se mide por la velo­ cidad (latencia de respuesta) con la que las personas pueden informar de cómo se sienten sobre el objeto (Young y Fazio, 2013). Cuando la accesibilidad es alta, la actitud viene a la conciencia cada vez que percibe o piensa en el objeto actitudinal. Por ejemplo, cuan­ do se les pregunta qué opinan sobre un tema en una encuesta de opinión pública, las personas a veces res­ ponden antes de que el entrevistador haya terminado de formular la pregunta, mientras que otras veces se quedan pensativas durante varios segundos antes de expresar su opinión. La respuesta rápida indica que la actitud viene a la mente con facilidad, mientras que la respuesta lenta sugiere que hay que pensar bastante en la elaboración de la respuesta. Según Fazio (2007), esto se debe a que es más probable que las actitudes accesibles se activen en la memoria al encontrar el ob­ jeto actitudinal y, por tanto, es más probable que guíen el comportamiento espontáneo. Un determinante importante de la accesibilidad de las actitudes es el grado de experiencia que tienen las personas con el objeto actitudinal. Algunas actitudes se basan en la experiencia directa, mientras que otras actitudes se forman sin mucha experiencia con el ob­ jeto actitudinal. Pensemos en la diferencia entre que un amigo nos diga que una determinada marca de co­ ches es un fraude o que nosotros mismos hayamos ex­ perimentado algunos fallos con algún vehículo de esa misma marca en el pasado. Al ver un nuevo modelo de esa marca es más probable que sea nuestra propia experiencia la que nos venga a la mente y guíe nuestro comportamiento en lugar de la mera opinión que nos dio nuestro amigo. De esta manera, cuanta más expe­ riencia directa se tenga con el objeto actitudinal, más accesible será la actitud, y cuanto más accesible sea la actitud, más probable será que el comportamiento espontáneo sea coherente con esa actitud. En síntesis, las actitudes que nacen de la experien­ cia directa con el objeto actitudinal son, por regla ge­ neral, más accesibles y sólidas. Por lo que estas acti­ tudes soportan mejor las críticas y tienen una mayor influencia sobre la conducta sin necesidad de que la persona se involucre en esforzadas deliberaciones. Por lo tanto, cuando tenemos que decidir cómo actuar so­ bre la marcha, sin tiempo para pensarlo, la accesibi­ lidad y la fuerza de las actitudes son factores críticos (Aronson et al., 2021 ). 6.3. La predicción de los comportamientos planificados Algunas decisiones y comportamientos son razona­ dos o planificados, ya que podemos tomarnos nuestro tiempo y deliberar. Por ejemplo, cuando se trata de asuntos como elegir universidad o aceptar una oferta de trabajo. En estas condiciones, la accesibilidad de nuestra actitud es menos importante. Si disponemos de tiempo y motivación suficientes para reflexionar sobre PSICOLOGÍA SOCIAL (Volumen 1) una cuestión, incluso las actitudes inaccesibles pueden conjurarse e influir en la elección que hacemos. La teo­ ría de la acción razonada (TAR; Ajzen y Fishbein, 1980), que más tarde se amplió y perfeccionó en la teoría de la acción planificada (TAP; Ajzen, 1991), proporciona información sobre la naturaleza de este proceso. 6.3.1. La teoría de la acción razonada (TAR} La TAR surge del incipiente paradigma cognitivo de los años setenta aplicado a la investigación de las actitu­ des. Esta teoría tiene un gran impacto en la investigación en Psicología Social y en el estudio de las actitudes, al vincular creencias y evaluaciones en un modelo teórico que, a diferencia de otros modelos, fundamenta la ac­ titud hacia la conducta en vez de hacia los objetos. La teoría recibe el nombre de la acción razonada porque asume que los seres humanos son animales racionales que procesan sistemáticamente la información dispo­ nible para llegar a una decisión conductual, es decir, las personas utilizan la información de forma razonable para enjuiciar y evaluar sus decisiones y consideran las implicaciones de sus acciones antes de decidirse a ac­ tuar o no de un cierto modo (Ajzen y Fishbein, 1980). Esta teoría toma los tres componentes fundamenta­ les del concepto tradicional de actitud (cognitivo, eva­ luativo y conativo) y los vincula en una cadena causal (Morales et al., 1994). De tal forma que, si la conduc­ ta es volitiva, es decir, si está bajo control voluntario, entonces será determinada por la intención, y esta, a su vez, por la función aditiva de la actitud hacia la eeodas de q,e la � nducta conduce a ertos resultados Motivación para acomodarse a esas creencias Teoría de la acción razonada. 6.3.2. La teoría de la acción planificada (TAP} Con el fin de paliar las deficiencias explicativas de la TAR, Ajzen (1991) amplió este modelo agregando --- ( Evaluación de las consecuencias Creencias [ normativas conducta y la norma subjetiva (véase Figura 4.5). El concepto central de esta teoría es la intención conduc­ tual, concebida como la causa primera o inmediata de la conducta y operacionalizada como el juicio proba­ bilístico que emite un sujeto acerca de ejecutar o no un comportamiento. Esta intención se deriva de dos factores de naturaleza diferente: 1) el factor personal o actitud hacia la conducta, que es la evaluación indi­ vidual positiva o negativa de llevar a cabo la acción, y 2) el factor de influencia social o norma subjetiva, que refleja la percepción individual de las presiones socia­ les que fuerzan a realizar o no esa acción. La TAR ha tenido un notable impacto en la Psico­ logía Social y se ha convertido en uno de los modelos más reconocidos para explicar la relación entre ac­ titudes y conducta. Sin embargo, esta teoría no está exenta de críticas. La más importante por sus conse­ cuencias ha sido que esta teoría solo puede ser aplica­ da a la predicción de la conducta cuya realización se encuentra bajo un completo control de la persona. Sin embargo, resulta evidente que muchas de las conduc­ tas no dependen en exclusiva de nosotros. De hecho, cada elección conductual está sujeta a algún grado de incertidumbre, reconociendo así la existencia de lagu­ nas y condiciones límites que llevarían a la formula­ ción de la TAP. ( Actitud hacia la conducta ------Norma subjetiva ! Conducta ACTITUDES Teoría de la acción planificada. un componente de percepción de control sobre la con­ ducta (véase Figura 4.6). Por lo tanto, la intención es ahora igual a la actitud más la norma subjetiva más el control percibido. Si antes la acción se describía como razonada, ahora puede considerarse planificada. De esta forma, la TAP incluye la percepción de control de la conducta a realizar como elemento central en la predicción de la intención y la conducta. A continua­ ción, se describe brevemente los componentes de esta teoría. 6.3.2.1. Actitudes hacia la conducta Las actitudes se desarrollan a partir del repertorio de creencias salientes relativas al objeto de actitud, que suelen ser entre cinco y nueve, si bien únicamente las dos o tres primeras, las de mayor fuerza, proporcionan una información útil y no redundante. Imaginemos, por ejemplo, el caso de una persona que se encuen­ tra ante el dilema de emprender su propio negocio o trabajar como asalariado. Supongamos que para esta persona las consecuencias de emprender un nuevo negocio son las siguientes: 1) tener libertad o autono­ mía para realizar su trabajo, 2) poder enfrentarse a ma­ yores desafíos, 3) lograr mayores ingresos, 4) trabajar duro y durante muchas horas y 5) asumir riesgos. Los juicios acerca de que la probabilidad subjetiva de em­ prender conduzca a cada una de estas consecuencias pueden estimarse en una escala tipo Likert de 1 (nada probable) a 5 (totalmente probable). De esta forma, las creencias con puntuaciones más altas constituyen las creencias salientes. Ahora bien, las actitudes no solo dependen de las creencias, sino también de la eva­ luación que la persona realiza de cada una de dichas creencias conductuales. Así, dos personas pueden creer con la misma fuerza que si emprenden un nuevo negocio van a poder enfrentarse a mayores desafíos, pero una de ellas puede valorar eso muy positivamen­ te, mientras que para la otra tal consecuencia puede resultar totalmente desagradable. Las evaluaciones de cada una de las consecuencias conductuales pueden estimarse en una escala tipo Likert de 1 (nada desea­ ble) a 5 (totalmente deseable). Esta forma de analizar el problema tiene la ventaja sobre la medición directa de la actitud de poder explicar por qué personas que sostienen diferentes creencias pueden mostrar las mis­ mas actitudes y a la inversa (Morales et al., 1994). Por lo tanto, la actitud hacia la conducta se puede calcular según la siguiente fórmula: siendo Ac = actitud de la persona hacia la conducta; C; = creencia acerca de la consecuencia de la con­ ducta; e; = evaluación de la consecuencia de realizar la conducta; = subíndice que indica cada creencia y su eva­ luación, numeradas desde 1 hasta N.

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