Nuevos Actores y Cambio Social en Latinoamérica PDF

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Summary

This document explores the relationship between actors and social change, particularly in Latin America. It argues that contemporary social science in the region often overlooks the complex interplay of factors affecting transformation and prioritizes subjective interpretations. The text suggests a theoretical framework for a more comprehensive analysis, considering the unit of transformation, ordering vector, and normative principles.

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PARTE 1 APROXIMACIÓN PANORÁMICA LOS ACTORES Y EL CAMBIO SOCIAL TENTATIVA DE RECONSTRUCCIÓN PARA UN FUTURO LATINOAMERICANO1 Esteban Torres DESDE LA APARICIÓN de la primera civilización sumeria en la baja Mesopotamia, hace más de 30...

PARTE 1 APROXIMACIÓN PANORÁMICA LOS ACTORES Y EL CAMBIO SOCIAL TENTATIVA DE RECONSTRUCCIÓN PARA UN FUTURO LATINOAMERICANO1 Esteban Torres DESDE LA APARICIÓN de la primera civilización sumeria en la baja Mesopotamia, hace más de 3000 años, todas las corrientes de pensa- miento humano asumieron como propias dos premisas elementales: que cada acción puede generar un efecto determinado y que ese efecto se asocia a la producción de algún cambio. Desde entonces también se hizo evidente para el planeta en su conjunto que toda entidad viva con capacidad de actuar en su universo, desde el momento que lo hace, se convierte en actor.2 Junto a ello, todas las culturas humanas han logra- do comprender, más temprano que tarde, que para conectar la acción de un actor con los cambios que eventualmente puede producir, es necesario que ese vínculo se pueda recrear en el pensamiento. Ya sea que se produzca primero allí, como un disparo intelectual activador, que se exprese en simultáneo, como una argamasa indivisible de prác- ticas, o bien que se establezca en diferido, a partir de una operación 1 Quisiera agradecer muy especialmente a José Maurício Domingues, Juan Pablo Gonnet, Jacinta Gorriti y Juan Pablo Patriglia por la lectura atenta y los agudos co- mentarios a este texto. Los desaciertos que aún pueden subsistir en el trabajo son de mi exclusiva responsabilidad. 2 Aquí empleo la noción de “actor” sin pretender entrar en la discusión de si tal categoría es más o menos pertinente que otra similar. 17 Esteban Torres mental retrospectiva. Lo cierto es que no imagino cómo, a partir de qué argumentos, estas premisas podrían resultar falsas y por lo tanto perder la universalidad que a priori le adjudico. No perderá validez, seguramente, por ser menos efectista que la ley de la prohibición del incesto postulada por Lévi-Strauss, ni por resultar menos romántica que la ley del poder sugerida por Foucault en Historia de la sexualidad. Pero los supuestos universales que anudan la acción, los actores y el cambio parecen terminar allí. Desde el minuto uno de las civili- zaciones humanas, se vienen transformando los registros respecto a qué y a quiénes se puede considerar actores, y respecto a cuál es la unidad de transformación que permite dimensionar los efectos que producen aquellos a quienes les adjudicamos una potencia actuante. Es la fijación de un piso de respuestas provisorias a tales inquietudes la que permite actualizar el interrogante respecto a qué es exacta- mente lo que cambia cuando algo cambia a partir de los efectos iden- tificados. Como es de esperar, tales transformaciones, a la vez semán- ticas y materiales, tampoco fijaron un sentido interpretativo único para cada momento y para cada localización. Más bien consiguieron actualizar, una y otra vez, un campo difuso para el enfrentamiento entre visiones, con ganadores y perdedores. En aquellas circunstan- cias y pasajes históricos en los cuales los ganadores lograron arrasar con los derrotados, terminaron instalando por tiempo indeterminado lo que se suele llamar “espíritu epocal” o “clima de época”. Se trata de algo más denso, más profundo y menos contingente que una situa- ción de hegemonía. Lo cierto es que siempre resultó difícil conocer los modos en que se afectan recíprocamente los diferentes actores y los cambios acae- cidos en sus propios campos y en sus sociedades históricas. Sin pre- tender abundar en registros básicos, debemos recordar que resulta imposible arribar a un conocimiento científico único sobre el asunto, por más objetivo que resulte. Tal imposibilidad se evidencia desde el momento en que todo acto metódico de conocer se orienta por in- tereses y valores diferentes. Junto a ello, no será el mismo conoci- miento el que se puede obtener si el investigador se autorreconoce como actor en la maraña de aquellos procesos sociales que está estu- diando, que si asume una disposición de espectador y hace de cuenta que esa inacción es dadora de una mayor imparcialidad. Si los puntos de partida difieren en tal aspecto, los conocimientos que se terminan extrayendo de las búsquedas involucradas no pueden ser semejantes entre sí. En cualquier caso, contra todo academicismo irreflexivo, es necesario advertir que las disposiciones antagónicas actor/espectador no predeterminan un diferencial de cientificidad o de objetividad del conocimiento a favor del segundo. De igual modo, contra todo activis- 18 Los actores y el cambio social mo apresurado, tal dualismo tampoco preestablece un diferencial de compromiso —no al menos genérico— a favor del actor como repre- sentación de sí mismo y como cuerpo en movimiento. La capacidad para correr los límites del conocimiento humano en alguna dirección es la constatación primera de que hay militancias encendidas y nece- sarias en la propia aventura científica. UN MARCO ANALÍTICO PRELIMINAR A lo largo de la llamada historia moderna, las ciencias sociales pu- dieron validar su existencia en la medida en que fueron capaces de procesar, a partir de propósitos racionales y de valores colectivos, vo- lúmenes ilimitados de complejidad social y de indeterminación his- tórica. Entre las principales operaciones que demanda la realización científica destacan precisamente la reducción de la complejidad social y la conquista de nuevas síntesis. Ambas maniobras, para poder des- plegarse sin mayores extravíos, necesitan romper, enriquecer o bien trascender el sentido común. Montados en la estela de esta preten- sión descubridora, quisiera ofrecerles un marco analítico preliminar, ciertamente modesto, para abordar el marco de variaciones señaladas en el punto anterior. Para ello partiré de un registro contemporáneo. Según mi apreciación, el sentido común actual en las ciencias socia- les regionales, particularmente en la constelación de izquierdas, está principalmente marcado por visiones subjetivistas. Grosso modo, tal matriz dominante invita a suponer que los actores del campo popular, en la medida en que expliciten su voluntad por transformar la realidad social y se movilicen en algún grado a partir de tal pretensión, es- tán automáticamente en condiciones para incidir en la dirección que adoptan los procesos de cambio social. El subjetivismo contemporá- neo aludido es portador de imaginarios múltiples, pero sobre todo menos realistas que aquellos que proyectaban los viejos voluntaris- mos modernos. Este sentido común académico se alimenta de un flujo de irreflexividad y de una propensión antiteórica de alta intensidad. Hablo de una primacía de tales ingredientes en la medida en que los flujos subjetivistas no se detienen a discernir cuál es la unidad social de transformación en juego al momento de aproximarse al movimien- to de los actores, no convierten dicha unidad concreta en su objeto de estudio en primera instancia, y por ello mismo no se interrogan por sus determinantes. Al no ocuparse de estas tareas, las visiones subje- tivistas no están en condiciones de intuir la envergadura de las resis- tencias que deberían generar determinados actores sociales, así como el volumen de fuerzas y de recursos que deberían acumular en cada circunstancia, para llegar a convertirse en protagonistas. Mal que nos pese, la realidad actual parece ajustarse a una constante histórica: la 19 Esteban Torres enorme mayoría de los actores del campo popular en América Latina, aún observados a partir de una lógica dialéctica o de una voluntad de activación instituyente, se desenvuelven como juguetes antes que, como jugadores del devenir social nacional, y más aún del devenir regional y global. En cualquier caso, tal subjetivismo dista de ser la única disposición que progresa en el continente, tiene menos gravita- ción que hace dos décadas atrás, y, a decir verdad, prácticamente no existía como corriente antes de la década del ochenta del siglo XX. Es necesario observar con detenimiento el modo en que fue evolu- cionando el vínculo teorizado entre los actores y el cambio social en el mundo para lograr discernir el marco de resolución en el que nos encontramos hoy en América Latina, y sobre todo que alcances podría tener la apuesta que acompañan al presente libro y el plan de trabajo a largo plazo de nuestro Grupo de Trabajo en CLACSO. Aquí voy a suponer que los tres componentes críticos que vienen definiendo las visiones de la relación entre los actores y el cambio en el pensamiento social occidental son la unidad de transformación en última instancia (UT), el vector de ordenamiento involucrado (VO) y el principio normativo rector (PN). La primera combina cuatro registros fundamentales: la identidad social de la investigación, un principio de objetividad, un principio de politicidad abstracta y el objeto teó- rico general del estudio. Tal como lo entiendo, la UT no necesaria- mente es el locus de la transformación imaginada ni la única unidad de transformación. La UT es la unidad social que se reconoce como condicionante de la trayectoria de los actores en primera instancia, y, por lo tanto, la primera unidad que debe ser considerada al momento de observar el despliegue de la vida y de los planes de los actores. El VO, en cambio, tiene que ver con el método en un sentido aplicado. Este segundo componente pretende responder a la siguiente pregun- ta: ¿cómo nos aproximamos en términos analíticos al problema de la unidad de transformación seleccionada? Para lograr responder este interrogante las diferentes visiones modernas, a partir de mediados del siglo XIX, han optado por definir, de un modo más o menos explí- cito, objetos de primer y de segundo orden. Este punto lo desarrollaré más adelante. Y, finalmente, el PN integra cuatro elementos: la identi- dad axiológica de la perspectiva involucrada, los valores a partir de los cuales se define la crítica en relación a la UT delimitada, el horizonte de expectativas de transformación de dicha unidad, y finalmente, de modo indirecto, un principio de politicidad concreta. Sostengo en este caso que involucra un principio de politicidad concreta en la medida en que se hace necesario observar cuáles serían los actores portadores de los valores definidos como propios en relación a la UT. 20 Los actores y el cambio social Las formas concretas y los contenidos que asumieron tales com- ponentes críticos, la UT, el VO y el PN, fueron cambiando a lo largo de la historia. Y con cada cambio se fue complejizando el escenario inte- lectual. Esta complejización creciente viene arrojando resultados am- bivalentes. Por un lado, la evolución intelectual de la sociedad mun- dial de los últimos siglos apunta hacia la expansión de los horizontes de conocimiento histórico-sociales, si bien tales avances no han resul- tado lineales. Por otro lado, la creciente complejización del universo intelectual ha producido como efecto tardío un marcado desacople entre el sustrato material y el componente intelectual de los procesos de cambio social. Si bien el dinamismo general de las sociedades viene incrementándose, pareciera que al menos desde fines de la década del setenta del siglo XX los procesos de transformación material corren más deprisa y de un modo más unificado que los procesos de reorde- namiento intelectual. Entre otras consecuencias, este desfasaje está generando un conjunto de problemas críticos para la comprensión del vínculo que se establece en la actualidad entre los actores y los pro- cesos de cambio social en América Latina. Para intentar dimensionar los alcances de la situación sociointelectual que estamos atravesando propongo trazar una línea de progresión que contempla las diferentes constelaciones intelectuales dominantes que se fueron sucediendo a lo largo de la historia occidental hasta la actualidad. Al final de este texto panorámico extraigo algunas conclusiones que permiten iden- tificar algunos de los grandes desafíos que tenemos por delante para avanzar en la edificación de un futuro latinoamericano apoyado en el conocimiento de las relaciones existentes entre el plexo de actores y el cambio social en la región y en el conjunto de la sociedad mundial. LAS CONSTELACIONES PREHISTÓRICAS Y SU PROGRESIÓN: EMERGENCIA DE LA MODERNIDAD OCCIDENTAL (AC - MITAD DEL SIGLO XIX) El pensamiento occidental que registramos, y del cual somos herede- ros renegados, se conformó como corpus sistemático hace un puñado de siglos a partir de reconocer al universo como unidad última de transformación. Me refiero al universo astronómico y al universo ce- lestial, recreados por las filosofías metafísicas premodernas. El modo de aproximación al desciframiento de ambas constelaciones se produ- jo a partir de intensificar la especulación sobre el devenir del mundo de los dioses y del mundo de la naturaleza. De ambos se desprendía la dimensión humana de la existencia. Aquí los actores centrales del cambio eran supraindividuales y por lo tanto prácticamente incues- tionados. Se trata, como decía, de dioses y de sistemas naturales. En este estadio ralentizado, los humanos se autopercibían como títeres 21 Esteban Torres de un destino trascendental asentado en un conjunto de operaciones recreadas fuera del dominio de sus vidas cotidianas. Podríamos supo- ner que este es el cuadro intelectual del desarrollo del mundo occiden- tal desde los tiempos antiguos y feudales hasta el advenimiento de la modernidad europea. Si bien este escenario comenzó a modificarse a fines del siglo XVI, aguijoneado por la invasión a América, será recién a mediados del siglo XVIII que la UT y el VO se alteran definitiva- mente. Si bien el mundo entendido como universo siguió siendo la unidad de referencia, desde entonces comenzó a prevalecer su dimen- sión astronómica por sobre su entidad celestial. En cualquier caso, en este tramo histórico el gran trastocamiento se produjo en relación al principio de ordenamiento. Los actores protagónicos dejaron de ser Dios y la naturaleza. Ahora en el centro de gravitación estaban los seres humanos europeos, sus musculaturas normativas y su capaci- dad autónoma de raciocinio. El primer golpe social de secularización de la historia occidental lo ofreció la Revolución Francesa de 1789. Este acontecimiento popularizó las consignas de libertad, igualdad y fraternidad3 como modo de reconocimiento de las nuevas demandas de derechos de los individuos franceses (sobre todo hombres) en rela- ción a las formas de gobierno de su propia sociedad nacional. Si bien en ese momento circularon diferentes significados concretos de cada uno de tales valores abstractos, versiones que incluso se contraponían entre sí,4 todas las acepciones aceptaban la tutela estatal de los indivi- duos, a la vez que se circunscribían a su propia sociedad nacional. La axiomática francesa no nace como un conjunto de consignas univer- sales. Ni siquiera con pretensiones de universalidad. Lo que sí se dis- para a partir de entonces es la globalización de esta tríada normativa. Y dicha globalización estará repleta de ambigüedades semánticas, de marchas y contramarchas que fueron redefiniendo su matriz liberal en cada circuito de apropiación, al mismo tiempo que conservaron en todos los casos ese nacionalismo societal originario. Al iniciarse la ex- portación, lo primero que se desvaneció de la fórmula fue su función crítica antimonárquica. En cualquier caso, no caben dudas que será tal propulsión francesa la que se establecerá como horizonte norma- tivo prácticamente excluyente de la modernidad europea a partir de 3 Al parecer el lema se formaliza por primera vez en 1790, en un discurso que ofre- ció Robespierre sobre la organización de las milicias nacionales. 4 En el marco del proceso revolucionario, el reclamo de igualdad de la burguesía francesa se limitaba a una noción de igualdad ante la ley, con la pretensión de cir- cunscribir la consigna a la liquidación de los privilegios legales estamentales. Los grupos más radicalizados, en cambio, insistían en la conquista de una igualdad so- cial que permitiera disminuir las enormes diferencias económicas generadas por di- chos privilegios estamentales y por la progresión de la economía capitalista. 22 Los actores y el cambio social mediados del siglo XIX, ingresando en el núcleo de la Constitución francesa en 1848 y en las diferentes constituciones del viejo continen- te de allí en adelante.5 Por su parte, la encargada de asestar el primer golpe intelectual de secularización de la historia mundial fue la filosofía moderna. La operación filosófica central consistió en convertir a los individuos en actores abstractos, rompiendo la idea de una determinación desde arriba por el mundo de los dioses y desde afuera por el mundo de la naturaleza. Esta corriente buscó sepultar la idea de la progresión de un influjo extrasubjetivo sobre la trayectoria de los individuos. En el núcleo de esta gran maniobra europea estuvo Immanuel Kant. Fue el filósofo alemán el principal promotor de “la libertad de hacer uso público de la propia razón en todo respecto” (Kant, 1784). Para Kant, “todo ser racional debe actuar como si a través de sus máximas fuera en todo momento un miembro legislativo en el ámbito general de los fines” (1900, p. 438). Aquí vemos cómo se instala desde la filosofía la libertad individual como valor social central. Recién a partir de la generalización de este nuevo VO y del nuevo PN liberal es que las so- ciedades pudieron responsabilizar por completo a los individuos de sus propias acciones. En cualquier caso, la emergencia de la moder- nidad no destruyó la aproximación metafísica al mundo como uni- verso. Simplemente la actualizó. Desde entonces, desde mediados del siglo XVII, esta idea de universo centrada en el filósofo experimentó avances y retrocesos. Dicha renovación integral de la UT, del VO y del PN persistió a lo largo de dos siglos. Aquí ya es posible constatar una compresión temporal respecto a la duración del estadio anterior. A principios del siglo XIX sobrevino nuevamente en Europa una revolución intelectual mayúscula, que afectó principalmente a la UT. A partir de entonces el universo astronómico y su movimiento cedió el paso a la sociedad europea y su devenir. Con este cambio se termina desplomando la idea de un saber cosmológico producido a partir de la especulación del individuo. El VO ya lo había instalado Kant: los individuos europeos serán los actores de referencia de su sociedad nacional, y, por extrapolación expansiva, de las restantes sociedades desconocidas. Pero ahora los actores potenciales serán todos y cada uno de los individuos abstractos de la sociedad y no solamente los filósofos. Este reconocimiento ampliado continúa presuponiendo el predominio de los intelectuales y sus prácticas contemplativas. En cualquier caso, el intelecto europeo dejó de enmarcarse en un arriba 5 En línea con la restricción comentada, es importante no perder de vista que, en Europa, a partir de la Constitución francesa de 1848, las relaciones entre constituci- ón y nación se limitaron a la formación interna de cada nación (Kirsch, 2008). 23 Esteban Torres supraterrestre para comenzar a mirar, desde el nuevo pináculo de la filosofía racional, a una sociedad europea embriagada por su proce- so de expansión mundial. En el centro de esta tercera transformación está la obra de Auguste Comte y la sociología moderna en su primera versión filosófica y positivista. Poco sentido tiene advertir aquí que la sociología como ciencia será para el filósofo francés la síntesis supe- rior de todas las ciencias, dado que aún no se habían institucionali- zado las diferentes disciplinas que hoy conocemos. Con Comte (1844) comienza a generalizarse la idea de la realidad social material con- templada por el individuo como sustrato último, en reemplazo de la abstracción esencialista. Tal noción presupone el paso de una razón abstracta a una razón aplicada como núcleo fundante del conocimien- to social, traccionada por una idea de progreso humano evolutivo. En este tercer momento cambia radicalmente el principio dominante de universalidad. Se retrae y se reconfigura. A partir de entonces el pensamiento social dominante denomina “universal” al todo europeo en expansión y no al todo galáctico visto desde la misma Europa. Sin dudas, Hegel (1807) fue el ideólogo principal de este nuevo espíritu universalista. Si el primer movimiento duró más de cinco siglos y el segundo alrededor de dos, el tercer estadio mencionado no llega a so- brevivir 50 años. Este creciente dinamismo cultural no fue producto del azar ni de prodigios individuales sino de la brutal revolución téc- nica y económica que acontecía en el norte de Europa. LA CONSTELACIÓN MODERNA CLÁSICA: EL MONOPOLIO NOREUROPEO (MITAD DEL SIGLO XIX - MITAD DEL SIGLO XX) La cuarta transformación intelectual se extiende aproximadamente por un siglo, desde mediados del siglo XIX hasta el fin de la Segun- da Guerra Mundial. Este nuevo estadio trajo consigo el cambio más radical de la historia intelectual moderna: por primera vez se imbri- can la UT y el VO. La primera continuó siendo las sociedades histó- ricas céntricas, delimitadas por Comte y Hegel, aunque proyectadas en mayor medida hacia las sociedades no europeas. Junto a ello, el modo de delimitación clásico de la sociedad nacional europea como unidad última de transformación quedó sujeto en buena medida al esclarecimiento teórico y empírico de los conceptos de sistema social, estructura social y/o de formación social. Y para la definición de di- chas nociones se empleó en primera instancia una conceptualización del sistema económico de las sociedades históricas. De este modo, la definición de la UT demandó en todos los casos la integración de una teoría del capitalismo europeo. El vector de ordenamiento, por su par- te, experimentó un cambio drástico: transitó del individuo que piensa a la sociedad que actúa en su multiplicidad conflictiva. De la imbri- 24 Los actores y el cambio social cación de ambos componentes, efectuada desde una Europa que ace- leraba su expansión mundial y se autotransformaba a partir de ello, embebida en un clímax optimista, nace la teoría moderna del cambio social. Esta teoría es antes que nada la teoría del cambio interno de la sociedad moderna europea. En el centro de esta gran transformación intelectual está Karl Marx. Ya es historia conocida que el principal documento que testimonia la revolución teórica en cuestión es Tesis sobre Feuerbach. En ese escrito, Marx encuentra en Feuerbach la per- sonificación del tercer momento que hemos señalado, con epicentro en Comte. Para registrar de modo sintético la radicalidad del cambio que propulsa el sociólogo alemán en relación a sus predecesores no deberíamos mirar primero la archicitada tesis once, sino un fragmen- to de la tesis cuarta. Allí Marx (1845) señala: “Feuerbach diluye la esencia religiosa en la esencia humana. Pero la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales”. Es cierto que aquí Marx parece disparar contra Kant antes que contra el materialismo contemplativo de Feuerbach, confundiendo la unidad de transformación en última instancia con el vector de ordenamiento. Pero la confusión se disipa parcialmente si reparamos en el último fragmento de la tesis dos: “El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica, es un problema puramente escolástico”. De este modo, la teoría moderna del cambio social, inventada por Marx, es una teoría del cambio de las sociedades que terminará marginando para siempre a la filosofía. Si bien desde Comte las sociedades históricas nacionales se convirtieron en las UT, en el estadio conducido por Marx se asu- me que el cambio principal lo generan las propias sociedades y no la filosofía. Es precisamente a ello a lo que la teoría moderna llama "cambio social". El cambio deviene en cambio social cuando integra las dos premisas indicadas: la sociedad nacional se convierte en su UT y esa misma sociedad recreada en el pensamiento, concebida como un plexo de actores enlazados entre sí, provoca el cambio de tal unidad. La teoría moderna del cambio social, y con ella la sociología clásica, se convierten de este modo en un dispositivo auxiliar de los procesos concretos de cambio social. Se autoconciben como una empresa au- xiliar en relación a la creatividad del mundo social, pero sin perder la pretensión legisladora heredada de la filosofía moderna. Aquí dis- tinguimos entre dos sociologías modernas del siglo XIX: la sociología moderna filosófica, centrada en Comte, y la sociología moderna clá- sica, iniciada por Marx. La sociología se vuelve clásica cuando consi- gue inscribir al individuo en la forma sociohistórica que posibilita su existencia, y cuando consigue supeditar a la propia sociología a la rea- lidad social cambiante que permite la definición de este nuevo objeto 25 Esteban Torres científico en expansión. Debe denominarse “clásica” a esta sociología porque logró idear soluciones perdurables y no porque se llevó a cabo en un período determinado. Tal discernimiento implica que no se pue- den considerar “clásicos” a todos los intelectuales de ese tiempo y es- pacio de producción. Siendo más exactos, deberíamos sostener que la de Marx es una teoría del cambio de las sociedades europeas, revesti- da del espectro universalista que Hegel ya había elevado a su máxima expresión. Recién a mediados del siglo XX las ciencias sociales, des- de la periferia mundial, lograron desbloquear por primera vez, y por un período corto, la ficción universalista que acompaña el despliegue de la teoría moderna europea. Esto último lo veremos en el próximo punto. Volvamos al cuarto estadio inaugurado con Marx. La nueva imbricación comentada de la UT y del VO, desde el momento que descentra al filósofo —y en cierto modo a todo individuo abstracto— y desde el instante que fija una equivalencia entre lo social y la sociedad histórica, trasformó el VO. Podríamos suponer que desde Marx tal vector se redefine a partir de discernir entre un objeto de primer orden y otro de segundo. El vector de primer orden pasa a ser la propia no- ción de cambio social en toda su familia terminológica, o bien algún elemento nuclear que compone tal categoría. Y el de segundo orden pasarán a ser los actores sociales a la vez identificados y seleccionados como protagónicos de dicho cambio. El objeto de segundo orden es en todos los casos dependiente del primero. Esto significa que la teo- ría de la acción es un desprendimiento más o menos dependiente de la teoría del cambio social. Y esta última, a su vez, depende de la UT, que es la sociedad moderna. O, mejor dicho, la teoría de la sociedad moderna. Sostendré entonces que la sociología clásica adopta dicha arquitectura relacional. En la visión marxiana, la evolución expansiva y contradictoria del sistema capitalista europeo recrea al conjunto de los actores y sus acciones; en la visión weberiana, lo hace la evolución expansiva del proceso de racionalización de las mismas sociedades, y en la perspectiva de Durkheim la evolución expansiva de la división social del trabajo de y desde las sociedades del viejo mundo6 (Marx, 6 Las obras de autores como Gabriel Tarde y George Simmel, ambos contempo- ráneos a los sociólogos clásicos, quedaron encapsuladas en un pasado egocéntrico, en un mundo de leyes individuales ligado al momento de transición crítica de Kant a Comte. Si Kant prestó un servicio inconmensurable a la humanidad al pretender emancipar a los individuos de la tutela de los dioses, el liberalismo monadológico de Tarde (1983) y el individualismo formalista del primer Simmel (filósofo) fueron empréstitos reactivos, centrados en el cuestionamiento del nuevo compromiso de la sociología clásica con una identidad colectiva. El Simmel tardío luego corrige leve- mente sus posiciones atomísticas y sus totalizaciones psicosociales en el momento en que se consuma su paso titubeante a la sociología (Simmel, 1917). 26 Los actores y el cambio social 1867; Weber, 1923; Durkheim, 1893). A diferencia de las constelacio- nes anteriores, en esta cuarta ya no existe un actor predeterminado. No será Dios, no será la naturaleza recreada por el naturalismo ni será el propio filósofo. Serán los actores sociales protagónicos en el jue- go cambiante de poder del cual participan múltiples actores. Una de las preguntas centrales a responder para la constelación clásica será ¿Qué actores y serie de acciones van determinando la evolución de la sociedad y cuáles están en condiciones de hacerlo en el futuro? Este objeto de segundo orden, al demandar la identificación de los actores protagonistas, necesita atender a la totalidad de los actores involucra- dos en la escena, a las relaciones que se establecen entre ellos, y luego al peso relativo de cada actor en el juego de poder que los enfrenta con los demás al interior de una sociedad moderna que se propaga a toda velocidad por el hemisferio occidental y oriental de la sociedad mundial. Aunque la distinción formal entre lo micro y lo macro so- cial corrió por cuenta de Georges Gurvitch, un sociólogo soviético de primera mitad del siglo XX que empobreció el pensamiento social, la lógica proporcional, y en particular la lógica de reconocimiento de volúmenes de fuerzas sociales, es propia de los autores clásicos. A partir de la estructura de dependencias teóricas internas ya co- mentada, la sociología clásica efectúa una transformación mayúscula adicional en la teoría del actor y de la acción. Convierte tanto a los grupos humanos como a las organizaciones sociales en actores poten- ciales, y, muy especialmente, en actores potencialmente protagónicos. El movimiento intelectual moderno, que adquiere relevancia a par- tir de Kant, transita así de la centralidad del individuo como actor contemplativo a la centralidad de los grupos y de las organizaciones sociales como actores colectivos concretos. Se desplaza desde una vi- sión filosófica egocéntrica de los actores hacia una visión sociológica, sociocéntrica, y, por lo tanto, colectivista de los actores. De este modo, se consuma el pasaje de la acción individual especulativa a la acción colectiva con potencial de transformación social. A diferencia de las visiones previas, la teoría clásica del cambio social se estructura a partir del interrogante por el poder de determinación social de los actores colectivos. Esta modificación sustantiva involucró igualmente una colectivización y una rejerarquización de los principios normati- vos precipitados por la Revolución Francesa. Con la sociología clásica también cambia el PN. Los derechos individuales ceden el protago- nismo a la igualdad social (Marx) y a la justicia social (Durkheim y Weber),7 dos valores colectivos que venían progresando durante los 7 En los últimos años, varios autores se detuvieron a sistematizar las visiones de la justicia social de Weber y Durkheim. Para el caso del sociólogo alemán, consultar 27 Esteban Torres siglos XVIII y XIX desde los márgenes de la sociedad europea. En este punto, la modificación central consistió en el paso de la libertad individual a la igualdad y la justicia social, quedando relegada la idea burguesa de la igualdad ante la ley. Ahora bien, contraviniendo a la crítica contemporánea, este mo- vimiento sociológico no conllevó la disolución de la singularidad de los individuos y de la acción individual en los grupos, las organizacio- nes y la acción colectiva. Simplemente optó por supeditar los prime- ros a los segundos para poder responder a la pregunta por el futuro de la sociedad moderna. También es posible observar que las teorías clá- sicas del cambio social, como las de Marx, Weber y Durkheim, identi- fican en primer lugar al menos dos actores clave de un movimiento: el actor dominante y el actor expansivo. Tres actores a la vez dominantes y expansivos de la sociedad moderna marcan las visiones del cambio social de dichos sociólogos: la burguesía como clase, el Estado mo- derno y la gran empresa capitalista. Una de las diferencias sustantivas de Marx en relación con Weber y Durkheim es que aquel regula su teoría del cambio social a partir de integrar como factor protagóni- co a un actor subalterno, pero igualmente expansivo: el proletariado como clase y sus formas de organización sindical y política. Cuando Marx insiste en adoptar el “punto de vista del proletariado” no estaba invitando a la sociedad de su tiempo a visualizar a los trabajadores asalariados europeos crecientemente agrupados como un vector de primer orden, o bien como el actor expansivo con mayor poder de determinación social. A una distancia considerable de tal apreciación, la adopción de dicha perspectiva implicaba el compromiso con un ob- jeto expansivo de segundo orden, de carácter subsidiario en su poder social, pero portador de un programa de igualación social. Marx tuvo siempre en claro que las fuerzas proletarias constituían una expansi- vidad subsumida en lo inmediato a la potencia revolucionaria de la empresa capitalista y supeditada al conjunto de las fracciones bur- guesas y al Estado de cada esfera nacional. Fue la expansividad social creciente del proletariado en el marco de la evolución de las relaciones de poder en la sociedad moderna la que le permiten a Marx imaginar la conversión de la clase trabajadora en un actor expansivo dominan- te. Y sería recién a partir de esta subversión que el proletariado po- dría incidir de un modo determinante en la recodificación igualitaria desde el Estado y en una nueva dirección del cambio social orientada hacia una mayor igualación. Es precisamente el registro del modo en que se desenvuelve la relación entre las expansividades dominante y Lane, 2017 y Mendes-Quezado Fernández, 2018. Para el caso de Durkheim, ver Her- zog, 2018 y Schoenfeld y Meštrović, 1989. 28 Los actores y el cambio social subalterna en el siglo XIX el que le ofrece a Marx un sustrato real a su principio de contradicción.8 En cualquier caso, la sociología clásica, al crear un corpus triádi- co que subsume la teoría de los actores a una teoría del cambio de de- terminada sociedad histórica, lo que consigue ofrecer es una previsión respecto a los futuros probables de esa unidad de transformación en última instancia. La previsión clásica respecto al futuro social presu- pone el trazado de futuros probables para el conjunto de los actores que habitan en dicha esfera nacional. Y esa proyección se establece a partir de la premisa de que la sociología debe actuar orientando a las sociedades hacia una mayor igualación social o bien hacia una mayor justicia social. El contenido imaginado para tal orden superior recién adviene a partir de una posibilidad de realización social, dada por el registro de una expansividad concreta. No hay una diferencia radical en los modos en que Durkheim, Weber y Marx se aproximan a la evolución social futura. El esquema organicista del primero, la probabilística weberiana y la dialéctica marxiana distinguen con re- lativa claridad entre una prospectiva realista y una utopía. No hay que confundir en este sentido las simplificaciones deterministas de los discursos persuasivos sobre el futuro a largo plazo de Marx, orien- tados en términos pragmáticos a conducir el avance del movimiento obrero, con sus visiones realistas de los futuros probables, no decla- radas públicamente. De no ser así deberíamos suponer que el autor más gravitante de la historia moderna era un idiota. Una de las lógicas prevalecientes en el corpus triádico comentado es la tendencial. El conjunto de los autores clásicos pretendió discernir los secretos de la evolución social recurriendo a la identificación permanente de ten- dencias. Para Marx, Weber y Durkheim todas las sociedades y todos los actores que la componen “tienden hacia”. Y ese “tender hacia” es un modo de anticipación de futuros inminentes. En síntesis, en la so- ciología clásica, que atraviesa como una flecha ascendente los siglos XIX y XX, hay un compromiso trascendental con la elaboración del futuro de las sociedades europeas entendidas como un todo articula- do. Aunque desprovistas de una identidad sociológica explicitada, a la constelación clásica pertenecen también las principales teorías euro- 8 Una vez constatada la desaparición de la expansividad proletaria protagónica en las sociedades occidentales a partir de la década del ochenta del siglo XX, ya no hay razón alguna para sostener en nombre de Marx la oposición dialéctica entre trabajo y capital como relación determinante del cambio social. Göran Therbörn resalta este hecho social determinante cuando sostiene, a partir de la búsqueda de actualización de la teoría de Marx, la necesidad de reconocer el fin de la dialéctica del capitalismo industrial como primera gran dialéctica del siglo XX (Therbörn, 2020). 29 Esteban Torres peas del imperialismo, desarrolladas en las dos primeras décadas del siglo XX (Hobson, 1902; Luxemburgo, 1913; Lenin, 1916). LA PRIMERA CONSTELACIÓN MUNDIALISTA: RECREACIÓN AUTÓNOMA DE AMÉRICA LATINA (MITAD DEL SIGLO XX - FINES DE LA DÉCADA DEL SETENTA) La quinta constelación intelectual, dotada de una identidad socio- lógica en su manifestación dominante, se extiende desde fines de la Segunda Guerra Mundial hasta fines de la década del setenta. Este nuevo orden emerge a partir de la primera gran crisis de la sociolo- gía clásica. Los factores centrales que desorientan a esta última son las dos guerras mundiales del siglo XX, la globalización acelerada del proceso de descolonización de las naciones periféricas y la concomi- tante expansión de los movimientos populares de liberación nacional de la periferia mundial. El problema principal residió en que estas visiones sociológicas europeas, genéticamente intranacionales, no pu- dieron deconstruirse para procesar el traslado de los conflictos de- terminantes del futuro social al escenario internacional. No lograron abrir el cerrojo de su propio nacionalismo teórico, metodológico y epistémico. Las teorías marxistas y weberianas del imperialismo, tan- to las alemanas como las soviéticas, pretendieron procesar esta nueva realidad social mundial sin despojarse de su núcleo de autorrecur- sividad nacional. En cualquier caso, la crisis de la sociología clásica europea fue una manifestación específica de la crisis social general del continente, en particular de Alemania, y de su pérdida de poder en la sociedad mundial a partir de la sucesión de eventos indicados. De este modo, una vez concluidas las guerras, a mitad del siglo XX, Europa pierde posiciones en el juego de apropiación mundial, deja de ser el centro de gravitación económica y política principal, al mismo tiempo que pierde el monopolio del conocimiento sociológico. Dicho en otros términos, la desmonopolización mundial de la sociología a partir del declive relativo de la sociología clásica es un capítulo del declive gradual del centro de Europa. De este modo, antes que un momento decisivo de la decadencia de Occidente, del modo en que lo pronosticaron Oswald Spengler y Arnold Toynbee en sus voluminosas obras (Spengler, 1918; Toynbee, 1960), lo que se constató en tal mo- mento de la historia mundial fue la pérdida hasta hoy irrecuperada de la centralidad de Europa. La crisis de Europa como bloque regional abre el paso al primer momento de mundialización de la sociología moderna, que trajo con- sigo un microimpulso de democratización. Tal como mencioné, la tra- yectoria que abre esta transformación se proyecta desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta fines de la década del setenta. Dicha 30 Los actores y el cambio social mundialización se desplegó a partir de la emergencia de tres núcleos novedosos de realización intelectual: el primero, y más determinante, se constituye a partir del traslado del polo principal de poder social y sociológico de Europa a Estados Unidos. En este período la sociología estadounidense paso a ser la sociología dominante en la esfera occi- dental, particularmente hasta fines de la década del sesenta, siendo su autor más gravitante Talcott Parsons (1951). La sociología sistemática de Parsons fue dominante en un plano general sin llegar a predominar en todas y cada una de las esferas nacionales del hemisferio occiden- tal. Opuesto a este nuevo polo sociológico, como fuerza igualmente expansiva a nivel mundial, se desarrolla un programa intelectual espe- cífico, el marxismo leninismo, con epicentro en la URSS, que no llegó a desarrollar una identidad sociológica generalizada. Podríamos decir que las dos grandes potencias emergentes de la Segunda Guerra Mun- dial se convirtieron, como era de esperar, en los núcleos dominantes de irradiación intelectual. Y lograron trasladar los enfrentamientos velados de la Guerra Fría a las propias visiones del cambio social, así como a la conceptualización de los actores intervinientes en las prin- cipales contiendas. Pero lo cierto es que ninguna de ambas potencias logró repartirse el mundo en el plano intelectual. El tercer núcleo de realización se multilocalizó en una fracción de la periferia mundial recreada como nuevo polo de producción sociológica autónoma. Me refiero a un polo inexistente o invisibilizado hasta entonces, pero que se elevaba a partir de una base demográfica compuesta por las dos ter- ceras partes de la población mundial. Se trató, literalmente, de un ter- cer mundo sociológico. Este impulso intelectual generalizado desde la periferia mundial, durante las tres décadas indicadas, dio nacimien- to a la sociología latinoamericana como identidad singular, única e irrepetible. El proyecto sociológico latinoamericano, en esta primera versión autónoma, apuntaba a la superación del universalismo nor- céntrico como paso necesario para avanzar hacia la emancipación de las sociedades periféricas. Ahora bien, volviendo al eje central del texto, ¿cómo se reorgani- zó la relación entre el cambio social y los actores sociales en cada uno de dichos núcleos emergentes, atendiendo el dispositivo que integra la UT, el VO y el PN? En el caso de la sociología estadounidense do- minante, no se alteró el esquema clásico de Weber y Durkheim. La UT siguió siendo la sociedad nacional, esta vez la estadounidense, y el VO quedó igualmente sujeto al registro de la evolución general de dicha UT, así como al reconocimiento del Estado y de las empresas como actores dominantes y expansivos. Para esta sociología estadouniden- se dominante la pregunta por la acción social remite centralmente a las operaciones de tales actores protagónicos. Por su parte, el PN si- 31 Esteban Torres guió igualmente, a grandes rasgos, la propuesta de Weber y en menor medida la de Durkheim. En el caso del núcleo soviético dominante ocurrió algo similar. El marxismo-leninismo conservó la idea clásica de sociedad nacional de Marx, aunque prestando mayor atención a la función expansiva de esa misma unidad societal a partir de la teoría del imperialismo elaborada por Lenin en las dos primeras décadas del siglo XX (Lenin, 1916). Pero, en cualquier caso, la UT continuó siendo la sociedad nacional, replicando con ello la actualización de Parsons. La teoría del cambio social marxista-leninista se centraba en un principio de lucha de clases intranacional y luego tal esquema de oposiciones se globaliza sin alterar la ecuación antagónica men- cionada. Como veremos a continuación, la principal transformación sociológica de este primer momento mundialista la generó el núcleo periférico, localizado principalmente —hasta donde conozco— en la experiencia latinoamericana. Lo que podríamos llamar la primera sociología latinoamerica- na, entendida como una empresa universalista, altera radicalmente el dispositivo relacional de la sociología clásica. El primer sismo se experimenta en relación a la UT. Tal como vimos, si para las socio- logías filosófica y clásica la UT remite a una única esfera social, la sociedad nacional europea, la UT de la nueva sociología latinoameri- cana se asoma a partir de una idea de sociedad mundial no formali- zada, concebida como una unidad interactiva y asimétrica compues- ta de tres esferas sociales: América Latina como sociedad regional, cada una de las sociedades nacionales de la región, y finalmente las sociedades globales que se abren desde cada localización nacional o regional. Hasta donde registro, se trató del primer impulso de mun- dialización efectiva de la UT en la historia de la sociología. La premi- sa que fundamenta esta UT tridimensional es que la transformación en cualquiera de dichas esferas trae aparejada o bien demanda una transformación en las restantes. Aquí la sociedad es mundial, en vez de nacional, porque no opera un principio de exterioridad entre las tres esferas mencionadas. Como todo pensamiento social, esta nueva sociología apela a una demarcación interna/externa, pero en este caso lo externo, a diferencia de lo que sucede con el dispositivo clásico, también será parte de la sociedad con un estatus civilizatorio similar. De este modo, la sociología latinoamericana autonomista no decre- ta el fin de la sociedad nacional sino su inscripción material en una sociedad mundial que contempla a América Latina como un bloque heterogéneo, activo e históricamente dependiente. Y es precisamente la condición de variable dependiente de las sociedades nacionales de la región la que exigió el esclarecimiento de la unidad superior que la contiene en todo su despliegue de relaciones, procesos y conflictos 32 Los actores y el cambio social sociales. Dos preguntas nucleares que movilizan a esta constelación intelectual son las siguientes: ¿Cómo y hasta qué punto es posible el desarrollo de las sociedades latinoamericanas atendiendo a su condi- ción persistente de dependencia estructural? ¿Cómo y en qué medi- da es posible superar la posición periférica de los países latinoame- ricanos y de América Latina como bloque en la sociedad mundial? El reconocimiento de América Latina como esfera, con una entidad societal propia, se justifica principalmente por cuestiones históricas y de proximidad física. Es a partir de la conformación de la región como colonia española y portuguesa en el siglo XV que se recrea un senti- do de comunidad lingüística integrada que luego se fue actualizando en su fracción hispana con los diferentes impulsos independentistas. Luego, dada su proximidad y su condición supeditada, la progresión de cada país siempre necesitó de la progresión de los demás. Para esbozar esta UT, la teoría social regional recurrió a una nueva ecua- ción determinante: el dualismo centro/periferia. Se trató de una nueva ecuación relacional que identificaba como locus del cambio social a una serie de puntos dispuestos sobre una línea imaginaria que recorre y entreteje cada esfera nacional con la región y con los restantes paí- ses de la sociedad mundial. A partir de este esquema inédito, tanto las sociedades nacionales de la región en su diversidad irreductible como la sociedad propiamente regional serán consideradas sociedades pe- riféricas, y por tanto dependientes de los movimientos precipitados desde las sociedades céntricas. De este modo, para poder atender a la evolución de la esfera nacional de la UT, esta sociología latinoameri- cana necesitó relacionar a la primera con las esferas regional, global y mundial. Con estas precisiones respecto a la UT podemos adelantar el modo en que se conformó el VO y el PN. Respecto al VO, mantuvo el desdoblamiento de la sociología clásica, entre un objeto de primer or- den y uno de segundo, a la vez que conservó el primero para la teoría del cambio social y el segundo para los actores sociales dominantes y expansivos o potencialmente expansivos. La diferencia con la solu- ción clásica radica en que ambos objetos se definen aquí en el marco de un juego de apropiación delimitado a partir de la UT tridimensio- nal señalada. De este modo, se emplea el mismo dispositivo relacional abstracto y colectivista de la sociología clásica. Lo que cambia es la realidad sociohistórica que captura tal esquema. Al cambiar la forma concreta y el contenido de la UT, se modifican las formas concretas y los contenidos del VO. De este modo, el cambio social involucra siem- pre un cambio en las tres esferas sociales identificadas, en el marco de procesos y de relaciones centro/periferia, y luego reconoce en primera instancia a los actores gravitantes y a las fuerzas de determinación en cada una de ellas. Ahora bien, dependiendo de los autores y sus res- 33 Esteban Torres pectivas filiaciones, así como de las situaciones concretas analizadas, el impulso dinámico principal se localiza en una u otra esfera. Las dis- putas centrales al interior de esta sociología latinoamericana pasaron por la falta de acuerdos en relación a este último punto. La primera operación mayúscula que efectúa la teoría del cambio social de la sociología latinoamericana, en tanto VO de primer orden, fue la disolución del dualismo externo entre dinámica y estática social —del modo en que lo reproduce la teoría clásica del cambio social— y su reemplazo por el dualismo centro/periferia. Y la segunda maniobra que ejecuta, de profundo calado, es la reconceptualización del dualis- mo interno del dispositivo clásico. En la sociología clásica, el dualis- mo interno entre estática y dinámica social pretendía dar cuenta de las diferenciaciones que se conservaban a partir del movimiento de transición desde las esferas sociales tradicionales y rurales europeas, consideradas estáticas, a las esferas sociales europeas modernas y ur- banas, consideradas dinámicas. El dualismo externo, en cambio, más despectivo e ignorante en su formulación, consideraba dinámicas a las sociedades nacionales europeas y luego estáticas a las sociedades no europeas o aún no europeizadas en términos estructurales. En la teoría, estas últimas eran no-sociedades modernas o sociedades “ex- ternas”. Esto es, sociedades subvaloradas, consideradas de un valor antropológico marcadamente inferior, y destinadas tarde o temprano a ser disueltas por la dinámica social moderna. La potencia estigmati- zante de este dualismo externo, que endulzaba los oídos de las mayo- rías europeas de entonces, se asocia a la consideración de la sociedad nacional europea como UT.9 Respecto al objeto de segundo orden del VO, asociado a la con- ceptualización de los actores, todas las visiones de esta constelación latinoamericana emplean el modo marxiano abstracto de reconoci- miento de expansividades dominantes y subalternas. Por lo tanto, 9 La distinción entre dinámica y estática social se concretiza a partir de una serie de dualismos equivalentes: sociedades modernas/sociedades tradicionales; socieda- des civilizadas/sociedades bárbaras; sociedades desarrolladas/sociedades subdesar- rolladas o en vías de desarrollo, entre otras. En cualquier caso, estos dualismos con- forman el ADN de la teoría clásica del cambio social. A medida que el expansionismo europeo demandaba nuevos recursos intelectuales para su aventura conquistadora, el dualismo externo fue adquiriendo primacía en las visiones clásicas. Aquí no hay que perder de vista que este esquema dicotómico fue promocionado tanto por los Estados y las empresas como por los movimientos obreros igualitaristas. Los pri- meros lo hicieron a partir de determinadas ideologías de dominación y el segundo a partir de ideologías de emancipación social. Luego, este mismo dualismo externo tuvo un papel determinante en las teorías modernas del cambio social edificadas por los referentes de la sociología estadounidense, a tal punto que llegaron a desactivar su expresión interna. 34 Los actores y el cambio social a partir de la UT tridimensional y de la ecuación centro/periferia se transita del reconocimiento de los Estados nacionales y de las em- presas capitalistas europeas, propio del pensamiento clásico, al re- conocimiento de la relación de desigualdad entre Estados centrales y periféricos, y de las asimetrías entre capitalismos centrales y peri- féricos. Los Estados centrales y las grandes empresas extranjeras con injerencia significativa en la región serán considerados actores a la vez dominantes y expansivos, mientras que los Estados periféricos, en su forma autonomista, y de forma accesoria las empresas de capital nacional, serán considerados actores expansivos subalternos en pri- mera instancia. Tal como vengo insistiendo, los actores protagónicos adoptan esta forma desde el momento que se constituyen en objetos de segundo orden, dependientes de una teoría del cambio social pos- clásica que se desprende de la UT indicada. Finalmente, el PN también se ve sacudido por la UT tridimensio- nal. Aquel se constituye como una nueva unidad a partir de integrar las dos corrientes normativas clásicas que se oponían en las dispu- tas intelectuales intraeuropeas. Esta nueva orientación normativa se concreta a partir de subvertir los significantes instalados por cada una de ellas. De este modo, emplea un parámetro de igualdad social para interpelar la asimetría entre países (centro/periferia), recreando un Marx latinoamericano, y emplea un parámetro de justicia social para juzgar las asimetrías existentes al interior de cada esfera nacio- nal periférica de la región. Con esta última parametrización subal- terna, el PN de la nueva sociología crea igualmente un Weber y un Durkheim propiamente latinoamericano. Así como el Marx europeo adopta el punto de vista del proletariado desde el momento que re- conoce allí una expansividad subalterna portadora de un principio de igualdad social, el nuevo Marx latinoamericano adoptará el punto de vista del Estado autonomista desde el instante que reconoce en la progresión de dicho actor una expansividad subalterna potencial, portadora del principio de igualdad social ya mencionado. En cier- to modo, es la integración de los tres autores clásicos en esta nueva orientación normativa mundialista la que termina de definir la com- posición revolucionaria de la primera teoría sociológica intrínseca- mente latinoamericana. En el epicentro de la nueva ciencia social autónoma latinoame- ricana están las obras de Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto (1967), Raúl Prebisch (1981), Darcy Ribeiro (1968) y Jorge Abelardo Ramos (1968). Luego, como referentes de un estadio intelectual inme- diatamente anterior, que sientan las bases para la potencia autonomis- ta de los primeros, destacan José Medina Echavarría (1969), Florestán Fernandes (1979) y Gino Germani (1962). Y como referencias algo 35 Esteban Torres más alejadas en el tiempo, pero que en cualquier caso alimentan los proyectos autónomos, merecen destacarse las producciones de José Carlos Mariátegui (1928), de Víctor Raúl Haya de la Torre (1936) y de Raúl Scalabrini Ortiz (1940). En cualquier caso, aquí el listado es de- masiado corto y por lo tanto injusto. Este primer impulso intelectual en América Latina, a la vez autonomista y mundialista, se edificó prin- cipalmente en un diálogo crítico con el pensamiento clásico alemán y su posterior actualización rusa y estadounidense. Me refiero a un núcleo comandado por Marx, Weber, Lenin y Parsons. Si por un lado, durante estos años, el duelo de influencias entre Marx y Weber fue pa- reja, sin una primacía nítida de ninguno de ellos,10 no sucedió lo mis- mo con la contienda entre Lenin como continuador de Marx y Parson como actualizador de Weber. Detrás de Parson estaba el poder acadé- mico creciente de la Universidad de Harvard, pero no directamente el Estado estadounidense, mientras que Lenin fue el líder intelectual del Estado de la URSS y del partido político más poderoso del planeta en ese momento, con ramificaciones considerables en América Latina. En el juego de poder de la Guerra Fría, que termina conformando a América Latina como un tercer mundo intelectual disputado por ambas potencias, sin dudas Lenin terminó siendo el autor con mayor penetración regional hasta fines de la década del setenta del siglo XX. LA CONSTELACIÓN POSDICTATORIAL: EL ECLIPSE DE AMÉRICA LATINA (INICIO DE LA DÉCADA DEL OCHENTA - INICIO DEL SIGLO XXI) La sexta constelación intelectual se extiende por algo más de dos dé- cadas: desde principios de la década del ochenta hasta los primeros años del siglo XXI. Los diferentes modos en que se conceptualiza la relación entre los actores y el cambio social en América Latina duran- te tales años estuvieron fuertemente condicionados por los macroe- fectos producidos por la ola de dictaduras militares en la región. Este movimiento tenebroso se inicia a mediados de la década del sesenta, alcanza su mayor potencia en la siguiente y se termina de desvanecer a principios de la década del ochenta del siglo XX.11 Muchos de los 10 Tal como vengo indicando, hay que tener en cuenta que la sociología latinoame- ricana integra en un mismo proyecto intelectual tanto a Marx como a Weber. Hay primacía de la apropiación de Weber en el proyecto de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL, ONU), y luego hay preponderancia de la apropia- ción de Marx en las teorías heterodoxas de la dependencia. Pero no sucedió lo mismo con Lenin y Parsons. Salvo excepciones, quien incluye a uno de estos últimos excluye al otro. Las teorías marxistas de la dependencia excluyen tanto a Weber como a Par- sons, por carecer ambos de un horizonte poscapitalista. 11 La dictadura en Chile, comandada desde 1973 por Augusto Pinochet, es la única 36 Los actores y el cambio social cambios estructurales producidos en esos años persisten hasta hoy. A medida que se fue incrementando la distancia temporal respecto a la experiencia de destrucción y de terror dictatorial, mayores fueron los márgenes de autonomía para reconfigurar los diferentes proyectos intelectuales. En cualquier caso, la ola dictatorial genera el principal punto de quiebre de la historia de las ciencias sociales en la región, en correspondencia con el nivel de trastrocamiento y de retracción material que experimentó América Latina en la sociedad mundial. Fue el momento de máxima penetración de Estados Unidos en el con- tinente y de mayor sumisión regional desde los tiempos coloniales. Como es evidente, esta hiperpresencia estadounidense genera un des- plazamiento definitivo de la URSS en todos los planos. A partir de este momentum de macroviolencia se desata una ola de integración desde arriba, comandada desde la Casa Blanca, sin precedentes en la historia regional. A partir de entonces, nada volverá a ser como antes. Todos los impulsos autonomistas y mundialistas del período previo fueron desactivados. Los intelectuales latinoamericanos de la gesta autónoma fueron perseguidos, torturados, asesinados y/o desapare- cidos. Algunos lograron exiliarse, alimentando una primera diáspora intrarregional que tuvo su núcleo de refugio creativo en el Chile de Salvador Allende. Pocos años después, en 1976, una vez consumado el golpe de Estado en Argentina, se masificaron las salidas forzosas del continente, principalmente hacia México y Francia. De este modo, a partir de esta estampida intelectual, el continente quedó descerebrado y deshistorizado en sus registros determinantes. El propio momento dictatorial en la región fue una instancia de destrucción y de impas- se intelectual, así como de consumación de macrorreformas liberales que alteraron las trayectorias de las economías nacionales. Será con la recuperación de las democracias formales en la década del ochenta que se generan las condiciones para iniciar la edificación de una nue- va constelación intelectual posdictatorial, necesariamente apoyada en los sistemas económicos y mediáticos recreados por las dictaduras. En líneas generales, y como era predecible, este nuevo universo inte- lectual se conformará en buena medida a partir de una recolonización norcéntrica de las visiones regionales de los actores y el cambio social. La enorme facilidad y la velocidad con que se produjo este fenómeno de penetración teórica masiva desde afuera era completamente ini- maginable a fines de los años setenta, pero ciertamente comprensible menos de una década después, a partir del estado de despojo y de la postración de los países de la región. Hay una correspondencia nítida entre el crecimiento de las deudas externas en los años ochenta en experiencia que se sostiene algunos años más, hasta 1990. 37 Esteban Torres América Latina y la recomposición de las dependencias intelectuales. Y en el centro de esta experiencia de supeditación están los intelectua- les exiliados y las nuevas rutas de formación académica hacia Europa. Ahora bien, como veremos a continuación, un aspecto singular de esta nueva situación de debilidad es que el continente no quedó mayor- mente sujeto al dispositivo intelectual de Estados Unidos, el principal accionista de la región, ni a las teorías alemanas del período previo, sino a un cúmulo de ideas francesas que venían reaccionando desde fines de la década del sesenta a la propia decadencia de su sociedad nacional. Si el primer momento de hegemonía intelectual de Francia en América Latina ocurrió a principios del siglo XIX y fue revolucio- nario, en tanto promovió las independizaciones políticas, este desem- barco contemporáneo reforzó un proceso en sentido inverso. Si en el período de efervescencias autonomistas en América Latina, en las décadas del sesenta y del setenta, no hubo condiciones subjetivas ni objetivas para el avance de aquel escepticismo europeo que se cris- talizó de un modo edulcorado en el Mayo Francés de 1968, a partir de la década del ochenta la situación se tornó inmejorable para una recepción francesa. No hay que perder de vista que algunas de las visiones norcéntricas que se masificaron en la región eran, a su vez, una reacción radical a su propia tradición moderna. En tales casos, el efecto de recolonización estuvo desprovisto de un procesamiento eu- ropeo directo o indirecto del problema colonial. El tratamiento más o menos crítico de este problema globalizador solo ocurrió en Europa a principios del siglo XX, a partir de sus teorías del imperialismo. En resumidas cuentas, si las ciencias sociales clásicas son hijas de la expansión europea y luego el impulso autonómico de la sociología latinoamericana es producto del avance mundial del proceso de des- colonización y de la posterior expansión social de la región en un es- cenario de guerra fría, la constelación que emerge en los años ochenta del siglo XX lo propicia la retracción de América Latina, y, más exac- tamente, la devastación causada por las dictaduras militares (Torres, 2021). De este modo, en un plano intelectual, el sustrato determinan- te de la constelación posdictatorial en la década del ochenta será la pérdida de independencia intelectual y sociológica de América Latina en el concierto mundial. Y esta nueva dependencia trajo consigo una miniaturización inédita de los proyectos intelectuales en las ciencias sociales. A grandes rasgos, la constelación posdictatorial se conforma a partir de tres corrientes intelectuales: una politicista moderna, una culturalista moderna y una subjetivista antimoderna. La primera es la portadora central de la llamada “agenda democrática” de las ciencias sociales, la cual resulta dominante en este estadio. La segunda parti- cipa activamente en la conformación de dicha agenda, a partir de una 38 Los actores y el cambio social difusa identidad posmarxista. Y finalmente, la tercera también incide en la agenda democrática, aunque de una forma parcial o indirecta, identificándose en primera instancia con una nomenclatura contra- dictoria y desorientadora: “sociologías de la acción”. La gravitación de esta última es apenas menor que las dos anteriores. Se trata de tres corrientes liberales opuestas al accionar de los Estados. Las tres se es- tructuran bajo la premisa de que el problema número uno de América Latina es el autoritarismo político estatal, pero también adoptarán, por añadidura, un liberalismo económico. El exponente central de la primera corriente fue el politólogo Guillermo O´Donnell, los referen- tes de la segunda Ernesto Laclau y José María Aricó, mientras que los autores destacados de la tercera fueron Alain Touraine, Pierre Bour- dieu y Michel Foucault, tres intelectuales franceses con una influencia decisiva en las ciencias sociales de la región. El sello común de las tres corrientes es que buscan actualizar los encuadres eurocéntricos, unos a partir de visiones rupturistas y otros de visiones modernas refor- muladas. Como veremos a continuación, entre los efectos principales y más preocupantes que generaron estas perspectivas cabe destacar la deslocalización, la deshistorización y la desmundialización de las visiones de los actores y del cambio social en la región. Las corrientes politicista, culturalista y subjetivista antimoderna, a partir de su agre- gación sinérgica, lograron establecer un “clima de época” en América Latina —al menos en la academia— hasta mediados de la década del noventa del siglo XX. La posibilidad de constituir un frente común tan amplio y heterogéneo fue consecuencia del peso de los estragos causados por las dictaduras. Lo que inicialmente fue imaginado como un pensamiento de transición de las dictaduras a las democracias, limitado en su duración y en su alcance, se terminó constituyendo en la visión general predominante de la relación entre los actores y el cambio en América Latina. Respecto a la corriente politicista, su unidad de transformación en última instancia fue una idea intuitiva, difusa y no explicitada de sociedad nacional genérica, y por tanto deslocalizada y deshistoriza- da. Esta forma abstracta es portadora de la vieja idea eurocéntrica de sociedad nacional, que descompone la UT de la constelación anterior. Por ello mismo, por su ausencia de anclaje societal e histórico, el VO se descoloca al punto de invertir el orden de aproximación analítico empleado por las constelaciones clásica y mundialista. Primero ven- drá el actor protagónico y luego el cambio. El actor predeterminado será un Estado sin UT definida y el cambio “social” un proceso ex- clusivamente producido por los impulsos de transformación estatal. Producto de la propia descomposición de la UT, la corriente politi- cista tampoco desarrolla una teoría del cambio social. Esta última es 39 Esteban Torres reemplazada por un programa normativo de cambio político-estatal, bajo el supuesto de que la función política del Estado termina produ- ciendo a una determinada sociedad en su conjunto, aunque tal esfera social no se encuentre explicitada. El PN adopta en esta perspectiva una fuerza inusual. Nos referimos a una idea liberal de democracia política, centrada en la optimización de procesos y procedimientos estatales. En síntesis, este politicismo institucionalista, que tiene a O´Donnell como protagonista central, reduce su mirada hasta con- vertirse en una doctrina de la democracia desprovista de una teoría de la sociedad, de una teoría del cambio social y desentendida de la observación del conjunto de los actores regionales en sus respectivos juegos de poder (O´Donnell, 1978, 1994, 2004). Se trató de un aparato normativo importado, no científico, de evaluación selectiva y abstrac- ta de las formas concretas de gobierno en la región, siendo Améri- ca Latina un marco de decoración y no un arreglo espacio-temporal constituido como objeto teórico singular. Este dispositivo ideológico liberal, de matriz estadounidense, es el que termina institucionalizan- do en el continente a la ciencia política como disciplina. La corriente politicista, en esta vertiente, se propala desde los organismos interna- cionales, prácticamente comandados por los Estados Unidos a par- tir de los acuerdos de posguerra de mediados del siglo XX. Manuel Antonio Garretón (2020) dirá muy bien que fue precisamente en esta coyuntura de la historia regional que se crea la ciencia política, deter- minada por un paradigma democrático liberal orientado a suplantar a la sociología histórica. La segunda corriente, que denomino culturalista o posmarxista, también adopta como UT una idea genérica de sociedad nacional, desconectada de una teoría localizada e historizada de la sociedad. El VO de primer orden es una teoría del cambio cultural unidimen- sional, apoyada en una apropiación culturalista de la teoría marxista de Antonio Gramsci (Laclau y Mouffe, 1985; Aricó, 1988). Esta teoría idealista del cambio cultural, que se desarrolla en nombre de una ac- tualización identitaria y teórica de la izquierda regional, asume por defecto el supuesto de que la transformación de una cultura política está en condiciones de producir por sí misma el cambio estructural de determinada sociedad nacional. Y el actor del cambio cultural de la sociedad abstracta, como en la vieja filosofía kantiana, será nueva- mente el intelectual. Se trata de una visión idealista que paradójica- mente emerge de la apropiación de uno de los autores materialistas mas incisivos del siglo XX. La corriente posmarxista trató a Gramsci como a un teórico no marxista y, sobre todo, enfrentado al dispositivo clásico. No hay que forzar el registro para observar en este cultura- lismo un retorno a los primeros idearios europeos racionalistas de 40 Los actores y el cambio social fines del siglo XVII. Esta vez quienes se autoproclaman protagonistas del destino colectivo serán otros intelectuales, insertos en un campo académico contemporáneo crecientemente profesionalizado. Como ya señalé, la operación teórica central que efectúa la corriente pos- marxista es la negación de la lógica multidimensional de la teoría del cambio social gramsciana, perteneciente a la constelación clásica. De esta manera, optan por aproximarse a la dimensión cultural de las so- ciedades históricas sin atender a una lógica de determinación recípro- ca entre economía, política y cultura, a la vez localizada, historizada y mundializada. Para los neogramscianos lo que menos cuenta es la economía. Si los intelectuales vuelven a estar en el centro de la reno- vación social va de suyo que el PN vuelve a ser la libertad individual. Esta vez, para los posmarxistas, se tratará de un principio de libertad individual entendida en primera instancia como libertad de expresión y de creación de los intelectuales de izquierdas. La renovación de las experiencias de creatividad intelectual sería, en sus términos, la base de una democracia entendida como nueva cultura política posdic- tatorial. En resumidas cuentas, la recuperación de la democracia se entendió desde esta fracción intelectual como un proceso de recupe- ración general de libertades individuales para la creación intelectual de alternativas políticas de izquierda. En cualquier caso, la influencia de los autores marxistas clásicos, leídos en cualquier clave, decae es- trepitosamente a partir de principios de la década del noventa, con la implosión de la URSS. Habrá que esperar hasta las crisis mundiales de principios del siglo XXI para que este impulso crítico reaparezca en una versión reciclada. La tercera y última corriente es menos gravitante para el destino de la agenda de la democracia que para la propia evolución de la socio- logía en América Latina. Desde los años ochenta del siglo XX, las som- bras de Touraine y de Bourdieu se extenderán por todo el continente, y muy particularmente por los países insulares de América del Sur. De ambos autores, Touraine será el más influyente en el campo político, en el subuniverso de los movimientos sociales y en las fracciones más politizadas de las ciencias sociales regionales, mientras que Bourdieu lo será en los sectores académicos más despolitizados. El trío dominante se completa con Michel Foucault. Los tres asumen posiciones antiesta- tales semejantes desde una ideología libertaria producida en condicio- nes europeas de prosperidad y bienestar social, aunque luego no opta- ron por la misma estrategia de ruptura en relación con la constelación moderna, y, en particular, con la sociología clásica. El más coherente de los tres sin dudas fue Foucault, desde el momento que despliega su proyecto de actualización egocéntrica en nombre de la filosofía, una tradición milenaria que a partir de Kant se ocupó de la promoción de 41 Esteban Torres la autonomía individual y de la creatividad intelectual como un fin en sí misma (Foucault, 1994). Aquí nos concentraremos en los dos soció- logos galos porque fueron los portadores centrales del segundo gran intento de descomposición radical de la sociología. El primer embate, como vimos, estuvo principalmente a cargo de George Simmel y de Gabriel Tarde en el cruce del siglo XIX al XX. Si estos fracasaron en sus pretensiones de restauración filosófica y egocéntrica fue porque las sociedades europeas de entonces venían alimentando con éxito un con- junto de identidades colectivas urbanas que propulsaban la expansión de dicho bloque regional en la sociedad mundial. Tal pico de eferves- cencia colectiva dominante ayuda a explicar porqué ambos filósofos padecieron múltiples exclusiones en la academia de sus propias esferas nacionales. Definitivamente no fueron autores de su tiempo histórico. No sucedió lo mismo con Touraine y Bourdieu casi un siglo después. Sus “sociologías” del Yo (antes que de la acción o de las prácticas socia- les) se viralizaron en Francia a partir de Mayo de 1968 y por un tiempo quedaron replegadas en su territorio inmediato. En líneas generales, podríamos identificar tres procesos centrales y un acontecimiento que fundamentan las rupturas sociológicas de Touraine y de Bourdieu, y que apuntalan sus respectivos diagnósticos del avance de una “crisis de la modernidad”. El primer proceso reúne a las experiencias de ma- crodestrucción de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, coman- dadas por los Estados nacionales. El segundo, asociado al primero, es el crecimiento del poder del Estado y de su autonomía relativa, con epicentro en las décadas del sesenta y del setenta del siglo XX (y con algunas continuidades hasta principios de la década del ochenta). El tercer proceso sociohistórico es la pérdida de poder relativo de Europa y de Francia en el escenario mundial. Finalmente, el acontecimiento de referencia es el propio Mayo Francés. Como podrán observar, se trata de cuatro acontecimientos en gran medida desconectados de América Latina, particularmente de América del Sur (hay réplicas considerables del Mayo Francés en los movimientos estudiantiles mexicanos). A partir de este cuadro de situación, los disparos efectuados por Touraine y Bourdieu para intentar derrocar la identidad colectiva his- tórica de la sociología apuntan casi exclusivamente al reordenamien- to de su propia sociedad nacional. Lo que aquí habría que explicar entonces es cómo una empresa de rebelión intraeuropea, librada por intelectuales europeos para individuos europeos plenamente integra- dos en su sistema económico y en la vida social de sus naciones, puede terminar conquistando un continente de la envergadura de América Latina, con los problemas estructurales y de humillación nacional que acarrea desde los tiempos de la colonia. Es la tragedia de los grandes problemas sociales persistentes en la región la que vienen condenan- 42 Los actores y el cambio social do a cientos de millones de individuos al basurero de la historia. La semántica contemporánea dominante no logra ocultar con sus exalta- ciones micropolíticas la progresión de los imperialismos y de las co- lonizaciones en la sociedad mundial. Se trata de una historia de larga duración, marcada por aquel universalismo norcéntrico sistematiza- do por Hegel.12 Me refiero a la historia recurrente de aquellos países aventajados de turno, con pocos o muchos habitantes, que consiguen apoderarse por la fuerza de las ideas o de la brutalidad física de los recursos vitales de los países débiles, en los cuales reside la enorme mayoría de la humanidad. Lo cierto es que las ideas de ambos autores recién lograron cru- zar el Atlántico e instalarse en América Latina una década y media más tarde, con el bajón generalizado, y cuando los exiliados en Fran- cia lograron reinsertarse en la academia regional. Los reproductores latinoamericanos principales de Touraine y Bourdieu, con un título de posgrado en Francia y un pie en las universidades del continente, comprendieron que el mejor modo para ubicarse a la cabeza de un sistema académico periférico y disgregado era reestableciendo la suje- ción a aquellas ideologías e instituciones europeas que los cobijaron. Este reacomodo implicaba alimentar un escenario de dependencia in- telectual aguda, semejante al estado previo a las guerras mundiales.13 De este modo, la penetración de estos microesquemas liberales, volup- tuosamente presentados como universales, pudo consumarse dada la máxima descomposición colectiva e identitaria por la que atravesaba América Latina. Ambos sociólogos ingresaron por la puerta grande de una sociedad regional y de unas ciencias sociales completamente 12 Hay que tener cuidado de no reducir la crítica del universalismo norcéntrico a la folklorización que efectúa Wallerstein (2006), quien se concentra en la impugnación de los discursos racistas más alevosos del colonialismo español. Si bien el sociólo- go estadounidense manifiesta su inconformidad con las estrategias discursivas del conjunto de los países poderosos del planeta, su crítica puede interpretarse como un rechazo más restringido a la aventura colonial española, en tanto proyecto fallido de expansión civilizatoria. Esta aversión al imperio ibérico ya la había manifestado Weber en Economía y Sociedad (1922), aunque de un modo más nítido, al comparar- lo con las bondades del colonialismo inglés. Una aproximación contemporánea más exhaustiva al problema del universalismo europeo lo ofrecen Samir Amín (1988) y Aníbal Quijano (2014). Ahora bien, las impresiones de Quijano son portadoras de una limitación considerable: su rechazo total al magma de la modernidad. La impug- nación absolutista de Quijano a los horizontes de expectativas modernos, en su caso a partir del empleo de un argumento racial, implicaría dinamitar uno de los pilares de las tradiciones soberanistas de América Latina, incluyendo la de la corriente autó- noma de la sociología regional" (Torres y Borrastero, 2020). 13 Es importante aclarar que no todos los sociólogos latinoamericanos que se for- maron en Francia con Alain Touraine y con Pierre Bourdieu se ajustan a esta descrip- ción general. 43 Esteban Torres disminuidas por las expoliaciones de las dictaduras y por el avance acelerado de las macrorreformas liberales. Sus visiones europeístas antiestatales y autorreferenciales acentuaron en alguna medida la alie- nación y la descolectivización social del continente. Las penetraciones de Touraine y de Bourdieu en América Latina a partir de la década del ochenta del siglo XX debilitó aún más a la corriente autonomista de la sociología latinoamericana, que a esas alturas ya era considerada para muchos una pieza de museo. Para entonces el continente estaba de rodillas, atascado en un nuevo proceso de integración mundial desde arriba, concentrado en recomponer las reglas elementales de convi- vencia social y de participación política formal en cada esfera social nacional (Garretón, 1991), y sin expectativas realistas de recuperación de soberanías nacionales determinantes (Torre, 2021). Pero, como lue- go veremos, la historia de liberación autonomista no estaba concluida. Los impulsos de transformación reaparecen una y otra vez, con una obstinación emocionante, en las sociedades y en sus ciencias sociales. Observado a partir del cuadro analítico propuesto, es posible constatar que estas “sociologías” del Yo devuelven la unidad de trans- formación en última instancia al individuo, y en particular a los inte- lectuales. Con ello invierten por completo el dispositivo triádico de la sociología latinoamericana de extracción moderna. Del mismo modo en que algunas visiones, traccionadas por utopías arcaicas, buscan desandar en la teoría el proceso material de urbanización, para así re- conducir al conjunto de la población mundial hacia viejas ruralidades revisitadas, estas sociologías francesas pretendieron negar el proceso de desarrollo de las sociedades de los últimos siglos para así reflotar la fantasía filosófica del individuo autodeterminado del siglo XVII. A par- tir de una operación intelectual, la UT vuelve a ser el individuo auto- determinado, y el VO se unifica nuevamente en la idea de un individuo “libre” que, paralizado por el escepticismo, renuncia al cambio social. Por lo tanto, disuelve a las sociedades nacional, regional y mundial como UT, en cualquiera de las formas que podemos imaginar: abstrac- tas o concretas, localizadas o deslocalizadas, históricas o deshistoriza- das. Se trata de una sociología que postula el fin de la sociedad como unidad de transformación o, directamente, como lo hace Bourdieu, que dictamina el fin de la misma idea de transformación para la so- ciología. Estamos frente a un proyecto de máxima descomposición de las coordenadas clásicas de la sociología y de las ciencias sociales y, desde ya, de las ampliaciones societales posteriores desplegadas por las sociologías autónomas de la periferia mundial. Que ambos autores franceses hayan optado por renunciar a las esferas sociales nacional o mundial como UT significa que sus “sociologías” se desentienden por completo del compromiso con la transformación de las sociedades. Y, 44 Los actores y el cambio social como veremos a continuación, tal descompromiso lo fundamentan a partir de la vieja premisa ontológica, no del todo explicitada, de que la sociedad y sus transformaciones no necesariamente constituyen a los individuos como tales. Se trata de una negación del sustrato so- cietal de la subjetividad individual, de la enigmática materialidad que antecede, compone y trasciende a los sujetos individuales. Y este des- conocimiento se ejecuta en nombre de la revalorización de las ideas abstractas de libertad o de autonomía individual, las cuales actuarían como fuerzas de constitución individual en primera instancia. De este modo, los subjetivismos de Touraine y de Bourdieu descartan una ontología social de los individuos, dotada de ingredientes materiales, relacionales y procesuales, para luego suscribir a una ontología no- societal, fuertemente normativa en el caso de Touraine. El intelectual francés tuvo plena conciencia de las operaciones teóricas que debía efectuar para intentar barrer con el compromiso colectivo de la socio- logía. Su “sociología de la acción” la presenta, literalmente, como una propuesta que busca reemplazar una representación de la vida social basada en las nociones de sociedad y de evolución, por otra que ponga en el centro las ideas de historicidad, movimiento social y sujeto (Tou- raine, 1984). Pero en esta enumeración de nuevas nociones, para el autor francés será el sujeto abstracto el que determina a las restantes. A lo largo de las décadas, Touraine fue variando los argumentos para continuar alimentando el postulado libertario del fin de la sociedad. En la década del ochenta del siglo XX la responsabilidad era del Esta- do —francés—: “la sociedad estalla cuando es absorbida por el poder estatal” (1984, p. 26).14 En dicho momento invitaba a rechazar la idea 14 Entre otras cosas, Touraine dirá, discutiendo con el marxismo, que “el planeta no se haya más dominado por una burguesía que controla el Estado sino por el ascenso de los Estados industrializadores y autoritarios, comunistas o nacionalistas” (1984, p. 25). Esos “Estados todopoderosos” de Touraine, que nunca lo fueron en América Latina a lo largo de su historia, desde hace tiempo no existen más en los países cen- trales de Europa. Fueron producto de las transformaciones de la llamada “edad de oro del capitalismo” (Hobsbawm, 1995), que es el período corto que transcurre desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta mediados-fines de la década del setenta. Lo que sí hubo en América Latina, efectivamente, fueron Estados autoritarios, pero tal autoritarismo se expresa a partir de una forma estatal periférica, preferentemente militar, activada a partir de una disposición vasalla. Me refiero a regímenes infra-es- tructurales, cuya base de poder principal reside en otros Estados céntricos y por lo tanto cuentan con muy poco poder propio (Torres, 2020a, 2020b). Son formas estata- les que se legitiman hacia arriba antes que en relación a sus propias sociedades terri- toriales. Tal sostenimiento simbólico desde arriba explica también la inclinación a la represión desmedida de los Estados periféricos autoritarios. A partir del giro neolibe- ral, que se inicia en 1973 con la caída de Allende y se expande en la sociedad mundial a partir de los triunfos de Thatcher en Inglaterra y de Reagan en Estados Unidos, se invierte una vez más esa relación de poder entre los actores de la economía de mer- 45 Esteban Torres de sociedad como UT porque “el sistema social se identifica con el Estado nacional” (1984, p. 25). Casi cuarenta años después, la respon- sabilidad ya no será del Estado sino del capitalismo financiero: “como consecuencia de la descomposición del capitalismo y de la democra- cia industriales, la idea de sociedad ha perdido el lugar central que había adquirido a lo largo de los dos últimos siglos” (2013, p. 571). De este modo, la descomposición predeterminada de la idea de sociedad, ya sea por exceso de Estado o de financiarización capitalista, dificulta la existencia libre de los actores individuales y colectivos (1983, 2013). Para Touraine, ambos poderes atentan contra el valor supremo de la libertad, y, en especial, contra la libertad de los intelectuales para le- gislar en la academia sobre la vida política y social. Aferrarse a la idea de sociedad implicará para el sociólogo francés suscribir a este esce- nario social de determinación destructiva. Desde ya que con el recha- zo de la sociedad como UT ambos autores transforman en una ficción el efecto que trae aparejado todo principio de estratificación social ge- neral, como puede ser la relación centro-periferia y, más en general, la topología arriba-abajo. El fin de la sociedad como UT conlleva igual- mente, como reconoce el propio Touraine, el fin de la inquietud activa por el cambio social: “No reclamamos dirigir los procesos de cambio social, solo reclamamos nuestra libertad. El derecho a ser nosotros mismos” (1984, p. 39). De este modo, junto con el fin de la sociedad, Touraine postula el fin del compromiso de los/as sociólogos/as con una política de cambio social. Aquellos sociólogos/as que pretendan construir laboriosamente un programa científico para la comprensión de la evolución sociohistórica, la previsualización del futuro societal y la trasformación de las sociedades, serán descartados por Bourdieu cado y los Estados nacionales, a favor de los primeros. El sociólogo francés recono- cerá que el hecho social que legitimaba a la sociología clásica es la existencia de una escasa autonomía del Estado respecto a las élites económicas: “La sociología clásica estudiaba sociedades capitalistas donde el Estado tenía muy poca autonomía” (Tou- raine, 1984, p. 30). Y esto es, exactamente, lo que está volviendo a pasar en Europa desde los prolegómenos de la llamada “crisis del capitalismo democrático” (Streeck, 2014). De esta manera, desde hace tiempo se pulverizó la base sociomaterial que, en los términos de Touraine, haría posible su programa de renovación sociológica. Si- guiendo su argumento, el mismo hecho histórico que emplea el autor para descartar la sociología clásica sería el que hoy habilitaría su recuperación. Si actualizamos el diagnóstico de defunción de Touraine, podríamos afirmar que, en la actualidad, más que nunca, resulta válida la recuperación de coordenadas clásicas. Es precisamente a partir de la precipitación de la oleada neoliberal que comienza a revertirse la ecua- ción estructural que tiene su punto de máxima realización a mediados del siglo XX. En cualquier caso, el argumento de Touraine respecto al macropoder de los Estados muestra su determinismo ideológico y su falta de consistencia analítica desde el mo- mento que lo suplanta por otro bien distinto para así poder sostener de un modo inalterado el postulado del fin de la sociedad. 46 Los actores y el cambio social y por Touraine por sus supuestas inclinaciones proféticas (1984; Bou- rdieu, Chamboredon y Passeron, 1968). La crítica al “profetismo” de ambos autores apunta principalmente a la pretensión prospectiva de la sociología, a su inquietud por el futuro social, y, más en concreto, a las ideas de participación científica en la construcción de un futuro colectivo. Al igual que sucede con la impugnación de la esfera social como UT, el abandono de la idea de cambio social es una opción nor- mativa e ideológica. Antes que una miniaturización de las visiones del cambio social, lo que proyecta esta corriente subjetivista es una doble negación: en primer lugar, niegan el efecto de constitución de los in- dividuos por parte de aquellos procesos de cambio social que atravie- san y componen sus propias esferas sociales de pertenencia. Luego, en segundo lugar, les niegan a los individuos la posibilidad potencial de incidir en el direccionamiento de los procesos mencionados. Es a partir de asumir tales premisas que esta corriente puede reclamar la caducidad científica y política del compromiso sociológico con el cambio de las sociedades. En cualquier caso, el desconocimiento de la sociedad como UT y del cambio social como VO de primer orden trae aparejado la ruptura de la correspondencia entre la sociedad como UT, la idea de cambio social y el concepto de actor social. Como ya señalé, la aniquilación de este entramado de componentes y de relaciones causales se concreta a partir de anteponer un derecho abstracto a la libertad individual a la propia comprensión del mundo de vida de los individuos. Al renunciar al reconocimiento de los procesos sociales dinámicos, estratificados y estratificantes, que hacen posible el des- envolvimiento de los actores, las visiones subjetivistas renuncian a la posibilidad de conocer las trayectorias sociales seguidas por cada ac- tor en sus esferas sociales, así como a explicar porqué los diferentes actores finalmente actúan del modo en que lo hacen. A su vez, tal re- nuncia trae como consecuencia la imposibilidad de previsualizar las probabilidades que se presentan para la modificación de los cursos de acción de un determinado actor o conjunto de actores.15 15 En cualquier caso, las perspectivas subjetivistas de Touraine y de Bourdieu po- nen el acento en aspectos diferentes. El subjetivismo del primero pretende revalo- rizar el potencial instituyente y creador de los actores a partir de negar o bien de minimizar el peso efectivo de las fuerzas sociales que operan en el juego de poder que reglamenta las prácticas de aquellos. En cambio, Bourdieu asume una disposi- ción subjetivista en tanto relativiza en mayor medida que las corrientes modernas la pretensión de objetividad de la sociología y de las ciencias sociales. Si las expresiones más destacadas de la sociología clásica no desconocieron el componente subjetivo y relativo de todo principio de objetividad —en todo caso lo minimizaron—, Bourdieu tiende a negar la existencia de una dimensión objetiva, entendida como un “mundo allí afuera”, tanto natural como social, que pueda existir más allá de la idea que cada socióloga/o se pueda hacer de ese mundo. Bourdieu apuntala sus pretensiones diso- 47 Esteban Torres En resumidas cuentas, podríamos decir que Touraine no edifica una sociología contemporánea del actor, sino que nos devuelve a una filosofía secular del individuo. De igual modo, aunque recurriendo a nuevos lenguajes, la “sociología de las prácticas” de Bourdieu sería más bien una filosofía relativista de los campos analíticos, centrada en la imaginación metódica de los intelectuales, así como una técnica de construcción de campos teóricos. Llamar “sociología” a un pro- ducto intelectual que no reconoce como UT a una idea de sociedad histórica y localizada, y que no se pregunta por el modo en que se relaciona el cambio de tal sociedad con el cambio de los actores que allí se desenvuelven, resulta injustificable desde todo punto de vista. Uno de los efectos más perniciosos que generó esta operación de di- solución teórica de la sociedad —sobre todo de su sustrato material— fue una creciente desorientación y alienación de los estudios sociales en América Latina. Ambos efectos negativos se consumaron a gran escala desde el momento en que las formaciones sociales, ligadas a re- gímenes estatales concretos, siguieron operando en la práctica como unidad de transformación en última instancia. Lo paradójico del caso es que el abandono de la sociedad como UT sucedió precisamente en lutivas a partir de dos operaciones teóricas. La primera de ellas consiste en fracturar la equivalencia clásica entre lo objetivo y lo real. Para el materialismo histórico, así como para el conjunto de las visiones del cambio social, lo objetivo es real y lo real es objetivo. En cambio, para Bourdieu, el mundo cósico e impensado será el ámbito de “lo real”, en oposición a “lo objetivo”, al cual convierte en una simple operación intelectual de objetivación. Una vez efectuada esta distinción, el autor arroja “lo real” al cesto de residuos. Simplemente deja de nombrarlo y queda excluido de su con- cepto de “campo”, que es la expresión total que ofrece de “lo social”. A partir de esta primera maniobra, la sociedad, entendida como un sinnúmero de campos sociales arbitrariamente construidos según las preferencias privadas de los/as sociólogos/as, se convertirá en una objetividad discursiva. Dicho en otros términos, el sustrato ma- terial de la sociedad se reduce a un magma de discursos académicos. Y la segunda operación teórica que efectúa es la creación de un principio de autonomía entre los diferentes campos analíticamente construidos. La principal separación de campos que promueve Bourdieu es, sin dudas, la que involucra al campo científico y al cam- po político. Podríamos suponer que el principio de autonomía persigue como interés la construcción abstracta de dicha división específica. Para Bourdieu, la imbricación entre ambos campos, que en sus términos es recurrente, será un acontecimiento pa- tológico que contamina a la ciencia social. Touraine expresará de un modo semejante su actitud de repulsión hacia la política. Si Bourdieu autonomiza los campos para divorciar las prácticas científicas de las prácticas políticas (1980, 1994), Touraine separa las diferentes esferas sociales con el mismo propósito (1984, 2013). Estamos frente a una misma maniobra teórica y antimoderna de disolución de la sociedad como UT. Lo que Touraine entiende por “conocimiento científico” es algo parecido a lo que entiende Bourdieu. Para ambos se trataría de un conjunto de prácticas y de principios que logran abstraerse o bien superar la contaminación del Estado social y la política de mayorías. A dicha forma de evasión societal Touraine la denomina “nuevas formas de responsabilidad social de la ciencia” (1984, p. 33). 48 Los actores y el cambio social el momento en que las diferentes esferas nacionales de la sociedad mundial se hicieron más globales e interdependientes entre sí, pero también más desiguales y más injustas. Las corrientes subjetivistas que progresan a partir de la década del 80 del siglo XX en América Latina, en su búsqueda de realización de los individuos en contra de la sociedad, expandieron hasta un extremo impensado la brecha en- tre el mundo pensado y el mundo real. Este desacople

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