La Metamorfosis PDF
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Daniel y Diana
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Este fragmento narra el inicio de la novela 'La Metamorfosis', de Franz Kafka, en el que Gregorio Samsa se transforma en un insecto y las consecuencias de este cambio en su vida y la de su familia.
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// Comprobación Daniel y Diana La Metamorfosis Gregorio Samsa trabaja como comerciante manteniendo a su familia, viajando por el mundo con varias incomodidades, un día despierta y es tarde para su trabajo. Nota que no pu...
// Comprobación Daniel y Diana La Metamorfosis Gregorio Samsa trabaja como comerciante manteniendo a su familia, viajando por el mundo con varias incomodidades, un día despierta y es tarde para su trabajo. Nota que no puede orientarse hacia la derecha como lo hace siempre. Se da cuenta de que se ha convertido en un bicho. La incomodidad de su nuevo cuerpo estaba presente en muchos aspectos. Se rascaba unos puntos blancos pero rápido paraba por los escalofríos. Esa sería su nueva vida. Aún no lo asimilaba por completo, al contrario se quejaba de su trabajo, si no fuera por la deuda de sus padres (que le tomaría 5 o 6 años pagar) le diría sus verdades al director. Muchos podrían decir que están enfermos y faltar pero él no tenía esa posibilidad. Esto debido al mozo del almacén que era una persona sin consideración por los demás. Pronto vendría el gerente con el médico del Montepío, y se quejaron de Gregorio enfrente de sus padres. Justo a las 7 y su madre lo llamó, era una hermosa voz, no como la suya que al terminar cada palabra se mezclaba con una especie de chillido, pensó. Luego le dijo que pronto se levantaría. Gregorio se sentía hambriento y después de un rato no se sentía tan mal. Llamaron desesperados a la puerta su padre y su hermana, esta última se mostró más preocupada, rogándole a su hermano que abriera la puerta. Primero tengo que desayunar y luego pensaré en los demás- Dijo. Pensaba que su transformación era producto de su imaginación, trataba de levantarse pero con su nueva anchura y patas era imposible. Cuando trato de moverse lastimo su parte inferior que era más sensible de lo normal. Su primer pensamiento entonces fue quedarse en la cama, pero… era hora de levantarse, quiso meditarlo pero al ver a la ventana solo se encontró con una niebla que no le dió muchas ideas. Entonces supo que lo mejor sería bajarse lentamente de la cama, pensó que dos personas robustas (su padre y la criada) lo podrían ayudar, así sería más fácil, pero descartó la idea porque la puerta estaba cerrada. Al final tendría que tirarse de la cama, su espalda la sentía más fuerte. De repente tocaba la puerta alguien, la criada le abrió y resulta que era el gerente. Esto indignó a Samsa, es que era imposible pensar que un empleado se sienta mal? Al sentirse así se tiró de la cama, su espalda resistió pero se lastimó la cabeza. El gerente quería saber porqué no había tomado el primer tren. Después de que su hermana y su padre le pidieron que abriera la puerta. La madre lo defendió explicando que estaba muy enfermo, pasaba sus tardes estudiando itinerarios y leyendo el periódico. El general dijo que los comerciantes tenían que aprender a vivir con esas condiciones. Gregorio escuchó a su hermana llorar en la otra habitación. Tal Vez porque su hermano iba a perder su empleo. Su gerente dijo que estaba decepcionado de él, pensaba que era un hombre formal y correcto. El día anterior se le había hecho un cobro, el director le dijo al gerente que esa podría ser una de las causas de su ausencia. Gregorio toma voluntad y dijo que no hay razón para humillarlo así, ya que lo ha hecho bien últimamente, dijo que pronto se levantaría. Mientras decía todo eso intentaba subirse a un baúl para abrir la puerta, si se asustaban al verlo o se quedaban tranquilos no tendría razón para exaltarse ya que nada era su culpa- pensó. Lo que no sabía Gregorio es que todos del otro lado de la puerta no habían entendido ni una sola palabra de lo que dijo. La madre llamó a la hermana para buscar un doctor, y el padre a la criada para buscar un cerrajero, todos pensaban que se trataba de una terrible enfermedad Se escuchó un rumor sobre unas faldas de unas niñas que salieron corriendo, dejaron la puerta abierta, eso pasa cuando hay un desastre. Sin embargo Gregorio estaba tranquilo, al ver a su familia preocuparse se sentía humano otra vez, además que aunque los otros no le entendieran él ya había acostumbrado su oído a su nueva voz. Entonces tomó fuerzas y abrió la puerta, no tenía dientes pero si una fuerte mandíbula que se había lastimado ya que un líquido negro salía Abrió la puerta lentamente, todos estaban atentos al ver que por fin salía. Al verlo, su madre se desmayó; el gerente quedó horrorizado; y el padre al verlo todo, se dispuso a taparse la boca y llorar desconsoladamente. Mientras esto ocurría Gregorio miró los cubiertos en la mesa y una foto de él cuando hizo el servicio militar. Entonces quiso explicarle al gerente todo, debía recordar lo útil que había sido como trabajador y apreciarlo, entender que una vez superada la enfermedad trabajaría con el doble de esfuerzo. Mientras contaba todo eso con calma el gerente se alejaba cada vez más. Pensó que debía detenerlo y convencerlo a toda costa. Su hermana podría ayudarlo, era inteligente, pero no estaba entonces tendría que arreglárselas solo. Entonces se movió y cayó al intentar mover sus pequeñas patas. Instantes luego sintió por primera vez en el día, bienestar de poder caminar, todas su patas le obedecían. Su madre se despertó y gritó ¡socorro! Esto hizo que él se tirara sobre la mesa derramando el café y exclamando por su madre. Ella corrió a los brazos del padre y este corrió en socorro. No podía seguir poniendo tanta atención a sus padres, tenía que correr hacia el gerente, tan pronto como lo hizo este bajó aún más las escaleras, escapando por completo y dejando olvidado todos sus artículos. El padre, que se mostraba no tan alterado como los demás, ahora lo estuvo y tomó el bastón del gerente y lo usó para echar atrás a Gregorio, este aún no dominaba caminar para atrás. Entonces intentó caminar más rápido. El padre al ver esto no le hostigó tanto, pero quería que entrara a su cuarto rápidamente, pero ahora Gregorio era muy ancho como para entrar a la habitación sin preparación. Además escuchaba una voz que le parecía que fuera imposible que le perteneciera a su padre. Entonces Gregorio ya se encontraba al final de la puerta, su padre dió un golpe que lo dejó adentro del cuarto, desmayándose y lastimando una de sus varias patas. Al despertar se dio cuenta de las llagas que tenía en su pata, se sentía triste, ya que por mucho que llegara un poco de luz a su habitación a su altura solo había oscuridad. Se acercó a la puerta ya que le atrajo el olor a comida, tenía mucha hambre. Su hermana le había dejado un tazón de leche con azúcar y trocitos de pan, rápidamente comenzó a comer, pero no le gustó para nada la leche a pesar de que antes era una de sus bebidas favoritas. Miró la parte baja de la puerta para darse cuenta que la luz del comedor estaba prendida. Pensó que su familia llevaría una vida muy tranquila pero lastimosamente, eso se acabaría pronto. Durante el día sintió que un visitante y sus familiares tenían la intención de entrar al cuarto pero no lo hicieron. Al final se escondió abajo del sillón, no entendía porque ese cuarto era suyo de repente. A pesar de estar encerrado, se sentía bien ahí, no cabía por completo. Tenía la esperanza de esperar ahí hasta que su familia encontrara una solución o se sintiera más tranquila. Luego entró su hermana, al verlo cerró la puerta rápidamente. Pero luego se arrepintió y sacó el tazón de leche para traerle un montón de comida de diferente tipo: podrida y fresca. Luego se fue y echó llave para hacerle entender que nadie lo iba a molestar, Gregorio empezó a comer, notó dos cosas: la comida podrida le gustó y la fresca le desagrada; sus heridas de repente se habían curado. Desde ese día su hermana le llevó comida siempre. Y la hermana lo hacía a “escondidas” de los padres y solo se enteraban de la situación de Gregorio por medio de ella. Seguramente ellos tampoco querían que Gregorio se muriera de hambre pero no podrían soportar el espectáculo de comidas. Su hermana barría la comida luego de que terminara. Gregorio quería conocer las noticias de la casa, por eso siempre estaba atento a las conversaciones de afuera, aunque aún así no se enteraba de mucho. Se preguntó cómo se habrían disculpado con el doctor y el cerrajero el primer día. Además el narrador nos cuenta que la criada había pedido ser despedida, yéndose prometiendo no contar nada, y que nadie en casa quería estar solo ni dejar la casa vacía, por eso siempre habían por lo menos 2 personas. La hermana llevaba cerveza al padre, y aunque ella sugería mandar a la portera por la cerveza el padre se negaba. La familia hablaba de la situación económica que tenían, el padre tenía un negocio que entró en bancarrota. Siempre le dió a entender que no tenían dinero. Por eso gregorio comenzó a trabajar y traer dinero a la casa, al principio comenzaban a salir a la miseria, pero luego (aunque gregorio ya era lo suficientemente exitoso para sustentar a la familia él solo) dejaron de pasar los buenos tiempos. Su hermana que tocaba el violín siempre estuvo para él. Debido a esto, Gregorio tenía pensado enviar a su hermana al conservatorio a pesar de los gastos que esto conllevaba, noticia que pensaba dar en navidad. Luego escucharon un ruido, pensaron en que estaba haciendo. En eso (pensando que Gregorio ya no entendía lenguaje) el padre confesó que aún tenía ahorros. Cosa que podría haber sacado de trabajar a Gregorio, ya que él estaba trabajando porque tenía una deuda con el dueño de la empresa. Esto le indignó pero pensó que gracias a las condiciones fue lo mejor. Ahora bien, el dinero que tenían no era suficiente para sobrevivir por mucho tiempo, maximo les alcanzaría para dos años más. Y nadie de la familia estaba calificado para trabajar: el padre era viejo, gordo y estaba retirado; la madre padecía de asma y no podía hacer ninguna actividad sin cansarse; y la hermana era tan solo una joven de 17 años. Al escuchar todos los temas de dinero, Samsa se sentía mal y se alejaba de la puerta para no escuchar. A veces se movía del sillón para quedar viendo a la ventana, aunque poco a poco distinguía menos el exterior, miraba borroso. Su hermana al arreglar el cuarto se daba cuenta de ese espacio que había creado y le ayudaba. Lo que más quería él era poder hablar con su hermana, para agradecerle todo lo que hacía por él. A pesar de eso, su hermana le causaba tormento cuando entraba a la habitación, abriendo las ventanas bruscamente para irse rápido. Parecía que tenía prisa por irse, aparte que el ajetreo asustaba mucho a Gregorio. Un día su hermana entró como de costumbre pero gregorio no se escondió en el sofá como de costumbre, entonces le impedía a la hermana abrir la ventana, al pasar esto la hermana cerró la puerta bruscamente, esto le hizo entender a gregorio que a su hermana le asqueaba tanto ver su nueva apariencia que no podía soportarlo, incluso cuando se escondía bajo el sofá, no cubría por completo su cuerpo, entonces gregorio hizo el esfuerzo de taparse con una colcha. Esa acción le tomó 4 horas…Luego escuchaba como sus padre felicitaban a la hermana por ayudar a Gregorio, antes de eso la consideraban poco menos que un inútil. Siempre los padres esperaban noticias de la situación por parte de ella. La madre quería entrar pero la hermana y el padre le convencieron de no hacerlo por razones que Gregorio tomó como válidas. Aún así pensó que sí debería entrar una vez a la semana ya que ella sería más comprensiva que su hermana, aunque ella era muy buena, era solamente una joven. Además como familia decidieron que dejarían la puerta del cuarto de Samsa abierta para que pudiera escucharlos. Gregorio ahora trepaba por las paredes, se sentía mejor allí. Una vez despreocupado cayó al suelo pero no le dolió ya que su cuerpo cada vez era más resistente. Su hermana se enteró de su nueva actividad favorita, entonces le pidió ayuda a su madre para sacar un mueble, no se atrevía a pedirle ayuda a los demás: la nueva criada había pedido siempre dejar la puerta de la cocina cerrada y su padre le aterraba. Así lo hicieron pero rápidamente la madre se negó. Dijo que sería mejor dejar los muebles ya que así podría estar Gregorio menos triste, aparte no terminarían antes de que llegara el padre. Gregorio se dio cuenta de que cada vez perdía más humanidad. La hermana no pensaba lo mismo, no por ser una adolecente testaruda sino porque observaba que Gregorio necesitaba espacio para moverse, solo dejarían el sofá. Gregorio no quería que quitaran los muebles, sin embargo no podía comunicarse. Además se sugiere que la Grete quería que la situación de Gregorio fuera más drástica para poder ayudarlo más. La madre no pudo convencerla entonces movieron el primer mueble, la madre entró antes que la hermana, en eso vio a Gregorio que asomó la cabeza para intentar intervenir, entonces está se asustó buscando consuelo con su hija. Todo el ajetreo de muebles le causaba mucho estrés a Samsa, le estaban quitando objetos que eran parte de él, cosas que usó desde que era un niño. Entonces cuando ellas salieron del cuarto para descansar, él tomó un momento para subir a un cuadro de una mujer en pieles que tenía para aferrarse. Cuando Grete entró, le dijo a la madre que volviera a la cocina. Gregorio sabía sus intenciones, iba a calmar a la mamá para luego quitarlo del cuadro, no se lo iba a permitir, preferiría saltarle en la cara. Las palabras de la hermana alteraron a la madre que rápido gritó: oh dios mio! Para después desmayarse, su hermana le dijo Gregorio! Con tono de enojo y con desaprobación, era la primera vez que le hablaba desde que era un insecto. Rápidamente la hermana fue a la otra habitación para buscar algo con que reanimar a su madre, Gregorio la siguió. Al llegar ella se asustó, rompiendo un frasco que cayó al suelo y lastimó a Gregorio con uno de sus pedazos. En ese momento su hermana no se preocupó por él y simplemente corrió con los otros frascos, cerrando la puerta al irse, dejando a Gregorio encerrado. Al llegar el padre tuvo que confesar lo ocurrido, él se mostró molesto. Gregorio escuchó todo esto, no quería que hubieran malentendidos, entonces tackleo la puerta para que su padre entendiera que no tendría que amenazar con una escoba para que entrara a su cuarto, bastaba con que le abriera la puerta para que entrara a su cuarto. Sin embargo su padre no entendería estas sutilezas. Este había cambiado, era un gordo perezoso que pasaba los días en el sofá y no podía hablar mientras caminaba, ahora parecía erguido con botones dorados en su uniforme de ordenanza de Barco. Su padre entró a la habitación con las manos en los bolsillos y una actitud rigurosa y hostil. Empezó una persecución, Gregorio copió lo que su padre hacía, si él se movía o si se quedaba quieto. De repente sintió como su padre le lanzaba manzana que tenía en el bolsillo. La madre, que estaba en camisa (porque Grete la había desnudado para hacerla despertar), fue quien paró la situación, abrazando a su marido. Ella decía que ese insecto seguía siendo su hijo y que por eso había que tratarlo con consideración. Una de las manzanas quedó pegada en la espalda de Gregorio, nadie se atrevió a quitarsela y tardó en curar menos de un mes. Luego Gregorio se encontraba en su cuarto repasando la situación de la familia: las conversaciones eran tristes y monótonas: el padre dormía mientras la madre cosía lencería. El padre dormía todos los días con su uniforme como si quisiera estar siempre listo para el trabajo, Gregorio se pasaba viendo los detalles del uniforme. Además se quedaba en la mesa por mucho tiempo, su esposa y Grete le tomaban de los brazos para decirle que se durmiera y este solo se quejaba diciendo que ni los últimos días de su vida estaría tranquilo. Para luego aceptar su ayuda para que lo llevaran al cuarto, luego hacía un gesto que ya no las necesitaba. La situación era cada vez peor, despidieron a la criada contratando a una nueva otra vez. Ella tenía ahora todas las tareas de la casa incluyendo la costurera que hacía la madre. Vendieron joyas. Otro impedimento era que no podían mudarse de casa (la que tenían era muy grande y les iría mejor en otra) debido a que no podrían transportar a Gregorio, pero la verdadera razón era que mudarse era aceptar que habían caído en la miseria ante todo su círculo social. Todos empezaron a hacer cada vez más trabajo, el padre conseguía el desayuno y trabajaba como ordenanza, la madre cosía prendas, y la hermana tenía un trabajo como dependienta, y estudiaba francés y taquigrafía. Un día cuando estaban solas la hermana y la madre, esta última pidió a Grete cerrar la puerta, dejando a Samsa solo una vez más. A veces recordaba la gente del trabajo, teniendo la fantasía de que volvería a velar por la familia algún día. Se acordaba del director y el gerente del almacén, el dependiente y el aprendiz, aquella ordenanza tan robusta, dos o tres amigos que tenía en otros comercios, una camarera de una fonda provinciana. Grete empezaba a sentir repugnancia por su hermano, ya no se preocupaba por limpiar y le servía cualquier comida que se encontrara. La madre un día limpió la habitación de Gregorio, al llegar la hermana se alteró gritándole a los dos padres, el padre diciendo que no le había cedido por completo el cuidado de ese cuarto. Ahora la única que entraba al cuarto de Gregorio era la nueva sirvienta que había vivido muchas cosas y por lo tanto no sentía asco por Gregorio. Sin embargo, le gritaba cosas que pensaba que eran cariñosas “Ven aquí bicharraco”, eso le incomodaba a Gregorio cada vez que hacía la limpieza algunas veces en la semana. Tanto, que un día se cansó y se acercó a ella con la intención de atacar, esta en respuesta tomó una silla para tirarla en su cabeza, cosa que lo hizo retroceder. Gregor casi no comía y su habitación estaba llena de cosas que ya no le servían a la familia. Esto era porque una habitación de la casa había sido alquilada a tres hombres que no soportaban las cosas inútiles. Estas cosas que le dejaban lo molestaban mucho pero no podía moverlas porque se cansaba muy rápido. Muchas veces abrían la puerta pero esto ya no le importaba a Gregorio porque se mantenía en el lugar más oscuro de la habitación. Gregorio luego escuchó a la familia comer con los huéspedes que comían muy bien, masticaban como haciéndole saber que su inutil mandibula no servía para eso, a gregorio le gustaba esa comida pero tenía hambre. Luego Grete tocó violín para los visitantes, los padres no se atrevían ni siquiera a sentarse en sus propios muebles. Samsa se acercó poco a poco para ver si encontraba con la mirada de su hermana, tocaba muy hermoso. Samsa sintió que nadie apreciaría su música como él, se notaba que los huéspedes (aunque fueron ellos quienes lo pidieron) ya estaban cansados de escuchar la música. Entonces Gregorio quería asustar a todos para que su hermana se quedara a su lado y pudiera contarle que tenía planeado enviarla al conservatorio. Así lo hizo pero uno de los huéspedes se dió cuenta de eso, y señaló a Gregorio. Parecían tranquilos pero disgustados. Entonces el padre los llevó a su habitación y estos pidieron explicación. Sin embargo si estaban un poco asustados por lo que regresaron a su habitación lentamente. Antes de que lo hicieran la hermana soltó su violín efusivamente para hacer las camas de los inquilinos para luego irse. El padre empujaba a los inquilinos a su habitación. La voz del cantante de repente dijo que se iría sin pagar un centavo por vivir en una casa tan asquerosa, y que incluso podría pedir una indemnización que sería fácil de justificar. El padre se puso tan triste que se sentó en el sillón, casi muerto por dentro, la madre empezó a toser. La hermana entonces dijo que tenía que deshacerse de Gregorio y el padre le dió la razón. Dijeron “sí al menos nos comprendiese” pero rápido pensaron que esto era imposible. La hermana lloraba mientras su madre seguía tosiendo sin poder escuchar la conversación. Grete dijo que ese no era Gregorio, ya que si lo fuera hubiera comprendido que no se puede vivir con un bicho así y se hubiera ido por su propia cuenta. Además que se quiere apoderar de la casa. Gregorio seguía allí y empezó a girar para volver a su cuarto, ellos se dieron cuenta de que era una buena intención, lo miraron tristes y pensativos. Estaba tan débil que apenas podía caminar a su cuarto. Cuando entró miró a su madre que se había quedado dormida. Grete cerró la puerta bruscamente y eso lo asustó. Poco a poco el dolor cesaba, él estaba aún más de acuerdo que su hermana que debía desaparecer. Entonces Gregorio cerró los ojos, al día siguiente la sirviente llegó haciendo ruido. Vio que Gregorio no se movía, trato de hacerle cosquillas con un utensilio pero este no respondió. Entonces fue a avisar a todos en la casa, la hermana no había dormido nada. Entonces entraron a su cuarto y la sirvienta otra vez empujó el cadáver de Gregorio para comprobar que estuviera muerto, la madre intentó pararla pero no lo logró. Eran finales de marzo, entonces no hacía tanto frío. Su cadáver estaba seco, delgado, no había comido nada desde hace días. Luego salieron los 3 huéspedes de sus habitaciones y la criada los llevó al cuarto de Gregorio. El padre, sosteniendo a las 2 mujeres les pidió que salieran de su casa. Parecía que los 3 habían llorado un poco (la familia), a pesar de que el padre se había alegrado al principio. Entonces el cantante sintió autoridad y se fue con los otros dos, la familia los vio mientras se iban (también vieron a un carnicero). Regresaron a la casa a descansar, pasear y escribir cartas de disculpa: : el señor Samsa, a su superior; la señora Samsa, al dueño de la tienda, y Grete, a su jefe. Mientras escribían, la criada parecía que tenía algo que decir: que ya no tenían que preocuparse por quitar eso de ahí al lado. Los 3 la ignoraron y esta fue dando un portazo, el señor Samsa dijo que la despediría al día siguiente. Ellas no respondieron. Luego las dos mujeres fueron hacia la ventana abrazadas, el padre dijo que olvidaran lo del pasado (porque lo ignoraban). Le hicieron caso, fueron hacia él y lo abrazaron. Fueron a pasear al tranvía, miraban que su vida no era tan negra, sus empleos, aunque no habían hablado de ellos, eran muy buenos y prometían ser mejores en el futuro. Lo mejor ahora sería cambiarse de casa (que había sido escogida por Gregorio), también, los padres vieron a la hija, ya se estaba convirtiendo en una mujer, habría que conseguirle un marido. Y al final del viaje pareció corroborar los nuevos proyectos y las sanas intenciones de los padres. FIN Si te quedaron dudas puedes ver: https://youtu.be/zFinfKWYLpI?si=2YDHdIoKGYZ5QYD2 El Extranjero (Cabe aclarar que resumiré en primera persona, el personaje se llama Meursault) Hoy fue que murió mamá o tal vez fue ayer, recibí un telegrama “Falleció su madre” El entierro será mañana. El asilo de ancianos está en Marengo (donde estaba su madre), a ochenta kilómetros de Argel. Le pedí dos días de licencia a mi patrón y no pudo negarse ante una excusa semejante. Pero no parecía satisfecho. Llegué a decirle: "No es culpa mía." Pensé entonces que no debía haberle dicho esto. A él le correspondía solo presentar las condolencias. Pero lo hará sin duda pasado mañana, cuando me vea de luto. Tomé el bus a las 2 y fui a comer en el restaurante de Celeste, él me dijo que “madre solo hay una” Me sentía un poco aturdido pues fue necesario que subiera hasta la habitación de Manuel para pedirle prestados una corbata negra y un brazal. Él perdió a su tío hace unos meses. Me fui dormido todo el trayecto, cuando quería ver a mi madre me pidieron que viera al director antes. Era un viejecito condecorado con la Legión de Honor, consultó un legajo y me dijo: "La señora de Meursault entró aquí hace tres años. Usted era su único sostén." Empecé a darle explicaciones. Pero me interrumpió: "No tiene usted por qué justificarse. He leído el legajo de su madre. Usted no podía subvenir a sus necesidades. Ella necesitaba una enfermera. Su salario es modesto. Y, al fin de cuentas, era más feliz aquí." Pues era verdad, cuando estaba ella en casa se mantenía en silencio, pero cuando llegó al asilo se fue acostumbrando, ya para el último año no la llegué a visitar porque me quitaba el domingo y el trayecto era muy largo. El director me dijo: “Supongo que usted quiere ver a su madre.". En la escalera me explicó: "La hemos llevado a nuestro pequeño depósito. Para no impresionar a los otros. Cada vez que un pensionista muere, los otros se sienten nerviosos durante dos o tres días. Y dificulta el servicio." En la puerta de un pequeño edificio el director me abandonó: "Le dejo a usted, señor Meursault. Estoy a su disposición en mi despacho. En principio, el entierro está fijado para las diez de la mañana. Su madre expresó a menudo a sus compañeros el deseo de ser enterrada religiosamente." Entré a la sala y ví a una enfermera arabe. Al portero le pedí que no quería ver a mi madre, que no la destapara. El portero se quedó confuso. El portero se queda junto a mi, lo que me incomoda, le saque tema de conversación y me empezó a contar la historia de su vida, había vivido en París y que los muertos se velan 3 o 4 veces. El portero al principio había llegado al asilo siendo un indigente, pero se sentía válido y ofrecido para ser portero del lugar. Siempre me regañaba cada vez que hablaba de los pensionistas (la gente del asilo). Me invitó a dirigirse al refectorio para cenar. Pero no tenía hambre. Me ofreció entonces traerme una taza de café con leche. Tuve deseos de fumar, sentí que sería una falta de respeto a mi madre, pero no le di importancia y fume con el portero. Vendrán pronto los amigos de mamá para verla. La enfermera estaba tejiendo del otro lado de la habitación, me dormí un poco, luego me despertó un roce. En ese momento entraron los amigos de mamá. Eran una decena en total, casi todas las mujeres llevaban delantal, y el cordón que les ceñía la cintura hacía resaltar aún más sus abultados vientres. Nunca había notado hasta qué punto podrían tener vientre las mujeres ancianas. Casi todos los hombres eran flaquisimos y llevaban bastón. Me llamaba la atención no ver los ojos en los rostros, sino solamente un resplandor sin brillo en medio de un nido de arrugas. Advertí en ese momento que estaban todos cabeceando, sentados enfrente de mí, al parecer trataban de saludarme. Por un momento tuve la ridícula impresión de que estaban allí para juzgarme. Poco después una señora se echó a llorar, sus motivos fueron porque mi madre era su única amiga y ya no tenía a nadie (Solo ella lloraba los demás se quedaron callados) Quedamos un largo rato así. Los suspiros y los sollozos de la mujer se hicieron más raros, luego calló por fin. Solo quedaban ruidos extraños que hacían los ancianos. Todos tomamos café, después, no sé más. Recuerdo que en cierto momento abrí los ojos y vi que los ancianos dormían amontonados, excepto uno que me miraba fijamente, como si no esperase sino mi despertar. Luego volví a dormirme. Me desperté porque cada vez me dolía más la cintura. Poco después uno de los ancianos se despertó, y tosió mucho. Despertó a los demás. Se levantaron, todos me estrecharon la mano, como si esa noche durante la cual no cambiamos una palabra hubiese acrecentado nuestra intimidad. Ya en el día me llamó el director para firmar varios documentos, me señaló que gracias a Tomas Perez (una persona que nunca se separaba de la madre y que casi parecían ser novios, lo que su pérdida lo destrozó profundamente) se autorizó un cortejo. Delante de la puerta estaba el coche. A su lado estaban el empleado de la funeraria, un hombre de traje ridículo y un anciano de aspecto tímido. Comprendí que era Pérez. Los labios le temblaban bajo la nariz mechada de puntos negros. El hombre de la funeraria nos indicó nuestros lugares. El sacerdote caminaba delante; luego el coche; en torno de él, los cuatro hombres. Detrás, el director, yo y, cerrando la marcha, la enfermera delegada y Pérez. Había demasiado calor en el lugar que no sabía porque nos habíamos tardado tanto en este evento. Me costó levantarme porque la jornada de ayer me había cansado. Mientras me afeitaba me pregunté qué podía hacer y resolví ir a bañarme. Tomé el tranvía para ir al establecimiento de baños del puerto. Allí me zambullí en la entrada. Había muchos jóvenes. En el agua encontré a María Cardona, antigua dactilógrafa de mi oficina, a la que había deseado en otro tiempo. Creo que ella también. Pero se había marchado poco después y no tuvimos ocasión. La ayudé a subir a una balsa y rocié sus senos en ese movimiento. "Le pregunté si quería ir al cine esa noche. Volvió a reír y me dijo que quería ver una película de Fernandel. Cuando nos vestimos me pareció muy asombrada al verme con corbata negra y me preguntó si estaba de luto. Le dije que mamá había muerto. A pesar de que era domingo toda la gente se divertía y hacían distintas cosas (leanse el capítulo 2 si quieren saber qué cosas pasan, en mi opinión no son muy relevantes). Al día siguiente con Manuel llegamos empapados a la casa de Celeste, tenía mucha hambre. Volví a mi casa y me encontré con uno de mis vecinos de piso llamado Salamano, él estaba con su perro que lo trataba muy mal, lo sacaba a pasear 2 veces al día en esas salidas el perro es el que tira al hombre hasta que el viejo Salamano tropieza. Entonces pega al perro y lo insulta. Así todos los días. Cuando el perro quiere orinar, el viejo no le da tiempo y tira. Hace ocho años que ocurre lo mismo. Celeste dice siempre que "es una desgracia", pero, en el fondo, no se puede saber. Cuando lo encontré en la escalera, Salamano estaba insultando al perro. Le decía: "¡Cochino! ¡Carroña!". En ese mismo momento entró el segundo vecino. En el barrio se dice que vive de las mujeres. Sin embargo, cuando se le pregunta acerca de su oficio, es "guardalmacén". En general, es poco querido. Pero me habla a menudo y a veces entra un momento en mi habitación porque yo le escucho. Se llama Raimundo Sintés. También él me ha dicho la situación de Salamano con su perro: "Es una desgracia" Me preguntó si no me repugnaba y respondí que no. Me invitó a su habitación, según yo me iba a invitar a cenar así que acepte, pero en realidad llegaron los enemigos de Raimundo nos empezaron a golpear hasta sangrar (era el hermano de su amante que había golpeado), al final Raimundo me dice que quiere un camarada y un consejo porque su amante lo ha engañado, incluso piensa que sé mucho sobre la vida. Volviendo a su historia supe que ella lo engañaba y le pagaba todo, él le insistía que trabajará, pero no quería sólo se iba a tomar café con sus amigas. "Vi bien claro que me engañaba. Entonces la dejé. Pero antes le di una paliza. Y le canté las verdades. Le dije que todo lo que quería era divertirse. Usted comprenderá, señor Meursault, yo le dije: 'No ves que la gente está celosa de la felicidad que te doy. Más tarde te darás cuenta de la felicidad que tenías.'" Le pegó hasta hacerla sangrar. Antes no le pegaba. "La golpeaba pero con ternura, por así decir. Ella gritaba un poco. Pero para mí no la he castigado bastante." Continuó. Le fastidiaba "sentir todavía deseos de hacer el coito con ella." Pero quería castigarla. Primero había pensado llevarla a un hotel y llamar a los de "buenas costumbres" para provocar un escándalo y hacerla fichar como prostituta. Me preguntó si creía que le había engañado, y a mí me parecía, por cierto, que le había engañado. Me preguntó si encontraba que se la debía castigar y qué haría yo en su lugar. Le dije que era difícil saber, pero comprendí que quisiera castigarla. Me dijo su idea. Quería escribirle una carta "con patadas y al mismo tiempo cosas para hacerla arrepentir." Después, cuando regresara, se acostaría con ella, y "justo en el momento de acabar" le escupiría en la cara y la echaría a la calle. Raimundo me dijo que no se sentía capaz de escribir la carta adecuada y que había pensado en mí para redactarla. Como no dijo nada, me preguntó si me molestaría hacerlo y respondí que no. Le escribí la carta y él quedó muy complacido con lo que decía. Me dijo que de ahora en adelante sería su camarada, a mi me daba igual. Al final me fui porque era muy tarde. Fui a la playa con María y me enseñó un juego. María se me acercó entonces y se estrechó contra mí en el agua. Puso su boca contra la mía. Su lengua refrescaba mis labios. Nos fuimos a mi casa y pasamos la noche. A la mañana siguiente María se quedó y le dije que almorzaremos juntos. Bajé a comprar carne. Al subir oí una voz de mujer en la habitación de Raimundo. Poco después, el viejo Salamano regañó al perro, le conté a María sobre el pobre perro y ella se río. Luego me preguntó si la amaba y le dije que eso no importaba (no la amaba), ella se puso triste, pero le doy un beso. En ese momento el ruido de una disputa estalló en la habitación de Raimundo. La mujer gritaba sin cesar y Raimundo pegaba sin cesar. María me dijo que era terrible y no respondí. Me pidió que fuese a buscar a un agente, pero le dije que no me gustaban los agentes. Sin embargo, llegó con el inquilino del segundo, que es plomero. Golpeó en la puerta y no se oyó nada más. Golpeó con más fuerza y, al cabo de un momento, la mujer lloró otra vez y Raimundo abrió. El agente golpea a Raimundo por no dejar el cigarrillo e indignarse al hablar. Raimundo se volvió entonces hacia la muchacha y le dijo: "Espera, chiquita, ya nos volveremos a encontrar.". Se la terminan llevando a la chava. Después que terminara de almorzar con María (ella no comió mucho después de los sucedido), Raimundo me contó que había hecho lo que quería, pero que ella le había dado un bofetón y entonces él le había pegado. En cuanto al resto, yo lo había visto. Le dije que me parecía que ahora estaba castigada y que debía de sentirse contenta. Observó que el agente había actuado bien, pero que no cambiaría en nada los golpes que ella había recibido. Salimos, y Raimundo me ofreció un aguardiente. Luego quiso jugar una partida de billar y perdí. Después quería ir al burdel, pero le dije que no porque no tenía ganas. Regresamos lentamente mientras me decía cuánto celebraba haber logrado castigar a su amante. Estuvo muy amable conmigo y pensé que era un momento agradable. Luego vimos al viejo de Salamano que explicó que había perdido a su perro mientras lo llevaba al Campo de Maniobras.. Había mucha gente en torno de los kioscos de saltimbanquis. Se detuvo a mirar 'El rey de la evasión'. Y cuando quiso seguir no estaba más allí. Raimundo me telefoneó a la oficina. Me dijo que uno de sus amigos (a quien le había hablado de mí) me invitaba a pasar el día del domingo en su cabañuela, cerca de Argel.Contesté que me gustaría mucho ir, pero que había prometido dedicar el día a una amiga. Raimundo me dijo en seguida que también la invitaba a ella. Pero Raimundo me pidió que esperase y me dijo que hubiera podido transmitir la invitación por la noche, pero que quería advertirme de otra cosa. Había sido seguido todo el día por un grupo de árabes entre los cuales se encontraba el hermano de su antigua amante. "Sí lo ves cerca de casa avísame." Dije que estaba convencido. Luego el Patrón me llamó. Me declaró que iba a hablarme de un proyecto todavía muy vago. Quería solamente tener mi opinión sobre el asunto. Tenía la intención de instalar una oficina en París que trataría directamente en esa plaza sus asuntos con las grandes compañías, y quería saber si estaría dispuesto a ir. Ello me permitiría vivir en París y también viajar una parte del año. "Usted es joven y me parece que es una vida que debe de gustarle." Dije que sí, pero que en el fondo me era indiferente. Me preguntó entonces si no me interesaba un cambio de vida. Respondí que nunca se cambia de vida, que en todo caso todas valían igual y que la mía aquí no me disgustaba en absoluto. Se mostró descontento, me dijo que siempre respondía con evasivas, que no tenía ambición y que eso era desastroso en los negocios. María vino a buscarme por la tarde y me preguntó si quería casarme con ella. Dije que me era indiferente y que podríamos hacerlo si lo quería. Entonces quiso saber si la amaba. Contesté como ya lo había hecho otra vez: que no significaba nada, pero que sin duda no la amaba. "¿Por qué, entonces, casarte conmigo?", dijo. Le expliqué que no tenía ninguna importancia y que si lo deseaba podíamos casarnos. Tras otro momento de silencio murmuró que yo era extraño, que sin duda me amaba por eso mismo, pero que quizá un día le repugnaba por las mismas razones. Como callara sin tener nada que agregar, me tomó sonriente del brazo y declaró que quería casarse conmigo. Respondí que lo haríamos cuando quisiera. Le hablé entonces de la proposición del patrón, y María me dijo que le gustaría conocer París. Le dije que había vivido allí en otro tiempo y me preguntó cómo era. Le dije: "Es sucio. Hay palomas y patios oscuros. La gente tiene la piel blanca." Cuando me fui a cenar en el restaurante de Celeste, llegó una chica extraña que pidió un asiento junto al mió, me señaló muchas cosas sobre audiciones y programas radiotelefónicos. Al cabo de terminar salió del restaurante y yo la seguí. Se había colocado en el cordón de la acera y con rapidez y seguridad increíbles seguía su camino sin desviarse ni volverse. Acabé por perderla de vista y volver sobre mis pasos. Me pareció una mujer extraña, pero la olvidé bastante pronto. Encontré al viejo de Salamano, me dijo que su perro estaba perdido Me fastidiaba un poco, pero no tenía nada que hacer y no sentía sueño. Por decir algo le interrogué sobre el perro. Me dijo que lo tenía desde la muerte de su mujer. En su juventud tuvo intención de dedicarse al teatro; en el regimiento representaba en las zarzuelas militares. Cuando su esposa murió se había sentido muy solo. Entonces había pedido un perro a un camarada del taller y había recibido aquél, apenas recién nacido. " Todas las tardes y todas las mañanas, desde que el perro tuvo aquella enfermedad de la piel, Salamano le ponía una pomada. Pero según él su verdadera enfermedad era la vejez, y eso no se cura. Por primera vez desde que le conocí, me tendió la mano con gesto furtivo. Sonrió levemente y antes de partir me dijo: "Espero que los perros no ladraron esta noche. Siempre me parece que es el mío." El domingo me costó mucho despertarme y fue necesario que María me llamara y me sacudiera. Teníamos que esperar a Raimundo. Llevaba pantalones azules y camisa blanca de manga corta. Pero se había puesto un sombrero de paja, lo que hizo reír a María. Yo estaba un poco repugnante. Silbaba al bajar y parecía muy contento. Me dijo: "Salud, viejo", y llamó "señorita" a María. La víspera habíamos ido a la comisaría y yo había atestiguado que la muchacha había "engañado" a Raimundo. No le costó a éste más que una advertencia. Vi un grupo de árabes pegados contra el escaparate de la tabaquería. Nos miraban en silencio, pero a su modo, ni más ni menos que si fuéramos piedras o árboles secos. Raimundo me dijo que el segundo a partir de la izquierda era el individuo y me pareció preocupado. Tomamos el autobús. Raimundo, que parecía completamente aliviado, no cesaba de hacerle bromas a María. Me di cuenta de que le gustaba, pero ella casi no le respondía. Vimos, muy lejos, un pequeño barco pescador que avanzaba imperceptiblemente por el mar deslumbrante. María recogió algunos lirios de roca. Desde la pendiente que bajaba hacia el mar vimos que había ya bañistas en la playa. El amigo de Raimundo vivía en una pequeña cabañuela de madera en el extremo de la playa. La casa estaba adosada a las rocas y el agua bañaba los pilares que la sostenían por el frente. Raimundo nos presentó. El amigo se llamaba Masson.Me informó que pasaba allí los sábados, los domingos y todos los días de asueto. "Me llevo muy bien con mi mujer", agregó. Precisamente, su mujer se reía con María. Por primera vez, quizá, pensé verdaderamente en que iba a casarme. Todos disfrutaban de la playa, nadando y tomando el sol. De pronto, Raimundo dijo a Masson algo que no oí bien. Pero al mismo tiempo divisé en el extremo de la playa, y muy lejos de nosotros, a dos árabes de albornoz que venían en nuestra dirección. Miré a Raimundo y me dijo: "Es él." Continuamos caminando. Masson preguntó cómo habrían podido seguirnos hasta allí. Pensé que debían de habernos visto tomar el autobús con el bolso de playa, pero no dije nada. Los árabes avanzaron lentamente y estaban muy próximos (Masson, Raimundo y él se echaron tremenda pelea con los árabes). La pelea acaba con los dos bandos heridos y retrocediendo del otro. Raimundo quedó gravemente herido, se marchó con Masson y yo tuve que darle explicaciones a la esposa de Masson y a María lo ocurrido. Luego de un rato regresaron. Cuando dijo que bajaba a la playa le pregunté a dónde iba. Me respondió que quería tomar aire. Masson y yo dijimos que íbamos a acompañarle. Entonces se montó en cólera y nos insultó. De todos modos, le seguí. Caminamos mucho tiempo por la playa. Tuve la impresión de que Raimundo sabía a dónde iba, pero sin duda era una falsa impresión. En el extremo de la playa llegamos al fin a un pequeño manantial que corría por la arena hacia el mar detrás de una gran roca. Allí encontramos a los dos árabes. Estaban acostados con los grasientos albornoces. Parecían enteramente tranquilos y casi apaciguados. Nuestra llegada no cambió nada. El que había herido a Raimundo le miraba sin decir nada. El otro soplaba una cañita y, mirándonos de reojo, repetía sin cesar las tres notas que sacaba del instrumento. Durante todo este tiempo no hubo otra cosa más que el sol y el silencio con el leve ruido del manantial y las tres notas. Luego Raimundo echó mano al revólver de bolsillo, pero el otro no se movió y continuaron mirándose. o bruscamente los árabes se deslizaron retrocediendo y desaparecieron detrás de la roca. Raimundo y yo volvimos entonces sobre nuestros pasos. Parecía mejor y habló del autobús de regreso. Todo aquel calor pesaba sobre mí y se oponía a mi avance. Y cada vez que sentía el poderoso soplo cálido sobre el rostro, apretaba los dientes, cerraba los puños en los bolsillos del pantalón, me ponía tenso todo entero para vencer al sol y a la opaca embriaguez que se derramaba sobre mí. No bien me vio, se incorporó un poco y puso la mano en el bolsillo. Yo, naturalmente empuñé el revólver de Raimundo en mi chaqueta. Entonces se dejó caer de nuevo hacia atrás, pero sin retirar la mano del bolsillo. Estaba bastante lejos de él, a una decena de metros. Di algunos pasos hacia el manantial. El árabe no se movió. A pesar de todo, estaba todavía bastante lejos. Parecía reírse, quizá por el efecto de las sombras sobre el rostro. Esperé. El ardor del sol me llegaba hasta las mejillas y sentí las gotas de sudor amontonarse en las cejas. Pero di un paso, un solo paso hacia adelante. Y esta vez, sin levantarse, el árabe sacó el cuchillo y me lo mostró bajo el sol.Entonces, tiré aún cuatro veces sobre un cuerpo inerte en el que las balas se hundían sin que se notara. Y eran como cuatro breves golpes que daba en la puerta de la desgracia. Extranjero parte 2 Inmediatamente después de mi arresto fui interrogado varias veces. Pero se trataba de interrogatorios de identificación que no duraron largo tiempo. La primera vez el asunto parece no interesar a nadie en la comisaría. Por el contrario, ocho días después el juez de instrucción me miró con curiosidad. Estuve de acuerdo que me pusieran un abogado y me llevaron a una habitación Se sentó en la cama y me explicó que habían tomado informes sobre mi vida privada. Se sabía que mi madre había muerto recientemente en el asilo. Se había hecho una investigación en Marengo. Los instructores se habían enterado de que "yo había dado pruebas de insensibilidad" el día del entierro de mamá. "Usted comprenderá", me dijo el abogado, "me molesta un poco tener que preguntarle esto. Pero es muy importante. Si no encuentro alguna propuesta será un sólido argumento para la acusación". Quería que le ayudará. Me preguntó si había sentido pena aquel día. Sin duda quería mucho a mamá, pero eso no quería decir nada. Todos los seres normales habían deseado más o menos la muerte de aquellos a quienes amaban. Aquí el abogado me interrumpió y me pareció muy agitado. Lo que podía afirmar con seguridad es que hubiera preferido que mamá no hubiese muerto. Pero el abogado no pareció conforme. Me dijo: "Eso no es bastante.” Me preguntó si podía decir que aquel día había dominado mis sentimientos naturales. Le dije: "No, porque es falso." Me miró de forma extraña. Se fue con aire enfadado. Hubiese querido retener; explicarle que deseaba su simpatía, no para ser defendido mejor, sino, si puedo decirlo, naturalmente. Poco después me condujeron nuevamente ante el juez de instrucción. Me hizo sentar y con suma cortesía me declaró que por "un contratiempo" mi abogado no había podido venir. Dije que podía contestarle. Apretó con el dedo un botón sobre la mesa. Un joven escribiente vino a colocarse casi a mis espaldas. Me dijo en primer término que se me describe como un carácter taciturno y reservado y quiso saber cuál era mi opinión. Respondí: "Nunca tengo nada que decir. Por eso me callo." y agregó: "Por otra parte, esto no tiene importancia alguna." Se calló, me miró y se irguió bruscamente, diciéndome con rapidez: "Quien me interesa es usted." No comprendí bien qué quería decir con eso y no contesté nada. "Hay cosas", agregó, "que no entiendo en su acto. Estoy seguro de que usted me ayudará a comprenderlas." Dije que todo era muy simple. Me apremió para que describiese el día. Sin transición me preguntó si quería a mamá. Dije: "Sí, como todo el mundo" y el escribiente, quedó confundido y tuvo que volver atrás., el juez me preguntó entonces si había disparado los cinco tiros de revólver uno tras otro. Reflexioné que había disparado primero una sola vez y, después de algunos segundos, los otros cuatro disparos. "¿Por qué esperó usted entre el primero y el segundo disparo?". Esta vez no contesté nada. Extrajo de él un crucifijo de plata que blandió volviendo hacia mí. Y con voz enteramente cambiada, gritó: "¿Conoce usted a Este?" Dije: "Sí, naturalmente." Él creía en Dios y que estaba convencido de que ningún hombre era tan culpable como para que Dios no lo perdonase, pero que para eso era necesario que el hombre, por su arrepentimiento, se volviese como un niño cuya alma está vacía y dispuesta a aceptarlo todo. Agitaba el crucifijo casi sobre mí. Yo era el criminal, después de todo. Él no comprendía por qué había esperado. Pero me interrumpió y me exhortó por última vez, irguiéndose entero, y preguntándome si creía en Dios. Contesté que no. Se sentó indignado. Me dijo que era imposible, que todos los hombres creían en Dios, aun aquellos que le volvían la espalda. Murmuró: "Nunca he visto un alma tan endurecida como la suya. Los criminales que han comparecido delante de mí han llorado siempre ante esta imagen del dolor." Iba a responder que eso sucedía justamente porque se trataba de criminales. El juez no se interesaba más por mí y que había archivado el caso, en cierto modo. No me habló más de Dios y no lo volví a ver con la misma excitación del primer día. Las entrevistas se hicieron más cordiales. Todo era tan natural, tan bien arreglado y tan sobriamente representado, que tenía la ridícula impresión de "formar parte de la familia." Y al cabo de los once meses que duró la instrucción, mis únicos regocijos hubiesen sido los raros momentos en los que el juez me acompañaba hasta la puerta del despacho, palmeando el hombro, y diciéndome con aire cordial: "Basta por hoy, señor Anticristo." Entonces me pusieron nuevamente en manos de los gendarmes. Todo comenzó después de la primera y única visita de María. Desde el día en que recibí su carta (me decía que no le permitían venir más porque no era mi mujer), desde ese día sentí que la celda era mi casa y que mi vida se detenía allí. El día de mi arresto me encerraron al principio en una habitación donde había varios detenidos, la mayor parte árabes. Al verme, se rieron. Luego me preguntaron qué había hecho. Dije que había matado a un árabe y quedaron silenciosos. Me explicaron cómo había que arreglar la estera en la que debía de acostarme. Arrollando uno de los extremos podía hacerse una almohada. Toda la noche me corrieron las chinches en la cara. Algunos días después me aislaron en una celda en la que dormía sobre una tabla de madera. Tenía una cubeta para las necesidades y una jofaina de hierro. Tuve la oportunidad de ver a María, estaba enfrente de mí, con el vestido a rayas. Pegada ya a la reja me sonreía con toda el alma. La encontré muy bella, pero no supe decírselo. Ella gritaba: "¡Saldrás y nos casaremos!" Respondí: "¿Lo crees?" pero lo dije sobre todo por decir algo. Dijo entonces rápidamente y siempre muy alto que sí, que saldría libre y que volveríamos a bañarnos. María me habló de su trabajo y no cesaba de sonreír. Se cruzaban los murmullos, los gritos y las conversaciones. El único islote de silencio estaba a mi lado, en el muchacho y la anciana que se miraban. Poco a poco los árabes fueron llevados. No bien salió el primero, casi todo el mundo calló. La viejecita se aproximó a los barrotes y, al mismo tiempo, un guardián hizo una señal al hijo. Dijo: "Hasta pronto, mamá", y ella pasó la mano entre dos barrotes para hacerle un saludo lento y prolongado. Poco después me escribió. Y a partir de ese momento comenzaron las cosas de las que nunca me ha gustado hablar. Al principio de la detención lo más duro fue que tenía pensamientos de hombre libre por ejemplo, sentía deseos de estar en una playa y de bajar hacia el mar. Pero esto duró algunos meses. Después no tuve sino pensamientos de presidiario. Esperaba el paseo cotidiano que daba por el patio o la visita del abogado. Disponía muy bien el resto del tiempo. Por otra parte, mamá tenía la idea, y la repetía a menudo, de que uno acaba por acostumbrarse a todo. Los primeros meses fueron duros. Pero precisamente el esfuerzo que debía hacer ayudaba a pasarlos. Por ejemplo, estaba atormentado por el deseo de una mujer. Era natural: yo era joven. No pensaba nunca en María particularmente. Pero pensaba de tal manera en una mujer. Había concluido por ganar la simpatía del guardián jefe que acompañaba al mozo de la cocina a la hora de las comidas. Él fue quien primero me habló de mujeres. Me dijo que era la primera cosa de la que se quejaban los otros. Le dije que yo era como ellos y que encontraba injusto este tratamiento. "Pero", dijo, "precisamente para eso los ponen a ustedes en la cárcel." - "¿Cómo, para eso?"- "Pues sí. La libertad es eso. Se les priva de la libertad." También me quitaron los cigarrillos. Quizá haya sido esto lo que más me abatió. Chupaba trozos de madera que arrancaba de la tabla de la cama. Soportaba durante todo el día una náusea perpetua. No comprendía por qué me privaban de aquello que no hacía mal a nadie. Más tarde comprendí que también formaba parte del castigo. Pero ya me había acostumbrado a no fumar más y este castigo había dejado de ser tal para mí. Fuera de estas molestias no me sentía demasiado desgraciado. Una vez más todo el problema consistía en matar el tiempo. A partir del instante en que aprendí a recordar, concluí por no aburrirme en absoluto. Tendría bastantes recuerdos para no aburrirme. En cierto sentido era una ventaja. Existía también el sueño. Al principio dormía mal por la noche y nada durante el día. Poco a poco las noches fueron mejores y pude también dormir de día. Puedo decir que en los últimos meses dormía de dieciséis a dieciocho horas por día. Me quedaban por lo tanto seis horas para matar con comida, las necesidades naturales, los recuerdos y la historia del checoslovaco (Un viejo trozo de periódico, amarillento y transparente. Relataba un hecho policial cuyo comienzo faltaba pero que había debido ocurrir en Checoslovaquia. Durante la noche, la madre y la hermana le habían asesinado a martillazos para robarle y habían arrojado el cuerpo al río. Por la mañana había venido la mujer y sin saberlo, había revelado la identidad del viajero. La madre se había ahorcado. La hermana se había arrojado a un pozo. Debo de haber leído esta historia miles de veces). Cuando un día el guardián me dijo que estaba allí desde hacía cinco meses, le creí, pero no lo comprendí. Para mí era el mismo día que se desarrollaba sin cesar en la celda y la misma tarea que proseguía. Por primera vez desde hacía largos meses, oí distintamente el sonido de mi voz. Reconocí que era la que resonaba desde hacía muchos días en mi oído y comprendí que durante todo ese tiempo había hablado solo. Me llamaron para llevarme a la corte, mi juicio no sería muy tardado ya que tienen otros más importantes. A las siete y media de la mañana vinieron a buscarme y los gendarmes me llevaron a una sala húmeda donde recordé los días de fiesta. Uno de ellos me ofreció un cigarrillo que rechacé, me preguntó si estaba nervioso, no lo estaba. Al llegar noté que todos me juzgaban, fui con los periodistas quienes me hicieron entender que había exagerado mi caso y el de un parricida (def. una persona que mata a un familiar suyo que venía de París. Llegó un abogado en toga y todos empezaron a reírse y platicar, esto hasta que se anunció la llegada del procurador. Había 3 abogados, 2 de negreo y uno de rojo. Mi abogado me dijo que contestara las preguntas brevemente. No debía tomar la iniciativa ya que él se encargaría de todo lo demás. El tribunal había comenzado, leyeron el acta de acusación y llamaron a los testigos: al director y al portero del asilo, al viejo Tomás Pérez, a Raimundo, a Masson, a Salamano, Celeste y María. Esta última me hizo señas. El presidente comenzó con los mismos anteriores, lo cual me aburría. Me preguntó por qué había metido a mamá en el asilo, no tenía dinero para cuidarla y atenderla-respondí. Ni ella ni yo esperábamos nada el uno del otro. Entonces el presidente preguntó al procurador si tenía otra pregunta, este, sin mirarme me preguntó si volví al manantial con la intención de matar al árabe, dije que no. Me dijo entonces: ¿Por qué estaba armado? Respondí que era al azar. Entonces dieron como terminada la asamblea para escuchar la declaración de los testigos en la tarde. Comí en la cárcel y sin darme cuenta, todo había comenzado de nuevo. El primer testigo en ser interrogado fue el director del asilo. Quien declaró que mamá se quejaba de mí y le había molestado que yo la metiera en el asilo. Además habló del funeral, contando que estuvo muy tranquilo aparte de no saber la edad exacta de mamá. El procurador luego de eso dijo que eran suficientes preguntas con un tono sarcástico. Por primera vez sentí ganas de llorar por el odio que me tenía toda esa gente. El próximo fue el portero que contó cómo tomamos café con leche mientras fumábamos, todo lo confesó y yo le di la razón, luego el procurador dijo que un hijo habría rechazado el café enfrente de la persona que lo creó. Luego Tomás Perez declaró que nunca me vio llorar, otra vez el procurador dio a entender el argumento de antes. Luego el abogado se enfadó y le dijo si él no me vio llorar y este dijo que no, entonces dijo que todo era cierto y que nada era cierto. Luego Celeste declaro que yo era cliente suyo y amigo. Le preguntaron si pagaba pensión y ella dijo que eran detalles entre nosotros. Por último le preguntaron qué pensaba de mi caso, y ella solo dijo que era una pena. Luego volvió y vi sus labios temblorosos, por primera vez tuve ganas de besar a un hombre. María entra, Le preguntaron enseguida desde cuándo me conocía. Indicó la época en que trabajaba con nosotros. El Presidente quiso saber cuáles eran sus relaciones conmigo. Dijo que era mi amiga. A otra pregunta, contestó que era cierto que debía casarse conmigo. El Procurador señaló que parece que se casarían al día siguiente a la muerte de mamá. El Abogado General dijo que después de las declaraciones de María en el sumario de instrucción había consultado los programas de esa fecha. María indicó que en efecto había visto la película de Fernandel conmigo. En seguida se escuchó a Masson, quien declaró que yo era un hombre honrado. Apenas se escuchó también a Salamano cuando recordó que había tratado bien a su perro y cuando respondió a una pregunta sobre mi madre y sobre mí diciendo que yo no tenía nada más que decir a mamá y que por eso la había metido en el asilo. "Hay que comprender, decía Salamano" Pero nadie parecía comprender. Se lo llevaron. Luego llegó el turno a Raimundo, me hizo una ligera señal y dijo al instante que yo era inocente. Raimundo aprovechó para decir que era a él a quien este último odiaba desde que había abofeteado a su hermana. Sin embargo, el Presidente le preguntó si la víctima no tenía algún motivo para odiarme. Raimundo dijo que mi presencia en la playa era fruto de la casualidad. Entonces el Procurador le preguntó cómo era que la carta origen del drama había sido escrita por mí. Raimundo respondió que era una casualidad. "En fin, ¿se le acusa de haber enterrado a su madre o de haber matado a un hombre?" "Yo acuso a este hombre de haber enterrado a su madre con corazón de criminal". Esta declaración pareció tener considerable efecto sobre el público. El abogado se encogió de hombros y enjugó el sudor que le cubría la frente. El resumen de los hechos según el Procurador fue: A partir de la muerte de mamá. Recordó mi insensibilidad, mi ignorancia sobre la edad de mamá, el baño del día siguiente con una mujer, el cine, Fernandel, y, por fin, el retorno con María. Necesité tiempo para comprenderlo en ese momento porque decía "su amante" y para mí ella era María. Después se refirió a la historia de Raimundo. Me pareció que su manera de ver los hechos no carecía de claridad. De acuerdo con Raimundo yo había escrito la carta que debía atraer a la amante y entregarla a los malos tratos de un hombre de "dudosa moralidad". Yo había provocado en la playa a los adversarios de Raimundo. Este había resultado herido. Yo le había pedido el revólver. Había vuelto sólo para utilizarlo. Había abatido al árabe, tal como lo tenía proyectado. Había disparado una vez. Había esperado. Y "para estar seguro de que el trabajo estaba bien hecho", había disparado aún cuatro balas, serenamente, con el blanco asegurado, de una manera, en cierto modo, premeditada. “Este hombre, señores, este hombre es inteligente. Ustedes lo han oído, ¿no es cierto? Sabe contestar. Conoce el valor de las palabras. Y no es posible decir que ha actuado sin darse cuenta de lo que hacía" El Procurador se puso a hablar de mi alma. Decía que se había acercado a ella y que no había encontrado nada. Decía que, en realidad, yo no tenía alma en absoluto y que no me era accesible ni lo humano, ni uno solo de los principios morales que custodian el corazón de los hombres. "Sin duda", agregó, "no podríamos reprocharle. No podemos quejarnos de que le falte aquello que no es capaz de adquirir. "Os pido la cabeza de este hombre", dijo, "y os la pido con el corazón tranquilo.” El Presidente tosió un poco, y con voz muy baja me preguntó si no tenía nada que agregar. Me levanté y como tenía deseos de hablar, dije, un poco al azar por otra parte, que no había tenido intención de matar al árabe. El Presidente contestó que era una afirmación.antes de oír a mi abogado le complacería que precisara los motivos que habían inspirado mi acto. Mezclando un poco las palabras y dándome cuenta del ridículo, dije rápidamente que había sido a causa del sol. En la sala hubo risas. El abogado se encogió de hombros e inmediatamente después le concedieron la palabra. Pero declaró que era tarde, que tenía para varias horas y que pedía la suspensión de la audiencia hasta la tarde. El Tribunal consintió. Me pareció que el alegato del abogado no debía terminar jamás. Sin embargo, en un momento dado, escuché que decía: "es cierto que yo maté." Luego continuó en el mismo tono, diciendo "yo" cada vez que hablaba de mí. Yo estaba muy asombrado. Me incliné hacia un gendarme y le pregunté por qué. Me dijo que me callara y después de un momento agregó: "Todos los abogados hacen eso." Pensé que era apartarme un poco más del asunto, reducirse a cero y, en cierto sentido, sustituirme. Pero creo que estaba ya muy lejos de la sala de audiencias. Por otra parte, el abogado me pareció ridículo. Alegó muy rápidamente la provocación y luego también habló de mi alma. Pero me pareció que tenía mucho menos talento que el Procurador. "También yo", dijo, "me he acercado a esta alma, pero, al contrario del eminente representante del Ministerio Público, he encontrado algo, y puedo decir que he leído en ella como en un libro abierto". Había leído que yo era un hombre honrado, trabajador asiduo, incansable, fiel a la casa que me empleaba, querido por todos y compasivo con las desgracias ajenas. Para él yo era un hijo modelo que había sostenido a su madre tanto tiempo como había podido. Finalmente había esperado que una casa de retiro daría a la anciana las comodidades que mis medios no me permitían procurar. "Me asombra, señores", Mientras el abogado seguía hablando, oí sonar la corneta de un vendedor de helados. Fui asaltado por los recuerdos de una vida que ya no me pertenecía más, pero en la que había encontrado las más pobres y las más firmes de mis alegrías: los olores de verano, el barrio que amaba, un cierto cielo de la tarde, la risa y los vestidos de María. El Tribunal volvió. Rápidamente leyeron una serie de preguntas a los jurados. Oí "culpable de muerte...", "provocación...", "circunstancias atenuantes". Los jurados salieron y me llevaron a la pequeña habitación en la que ya había esperado. El abogado vino a reunirse; estaba muy voluble y me habló con más confianza y cordialidad. Creía que todo iría bien y que saldría con algunos años de prisión o de trabajos forzados. Le pregunté si había perspectivas de casación en caso de fallo desfavorable. Me dijo que no. "De todos modos", me dijo el abogado, "queda la apelación. Pero estoy seguro de que el fallo será favorable". No tuve tiempo porque el Presidente me dijo en forma extraña que, en nombre del pueblo francés, se me cortaría la cabeza en una plaza pública. Me pareció reconocer entonces el sentimiento que leía en todos los rostros. Creo que era consideración. Los gendarmes se mostraban muy suaves conmigo. El abogado me tomó la mano. Yo no pensaba más en nada. El Presidente me preguntó si no tenía nada que agregar. Reflexioné. Dije: "No." Entonces me llevaron. No sé cuántas veces me he preguntado si habrá ejemplos de condenados a muerte que se hayan librado del engranaje implacable, desaparecido antes de la ejecución, roto el cordón de los agentes. Me he reprochado ahora el no haber prestado suficiente atención a los relatos de ejecuciones. Uno siempre debería de interesarse por estos temas. Recordé en esos momentos una historia que mamá me contaba a propósito de mi padre. Yo no le había conocido. Todo lo que había de concreto sobre este hombre era quizá lo que me decía mamá. Había ido a ver ejecutar a un asesino. Se sentía enfermo con la simple perspectiva de ir. Cuando regresó, había estado vomitando durante parte de la mañana. Mi padre me producía un poco de repugnancia entonces. Ahora comprendo que era tan natural. Si alguna vez saliera de esta cárcel, iría a ver todas las ejecuciones capitales. Creo que me hacía mal pensar en tal posibilidad. Había también dos cosas sobre las que reflexionaba todo el tiempo: el alba y la apelación. Sin embargo, razonaba y trataba de no pensar más en ellas. Me tendía, miraba al cielo y me esforzaba por interesarme. Hacía aún un esfuerzo para desviar el curso de mis pensamientos. Oía el corazón. No podía imaginar que aquel leve ruido que me acompañaba desde hacía tanto tiempo pudiese cesar nunca. El alba o la apelación estaban allí. Concluía por decirme que era más razonable no contenerme. Sabía que vendrían al alba. En suma, pasé las noches esperando el alba. Nunca me ha gustado ser sorprendido. Cuando me sucede algo, prefiero estar prevenido. Mamá decía a menudo que nunca se es completamente desgraciado. Yo le daba razón en la cárcel, cuando el cielo se coloreaba y un nuevo día se deslizaba en la celda. Durante el día tenía la apelación. Tomaba siempre la peor posibilidad: la apelación era rechazada. "Y bien, tendré que morir." Antes que otros, es evidente. Pero todo el mundo sabe que la vida no vale la pena de ser vivida. Desde que uno debe morir, es evidente que no importa cómo ni cuándo. Por consiguiente debía aceptar el rechazo de la apelación. En ese momento, únicamente en ese momento, tenía por así decir el derecho, me concede en cierto modo el permiso de considerar la segunda hipótesis: me indultaban. Por primera vez después de mucho tiempo pensé en María. Hacía muchos días que no me escribía. Esa tarde reflexioné y me dije que quizá se habría cansado de ser la amante de un condenado a muerte. También se me ocurrió la idea de que quizá estuviese enferma o muerta. Muerta, no me interesaba más. Me parecía una cosa normal. En ese preciso momento entró el capellán. Cuando lo vi, sentí un ligero estremecimiento. Él lo notó y me dijo que no tuviera miedo. Le dije que su costumbre era venir a otra hora. Me respondió que era una visita amistosa que no tenía nada que ver con la apelación, de la que no sabía nada. Se sentó en el camastro y me invitó a acercarme más a él. Me negué. A pesar de todo, me parecía muy amable. Pero levantó la cabeza bruscamente y me miró de frente: "¿Por qué", me dijo, "rehúsa usted mis visitas?" Contesté que no creía en Dios. Lo que él me decía no me interesaba. Me preguntó si no hablaba así por exceso de desesperación. Le expliqué que no estaba desesperado. Simplemente tenía miedo. "Entonces Dios le ayudará." Hizo notar. "Todos cuantos he conocido en su caso han vuelto a Él." ¿Cómo afrontará usted la terrible prueba?" Repuse que la afrontaría exactamente cómo la afronta en este momento. Palabras dichas por el sacerdote: “Sé que los más desdichados de ustedes han visto surgir de su oscuridad un rostro divino. Se le pide a usted que vea ese rostro." Quizá, hace mucho tiempo, había buscado allí un rostro. Pero ese rostro tenía el color del sol y la llama del deseo: era el de María. Lo había buscado en vano. Ahora, se acabó. Y, en todo caso, no había visto surgir nada de este sudor de piedra. Dijo algunas palabras que no oí y me preguntó rápidamente si le permitía besarme. "No", contesté."¿Ama usted esta tierra hasta ese punto?". No respondí nada. Su presencia me pesaba y me molestaba. Iba a decirle que se marchara, que me dejara, cuando gritó de golpe en una especie de estallido, volviéndose hacia mí: "¡No, no puedo creerle! ¡Estoy seguro de que ha llegado usted a desear otra vida!" Le contesté que naturalmente era así, pero no tenía más importancia que desear ser rico, nadar muy rápido, o tener una boca mejor hecha. Era del mismo orden. Me interrumpió y quiso saber cómo veía yo esa otra vida. Entonces, le grité: "¡Una vida en la que pudiera recordar ésta!", e inmediatamente le dije que era suficiente. "No, hijo mío", dijo poniéndome la mano sobre el hombro. "Estoy con usted. Pero no puede darse cuenta porque tiene el corazón ciego. Rogaré por usted." Entonces, no sé por qué, algo se rompió dentro de mí. Me puse a gritar a voz en cuello y le insulté y le dije que no rogara y que más le valía arder que desaparecer. Le había tomado por el cuello de la sotana. No había hecho tal cosa en tanto que había hecho esta otra. ¿Y después? Era como si durante toda la vida hubiese esperado este minuto... y esta brevísima alba en la que quedaría justificado. Nada tenía importancia, y yo sabía bien por qué. También él sabía por qué. Desde lo hondo de mi porvenir, durante toda esta vida absurda que había llevado, subía hacia mí un soplo oscuro a través de los años que aún no habían llegado, y este soplo igualaba a su paso todo lo que me proponían entonces, en los años no más reales que los que estaba viviendo. ¡Qué me importaba la muerte de los otros, el amor de una madre! ¡Qué me importaban su Dios, las vidas que uno elige, los destinos que uno escoge, desde que un único destino debía de escogerme a mí y conmigo a millares de privilegiados que, como él, se decían hermanos míos! ¿Comprendía, comprendía pues? Todo el mundo era privilegiado. El perro de Salamano valía tanto como su mujer. La mujercita autómata era tan culpable como la parisiense que se había casado con Masson, o como María, que había deseado casarse conmigo. ¿Qué importaba que Raimundo fuese compañero mío tanto como Celeste, que valía más que él? ¿Qué importaba que María diese hoy su boca a un nuevo Meursault? Comprendía, pues, este Condenado, que desde lo hondo de mi porvenir... Me ahogaba gritando todo esto. Pero ya me quitaban al capellán de entre las manos y los guardianes me amenazaban. Sin embargo, él los calmó y me miró en silencio. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Se volvió y desapareció. Por primera vez desde hacía mucho tiempo pensé en mamá. Me pareció que comprendía por qué, al final de su vida, había tenido un "novio", por qué había jugado a comenzar otra vez. Tan cerca de la muerte, mamá debía de sentirse allí liberada y pronta para revivir todo. Nadie, nadie tenía derecho de llorar por ella. Y yo también me sentía pronto a revivir todo. Al encontrarlo tan semejante a mí, tan fraternal, en fin, comprendía que había sido feliz y que lo era todavía. Para que todo sea consumado, para que me sienta menos solo, me quedaba esperar que el día de mi ejecución hubiera muchos espectadores y que me reciban con gritos de odio. FIN