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Patricia Altamirano

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psicoanálisis psicología teorías del inconsciente historia del psicoanálisis

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Este documento presenta una historia del movimiento psicoanalítico post-freudiano, destacando las principales ideas y divergencias con el psicoanálisis freudiano. Se analizan los conceptos clave de diversas escuelas, incluyendo la psicología individual de Alfred Adler y la psicología analítica de Carl Gustav Jung.

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16 Historia del movimiento psicoanalítico Orientaciones psicoanalíticas post-freudianas Principales conceptos Patricia...

16 Historia del movimiento psicoanalítico Orientaciones psicoanalíticas post-freudianas Principales conceptos Patricia Altamirano La “nueva ciencia” conocida como Psicoanálisis fue creada por Sigmund Freud. Aunque inicialmente, el psicoanálisis fue aceptado por estudiosos e investigadores dedicados a la actividad clínica, también fue fuertemente atacada por otros pensadores. Los primeros alejamientos terminaron prontamente imponiendo una prioritaria forma de entender el psicoanálisis, es decir, bajo la autoridad e identidad de la mirada freudiana. Para Freud el psicoanálisis estaba destinado a ejercer una enorme influencia en los tratamientos sobre el alma humana. Preocupado por el desarrollo de esta teoría, apoyó e impulsó la formación de la Asociación Psicoanalítica Internacional, donde incluía a estudiosos e investigadores con posibilidades de apoyar una difusión internacional del psicoanálisis; instituyó además una agenda con los puntos de debates que luego podrían llamarse psicoanalíticos. Así nació en 1910 la Sociedad Internacional del Psicoanálisis cuyo primer presidente fue Carl Gustav Jung. El psicoanálisis comenzó a expandirse. Wilhelm Reich y Géza Róheim se dedicaron a los aspectos antropológicos y culturales (al respecto de la tesis de Tótem y Tabú). Por otra parte, Otto Rank, Oskar Pfister y Alfred Ernest Jones, entre otros, intentaban aplicar el psicoanálisis más allá de los aspectos clínicos o psicoterapéuticos. Los debates empezaron a generar el espacio propicio para las divergencias, aún en vida de su fundador. Las diferencias, dentro del mismo grupo de seguidores, se dieron principalmente con Jung y Adler, lo que motivó a Freud a escribir la Historia del movimiento psicoanalítico en el año 1914. Es en ese texto donde afirma que el psicoanálisis es una iniciativa teórica, metodológica y terapéutica indiscutiblemente creada por él. Muchas son las razones para entender los contextos históricos de esta divergencias: el contenido internacional del movimiento, las diferencias idiomáticas, las trayectorias disímiles de los participantes, las diferencias de status, los lugares disciplinares que ocupaban las disciplinas en los diferentes países y las convulsiones histórico políticas, entre otros. La Psicología Individual. Divergencia de Alfred Adler El autor de la primera divergencia (1911) fue Alfred Adler, fundador de la Psicología Individual y autor de obras como El temperamento nervioso (1912), Conocimiento del hombre (1917) y Praxis y teoría de la psicología individual (1920). A pesar del profundo antagonismo que Adler tenía con su antiguo maestro, oponiéndose fuertemente a algunos conceptos centrales de la teoría freudiana, la figura y la doctrina de Freud fueron tenidas en cuenta. La mirada de Adler mantuvo el tipo de fenómenos (los sueños, los fenómenos del inconsciente), pero se distanció de sus consecuencias teóricas. Los sueños, por ejemplo, representaban el proyecto vital y futuro del individuo y no se encontraban vinculados necesariamente a un pasado reprimido. La propuesta de Adler considera que la etiología de las neurosis se genera en función del futuro. Adler indica que el individuo no está guiado por el principio del placer y por el principio de realidad, sino por su voluntad de poder. Es decir, la dinámica psíquica del individuo se pone en marcha por la autoconfianza y por la fe en su poder psíquico particular a partir del deseo de superioridad que tiene su contralto en el principio de inferioridad. La neurosis es, en este sentido, el sentimiento de inferioridad del individuo que, ante las dificultades, se repliega sobre sí mismo y exige de los otros que le manifiesten comprensión, obligándoles a dedicarle su atención. Dicho de otra manera, la dinámica del desarrollo se mueve entre un “complejo de inferioridad”, que aparece en el individuo frente a las demandas sociales, y una “sensación de superioridad”, que surge de la voluntad de afirmar su propio poder. Las pulsiones sexuales representan la acción de la “voluntad de poder”, la energía de dominación de los individuos. Adler habla de una afirmación varonil y de que, por superar el complejo de inferioridad, aparece lo que se conoce como “procesos de compensación” propios de ese intento de equilibrio. Dichos procesos surgen cuando una habilidad psíquica es menor o inferior a los requerimientos de la tarea que hay que enfrentar y, por lo tanto, el psiquismo intenta una compensación por parte de alguna otra actividad que es superior con respecto a la tarea. La conciencia, parte central de la teoría de Adler, es conciencia de un hombre incompleto y vulnerable. Este sentimiento lo lleva a localizar sus dolores y enfermedades en regiones específicas de su cuerpo, en el esfuerzo por ir de una condición inferior a una superior. El principio que guía la dinámica superioridad-inferioridad se asienta sobre el concepto de “estilo de vida”, donde esta dinámica se articula con el exterior en confluencia con las fuerzas del ambiente. Pero aunque el ambiente tenga una potente implicancia, el “yo individual” es el elemento central en la teoría de Adler. Para la psicología individual, el ser humano no es solo un producto del ambiente, sino que crea una estructura propia sobre las experiencias vividas durante su vida, las interpreta y busca satisfacer sus deseos de superioridad. El yo puede ser reactivo, involuntario, espontáneo o creativo, original, inventivo y dar espacio a nuevas personalidades. Construcción del movimiento psicoanalítico Las disputas con el fundador del Psicoanálisis no se hicieron esperar, el alejamiento de Adler de las ideas de sexualidad y la importancia del yo, finalmente obligaron a ambos a la ruptura. Separado Adler del psicoanálisis, Freud viajó a Estados Unidos donde tuvo una acogida excelente. Lo esperaron importantes figuras académicas, sus receptores eran parte de las propias universidades y las asociaciones más influyentes en actividades clínicas. Freud es invitado por Stanley Hall a dictar un ciclo de conferencias sobre psicoanálisis en la universidad donde es rector. En este recorrido Freud visita además la Universidad de Columbia, Boston y Worcester. Luego pronuncia las famosas cinco conferencias donde difundió los aspectos centrales del psicoanálisis a un público académico e interesado en la clínica. Freud desarrolló una labor incansable y estableció vínculos que fueron valorados dentro del desarrollo del psicoanálisis. De manera paralela, advirtió de la gran hostilidad en los países de lengua alemana de lo que devino la adhesión del grupo de Zurich conformado por Jung. De esta manera se puso en marcha el segundo congreso y la motivación de Freud de trasladar el centro del Psicoanálisis a Zurich. Esto se vio acompañado por diversos movimientos políticos en Alemania, que luego, forzarían el alejamiento de Viena. La elección de Zurich está vinculada a la excelente relación que mantenía con Jung y, sin embargo, es allí donde aparece la segunda gran escisión del psicoanálisis. En el contexto académico, Freud no era valorado y a Jung el apoyo explícito a sus teorías le generó muchos enemigos. Jung aceptó y defendió los aportes de la teoría de la neurosis de Freud dada su contribución a las “neurosis forzadas” arriesgando su situación académica, pero mantuvo distancia en torno a la etiología de esas neurosis vinculada a la teoría sexual. La Psicología Analítica de Carl Gustav Jung C.G. Jung (1875-1961), médico suizo, nacido en una familia de tradición religiosa con capacidad económica y vinculada a temas de salud mental. Su abuelo paterno organizó la facultad de medicina y luego fue rector de la Universidad de Basilea, al tiempo que dirigía una institución psicológica para niños con diferentes atrasos; mientras que el padre de Jung trabajaba en una clínica psiquiátrica. Dentro de ese ambiente, Carl Gustav Jung decidió estudiar medicina. Las lecturas de las obras literarias de Goethe, Von Hartmann, Von Kraff Ebing y Nietzsche fueron determinantes en la formación que prosiguió hasta su tesis doctoral “Acerca de la psicología y patología de los llamados fenómenos ocultos”. Jung fue una figura clave en la etapa inicial del psicoanálisis, pero luego propuso una serie de conceptos que se separaron del psicoanálisis freudiano. A pesar de los intentos previos de ambos de evitar el cisma, una profusa relación epistolar, plena de diferencias teóricas acerca de cómo posicionar el psicoanálisis, llevaron finalmente a la separación definitiva. Carl Gustav, Fundó la escuela de Psicología Analítica, teoría centrada en los “complejos” entendidos como grupos de contenidos psíquicos que, desvinculados de la conciencia, pasan al inconsciente donde continúan llevando una existencia relativamente autónoma influyendo sobre la conducta. Este influjo puede ser negativo, pero también puede asumir una valencia positiva cuando se convierte en razón de nuevas posibilidades de creación y de éxito. Lo inconsciente personal, entonces, estaría formado por complejos. Pero Jung no se detiene allí y avanza hacia lo que denominó “inconsciente colectivo” y “representaciones arquetípicas”. Para él, la estructura de la psique abarca consciente e inconsciente. Sin embargo, además de la conciencia y de lo inconsciente personal, existe el “inconsciente colectivo”; concepto que explica la zona de la psique formada por “representaciones arquetípicas” vinculadas a los instintos como tendencias. El inconsciente colectivo se distingue del inconsciente personal a partir de su constitución. Esto es, el inconsciente personal, tal como lo expresa Freud, se constituye por representaciones a partir del complejo de Edipo; surge de la experiencia personal, está formado esencialmente por los contenidos que han sido alguna vez conscientes, pero que han desaparecido de la conciencia o han sido reprimidos. Por su parte, los contenidos del inconsciente colectivo se componen de arquetipos, imágenes inconscientes de los instintos que nunca han estado en la conciencia y, como tal, deben su existencia a la herencia filogenética. Estas representaciones son idénticas en los individuos y constituyen un substrato psíquico común, de naturaleza supra personal. El concepto del arquetipo es entonces un correlato indispensable de la idea del inconsciente colectivo que indica la existencia de representaciones en la psique que parecen estar presentes siempre y en todas partes. Para elaborar su teoría, Jung toma de Lucien Lévy-Bruhl, sociólogo y antropólogo, las investigaciones en torno a las “representaciones colectivas”, la ciencia de las costumbres, basada sobre las reglas de comportamiento que, en un determinado contexto social, aparecen como objetivas y necesarias, como si fuesen leyes naturales. Y también toma de otros autores algunas referencias concernientes a los mismos fenómenos (Henri Pierre Eugène Hubert 1927, Mauss, 1902), así como a las categorías de la imaginación o pensamientos primordiales. A raíz de ello, Jung deduce que estos fenómenos están presentes en el aparato teórico de la antropología, de las religiones comparadas, de la sociología, entre otras y, desde allí, la idea del arquetipo como un segundo sistema psíquico de naturaleza colectiva, universal e impersonal, idéntico en todos los individuos. Jung insistió, a diferencia de Freud y Adler, que el psicoanálisis no se trataba tan sólo de psicología personal, donde los factores etiológicos o causales de diversas patologías son considerados casi totalmente como de naturaleza personal. Jung destacaba la existencia de factores, como por ejemplo en el instinto sexual o en el afán de autoafirmación, que son peculiaridades presentes en el inconsciente colectivo compuesto de arquetipos preexistentes, heredados, y que pueden llegar a ser conscientes sólo en segundo lugar; tienen una implicancia en la vida anímica de las personas pudiendo, además, dar forma definitiva a determinados contenidos psíquicos. El arquetipo, como concepto, no es místico, ni especulativo o filosófico, sino una cuestión empírica cercana a los conceptos de transmisión biológica de la herencia y, como tal, interviene en los procesos de generación de síntomas. En el ámbito mitológico y religioso la importancia etiológica del arquetipo parece menos fantástica, y, aunque parezca irrazonable, no lo es más suponer que la causa de patologías extendidas tenga causales individuales. Jung se oponía a una psicología personalista que reduce las causas de las enfermedades a las personales, e indicaba que las causas del malestar están vinculadas a la negación de estas fuerzas arquetípicas y a la falta de cooperación de las personas con estas energías. La acción terapéutica estaba destinada a poder poner en consideración del paciente estos arquetipos, desculpabilizándolo de sus implicancias personales y articulando su vida psíquica con aquellos que están en juego. Más aún, los arquetipos son rastreables a partir de las formas psíquicas y tienen como fuente principal a los sueños. Y cuando se trata fenómenos concretos como incompatibilidad general o una situación de daño en un número relativamente grande de personas (no de una patología personal), se presenta la huella de las constelaciones arquetípicas. Otro concepto de importancia donde Jung se separa de Freud es el de “tipos psicológicos”. Recogiendo el debate con Adler, Jung logró trazar la tipología del introvertido y del extravertido. Según Jung, la situación del extravertido frente a los acontecimientos externos a él mismo posee la máxima importancia consciente. En lo inconsciente, la actividad psíquica del extravertido se encuentra en el “yo” como compensación, entre consciente e inconsciente. Para el introvertido el centro de la tensión se encuentra en la respuesta subjetiva del individuo ante los acontecimientos y las circunstancias de carácter externo. En lo inconsciente, el introvertido se ve empujado con sentimientos de temor hacia el mundo externo. Si bien esta tipología no habla de “tipos puros”, Jung admitía, sin embargo, la extremada utilidad descriptiva de la distinción entre “introvertido” y “extravertido”, y la coexistencia de ambos mecanismos en los sujetos con una relación de predominio o predominancia. Jung le dedicaba atención, siguiendo su tesis doctoral, al estudio de la magia, de las religiones y las culturas orientales. Integrando las diversas fuerzas y tendencias psíquicas bajo la noción de energía, no negó la sexualidad dentro de la vida psíquica, sino que estableció fronteras más sutiles acerca de la psique humana y la sexualidad como parte de los instintos biológicos y funciones psicofisiológicas. Sobre la terapéutica y la enfermedad mental Antes de sumarse a las filas del movimiento psicoanalítico, Jung utilizaba la asociación de palabras; método que lo haría famoso y que empleaba junto con medidores psicogalvánicos para realizar experimentos en su laboratorio de psicopatología experimental que fundara en la Clínica de Zurich. Para Jung la terapia implicaba la investigación de la “historia personal secreta” de la persona aquejada por su enfermedad de modo de abordar o remitir hacia lo consciente lo inconsciente a través de la asociación, la interpretación de los sueños y el contacto humano con el paciente. La terapia se debía adecuar al paciente y a su individualidad, y la curación debía surgir del propio paciente de manera natural. La psicoterapia y los análisis son tan distintos como los mismos individuos. Para cada paciente se requería de un lenguaje distinto. En el mismo sentido de Freud, no prescribió reglas o formas de psicoterapia para el cambio vinculado a la dolencia de las personas, pero dio predominancia a lo individual. Eso obligaba al analista a no formalizar ninguna estrategia y a trabajar según el paciente. El propio Jung, intencionalmente, decidió no ser sistemático, puesto que cualquier sistema no posibilitaría al paciente realizar los cambios y las transformaciones necesarias que solo se pueden hacer a partir de la comprensión individual. Entre sus postulados encontramos: –Los conceptos de transferencia y contratransferencia: los describe a nivel consciente e inconsciente. Existen, dentro del análisis y en ocasiones, fenómenos parapsicológicos que están dentro de la transferencia y una posible identificación inconsciente entre ambos. Propugna, en ocasiones, abandonar la atención flotante por una intervención activa. –Postula la superación de los conflictos del paciente, no solo a partir de la cooperación con el psicoterapeuta, sino a partir de procesos que podrían ser advertidos luego de cierto tiempo de finalizada la terapia. Tal como Freud explicitó, Jung pone en tela de juicio el concepto de victoria psicoterapéutica y plantea una mirada un poco más realista acerca del final de la terapia. –Indica la existencia de patologías que pueden verse desde otra perspectiva (vinculadas a los arquetipos y al inconsciente colectivo); postula así una diferencia entre saber científico y objetividad científica, saber mítico y sabiduría. En este sentido, habla de un desdoblamiento anímico: en otro momento la humanidad tomaba con mayor cercanía el mundo del mito, la magia y el misterio; hoy, el inconsciente colectivo no puede adaptarse a la pérdida del mito o a la sustitución de la vivencia de la naturaleza por una cosmovisión externa supuestamente objetiva. Como parte de las patologías de su época, se encuentra entonces la gran distancia entre las demandas de la vida moderna y la función arquetípica. El psicoanálisis inglés. Melanie Klein (1882-1960) Melanie Klein nació en Viena en el 1882, en una familia centroeuropea de origen judío. Klein, contemporánea de Freud, fue la iniciadora de los conceptos alrededor de las teorías de las relaciones de objeto. Su mirada particular se centró en la vinculación que el bebé tenía con su madre. Los conflictos se focalizaban en estos vínculos, ya sean reales como en fantasía. No se trataba de conflictos intrapsíquicos en el sentido freudiano, sino de las relaciones entre los niños pequeños y los objetos de su entorno; la madre y el padre como objetos. La crítica a la teoría de las pulsiones la llevó a releer esa energía de los impulsos humanos básicos esenciales como la agresión y los impulsos destructivos. Las teorías de Melanie Klein forman parte del entramado conceptual del psicoanálisis, pero incluyen otros conceptos y realizan una relectura de la metapsicología tradicional. Las teorías de Klein también recibieron aceptaciones y rechazos incluso dentro de su mismo grupo de seguidores. Diversos autores psicoanalíticos como Bion, Meltzer, Fairbairn, Balint y Winnicott fueron detractores de las ideas kleinianas, dado su carácter innovador y la exploración de aspectos no estudiados por Freud. Con mayor o menor distancia, algunos autores se alejan de las ideas de Klein. Contemporánea a la hija de Freud, y ambas motivadas por el análisis con niños, se enfrentaron en diversos aspectos tanto teóricos como técnicos. Melanie Klein y Anna Freud mantuvieron un duro cruce de impresiones sin que Freud se incluyera de manera directa. Mientras Anna Freud se interesaba por la técnica del análisis infantil y se acercaba a suponer una función educativa del psicoanálisis en la niñez que permitiera al niño incluirse en la sociedad según valores imperantes, la propuesta de Klein, centrada en las fantasías y en los conceptos de envidia y agresión, defendía la posibilidad de transferencia en el análisis con niños a partir de sus relaciones con los objetos (padre, madre, hermanos) y con la fantasía inconsciente que ocasionaba la realidad subjetiva. Klein desarrolló las teorías de las posiciones y de las relaciones objetales precoces, aportando la idea de un Edipo temprano como estructura a partir de la cual era posible mirar las patologías psicológicas, además de darle una prioridad al instinto y pulsión de muerte. Los avances de Klein fueron fruto de la aguda observación clínica dentro de un encuadre psicoanalítico que ella misma fue adaptando, tomando como premisas algunas de las técnicas psicoanalíticas. Klein incluyó el juego, el dibujo infantil, y la interacción espontánea con pocos protocolos freudianos (recordemos que el dispositivo freudiano no estaba pensado en la etapa infantil). La evidencia que mostraban ese tipo de secciones eran niños capaces de fantasear y suponer roles a los objetos (agresividad, ansiedad, angustia, exigencias de control) donde, ni bien avanzaba la edad, la sociedad demandaba ciertas conductas. Estos hechos que Klein advertía como genéricos en los niños le permitieron, para su explicación, el desarrollo de conceptos y la creación de nuevos marcos psicoanalíticos metapsicológicos. De allí surgieron la presencia del Edipo temprano, la presencia de un yo y un superyó precoz, todos responsables de elaborar procesos de armonización entre las fantasías y la realidad. El concepto de fantasía inconsciente está desarrollado a partir de la teoría de las pulsiones de Freud. Para esta autora, el yo (en sus aspectos inconscientes) es un neto generador de fantasías que finalmente generan relaciones objetales primitivas. Este avance de proponer una estructuración del Edipo, incluso antes de lo que Freud lo proponía, es decir, la teoría de un Edipo temprano como eje de la estructura psíquica, no puede entenderse sin la problematización de Klein vinculada a la relación entre fantasía y realidad. Fantasía y realidad se influyen mutuamente. Las fantasías inconscientes son las expresiones mentales de los instintos. Las percepciones y sensaciones internas y externas son interpretadas y representadas a sí mismas en la mente bajo la influencia del principio placer-displacer por intermedio de la introyección y la proyección. El yo se identifica con algunos de los objetos con los que establece relaciones; a eso de denomina identificación introyectiva. Estos objetos son asimilados por el yo y contribuyen a su desarrollo confiriéndole también características a la persona. Fantasía inconsciente Para Klein, el instinto tenía un aspecto psicológico que obtuvo el nombre de fantasía inconsciente (deliberadamente escribe con 'ph' para distinguirla de la palabra fantasía). Estas fantasías son las principales representaciones de la vida psíquica y su complejización que, en vinculación con los objetos del exterior, permiten el desarrollo de otros estados de la vida mental. Fantasía inconsciente en la vida psíquica es lo primero que aparece en el niño que, en contacto con el medio ambiente y la realidad, se modifica. La vinculación del niño con el mundo exterior lo pone en contacto con la frustración de no poder lograr la consecución de sus fantasías en un ambiente de realidad. El papel de la fantasía inconsciente es esencial en el desarrollo de una capacidad de pensamiento. Por ello lo corporal tiene importancia, allí es donde se prueban la efectividad de las fantasías, con los objetos externos. Sin embargo, las fantasías tienen un carácter destructivo debido a la presencia predominante de la pulsión de muerte y el desarrollo de un superyó especialmente sádico y un yo que desarrolla defensas que generan ansiedad propias del intento de defenderse del exterior amenazante. Es en el sentido de las ansiedades y las pulsiones de muerte que surgió su teorización sobre la envidia como un impulso (endógeno) agresivo que el bebé siente desde el comienzo de la vida y que está dirigido a los objetos con los que se relaciona (pulsión de muerte). La idea de envidia luego se articulara a los celos. Las defensas, las fantasías, ansiedades, angustia, amor, agresión establecen un clivaje entre objetos internos y objetos externos de los cuales surgen, de manera deductiva y siguiendo con lo encontrado en la práctica clínica infantil, dos posiciones básicas: la posición esquizo-paranoide y la posición depresiva. Las posiciones constituyen polos entre los cuales oscila la vida psíquica (estructura del aparato psíquico a través de la organización del mundo objetal). El concepto de posición es un aporte de Klein al psicoanálisis, visto que se diferencia del freudiano respecto a las etapas de la sexualidad infantil. Esas posiciones se mantienen a lo largo de la vida, aumentando o disminuyendo su predominancia en la vida anímica de las personas. Sobre la posición esquizo-paranoide, Klein indicó que se forma por objetos parciales, el dominio de la pulsión oral y una cualidad predominante: bueno o malo. El pecho, como primer objeto, se posiciona en la posición EP en los momentos en que el bebé atraviesa estados de frustración y odio. Las características oral-sádico, uretrales y sádico-anales de las pulsiones del lactante son las causantes de esta sensaciones. La relación de objeto es parcial. La escisión y la ansiedad persecutoria se presentan juntas. El bebé encuentra, dentro de sus fantasías, temores persecutorios fantasmáticos que a su vez se acompañan con la no presencia de la madre o la no satisfacción o insatisfacción que parece corroborar las sensaciones infantiles. El niño, en esta posición, tiene la capacidad de disociar el objeto a fin de defenderse de esos temores. Dado que en sus fantasías no podría existir una sola madre satisfactoria e insatisfactoria a la vez, la disocia en dos partes tomando posición de dos objetos distintos. En este sentido, la posición esquizo-paronoide se concibe como una estructura que organiza la vida mental en los tres primeros meses de vida, constituida por una ansiedad persecutoria. Con el cuidado adecuado, el niño es capaz de tolerar el aumento de la conciencia de la experiencia que está sustentada por la fantasía inconsciente y lleva a la consecución de las etapas del desarrollo. La ansiedad persecutoria se instala en la dinámica del aparato psíquico y luego es mitigada durante el desarrollo de las siguientes etapas. La angustia, motor básico energético, nace de la acción del superyó temprano, que es provocada por los deseos sádicos presentes en las fantasías. La relación de objeto parcial con un pecho idealizado y otro persecutorio se perciben como objetos disociados y excluyentes. Frente a la amenaza exterior ya corroborada por el niño, su yo se protege de la angustia persecutoria con mecanismos de defensa intensos y omnipotentes que desarrolla a partir del yo. Dichos mecanismos pueden ser de disociación, de identificación proyectiva, introyección o negación. La introyección permite que se construyan los objetos internos, es decir, la formación del yo y del superyó. La identificación proyectiva, como mecanismo de defensa, tiene la capacidad omnipotente de liberarse de una parte de sí (aspectos buenos y malos) y colocarla en otro objeto. La idealización es un mecanismo a través del cual se aumentan los rasgos buenos y protectores del objeto bueno, mientras que la negación es un mecanismo que niega las existencias de objetos persecutorios (objetos vinculados con la insatisfacción). Por el mecanismo de escisión se generan objetos parciales; el niño no reconoce el objeto (como objeto total). En el momento que el niño advierte la conformación de un solo objeto con sus dos cualidades, pecho bueno-pecho malo, empezará la posición depresiva y el mecanismo de la ambivalencia, la integración, la culpa y la ansiedad depresiva. La posición depresiva indica, entonces, el cambio de la relación de objeto parcial a total. De los tres a los seis meses se observa un mayor desarrollo de las funciones yoicas y de la organización fantasmática del bebé. La instauración del pecho bueno disminuye los procesos de escisión y los estados de integración son cada vez más frecuentes. La repetida experiencia de enfrentar la realidad psíquica implicada en la elaboración de la posición depresiva aumenta la comprensión del bebé del mundo externo y su necesaria interacción. Esto lo obliga a mayor presencia yoica para satisfacer sus necesidades básicas. Paralelamente, la imagen de los padres, en un principio distorsionado en figuras idealizadas y terribles, se aproxima gradualmente a la realidad y crece la imagen integrada, dando lugar a la ambigüedad propia de estas figuras. La posición depresiva implica la integración de los objetos escindidos. Su superación supone la introyección estable del objeto amado y el establecimiento de la capacidad de reparar y simbolizar, aunque como ya indicamos, no se supera de manera estable, sino que se trata de un clivaje que permite la vida adulta. En el segundo año, con el progreso en el desarrollo del yo, el niño utiliza su creciente adaptación a la realidad externa y su creciente control de las funciones corporales para poner a prueba los peligros internos frente a la realidad externa. Las defensas propias de la posición depresiva son: la defensa maníaca y el control omnipotente. La primera es la negación omnipotente que se desarrolla como defensa contra la experiencia de ansiedad depresiva, culpa y pérdida. Se trata del “esto no me sucederá a mí”. El control omnipotente, al estar aplicado ahora a la ansiedad depresiva, es utilizado para evitar la frustración y la consiguiente agresión que constituiría un peligro para el objeto. Los sentimientos de culpa, ante la creencia de haber dañado al objeto amado, ponen en marcha la tendencia a la reparación originada en las pulsiones de vida, propias de las defensas depresivas. El niño vivencia la reparación de sus objetos en íntima relación con los logros de su propio desarrollo. Conjuntamente con la posición depresiva se inicia el complejo de Edipo temprano, ya que los procesos de integración llevan a la necesidad de preservar al pecho y a la madre como objeto total, estimulando el pasaje al pene paterno (como fantasía simbólica), al padre y al reconocimiento del tercero. El bebé necesita proteger al objeto y al yo de la intensificación y modificación de la agresión provocada por las frustraciones orales (destete) y la dentición. Esta reparación es una actividad del yo dirigida a restaurar un objeto amado y dañado. Surge durante la posición depresiva como reacción a ansiedades depresivas y a la culpa. La reparación se puede usar como parte del sistema de defensas maníacas, en cuyo caso adquiere las características maníacas de negación, control y desprecio, que son los mecanismos en virtud de los cuales el sujeto intenta reparar los efectos de sus fantasmas destructores sobre su objeto de amor. Este mecanismo va ligado a la angustia y a la culpabilidad depresivas: la reparación fantasmática del objeto materno, externo e interno, permitirá superar la posición depresiva, asegurando al yo una identificación estable con el objeto benéfico. La posición depresiva supone una organización de la vida mental del niño para obtener una sensación de bienestar. Esta posición debe manejar la ansiedad culposa sostenida por los presuntos daños realizados al objeto, integrar los objetos y mantener una relación en la que el objeto externo ya no es parcial, sino total. Debe, además, dar lugar a la defensa llamada reparación que disminuye la agresividad de la posición anterior. La posición posibilita la reducción de la ansiedad paranoide y, de esa forma, la gratificación del objeto integrado y la propia integración del yo, lo que disminuye la necesidad de defenderse de los objetos persecutorios. La elaboración de la posición depresiva es crucial en la capacidad posterior de elaborar duelos. Al respecto de método terapéutico, M. Klein incluyó a los niños dentro del dispositivo dando oportunidad al análisis infantil. Sus teorizaciones más importantes, al igual que Freud, nacieron de la indagación dentro de la práctica clínica. Observó que los niños sufrían ansiedades persecutorias intensas y que las defensas que se establecían contra ellas se manifestaban en impulsos agresivos y ansiedad vinculados a la pulsión de muerte. El tratamiento analítico busca ayudar al paciente –niño o adulto– para que vaya sucesivamente elaborando y reelaborando estas ansiedades, estas posiciones psicóticos primitivas, hasta niveles cada vez mayores de integración, pasando por ansiedades neuróticas que, ya atenuadas, implican logros, madurez y una estabilidad mental adecuada para cada momento de la vida. Deja a la persona analizada en condiciones de reelaborar, a su vez y por su propia cuenta, las nuevas situaciones de ansiedad presentadas a lo largo de la vida. En el marco del análisis infantil, el desarrollo de la hora de juego requirió de ciertos objetos que permitían la interpretación de la actividad a partir de las teorizaciones sobre las relaciones objetales y de cómo atravesaban estos niños las dos posiciones. La palabra del niño y sus dibujos fueron especialmente tenidos en cuenta. La transferencia es un concepto técnico que pone al terapeuta y al niño frente a las conflictivas entre objetos, posiciones, defensa, fantasías inconscientes, ansiedades, realidad externa, etc. Busca facilitar la trayectoria desde la posición esquizo-paranoide y la depresiva. La superación de las posiciones, la integración de las partes escindidas de los objetos con el yo, la superación de la angustia paranoide y de culpa depresiva, son los objetivos de la terapia. La base de la salud mental es una personalidad bien integrada, esto significa: madurez emocional, fuerza de carácter, capacidad de manejar emociones conflictivas, equilibrio entre la vida interior y la adaptación a la realidad y una fusión exitosa entre las distintas partes de la personalidad. Psicoanálisis norteamericano. Psicoanálisis del Yo El psicoanálisis norteamericano tuvo sus orígenes durante los años ‘30. Surgió a raíz de las demandas sociales hacia a la psiquiatría y a la psicología como nuevo rol profesional para poder diagnosticarlas y realizar intervenciones que posibilitaran soluciones a los problemas en determinados sectores poblacionales. La orientación de la psiquiatría norteamericana hacia estas formas explicativas fue influenciada por la visita de varias comitivas vinculadas al psicoanálisis en Europa. Luego de la segunda guerra mundial, y producto del proceso inmigratorio de entre guerras y la persecución nazi, un importante número de académicos e intelectuales europeos decidieron emigrar a horizontes más fructíferos, ya sea por propia voluntad o por haber sido expulsados de sus lugares de origen. Los psicoanalistas no fueron una excepción a ello: hacia los años ‘60 muchos académicos se insertaron con eficiente capacidad de influencia dentro del mundo académico y profesional norteamericano. La psicología norteamericana se vio fortalecida por estos académicos de prestigio que, con su trayectoria, aportaron a las universidades y a los sistemas de salud mental su impronta y su capacidad de reflexión y acción. Inicialmente, la escuela norteamericana se inclinó por tomar de la obra freudiana aquellas producciones que entendieron se adecuaban mejor a las demandas y como estrategia para implementar unas prácticas dentro del sistema de salud norteamericano. También tuvieron fuerte influencia en el sistema académico, adecuándose a los requerimientos del mismo. Freud fue tomado desde algunas obras clásicas y desde una hermenéutica particular que priorizaba al yo por encima de otros conceptos. Los textos de Psicología de las masas y análisis del yo (1921), Neurosis y psicosis (1924), Inhibición, síntoma y angustia (1926), La escisión del yo (1938) y otros pasaron a formar parte de las obras de referencia. Otros textos fueron olvidados o directamente separados. Freud, sin embargo, mantuvo una importante valoración por parte del espacio profesional. No todos los pensadores que fortalecieron este tipo de abordaje se ubicaron en el espacio geográfico de los EEUU, sin embargo, las producciones más destacadas a lo largo de la tradición psicoanalítica norteamericana y las más actuales lo ubican como polo geográfico. El psicoanálisis del yo, también llamado Ego psychology, mantiene el modelo explicativo del psicoanálisis y encuentra sus antecedentes en algunos autores norteamericanos que priorizaron los aspectos culturales del psicoanálisis tales como Sullivan, Horney y Fromm. La propuesta de psicoanálisis culturalista es un intento por desalentar algunos conceptos claves del psicoanálisis ortodoxo. Sus principales divergencias teóricas están vinculadas a la exigua consideración de las dimensiones sociológicas, culturales y antropológicas. Estos psicoanalistas partían de la base que la personalidad es producto de la cultura; por lo tanto, una relectura del psicoanálisis exigía valorar la importancia de la cultura, incluso cuando las técnicas terapéuticas o las problemáticas que encarasen fueran distintas. Los conceptos que son abandonados o puestos en cuestión no son completamente desechados, sino que pasan a tener funciones no determinantes dentro de la lectura del comportamiento humano. Se trata de: las fases del desarrollo de la libido y la importancia de la sexualidad infantil (un concepto que el propio Freud pidió a Jung que no abandonase). Dentro de este contexto, el complejo de Edipo es tomado desde una perspectiva cultural, priorizando los vínculos y los factores ambientales por sobre las determinaciones libidinales y biológicas. Indicaron que el aporte de dicho concepto se centraba en la capacidad de leer las relaciones interpersonales como la clave para interpretar la naturaleza humana. Los fenómenos del inconsciente, por su parte, si bien no fueron abandonados, no tuvieron la importancia central en la práctica clínica y, por lo tanto, se dejaron de lado la asociación libre, el análisis de los sueños. También se opusieron fuertemente a la dicotomía pulsión de vida-pulsión de muerte y, en particular, a la derivación de la pulsión de muerte que hace del hombre un ser naturalmente ansioso, con angustias, destructivo, gobernado por la compulsión a la repetición. La perspectiva pesimista del psicoanálisis europeo, que se mantendrá hasta nuestros días, dio lugar al optimismo norteamericano, interesado en la adaptación del hombre al sistema productivo, interés por ende transferido a los sistemas de salud. La mirada al respecto de la constitución del síntoma ponía el énfasis en los factores ambientales. Entendieron que los elementos decisivos en la vida de las personas se deben buscar en las circunstancias presentes y no en cómo estos de desencadenaron en el pasado. Por su parte, la conducta neurótica fue tomada como despliegue de estilos, fruto de los impulsos competitivos y autoafirmación. Por último, priorizaron lo interpersonal por sobre lo intrapersonal. En este sentido, los aspectos del contexto social, económico, cultural y educativo de la patología son parte de la explicación de la sintomatología y también fueron incluidos en la acción terapéutica. Psicoanálisis del Yo El proceso de inmigración y el sincretismo con la cultura psic del lugar dieron el espacio propicio para la transformación del psicoanálisis adecuado al sistema de valores y a la forma de asumir los problemas de salud mental de la población. Dentro de la institución de tradición y prestigio que fue la Sociedad Psicoanalítica de Nueva York, se desarrollaron líneas de pensamiento de vital importancia para la práctica y construcción teórica. Lowenstein, Kris, Erikson, Rapapport y Hartmann, muchos de ellos exiliados y en aclimatación al mundo norteamericano, desarrollaron lo que se da a llamar la Psicología del yo o psicoanálisis del yo. Estos psicoanalistas se encontraron con un suelo fructífero de desarrollo de sus ideas, y fueron estimados y valorados. Como contrapartida, lograron una inclusión dentro de las nuevas tradiciones de Estados Unidos tanto en la psiquiatría como en las instituciones de práctica médica, las políticas de salud mental y la psicología universitaria. Por lo tanto, lejos de ser excluidos de estos lugares, lograron adaptarse y sus ideas respondieron a las demandas de una espacio psi en expansión; demandas relativas a la constitución del perfil de psicólogo, estrategias de salud mental y de la emergencia del nuevo rol profesional. La psicología psicoanalítica del yo incorpora lo social y lo cultural, pero priorizando el concepto de función y adaptación. La preeminencia de las dimensiones sociales toma como eje la incorporación del hombre al medio social, productivo y cultural. El yo no es considerado como instancia del aparato psíquico, sino como una organización con las funciones de percepción, memoria y motricidad (Rapaport, 1958). En efecto, el aporte desde el psicoanálisis de Hartmann (1939) al entramado reflexivo, estuvo orientado por dos preceptos: el yo y el problema de adaptación. Sin dejar de seguir a Freud, evidenció un interés teórico de transformar el psicoanálisis en una psicología general, es decir, socializar los saberes del psicoanálisis y establecer una comunidad más grande que pudiera hablar desde estos conceptos al referirse al malestar anímico de las personas. Era necesario encontrar un lenguaje que pudiera ser comprendido por médicos, educadores, sociólogos, trabajadores sociales, que hasta ahora veían en el psicoanálisis una práctica difícil de explicar. Partiendo de la base de una tibia aceptación, esta gestión conferiría la posibilidad de ingresar al ambiente institucional y a la sociedad científica estadounidense, algo que todavía no era un hecho, sino una acción a desarrollar a partir de la cual se jugaba el futuro institucional del psicoanálisis. Por lo tanto, desde Rapaport, la motivación de crear una psicología del yo orientada desde los conceptos psicoanalíticos era muy evidente. La propuesta se centraba en articular los conceptos freudianos con la psicopatología y, sobre todo, con una psicología general de la conducta humana como una forma de armonizar el entramado teórico norteamericano. Para ello partió de evidencias empíricas, pero sumando los puntos de vista de la psicología de forma, la psicología genética, estructural, adaptativo y psicosocial, con un razonable espacio para aceptar las corrientes conductistas y una teoría psicobiológica (que también está en la base del psicoanálisis freudiano). Esta articulación prometía incluir tanto las predisposiciones hereditarias de corte biológico contenidas en la obra de Freud como la función social, cultural y comunicativa. Para poder abordar estos conceptos, fue Rapaport quien aportó la metodología desde el modelo del método hipotético deductivo, incluyendo las variables dependientes e independientes en su explicación de la teoría psicoanalítica. Rapaport conectó la observación y el experimento, el dato empírico con el marco teórico (Gill y Klein, 1964) y, dentro de este modelo, el conflicto económico (valencias, investiduras y contrainvestiduras de la energía pulsional) y dinámico de la metapsicología. El modelo psicoanalítico de Rapaport se basa en el concepto de necesidad, su objeto gratificador y la gratificación, los tiempos de demora, la descarga afectiva e ideación (de metas y medios) y la tensión que dicha necesidad produce, denominada catexia (carga) de impulso. En ese sentido, planificó y comenzó a desarrollar un programa de investigación experimental para definir elementos cuantitativos del modelo freudiano, tratando de identificar la cantidad de catexias (gasto de energía) incluidas en la estructura del aparato psíquico, proponiendo la utilización de los modelos matemáticos para abordar las pulsiones cuasi-cuantitativas y los impulsos (fuerzas). Este intento de aplicar el modelo lógico experimental de la física a la teoría psicoanalítica no incluía un modo de medición cuantitativa de la energía pulsional; sin embargo, veía en la sistematización matemática una forma de comprobación mediante el descubrimiento de las relaciones producidas. Si bien no era clara la vinculación entre concepto y evidencia empírica, era posible crear los puentes intermedios para fortalecer un método de comprobación empírica de la teoría psicoanalítica. Este esfuerzo incluyó a muchos psiquiatras y psicólogos norteamericanos, quienes incluso utilizaron dispositivos clínicos psicoanalíticos a tales efectos. Finalmente, y articulado con los últimos trabajos de Freud, la construcción del psicoanálisis norteamericano marcó una acentuada preferencia por el yo; se le otorgaba un mayor énfasis a la segunda tópica que considera al yo como una entidad estructural central y primordial en el funcionamiento mental. Los temas como la angustia se aceptaban como señal, se valoraban los conceptos de las identificaciones (como mecanismos de defensa yoicos), y se le atribuía a la defensa asiento yoico con una ubicación inconsciente, con énfasis en las explicaciones de índole económicas (que eran medibles) vinculadas a un esquema que permitía los estudios empíricos. En un intento de construir una psicología general y comprender el conjunto de los fenómenos mentales, propuso la existencia de aparatos innatos del yo constituidos por actividades como la memoria, la percepción, la capacidad de asociación y la motricidad. Los síntomas de los pacientes eran interpretados básicamente en términos de conflicto entre el yo y el superyó, entre los impulsos (ello o superyó) y el yo, y entre alguna de las instancias y la realidad. Por lo general, la explicación de la dolencia psíquica se interpretaba como este debate entre los aspectos adaptativos conscientes, preconscientes y el ambiente. La importancia del yo en el psicoanálisis Los aportes de la figura de Heinz Hartmann Desde el nacimiento, todo ser humano cuenta con una dotación innata de funciones (percepción, memoria, motricidad, capacidad de síntesis y de asociación, etc.) que no guardan relación directa con los impulsos. Esta dotación es considerada como un importante instrumental auxiliar que el yo podrá utilizar para resolver los conflictos que se le presentan en su relación con el ello y con la realidad. El área libre de conflictos no es un sector fijo establecido de una vez y para siempre, sino que cambia de manera dinámica, momento a momento. Determinadas funciones, clásicamente autónomas y pertenecientes al área no conflictiva, pueden ser invadidas por impulsos muy intensos en determinadas circunstancias. Ciertas funciones del yo surgidas inicialmente del conflicto entre el ello y la realidad pueden, mas tardíamente en el desarrollo, independizarse de los impulsos o el conflicto que les dio origen de tal manera de lograr autonomía. Esto supone la existencia de una dotación individual con la cual el sujeto, desde el nacimiento, se enfrenta a las dificultades que le imponen tanto sus propios impulsos como la realidad externa. Las diferencias en el desarrollo intelectual, motor, etc., influyen en la capacidad del niño para manejar los conflictos y, a su vez, estos los modifican. Hartmann creía que las funciones autónomas eran la base filogenética de los mecanismos de defensa que utiliza el yo; moldes sobre los cuales podrán, en el curso del desarrollo psíquico, armarse las distintas modalidades defensivas. Consideraba que el individuo cuenta con determinadas capacidades innatas, las que en el transcurso del desarrollo pasarán a estar al servicio del yo, y subrayó la importancia que estas funciones autónomas tienen en los procesos de adaptación del yo a la realidad externa. El término “yo fuerte” se refiere a la solidez y disponibilidad del yo para recurrir a sus funciones autónomas; el concepto se aleja de Freud, en tanto este indica con claridad la predominancia del inconsciente y las restantes instancias vinculadas al yo. El desarrollo del yo es decisivo por su incidencia en el proceso de adaptación y en su origen que surge como un aparato destinado a establecer la relación con la realidad, siendo uno de sus objetivos principales la autoconservación. Freud, como Hartmann, sugería que el punto de partida para su formación es una matriz indiferenciada del yo y del ello; que de manera conjunta no suponen que la instancia yoica sea inicial, sino que es un desprendimiento del desarrollo del niño. De esta manera, todo individuo nace con potencialidades para su desarrollo, pero no ocurre en todos los casos de la misma forma: los factores externos son determinantes para un yo con capacidad de adaptación al medio. El niño ordena sus pulsiones, que son controlados y canalizadas para conseguir la adaptación, a partir de la diferenciación del yo. La adaptación es necesaria vinculada a la pulsión de vida y a la necesidad de supervivencia. En los animales, los instintos tienen el fin de adaptarse al ambiente, permitiendo el triunfo de la especie sobre la naturaleza siempre amenazante. Para los individuos, la capacidad innata es deficitaria y requiere de muchos cuidados para apoyar la pulsión de vida. A su vez, en el hombre, el principio de placer no asegura la supervivencia, sino el principio de realidad, que requiere ser apoyado y desarrollado. El Ello, al desdeñar en buena medida la autoconservación en aras del principio de placer frente al riesgo que implica, termina estimulando el proceso de diferenciación de una instancia específica, y de esa diferenciación nace y madura la instancia yoica. ¿Cuáles son los factores que impulsan la diferenciación del yo y el ello? En primera instancia, el factor hereditario o constitucional, que se ubica en las posteriores capacidades innatas o autónomas del yo. Luego, el factor de interacción con el medio y la tendencia a la adaptación. Estos factores interactúan en el curso del desarrollo con tres elementos: los impulsos instintivos, los condicionamientos de la realidad externa y la imagen corporal. Esta última es la construcción contemporánea al yo, que juega un papel importante en la diferenciación del yo con el mundo de los objetos y en la posición de los individuos en su contexto social. La estructura psíquica se construye en la interacción entre las pulsiones, las defensas del yo y las funciones autónomas del yo. Hartmann se concentró en las raíces innatas del desarrollo del yo independientemente de los impulsos instintivos (Rapaport, 1957). Sobre la teoría de los mecanismos de defensa, desarrollada y ampliada por Anna Freud (1936), Hartmann enunció que las modalidades individuales del yo podían afectar el tipo de mecanismos de defensa que cada sujeto pondrá en práctica. Esta modalidad de lectura de los mecanismos de defensa y su desarrollo conceptual vinculado a la clínica fue un aporte muy importante para el psicoanálisis. En este contexto, el concepto de adaptación adquiere relevancia. El enfoque de la realidad como algo objetivo y externo al sujeto, sumado al dimensionamiento de los modelos biológicos vinculados a la adaptación del hombre a su medio, moldean la relación del psicoanálisis norteamericano con la psicología norteamericana en general, como ciencia y como profesión. De esta forma es posible entender la profunda filiación existente hasta la actualidad entre políticas de salud mental, psiquiatría y psicoanálisis en el marco geográfico norteamericano. La problemática que abordaron los psicoanalistas del yo buscaba poder determinar el criterio de normalidad y adaptabilidad de una persona en relación a su habilidad para poder adaptarse a los eventos de la vida. Indicaron que esta cualidad está presente si su productividad, su habilidad para disfrutar de la vida y su equilibrio mental no están trastornados. La adaptación no solo tiene indicadores internos vinculados al sentir la autoconfianza del individuo, sino a lo que los otros entienden es una conducta adaptada. Una persona estará adaptada en función de la armonía entre sus necesidades pulsionales, la realidad y las metas ideales que se propone. Sin embargo, recordemos que en Freud esa armonía entre pulsión de vida-pulsión de muerte, solo se consigue en la homeostasis final que implica la muerte del sujeto, al ser la relación entre estas pulsiones de una tensión permanente sin objetivo de ser integrada o equilibrada. Para la psicología del yo, la adaptación debe valorarse desde la perspectiva del funcionamiento interno y externo del individuo ligado al logro de la función sintética e integradora del yo que tiene en equilibrio cada sujeto. En ese sentido, Freud había indicado que el individuo, en términos de adaptación, puede optar por cambiar él para adecuarse al medio (autoplástico) o intentar cambiar el medio para que este se adecue a él (aloplástico). La capacidad para valorar la posibilidad de adecuarse de una manera activa o pasiva es también propia del yo. El yo debe decidir si la situación, dentro de la vida cotidiana, brinda posibilidades adecuadas para dar salida a las mociones impulsivas de tal manera que no entren en conflicto con las normas de la realidad. Este aspecto de la adaptación es parte de la herencia biológica incluida en la estructura psíquica, también posible de encontrar en otras especies. El proceso de adaptabilidad es innato y parte del concepto de la biología (relación recíproca entre el organismos y su medio) orientado hacia la idea de autoconservación. El movimiento entre lo interior y lo exterior es complejo, y en el mismo surgen redes de identificación que influyen en las estructuras psíquicas, incluyendo el concepto de intencionalidad. Esta adaptación, según sea prioritariamente del yo hacia la realidad o viceversa, se da a llamar adaptación progresiva o adaptación regresiva. Hartmann propuso nociones básicas tales como que las funciones autónomas del yo son primarias y secundarias; las primeras se relacionan con las funciones presentes en el nacimiento, mientras que las secundarias maduran con el yo; se trata de un cambio de función. La autonomía del yo es relativa al ello y a la realidad exterior. Esa autonomía relativa es con relación a los impulsos instintivos, la prueba de la realidad y de las relaciones sociales. El sujeto recibe elementos de la realidad que encuentra en el mundo exterior –valores, ideología, teorías implícitas–, elementos que deben ser reconocidos por el yo para lograr la función de adaptación. La otra noción importante en Hartmann es la de neutralización, que nos permite entender la autonomía secundaria. El yo adquiere independencia del ello y le posibilita neutralizar la energía de las pulsiones e impulsos gracias a esta función. La energía ligada corresponde a la neutralización y es la fuerza adaptativa del yo en su relación con la realidad. La neutralización es la habilidad de control de la instancia del yo, donde la energía se aleja de lo pulsional y va a fortalecer la instancia del yo. “El psicoanálisis como psicoterapia es un tema de la teoría especial (clínica); la teoría de la técnica terapéutica es parte del programa teórico general del psicoanálisis” (Rapaport). La formación psicoanalítica está fundamentada en el modelo del Instituto Psicoanalítico de Berlín, su centro es el análisis personal, la supervisión y los seminarios de formación permanente. Vale decir, la obligatoriedad de todo analista de pasar por la experiencia del psicoanálisis. El análisis didáctico fue una propuesta que se instituyó en Berlín en 1926. En el caso norteamericano se incluyó el análisis propio, el análisis de control o supervisión y la formación. En síntesis, las discrepancias entre el psicoanálisis freudiano ortodoxo y el psicoanálisis norteamericano surgieron a partir de los conceptos de instancia de la segunda tópica (yo, ello y superyó). El concepto del Self, como conjunto de representaciones del yo y orientado a una actividad adaptativa, es un concepto que se termina de construir y que llega hasta nuestros días. Además, priorizaron el principio de realidad y del yo como mediatizador por encima de las instancias inconscientes, el principio del placer y el concepto de deseo inconsciente. En relación al desarrollo del niño, priorizaron las vinculaciones y las figuras más significativas del entorno que aparecen en la realidad contextual de hombres y mujeres guiados, a su vez, por un modelo biopsicosocial de desarrollo con implicancia de los contextos sociales y culturales que los vinculan al desarrollo de políticas públicas hacia grandes estratos de la población. El desarrollo institucional del psicoanálisis norteamericano Las teorías psicoanalíticas del yo se vincularon con distintas expresiones de la ciencia y la técnica. Particularmente, se interesó por los fenómenos sociales y por la naturaleza inmigrante de sus más conspicuos integrantes que los motivaron hacia la reflexión social. Fueron los horrores de la segunda guerra mundial y el holocausto sus principales problematizaciones. La vinculación con la sociología de Max Weber era evidente y posibilitaba la aproximación del rol de la sociedad en el desarrollo del yo. La Sociedad Psicoanalítica de Nueva York fue fundada en 1911. De manera contemporánea, Jones creó la Asociación Psicoanalítica Americana (A.P.A). En efecto, las diversas tensiones teóricas, las demandas sociales diferenciadas de acuerdo a los contextos donde el psicoanálisis se desarrollaba y la necesidad de un crecimiento y consolidación del movimiento pusieron el debate y la estrategia de disgregación institucional siempre en el centro de la escena. En el primer caso, con Adler, la discusión se centró en los temas atinentes a los deseos biológicos y las restricciones culturales. La segunda gran escisión, protagonizada por Jung, estuvo motivada por el desarrollo de conceptos y la crítica a Freud en uno tan importante (desde la perspectiva del fundador) como lo es la sexualidad infantil. La estructura social del psicoanálisis se caracterizó por su construcción inicialmente desmembrada. Frente a una dificultad teórica, política, cultural, social, las instituciones psicoanalíticas parecen estar motivadas a la segmentación, polarización y la fragmentación para conservar su identidad y no fragilizarse. Les ha sido difícil mantenerse, en disputas que ponen en juego su identidad, su estabilidad y poder institucional. El espacio institucional de psicoanálisis norteamericano no fue la excepción, y hasta la consolidación de la Asociación Psicoanalítica Americana (APA), que es el espacio institucional del campo del psicoanálisis en los Estados Unidos desde 1911, se evidenciaron distintas tensiones, muchas de las cuales terminaron en escisiones. Varios son los ejemplos posibles; tal es el caso de Karen Horney, que luego de su alejamiento de APA se escindió a su vez en tres grupos dispares y fuertemente opuestos en su perspectiva en la formación del psicoanálisis. Sin embargo, en comparación con las diversas rupturas en el espacio europeo, la APA logró con el tiempo una cierta estabilidad, caracterizada por una comunidad fuerte e influyente de psiquiatras, por articulaciones con las otras entidades deontológicas, por fuertes vínculos con la estructura de salud mental estatal y privada e inclusión en las academias de prestigio. Sus integrantes obtienen de su participación importantes reconocimientos sociales y es en ese sentido que el anclaje institucional se fortaleció a través de los años. ¿Cómo nos podemos explicar el éxito de APA en mantener la unión del psicoanálisis norteamericano? ¿Cómo fue capaz de permear la psicología y la psiquiatría no psicoanalítica en el campo geográfico de Norteamérica? El esfuerzo por estandarizar y controlar el riesgo posiblemente fue un eje central para la APA y constituyó la fortaleza conceptual en esta tarea eminentemente técnica. Sus métodos de tratamiento y entrenamiento se desarrollaron como procesos estandarizados cuyo objetivo pretendía ofrecer garantías de efectividad de la cura y el control de los riesgos para el paciente. ¿A qué se le podía llamar un tratamiento psicoanalítico y bajo qué procedimiento se podía garantizar que aquello fuera psicoanálisis? Se consolidó un polo de acreditación de toda acción psicoanalítica basada en normas y reglas que no siempre tenían explicación. APA instituyó la creencia que el psicoanálisis tenía una tradición que debía respetarse para poder seguir existiendo. Bajo este precepto creó, consolidó y difundió estrictos patrones para la conducta del analista frente a la psicoterapia. Estos patrones indicaban el comportamiento esperable del analista, el tiempo de la sección rígido, la cantidad de secciones necesarias y sus horarios, la utilización obligatoria del diván, la distancia social entre analista y analizado. En la misma línea, se generó una serie de elementos para definir la categoría de un paciente “analizable”. Vale decir, se alejaron algunas patologías de la técnica psicoanalítica argumentando su ineficacia en estos casos, y se incluyó una restricción para poder pertenecer a la APA y ejercer el psicoanálisis a aquellos con formación médica, con exclusividad. Estos principios técnicos acordados por los miembros de APA constituyeron la forma típica de encarar el dispositivo psicoanalítico. Otros métodos o técnicas colocaban a los analistas fuera de esta comunidad protectora a la que pertenecían. Si bien existe una cantidad considerable de literatura de las ventajas y virtudes de su utilización, no es clara la forma de debate a través de la cual se llegaron a estos protocolos. APA excluía y criticaba a aquellos que no acordaban con esos criterios, argumentando la necesidad de asegurar los elevados estándares de la práctica profesional bajo la suposición que su violación era riesgosa para los pacientes. Los procedimientos técnicos que resguardaban la efectividad eran difundidos y, a partir de ellos, se realizaban las acreditaciones de las personas que querían adherir al psicoanálisis. Estos patrones y protocolos se imponían a través de extensos procesos formativos en contexto de enseñanza y de control. Las pautas rígidas generaron rechazo y una situación crítica. Por un lado la APA detentaba un poder y una articulación con las políticas de salud mental y los principales establecimientos de tratamiento de pacientes y universidades. Pero por otro lado, motivó la herejía y con ella, las expresiones en contra de este modelo. La respuesta de APA no se hizo esperar y la política se centró en excluir y desvalorizar colocando cualquier herejía fuera del psicoanálisis. Ni bien se fortalecía la posición de APA, al evitarse una mirada crítica y establecer una dogmática irreversible, crecieron las expresiones alternativas tanto en términos de formación como de atención en clínicas psicoanalíticas y en la oferta de supervisión. Mantener la unidad en una institución tan rígida les generó a sus miembros muchas tensiones y trabajos. Si bien el prestigio y el poder de la APA eran muy importantes, las divisiones en el interior y las críticas existían. Recién en 1989 la APA accedió a admitir candidatos no médicos para la formación, terapéutica y supervisión. Y luego de múltiples debates se desarrollaron dos sectores claramente definidos: en un segmento, todos aquellos que orientaban su práctica, formación y supervisión desde una perspectiva más ortodoxa, clásica y freudiana, con algunos conceptos fuertemente kleinianos; por el otro, los del psicoanálisis del yo, herederos de la corriente de revisión de Freud a partir de los conceptos culturalistas, relacionales, del constructivismo social, etc. Esto posibilitó la inclusión de muchos profesionales que hasta entonces no se veían convocados por la institución o simplemente no era aceptados por esta. Psicoanálisis francés. Jaques Lacan El psicoanálisis francés, tal como se conoce hoy, es producto de una importante escisión que sufrió la comunidad psicoanalítica mucho después de la muerte de Freud, entre 19531963. En 1964 Jacques Lacan fundó la escuela freudiana de París y comenzó su enseñanza de retorno a Freud. Antes de ello, Lacan era psiquiatra con antecedentes de artículos de clínica psiquiátrica y en particular su tesis “La psicosis paranoica”, presentada en 1932, reconoce como sus maestros a los eminentes clínicos Clerembault y Kojeve, maestros sobre teoría hegeliana. El retorno a Freud y la hipótesis de que el inconsciente freudiano está estructurado como lenguaje, son el eje del psicoanálisis francés. La retórica es una disciplina transversal a distintos campos de conocimiento cuyo objetivo es el conocimiento, estudio y sistematización de procedimientos y técnicas de utilización del lenguaje con su finalidad comunicativa. La retórica se configura como un sistema de procesos y recursos que actúan en distintos niveles en la construcción de un discurso. Dentro de las figuras retóricas, la metáfora consiste en denominar, describir considerar, apreciar valorar algo a través de su semejanza, similitud, parecido o analogía con otra cosa; mientras que la metonimia consiste en designar algo con el nombre de otra cosa tomando el efecto por la causa o viceversa. Usando una terminología típica de la semiótica, la metonimia es el desplazamiento de algún significado, desde un significante hacia otro significante que le es en algo cercano. En psicoanálisis, la metonimia se vincula al mecanismo del desplazamiento, como uno de los dos procesos psíquicos del cual se vale el inconsciente para manifestarse. En síntesis, existe una relación entre metáfora y metonimia a partir de lo cual Lacan iguala a la estructura del inconsciente a lo que Freud denominó como los dos mecanismos del mismo: el desplazamiento y la condensación. Para Lacan, los mecanismos primarios del inconsciente, la condensación y desplazamiento, son isomórficos con la metáfora de metonimia en la retórica. La palabra, a su vez, es el medio a través del cual el psicoanálisis trabaja el síntoma. Es mediante la palabra, la asociación libre y la interpretación del psicólogo como puede afectarse al síntoma. La teoría lacaniana se nutre de la lingüística para el entendimiento de la función de la palabra dentro del psicoanálisis. Respecto del significante, parte de la lingüística tal como la plantea Ferdinand de Saussure (lingüista suizo 1857–1913), pero la lleva más adelante en su versión sobre la radicalización del significante y el significado. Saussure, en su “Curso de lingüística general”, nos muestra sus formulaciones dicotómicas: lengua/habla, significante/significado, sincronía/diacronía. La lengua es el sistema colectivo, y el habla el producto de las manifestaciones individuales de ese sistema (la lengua). La lengua como sistema se encuentra formalizada en los sujetos, pero ese sistema aparece a través de cada acto de realización del habla. El signo lingüístico es el concepto que permite la unión de la imagen acústica o significante (que es la representación mental de la cadena sonora) y un concepto o significado (representación mental de una cosa o idea). El signo lingüístico es arbitrario, porque el vínculo del significante y el significado es convencional y, por tanto, sociocultural. La preocupación de Saussure estaba en el plano sincrónico, que hasta ese momento se limitaba a la gramática normativa; con los conceptos del sistema abstracto de la lengua y la unidad psíquica y social del signo se puede plantear ese estudio también desde la perspectiva semántica. La “realidad” del signo lingüístico remite al “valor” que se le atribuye en una sociedad determinada, en el plano tanto del significante como del significado, que es algo abstracto. El valor está vinculado al sistema, puesto que este organiza los diferentes valores entre ellos. El sistema es el juego de relaciones que hay que describir. “La lengua es forma y no sustancia”. Saussure parte del signo lingüístico que enlaza no un contenido psíquico a un referente material, sino un concepto o significado con una imagen acústica o significante. Significado y significante están relacionados entre sí de manera arbitraria, y enlazados según dos ejes: el sintagmático, por conexión con otros significantes, y el paradigmático, por analogía de significados, donde cada signo vale en función de su lugar en la estructura donde está asentado. Estructura del signo: – Concepto – Imagen acústica – Significado – Significante Transferencia y dispositivo psicoanalítico Para Freud, el psicoanálisis resultaba un método de investigación, una teoría y una terapia o práctica clínica. La dinámica entre estos tres componentes es indivisible, dado que el dispositivo clínico es el marco donde se genera la evidencia empírica para la aceptación de las hipótesis del psicoanálisis y así avanzar en el desarrollo teórico. Pero a su vez, es el lugar donde existe una práctica que propone la cura a través de la palabra. Para Lacan, el psicoanálisis es la cura por la palabra. Pero la dirección de esa cura no es llevar al paciente hacia un espacio de confort u orientarlo hacia alguna dirección determinada. La idea de una cura, en el sentido de la normativización del paciente, encuentra en Lacan un teorizador de la ética del analista. Si el análisis es un espacio conceptual diferente, la palabra que se utiliza en ese marco y la dirección de esa cura no es esencialmente una terapia, sino una práctica clínica. La diferencia de la palabra dentro de este dispositivo clínico es el uso que se hace de ella. Al analizar los fenómenos que acontecen en dicha práctica, la estructura de la transferencia, que es la relación entre analista y analizado, está signada por lo inconsciente. Por ello, la estructura homóloga entre inconsciente y lenguaje se actualiza en ese tipo de práctica clínica. El uso de la palabra y el lenguaje como el espacio donde se expresa el inconsciente hace que esta palabra sea distinta a la que se utiliza en otras técnicas psicoterapéuticas. Si la palabra, los lapsus, los sueños y en general los fenómenos del inconsciente son capaces de operar sobre el síntoma, es solo porque este último es efecto de la estructura de lenguaje que posee el inconsciente. Esta dinámica isomórfica existe también para el psicoanálisis en otro tipo de terapias, pero no es la que se analiza. Lacan toma su noción de estructura de lenguaje, pero realiza una transformación conceptual; señala, a diferencia de lo postulado por Saussure, que el significante tiene la primacía sobre el significado. Un significante no está unido de manera unívoca a un significado, sino que es intercambiable de manera arbitraria. Postula que la manera que un significante encuentre su significado es a través de la articulación con otro significante. El significante es capaz de crear, por sus permutaciones, el significado. Pero en este punto debemos percatarnos que todo este proceso de creación significante conlleva indefectiblemente una pérdida. En la teoría de Lacan, el concepto de “Estadio del espejo” constituye un aporte clínico-teórico. El niño, al ver su figura en el espejo, reacciona con asombro y alegría. ¿Cuál es el fenómeno? En el Estadio del espejo se da un hecho singular que ocurre en lactantes con edades comprendidas entre 6 y 18 meses. De hecho, a esa edad, el bebé tiene algunas experiencias constituyentes. Por el momento se encuentra con su propia imagen reflejada en el espejo, lo que se convierte en la matriz del yo organizado de acuerdo a la identificación especular y su consecuente destino alienado. El cuerpo interpreta el papel principal en este proceso porque el gran problema del cuerpo fragmentado tiene que ser resuelto aquí para que le posibilite al niño la imagen de sí mismo. La imagen sorprende como anticipatoria de lo que todavía no tiene y precipita en una matriz primordial del yo. La identificación primaria con una imagen no es más que la promesa de lo que devendrá, pero esta temprana identificación se genera porque se refleja en la mirada de la madre. Lo importante de este estadio indicado por el psicoanálisis francés está articulado a la existencia del nudo entre lo real, lo simbólico y lo imaginario. Al respecto de lo imaginario, el estadio del espejo inicia una estructura de vínculo que como modelo operará a lo largo de toda la vida. Registro de lo imaginario Según la postura psicoanalítica de Jaques Lacan, la constitución subjetiva del individuo se organiza mediante el entrelazamiento de tres registros: el “imaginario”, el “simbólico” y el “real”. La fase del espejo pertenece al registro de lo imaginario; otorgará al sujeto la posibilidad fundamental de concebirse como unidad, a imagen y semejanza de un “otro” especular. Con el ingreso del individuo al universo simbólico, al mundo de la palabra, esta relación primigenia especular se plasmará en la dialéctica del deseo, en una búsqueda del “otro” perdido. Dicho de otro modo, cuando el infante adquiere la habilidad de utilizar el lenguaje puede materializar su deseo mediante el discurso. La metonimia y la metáfora, leyes que rigen el funcionamiento del inconsciente, conformarán una intrincada red de significantes que irá otorgando sentido al mundo circundante. Sin embargo, hay algo de este intrincado mundo simbólico que escapa a la palabra y su posibilidad delimitativa y se sumerge en un universo prelingüístico. Ambos registros, el “imaginario” y el “simbólico”, se encuentran dominados por un mismo esquema la búsqueda de un “otro”. Estadio del espejo El yo es, inicialmente, otro; el sujeto se constituye en y por un otro semejante. Esta identificación es un primer paso para la constitución del sujeto. Todo lo que sigue está basado en este primer reconocimiento, equivocado (méconnaissance), en cada identificación posterior a lo largo de la vida del sujeto. La identificación de uno mismo en términos del otro. Más aún: para que el yo constituido durante el estadio del espejo pueda devenir sujeto, se hace necesario la entrada del registro simbólico, el registro de la palabra. Es la función paterna, ley simbólica, lo que permite al infante ser sujeto que pueda relacionarse mediante la palabra con el otro. El yo está en una línea de ficción irreducible, incluso antes de su determinación social. El yo debe entonces resolver su discordancia con respecto a su propia realidad. Un YO IDEAL, imago anticipatorio, adelanta lo que queremos ser, lo que no somos, una imagen mítica narcisista. En el registro simbólico, la introducción de lo simbólico a través del Edipo atenuará las imagos especulares. Primero entonces tenemos el sujeto alienado a lo imaginario (en el deseo del otro, el semejante, el estadio del espejo) y luego la alineación en lo simbólico al discurso del Otro (la ley, las normas, la estructura del lenguaje). Esta alienación a lo simbólico, que permite salir de lo imaginario y de esa imagen especular, es posible gracias a la metáfora paterna. El niño descubre que el deseo de cada uno debe someterse a la ley del deseo del otro. La metáfora es la forma donde la Ilusión de “ser el falo” a “tener el falo”. El padre tiene el objeto del cual la madre depende e impone una ley que le causa la castración. Transmite la ley, es un juego de identificación del varón con su padre y la niña con el “no tener”. La función paterna no es necesariamente ejercida por un progenitor, sino que puede acoplarse a distintos actores. Al ser una función, puede también ser ejercida por la madre o cualquier otra persona en posición paterna, en posición de imponer la ley y generar la norma. Lacan considera al yo como algo constituido en el campo del otro, heredero del estadio del espejo, y generado gracias al lazo social. Por lo tanto, el yo no es aquella fuerza de control racional sobre la psiquis, sino un espacio de conflicto permanente solo soportable mediante el autoengaño. El Otro, a diferencia del otro (con minúsculas, que es lisa y llanamente un semejante), es siempre un Otro significativo. De él parten las demandas para el sujeto que configuran tanto el ideal del yo como el superyó. El Otro es siempre modelo (identificatorio); son las voces agenciadas por el superyó y los ideales provenientes del otro. La primacía de las pulsiones para explicar el comportamiento humano es posible gracias a articulación de la pulsión en el registro simbólico que constituye el deseo. En el caso de Lacan, creemos que se ha apoyado en su experiencia analítica y en los textos freudianos para elaborar la hipótesis de los tres registros. Por otro lado, los tres registros no se proponen como una tercera tópica que se suma a las freudianas, sino que alteran, desde su introducción misma, el esquema de pensamiento monista o dualista: cuerpo- alma. En este sentido, los registros no son registros del aparato psíquico o del cuerpo, sino registros de la realidad humana, del ser-hablante y del campo práctico del dispositivo analítico mismo. De esta manera, la introducción de los tres registros en el psicoanálisis por parte de Lacan, orientado inicialmente por un retorno a Freud, es solidaria de un reordenamiento de la clínica psicoanalítica y posee, desde su fundamento mismo y a diferencia de las categorías de cuerpo y alma, un carácter y valor clínicos fundamentales en la teoría psicoanalítica. Para Lacan, lo que entendemos como “la realidad” es el reflejo ilusorio del espejo de lo imaginario. Lo imaginario nos da una idea de conocimiento, de la imagen que tenemos de los objetos que nos rodean, incluso de nosotros mismos. El registro de lo imaginario significa que vemos ese objeto desde alguna mirada particular con algún sesgo, desde alguna perspectiva y no en forma simultánea ni desde su interior. Solo vemos desde una perspectiva en un tiempo y espacio y no podemos incluir todas las versiones del objeto. La realidad como imagen es la imagen que construimos en el espejo, la de un yo que está fragmentado inicialmente. Cuando se sustituye el objeto real por nuestra imagen, idea o nombre del objeto, se pierde algo. No podemos conocer la realidad tal cual es, es incognoscible. Esa realidad incognoscible, donde nada se ha perdido, donde el objeto esta todo, aquello que no se puede simbolizar ni traducir en palabras, ese es el registro de lo real. Desde ya que podemos representarnos acercamientos al objeto, pero lo representado no será jamás lo real. Lo imaginario y lo simbólico son entonces acercamientos a lo real, pero sin llegar a alcanzarlo. “Lo real” remite también a aquello reprimido originariamente: lo real es aquí el conjunto de representaciones que jamás podrán hacerse conscientes; en tanto reprimido, en tanto escena original, lo real irrumpe a través de los fenómenos del inconsciente en la conciencia y, de este modo, las representaciones despliegan su influencia en la vida de la persona. De allí que el intento de conocernos a nosotros mismos esté destinado al fracaso. El fracaso sobreviene de que es en el yo como objeto que esta distorsión alcanza límites irreconocibles. Creemos ser algo que en lo real no somos, y es a esto a lo que se refiere Lacan cuando dice que el yo es el punto de máximo desconocimiento del sujeto. Si aplicamos la idea que lo real es incognoscible y que el yo solo puede tener ilusión de integración a través de lo imaginario, que es una imagen distorsionada, entonces solo veremos esa ilusoria imagen del sí mismo. Esa ilusión se constituye sobre la base de nuestra imagen corporal ampliamente distorsionada. Lo simbólico Imaginémonos en la playa jugando con la arena húmeda. De repente, a partir de esa materia prima que es la arena se nos ocurre modelar un muñeco. Los muñecos que harán mis amigos serán distintos al mío y distintos entre sí porque cada uno lo ha imaginado de manera diferente. En suma, nacemos con un cuerpo real, y parte de nuestro desarrollo psíquico normal consistirá en “moldearlo” sobre la base de nuestra imagen especular en la fase del espejo y luego sobre el modelo de la cultura por la aceptación de la metáfora paterna, la ley y el desarrollo del complejo de Edipo, en el registro de lo simbólico. Aquello que nos hace similares a otros, que permite tener un idioma, una lengua compartida, aquello que permite socializarnos. Sobre el dispositivo psicoanalítico lacaniano J. Lacan también enfrenta a la estructura de la Asociación Psiconalítica en lo referente a la clínica. Critica fuertemente los procedimientos que fueron instituidos por la Apa buscando asegurar y acreditar las acciones de sus propios asociados. En particular, su disputa sobre el modo de abordar los asuntos clínicos contra el psicoanálisis imperante, estuvo signado por un retorno a Freud. Lacan luchó por mantener vivo el invento de Freud dentro de la misma comunidad analítica. Combate la institucionalización de la enseñanza de Freud que transforma el invento en un procedimiento estandarizado, con una estructura de control de la acción y de la práctica clínica. La clínica lacaniana indicaba que este retorno a Freud no significaba repetir, sino que animaba a que cada analista reinventara el psicoanálisis. La clínica lacaniana intenta trabajar el lugar de la ignorancia en el saber del paciente, para que así pueda inscribirse lo nuevo. Lo nuevo solo puede inscribirse si hay una falta, una incógnita. El saber ignorar, que no hay que confundir con el no saber previo a todo aprendizaje, es el hueco necesario para poder acoger el saber nuevo. En este dispositivo el hecho de plantearse problemas significa hacerse preguntas y a su vez afirmar que no se sabe por qué suceden las cosas que ocurren. Y por qué a consecuencias de esas cosas deviene el malestar y dolor. A esas preguntas que motivan al paciente a llegar al análisis, no hay respuesta posible. En el saber analítico, la respuesta no se recibe del Otro, sino que se construye, con un Otro (a veces el analista) que causa y orienta, pero que cada uno tiene que construir. Lacan expresa que solo nos hacemos las preguntas cuyas respuestas ya tenemos. Es una tesis que al nivel de la experiencia parece sorprendente. En todo caso en esta tesis de Lacan, el tener la respuesta no impide que se tenga que producir. Y de hecho es lo que hacemos en un análisis: producimos unas respuestas que estaban antes de la pregunta. El retorno a Freud implica valorizar la asociación libre, como regla principal, es decir la invitación a decir todo lo que se quiera y la constitución del lugar supuesto al saber y el fenómeno de la transferencia. La función primordial de un analista es escuchar al paciente: toda palabra obtiene una respuesta a condición de que haya una escucha, un lugar de escucha en donde debe permanecer el analista. La función de la escucha, la especificidad de esa función en psicoanálisis, no podría ser concebida siquiera si no se interroga la función de la palabra. Ya vimos la subversión que Lacan realiza sobre la idea de la lingüística al respecto de los conceptos de significante y significado. Insistimos en no perder de vista el hecho de que prestar atención a la palabra del paciente no implica solo oírlo, sino también atender a las formas en que el paciente mismo enfrenta su palabra, a como él se vincula con ella, qué dice él sobre ella, cómo y qué lee el paciente mismo. La experiencia analítica implica colocar al paciente frente a su palabra. El analista no interroga al sujeto, sino que interviene a través del fenómeno de la transferencia. La transferencia permite hacer surgir el campo de la escucha y desde allí llama la atención del paciente sobre su propia palabra, es decir convoca al paciente a que él mismo escuche lo que dice. Mientras que para Freud la oportunidad terapéutica lleva conocimiento al respecto de aquello que fue reprimido, Lacan otorga importancia a la palabra del paciente, pero no podría ser entendida como oportunidad de captura del sentido de dicha palabra ya que el objetivo de la clínica psicoanalítica no puede ser entendido como captura o generación de saber o de conocimiento. Para el análisis lacaniano, el dispositivo no tiene como objetivo generar un saber, dado que un paciente no podría decirnos aquello que no sabe. Tal es la proposición de lo inconsciente: un saber articulado en cadenas de significantes, que en tanto formación del inconsciente –sueños, lapsus, actos fallidos, etc.–, articulan un saber sobre el cual el paciente no solo expresa no saber nada, sino que llega a no reconocerlo como propio. Ese saber no propio que causa el síntoma, es el que la presencia del analista, con el fenómeno de la transferencia, hacen posible poner en incógnita. 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