FHIT-U5.pdf: Desarrollo de la Personalidad

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Ángeles Wolder

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desarrollo personal psicología construcción del yo psicología del desarrollo

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Este documento PDF analiza la compleja construcción de la personalidad, desde la etapa prenatal hasta la adultez. Se describe la influencia de los antepasados y la crianza en el desarrollo del yo, incluyendo los aspectos emocionales y cognitivos. Explica cómo se forman los conceptos de autoconciencia, autoconcepto y autoestima, y cómo estos influyen en las interacciones sociales.

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Tema 1. La historia de vida del consultante....................................................... 5 Técnica: Descodificación de creencias............................................................ 12 Tema 2. El apego.....................................................................................

Tema 1. La historia de vida del consultante....................................................... 5 Técnica: Descodificación de creencias............................................................ 12 Tema 2. El apego............................................................................................. 15 Tema 3. Tipos de apego.................................................................................. 21 Tema 4. Cómo acompañar en situaciones de apego disfuncional................... 28 Técnica: Visualización guiada a programantes de apego................................ 38 Tema 5. Los vínculos afectivos........................................................................ 42 Tema 6. Estilos de crianza............................................................................... 45 Tema 7. Construcción del YO.......................................................................... 48 Tema 8. La identidad como parte de la construcción del YO........................... 56 Tema 9. Modelos de trabajo de partes............................................................. 64 Técnica: Topografía del sistema de supervivencia........................................... 72 Ver el vídeo aquí: Nos hemos construido como personas a lo largo de un recorrido muy amplio que nos incluye en su tiempo como aspectos biográficos, y que comprende un espacio temporal anterior en el que nuestros ancestros, no contemporáneos, tuvieron experiencias emocionales que nos han transmitido de manera directa e indirecta. De manera directa recibimos a través del ADN una información biológica mientras que la forma indirecta la recibimos a través de los cambios epigenéticos. Desde el instante de la concepción contamos con información de quienes somos, aunque en un inicio no podamos poner palabras. Los adultos solemos vivir la experiencia del yo como si fuera el resultado de lo que se ha ido haciendo a lo largo de la propia historia vital y nos presentamos al resto de la sociedad bajo un personaje o máscara que tiene que ver con el hacer y no con el ser. La llegada de un ser comienza biológicamente en el momento de la concepción, instante en el que el nuevo ser recoge toda la información de sus antepasados y de la vida de sus progenitores previa y periconcepcional, o sea, lo que tiene impacto y que los/as futuros/as padres/madres están viviendo alrededor de ese periodo. La existencia de un ser humano en la vida corpórea ocurre físicamente en el momento de la concepción, pero emocionalmente todo ser humano está ligado a sus padres/madres y a todos los que estuvieron antes y que hicieron proyecciones sobre el futuro en el que se incluye el nuevo ser. Adquirimos un “sentido del yo” a partir de la comprensión consciente de quienes somos, tanto en términos de identidad individual como del mundo que nos rodea. Hemos sido soñados antes de ser vistos. Ángeles Wolder Desde el nacimiento nuestra esencia se supedita a la construcción de una identidad egoica que tiene como objetivo satisfacer las solicitudes de los otros y en cierto modo facilita la supervivencia. No todo es negativo en el ego. Esta parte es la que se relaciona con las experiencias que vivimos, los entornos en los que nos desarrollamos, las personas con las que nos educamos y todas aquellas influencias que tenemos en los periodos vitales. Es la que podemos resumir como ambiental o cultural. Las experiencias de vida quedan grabadas tanto a nivel psicológico como biológico funcionando el organismo como una caja negra que registra todas las incidencias de carácter emocional. Todas las situaciones de vida son gestionadas por el cerebro que procesa la información en tres niveles diferentes: Cognitivo. Emocional. Sensoriomotriz. Estos niveles están relacionados con la arquitectura cerebral y pueden atribuirse a tres partes principales del cerebro: el reptiliano, el límbico y el neocórtex. Una vez gestionados se pueden almacenar en forma de recuerdos procedimentales o memoria implícita. Estas experiencias conforman el Yo experiencial, interactivo o yo relacional que a diferencia del Yo esencial son variables, ya que depende de diversas situaciones de interacción con otros o con el mundo y la adaptación y/o respuesta que surge en cada persona. Es el YO que tomamos como identidad real y que no permite ver la verdadera naturaleza. El Yo esencial es la esencia pura que cada ser humano tiene en sí mismo y con la que vinimos a la vida a pesar de olvidarla en muchos momentos. Es nuestra parte fundamental, sobre la que gira el resto de las características que nos componen. Somos seres dignos de amor, esencialmente bondadosos, respetuosos y respetables, dignos de valía y reconocimiento. Somos seres únicos, irrepetibles que además podemos experimentar la conexión con lo que nos hace únicos. Pueden ser talentos, pasiones, características peculiares y aquellas cualidades que nos distinguen del resto de humanos. Reconocer cuáles son e integrarlas en la vida diaria puede fortalecer la esencia personal. El Yo de la experiencia se corresponde con la llamada personalidad. Está compuesta por dos elementos: temperamento y carácter. El primero tiene un origen genético y el segundo es de tipo social, es decir, determinará el ambiente en el cual vive el individuo. Hace referencia a las respuestas automáticas, constituyendo el “núcleo emocional” de la personalidad. Tiene base biológica y proviene, principalmente, de la herencia genética de los antepasados y está formado por las predisposiciones neurobiológicas (heredadas) que tienden a reaccionar con emociones primarias y con las conductas automáticas con ellas relacionadas (inhibición, activación y persistencia), ante estímulos ambientales específicos (daño, novedad y recompensa). El temperamento forma parte de la constitución innata de la persona que, posteriormente, podrá ser moldeado mediante el aprendizaje. Algunas dimensiones del temperamento que incorpora el estudio de las diferencias individuales son: La novedad (búsqueda de novedades). Fluctúa desde la impulsividad e irascibilidad, a la rigidez y la templanza. El daño o el castigo (evitación del daño). Fluctúa desde la amistad y el pesimismo hasta la sociabilidad y el optimismo. La recompensa (dependencia de la recompensa o la gratificación). Fluctúa desde la calidez y la búsqueda de aprobación hasta la frialdad y la distancia emocional. La persistencia o perseverancia. El carácter es el conjunto de rasgos, cualidades o circunstancias que indican la naturaleza propia de algo o la manera de pensar y actuar de una persona o una colectividad, y por los que se distingue de las demás, como, por ejemplo, “tiene mal carácter” o “el carácter mexicano”. Se define la personalidad como la diferencia individual que constituye a cada persona y que la distingue de otra; y también como el conjunto de características o cualidades que destacan en la persona. En algunas destaca la timidez y en otras la extroversión; en unas el pensamiento repetitivo y en otras el aburrimiento. Estas características están en continuo desarrollo, aunque, con el tiempo, se van fijando más y más las respuestas estereotipadas. El resultado es una determinada organización psicológica que establece por qué las personas actúan de la misma forma ante situaciones distintas, o bien de forma distinta ante una misma circunstancia o situación. Para dar una respuesta desde la personalidad, el individuo tiene pensamientos, sentimientos, emociones y actitudes de reacción y/o acción. En resumen, el conjunto de cualidades de una persona junto con su forma de actuar se denomina carácter. Ver el vídeo aquí: La construcción de la personalidad De la etapa de la infancia a la adolescencia se encuentran los procesos de aprendizaje más importantes en relación con la construcción de la personalidad. El contexto ambiental en el que se desarrolla la persona moldea e influye de forma considerable el proceso de adquisición de la autonomía y construcción del ser. Son etapas que se caracterizan por la adquisición de valores, creencias y normas provenientes del núcleo más cercano en un primer momento y luego de la sociedad en la que la persona crece. En la familia y en la escuela se conceptualiza, se establecen esquemas, guiones, planes, etc. para hacer más fácil el entendimiento, generando así unas estructuras mentales que median el impacto de la experiencia y guían el procesamiento selectivo de la información. En todo caso, toda la información siempre proviene del exterior, se interioriza de una manera inicialmente imitativa y sin lugar a ninguna duda se establece como una verdad incuestionable hasta que, convertidos en jóvenes o adultos, se tiene la capacidad de discriminar y pensar por uno/a mismo/a. A lo largo de esta etapa, e aprenden las habilidades sociales definidas como un conjunto de conductas y destrezas específicas que permiten interactuar con los demás del modo más adecuado posible a la situación en que se encuentra la persona, y de manera mutuamente beneficiosa. Es importante ser conscientes de que las habilidades sociales no son rasgos de personalidad, sino un conjunto de comportamientos complejos adquiridos y aprendidos que se ponen en juego en la interacción con otras personas y que permiten conseguir una conducta social competente. El niño o niña interioriza que es el mismo ser en diferentes momentos o situaciones gracias a la proliferación y desarrollo lingüístico que se da a partir del segundo año de vida. A partir de ese momento, la persona comienza a verse como un ser distinto a los demás y reconocer las ideas, valores, creencias, sentimientos, intereses, motivaciones propias. Es decir, comienza a relacionar el medio en el que se sitúa con su yo y a generar su autoconcepto. La persona necesita dejar el nosotros para ser un YO mediante un proceso de diferenciación y establecimiento de la identidad individual. Esto no es un todo o nada, sino que, aunque no es completa en todo momento y pese a que se van asimilando los aspectos que son inherentes a su persona (personalidad), es posible que algunos procesos cognitivos y/o emocionales se produzcan de forma inconsciente y mediante avances y retrocesos hasta conformar la imagen de uno/a mismo/a. Inicialmente, esta se ha construido por lo que los demás expresan y lo que uno interpreta a partir de sus acciones. El inicio de la adquisición de la autoconciencia o autoconcepto se relaciona intrínsecamente con la consecución total de la fase de desarrollo cognitivo de permanencia del objeto, que es aproximadamente de los 18 a los 24 meses. Es el momento en que se posee una representación simbólica del objeto y es capaz de imaginar que se ha desplazado hacia algún lugar, aunque no lo vea. Así aprende que sus figuras de apego seguirán existiendo, aunque no pueda verlos. Es en esta etapa donde aparece la ansiedad de la separación. Unido al autoconcepto se encuentra la autoestima, fenómeno que se vincula de forma estricta a la consecución de un desarrollo psicológico equilibrado, adaptativo, una buena salud mental y actúa como factor protector en el futuro en la prevención de alteraciones emocionales intensas, dificultades a nivel psicológico y, en mayor medida, problemas en la interacción social con otras personas. Del autoconcepto y la autoestima surge el concepto de Yo estable, que puede estar alineado o en discrepancia leve o muy elevada entre el yo real (aquello que la persona representa) y el yo ideal (aquello que al individuo le gustaría representar. Un estilo educativo caracterizado por una combinación equilibrada entre control, disciplina, autoridad, límites y afecto, comprensión y presencia parece fomentar un elevado nivel de autoestima y, además, una menor probabilidad de manifestación de rabietas y comportamiento negativista. Por ello, es indispensable que padres/madres y educadores/as entiendan la importancia del aumento progresivo de autonomía por parte del niño/a y que a medida que tiene lugar su maduración como ser humano, debe disminuirse paulatinamente el control exhaustivo de todas aquellas decisiones relativas al niño/a y que éste/a puede asumir. En el estudio de la personalidad hay dos conceptos clave: rasgo y estado que determinan en cierta medida la manera de comportarse y percibir el mundo. La diferencia entre ambos está en que el rasgo es estable, se debe a la construcción psicobiológica de la persona, participa o no sin continuidad exigida y surge de la diferencia entre comportamientos. En cambio, el estado es temporal, transitorio, depende de la situación, influye sólo cuando está presente. Es efímero y son conductas concretas y esporádicas. Un rasgo, a pesar de su estabilidad, se ve condicionado por situaciones diversas. Un ejemplo sería “por lo general esta persona es afable” y, si se presenta la unidad condicional, se puede especificar respecto a una determinada situación: “por lo general esta persona es afable si se encuentra entre gente conocida” o “por lo general es tranquilo excepto que sienta frustración, ya que actuará con agresividad”. El psicólogo Spielberg realizó una clasificación de rasgo-estado en relación con la ansiedad y la emoción de la ira que se observa en la siguiente tabla: La metodología de trabajo de la Descodificación Biológica para abordar las creencias limitantes se basa en localizar momentos o instantes únicos en la línea de vida biográfica o transgeneracional con el objetivo de desestabilizar ideas fijas sobre el propio ser y localizar el origen en el sistema familiar de la creencia limitante. Esto permitirá ampliar las posibilidades de pensamientos en relación a lo que la creencia limitaba. Se trata de explorar la historia personal en un viaje inconsciente en el que a través de las sensaciones corporales se revisa la historia de vida del individuo para identificar experiencias, eventos o situaciones que puedan haber contribuido al desarrollo de las creencias limitantes. Al identificar y procesar las emociones asociadas con las creencias limitantes, se va favoreciendo que la persona libere emociones reprimidas y transforme patrones de pensamiento negativos en positivos. Se usa un cambio de significado para ayudar a la persona a cambiar las creencias limitantes por creencias más saludables y potenciadoras y que las pueda expandir a la vida y al futuro. Desarrollo del ejercicio Tipo de técnica: Descodificación Biológica. Material: no requiere de material alguno excepto sala, dos sillas o espacio donde intercambiar y participar en el proceso terapéutico y un papel pequeño tipo post-it o un objeto de transferencia. Objetivo: desestabilizar ideas fijas sobre el propio ser y localizar el origen en el sistema familiar de la creencia limitante. Objetivo terapéutico: ampliar las posibilidades de pensamientos en relación a lo que la creencia limitaba. Pasos: Paso 1. Introducción. Explicar los pasos a realizar durante la práctica de la descodificación de la creencia y crear un espacio seguro para trabajar. Paso 2. Indicaciones. El/la terapeuta guía a la persona durante todo el ejercicio con el siguiente esquema: La persona describe un problema en el que hay una creencia. El/la terapeuta acompaña a definir la creencia limitante. Le propone al consultante que la escriba en un papel, se coloque en una línea de tiempo previamente definida y lo haga de cara al futuro. Se le invita a tirar el papel hacia atrás, al pasado. El/la terapeuta acompaña a la persona a colocarse en el lugar que cayó colocando los dos pies rodeando el papel. El/la terapeuta guía a la persona para que pueda expresar lo que está viviendo en el lugar del papel. Es posible que haya caído en un instante de choque biológico y que la persona acceda a emociones y vivencias del pasado. El/la terapeuta hará una serie de preguntas neutras y limpias que ayudan a centrar en un instante concreto y son: Esto que vives, … ¿Es de tu vida o de la vida de otra persona de tu familia? Si es biográfico: ¿Eres bebé, niño/a, joven, adulto? Si es de otra persona: ¿Es bebé, niño/a, joven, adulto? ¿Estás dentro o fuera? ¿Es de noche o de día? ¿Hace calor o hace frío? ¿Estás solo/a o acompañado/a? La persona que explora revive el momento en el que se encuentra. No hace falta aclarar de qué trata la imagen y el instante en el que se encuentra sino de sentir y vaciar las sensaciones de malestar del momento. Reforzar el vaciar el contenido del conflicto y las sensaciones asociadas. El/la terapeuta le pregunta qué creencia pudo formarse sobre él/ella mismo/a, los otros o el mundo a partir de vivir ese problema. El/la terapeuta le propone cambiar la creencia por alguna que sea sana y ecológica para la persona y su sistema familiar. El/la terapeuta le propone ir hacia el futuro dejando en todas las generaciones (si fuera transgeneracional) o en todos los momentos de su vida (si fuera biográfico) la experiencia de vivir sin esa carga limitante. Regresar al presente. Paso 3. Feedback y cierre. El/la terapeuta chequea el estado y cierra el ejercicio. Al finalizar dar las instrucciones para reactivar la atención y volver al momento presente. Practica este ejercicio con tu grupo de estudio en el rol de profesional y en el rol de consultante tomando como ejemplo un evento que no se considere dramático ni traumático. Al acabar reflexiona en tu diario personal de tu experiencia como profesional y consultante respondiendo a estas preguntas: ¿Cómo te has sentido guiando a la persona a conectar con sus sensaciones corporales? Fortalezas y aspectos a mejorar. ¿Qué dificultades has encontrado guiando a la otra persona? Cuando te han guiado en el ejercicio, ¿has podido conectar con facilidad? ¿Cómo te has sentido al acabar el ejercicio? El sentimiento de seguridad no es una condición natural sino un camino potencial de desarrollo, que puede o no ser recorrido J. Bowlby Antes de comenzar a indagar en el concepto de vínculo y en la teoría del apego, es imprescindible conocer la definición de estos dos conceptos y sus diferencias. Según la Real Academia Española (RAE, en adelante) el vínculo se define de la siguiente forma: 1. Unión o atadura de una persona o cosa con otra. 2. Sujeción de los bienes, con prohibición de enajenarlos, a que sucedan en ellos los parientes por el orden que señala el fundador, o al sustento de institutos benéficos u obras pías. Se usa también hablando del conjunto de bienes adscritos a una vinculación. 3. Enlace. Por otra parte, la RAE define el apego de la siguiente forma: 1. Afición o inclinación hacia alguien o algo. Estos dos conceptos, vínculo y apego, se suelen usar indistintamente y son dos organizaciones diferentes. El proceso de formación del vínculo lo crea la madre con su bebé en las primeras horas después del parto. El apego se refiere al proceso continuo (primeros meses de vida) de contacto sensorial y afectivo que se desarrolla en el recién nacido y por el que reconoce a su madre o a una figura sustituta de ésta. Hay casos en que, por diferentes causas, la madre ha sido sustituida por el padre o incluso por otro familiar o por padres adoptivos, sin que ello pueda alterar el proceso de la formación del vínculo con el bebé y de apego del bebé hacia esa figura constante que será la dadora del afecto. Tanto el vínculo como el apego van a ser los cimientos afectivos sobre los que se va a construir la relación entre ambos madre/padre/cuidador-recién nacido y las futuras relaciones a lo largo de la vida. La formación de vínculo y apego, tanto por parte de los/as padres/madres hacia el/la hijo/a como del/la hijo/a hacia los/as padres/madres, será la piedra angular en la que se va a fundamentar la conducta emocional, conductual, cognitiva y social futura del niño/a. La base de un desarrollo emocional posterior del infante y futuro adulto y, principalmente, de las estrategias adaptativas que más adelante, como adulto, va a desarrollar en su entorno y en su relación con los demás, parte de una relación temprana. El apego es el proceso por medio del cual los niños y niñas establecen y mantienen una relación especial con otro individuo al que se considera mejor capacitado para enfrentarse al mundo. John Bowlby Ver el vídeo aquí: La teoría del apego John Bowlby (1986, 1998), psicólogo inglés, contribuyó de forma significativa al campo de la psicología con su trabajo en la clínica infantil y la formulación de la teoría del apego. Esta teoría postula la propensión innata de los individuos a establecer vínculos emocionales estrechos con figuras específicas a lo largo de la vida. Con el tiempo, la propuesta de Bowlby ha surgido como una de las teorías más preeminentes en psicología, atrayendo la atención de diversos autores y consolidándose como un marco sistémico respaldado por una sólida base científica. Bowlby en 1944 realizó un análisis retrospectivo de la biografía de 44 ladrones, de los que estudió las relaciones tempranas y afirmó que estas constituyen un importante factor en la génesis de la enfermedad mental. Como terapeuta observó que en la crianza estaba el germen del bienestar o del malestar emocional y que las lágrimas del llanto de un/a niño/a que no puede estar junto a su madre no son un sufrimiento pasajero, sino que dejan huella y son decisivas en la formación de la personalidad del futuro adulto. Los vínculos madre-hijo no sólo afectan a la satisfacción y felicidad inmediata del bebé, sino que influyen en su salud y equilibrio emocional tanto presente como futuro. Asimismo, puso en evidencia que las relaciones de apego marcan toda la vida y los/as niños/as se convierten en personas emocionalmente dependientes de sus primeros/as cuidadores/as y se angustian cuando son separados/as de los/as mismos/as y luego traspasan la misma experiencia a las parejas, amigos u otras personas con las que tienen afinidad. Desde la perspectiva de Bowlby, el comportamiento de apego engloba acciones que permiten al sujeto obtener o mantener proximidad con una figura diferenciada, generalmente percibida como más fuerte. Este fenómeno, inherente al ser humano, motiva la búsqueda de cercanía en el/la niño/a hacia sus padres/madres o cuidadores/as. Subraya que la experiencia del niño/a con sus progenitores desempeña un papel fundamental en la capacidad futura del individuo para establecer vínculos afectivos. Las funciones principales de los padres y madres consisten en proporcionar al niño/a una base segura y fomentar la exploración desde este punto de apoyo. Es esencial que el/la niño/a pueda depender de sus figuras de apego, quienes deben estar preparados para contener y proteger al menor cuando sea necesario. Por otro lado, el mundo representacional del ser humano o los modelos operativos internos se conforman desde una edad temprana, en que cada individuo organiza gradualmente representaciones internas de las relaciones más importantes con sus figuras de apego. Los modelos operativos internos, un concepto central en la teoría del apego desarrollada por Bowlby, son esquemas cognitivos que representan a uno mismo, a las figuras de apego y a la relación entre ambos. Estos modelos incluyen la representación de la figura de apego como alguien que proporcionará o no apoyo y protección, así como la representación de uno mismo como alguien merecedor o no de recibir ese apoyo. Estos modelos operativos internos se construyen a partir de experiencias repetidas en las que el niño desarrolla expectativas sobre sus relaciones. A su vez, estas representaciones mentales guían y modelan las interacciones con los demás, influyendo en la autoestima y en la confianza en los demás. Bowlby sugiere que para que un niño continúe sintiéndose seguro y se desarrolle de manera apropiada para su edad, los modelos operativos internos de niños y padres deben adaptarse al desarrollo de sus capacidades físicas, sociales y cognitivas. Por lo tanto, la interacción entre el niño y sus cuidadores influye directamente en el desarrollo del cerebro y en el proceso de maduración neuronal. Como vemos, el desarrollo infantil está profundamente influenciado por las interacciones con los cuidadores principales, dando lugar a la formación de lo que se conoce como “modelos internos de trabajo“. Estos modelos son esquemas mentales que contienen representaciones del yo y del otro en interacción, así como creencias sobre las figuras de apego, como quiénes son y cómo responderán. Una vez establecidos, estos modelos moldean la percepción del niño sobre el mundo interpersonal y afectan todas las interacciones futuras. La calidad del vínculo se refleja en la interacción entre el/la cuidador/a y el/la niño/a, según Bowlby. Este autor identifica los modelos operantes internos como las expectativas del niño/a sobre sí mismo/a y los demás, integrando experiencias presentes y pasadas en esquemas cognitivos y emocionales. En la misma línea, Fonagy et al. (1995) sugieren que a través de experiencias repetidas con las figuras de apego, los/as niños/as desarrollan expectativas sobre la naturaleza de las interacciones. Estas primeras relaciones de apego ejercen una influencia considerable en la capacidad de los individuos para regular el estrés, la atención y las funciones mentalizadoras. Fonagy explica la mentalización como la habilidad de comprender y representar mentalmente tanto el funcionamiento psicológico propio como el de los demás. La seguridad del apego se relaciona positivamente con esta capacidad de mentalización o reflexión. Asimismo, la Función Reflexiva (FR) se refiere a los procesos psicológicos que subyacen a la capacidad de mentalizar, que supone la capacidad de poder lograr la representación del yo. Implica tanto una reflexión interna como interpersonal, permite distinguir entre la realidad interna y externa, así como entre los procesos mentales o afectivo emocional propios y de las interacciones con los demás. Se desarrolla en la etapa vincular y se expresa a través de experiencias intrínsecamente interpersonales. Para que un niño pueda desarrollar un sentido saludable de sí mismo, es fundamental que haya una figura parental que pueda reflexionar sobre la experiencia mental del niño. Cuando el niño se enfrenta a situaciones que le causan miedo o ansiedad, el progenitor debe ser capaz de tranquilizarlo no ocultando sus propias emociones o la realidad externa, sino enseñándole que los eventos pueden ser interpretados desde diferentes perspectivas y que él está seguro porque el adulto está con él para pasar por la situación de estrés. No siempre es posible esa respuesta. Un ambiente familiar de maltrato puede socavar la capacidad reflexiva por varias razones. Primero, el reconocimiento del estado mental del otro puede resultar peligroso para el desarrollo del propio sentido de sí mismo. Un niño que es consciente del odio o la violencia detrás de los actos violentos de sus progenitores puede sentirse indigno de amor o sin valor. Segundo, los significados de los estados mentales pueden ser negados o distorsionados en un entorno abusivo. Los padres abusadores a menudo exigen que el niño sostenga creencias o sentimientos opuestos a su comportamiento, lo que dificulta que el niño pruebe o ajuste sus propias representaciones de los estados mentales. Tercero, el mundo exterior, donde la capacidad reflexiva es común, puede ser excluido del contexto de apego en un entorno familiar disfuncional. Finalmente, la disfunción puede surgir no solo del maltrato en sí, sino también de la atmósfera general en la familia. La paternidad autoritaria, asociada comúnmente con el maltrato, puede retrasar el desarrollo de la capacidad de reflexión. Los jóvenes criados en estos entornos pueden tener dificultades para adoptar una actitud de juego y para recibir el apoyo social necesario para desarrollar la capacidad reflexiva. La falta de consideración de la intencionalidad del niño por parte de los cuidadores puede tener consecuencias tanto a nivel funcional como en el desarrollo neural. Por ejemplo, el trabajo de Bruce Perry sugiere que los niños institucionalizados que sufrieron abandono y maltrato severo durante su primer año de vida pueden experimentar una pérdida significativa de función cortical en áreas asociadas con la capacidad de inferir estados mentales. Aquellos que fueron adoptados antes de los cuatro meses de edad tienden a presentar menos apego desorganizado a los cuatro años en comparación con aquellos adoptados más tarde. Las personas tienden a imitar los patrones tanto cognitivos y emocionales como patrones de comportamiento de las figuras de apego, lo cual es interpretado como una identificación con la figura de apego. De esta forma, se puede decir que el apego genera un vínculo con base en tres elementos: Conductas de apego: surgen como resultado de las comunicaciones interaccionales de demanda de cuidados. El bebé manifiesta sus necesidades mediante llanto, gritos, sonrisas, agitación motriz, seguimiento visual y auditivo y la madre responde. Sentimientos de apego: es el resultado afectivo que implica sentimientos referidos tanto hacia sí mismo/a como a la figura de apego que genera expectativas sobre cómo el/la otro/a se relaciona con nosotros/as. Representación mental o interna que realiza el/la niño/a de la relación de apego: permite establecer un “modelo operativo interno” a partir de recuerdos conscientes e inconscientes. Ver el vídeo aquí: Las primeras investigaciones sobre las variaciones individuales en el apego fueron lideradas por Mary Ainsworth, quien colaboró estrechamente con Bowlby en una asociación significativa y productiva. Esta autora diseñó y aplicó un programa experimental conocido como la “situación extraña”, que involucra interacciones madre-hijo/a se desarrolla la primera clasificación del apego en niños/as, identificando tres patrones generales: seguro, inseguro-evitativo y ambivalente. En el contexto de la “situación extraña”, los bebés con apego seguro muestran conductas de exploración activa, experimentan malestar durante la separación del cuidador/a, pero al reunirse con él o ella, responden de manera positiva y se consuelan fácilmente. Por otro lado, los bebés con apego evitativo exhiben comportamientos de distanciamiento, no lloran durante la separación, se centran en los juguetes y evitan el contacto cercano. Por último, los bebés con apego ambivalente reaccionan intensamente a la separación, presentan conductas ansiosas y de protesta, muestran rabia, no se calman fácilmente y no retoman la exploración. Posteriormente, Main y Solomon (1986) introdujeron una cuarta categoría, el apego desorganizado, para describir el comportamiento de algunos bebés que muestran conductas desorientadas en presencia del progenitor. Un aspecto destacado de esta clasificación es su enfoque en la expresión y regulación emocional. La calidad del apego se establece principalmente según la eficacia de la regulación emocional diádica en el servicio de la exploración y el dominio. Con el tiempo, el interés por la evaluación del apego se extiende al ámbito de los adultos. Mary Main fue una pionera en este sentido y junto con su equipo diseñaron la Entrevista de Apego para Adultos que evalúa las representaciones actuales de las experiencias de apego a través de narrativas. Los adultos seguros proporcionan relatos coherentes y consistentes de su infancia, integrando diversas experiencias, reflexionando sobre sus vivencias y manteniendo un sentido de equilibrio. Por otro lado, los adultos indiferentes ofrecen relatos incoherentes e incompletos, con lagunas en su memoria. Minimizan la importancia del apego, tienen una imagen positiva de las figuras de apego, pero no pueden proporcionar ejemplos concretos y tienden a negar experiencias negativas. En cuanto a los adultos desorganizados, se muestran irascibles, proporcionan relatos detallados de conflictos con sus figuras de apego, oscilan entre evaluaciones positivas y negativas sin darse cuenta, y su lenguaje tiende a ser confuso, vago y poco claro. En el apartado anterior, se han introducido los tipos de apego y las características principales de cada uno de ellos. En la siguiente tabla, podrás observar los tipos de apego con los que se trabaja en la actualidad junto con sus características y el estilo de crianza asociado a cada uno de ellos. A continuación, explorarás de forma más profunda cada uno de estos tipos de apego en relación a la infancia y cómo influyen en la etapa adulta. Los/as niños/as que desarrollan un apego seguro con sus padres/madres o figuras equivalentes confían en ellos como fuentes de apoyo, a quienes pueden acudir si sus exploraciones del entorno involucran accidentalmente situaciones de posible peligro. Aquellos que adoptan este estilo específico suelen buscar la presencia de sus cuidadores/as al enfrentar emociones difíciles, encontrando así alivio. Si los/as padres/madres se ausentan, estos/as niños/as pueden sentir incomodidad inicial, pero recuperan el contacto de manera natural cuando los padres o madres regresan. Ainsworth indica que los bebés con apego seguro, en situaciones desconocidas, experimentan angustia ante las separaciones del cuidador o cuidadora principal y experimentan calma al retornar este último. Durante la interacción con el/la cuidador/a, destaca la presencia de la calidez, la confianza y la seguridad. El estilo de apego seguro también se caracteriza por lo siguiente: El/la niño/a manifiesta baja ansiedad o estrés. Se caracteriza por expresiones faciales de alegría y un sesgo favorable hacia la vergüenza. Cuando las personas con apego seguro están enojadas, tienden a aceptar su ira, expresan el enojo de manera controlada y buscan soluciones a la situación. Las personas adultas que adoptan este tipo de vínculo experimentan una sensación general de satisfacción en sus relaciones con los demás, siendo capaces de establecer un entorno relacional que fomente el desarrollo saludable de todas las partes involucradas. La honestidad y la confianza se erigen como los elementos fundamentales que constituyen la base de la amistad o la relación de pareja, permitiéndoles forjar conexiones emocionales profundas con aquellos a quienes consideran dignos de ello. Este estilo de apego tiene impactos notables en la expresión emocional y en la forma en que se afronta el estrés. Los niños y niñas que exhiben este tipo de conexión con sus padres/madres carecen de la certeza de contar con el apoyo necesario en momentos de necesidad. Esta falta de seguridad provoca que el interés por explorar el entorno se vea limitado por el miedo, creando así una exploración restringida marcada por una constante pero subyacente inseguridad. Este sentimiento se intensifica en situaciones donde los padres o madres emplean la amenaza de abandono como una táctica para controlar comportamientos disruptivos. En este estilo se destaca una marcada tendencia hacia la alta ansiedad y baja evitación, revelando inseguridad en el apego, una fuerte necesidad de cercanía, preocupaciones relacionadas con las relaciones y el temor a ser rechazado/a. Asimismo, el estado emocional predominante es la preocupación y el miedo a la separación. Al resaltar las emociones de miedo y ansiedad, también cabe señalar una baja tolerancia al dolor. Los adultos con esta forma de apego suelen evitar enfrentar sus emociones, temiendo ser abrumados por su intensidad, lo que complica la adquisición de herramientas esenciales para regular las experiencias internas. Frecuentemente, viven su día a día en una ambivalencia entre la aproximación y el rechazo, ya que ambos generan malestar, dejando a la persona en una fluctuación constante entre estos espacios grises. El miedo al abandono y la sensación de inadecuación pueden surgir de manera repetitiva. El/la niño/a que presenta este modelo de conexión percibe que cualquier intento de buscar consuelo por parte de su figura de referencia terminará en agresión, violencia, burla o desprecio, seguido de la falta total de protección y seguridad, junto con una sensación perjudicial de indefensión aprendida. Esta situación lleva al niño/a a adoptar una postura de autosuficiencia, tratando de crear situaciones en las que pueda sentirse seguro/a sin depender de los demás. En la vida adulta, este estilo de apego se caracteriza por la búsqueda intencionada de la soledad y la incomodidad en las relaciones personales. La independencia se vuelve crucial, surgiendo un temor profundo ante la perspectiva de comprometerse con otras personas en amistades o relaciones de pareja. La preferencia por trabajos solitarios y la falta de interés en establecer nuevas relaciones también pueden ser comunes. Los/as infantes que desarrollan este patrón específico han experimentado múltiples situaciones con sus figuras de apego que son explícitamente amenazantes, ya que estas adoptan una actitud negligente o incluso abusiva en un sentido amplio. Dado que el/la niño/a no puede lograr una emancipación física o emocional, se ve obligado/a a permanecer en la proximidad del influjo perjudicial de sus cuidadores, manifestando ansiedad tanto en su presencia como en su ausencia (patrones caóticos y desorganizados). Este tipo de apego deja una huella profunda en la personalidad y en la autoimagen, siendo el que tiene una conexión más estrecha con la psicopatología tanto en adultos como en niños/as. La mente de un/a niño/a alberga el potencial de construir una vida feliz. A pesar de la vulnerabilidad al nacer, los primeros años son fundamentales para definir su identidad y el rumbo que tomará en el intrincado viaje de la existencia. Finalmente, el tipo de apego será determinante en la adquisición de habilidades interpersonales, el estilo de respuesta a las demandas y las habilidades de solución y afrontamiento de problemas que se manifestarán a lo largo de la vida. La dependencia, ya sea a personas u objetos, tiene una clara relación con la imposibilidad de separarse de algo. La imposibilidad de realizar un duelo es otra manifestación de no poder aplicar el desapego en la vida. A soltar y dejar ir de adultos se aprende en la infancia. Ver el vídeo aquí: Acompañamiento en apego disfuncional En el acompañamiento terapéutico para la reconstrucción del apego, el foco fundamental es la relación terapeuta-consultante. Es importante, como en todas las situaciones de trabajo con personas que han tenido conflictos interrelacionales establecer escenarios de apego seguro, donde la persona descubre una nueva forma de estar, pensar y sentir el mundo, gracias a poder cubrir las necesidades que hubo en el pasado. A finales de los años 90 algunos investigadores de Berkeley, coordinados por Mary Main, diseñaron una entrevista para evaluar el estado de apego del adulto. Es la Entrevista de Apego del Adulto (AAI) que evalúa los siguientes aspectos: El grado en que el sujeto experimentó a su padre o madre como afectuosos. El grado en que, de niño/a, se sintió rechazado/a o empujado/a a una independencia prematura. El grado en que pudo sufrir una inversión de roles en la infancia. Las posibles experiencias traumáticas. El resultado muestra la manera en que una persona organiza su coherencia narrativa, comunicando sus ideas y experiencias de una manera comprensible y posible para el otro. El grado de coherencia con el que habla una persona está relacionado con la seguridad/inseguridad de sus relaciones de apego. Como resultado de esta evaluación se establecen cuatro categorías que son: Seguro Evitativo Desorganizado Preocupado/ansioso Las categorías descritas por Mary Main presentan las siguientes características: Además de la detección del tipo de apego que tiene la persona, se trata de establecer una relación terapéutica que le permita ver el apego seguro para modelarlo. Es importante que la persona se dé cuenta de que el/la terapeuta puede ver el mundo desde su punto de vista, algo que estimula la confianza epistémica en la persona. Basándonos en el modelo de la confianza epistémica, se delinean 6 pasos esenciales para lograr una psicoterapia exitosa: 1. Presentación del relato del consultante: la persona comparte una narración sobre sí misma que es relevante para el contexto terapéutico. 2. Construcción de una imagen por parte del terapeuta: el/la terapeuta elabora una interpretación de esta auto-narrativa formando una imagen comprensible y significativa. 3. Reconocimiento del relato por el/la consultante: el/la consultante percibe que la interpretación del terapeuta refleja su propia narración de manera precisa. 4. Coincidencia epistémica: el/la consultante experimenta un cambio en su estado mental que conduce a la generación de confianza epistémica, sintiéndose comprendido/a y validado/a. 5. Intervención del terapeuta: el/la terapeuta aprovecha esta confianza para modificar comprensiones duraderas del consultante, abordando así las dificultades subyacentes. 6. Generalización del aprendizaje: el/la consultante extiende y aplica el aprendizaje adquirido en la terapia a otros contextos de su vida, más allá del entorno terapéutico. Estos pasos crean un marco para que la terapia no solo sea efectiva en el entorno terapéutico, sino que también tenga un impacto duradero y generalizable en la vida del consultante. Cada persona tiene una teoría de trabajo sobre su historia. Se llama “narrativa personal” o el “yo imaginado”, una explicación sobre quienes son, porque sienten como sienten o son como son. Esta forma de contarse la vida lleva a moldear la forma en que las personas se mentalizan a sí mismas actuando como un refuerzo que da sentido a sus propias acciones. Hay una teoría de trabajo predominante en primer plano, obvia y directa, como, por ejemplo, “Me violaron. Hoy no confío en los hombres”. Debajo de ella una narrativa subordinada como “Me siento muy sola y muy cansada de no poder vivir como me gustaría”. En este ejemplo, el/la terapeuta podría decir algo como “He notado que intentas salir y acercarte a tus compañeros. Imagino que tiene que costarte mucho y estás haciendo una gran labor para conseguirlo”. Cuando la persona siente que es comprendida por otra persona (es decir, que otra persona es capaz de mentalizarlos), se sentirán más inclinados a continuar en la relación aprendiendo como mejorar. Mentalizar es un objetivo terapéutico y ayuda a mejorar el beneficio que deriva de la experiencia social, para mejorar su funcionamiento en cooperación y competencia con otros individuos y grupos sociales. Lo que el sujeto aprende en la relación terapéutica puede llevarlo a su ámbito social, dado que la mente es esencialmente social e interpersonal. Por ello, las terapias tienen una función sistémica equipando a la persona para adaptarse en un entorno social más amplio. Sabemos que la conciencia humana evolucionó para permitir que las personas compartan sus experiencias, para comunicar una “vida compartida” narrativa a partir de la cual se pueden construir relaciones, vínculos sociales y cohesión grupal. Se trabaja sobre las experiencias vinculares, la capacidad de aprender la autorregulación para ejercer su propia regulación emocional, los patrones de conducta de pensamiento y las motivaciones conscientes e inconscientes en base al apego aprendido. Por un lado, se saca a la luz los mensajes recibidos de figuras de autoridad o modelos de rol que refuercen la creencia en la impotencia y falta de control. Es necesario reconocer si es una actitud general o hay alguna parcela en la vida en las que sí tiene control e influencia. Esto podría incluir aspectos como la toma de decisiones, resolución de problemas, la comunicación asertiva con los demás, la búsqueda de apoyo social y emocional o el cuidado de sí mismo. Continuando con la vinculación parental, observaremos otros aspectos de la relación primaria. Los padres y madres, por más que lo intenten, no podrán tratar a sus hijos/as de manera igual porque ellos/as ya no serán los/as mismos/as porque estarán en momentos de vida diferentes con experiencias distintas. Desde el nacimiento y durante el primer año de vida, el niño o niña aprende a vincularse con otros seres humanos a través de las vivencias de tipo estímulo- respuesta. La calidad de la relación vincular primaria tendrá influencia en el resto de las relaciones que establezca la persona a lo largo de su vida. En la experiencia vincular, el niño o niña y su madre van adaptando ritmos y necesidades. La madre va conociendo el tipo de petición según el tipo de llanto y, a su vez, el bebé va gestionando su homeostasis y aprendiendo que la madre no está siempre disponible, aunque eso le frustre. Si lo consigue aprender, sabrá esperar cuando tenga que hacerlo. La paradoja está entre necesitar disminuir la tensión y tratar de hacerlo para que las necesidades no molesten y no se hagan evidentes. Donald Winnicott hablaba de la maduración del niño/a a partir del equilibrio entre el rango de frustración óptima (o desilusión óptima) y el extremo de frustración traumática. Como él decía, la madre, dentro de un intervalo de tolerancia, ha de ser lo “suficientemente buena”, para ayudar a que se dé un proceso de maduración e integración adecuados. Se trata de satisfacer las necesidades naturales, las angustias y los conflictos propios de cada etapa de maduración. A medida que el bebé va integrando que el otro no estará siempre disponible en el momento en que él lo pida, gestionará su incertidumbre y aprenderá a esperar a que se le responda. En caso de que el/la niño/a no pueda adaptarse a sus propias necesidades y lo haga a las de su madre, no tendrá integrado el sentido del yo merezco amor. El aprendizaje de la autonomía comienza desde el instante mismo de la concepción y se pone en práctica entre personas a partir del nacimiento. En palabras de Winnicot, “hay que aprender la capacidad de estar solos“. El ser humano ha de aprender a regular su propio organismo a través del control de sus propias necesidades. En primer lugar, las necesidades básicas: comer, eliminar, respirar, seguridad y contacto. Al sentir una necesidad, el bebé solo puede llorar, ya que no cuenta con otro mecanismo para llamar la atención de sus cuidadores. A partir de la respuesta que obtiene, siente satisfacción o insatisfacción, lo que en cualquier caso da como resultado una carga de sensaciones. La regulación emocional se realiza mediante el aprendizaje del bienestar o malestar entre el mundo externo y el mundo interno. De forma natural, el cuerpo sabe lo que ocurre en su medio interno y qué es lo que se necesita para satisfacer la necesidad. Es por ese motivo que cuando un bebé llora y se siente mal, su sensación es aún peor, pues desconoce totalmente lo que es postergar una necesidad, ya que no tiene sentido del tiempo. Cualquier demora es sentida y vivida por el bebé como una cuestión de vida o muerte. Es importante, para cualquier ser vivo, recuperar el equilibrio u homeostasis. La madre puede dar la respuesta que permita satisfacer la demanda y para ello tendrá que aprender a distinguir los diferentes tipos de llamada que va a emitir el/la niño/a a través de su llanto, ya que solo en ocasiones el llanto del bebé activa la inseguridad y el malestar de los propios padres. Cuando esto ocurre, es probable que los padres/madres no hayan podido superar sus propias frustraciones del mismo período. Ante el estímulo (llanto) del bebé, la madre, que actúa de cerebro externo, sabe lo que le ocurre y satisface la necesidad (respuesta). Se aprende a tolerar la frustración ante una petición y es por ello por lo que las primeras experiencias son vitales. Es sano para el adulto que ya ha integrado esta necesidad, saber que puede ser feliz con lo que desea, pero sin ello también. De este modo, la felicidad deja de pertenecer al exterior. A continuación, veremos diferentes escenarios de respuesta materna a las necesidades del niño/a: En una relación maternofilial segura en la que hay respuestas predecibles, el vínculo de apego que se genera es seguro. La figura del cuidador está presente constantemente y se puede interiorizar para aprender después a cuidarse uno/a mismo/a. En la medida en que se adquiere madurez neurobiológica, se aprende a tolerar mayores niveles de malestar y a soportar las frustraciones junto a un aprendizaje de regulación emocional. De esta forma, el ser humano se vuelve resiliente, capaz de tolerar y gestionar las situaciones adversas y capaz de manejar las frustraciones sin poner en peligro la valía personal. Lo importante no es lo que el otro hace, sino lo que yo hago con lo que el otro hace. Aunque esto, un bebé, no lo pueda poner en palabras. En el caso de una relación de apego seguro se aprende también a establecer el criterio sobre quién eres, quiénes son los otros para mí y qué es la vida y el mundo. Se da respuesta a estas tres cuestiones esenciales que son el yo, los otros y el mundo. Para poder generar este tipo de relación, la madre actúa como corteza externa del bebé, quien no tiene aún la madurez del córtex, del mismo modo que ha ocurrido durante el embarazo. Trabaja como un órgano auxiliar externo. En definitiva, lo que ocurre es que el bebé obtiene una señal interna de su estado mediante sensaciones corporales. Avisa al exterior de su necesidad mediante el llanto o un acceso de rabia. Llega una respuesta del exterior que, si es positiva, permite la recuperación del equilibrio. El patrón más común en estos casos será el siguiente: Aviso externo = llanto. Respuesta satisfactoria = entendimiento. Recuperación del equilibrio u homeostasis. Predecibilidad / Confianza / Capacidad de pedir. Señal interna = hambre. Al depender de los/as cuidadores/as durante un largo periodo de tiempo, es posible que el tipo de experiencia se repita con frecuencia y que actúe como refuerzo de un esquema previsible. Los padres o madres, o cada uno de ellos por separado, le dan al niño/a una información de respuesta predecible. La insatisfacción se produce cuando, ante la señal de aviso de una necesidad interna, la respuesta del cuidador/a o bien no aparece en el tiempo en que necesita el bebé ser atendido, o no se da la respuesta correcta, por lo que no corresponde la satisfacción con la necesidad y la experiencia se convierte en frustrante. Esto coloca al organismo en una respuesta de supervivencia de lucha, huida o parálisis. Según su percepción, el bebé podrá incorporar que no es importante, molesta si pide, no vale para ser atendido y tomar la decisión de que se bastará a sí mismo. Claudica en la espera, se resigna o se abandona. Un bebé que no obtiene la respuesta adecuada deja de esperar algo del exterior y, en estos casos, el/la niño/a no confía en sus cuidadores, en los/as padres/madres, y reproduce lo mismo con otras figuras como familiares, maestros/as, la pareja, los propios hijos e hijas, perpetuando, de este modo, el dolor. También podría volver la agresividad hacia sí mismo/a al no poder manifestarse hacia fuera. Se corresponde con los tipos de apego evitativo, ansioso y desorganizado. A menudo, una experiencia traumática en relación con otras personas durante la infancia hace que en la edad adulta se evite el dolor entrando en contacto con el vacío. La experiencia traumática va a provocar la huida de sí mismo/a, ya que han sobrevivido tratando de no pensar y no sentir el trauma. Son personas que se niegan el placer. Tienen reactividad a nivel emocional. Escapan de sí mismas, por ejemplo, haciendo mucho deporte, evadiéndose con adicciones, estudiando mucho, intelectualizando o trabajando sin horario para no sentir lo que les pasa. Se corresponde con el patrón evitativo de apego que proviene del rechazo. Son personas que de adultos dicen: no importo, no existo, no hay nadie para mí, molesto si pido, soy invisible, soy una carga y como actitud espera a que el otro adivine lo que necesita. En estos casos el patrón será el siguiente: Aviso externo = llanto. Respuesta insatisfactoria o postergada. Claudicación / Agresividad. No confía, no pide, se abandona, lo hace todo solo/a. Señal interna = hambre. Asimismo, se puede observar también un escenario en el que la respuesta ante el llanto sea respondida con violencia o agresión, a lo que el organismo va a responder con miedo, protegiéndose, encerrándose y encogiéndose para resguardarse de un entorno nocivo. Esta respuesta genera un apego frío u otra alternativa que es la disociación para dejar de sentir el dolor. El patrón que se suele seguir en estos casos es el siguiente: Aviso externo = llanto. Respuesta insatisfactoria y agresiva. Claudicación / Miedo / Bloqueo / Cierre. No confía, no pide, recela de los otros = Disociación. Señal interna = hambre. La disociación, lo hemos mencionado en el capítulo sobre el trauma. Aquí recordamos que es el mecanismo que el bebé o la persona usa para alejarse de la realidad, como si para poder sobrevivir se tuviera que desconectar de las experiencias internas asociadas a sensaciones corporales. Este mecanismo implica separar lo que estaba unido. Cuando el cuerpo no puede escapar del peligro, la mente trata o imagina que no está en la situación. Es como vivir una vida sin ser vivida o vivir una vida como si no se estuviera dentro de ella. La disociación es el procedimiento de desconexión del mundo interno, es decir, de los estímulos dolorosos procedentes del cuerpo. La falta de reconocimiento de las experiencias del mundo interno es la negación. Además de las reacciones mencionadas, el ser humano tiene una capacidad innata para sobreponerse y conseguir el equilibrio. En el cuerpo esa reacción se denomina homeostasis. En la psique, resiliencia. Se trata de la capacidad de afrontar los problemas, extraer un aprendizaje y adaptarse a la condición resultante. Esta aptitud se va desarrollando desde la concepción mediante la interacción con las personas cuidadoras principales, por ejemplo, los/as padres/madres. En la medida en que el niño o niña se siente seguro tendrá mayores posibilidades para continuar explorando el mundo después de situaciones dolorosas. En un principio, son los/as padres/madres quienes ayudan a solventar los problemas siendo una fuente para la recuperación del bienestar y la calma. Más adelante será el propio infante quien tendrá los recursos para sobreponerse gracias a la madurez neurobiológica que habrá adquirido. Es así como se fundamenta la regulación emocional que en un inicio es interpersonal hasta que la persona sola puede tolerar las adversidades de la vida sin patologizar los momentos duros de la misma. En síntesis, el niño o niña adquiere la capacidad de resiliencia, tolera frustraciones, aprende a gestionar situaciones de inestabilidad consiguiendo un equilibrio y sabe internamente que toda experiencia se presenta para un aprendizaje mayor. Como el cerebro es neuroplástico cada integración supone una nueva reorganización cerebral. El método de trabajo con regresión metafórica al pasado mediante una visualización guiada permite una reelaboración emocional de percepciones erróneas implícitas, sanando el trauma de apego desde una aproximación imaginativa y artística. En el contexto de explorar la relación entre uno mismo y los demás, se comienza con lo que se puede observar en la forma artística y se avanza hacia el contenido interpersonal a través de diversas experiencias sensoriales: sonido, vista, sensaciones físicas e incluso respuestas motoras, utilizando la terapia creativa. Esta actividad es expresiva y no interpretativa. Los elementos fundamentales de una terapia artística centrada en la mentalización son la colaboración de la persona para la reelaboración implícita de sensibilidades relacionales a través del compromiso artístico interactivo. La mentalización implícita es clave para las interacciones basadas en el uso de metáforas y otras artes. La mentalización implícita es la capacidad automática y fluida de sentir y responder a las situaciones sociales. La mentalización explícita es el acto de tomar conciencia de esos procesos y reflexionar sobre ellos lo que permite pensar como un procesamiento metacognitivo de la experiencia. En todas las etapas del proceso, es importante que lo que ocurre a nivel emocional en el sujeto sea tenido en cuenta por el/la terapeuta y pueda expresarlo. Por ejemplo, cuando la persona comienza a desconectarse a partir de contenidos afectivos relativos al contexto interpersonal doloroso y muestra un modo distante “como si” es necesario evidenciar diciendo lo que se observa. Desarrollo del ejercicio Tipo de técnica: de psicoterapia relacional con una visualización guiada de arteterapia para revisar heridas programantes de apego. Material: no requiere de material alguno excepto sala, silla o espacio donde intercambiar y participar en el proceso terapéutico. Objetivo: sanar el trauma de apego desde una aproximación imaginativa artística. Objetivo terapéutico: transformar la capacidad y calidad de los patrones de pensamientos, sentimientos, emociones y estrategias de afrontamiento relacional. Pasos: Paso 1. Introducción. Explicar los pasos a realizar durante el ejercicio de partes de acuerdo con viaje de la consciencia. Paso 2. Indicaciones. El/la terapeuta guía a la persona siguiendo las indicaciones: Colócate en una posición confortable. Siente como el plano te recibe y te sostiene. Imagina que estás a bordo de un medio de transporte, el que escojas estará bien. En ese transporte podrás viajar a un espacio totalmente desconocido para ti. Sientes la confianza de poder llegar hasta ahí y no solo la confianza sino el interés por ver que ocurre ahí. Llegas a un sitio que te da cierta sensación de familiaridad y al mismo tiempo tiene algo de novedoso para ti. Lo observas todo con curiosidad y después de unos momentos decides pasear por el lugar hasta que llegas a un espacio que te recuerda algo de tu vida pasada. ¿Qué ocurrió ahí? Ahora te das cuenta de que hay más personas pero que no se mueven porque son estatuas. Sigues paseando por el lugar hasta que encuentras a una persona con la que en algún momento de tu infancia muy temprana tuviste alguna situación de dolor. Puede ser tu padre, tu madre, un familiar, etc. Ahora puedes verte con la edad que tenías en el momento en el que sufrías algo en esa relación. Tienes exactamente los mismos días, meses o años que tenías cuando no podías responder cuando algo que te dolía. ¿Qué sientes? ¿Qué ves u oyes? El adulto que hay en ti puede decirle a esa persona, de forma neutra lo que hacía qué le dolía y lo que sentía sin poder expresarlo. Observa lo que sientes en tu cuerpo. Puedes llorar, hablar, decir todo lo que no pudiste decir en otro momento. Cuando hayas soltado toda la carga emocional que había en ti puedes dirigirte hacia otra persona estatua con la que hayas tenido alguna otra dificultad y realizas el mismo procedimiento de expresión. Observa lo que sientes en tu cuerpo. Cuando finalices puedes continuar tantas veces como sea necesario para poder decirle a todas esas personas que te han acompañado en la infancia temprana que en algún momento has podido sentir rechazo, abandono, separación, agresión, injusticia, rabia o cualquier otro sufrimiento que te hizo daño cuando no tenías las herramientas necesarias para poder gestionarlo. Observa si necesitas llorar, dibujar, transformar tus palabras en un cuento, hacer algún gesto o movimiento hasta conseguir liberarte del malestar que sentías. Una vez que lo hayas realizado te vas a sentir una estatua más en ese paisaje en el que te encuentras. De repente observa como todas esas personas adultas retroceden hasta ser niños o bebés y te das cuenta cómo a su vez los adultos con los que convivieron pudieron perturbarlos. Mira como ellos también han sufrido. Puedes caminar observándolos y te das cuenta de lo que sientes en ti cuando los ves en su propio sufrimiento. Poco a poco todos vais a volver al tamaño natural y tú regresas a tu medio de transporte y viajas hasta el momento presente y en ese viaje te preguntas: ¿Qué se ha transformado en mí ahora? Observa lo que sientes en tu cuerpo. Paso 3. Chequeo final y cierre. El/la terapeuta chequea el estado, facilita el compartir de la persona y cierra el ejercicio. Al finalizar dar las instrucciones para reactivar la atención y volver al momento presente. Practica este ejercicio con tu grupo de estudio en el rol de profesional y en el rol de consultante tomando como ejemplo un evento que no se considere dramático ni traumático. Al acabar reflexiona en tu diario personal de tu experiencia como profesional y consultante respondiendo a estas preguntas: ¿Cómo te has sentido guiando a la persona a conectar con sus sensaciones corporales? Fortalezas y aspectos a mejorar. ¿Qué dificultades has encontrado guiando a la otra persona? Cuando te han guiado en el ejercicio, ¿has podido conectar con facilidad? ¿Cómo te has sentido al acabar el ejercicio? Ver el vídeo aquí: Los vínculos afectivos La supervivencia de la especie humana se concretó en un programa inicial basado en la relación madre – hijo, llamado vínculo. Es la manera en la que se organizan todos los pasos para conseguir que el amor proporcione la estabilidad que necesita el/la recién nacido/a desde la primera relación. El vínculo madre – hijo se aprende tempranamente mediante un mecanismo hormonal (oxitocina) y a través de neurotransmisores, que gestionan los impulsos nerviosos. Este vínculo es capaz de predecir cómo será la vida de la persona en sus relaciones con otros o consigo mismo/a. La vinculación sana de los niños y niñas genera mayor empatía y seguridad en el adulto. Es imprescindible tener en cuenta este vínculo, ya que la relación terapéutica tiene su base en la relación vincular primaria. Es importante detectar el tipo de vínculo para que sea lo más neutro posible. Cuando la vinculación no ha producido seguridad, la persona desconfiaría de cualquier otra persona aún sin conocerla, al menos en un primer momento, el cuerpo estará tenso y la persona en alerta, irritable o agitada. Y, paradójicamente, no sabe reconocer los límites y puede ser invadida o abusada sin poder defenderse. A este proceso se le conoce como “indefensión aprendida” (Selligman). La indefensión aprendida es un concepto psicológico desarrollado por el psicólogo Martin Seligman a partir de sus estudios con animales. Se refiere a un estado mental en el que una persona o animal ha aprendido a comportarse de manera pasiva y resignada frente a situaciones adversas, aun teniendo la capacidad de modificar, sino todo. alguna parte del problema. Se refiere a un estado mental durante el cual una persona se siente literalmente desbordada por un estímulo doloroso o desagradable que la incapacita para evitarlo y no se plantea una alternativa para cambiar la situación. Tiene la creencia de que no se puede controlar o influir en los resultados de una situación, incluso cuando en realidad se podría hacer algo al respecto. Esta forma de pensar se sostiene en afirmaciones como “No importa lo que haga, nunca funciona” o “Siempre termino fracasando“. El término surgió a partir de experimentos realizados con perros en la década de 1960. En estos experimentos, Seligman y sus colegas descubrieron que los perros que habían sido expuestos a descargas eléctricas incontrolables y luego eran colocados en una situación en la que podrían evitar las descargas mediante un simple acto, como saltar por encima de una valla, no lo hacían, mostrando una especie de “indefensión” ante la situación, a pesar de tener la capacidad física para evitar el dolor. Este fenómeno también se ha observado en seres humanos. Las personas que experimentan indefensión aprendida pueden sentir que no tienen control sobre su entorno y que sus acciones no tendrán impacto en los resultados de una situación determinada. Esto puede llevar a sentimientos de impotencia, desesperanza y consternación. Puede surgir después de experiencias repetidas de fracaso, falta de control, y castigos parentales. Cuando en la infancia se ha estructurado la pérdida de control de la propia vida y se instala la indefensión aparecen pensamientos irracionales que se generalizan a muchos aspectos distintos que alejan a la persona de una construcción sana y autónoma. Algunas características de la indefensión aprendida incluyen: Percepción de falta de control: Las personas que experimentan indefensión aprendida tienden a percibir que no tienen control sobre los eventos que les suceden. Desesperanza: Sienten que cualquier esfuerzo para cambiar su situación será inútil, lo que lleva a sentimientos de desesperanza y resignación. Pasividad: Adoptan una actitud pasiva frente a los desafíos, sin intentar activamente cambiar su situación, incluso cuando podrían hacerlo. Generalización: La indefensión aprendida puede generalizarse a otras áreas de la vida, lo que lleva a una sensación de impotencia en múltiples situaciones. Ver el vídeo aquí: Otro aspecto que constituye el modelaje del niño/a en la infancia es el estilo de crianza que prima en la familia. Los cuatro principales estilos son los que se muestran en la siguiente tabla. Es importante tener en cuenta que ningún estilo de crianza es perfecto, y los padres pueden mostrar diferentes características de cada estilo en diferentes momentos. Un elemento que sirve para proveerse de seguridad interna cuando externamente no se puede contar con ella es la “creación de una figura paterna autocreada”. Es común entre los 4 y los 8 años que el niño o niña invente la presencia de un compañero/a que pueda aportar lo que falta de los padres o lo que el niño anhela y no tiene de ellos. Se crea una figura significativa de características adulta que tenga capacidad de gestionar las emociones más intensas y mantener la calma cuando todo se desajusta. Es como reaccionaria un adulto, pero solo desde la imaginación del niño. Cuando de adultos aún se sostiene la presencia de un amigo o figura de autocreación es porque evidentemente no se ha podido resolver la falta o ausencia. Ver el vídeo aquí: Resultado relacional en la construcción del YO Una relación es la unión o nexo entre dos o más personas que comparten una información en un momento determinado. El contacto con otra persona genera una relación, estén esas personas en contacto o no. Las relaciones se refieren a las conexiones y vínculos que las personas establecen entre sí. Estas conexiones pueden ser de naturaleza interpersonal, social, familiar, pareja, laboral o comunitaria, entre otras. Las relaciones son una parte fundamental de la experiencia humana y juegan un papel crucial en el desarrollo personal, emocional y social de los individuos además de dejar una impronta a nivel neurobiológico. Las relaciones son la forma que ha encontrado la naturaleza para que aprendamos a movernos por el mundo. Nos generan emociones y estás nos movilizan a la acción. Por ejemplo, a nivel familiar un padre y su hijo comparten informaciones distintas a lo largo de la vida y a través de distintas experiencias que van dejando un sabor agradable o desagradable y van moldeando sus comportamientos. Por lo general, al ser un modelo construido conjuntamente, las personas siempre permanecen en un tipo de relación. A menudo es en la terapia cuando se ven las cosas que en una relación ya no son nutritivas y es cuando se plantea una modificación. Cada experiencia deja una huella más o menos determinante en función de múltiples parámetros. Cuando la experiencia es conflictual, la huella que queda dependerá de la intensidad, de la duración del conflicto o del estado de maduración de las vías neurales en el momento en que se produce el conflicto. Por eso son tan importantes las primeras experiencias, ya que es sobre lo que se fundamenta la construcción de la identidad y de la personalidad, organizando los patrones de respuesta y consolidando esa respuesta mediante creencias. Las primeras experiencias dan respuesta a las cuestiones esenciales del yo, los otros y el mundo. Ron Kurtz, creador del Método Hakomi, describe el proceso de construcción del guion como la construcción de un mapa. Primero aprendemos a sentirnos un “Yo” y hacemos un mapa de quiénes somos. Luego usamos el yo tal como creemos que somos y de cómo creemos que son los que amamos, la forma de comunicación que usaremos y damos un sentido a la vida que tendremos en nuestra existencia. Nos hacemos una idea de cómo es el mundo y de las posibilidades que tenemos en él. Lo paradójico es, que, aunque la vida nos dé pruebas sobradas de que puede ser diferente no cambiamos nuestras respuestas aprendidas a edades muy tempranas. Todo lo contrario, nos reafirmamos en la idea construida, como, por ejemplo, alguien que piensa que nunca tendrá pareja, aunque encuentre personas que le propongan hacer un camino común siempre encontrará pegas a la persona y a ella misma. Se descalifica diciendo “Nunca sabré amar”, “No me conoce bien”, “Sorpresa se va a llevar si ve quien soy”, etc. Kurtz apoyaba el cambio del mapa del yo construido en la infancia con amor, paz y compasión. La experiencia de la relación con los otros para conocer y deducir cómo serán los demás se estructura mediante creencias. Cuando las experiencias dolorosas se repiten y suceden a lo largo de la vida, dan lugar a “leyes internas”, llamadas creencias, que se usan de escudo para no tener que volver a confrontarse con el dolor. Cuanto más temprana sea la repetición, más firme será la creencia. La creencia se puede definir como la necesidad de obtener una buena relación certeza – incertidumbre. El conjunto de creencias de una persona construye su modelo interno dándole un modelo de representación fiable del mundo. Le permite al ser humano construir a cada instante y de forma no consciente una visión coherente de sí mismo y del mundo. Una creencia está formada por un significado a partir de una interpretación. El significado dado permite orientar la acción. Un ejemplo de creencia sería “no merezco vivir porque soy una carga para mi madre que sufre por la vida que lleva”. Todo lo que ocurre en nuestras primeras relaciones va a marcar la forma en que vamos a gestionar las relaciones como adultos. En la infancia repetimos situaciones muchas veces que reforzaron los patrones de respuestas predecibles y que a nivel cerebral generó vías de repetición incuestionables. Si la repetición estuvo ligada a situaciones de abuso, maltrato o cuestionamiento del propio ser, la persona habrá crecido con un sistema nervioso en modo operativo “amenaza” lo que le impide acabar de integrar las experiencias y su Yo estará dividido en partes. Son las partes de una personalidad o los fragmentos o estados del Yo. A mayor trauma, mayor disociación. Entender que la construcción depende tanto de uno/a mismo/a como de los otros, en base a la seguridad o inseguridad de las primeras relaciones, ayuda a poner una mirada compasiva y una actitud comprensiva hacia el otro y hacia uno/a mismo/a. Dependiendo de la construcción del Yo relacional podemos decantarnos hacia relaciones sanas, seguras, de apoyo, de comprensión o hacia relaciones dañinas o tóxicas. La desconexión (disociación o negación) de las experiencias internas no le permite a la persona saber cuándo hay dolor para tomarlo como un indicador que les ayude a escoger relaciones sanas. Ver el vídeo aquí: Necesidades del YO El ser humano tiene necesidades biológicas y psicológicas. Las necesidades biológicas son aquellas que son esenciales para la supervivencia y el funcionamiento adecuado del cuerpo humano. Las necesidades psicológicas se refieren a los requerimientos emocionales y mentales que son fundamentales para el bienestar psicológico y el desarrollo humano. Estas necesidades no están directamente relacionadas con la supervivencia física, pero son igualmente importantes para la salud mental y el funcionamiento adecuado en múltiples niveles. Las necesidades biológicas permiten sobrevivir cuando la función se puede llevar a cabo y están ligadas a las funciones vitales como comer, dormir, respirar, beber, eliminar desechos, protegerse, moverse o relacionarse. Son ejemplos de los que en gran parte hemos mencionado al describir el tronco encefálico. De la misma manera, a nivel biológico, cada órgano tiene necesidades específicas para poder materializar su acción. Por ejemplo, el esófago tragar, el estómago digerir, el intestino delgado asimilar, el recto eliminar, un músculo tener fuerza, una articulación accionar, un pie estabilizar o caminar y así todos los que componen el cuerpo humano. Se ha comprobado que niños/as que han crecido con las necesidades biológicas cubiertas, pero con carencia afectiva han tenido marcados efectos psicológicos y emocionales de carácter traumático. La separación prolongada y la falta de conexión emocional pueden tener en el desarrollo infantil un impacto irreversible. La carencia afectiva puede afectar negativamente el desarrollo emocional de los niños y niñas, contribuyendo a problemas como la ansiedad, la depresión, la dificultad para establecer relaciones interpersonales saludables y la baja autoestima. La separación de la familia y la falta de conexión afectiva pueden interferir en el desarrollo de habilidades sociales y en la capacidad para establecer y mantener relaciones significativas con los demás. La carencia afectiva también puede afectar el desarrollo cognitivo de los niños, incluida la capacidad para concentrarse, aprender y procesar la información de manera efectiva. Los niños y niñas que experimentan carencia afectiva pueden mostrar comportamientos problemáticos, como agresión, retraimiento social, falta de confianza en sí mismos y dificultades para regular sus emociones. Es de remarcar la importancia que tiene el equilibrio entre los dos tipos de necesidades. Las necesidades psicológicas más importantes son: Autonomía: La necesidad de tener control y autonomía sobre nuestras propias decisiones y acciones. Implica tener la capacidad de actuar de manera independiente y tomar decisiones que reflejen nuestros propios valores y deseos. Competencia: La necesidad de sentirnos competentes y capaces en nuestras actividades y tareas. Implica tener oportunidades para desarrollar y utilizar nuestras habilidades y talentos, así como recibir retroalimentación positiva y reconocimiento por nuestros logros. Relaciones sociales: La necesidad de conexión social y pertenencia a un grupo. Implica tener relaciones significativas y satisfactorias con otras personas, sentirnos comprendidos, apoyados y valorados por los demás. Sentido de pertenencia: La necesidad de sentirnos parte de algo más grande que nosotros mismos, como una comunidad, una familia, una cultura o una causa. Implica sentirnos parte de un grupo o una identidad compartida que nos brinde apoyo y significado. Significado y propósito: La necesidad de encontrar significado y propósito en nuestras vidas. Implica tener metas y aspiraciones significativas, así como encontrar un sentido de dirección y sentido de vida que nos motive y nos inspire. Intimidad: La necesidad de relaciones íntimas y cercanas con otras personas. Implica tener conexiones emocionales profundas y significativas, compartir experiencias y sentimientos íntimos, y sentirse aceptado y amado por los demás. Otras necesidades psicológicas son patrones de conductas predecibles que ahorran al cerebro mucha energía. Por ejemplo, en casa aprendimos a relacionarnos con la autoridad y al llegar a la escuela mantenemos ese patrón con los adultos como profesores, bedel, dirección o tutores. Si no repitieran conductas tendríamos que practicar y aprender respuestas a cada momento y eso es demasiado cansado, ya que requiere de la inversión de mucha energía. Luego llevamos ese aprendizaje al trabajo y mantenemos relaciones con compañeros de trabajo (colaterales) y con mandos o jefes (autoridad). Para desarrollar un sentido del yo, todas las personas necesitan madurar y sentir que son dignas por el solo hecho de existir, que son miradas, tocadas, abrazadas con alegría y respeto, que son cuidadas, apoyadas y obtienen seguridad lo que da estabilidad a la persona para ir a las relaciones con tranquilidad y no con deficiencias. Una motivación del ser humano es la necesidad de estar en contacto con otros. Otra es la necesidad de estructura y por ello es importante predecir lo que puede ocurrir. De eso se encarga a nivel biológico el cerebro. Otra necesidad del ser humano es ser comprendido, lo que significa ser acariciado, acariciado en el alma. Podemos interpretar las “caricias al alma” como expresiones profundas y significativas de apoyo, comprensión y conexión emocional entre personas. Estas “caricias al alma” serían interacciones que van más allá de lo superficial y tienen un impacto profundo en el bienestar emocional y psicológico de las personas involucradas. En la unidad 7 de este bloque, se profundizará en el proceso que lleva a cabo el Análisis Transaccional, pero en este apartado hablaremos del término de las caricias según este método. En el Análisis Transaccional (AT), Eric Berne usa el término “caricias” y se refiere a las unidades básicas de reconocimiento, apoyo, validación, afecto y comunicación que las personas intercambian entre sí en las relaciones sociales. Estas caricias pueden ser: Verbales: como elogios, reconocimiento o críticas. No verbales: como abrazos o gestos de apoyo. Eric Berne describe las caricias como una forma de comunicación que tiene un impacto significativo en la vida emocional y psicológica de las personas. Según su teoría, todos buscamos recibir caricias positivas para satisfacer nuestra necesidad de reconocimiento y afecto. Las caricias pueden ser: Positivas: como elogios, gestos de apoyo o reconocimiento. Negativas: como críticas, ignorar o desprecio, y aunque no son deseables, también pueden cumplir la necesidad de atención. Si un niño o niña no consigue atención de sus padres de manera natural buscará formas alternativas como romper algo o pegarle a un compañero para llamar la atención y ser atendido por los progenitores. Cuando no existe la posibilidad de recibir “caricias” la persona anula sus deseos para no molestar; deja de sentir para no mostrarse débil, no pide, soporta humillaciones, anula su vitalidad y su impulso de crecimiento, se muestra siempre como un/a niño/a bueno/a, da por cierto lo que la autoridad dice o hace y aloja internamente una parte disonante que se involucra en sentimientos de vergüenza, culpa, inadecuación o incapacidad. Las transacciones sociales en el Análisis Transaccional se centran en el intercambio de caricias entre las personas. A continuación, se muestran algunos ejemplos: Una interacción en la que una persona da un cumplido (una caricia positiva) y la otra persona responde con otro cumplido (otra caricia positiva) sería una transacción “positiva” y probablemente contribuiría a una relación armoniosa. Si una persona da un cumplido (caricia positiva) y la otra persona responde con crítica (caricia negativa), la transacción podría ser “negativa” y potencialmente generar conflicto o resentimiento en la relación. El concepto de “caricias” en el Análisis Transaccional subraya la importancia de la comunicación afectiva y el intercambio emocional en las relaciones humanas, y cómo estas interacciones pueden influir en la dinámica interpersonal y en el bienestar emocional de las personas. Ver el vídeo aquí: La identidad Otra motivación es la necesidad de tener una definición propia, de ser reconocidos como entes individuales y por lo tanto de tener una identidad. El sentido de identidad se refiere a la comprensión y percepción que una persona tiene sobre quién es ella misma, incluyendo sus características, valores, creencias, roles sociales y pertenencia a grupos sociales específicos. Es la imagen que una persona tiene de sí misma y de cómo se ve en relación con los demás y el mundo que la rodea. El sentido de identidad se desarrolla a lo largo de la vida a través de una interacción compleja entre factores individuales, sociales y culturales. Algunos de estos factores incluyen: Experiencias personales: Las experiencias de vida, incluyendo eventos significativos, relaciones interpersonales, traumas, éxitos, fracasos y desafíos, contribuyen a la formación del sentido de identidad de una persona. Es de especial relevancia la relación materna para la construcción de la identidad. Cultura y sociedad: Los valores, normas, tradiciones y expectativas culturales y sociales de la familia, la comunidad y la sociedad en general también influyen en el desarrollo del sentido de identidad de una persona. Pertenencia a grupos: La identificación con grupos sociales específicos, como la familia, la comunidad, la religión, la etnia, la nacionalidad, el género, la orientación sexual o el grupo de pares, puede desempeñar un papel importante en la formación del sentido de identidad de una persona. Autoconcepto y autoestima: La percepción que una persona tiene de sí misma y su valor propio, así como la autoaceptación y la confianza en uno mismo, son componentes clave del sentido de identidad. Desarrollo emocional: Las emociones y sentimientos relacionados con la autoimagen y la autoevaluación, como el orgullo, la vergüenza, la culpa y la satisfacción personal, también pueden influir en el sentido de identidad de una persona. Existen categorías para responder como buenos/as, malos/as, listos/as, tontos/as, importantes, prescindibles, suficientes, incapaces, valioso, despreciable, etc. que solo son etiquetas de cómo nos vemos o nos han visto pero que no nos definen y especialmente que no definen el 100% del tiempo de vida porque todos los seres humanos somos cambiantes. Todas estas palabras conforman valoraciones que ayudan a establecer la máscara de la personalidad o ego y el yo que elaboramos a partir de cómo nos tratan los demás. En función de cómo lo hacen otros, luego nos trataremos nosotros mismos. El diálogo externo construye el diálogo interno y esto determina el estilo de personalidad o el carácter con el que nos presentamos. Diálogo externo: No vales para nada, no deberías haber nacido, me has arruinado la vida, eres un imbécil, me das asco, no te esperaba, inútil, no te soporto, etc. Diálogo interno: no soy suficiente, soy un fracaso, soy inadecuado/a, no soy capaz, no valgo, soy la escoria, no merezco que otros me quieran, merezco ser tratado mal, etc. En función de ese diálogo y de las categorías en las que nos hemos colocado, nos “sentimos” como X personas. Ya no es lo que hacemos sino lo que somos. Si el niño o niña escucha “eres un asco” o “me arruinaste la vida” tomará esos mensajes como su identidad y no como un comportamiento temporal. Lo paradójico de los mensajes dolorosos emitidos por las figuras de referencia es que se toman como verdades absolutas. En estos casos se pueden desarrollar partes internas autodestructivas, autoagresivas y autocríticas que suelen dar por ciertos los mensajes recibidos y proporcionar directrices de vida muy demoledoras. Como es conocido, son personas que se relacionan con otros seres fragmentados con quienes se perpetúa el malestar. Son otras formas de confirmación de la poca valía o el no merecimiento. Ver el vídeo aquí: Padres e hijos en la construcción de la realidad La relación madre-hija y madre-hijo influyen en la construcción de la identidad. La forma en que la madre se relaciona con su propia identidad de género puede influir en la percepción de la hija sobre su propia feminidad. Si la madre muestra aspectos negativos sobre ser mujer, la hija puede internalizar estos sentimientos de inseguridad. En el caso de los hijos, aunque las madres pueden sentir un orgullo especial por sus hijos varones, puede resultar difícil para ellas entender y apoyar completamente la identidad masculina de sus hijos. Esto puede llevar a conflictos internos en el hijo al tratar de desarrollar su identidad masculina sin un modelo paterno presente. Las malas experiencias de la madre con los hombres pueden influir en la forma en que ella cría a sus hijos, especialmente a los varones. Si la madre desconfía o crítica a los hombres, sus hijos pueden sentirse presionados para cumplir con expectativas poco realistas o adoptar roles pseudomasculinos. Estos hijos pueden tener dificultades para formar relaciones saludables con mujeres y asumir responsabilidades adultas. La segunda parte de la identidad se adquiere a través del vínculo con el padre que le ofrece una perspectiva diferente a la que tiene la madre. Le muestra el mundo, los juegos, establece diferentes límites y, al ocupar completamente su posición de pareja al lado de la madre, poco a poco retira al niño de la simbiosis exclusiva con la madre lo que le ayudará en la construcción de una futura pareja. El sentido del yo responde a la necesidad de ser uno mismo y se comienza a construir en contacto relacional parental, respondiendo a un nombre, a lo que se agrega el resto de información que nos llega de la forma en que los otros nos ven. Finalmente, en algún momento podemos dar respuesta a ¿quién soy?. La respuesta a esta pregunta puede significar algo diferente en las distintas fases de la vida, por ejemplo: ¿Quién soy yo como niño, como adolescente, como joven, como adulto, como anciano? En primer lugar, el niño toma a los propios padres como referentes y modelos para formar su propia identidad. Desconocer quiénes son su madre y su padre supone un gran problema de identidad. Luego, en la adolescencia se buscan ídolos en los grupos de su generación, sus pares, también en redes y en los medios de comunicación a los que emular. A medida que vamos madurando en años y en conciencia se vuelve más evidente que no podemos vivir la vida de otros, sino que tenemos que encontrar nuestro propio camino. Otro aspecto que surge de los mensajes introyectados es el Guion Corporal, el cual es una idea propuesta por Richard Erskine en el ámbito del análisis transaccional, que sugiere que los Guiones de Vida, entendidos como patrones repetitivos de comportamiento y creencias arraigadas, pueden estar codificados tanto a nivel bioquímico como psicológico dentro del tejido corporal de una persona. Cuando una persona forma un Guion de Vida, ya sea a través de decisiones conscientes, conclusiones inconscientes o respuestas de supervivencia, su cuerpo puede reaccionar bioquímica y fisiológicamente a estas experiencias. Esto se debe a la intensa actividad cerebral y bioquímica que ocurre en el momento en que se toma una decisión o se alcanza una conclusión importante para el individuo. Esta activación puede llevar a una falta de expresión emocional libre y a una inhibición de la acción física, ya que la persona puede experimentar una retroflexión fisiológica, en la que las respuestas naturales fisiológicas y afectivas se dirigen hacia adentro en lugar de expresarse hacia afuera. La reactivación repentina de reacciones fisiológicas de supervivencia no es consciente porque las redes asociativas del cerebro se han vuelto “condicionadas al miedo” y se han asociado a ciertas dinámicas del guion tales como las creencias centrales de guion, patrones conductuales y un conglomerado de recuerdos emocionales (LeDoux,1994). Las respuestas fisiológicas asociadas a los Guiones de Vida, especialmente aquellos que se originan en traumas agudos o crónicos, pueden convertirse en patrones corporales arraigados que persisten a lo largo del tiempo y que pueden manifestarse en tensiones musculares crónicas, posturas corporales específicas o reacciones físicas automáticas ante situaciones desencadenantes. Por ejemplo, la cabeza metida entre los hombros, la espalda encorvada, sacar pecho, hundir hombros, cerrar piernas, etc. Cuanto más temprano y prolongado sea el trauma, la falta de sintonía o la negligencia experimentada por la persona, es más probable que estos Guiones Corporales estén arraigados en su cuerpo y sean menos accesibles a través del lenguaje o la terapia verbal. En cambio, pueden requerir enfoques terapéuticos que trabajen directamente con el cuerpo para desbloquear y transformar estos patrones, como la terapia somática o la terapia. A menudo las personas acuden a terapia para modificar el sentido adquirido porque internamente saben que hay una discordancia y eso les limita en su crecimiento. También porque se sienten fragmentadas y cuando una parte decide una cosa otro aspecto del propio ser quiere influir en otra dirección. Será el instante de abordar el concepto de las “partes del yo”. En el apartado relacionado con el trauma hemos visto que las personas que han tenido experiencias traumáticas puntuales o sostenidas en el tiempo, por ejemplo, han tenido una vida desde una edad temprana determinada por una historia de desatención y descuido parental tienen menores posibilidades de desarrollar una buena gestión emocional, de integrar el sentido del yo con la identidad correspondiente por lo que suelen mostrar mayor fragilidad psicoafectiva, lo que tiene un impacto altamente desajustado en las relaciones. Estos componentes además de estar incluidos en el diagnóstico de trastorno de estrés postraumático complejo (TEPT complejo o trauma con T mayúscula) los podemos encontrar juntos o separados en otras personalidades más o menos funcionales o disfuncionales. Todos los aspectos del desarrollo psicoafectivo se estructuraron en la infancia e incluso en el período previo. Por ejemplo, la regulación emocional se aprende en la diada madre-hijo siendo la madre el modelo que guía a la calma al niño. Luego lo aprendido lo aplicará en su vida adulta calmándose y sabiendo cuidarse. El bebé sólo tiene una posibilidad para pedir ayuda y es llorar y así será atendido. Si cuando lo hace no es atendido o, lo que es peor, es castigado dejará de hacerlo y no mostrará su vulnerabilidad. Por otro lado, si al pedir algo es criticado dejará de hacerlo y se protegerá lo que le lleva a crear una parte crítica interna que provoca la inhibición de la acción como mecanismo de supervivencia. De esta manera, y siempre con la intención de protegerse de un dolor o peligro, la persona va creando diferentes partes que le llevan a mantener un equilibrio con las relaciones que conoce. Al mismo tiempo, esto le produce una separación interna, una disociación con su parte esencial. Una característica común a una crianza disfuncional o una situación traumática es la fragmentación del yo, lo que da lugar a la aparición de un sistema de partes. Las distintas corrientes psicoterapéuticas le han puesto distintos nombres: La terapia centrada en la parte (Parts Work). La terapia de la Gestalt. Rowan describe las subpersonalidades. Moreno describió los roles internos. Daniel Siegel se refiere a la comunidad interna. Schwartz le llamó partes internas. El enfoque del Análisis Transaccional le llama estados del Yo (Padre, Adulto y Niño). Otro modelo de la personalidad fragmentada es el elaborado por Franz Ruppert quien sostiene que para continuar viviendo tras una experiencia traumática la persona necesita disociar y fragmentar de manera generalizada la psique. Elaboró un esquema que diferencia tres estados psíquicos distintos de la personalidad de una persona traumatizada: Las partes sanas de la personalidad: a pesar del trauma hay conciencia de la necesidad de cambio o de los avances realizados. Las partes traumatizadas de la personalidad: conservan la energía del momento del trauma y reaparecen de manera intrusiva en la vida de la persona. Las partes supervivientes del trauma: tienen conductas fijas que permiten obviar el trauma como, la represión, negación, fantasía, hacen como que todo está bien, no tienen recuerdos, evitan hablar, buscan distracciones. Son todos mecanismos adaptativos para no entrar en contacto con el dolor. Un mecanismo que resulta de la imposibilidad de integrar una experiencia dolorosa y que afecta a la identidad es la distorsión cognitiva. El trauma puede afectar fundamentalmente las creencias básicas sobre uno mismo, los demás y el mundo. El objetivo principal de la terapia es la reorganización de las experiencias de una manera diferente, en un sentido más saludable. Esto implica abordar y cambiar los significados asociados con el trauma y las creencias distorsionadas que lo acompañan. Hemos visto este proceso en las emociones autoconscientes, por ejemplo la vergüenza o la culpa. Las personas que pueden reinterpretar sus experiencias traumáticas de manera más realista o positiva tienden a tener una mejor recuperación que aquellos cuyas interpretaciones siguen siendo distorsionadas o negativas. Por ello, es importante centrarse en las creencias residuales relacionadas con el trauma como las distorsiones cognitivas no relacionadas con el trauma. Los enfoques mencionados consideran que la mente humana está compuesta por diferentes partes o aspectos del yo, cada uno con sus propias características, pensamientos, necesidades, creencias y emociones. Esto significa que cada estado del yo tiene un sistema propio de pensamientos, sentimientos, sensaciones corporales y, además, contienen una experiencia ya que provienen del pasado y se manifiesta a través de unas conductas específicas. Cada parte contiene un aspecto del YO por lo que contiene la energía e información del pasado, presente y futuro de ese aspecto. Las partes pueden ser funcionales y facilitar algún proceso en la vía como protegerse, cuidarse o cuidar de otros o trabajar de forma responsable. El problema es que, bajo estrés, condición bajo la que el yo se fragmentó, pueden actuar de manera desequilibrada. Otro aspecto que influye en el desarrollo o mantenimiento de las partes es la edad de impacto del trauma (más temprano mayor desorganización neurobiológica) y el grado de disociación. A mayor disociación mayor polarización de las partes. Esto supone la correlación directa con el patrón de “doble vínculo” explicado por el antropólogo Gregory Bateson en la década de 1950 como parte de sus estudios sobre la comunicación y la teoría de sistemas. Bateson y sus colegas estudiaron las dinámicas familiares y sociales para comprender cómo las interacciones entre los miembros de un sistema pueden influir en el comportamiento y el bienestar emocional. El “doble vínculo” se refiere a una situación en la que una persona recibe mensajes contradictorios o conflictivos, donde se le demanda que cumpla con dos expectativas incompatibles, sin importar cuál sea

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