Filosofía (1) PDF
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El documento presenta un texto filosófico sobre el origen y las condiciones de la filosofía. El autor argumenta que el asombro y la necesidad de conocer la realidad son los componentes fundamentales de la filosofía. Además, se destaca la importancia de encontrar temas que sean significativos para el lector.
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Prólogo «Con la absurda exactitud a que más adelante tendríamos que acostumbrarnos, los alemanes tocaron diana. Al terminar, Wieviel Stück?, preguntó el alférez; y el cabo saludó dando el taconazo, y le contestó que las ‘piezas’ eran seiscientos cincuenta, y que todo estaba en ord...
Prólogo «Con la absurda exactitud a que más adelante tendríamos que acostumbrarnos, los alemanes tocaron diana. Al terminar, Wieviel Stück?, preguntó el alférez; y el cabo saludó dando el taconazo, y le contestó que las ‘piezas’ eran seiscientos cincuenta, y que todo estaba en orden; entonces nos cargaron en las camionetas y nos llevaron a la estación de Carpi. Allí nos esperaba el tren y la escolta para el viaje. Allí recibimos los primeros golpes: y la cosa fue tan inesperada e insensata que no sentimos ningún dolor, ni en el cuerpo ni en el alma. Sólo un estupor profundo: ¿cómo es posible golpear sin cólera a un hombre? Los vagones eran doce, y nosotros seiscientos cincuenta; en mi vagón éramos sólo cuarenta y cinco, pero era un vagón pequeño. Aquí estaba, ante nuestros ojos, bajo nuestros pies, uno de los famosos trenes de guerra alemanes, los que no vuelven, aquellos de los cuales, temblando y siempre un poco incrédulos, habíamos oído hablar con tanta frecuencia. Exactamente así, punto por punto: vagones de mercancías, cerrados desde el exterior, y dentro hombres, mujeres, niños, comprimidos sin piedad, como mercancías en docenas, en un viaje hacia la nada, en un viaje hacía allá abajo, hacia el fondo. Esta vez, dentro íbamos nosotros. [...] Fueron las incomodidades, los golpes, el frío, la sed, lo que nos mantuvo a flote sobre una desesperación sin fondo, durante el viaje y después. No el deseo de vivir, ni una resignación consciente: porque son pocos los hombres capaces de ello y nosotros no éramos sino una muestra de la humanidad más común. Habían cerrado las puertas en seguida pero el tren no se puso en marcha hasta la tarde. Nos habíamos enterado con alivio de nuestro destino, Auschwitz: un nombre carente de cualquier significado entonces para nosotros pero que tenía que corresponder a un lugar de este mundo. [...] Entre las cuarenta y cinco personas de mi vagón tan sólo cuatro han vuelto a ver su hogar; y fue con mucho el vagón más afortunado. Sufríamos de sed y de frío: a cada parada pedíamos agua a grandes voces, o por lo menos un puñado de nieve, pero en pocas ocasiones nos hicieron caso; los soldados de la escolta alejaban a quienes trataban de acercarse al convoy. Dos jóvenes madres, con sus hijos todavía colgados del pecho, gemían noche y día pidiendo agua. Menos terrible era para todos el hambre, el cansancio y el insomnio que la tensión y los nervios hacían menos penosos: pero las noches eran una pesadilla interminable. Pocos son los hombres que saben caminar a la muerte con dignidad, y muchas veces no aquéllos de quienes lo esperaríamos. Pocos son los que saben callar y respetar el silencio ajeno. Nuestro sueño inquieto era interrumpido frecuentemente por riñas ruidosas y fútiles, por imprecaciones, patadas y puñetazos lanzados a ciegas para defenderse contra cualquier contacto molesto e inevitable. [...] Junto a mí había ido durante todo el viaje, aprisionada como yo entre un cuerpo y otro, una mujer. Nos conocíamos hacía muchos años y la desgracia nos había golpeado a la vez pero poco sabíamos el uno del otro. Nos contamos entonces, en aquel momento decisivo, cosas que entre vivientes no se dicen. Nos despedimos, y fue breve; los dos al hacerlo, nos despedíamos de la vida. Ya no teníamos miedo. [...]. Una decena de SS estaban a un lado, con aire indiferente, con las piernas abiertas. En determinado momento empezaron a andar entre nosotros y, en voz baja, con rostros de piedra, empezaron a interrogarnos rápidamente, uno a uno, en mal italiano. No interrogaban a todos, sólo a algunos. «¿Cuántos años? ¿sano o enfermo?» y según la respuesta nos señalaban dos direcciones diferentes. [...]. Todo estaba silencioso, como en un acuario, y como en algunas escenas de sueños. Esperábamos algo más apocalíptico y aparecieron unos simples guardias (...). Siempre con la tranquila seguridad de quien no hace más que su oficio de todos los días; pero Renzo se entretuvo un instante de más al despedirse de Francesca, que era su novia, y con un solo golpe en mitad de la cara lo tumbaron en tierra; era su oficio de cada día. En menos de diez minutos todos los que éramos hombres útiles estuvimos reunidos en un grupo. Lo que fue de los demás, de las mujeres, de los niños, de los viejos, no pudimos saberlo ni entonces ni después: la noche se los tragó, pura y simplemente. Hoy sabemos que con aquella selección rápida y sumaria se había decidido de todos y cada uno de nosotros si podía o no trabajar útilmente para el Reich; sabemos que en los campos de Buna–Monowitz y Birkenau no entraron, de nuestro convoy, más que noventa y siete hombres y veintinueve mujeres y que de todos los demás, que eran más de quinientos, ninguno estaba vivo dos días más tarde. Sabemos también que por tenue que fuese no siempre se siguió este sistema de discriminación entre útiles e improductivos y que más tarde se adoptó con frecuencia el sistema más simple de abrir los dos portones de los vagones, sin avisos ni instrucciones a los recién llegados. Entraban en el campo los que el azar hacía bajar por un lado del convoy; los otros iban a las cámaras de gas. [...] Desaparecieron así en un instante, a traición, nuestras mujeres, nuestros padres, nuestros hijos. Casi nadie pudo despedirse de ellos. Los vimos un poco de tiempo como una masa oscura en el otro extremo del andén, luego ya no vimos nada. Emergieron, en su lugar, a la luz de los faroles, dos pelotones de extraños individuos. Andaban en formación de tres en tres, con extraño paso embarazado, la cabeza inclinada hacia adelante y los brazos rígidos. Llevaban en la cabeza una gorra cómica e iban vestidos con un largo balandrán a rayas que aun de noche y de lejos se adivinaba sucio y desgarrado. Describieron un amplio círculo alrededor de nosotros, sin acercársenos y, en silencio, empezaron a afanarse con nuestros equipajes y a subir y a bajar de los vagones vacíos. Nosotros nos mirábamos sin decir palabra. Todo era incomprensible y loco, pero habíamos comprendido algo. Ésta era la metamorfosis que nos esperaba. Mañana mismo seríamos nosotros una cosa así». Objetivos específicos y criterios de evaluación Argumentar por qué la filosofía nace como intento de comprender la realidad y del asombro ante la realidad. Justificar la necesidad de la actitud moral adecuada y el realismo en el proceso del conocimiento. Conocer y explicar las distintas concepciones de la razón y analizar críticamente sus implicaciones para el conocimiento de la realidad. Explicar en qué consiste la actitud crítica propia de la Filosofía. Conocer y explicar los métodos propios del conocimiento filosófico, señalando su razonabilidad y valorando su importancia para la vida del ser humano. Conocer y valorar la importancia del conocimiento de la verdad como meta del saber filosófico. Reconocer con precisión y rigor la especificidad de la Filosofía distinguiéndose en sus rasgos del saber científico. Plantear la problemática de la relación entre Filosofía y Ciencia y justificar la armonía entre ambas. 1. Todo hombre desea conocer. El origen de la filosofía ¿Por qué ha sentido el hombre la necesidad de filosofar? Los antiguos respondían que esa necesidad pertenece, de manera estructural, a la naturaleza misma del hombre: “Todos los hombres —escribe Aristóteles— por naturaleza aspiran al saber”. Y los hombres aspiran al saber porque se sienten llenos de asombro: “Los hombres han comenzado a filosofar, tanto ahora como en los orígenes, debido a la admiración: al principio quedaban admirados ante las dificultades más sencillas, pero después, avanzando poco a poco, llegaron a plantear problemas cada vez mayores”. (Aristóteles, Metafísica, 980a-982b). La raíz de la filosofía está en esa admiración que surge en el hombre cuando se encuentra con la realidad. De hecho, el deseo de conocer es una de las exigencias constitutivas del hombre y le distingue del resto de seres de la naturaleza. La filosofía nace cuando, movido por este deseo, el hombre se pregunta acerca de la realidad. Por tanto, no se puede hacer filosofía, ni tampoco estudiar filosofía, si no se tienen preguntas ante la existencia, ante todas las cosas que nos suceden en el día a día. Esta es la primera condición. Pero, preguntémonos entonces, ¿cuándo comenzamos a plantearnos preguntas ante la existencia, ante la realidad? Cuando vivimos algo significativo. Pensemos en el desarrollo psicológico de la persona: el niño comienza a hacer preguntas cuando empieza a tomar conciencia de su existir, de su ser, en la medida en que entra en relación con lo que le rodea. Entonces, la vida empieza a ser una experiencia. En la medida en que la experiencia va siendo más rica, se ensancha también el horizonte de la vida y crece el deseo de interrogarse sobre ella, de comprenderla. Esta situación original se profundiza en cada etapa del desarrollo de la persona. No se puede estudiar filosofía —o se aprenderá únicamente como se retiene de memoria un libro y se vomita ante un profesor—, si este estudio no nace de las preguntas que uno se plantea en la vida cuando hay una experiencia en nosotros. De ahí la segunda condición, muy ligada a la primera: que lo que yo encuentro sea interesante para mí, me afecte. Es decir, yo me hago preguntas si descubro que lo que sucede tiene un interés para mí: las cosas, las personas, los acontecimientos que me rodean. El hombre llega a las cosas que están fuera de él a través de experiencias que atañen a su propia persona. La filosofía surge de la pasión por descubrir la verdad de todo: de aquella persona, de aquella cosa o de aquel acontecimiento, de mí mismo. La filosofía, desde sus inicios, no sólo ha deseado conocer en profundidad qué es la realidad y qué tipos de realidad hay, sino que también ha querido comprender con claridad qué pasos o condiciones son necesarias para conocer adecuadamente la realidad. A continuación estudiaremos cuáles son las condiciones fundamentales que el hombre, no sólo el filósofo, ha de tener en cuenta si quiere alcanzar un verdadero conocimiento. PREGUNTA 1 ¿Qué hace que surja la filosofía? Explica las condiciones que son necesarias para que haya filosofía y justifica por qué lo son. Completada COMENTARIO DE TEXTO 1. Manifiesto de los estudiantes chinos. “En este cálido mes de mayo nosotros empezamos la huelga de hambre. En los mejores días de nuestra juventud tenemos que dejar detrás de nosotros todas las cosas buenas y bellas que hemos vivido y solo Dios sabe con cuánta resistencia lo hacemos. Pero nuestro país ha llegado a un momento crucial. El poder político domina sobre todo, los burócratas están corrompidos y muchas buenas personas con grandes ideales han sido obligadas a exiliarse. Es un momento de vida o de muerte para la nación. Todos vosotros, compatriotas, todos vosotros que tenéis conciencia, escuchad nuestros gritos. Este país es nuestro país, esta gente es nuestra gente, este gobierno es nuestro gobierno. Si no hacemos algo, ¿quién lo hará por nosotros? Es cierto que nuestras espaldas son todavía jóvenes y débiles, es cierto que la muerte es un fardo demasiado pesado, pero nosotros debemos seguir adelante, porque la historia nos lo pide. Nuestro entusiasmo patriótico, nuestro espíritu totalmente inocente son descritos como elementos que crean tumulto. Se dice que tenemos motivos ocultos o que estamos siendo manipulados. Queremos dirigir una petición a todos los ciudadanos honestos, una petición a cada obrero, campesino, soldado, ciudadano común, al funcionario de gobierno, al policía, a todos aquellos que nos acusan de cometer crímenes. Poneos una mano en el corazón, mirad vuestra conciencia. ¿Qué clase de crimen estamos cometiendo? Buscamos sólo la verdad, pero somos golpeados por la policía. Los representantes estudiantiles se han arrodillado para implorar la libertad y la democracia pero han sido totalmente ignorados. Las respuestas a las peticiones de diálogo se han pospuesto una y otra vez. ¿Qué más podemos hacer? La justicia es un ideal de la vida humana, al igual que la libertad y el derecho. Ahora, para obtenerlos, debemos sacrificar nuestras jóvenes vidas. ¿Es este el orgullo de la nación china? La huelga de hambre es la opción de quien no tiene otra opción. Estamos combatiendo por la vida con el coraje de la muerte. Pero somos todavía jóvenes. Madre China, por favor, mira a tus hijos y a tus hijas. Cuando la huelga de hambre estropea totalmente su juventud, cuando la muerte se avecina, ¿puedes permanecer indiferente? No queremos morir, queremos vivir. No queremos morir, queremos estudiar. Querido padre, querida madre, por favor, no estéis tristes. Queridos tíos, queridas tías, que no se os rompa el corazón mientras decimos adiós a la vida. Tenemos una única esperanza: que esto permita a todos vivir de un modo mejor. Tenemos una sola petición: no olvidéis que no estamos luchando por la muerte. La libertad y la democracia no son empresas que atañen a pocas personas. La batalla democrática no puede ser vencida por una única generación (…)”. — ¿Qué exigencias y necesidades mueven a estos estudiantes? Describe las experiencias que les han llevado a ser conscientes de ellas y de su importancia. ¿Qué preguntas se han podido plantear ante lo que han tenido que vivir en su país? Completado COMENTARIO DE TEXTO 2. El sinsentido de ciertas preguntas. Carta. “¿Qué puedo decir a una persona como mi padre que afirma que las preguntas sobre el significado de la vida no tienen sentido? Según mi padre, el hombre, al máximo, puede preguntarse: ‘¿Qué objetivo quiero dar a mi vida? ¿Para quién o para qué quiero gastar mis energías?’. Preguntas como ‘¿cuál es el sentido último de mi vida, para qué estoy viviendo, por qué me encuentro aquí y dónde iré a terminar? son insensatas, porque el hombre está loco si piensa que tiene un significado. Y si pretende dar sentido al mundo en función suya, el ejemplo que me pone siempre es: ‘¿no te parecería extraño que una piedra se preguntase por qué existe? Esta allí y basta; su presencia no tiene ningún significado’. Del mismo modo, el hombre sería una miserable y minúscula partícula dentro del universo que no tiene ningún significado. Según mi padre, es necesario liberarse del deseo de estar en el centro del mundo y aceptar nuestra situación, aceptar lo que somos. A mí, que no me quedo contenta con eso, me dice que soy una ilusa, y que no tiene sentido, que no construye para nada mi personalidad, el preocuparme durante años de estas preguntas que no sé responder. Yo entiendo que esta postura suya es muy inhumana, pero nunca sé qué responderle, porque los argumentos de mi padre me parecen lógicos y racionales”. — ¿Cuáles son los argumentos del padre? ¿Qué postura tiene ante la vida? ¿Por qué crees que piensa así? — Teniendo en cuenta cómo surge en el hombre el deseo de conocer, argumenta qué dirías al padre de esa chica. ¿Cómo se puede justificar que tomar en consideración las preguntas que la chica se hace sí construye su personalidad? — Imagina que eres uno de los estudiantes chinos y esa chica es tu amiga. Partiendo de las experiencias vividas por los estudiantes chinos y teniendo en cuenta lo que afirman en su manifiesto, justifica por qué es razonable la posición de la chica. Completado. 1.1. Asombro y Conocimiento Decía Platón en el Teeteto: “Experimentar eso que llamamos admiración es muy característico del filósofo. Este y no otro, efectivamente, es el origen de la filosofía”. Igualmente, Santo Tomás afirmaba: “El motivo por el cual el filósofo está cercano al poeta es este: los dos se relacionan con las cosas que provocan asombro”. Y comenta que el asombro es el deseo de saber algo porque nace del hecho de apreciar el efecto que provoca aquello de lo que se ignora la causa: «El asombro es el deseo de saber. Nace en el hombre por el hecho de que él ve el efecto e ignora la causa (un atardecer: el sol ya ha caído y todavía está todo rojo; un amanecer: el sol no ha aparecido y ya se ve la primera luz, veo un relámpago pero no sé su origen). Por esto, el asombro es causa de placer, en cuanto que hay una esperanza en poder llegar a conocer aquello que deseo saber». Podemos afirmar que el hecho de que sea posible conocer es uno de los mayores misterios de la experiencia humana viendo la desproporción entre el universo y la inmensa pequeñez del hombre. Respondamos ahora a la siguiente pregunta: ¿cómo se inicia este proceso de conocimiento? Como hemos visto, el sentimiento que predomina al mirar la realidad, sobre todo cuando descubrimos algo por primera vez, es la maravilla, el asombro. La presencia de las cosas originalmente no puede no causar asombro. Están, existen, son. El asombro, la maravilla que produce esta realidad con la que me topo, está en el origen del despertar de la conciencia humana: el primer sentimiento del hombre es el de estar frente a una realidad que no es suya, que existe independientemente de él y de la cual depende. Se trata de la percepción original de un dato, de algo dado. Que las cosas sean un dato implica que el conocimiento sea una “actividad” en la cual yo soy, ante todo, sujeto pasivo, es decir, se trata de una pasividad que constituye mi actividad original: recibir, acoger. El acto de conocimiento se inicia como respuesta a la provocación de la realidad y consiste precisamente en recibir, constatar, reconocer y, después, preguntarse e intentar comprender, descubrir un sentido en lo que encuentra: al ser afectada por la presencia de las cosas, la razón humana las reconoce como signo y busca su significado, realiza constantemente el recorrido del signo al significado. Todas las cosas que se nos dan y nos toca vivir en la realidad provocan un impacto que se llama afecto. El conocimiento implica siempre afecto. Los niños, por ejemplo, no perciben olores en general, sino el de la madre, por la que están vitalmente interesados; no oyen meros ruidos, oyen el crujir de la puerta que anuncia la llegada de su hermano; no ven colores, sino el blanco del biberón que anuncia la comida, etc. Gracias, por tanto, a la reacción afectiva que nos producen las cosas descubrimos que estamos ante realidades llenas de significado: nos afectan porque tienen que ver con nosotros, despiertan nuestros deseos, llaman nuestra atención. Una observación: Sin acontecimiento no hay conocimiento. ¿Qué es un acontecimiento? La palabra indica algo no previsto, ni previsible, que no es consecuencia de factores antecedentes, ni está determinado por nuestras medidas. El acontecimiento constituye la dimensión originaria del conocimiento. La génesis del conocimiento es una provocación: la irrupción de la realidad como continua novedad. Conocer es encontrarse frente a algo nuevo que entra en la experiencia que la persona está teniendo, algo no construido por nosotros, que rompe los esquemas de las cosas ya establecidas y de las definiciones ya sabidas. El acontecimiento es, pues, capital para cualquier clase de ‘descubrimiento’ y en cuanto que es ‘nuevo’ exige que la razón se abra más allá de sus medidas de interpretación. Sin acontecimiento no se conoce nada nuevo, es decir, no hay elemento nuevo alguno que entre en nuestra conciencia (véase la escena de La ley de la calle). La ley de la calle. La palabra acontecimiento señala también que las cosas son un dato, una realidad que no se ha hecho por sí sola y, al acontecer ante nosotros, nos remite a aquello que lo ha originado. Un ejemplo sencillo muestra lo que decimos. Si al llegar a casa nos encontramos con un ramo de flores, no basta con constatar la presencia del ramo diciendo: “Es un ramo de flores y está ahí”. La descripción del hecho no agota la explicación. Inevitablemente nos preguntamos: “¿por qué está?, ¿qué significa?, ¿quién lo ha puesto?”. Una visión humana del fenómeno de la presencia del ramo exige que se acepte la invitación que está contenida en él. La tentación de separar lo que se nos da de su significado supone renunciar a una compresión total de las cosas. La realidad es un signo que remite más allá de sí misma, a su sentido, a su explicación. No podemos reducir la realidad a lo que constatamos en la experiencia inmediata sino que debemos aceptar que muchas veces excede la medida humana. Si no abrimos la razón hasta comprender el significado de los hechos, si no los miramos como signos que remiten a un significado, no hay conocimiento completo. Una última consideración sobre el acontecimiento. Nadie puede conocer por sí solo. En completa soledad el hombre ni siquiera habría podido empezar a hablar: la génesis del lenguaje, mucho antes que su enseñanza, implica la relación entre personas. Sin el encuentro con los demás, nuestro yo no puede llegar a tomar conciencia de sí mismo ni de las cosas. La riqueza de relaciones y la posibilidad de encuentros no son un añadido externo al conocimiento, sino una condición del mismo. El “otro”, la otra persona, es un acontecimiento cuando nos permite descubrir muchos aspectos de nosotros mismos y de la vida. Podríamos documentarlo apelando a los descubrimientos científicos más importantes, pero es más importante apelar a lo que hemos observado en nuestra propia existencia: si en tal momento no hubiera ocurrido tal cosa, si no hubiera conocido a tal persona… Es el acontecimiento del encuentro con otros lo que da comienzo al proceso por el cual el hombre comienza a conocer y a conocerse. (Ej. El pequeño salvaje; Hellen Keller). PREGUNTA 2 A) ¿Qué da origen al conocimiento? ¿Qué quiere decir que la actividad cognoscitiva del hombre es una pasividad? ¿Qué quiere decir que el conocimiento implica siempre afecto? ¿Qué quiere decir que en el proceso de conocimiento el dato se presenta como signo? B) ¿Qué es un acontecimiento? ¿Por qué sin acontecimiento no hay conocimiento? ¿Qué relación hay entre acontecimiento y signo? C) ¿Qué valor tiene el encuentro en el proceso de conocimiento? COMENTARIO DE TEXTO 5. Alejandro Casona, Los árboles mueren de pie, Edaf, Madrid 2011. “MAURICIO. ¿De verdad no tiene miedo? ISABEL. No. Ahora es algo más profundo. No sé lo que va a decirme pero siento que toda mi vida está pendiente de esas palabras. ¡Hable, por favor! MAURICIO. Conteste primero. (Da un paso hacia ella). Señorita Quintana, ¿qué le ocurrió anoche? ISABEL. (Retrocede turbada). ¡No, eso no! ¿Con qué derecho me lo pregunta? MAURICIO. Es necesario. Conteste. ISABEL! ¡Déjeme! ¡No me obligue a recordarlo! (Se deja caer en un asiento sollozando ahogadamente). MAURICIO. Vamos, no sea niña. Míreme a los ojos: no son los de un policía ni los de un juez. Confiese sin miedo. ¿Qué le ocurrió anoche? ISABEL. Estaba desesperada... ¡no podía más! Nunca tuve una casa, ni un hermano, ni siquiera un amigo. Y, sin embargo, esperaba... esperaba en aquel cuartucho de hotel, sucio y frío. Ya ni siquiera pedía que me quisieran; me hubiera bastado alguien a quien querer yo. Ayer, cuando perdí mi trabajo, me sentí de pronto tan fracasada, tan inútil. Quería pensar en algo y no podía; sólo una idea estúpida me bailaba en la cabeza: ‘no vas a poder dormir... no vas a poder dormir’. Fue entonces cuando se me ocurrió comprar el veronal. Seguramente las calles estaban llenas de luces y de gente como otras noches, pero yo no veía a nadie. Estaba lloviendo, pero yo no me di cuenta hasta que llegué a mi cuarto tiritando. Hasta aquel pobre vaso en que revolvía el veronal tenía rajado el vidrio. Y la idea estúpida iba creciendo: ‘¿por qué una noche sola...? ¿Por qué no dormirlas todas de una vez?’. Algo muy hondo se rebelaba dentro de mi sangre mientras volcaba en el vaso el tubo entero; pero ni un clavo adonde agarrarme; ni un recuerdo, ni una esperanza... Una mujer terminada antes de empezar. Había apagado la luz y sin embargo cerré los ojos. De repente sentí como una pedrada en los cristales y algo cayó dentro de la habitación. Encendí temblando... Era un ramo de rosas rojas, y un papel con una sola palabra: ‘¡mañana!’. ¿De dónde me venía aquel mensaje? ¿Quién fue capaz de encontrar entre tantas palabras inútiles la única que podía salvarme? ‘Mañana’. Lo único que sentí es que ya no podía morir esa noche sin saberlo. Y me dormí con la lámpara encendida, abrazada a mis rosas ¡mías! las primeras que recibía en mi vida... y con aquella palabra buena calándome como otra lluvia: ‘¡mañana, mañana, mañana...!’. (Pausa recobrándose). A la mañana siguiente cuando desperté... (Busca en su cartera). MAURICIO. Cuando se despertó había debajo de su puerta una tarjeta azul diciendo: ‘No pierda su fe en la vida. La esperamos’. (Isabel lo mira desconcertada, con su tarjeta azul en la mano. Se levanta sin voz)”. COMENTARIO DE TEXTO 6. Rachel Carson, El sentido del asombro, Ediciones Encuentro, Madrid 2012, pp. 29, 31-32, 34, 49. “Yo sinceramente creo que para el niño, y para los padres que buscan guiarle, no es ni siquiera la mitad de importante conocer como sentir. Si los hechos son la semilla que más tarde producen el conocimiento y la sabiduría, entonces las emociones y las impresiones de los sentidos son la tierra fértil en la cual la semilla debe crecer. Los años de la infancia son el tiempo para preparar la tierra. Una vez que han surgido las emociones, el sentido de la belleza, el entusiasmo por lo nuevo y desconocido, la sensación de simpatía, compasión, admiración o amor, entonces deseamos el conocimiento sobre el objeto de nuestra conmoción. Una vez que lo encuentras, tiene significado duradero. Es más importante preparar el camino de un niño que quiere conocer que darle un montón de datos que no está preparado para asimilar. (…) Para la mayoría de nosotros, el conocimiento de nuestro mundo viene en gran medida a través de la vista, miramos alrededor con tales ojos que no ven que somos parcialmente ciegos. Una manera de abrir los ojos a la belleza inapreciada es preguntarte a ti mismo: ‘¿Qué pasaría si nunca la hubiera visto? ¿Qué pasaría si supiera que no lo veré nunca otra vez?’. (…) Se me ocurrió que si esto pudiera verse sólo una vez en un siglo o incluso una vez en una generación, este cabo estaría atestado de espectadores. Pero como lo podemos ver muchas decenas de noches en cualquier año, las luces arden en las cabañas y los habitantes probablemente no otorgan ningún pensamiento a la belleza sobre sus cabezas; y porque pueden verlo casi cualquier noche, quizás no lo verán nunca. (…) Y entonces hay un mundo de cosas pequeñas que pocas veces se ve. Muchos niños, quizás porque ellos mismos son pequeños y están más cerca del suelo que nosotros, se dan cuenta y disfrutan con lo pequeño y que pasa desapercibido. Quizás por esto es fácil compartir con ellos la belleza que solemos perdernos porque miramos demasiado deprisa, viendo el todo y no las partes. […]. Algunas de las más exquisitas obras de la naturaleza están a una escala de miniatura, como sabe quien haya mirado un copo de nieve a través de una lupa. Una inversión de unos cuantos dólares en una buena lupa de mano o una lente de aumento dará vida a un nuevo mundo. Observa con tu hijo objetos que das por hecho que son corrientes y poco interesantes. Un espolvoreado de granos de arena puede aparecer como joyas brillantes de tonos rosas y cristalinos, o como una mezcolanza de rocas liliputienses, púas de erizos de mar y pedacitos de caracoles. (…) ¿Cuál es el valor de conservar y fortalecer este sentido de sobrecogimiento y de asombro, este reconocer algo más allá de las fronteras de la existencia humana? ¿Es explorar la naturaleza sólo una manera agradable de pasar las horas doradas de la niñez o hay algo más profundo? Yo estoy segura de que hay algo más profundo, algo que perdura y tiene significado. Aquellos que moran, tanto científicos como profanos, entre las bellezas y misterios de la tierra nunca están solos o hastiados de la vida. Cualquiera que sean las contrariedades o preocupaciones de sus vidas, sus pensamientos pueden encontrar el camino que lleve a la alegría interior y a un renovado entusiasmo por vivir. Aquellos que contemplan la belleza de la tierra encuentran reservas de fuerza que durarán hasta que la vida termine. Hay una belleza tan simbólica como real en la migración de las aves, en el flujo y reflujo de la marea, en los repliegues de la yema preparada para la primavera. Hay algo infinitamente reparador en los reiterados estribillos de la naturaleza, la garantía de que el amanecer viene tras la noche, y la primavera tras el invierno. Me gusta recordar al distinguido oceanógrafo sueco Otto Petterson, que murió hace pocos años a la edad de noventa y tres, en plena posesión de sus facultades mentales. Su hijo, también oceanógrafo mundialmente famoso, ha contado en un libro reciente cómo su padre disfrutó intensamente de cada nueva experiencia, de cada nuevo descubrimiento sobre el mundo que le rodeaba. ‘Era un incurable romántico’, escribió su hijo, ‘profundamente enamorado de la vida y de los misterios del cosmos’. Cuando se dio cuenta de que no le quedaba mucho para disfrutar del escenario terrenal, Otto Petterson le dijo a su hijo: ‘lo que me sostendrá en mis últimos momentos es una infinita curiosidad por lo que sigue’”. — Identifica las ideas fundamentales del texto y explica por qué en ellas se aprecia que el conocimiento implica siempre el afecto. — Explica a través del texto qué significa que frente a la realidad mi actividad es una pasividad. — ¿Cómo se muestra en el texto que el acontecimiento está en el origen del conocimiento? ¿Cómo se muestra? 1.2. una condición para que haya conocimiento: tener una actitud moral El hombre dispone de dos facultades para relacionarse con la realidad: La inteligencia, instrumento del conocimiento y de la razón, que permite conocer intelectualmente una cosa y descubrir lo que es. La voluntad, la capacidad de querer, que permite la adhesión a las cosas: abrirnos y relacionarnos con ellas. Pues bien, el hombre no se puede reducir a ninguna de las dos. Es necesaria una justa relación entre ambas para que pueda darse el conocimiento y la relación con la realidad sea adecuada. Lo que caracteriza al conocimiento verdadero es su objetividad; ahora bien, esto exige como condición que la razón no esté determinada por influencias subjetivas que puedan apartarla de la pura búsqueda de la verdad. Este esfuerzo intelectual implica la decisión (acto de la voluntad) de buscar la verdad como el más precioso de nuestros intereses. Y para ello es necesario tener una actitud adecuada. En una palabra, es un problema de moralidad, es decir, una justa relación entre la inteligencia y la voluntad. 1.2.1. La influencia de los sentimientos en la razón Hay una unidad profunda entre el instrumento de la razón y el resto de nuestra persona. Nuestra razón, al abrirse a las cosas para conocerlas se ve continuamente afectada por lo que ocurre en su entorno. Vamos a llamar sentimiento al inevitable estado de ánimo que cualquier objeto que tenemos que conocer produce en nosotros. Puesto que la razón está inevitablemente ligada al sentimiento, éste influirá en el proceso cognoscitivo: la razón, para conocer el objeto, tiene que contar necesariamente con el sentimiento. En función de la vivacidad humana de un individuo, cualquier cosa, al entrar en el horizonte de nuestro conocimiento, conmueve, toca, provoca una reacción de naturaleza diversa, pero que siempre se expresa como sentimiento. Esta consideración adquiere mayor relevancia si tenemos en cuenta que hay cierto tipo de objetos que despiertan en el hombre un interés que no puede evitar: el interés por su significado. Son los objetos por los que nuestra persona se pone en juego en búsqueda de un significado para los aspectos de la vida humana que más valor tienen: el problema del destino o del sentido de la vida, el problema afectivo y el problema político. Cuanto más interese una cosa al individuo, cuanto más valor tenga y cuanto más vital sea, con mayor fuerza generará un sentimiento, una reacción de simpatía o antipatía, y más condicionada estará la razón por este sentimiento para el conocimiento de aquel valor. R → S ← V El gráfico muestra como el objeto del conocimiento, en cuanto interesa (V), suscita un estado sentimental (S), y esto condiciona la capacidad cognoscitiva (R). 1.2.2. El conflicto entre razón y pasión La relación entre la razón y los sentimientos adquiere, por lo general, la forma de un conflicto en el interior del ser humano cuando el sentimiento es muy fuerte. Cuando la reacción que un objeto suscita en la persona es tan fuerte que llega a arrastrarla o determinarla estamos ante lo que se denomina “pasión”. El filósofo Pascal lo enuncia así: “Guerra intestina entre la razón y las pasiones. Si hubiera solamente razón, sin pasiones... Si hubiera solamente pasiones, sin razón... Pero, al haber lo uno y lo otro, el hombre no puede sino estar en guerra”. Ciertamente todos tenemos experiencia de la fuerza que este conflicto puede alcanzar —la pasión ciega, escuchamos en muchas ocasiones—, pero conviene precisar las formas más habituales en que se presenta este conflicto. A) Cuando la pasión se presenta como un impulso excesivo. En la medida en que se trata de impulsos, las pasiones tienen que ver y se confunden con los deseos y las inclinaciones. Son pasiones porque van acompañadas de exceso y violencia. El exceso y la violencia hacen que las pasiones sean, muchas veces, irracionales, rebeldes y contrarias a lo que indica la razón, que expresa la visión lúcida, el conocimiento objetivo: “ven que les conviene no hacer una cosa y, sin embargo, son arrastrados a hacerlo por la intensidad de la pasión”. En este caso el conflicto se produce no por la oposición entre el conocimiento y la falta de conocimiento, sino entre el conocimiento objetivo y el modo incorrecto, ‘irracional’ de comportarse porque la voluntad se ve arrastrada por la pasión. B) Sin embargo, puesto que la razón representa el conocimiento objetivo, la pasión puede llevar también a una falta de conocimiento, a la pérdida de la objetividad y del juicio. De este modo, la razón representa la lucidez frente a la locura de las pasiones, la percepción objetiva de las cosas frente a su percepción deformada por la pasión. Las pasiones, pues, pueden llegar a tener la capacidad de condicionar el conocimiento hasta confundirlo, obnubilándolo. Los estados pasionales condicionan el conocimiento desde la pérdida de objetividad hasta la ceguera o, incluso, la locura: se acaban viendo las cosas según las sientes y no tal cual son. ¿Cuál es la consecuencia de estas dos formas de conflicto? Si la pasión arrastra a la voluntad en contra de los dictados de la razón significa que ha logrado una perturbación emocional que genera comportamientos contrarios a la naturaleza. Es decir, la persona acaba yendo —consciente o inconscientemente— en contra de sí mismo. Naturaleza y razón significan esencialmente orden: al oponerse a la naturaleza, las pasiones vienen a significar desorden, desorden psíquico, emocional, desequilibrio personal. PREGUNTA 3 A) ¿Qué significa que es necesaria una actitud moral en el conocimiento? ¿Cómo intervienen la inteligencia y la voluntad para generar tal actitud? B) ¿Qué es un sentimiento? ¿Qué quiere decir que la razón está ligada al sentimiento? ¿Qué consecuencias se derivan de ello? C) ¿Qué son las pasiones? ¿Por qué generan un conflicto con la razón? Explica las distintas formas de conflicto entre razón y pasión e indica sus consecuencias. COMENTARIO DE TEXTO 7. Fernando de Rojas. Fragmentos de La Celestina. DESCRIPCIÓN MELIBEA CALISTO.- Pero no de Melibea, y en todo lo que me has gloriado, Sempronio, sin proporción ni comparación se aventaja Melibea. ¿Miras la nobleza y antigüedad de su linaje, el grandísimo patrimonio, el excelentísimo ingenio, las resplandecientes virtudes, la altitud e inefable gracia, la soberana hermosura, de la cual te ruego me dejes hablar un poco, por que haya algún refrigerio? Y lo que te dijere será de lo descubierto, que, si de lo oculto yo hablarte supiera, no nos fuera necesario altercar tan miserablemente estas razones. SEMPRONIO.- ¿Qué mentiras y qué locuras dirá ahora este cautivo de mi amo? CALISTO.- ¿Cómo es eso? SEMPRONIO.- Dije que digas, que muy gran placer habré de lo oír. (...) CALISTO.- Pues, por que hayas placer, yo lo figuraré por partes mucho por extenso. Comienzo por los cabellos. ¿Ves tú las madejas del oro delgado que hilan en Arabia? Más lindos son y no resplandecen menos. Su longura hasta el postrero asiento de sus pies, después crinados y atados con la delgada cuerda, como ella se los pone, no ha más menester para convertir los hombres en piedras. (...) SEMPRONIO.- ¿Tú cuerdo? CALISTO.- Los ojos verdes rasgados, las pestañas luengas, las cejas delgadas y alzadas, la nariz mediana, la boca pequeña, los dientes menudos y blancos, los labios colorados y grosezuelos, el torno del rostro poco más luengo que redondo, el pecho alto, la redondez y forma de las pequeñas tetas, ¿quién te la podría figurar? ¡Que se despereza el hombre cuando las mira! La tez lisa, lustrosa, el cuero suyo oscurece la nieve, la color mezclada, cual ella la escogió para sí. SEMPRONIO.- ¡En sus trece está este necio! CALISTO.- Las manos pequeñas en mediana manera, de dulce carne acompañadas; los dedos luengos; las uñas en ellos largas y coloradas, que parecen rubíes entre perlas. Aquella proporción, que ver yo no pude, no sin duda, por el bulto de fuera juzgo incomparablemente ser mejor que la que Paris juzgó entre las tres de esas. PROPUESTA DE CELESTINA SEMPRONIO.- Con ojos de alinde, con que lo poco parece mucho y lo pequeño grande. Y porque no te desesperes, yo quiero tomar esta empresa de cumplir tu deseo. CALISTO.- ¡Oh, Dios te dé lo que deseas, que glorioso me es oírte aunque no espero que lo has de hacer! SEMPRONIO.- Antes lo haré cierto. CALISTO.- Dios te consuele. El jubón de brocado que ayer vestí, Sempronio, vístelo tú. SEMPRONIO.- Prospérete Dios por éste y por muchos más que me darás. De la burla yo me llevo lo mejor. Con todo, si de estos aguijones me da, traérsela he hasta la cama. ¡Bueno ando! Hácelo esto que me dio mi amo, que sin merced imposible es obrarse bien ninguna cosa. CALISTO.- ¿Cómo has pensado de hacer esta piedad? SEMPRONIO.- Yo te lo diré. Días ha grandes que conozco en fin de esta vecindad una vieja barbuda que se dice Celestina, hechicera, astuta, sagaz en cuantas maldades hay. Entiendo que pasan de cinco mil virgos los que se han hecho y deshecho por su autoridad en esta ciudad. A las duras peñas promoverá y provocará a lujuria si quiere. CALISTO.- ¿Podríala yo hablar? SEMPRONIO.- Yo te la traeré hasta acá. Por eso, aparéjate, sele gracioso, sele franco, estudia, mientras voy yo a decirle tu pena tan bien como ella te dará el remedio. CALISTO.- ¿Y tardas? SOBRE LA FIDELIDAD CALISTO.- Sempronio, amigo, pues tanto sientes mi soledad, llama a Pármeno y quedará conmigo. Y de aquí adelante sé, como sueles, leal, que en servicio del criado está el galardón del señor. PÁRMENO.- Aquí estoy, señor. CALISTO.- Yo no, pues no te veía. No te partas de ella, Sempronio, ni me olvides a mí, y ve con Dios. Tú, Pármeno, ¿qué te parece de lo que hoy ha pasado? Mi pena es grande, Melibea alta, Celestina sabia y buena maestra de estos negocios. No podemos errar. Tú me la has aprobado con toda tu enemistad. Yo te creo, que tanta es la fuerza de la verdad que las lenguas de los enemigos trae a su mandar. Así que, pues ella es tal, más quiero dar a ésta cien monedas que a otra cinco. PÁRMENO.- ¿Ya lloras? ¡Duelos tenemos! En casa se habrán de ayunar estas franquezas. CALISTO.- Pues pido tu parecer, seme agradable, Pármeno. No abajes la cabeza al responder. Mas como la envidia es triste, la tristeza sin lengua, puede más contigo su voluntad que mi temor. ¿Qué dijiste, enojoso? PÁRMENO.- Digo, señor, que irían mejor empleadas tus franquezas en presentes y servicios a Melibea, que no dar dineros a aquella que yo me conozco y, lo que peor es, hacerte su cautivo. CALISTO.- ¿Cómo, loco, su cautivo? PÁRMENO.- Porque a quien dices el secreto das tu libertad. CALISTO.- Algo dice el necio, pero quiero que sepas que, cuando hay mucha distancia del que ruega al rogado, o por gravedad de obediencia, o por señorío de estado, o esquividad de género, como entre esta mi señora y mí, es necesario intercesor o medianero que suba de mano en mano mi mensaje hasta los oídos de aquella a quien yo segunda vez hablar tengo por imposible. Y pues que así es, dime si lo hecho apruebas. PÁRMENO.- ¡Apruébelo el diablo! CALISTO.- ¿Qué dices? PÁRMENO.- Digo, señor, que nunca yerro vino desacompañado y que un inconveniente es causa y puerta de muchos. CALISTO.- El dicho yo le apruebo; el propósito no entiendo. PÁRMENO.- Señor, porque perderse el otro día el neblí fue causa de tu entrada en la huerta de Melibea a le buscar, la entrada causa de la ver y hablar; la habla engendró amor; el amor parió tu pena; la pena causará perder tu cuerpo y alma y hacienda. Y lo que más de ello siento es venir a manos de aquella trotaconventos, después de tres veces emplumada. CALISTO.- ¡Así, Pármeno, di más de eso, que me agrada! Pues mejor me parece cuanto más la desalabas. Cumpla conmigo y emplúmenla la cuarta. Desentido eres, sin pena hablas; no te duele donde a mí, Pármeno. PÁRMENO.- Señor, más quiero que airado me reprehendas porque te doy enojo, que arrepentido me condenes porque no te dí consejo, pues perdiste el nombre de libre cuando cautivaste tu voluntad. CALISTO.- ¡Palos querrá este bellaco! Di, mal criado, ¿por qué dices mal de lo que yo adoro? Y tú, ¿qué sabes de honra? Dime, ¿qué es amor?, ¿en qué consiste buena crianza, que te me vendes por discreto? ¿No sabes que el primer escalón de locura es creer ser esciente? Si tú sintieses mi dolor, con otra agua rociarías aquella ardiente llaga que la cruel flecha de Cupido me ha causado. Cuanto remedio Sempronio acarrea con sus pies, tanto apartas tú con tu lengua, con tus vanas palabras, fingiéndote fiel. Eres un terrón de lisonja, bote de malicias, el mismo mesón y aposentamiento de la envidia, que, por difamar la vieja, a tuerto o a derecho pones en mis amores desconfianza, sabiendo que esta mi pena y fluctuoso dolor no se rige por razón, no quiere avisos, carece de consejo y, si alguno se le diere, tal que no aparte ni desgozne lo que sin las entrañas no podrá despegarse. Sempronio temió su ida y tu quedada. Yo quíselo todo y así me padezco el trabajo de su ausencia y tu presencia. Valiera más solo que mal acompañado. PÁRMENO.- Señor, flaca es la fidelidad que temor de pena la convierte en lisonja, mayormente con señor a quien dolor y afición priva y tiene ajeno de su natural juicio. Quitarse ha el velo de la ceguedad; pasarán estos momentáneos fuegos; conocerás mis agras palabras ser mejores para matar este fuerte cáncer que las blandas de Sempronio, que lo ceban, atizan tu fuego, avivan tu amor, encienden tu llama, añaden astillas que tenga que gastar, hasta ponerte en la sepultura. CALISTO.- ¡Calla, calla, perdido! Estoy yo penando y tú filosofando. No te espero más. Saquen un caballo, límpienle mucho, aprieten bien la cincha, porque si pasare por casa de mi señora y mi Dios... ESCENA DE AMOR CALISTO.- ¡Oh angélica imagen! ¡Oh preciosa perla ante quien el mundo es feo! ¡Oh mi señora y mi gloria! En mis brazos te tengo y no lo creo. Mora en mi persona tanta turbación de placer que me hace no sentir todo el gozo que poseo. MELIBEA.- Señor mío, pues me fié en tus manos, pues quise cumplir tu voluntad, no sea de peor condición por ser piadosa que si fuera esquiva y sin misericordia. No quieras perderme por tan breve deleite y en tan poco espacio, que las mal hechas cosas, después de cometidas, más presto se pueden reprehender que enmendar. Goza de lo que yo gozo, que es ver y llegar a tu persona; no pidas ni tomes aquello que, tomado, no será en tu mano volver. Guarte, señor, de dañar lo que con todos tesoros del mundo no se restaura. CALISTO.- Señora, pues por conseguir esta merced toda mi vida he gastado, ¿qué sería, cuando me la diesen, desecharla? Ni tú, señora, me lo mandaras, ni yo lo podría acabar conmigo. No me pidas tal cobardía. No es hacer tal cosa de ninguno que hombre sea, mayormente amando como yo. Nadando por este fuego de tu deseo toda mi vida, ¿no quieres que me arrime al dulce puerto a descansar de mis pasados trabajos? MELIBEA.- Por mi vida, que aunque hable tu lengua cuanto quisiere, no obren las manos cuanto pueden. Está quedo, señor mío. Bástete, pues ya soy tuya, gozar de lo exterior, de esto que es propio fruto de amadores; no me quieras robar el mayor don que la natura me ha dado. Cata que del buen pastor es propio tresquilar sus ovejas y ganado, pero no destruirlo y estragarlo. CALISTO.- ¿Para qué, señora? ¿Para que no esté queda mi pasión? ¿Para penar de nuevo? ¿Para tornar el juego de comienzo? Perdona, señora, a mis desvergonzadas manos, que jamás pensaron de tocar tu ropa con su indignidad y poco merecer. Ahora gozan de llegar a tu gentil cuerpo y lindas y delicadas carnes. MELIBEA.- Apártate allá, Lucrecia. CALISTO.- ¿Por qué, mi señora? Bien me huelgo que estén semejantes testigos de mi gloria. MELIBEA.- Yo no los quiero de mi yerro. Si pensara que tan desmesuradamente te habías de haber conmigo, no fiara mi persona de tu cruel conversación. SOSIA.- Tristán, bien oyes lo que pasa. ¿En qué términos anda el negocio? TRISTÁN.- Oigo tanto que juzgo a mi amo por el más bienaventurado hombre que nació, y por mi vida que, aunque soy muchacho, que diese tan buena cuenta como mi amo. (…) MELIBEA.- ¡Oh mi vida y mi señor! ¿Cómo has querido que pierda el nombre y corona de virgen por tan breve deleite? ¡Oh pecadora de ti! Mi madre, si de tal cosa fueses sabedora, ¡cómo tomarías de grado tu muerte y me la darías a mí por fuerza! ¡Cómo serías cruel verdugo de tu propia sangre! ¡Cómo sería yo fin quejosa de tus días! ¡Oh mi padre honrado, cómo he dañado tu fama y dado causa y lugar a quebrantar tu casa! ¡Oh traidora de mí, cómo no miré primero el gran yerro que se seguía de tu entrada, el gran peligro que esperaba! SOSIA.- ¡Antes quisiera yo oírte esos milagros! Todas sabéis esa oración después que no puede dejar de ser hecho. ¡Y el bobo de Calisto que se lo escucha! CALISTO.- Ya quiere amanecer. ¿Qué es esto? No parece que ha una hora que estamos aquí y da el reloj las tres. MELIBEA.- Señor, por Dios, pues ya todo queda por ti, pues soy tu dueña, pues ya no puedes negar mi amor, no me niegues tu vista, mas, las noches que ordenares sea tu venida por este secreto lugar, a la misma hora, porque siempre te espere apercibida del gozo con que quedo, esperando las venideras noches. Y por el presente, vete con Dios, que no serás visto, que hace muy oscuro, ni yo en casa sentida, que aún no amanece. CALISTO.- Mozos, poned el escala. SOSIA.- Señor, vesla aquí. Baja. MELIBEA.- Lucrecia, vente acá, que estoy sola. Aquel señor mío es ido. Conmigo deja su corazón; consigo lleva el mío. ¿Hasnos oído? LUCRECIA.- No, señora, que durmiendo he estado. REACCIÓN DE CALISTO CALISTO.- ¡Oh mezquino yo, cuánto me es agradable de mi natural la solicitud y silencio y oscuridad! No sé si lo causa que me vino a la memoria la traición que hice en me despartir de aquella señora que tanto amo hasta que más fuera de día, o el dolor de mi deshonra. ¡Ay, ay!, que esto es, esta herida es la que siento, ahora que se ha resfriado, ahora que está helada la sangre que ayer hervía, ahora que veo la mengua de mi casa, la falta de mi servicio, la perdición de mi patrimonio, la infamia que tiene mi persona, de la muerte de mis criados se ha seguido. ¿Qué hice? ¿En qué me detuve? (…)¡Oh breve deleite mundano, cómo duran poco y cuestan mucho tus dulzores! No se compra tan caro el arrepentir. ¡Oh triste yo!, ¿cuándo se restaurará tan grande pérdida? ¿Qué haré? ¿Qué consejo tomaré? 1.2.3. ¿Hay que eliminar los sentimientos para ser objetivos? Hay una corriente de pensamiento moderna que considera que la razón debe entrar en relación con el objeto sin que nada interfiera; si hay una interferencia, como puede ser el sentimiento, entonces comienza a surgir el interrogante de si se trata de un conocimiento objetivo o, por el contrario, no es todo él o en parte una impresión del sujeto. La sospecha de que sólo podemos alcanzar un auténtico conocimiento allí donde no interfieran los sentimientos es propia del racionalismo positivista, que ha reducido la práctica del conocimiento a las ciencias exactas, concluyendo que la razón no podrá ser objetiva en el conocimiento de las cuestiones humanas más importantes. La seriedad en el uso de la razón exigiría una eliminación del sentimiento, sólo así el conocimiento puede llegar a ser objetivo. En realidad una eliminación así sólo se podría lograr en el campo científico, por lo que se concluye que es el único campo en el que se puede afirmar la verdad sobre el objeto. En los campos antes señalados jamás se podrá alcanzar una certeza objetiva. Son campos a merced de las opiniones subjetivas. Frente a este punto de vista hay dos observaciones que hacer: — Llevada hasta sus últimas consecuencias esta posición conduce al siguiente resultado: cuanto más me hace la naturaleza interesarme por una cosa (por ejemplo, en el campo afectivo y sociopolítico) y, por tanto, cuanta más curiosidad, exigencia y pasión por conocerla me produce —es decir, más sentimientos—, más me impide conocerla. Parece claro que antes de llegar a una conclusión así es razonable buscar alguna otra solución. — Según hemos visto, no es razonable formular un principio explicativo que para resolver una cuestión deba eliminar uno de los factores en juego, en este caso los sentimientos. Significa que es un principio no apto. En base a estas dos observaciones nos acercamos a otro punto de vista sobre el problema: no se trata de eliminar el sentimiento sino de situarlo en su justo lugar. El sentimiento debe imaginarse como una lente que hay que graduar: el objeto, gracias a esa lente, se acerca a la razón y puede conocerse con más facilidad. Ahora bien, ¿qué quiere decir “graduar la lente” o “poner en su lugar al sentimiento”? Es, ante todo, un problema de actitud, es decir, un problema “moral”, un problema que se refiere al modo de situarse, al modo de comportarse frente a la realidad. 1.2.4. La moralidad en el conocimiento Se trata de describir en qué consiste la moralidad en lo que respecta a la dinámica del conocimiento. Ante todo hay que decir que para poder conocer un objeto debo ponerlo bajo mi consideración, debo tener un interés por él. ¿Qué quiere decir tener un interés por un objeto? Tener deseo de conocer lo que ese objeto es verdaderamente. Parece una observación banal, pero no es algo que se haga con facilidad, pues generalmente nos empeñamos en conservar y avalar las opiniones que ya tenemos sobre ciertos objetos. Tendemos a permanecer ligados a las opiniones que ya tenemos sobre los significados de las cosas y a pretender justificar nuestra opinión de ellas. Por ello, en su aplicación al campo del conocimiento, esta es la actitud moral: un amor a la verdad del objeto siempre mayor que el apego a las opiniones —prejuicios— que uno tiene de antemano sobre él y a los sentimientos que le provoca. Ahora bien, cabe hacer una puntualización sobre el prejuicio. Carecer de prejuicios, es decir, opiniones previas, es algo imposible, al igual que es imposible que las cosas dejen de provocarnos sentimientos. Por el mero hecho de vivir en un ambiente determinado uno se halla impregnado de imágenes, de valores, de opiniones y sentimientos sobre las cosas, especialmente en los tres campos que hemos mencionado: destino, afectividad y política. No se trata, pues, de eliminar todo ello, sino de que no sean la última palabra. Hace falta un esfuerzo que, a su vez, requiere una actitud humana: la sencillez, la humildad. Una actitud moral supone que la voluntad, movida por los deseos, empuje a la razón de la persona a abrirse a la realidad para conocerla y no quedarse encerrada en los sentimientos que tiene y en sus prejuicios. Así la razón puede descubrir la verdad de las cosas, de modo que después las acciones (voluntad) en el trato con ellas sean correctas. Podríamos decir, entonces, que la voluntad debe empujarme a “amar la realidad para poderla conocer y a conocerla para poderla amar”. El simple ver o escuchar implica una toma de posición: conocimiento y libertad están desde el principio entrelazados. Se da una alternativa en la que el hombre se juega el modo de relacionarse con la realidad: o caminas por la realidad abierto a ella de par en par, con los ojos asombrados de un niño, lealmente, llamando a las cosas por su nombre y acogiendo, también, su sentido; o te pones ante la realidad en una actitud defensiva, llamando a la realidad ante el tribunal de tu parecer, de lo que tú determinas que sea, normalmente en función de lo que sientes. ¿Qué puede persuadirnos a realizar ese esfuerzo? El hombre se mueve por afecto, por amor. Lo único que puede hacer que pongamos nuestra energía cognoscitiva en la búsqueda de la verdad de las cosas es un amor verdadero a nuestra vida. Sólo eso justifica el esfuerzo, a veces el sacrificio, de no vivir apegados a nuestros prejuicios y sentimientos. Porque únicamente lo verdadero satisface plenamente nuestras necesidades. Conclusión: La necesidad del juicio. Esta posición de apertura es la que permite el ejercicio del juicio, es decir, una valoración de lo que nos ha sucedido. Cuando la facultad del juicio no se ejercita, el sentimiento lo invade todo dejando una vaga impresión, lejana todavía al conocimiento propiamente dicho. El juicio exige paciencia y la voluntad explícita de llegar a la verdad y de comprender qué es eso que tenemos delante: ¿Por qué es así? ¿En qué consiste? ¿Cuáles son sus características? ¿En qué se diferencia de otra cosa? ¿Cuál es su relación conmigo? PREGUNTA 4 A) ¿Cómo justifica su posición ante el conocimiento el racionalismo positivista? B) A partir de la crítica al racionalismo positivista explica en qué consiste la moralidad a la hora de conocer. C) Explica la frase: “La voluntad debe empujarme a amar la realidad para poderla conocer y a conocerla para poderla amar”. D) ¿Qué es un prejuicio? ¿Qué posición hay que adoptar ante ellos para que pueda haber un auténtico conocimiento? ¿Qué posibilita tal actitud? PREGUNTA 5. Desarrolla el siguiente tema: Plantea la problemática que generan los sentimientos y las pasiones a la hora de conocer y compara las dos posiciones que se pueden adoptar ante ella. 2. El método de la Filosofía Lo dicho hasta ahora nos lleva a plantearnos qué hace el hombre para responder a las preguntas que la realidad le suscita; es decir, cuál es el método propio de la filosofía en su intento por conocer la realidad. En primer lugar, señalamos dos condiciones metodológicas a tener en cuenta para en el conocimiento propio de la filosofía. Después especificaremos algunos aspectos del modo de usar la razón propio de la filosofía que, de alguna manera, han estado presentes en toda la historia de la filosofía. Si bien se han desarrollado métodos distintos, con acentos particulares, estos pasos no han dejado de marcar el ritmo de la filosofía. 2.1. primera premisa metodológica: el Realismo El instrumento fundamental de la filosofía es el pensamiento racional. La razón se encuentra frente a la realidad y tiene la tarea de conocerla. Esta anotación es interesante porque implica que la realidad no es “creada” por la razón, sino “descubierta” por ella. La filosofía comienza, como hemos visto, a partir de algo que ya está y nos precede: la realidad como dato. De aquí surge una alternativa decisiva en todo el proceso de conocimiento. Si la realidad me antecede y tengo que descubrirla, lo que son las cosas no lo determino yo y dependo de ellas. Por el contrario, si las cosas dependen de lo que yo pienso de ellas, significa que entonces soy su dueño. Pues bien, nuestra época —decía el premio Nobel de medicina Alexis Carrel— es una época ideológica en la que, en lugar de aprender de la realidad con todos sus datos, construyendo sobre ella, el hombre intenta manipularla, ajustándola a esquemas e intereses prefabricados por la inteligencia. Sin embargo, una investigación seria sobre cualquier acontecimiento u objeto exige una premisa metodológica imprescindible: el realismo. El mismo Carrel lo indica: “Poca observación y mucho razonamiento llevan al error. Mucha observación y poco razonamiento llevan a la verdad”. Esta frase plantea la urgencia de no anteponer un esquema que se tenga previamente presente en la mente por encima de la observación completa, apasionada e insistente de los hechos, de los acontecimientos reales. Antes que proyectar sobre los hechos lo que se piensa sobre ellos, el hombre sano quiere saber cómo son, porque sólo entonces podrá pensarlos sin manipularlos. De ahí que una consideración realista de la realidad y del conocimiento deba partir de una actitud adecuada: abrir los ojos para descubrir qué son las cosas y las personas y así saber cuál es la manera de relacionarse con ellas. Por eso el realismo es importante. PREGUNTA 6 ¿Qué es el realismo? ¿Por qué es una condición necesaria para que haya una investigación seria? ¿Qué actitud es contraria al realismo? ¿Por qué es importante el realismo? 2.2. segunda premisa metodológica: La Razonabilidad La filosofía es reflexión racional pero, como veremos, no es una ciencia. Que la filosofía no sea una ciencia no significa que la filosofía sea un conjunto de opiniones vagas e infundadas; la filosofía es una empresa racional comprometida a no admitir ningún supuesto o creencia de los cuales no se dé una razón adecuada y pertinente. Preguntémonos, por ejemplo, ¿es posible llamar razonable al saber filosófico aunque no sea científico? O mejor, ¿es posible que mi saber sobre la moral, el amor, el sentido de la vida, Dios, la libertad, etc., sea razonable, es decir, esté basado en razones adecuadas que fundamenten con certeza tales conocimientos? Para poder responder a estas preguntas es necesario clarificar previamente qué es la razón. La razón puede entenderse como la facultad distintiva del hombre mediante la cual percibe y conoce la realidad teniendo en cuenta la totalidad de sus factores. Toda acción humana, en cuanto guiada por la razón, está llamada a ser razonable. Para entender mejor esta definición de razón podemos preguntarnos: ¿cuándo una acción humana o una explicación es razonable? Lo será si cumple las tres condiciones que vamos a analizar a continuación: 1) que se mueva por razones; 2) que sean adecuadas; 3) que serán adecuadas si tiene en cuenta todos los factores en juego. 1. Que se mueva por razones. Es una condición necesaria, pero no es suficiente. Por ejemplo, ¿es razonable poner en riesgo la propia vida o la de los demás por hacer, por ejemplo, una buena fotografía? 2. Que sean adecuadas. Se entiende entonces que no basta que uno tenga razones para hacer una cosa si esas razones no son adecuadas. Por ejemplo, me he dormido y voy a llegar tarde al trabajo, tengo motivos para darme prisa. ¿justifica eso que me salte todos los semáforos? Quizás el motivo último sea algo bueno, pero se manifiesta como algo inadecuado, desproporcionado y, por lo tanto, no razonable. 3. Que serán adecuadas si tienen en cuenta todos los factores en juego. Esta condición es la que sirve para valorar si las razones son adecuadas o no, de ahí su importancia. Por ejemplo, ¿es razonable cortar la mano a una persona que ha robado? ¿Por qué? ¿Que factores no tiene en cuenta? La filosofía es un resultado de nuestra razón, sólo cuando la razón la utilizamos correctamente, hacemos filosofía. 2.2.1. La razón reducida a demostración Teniendo esto en cuenta podemos decir que hay una forma no razonable de entender la razón: cuando se reduce lo razonable a demostrable. Demostrar significa recorrer todos los pasos del procedimiento que reproduce el ser de una cosa. Cuando en matemáticas, por ejemplo, repetimos una demostración y nos saltamos un paso, el profesor nos dice que eso no está demostrado. En efecto, todos los pasos constitutivos de la realidad deben ser recorridos para poder decir que nos encontramos frente a una demostración. Si la razón es considerada exclusivamente así, como la capacidad de demostrar todos los aspectos de la realidad, sólo será razonable aquello que pueda comprender, “medir”, a través de la demostración. Sólo existiría o sería verdadero aquello que la razón puede demostrar científicamente, porque el método científico es considerado como la máxima expresión de la razón como medida de la realidad. Este paso supone ya una injustificada reducción de la razón: una cosa es distinguir el método científico de lo que no es y concretar sus campos de aplicación, y otra cosa es afirmar que sólo existe lo que se puede medir y conocer con los métodos de las ciencias empíricas. En ese caso habría muchas cosas que no podríamos conocer con certeza porque la ciencia —la razón— no puede demostrarlas. La limitación de esta concepción reducida de la razón la muestra muy bien el siguiente episodio. En la introducción de su libro De la ciencia a la fe, el gran matemático Francesco Severi, muy amigo de Einstein, dice que cuanto más se adentraba en la investigación científica, más evidente le resultaba que todo lo que descubría, a medida que iba avanzando, estaba “en función de un absoluto que se opone como una barrera elástica (...) a dejarse alcanzar con los medios de conocimiento que tenemos”. Cada vez que adelantaba en su investigación, descubría que el horizonte al que llegaba le remitía de nuevo a otro horizonte —una incógnita ulterior—, haciéndole ver su conquista como algo que le empujaba en último término hacia una X que estaba lejos del alcance de las condiciones en las que operaba. Es decir, cuantos más conocimientos se obtienen más evidente resulta la desproporción que hay entre los resultados que alcanza la investigación científica y la profundidad de las preguntas que provoca. En una conversación que Severi tuvo con Einstein pocos días antes de la muerte de éste, hablaron sobre el tema religioso. En un momento de la conversación Einstein le dijo: “Quien no admita el carácter insondable del misterio tampoco puede ser un científico”. 2.2.2. La razón entendida como apertura a la realidad Sin embargo, como hemos dicho antes, la razón puede entenderse como la capacidad de explicar sistemáticamente la realidad teniendo en cuenta la totalidad de sus factores o ámbitos. La realidad no excluye nada de sí, por eso la razón humana exige conocer incluso lo que excede la medida de la ciencia. La demostración científica no agota lo razonable, es sólo un aspecto de ello. No todos los ámbitos de la realidad son demostrables en este sentido. Todo lo demostrable es razonable, aunque no todo lo razonable sea demostrable. Por ello, la razón deberá utilizar otros procedimientos (métodos) si quiere explicar la realidad teniendo en cuenta todos los factores que la componen. Porque la permanente apertura a nuevas posibilidades es una dimensión de nuestra razón. COMENTARIO DE TEXTO 8. Einstein, The Human Side (1979), Princeton University Press, p. 151. “El estudio y la búsqueda de la verdad y de la belleza representan una esfera de actividad en la que se nos permite mantenernos niños durante toda la vida. (…) La emoción más bella y profunda que podemos percibir es el sentido del misterio. Es la emoción fundamental que está en el origen del verdadero arte y de la verdadera ciencia”. COMENTARIO DE TEXTO 9. Paul Bourget, Nuestros actos nos siguen, Monte Carmelo, Madrid 2010. “Esa otra vida no es más que una hipótesis. Creer en ella es hacer la apuesta de Pascal: 'Prefiero equivocarme creyendo en un Dios que no existe, que equivocarme no creyendo en un Dios que existe. Porque si después no hay nada, evidentemente nunca lo sabré, cuando me hunda en la nada eterna; pero si hay algo, si hay Alguien, tendré que dar cuenta de mi actitud de rechazo'. Pero elegir esto, como él hizo, es ya creer. Yo, que me he formado en la disciplina del laboratorio, no soy capaz de ir más allá de los hechos sin pensar: 'entra dentro de lo posible, incluso dentro de lo probable; pero sobre eso no puedo tener la certeza. Y yo quiero certezas, las necesito, como el que tiene hambre o el que tiene sed, con todo mi ser'”. — Justifica el uso de la razón que hace el hablante y el uso de la razón que hace Pascal. — ¿En qué frase del texto se aprecia la limitación de reducir la razón a su carácter demostrativo? ¿Por qué es contraria al requisito que Einstein establecía para ser un buen científico? 2.2.3. La realidad y los métodos Lo señalado hasta ahora, nos lleva a concluir que a la hora de descubrir la realidad, la razón del hombre tiene que utilizar distintos procedimientos o métodos. Un método de conocimiento es el camino o procedimiento a seguir para lograr el conocimiento de un objeto. Hagamos dos consideraciones importantes sobre el método propias de una actitud realista: a) El método lo impone el objeto. Por ejemplo, ciertas realidades sólo se pueden estudiar desde un determinado método: — ¿Se puede hacer química de los números? Es imposible. — ¿Puede haber una ecuación que demuestre el valor de una obra literaria? Imposible. — ¿Puedo estudiar el comportamiento humano con las matemáticas? Imposible. b) Un objeto, distintos métodos. Hay otras realidades que permiten el estudio desde distintos métodos. Por ejemplo, el hombre. Puedo utilizar la química (para determinados componentes del hombre), la biología, la psicología, la reflexión moral, etc. En conclusión, como la realidad es diversa y hay campos muy distintos, la razón utilizará distintos procedimientos para llegar a conocerla, según sea el ámbito que tenga que explicar. La razón alcanzará la verdad en cada ámbito de la realidad logrando, mediante los distintos métodos, aquellas evidencias necesarias para hacer razonable un conocimiento. Por ejemplo, para resolver una ecuación matemática, utilizará el método matemático, para una reacción química, el método químico. PREGUNTA 7 A) ¿Qué es la razón? ¿Por qué es necesario tener en cuenta todos los factores para que una acción o una explicación sea razonable? Explica con un ejemplo las condiciones para que una explicación o una acción sean razonables. B) Explica y compara las dos formas opuestas de entender la razón. ¿En qué se diferencian? ¿Qué significa que todo lo demostrable es razonable aunque no todo lo razonable sea demostrable? ¿Por qué no es razonable reducir la razón a su capacidad de demostrar? C) ¿Qué es el método y por qué es necesario para el conocimiento? ¿Por qué el método lo impone el objeto? ¿Por qué pueden ser aplicables distintos métodos para conocer un mismo objeto? ### A) ¿Qué es la razón? ¿Por qué es necesario tener en cuenta todos los factores para que una acción o una explicación sea razonable? Explica con un ejemplo las condiciones para que una explicación o una acción sean razonables. **La razón** es la facultad humana que permite comprender, juzgar, deducir y analizar las distintas realidades del mundo, buscando siempre alcanzar la verdad a través de un proceso lógico y fundamentado. Es el medio por el cual se estructura el conocimiento y se resuelven problemas de manera coherente y con sentido. Para que una acción o explicación sea razonable, es necesario **tener en cuenta todos los factores relevantes** porque la realidad es compleja y multidimensional. Ignorar aspectos importantes puede llevar a conclusiones erróneas o incompletas. Para que algo sea razonable, debe considerar todas las dimensiones implicadas, desde el contexto hasta las evidencias o causas que lo originan. **Ejemplo**: Imaginemos que un médico prescribe un tratamiento para un paciente. Si sólo tiene en cuenta los síntomas superficiales sin analizar el historial médico, las posibles alergias o condiciones subyacentes del paciente, su decisión no será razonable. Para que el tratamiento sea razonable, el médico debe considerar todos los factores: las pruebas de laboratorio, los antecedentes médicos, la edad, los hábitos de vida, etc. De este modo, la acción será fundamentada y coherente con la complejidad del caso. ### B) Explica y compara las dos formas opuestas de entender la razón. ¿En qué se diferencian? ¿Qué significa que todo lo demostrable es razonable aunque no todo lo razonable sea demostrable? ¿Por qué no es razonable reducir la razón a su capacidad de demostrar? Las dos formas opuestas de entender la razón son: 1. **Razón reduccionista o racionalista**: En esta visión, se considera que sólo lo que puede ser demostrado científicamente o mediante procedimientos lógicos es razonable. Esto significa que si algo no se puede medir, cuantificar o probar empíricamente, no es considerado válido o verdadero. Esta perspectiva suele limitar la razón a los campos como la ciencia y las matemáticas, donde todo puede ser demostrado o cuantificado. 2. **Razón amplia o integradora**: En esta perspectiva, la razón no se limita sólo a lo que es demostrable científicamente. Reconoce que existen realidades y aspectos de la vida que no pueden ser probados o demostrados empíricamente, pero que, sin embargo, son razonables. Esto incluye cuestiones éticas, estéticas o existenciales, que requieren una comprensión más amplia y no se pueden reducir a una fórmula o ecuación. **Diferencias**: La primera postura (razón reduccionista) se enfoca únicamente en lo que se puede probar, mientras que la segunda (razón amplia) admite que hay aspectos de la realidad que no se pueden demostrar pero que siguen siendo comprensibles, válidos y razonables. **"Todo lo demostrable es razonable aunque no todo lo razonable sea demostrable"** significa que, aunque las demostraciones científicas o matemáticas son razonables, no todos los aspectos de la realidad pueden someterse a este tipo de pruebas. Por ejemplo, las emociones humanas, el amor, o el sentido de la justicia no se pueden demostrar empíricamente, pero son realidades que entendemos de forma razonable. Limitar la razón sólo a lo demostrable excluye muchos aspectos esenciales de la existencia humana. No es razonable reducir la razón a su capacidad de demostrar porque **existen aspectos de la realidad que no pueden ser probados en un laboratorio** pero que, sin embargo, forman parte de la comprensión de la vida. La razón debe ser una herramienta que abarque tanto lo que es demostrable como lo que se comprende a través de la experiencia, la intuición o la reflexión. ### C) ¿Qué es el método y por qué es necesario para el conocimiento? ¿Por qué el método lo impone el objeto? ¿Por qué pueden ser aplicables distintos métodos para conocer un mismo objeto? El **método** es el camino o procedimiento que se sigue para llegar al conocimiento de un objeto o fenómeno. Es un conjunto de reglas o pasos que la razón utiliza para organizar el pensamiento y obtener conclusiones coherentes y fundamentadas sobre la realidad. Los métodos varían dependiendo del tipo de objeto que se quiera estudiar. El método es necesario para el conocimiento porque nos permite **sistematizar la investigación**, generar conclusiones basadas en criterios consistentes y evitar el desorden o las conjeturas infundadas. Cada área del conocimiento tiene su propio método, que se adapta al tipo de objeto que estudia. **El método lo impone el objeto** porque no todos los objetos o realidades pueden ser estudiados de la misma manera. Cada realidad tiene características propias que requieren un tipo de enfoque particular. Por ejemplo, no puedo estudiar los componentes químicos de una sustancia usando las mismas técnicas que uso para analizar una obra de arte. Las cualidades del objeto determinan el tipo de herramientas que se deben utilizar para conocerlo adecuadamente. **Distintos métodos para un mismo objeto**: Hay ciertos objetos o realidades que pueden ser estudiados desde distintos enfoques o disciplinas, porque abarcan diferentes aspectos de la realidad. Por ejemplo, **el ser humano** puede ser estudiado desde la biología, la psicología, la sociología, la ética, etc. Cada disciplina se centra en un aspecto diferente del hombre (biológico, mental, social, moral), lo que permite obtener un conocimiento más completo y multidimensional de la realidad humana. Por lo tanto, utilizar distintos métodos para un mismo objeto permite tener una **visión más rica y completa** de esa realidad. 2.3. La crítica Un paso inevitable en la filosofía es criticar y verificar de forma sistemática todo aquello que haya sido sostenido anteriormente. Este paso es necesario para alcanzar la verdad e identificar aquellas posiciones e hipótesis que nos hayan podido alejar de ella. Si la filosofía fuera un conocimiento acrítico asumiría sin responsabilidad ni seriedad lo que otros han dicho y se convertiría en un laberinto del que sería imposible escapar. A pesar de que es imposible verificar todas las teorías y sistemas de los que nos han precedido, la filosofía exige renunciar a todos los conocimientos (o dejarlos de lado provisionalmente) cuya verdad no haya emergido con evidencia. Autores como Sócrates o Descartes llevaron a sus últimas consecuencias esta duda. Ahora bien, la crítica no coincide con una negación, sino con una pregunta extremadamente seria: ¿por qué se dijo lo que se dijo?, ¿cuáles fueron las razones?, ¿podemos seguir sosteniéndolo? O bien, ¿realmente es verdad lo que yo pienso?, ¿tiene un fundamento basado en razones adecuadas? Por esta razón, es urgente afrontar críticamente con una seriedad exquisita, no sólo lo que otros han dicho y pensado sino también nuestras propias ideas y creencias. Preguntémonos entonces: ¿Qué puede ser objeto de crítica? No se critica la naturaleza puesto que la naturaleza es como es. En cambio, toda actividad (y el conocimiento lo es) o creación humana puede y debe ser criticada, ya que es producto de un ser humano que es esencialmente libre, falible, susceptible de equivocarse. La crítica de las distintas ideas examina si son verdaderas y valora si están justificadas, si están sustentadas en razones adecuadas. La actitud crítica sincera es manifestación de honestidad intelectual o de una voluntad de verdad. En este sentido la crítica nunca puede ser sólo negativa: descubrir el error es abrir campo a la verdad, por lo que no hay que tener miedo a la crítica. Uno tiene que poder dar razón a los demás —y sobre todo a sí mismo— de sus propias ideas o de sus creencias. Pero también tiene que ser capaz de ponerlas a prueba. Este es el sentido de la crítica. La palabra crítica significa, etimológicamente, cribar. Criticar significa juzgar; ahora bien, para que haya un verdadero juicio es necesario un criterio desde el que juzgar. Desarrollamos a continuación estos aspectos para ver cómo se puede llegar a un verdadero juicio crítico. 2.3.1. El valor de la experiencia a la hora de juzgar Es habitual oír decir que la filosofía no se basa en datos de la realidad, y sin embargo, numerosos filósofos han afirmado que la filosofía sólo se puede desarrollar en la evidencia, es decir, en la fidelidad a los datos que se muestran en la experiencia humana. Podemos decir en primer lugar que la realidad se hace transparente en la experiencia. Por esta razón es imposible hablar de la realidad sin tener en cuenta la experiencia del hombre. La experiencia es algo propio del hombre ya que es un ser consciente de sí mismo y que, por tanto, aprende en la medida en que es consciente de las cosas que vive, de las experiencias que tiene. De hecho, no hay conocimiento sin experiencia. Por esta razón es importante hacer una clarificación sobre el significado de esta palabra. Lo que caracteriza a la experiencia no es tanto el hacer, el establecer relaciones con la realidad de un modo mecánico: este es el error implícito en la frase tan usada de “tener experiencias”, en la que experiencia se convierte en sinónimo de probar. “Experiencia” no es el simple probar o vivir algo, porque lo que caracteriza la experiencia es el comprender una cosa, descubrir su sentido. Y el sentido de una cosa se descubre en conexión con el resto; por tanto, tener experiencia significa descubrir realmente qué son las cosas, para qué sirven, qué tienen que ver con la propia persona. De hecho, se “aprende” porque mediante la experiencia se penetra en la naturaleza de las cosas y en su sentido. Sólo entonces se da ese rasgo característico de toda experiencia: hacer crecer. La experiencia conlleva el hecho de darnos cuenta de que crecemos en dos aspectos fundamentales: la capacidad de entender y, en consecuencia, la capacidad de amar, es decir, tratar las cosas por lo que son, por el sentido y valor que tienen. 2.3.2. El criterio de juicio sobre la experiencia: la experiencia elemental La experiencia, tal cual la hemos descrito, implica un juicio sobre sí misma. Ahora bien, todo juicio exige un criterio en base al cual se realiza, pero antes de describirlo es necesario establecer una premisa. Hay dos posibilidades: o el criterio para juzgar se toma prestado de algo exterior a nosotros, o tal criterio se encuentra en nosotros mismos. En el primer caso estaríamos cayendo en una situación de alienación porque estaríamos haciendo depender el significado de lo que somos y vivimos de algo que está fuera de nosotros (los puntos de vista de los demás, mentalidad común, moda, prejuicios mayoritarios, costumbres sociales, etc.). En el segundo caso habría dos posibilidades: La de quien afirma que cada uno «decide» la verdad de las cosas, y entonces él es la única referencia. La de quien afirma que el criterio está dentro de nosotros porque vienen dado por nuestra naturaleza humana, es decir, no lo establece cada uno arbitrariamente. Entonces preguntémonos: ¿cuál es el criterio que nos permite juzgar lo que vemos suceder en nosotros mismos cuando actuamos y tenemos experiencias? Todas las experiencias de mi humanidad y de mi personalidad pasan por la criba de una experiencia elemental que constituye mi naturaleza, mi rostro a la hora de enfrentarme con todo. ¿En qué consiste esta experiencia elemental? Se trata de un conjunto de exigencias con las que el hombre se ve proyectado a confrontar todo lo que vive. La naturaleza lanza al hombre a una comparación consigo mismo y con los otros, con las cosas, dotándolo —como instrumento para esta confrontación universal— de un conjunto de evidencias y exigencias originales. Se les podría dar muchos nombres, pero se pueden resumir con diversas expresiones: exigencia de felicidad, exigencia de verdad, exigencia de justicia, exigencia de bien, exigencia de amor, exigencia de libertad, etc. ¿Qué características tienen estas exigencias que las hace tan importantes? Nuestras exigencias son el motor de la vida. En efecto, la vida (no tan sólo la vida humana, sino la de cualquier organismo viviente) es movimiento; pero todo movimiento tiene un motor y una dirección. ¿Hacia qué se mueve la vida entonces?, ¿cuál es su dirección?, ¿qué es lo que busca? La vida busca la satisfacción de sus exigencias, de sus deseos. Por lo tanto, la vida se dirige hacia la satisfacción (ésta es su dirección), porque tiene exigencias y éstas son, por tanto, el motor de la vida: los hombres realizamos todo lo que hacemos buscando la satisfacción de nuestras exigencias. Cualquier acción de la persona sólo puede tener lugar a partir de este núcleo de exigencias y evidencias originales. Nuestras exigencias son personales y universales a la vez. Personales. La realización de las exigencias fundamentales es el supremo bien de la persona, su felicidad depende de ello. Por eso las sentimos como lo más “nuestro” que hay, lo más significativo de nuestro ser personas. De hecho, no se pueden “sacrificar” las exigencias de la persona, sería la mayor violencia que podríamos padecer. Universales. Significa que son comunes a todos. Las exigencias fundamentales son mías y, a la vez, son de todos: todos tenemos un mismo corazón. Una madre esquimal, una madre de la Tierra del Fuego o una madre japonesa dan a luz seres humanos que son todos reconocibles como tales tanto por sus rasgos exteriores como por una impronta interior común. Cuando éstos dicen “yo” utilizan esta palabra para indicar una multiplicidad de elementos que derivan de historias, tradiciones y circunstancias diversas; pero indudablemente, cuando dicen “yo” también usan esa expresión para expresar esas exigencias, ese rostro interior que es igual en todos y cada uno de ellos, aunque se exprese en modos muy diferentes. Nuestras exigencias son dadas y objetivas. Es decir, son innatas, originales, pues ¡nacemos con ellas! No he decidido yo nacer con estas exigencias, sino que las encuentro en mí, se me dan. Por eso decimos que las exigencias son objetivas: son parte de nuestra naturaleza. PREGUNTA 8 A) ¿Qué es la crítica? ¿Qué valor tiene la crítica y por qué es un método propio de la filosofía? ¿A qué se aplica la crítica? B) ¿Qué es la experiencia? ¿Qué valor tiene a la hora de elaborar un juicio? ¿Por qué la experiencia no puede reducirse al mero probar? C) Explica el criterio para valorar la experiencia humana e indica en qué sentido es enteramente nuestro aunque no haya sido construido por nosotros. ¿Por qué no es alienante? ¿Cuándo un criterio es alienante? D) ¿Qué quiere decir que nuestras exigencias son el motor de la vida? ¿Qué quiere decir que nuestras exigencias son personales y, a la vez, universales? ¿Por qué? ¿Qué significa que son dadas y objetivas? Comentario de texto 10. Pedro Simón, Maixabel, El Mundo, 19 de septiembre de 2021. De todas las experiencias periodísticas vividas, una de las más impactantes fue el día en que asistí al encuentro privado entre una viuda con el asesino de su marido. Fue una tarde de agosto en Legorreta. Cada uno llegó a la cita por separado. Alguien nos abrió las puertas de un txoko vacío. Nos dieron las llaves. Nos quedamos los tres a solas. Y allí, entre la quietud de las cacerolas y un silencio de pueblo, frente a frente los dos en una mesita con una grabadora, el horror de lo que no tiene remedio con solo estirar el brazo: al esposo de Maixabel Lasa, el político socialista Juan Mari Jauregui, lo asesinó de dos tiros en la nuca en 2000 el comando etarra de Ibon Etxezarreta. Ese hombre que, aquella tarde, la viuda tenía delante en el txoko. Ella le contó que, aquella mañana del crimen, el esposo le dijo que había soñado que lo mataban. Él le contó que, después de matarlo, se duchó. Y sacó a pasear al perro. —Supongo, Maixabel que tú tendrás presente el vacío de la pareja todos los días, ¿no? Ese horror lo hemos generado nosotros. —Prefiero ser la viuda de Juan Mari que ser tu madre... Pero te has dado cuenta de que hiciste algo horrible. Por eso estamos aquí. Hablando. (…) He hablado con ellos estos días con motivo del estreno de la película Maixabel. Una cinta que muchos (los de siempre) quemarían. Un día Juan Mari le dijo a la mujer: “A estos hay que reciclarlos, no saben hacer otra cosa que matar”. Y hoy Ibon es panadero. Y ese pan, amasado por las manos que un día mataron, se lo ha llevado a la boca Maixabel. Al final de aquella larga conversación, Ibon parecía algo más viejo y Maixabel mucho más joven. Quien esto escribe le preguntó a ella por un sitio donde se comiera bien y barato. La viuda descerrajó una sonrisa cómplice y nos puso en la pista. —Pues mira, en Tolosa, aquí al lado, hay un restaurante que se llama Frontón donde se come de cine. —¿Algún consejo? —Sí. Decidle al duelo que vais de mi parte, que os tratará mejor. Sucedió entonces. La experiencia periodística más impactante de mi vida. Fue la única vez que vi a Ibon perder el pie. Justo ahí, no antes. Porque hay gente que te mata con una pistola y hay otra que te ensucia con la palabra. El ex miembro de ETA me dio al instante un par de golpecitos en el hombro, y me susurró de qué indestructible aleación estaba hecha aquella mujer: Maixabel. —Ahí donde te manda fue donde matamos a Juan Mari —me repetía Ibon, una y otra vez, en voz baja—. En aquel restaurante. Ahí fue donde matamos a Juan Mari. Ahí fue. 2.4. La intuición racional como método de conocimiento El cartero y Pablo Neruda No podemos dejar de sorprendernos al contemplar la capacidad creativa del conocimiento. Si miramos, por ejemplo, un fenómeno sorprendente, como fue la inesperada posición de Marte, que Kepler advirtió —la cual no se dejaba explicar acudiendo a la experiencia precedente— y que se convirtió en el motor de sus investigaciones, ¿cómo llega a la regla que utiliza como hipótesis (si las órbitas fueran elípticas podríamos explicar las longitudes observadas)? En este caso la hipótesis explicativa nace de una interpretación, surge de una “lectura particular de los signos”, que supone “intuir” el paso de lo posterior (la posición de Marte) a lo anterior (la trayectoria elíptica de las órbitas). Del mismo modo, cuando Newton vio caer la manzana, ésta fue un signo que le hizo concebir la gran hipótesis. Desde el descubrimiento de Kepler hasta el problema de la realidad de Dios no hay ningún problema de conocimiento que no tenga necesidad de una “lectura de signos”. ¿Cómo podemos tener esta capacidad de leer signos? Algún autor ha señalado que el hombre posee un “instinto racional” que tiende a la verdad y que es la raíz del funcionamiento de la razón. El proceder científico sería imposible sin este uso más originario de la razón que es la intuición racional: la capacidad de cumplir el recorrido que nos conduce desde el signo (desde cualquier realidad) a su significado. La inteligencia de los signos, la comprensión del sentido de lo que se vive en la experiencia, atraviesa cualquier modo de proceder, desde el filosófico hasta el científico en sus distintas vertientes. Es algo propio del hombre en su característica esencial: la racionalidad. Tal ejercicio de la razón siempre entrará en juego, principalmente en el campo de la experiencia humana y de las relaciones humanas, ámbitos propios de la reflexión filosófica. COMENTARIO DE TEXTO 11. Mark Twain, Tom Sawyer en el extranjero, Capítulo VII, Anaya Editorial, Madrid 1995. “Tom decía que estábamos viviendo de lleno en Las Mil y Una Noches. Y nos dijo que precisamente allí donde estábamos había sucedido una de las cosas más interesantes entre todas las que se cuentan en el libro. Miramos hacia abajo y nos quedamos contemplando el desierto [viajan en un globo sobre el Sahara], mientras oíamos contar a Tom su historia, pues pocas cosas hay tan interesantes como un lugar del que se habla en algún libro. Era un cuento sobre un camellero que había perdido su camello. Iba por el desierto, anda que te andarás, hasta que encontró a un hombre. Al verlo, le dijo: —¿Has visto a un camello extraviado? El hombre replicó: —¿Es tuerto del ojo izquierdo? —Sí. —¿Cojea de la pata izquierda de atrás? —Sí. —¿Le falta un diente en la parte de arriba? —Sí. —¿Va cargado de mijo por un lado y de miel por el otro? —Sí. No hace falta que te entretengas con más detalles. Tengo prisa y no quiero perder tiempo. El camello que dices es mío. ¿Dónde lo has visto? —No lo he visto en ninguna parte —contestó el hombre. —¿No lo has visto? ¿Cómo puedes describirlo con tantos detalles, entonces? El hombre se explicó de la siguiente manera: —Porque cuando uno sabe emplear sus ojos, todo tiene significado, pero a la mayoría de la gente sus ojos no le sirven para maldita la cosa. Sé que ha pasado un camello, porque vi sus huellas. Sé que es cojo de la pata izquierda de atrás, porque sus huellas demuestran que se apoya más sobre ese casco. Sé que está tuerto del ojo izquierdo, porque sólo ramoneó la hierba del borde derecho del camino. Sé que le falta un diente de delante y arriba, porque allí donde mordisqueó en algún terrón de arcilla dejó marcado el hueco de su diente. Las hormigas me han dicho que por un lado se le escurría el mijo, y las moscas me han contado que por el lado opuesto goteaba miel. Por eso sé muchos detalles del camello, aunque no lo he visto... Jim interrumpió: —Continúe, amigo Tom. Ese cuento es muy bonito y endiabladamente interesante. —Pues ya está acabado —afirmó mi amigo. —¿Acabado? —dijo Jim con extrañeza—. ¿Qué se hizo del camello? —Lo ignoro. —¿No lo dice el cuento? —No. Jim permaneció perplejo más de un minuto. Después agregó: —Que me cuelguen si no es el cuento más extraño que he oído en mi vida... Llega hasta el sitio donde el interés alcanza el rojo vivo y allí se detiene. Un cuento que se porta así es un cuento sin sentido común, es un cuento que está loco. ¿No tiene ni idea de si el camellero encontró o no a su animal? —No. Yo también pensaba igual que Jim. Aquel cuento no tenía sentido. Era una locura pararse allá sin más ni más, antes de llegar a un desenlace. Pero no iba a confesar esas ideas, ¿verdad? Vi que Tom ponía cara larga por el fracaso de su cuento, en cuyo punto débil acababa de poner el dedo Jim. Siempre me ha parecido que no es leal aplastar a un camarada cuando está por los suelos. Pero Tom se volvió bruscamente hacia mí y preguntó: —Y a ti, ¿qué te ha parecido el cuento? Naturalmente, tuve que hablar a la fuerza y revelar el fondo de mi pensamiento. Como a Jim, me parecía que cuando un cuento se para a medio camino y no llega a nada claro..., bueno, pues que un cuento de esos no merece la pena de ser contado. Tom agachó la cabeza y no se enfureció por mi burla, sino que pareció ponerse triste, y dijo: —Hay quien ve y quien no ve, exactamente como decía el hombre del cuento. Vosotros, bobalicones, ni siquiera habríais notado la pista, no ya de un camello, sino de un ciclón que hubiese pasado por el desierto. No sé lo que quiso decir con eso, y él se cuidó mucho de explicarlo. Era sólo una de esas frases que no prueban nada, supongo yo. Cuando se veía entre la espada y la pared, nos aporreaba con esa clase de frases. Así salía de apuros. Pero poco me importaba. Habíamos puesto el dedo en la llaga de aquel cuento y lo hicimos con no poca penetración. Tom estaba vencido, y vencido en lucha real. Esto le ponía rabioso. Pero sospecho que trató de disimularlo. — El hombre del cuento no ha “visto”, pero “sabe”. ¿Qué diferencia hay entre ambas formas de conocimiento? ¿Es posible “ver” sin “saber” la misma cosa? ¿O “saber” sin “ver”? ¿O las dos cosas al mismo tiempo? ¿A qué llamaríamos conocer o comprender? ¿Sólo al ver, sólo al saber, o a ambas cosas? COMENTARIO DE TEXTO 12. Louis Pasteur, Discurso a su ingreso en la Academia francesa, 27 de abril de 1882. “Por encima de esta bóveda estrellada ¿qué hay? Nuevos cielos estrellados. ¡Sea! ¿Y más allá? Empujado por una fuerza invencible, el espíritu humano no cesará de preguntarse ¿qué hay más allá? ¿Se detendrá en el tiempo o en el espacio? Como el punto en el que se detiene no es más que una magnitud finita, mayor solamente a todas las que le han precedido, apenas empieza a percibirla, vuelve siempre implacable la pregunta, sin que pueda hacer callar el grito de su curiosidad. No sirve de nada responder: más allá hay espacios, tiempos o magnitudes sin límite. Nadie entiende estas palabras. El que proclama la existencia del infinito, y nadie puede escaparse de ello, acumula en esta afirmación más de sobrenatural que cuanto pueda haber en todos los milagros de todas las religiones; pues la noción del infinito tiene este doble carácter de imponerse y de ser incomprensible. Cuando esta noción se apodera del entendimiento no hay más que postrarse ante ella. […] Por todas partes veo la inevitable expresión de la noción del infinito en el mundo. Debido a ella, lo sobrenatural está en el fondo de todos los corazones. La idea de Dios es una forma de la idea del infinito. (…). La metafísica no hace más que traducir dentro de nosotros la noción dominante del infinito. La concepción del ideal ¿no es la facultad, reflejo del infinito, que en presencia de la belleza nos lleva a imaginar una belleza superior? La ciencia y la pasión por comprender ¿no son acaso el efecto del aguijón de saber que el misterio del universo clava en nuestra alma? ¿Dónde están las verdaderas fuentes de la dignidad humana, de la libertad y de la democracia moderna, sino en la noción del infinito ante la cual todos los hombres son iguales?”. — ¿Qué quiere decir el autor en su discurso? ¿Qué relación existe entre este texto u el texto de Tom Sayer? 2.4.1. La intuición racional en la reflexión filosófica y la certeza moral Hay realidades y valores que atañen al comportamiento humano desde el punto de vista de su significado o de su valor: el que te puedas fiar de una persona, que sepas cuándo una acción es buena o justa, que sepas qué es la libertad o qué es el amor y cuándo eres amado de verdad. Se trata del conocimiento de los valores esenciales de la persona y de la vida del hombre. Este ámbito de realidades se denominan, en su sentido etimológico, “morales”; en cuanto que definen el comportamiento humano —que en latín se dice mores— y los valores que le atañen. La filosofía quiere descubrir el sentido verdadero de todas estas cosas, llegando a obtener evidencias. Para ello la razón debe ser utilizada de una manera distinta al proceder científico, de otro modo su uso no sería razonable. Pretender definir el comportamiento y los valores humanos con un método científico no sería un procedimiento adecuado. Y es evidente que al ser humano le importa mucho más adquirir certezas sobre aspectos que atañen al significado de las dimensiones humanas fundamentales de su vida que sobre aspectos que, aun siendo importantes, no condicionan tanto su felicidad. Igual que los métodos anteriores producían certeza matemática o empírica, en este método se alcanzan certezas morales, sin las cuales el hombre no puede vivir. Los otros métodos son además lentos, requieren un desarrollo complicado, tanto es así que a ciertos conocimientos se ha llegado después de siglos. En cambio, para adquirir certezas morales en el campo de la existencia se nos ha dado un método sencillo y veloz, del que tenemos necesidad para poder vivir. ¿En qué consiste? Este método es una reflexión sobre la propia experiencia humana mediante la interpretación de una serie de signos: las acciones y datos del comportamiento humano. Para interpretar estos datos disponemos, según hemos visto, de un criterio propio de nuestra naturaleza humana: las exigencias humanas originales. La razón conoce de esta manera los aspectos más importantes relativos a la vida del ser humano: libertad, amor, justicia, bien, etc. ¿Qué es la certeza moral o, también, existencial? Es el resultado de la interpretación de ese conjunto de indicios o signos cuyo único sentido adecuado, cuya única lectura razonable es esa certeza. Esos indicios son como una serie de flechas que apuntan en la misma dirección. Por eso, por ejemplo, podemos decir con certeza: “Mi madre me quiere” o “Humillar a otro ser humano es una acción que está mal”. Se llama certeza existencial porque está unida al momento en que interpretas el fenómeno, es decir, la convergencia de signos que te llevan a esa certeza en ese momento. Esta capacidad de captar lo esencial de mi experiencia humana (y de la realidad) se llama intuición. La intuición es un acto del espíritu humano, de la inteligencia que, penetrando en el fondo mismo de una cosa, capta su esencia. Por eso en su etimología latina intuir significa ver. Intuición equivale a “ver con la inteligencia”. La nous (el intelecto) —decía Aristóteles— es la capacidad humana de intuir la esencia de las cosas. Por último, consideremos algunos ejemplos de proposiciones evidentes a la luz de la intuición racional. Por ejemplo, en el campo de la Ética: “Todo acto responsable exige libertad”, “El hombre solo debe ser tratado como un fin en sí mismo y no como un objeto”. O en el campo de la Lógica: “Una proposición y su contraria no pueden ser ambas verdaderas al mismo tiempo y en el mismo sentido” (Principio de no contradicción). COMENTARIO DE TEXTO 13. Jesús González Saiz, Ojos que no ven, Anagrama, pp. 36-41. “Un día, uno de los últimos días en que le vio parar por casa —era sábado y había hecho muy buena tarde—, le noto más ensimismado y huraño que de costumbre, lo que ya era decir; daba la impresión de que algún peso, tal vez un desengaño amoroso, pensó, o alguno de esos quebraderos de cabeza que se les hacen un mundo insuperable a los jóvenes y que luego se disuelven poco menos que en un vaso de agua, le estuviera corroyendo por dentro a más no poder. Le preguntó qué le ocurría, y le dijo no sin apuro que si podía ayudarle. —Qué me vas ayudar tú, si eres un paleto de mierda —le dijo a boca de jarro por toda respuesta—, un paleto de mierda y además uno de ellos. Por unos instantes se quedó pasm