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4. Birbeck. Enfoques criminoogía (1).pdf

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Capítulo Criminológico Vol. 32, Nº 4, Octubre-Diciembre 2004, 393-411 ISSN: 0798-9598 TRES ENFOQUES NECESARIOS PARA LA CRIMINOLOGÍA* Christopher Birkbeck** * El actual documento fue preparado...

Capítulo Criminológico Vol. 32, Nº 4, Octubre-Diciembre 2004, 393-411 ISSN: 0798-9598 TRES ENFOQUES NECESARIOS PARA LA CRIMINOLOGÍA* Christopher Birkbeck** * El actual documento fue preparado originalmente para la Comisión de Revisión Curricular de la Es- cuela de Criminología, Universidad de Los Andes. ** Profesor Titular e Investigador. Grupo de Investigaciones Criminológicas, Universidad de Los An- des. E-mail: [email protected] Tres enfoques necesarios para la criminología 395 RESUMEN El discurso popular en torno al problema de la inseguridad perso- nal lleva implícitas tres dimensiones de análisis. La primera es una postura moral, que se expresa en las calificaciones de censu- ra sobre el delito, los delincuentes y las causas de estos fenóme- nos. La segunda es la pretensión de afirmar algo sobre las carac- terísticas empíricas de los mismos; y la tercera es el llamado a in- tervenir sobre ellos, o la propuesta de abordarlos en términos pro- gramáticos con una técnica de intervención particular. Estas di- mensiones remiten a tres grandes áreas de actividad intelectual -la ética, la ciencia y la praxis- que, desde una perspectiva racio- nal, constituyen los requisitos para definir, comprender e interve- nir sobre el problema del delito. La combinación de las tres en el abordaje de la delincuencia representa un ideal, dada la perma- nente condición de provisionalidad que debemos atribuir a sus productos. Sin embargo, la búsqueda de ese ideal podría denomi- narse el enfoque humanístico en criminología, y bien valdría la pena desarrollar una metodología que facilite esa tarea. Palabras clave: Criminología, ciencia, ética, praxis. THREE NECESSARY FOCUSES IN CRIMINOLOGY ABSTRACT Popular discourse on the crime problem carries within it three types of analysis. The first is a moral posture, which is expressed in the terms of censure that is used when speaking about crime, criminals, or their causes. The second is an attempt to make em- pirical statements about these phenomena; and the third is the call to intervene or a proposal to use a particular kind of inter- vention technique. Each of these dimensions reflects a discrete area of intellectual activity- ethics, science amd praxis, which, from a rational perspective, are necessary for defining, under- standing and responding to the problem at hand. Their combina- Recibido: 22-11-2004 Aceptado: 14-12-2004 Christopher Birkbeck 396 Cap. Crim. Vol. 32, Nº 4 (Octubre-Diciembre 2004) 393-411 tion in our approach to crime must be considered an ideal, given the permanently provisional nature of their intellectual products. Nevertheless, the pursuit of that ideal could be termed humanis- tic criminology - a perspective for which it would be worthwhile to develop a methodology. Key words: Criminology, science, ethics, praxis. 1. INTRODUCCIÓN No cabe duda que en la actualidad la delincuencia constituye un proble- ma que aqueja a la mayoría de los venezolanos. Varias son las maneras de refe- rirse al fenómeno - la “inseguridad personal”, la “violencia”, la “corrupción”, el “terrorismo”, por ejemplo - pero todas se refieren a la comisión de ilícitos pe- nales. Y las encuestas de opinión pública indican que la delincuencia normal- mente aparece entre los tres primeros puestos cuando se pide nombrar los pro- blemas que afectan al país, o a la comunidad local (Cortes, 2000). En torno a los problemas públicos el discurso colectivo suele organi- zarse en términos de tres dimensiones, que representan modos distintos pero interrelacionados de abordar el tema1. La primera de ellas es el discurso de la censura, cuya función es, precisamente, señalar la existencia del proble- ma. La censura se ocupa de caracterizar negativamente algún fenómeno y, por ende, representa una actitud valorativa. En segundo lugar, encontramos las afirmaciones sobre las causas, características y consecuencias de la con- dición identificada como problema. Estas afirmaciones representan descrip- ciones y explicaciones del fenómeno. Y en tercer lugar, encontramos los lla- mados para resolver el problema o las propuestas específicas de interven- ción ante el mismo. Este tipo de discurso apunta hacia la acción. 1 El análisis “tridimensional” del discurso sobre los problemas públicos, presentado aquí, es semejante pero no idéntico a los análisis de las dimensiones de los problemas sociales ofrecidos por los siguientes autores: William Gamson y Andre Modigliani, “Media Dis- course and Public Opinion on Nuclear Power: A Constructionist Approach”. American Journal of Sociology 95(1), 1989, pp. 1-37. Joseph Gusfield, The Culture of Public Pro- blems. Chicago: University of Chicago Press, 1981. Tres enfoques necesarios para la criminología 397 El discurso público es producto de muchos individuos, grupos e institu- ciones, cada uno con sus intereses propios y su modo particular de enfocar el tema. Sobre el problema de la delincuencia, por ejemplo, escuchamos o lee- mos las opiniones de políticos, profesionales, periodistas y miembros del pú- blico. En Venezuela, por lo menos, los políticos suelen optar por el discurso de la censura, y los profesionales por las descripciones y explicaciones de la delincuencia, mientras que los periodistas y el público ofrecen una heteroge- neidad de discursos dependiendo de sus intereses individuales2. Ahora bien, pese a las variaciones en opinión y orientación, el discurso público sugiere un modelo para el abordaje más sistemático del tema de la de- lincuencia. Así, independientemente de la preferencia de un comentarista cual- quiera por una u otra de las dimensiones anteriormente identificadas, podemos argumentar que las tres son necesarias si hemos de obrar de manera racional, aceptable y con alguna posibilidad de éxito, ante el problema de la delincuen- cia. Sin el discurso de censura, no tendríamos un problema, dado que carecería- mos de la evaluación negativa de situaciones o circunstancias que, como he- mos visto, constituye el fundamento del mismo. Sin las descripciones y expli- caciones, no tendríamos una aprehensión clara de las dimensiones del proble- ma o del efecto de las acciones implementadas como soluciones. Y sin el dis- curso práctico, no llegaríamos a la intervención, o resolución de problemas. Si lo pensamos un poco, el desarrollo óptimo de cada una de estas di- mensiones discursivas requiere el ejercicio de tres disciplinas importantes. Así, la censura remite al campo de la ética; las descripciones y explicacio- nes denotan la presencia de la ciencia; y el discurso práctico lleva a la inter- vención ante el problema, la cual también llamaremos praxis3. Sin embargo, 2 Pese a estas variaciones, el discurso sobre la delincuencia en Venezuela tiende a asumir el carácter de censura (Birkbeck, 2001). 3 La praxis significa “práctica, en oposición a teoría” (Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española). En nuestro discurso cotidiano, lo “teórico” se refiere a veces a las teorías científicas (que ofrecen explicaciones y predicciones de los fenómenos), a veces a los métodos (que ofrecen secuencias ideales de pasos a seguir en la realización de alguna acción). Frente a ambos significados de la “teoría”, la noción de praxis insinúa una di- mensión racional que acompaña la acción, lo cual permite identificar la praxis como una actividad intelectual. Christopher Birkbeck 398 Cap. Crim. Vol. 32, Nº 4 (Octubre-Diciembre 2004) 393-411 invocar a estas actividades intelectuales no debe ocultar las dificultades que cada una enfrenta al momento de requerir sus servicios para el abordaje del problema de la delincuencia. Basta con algunas preguntas sencillas para darse cuenta de ello: ¿cómo definir el delito? ¿qué sabemos sobre las causas de la delincuencia? y ¿cómo reducir la delincuencia o aminorar sus efectos? Las respuestas no son fáciles de elaborar; de hecho, podrían llevar a refle- xiones tan extensas como para ocupar toda una vida. Sin embargo, pese a los retos que enfrentamos, son estas las actividades que necesitamos si he- mos de obrar racionalmente ante el fenómeno de la delincuencia. Es más; podemos afirmar que el abordaje del problema de la delincuencia arroja los mejores resultados sólo cuando se combinan la ética, la ciencia, y la praxis. Ello representaría la construcción y ejercicio de una criminología humanís- tica, concepción que guía el planteamiento aquí propuesto. Como perspectiva filosófica, el humanismo tiene una larga tradición y una variedad de concepciones e interpretaciones. De los múltiples princi- pios que ellas encierran, queremos enfatizar tres, que son perfectamente congruentes con nuestros planteamientos anteriores. En primer lugar, el hu- manismo manifiesta una constante preocupación por la ética en la conduc- ción de los asuntos humanos, llamando a adoptar como objetivo la búsque- da del bien colectivo. En segundo lugar, el humanismo insiste en la vital im- portancia de la ciencia como una herramienta para comprender y modificar el mundo que nos rodea (incluyendo el mundo de los seres humanos). Y en tercer lugar, el humanismo implica la matización de ética y ciencia en nues- tro modo de vivir (Maritain, 1999). No es difícil añadir como corolario de estos principios la conveniencia de aplicarlos para la resolución de proble- mas públicos como la delincuencia. Sin embargo, hasta los momentos lo que se ha desarrollado bajo el lema de la “criminología humanística” ha tendido a privilegiar la dimensión ética y dejar de lado los campos igual- mente importantes de la ciencia y la praxis (Restrepo, 1993; Pepinsky y Ri- chard Quinney, 1991). Veamos ahora algunos de los aportes, y de los retos, que encierra cada una de estas disciplinas para la criminología contemporánea: Tres enfoques necesarios para la criminología 399 2. ÉTICA Y DELINCUENCIA En el fondo del concepto del delito encontramos una postura de censura: la desaprobación de alguna conducta. Esa censura es la precondición, pero no la garantía, de una respuesta social. Al parecer, algunas conductas, como el ho- micidio intencional, son rechazadas fuerte y ampliamente, dando a entender que la censura es evidente, justificada y bien fundamentada. Cuando se piensa en ese tipo de conductas, parecería que el concepto del delito está claramente delimitado. Sin embargo, hay otros tipos de conducta, también llamados deli- tos, para los cuales el fundamento de la censura no es muy claro. En ese senti- do, podríamos señalar la clásica división de los ilícitos penales que citan mu- chos criminólogos entre la conducta que es “mala en sí” (o sea, que viola un supuesto orden moral natural) y la conducta “prohibida” (que simplemente vio- la una ley, sin violar el orden moral) (Quinney, 1970). Análoga es la definición de la criminología como el estudio de la delincuencia (violaciones a la ley pe- nal) y del comportamiento desviado o antisocial (alcoholismo, prostitución, etc.), reconociendo que estas conductas pueden ser cualitativamente, y quizás éticamente, distintas (Rodríguez Manzanera, 1997). Estos ejemplos ponen de relieve no sólo la falta de claridad en la defi- nición del delito, sino también la ausencia de fundamentos éticos convin- centes que orientan el discurso criminológico. Lo que reúne en una sola ca- tegoría las conductas que son malas en sí y las conductas prohibidas, o la conducta delictiva y la conducta desviada, es el hecho de su prohibición. Sin embargo, los fundamentos de la prohibición pueden ser variados. Por ejemplo, la censura hacia la agresión física tiende a enfatizar el daño causa- do por una persona a otra, mientras que la desaprobación del alcoholismo tiende a enfatizar el daño que una persona hace a sí misma. Desde una pers- pectiva ética, estas posturas son indudablemente distintas y posiblemente en conflicto: no hay nada que indica que la censura del daño interpersonal tam- bién incluye el daño propio, o viceversa, salvo que se genere el razonamien- to correspondiente. Y ese o cualquier otro tipo de razonamiento de orden ético no es muy frecuente en la criminología. Algunos podrían objetar que el debate ético está en el centro de la cri- minología académica, representado por el enfrentamiento entre la “crimino- logía positivista” y la “criminología crítica”. Por la primera, hemos de en- Christopher Birkbeck 400 Cap. Crim. Vol. 32, Nº 4 (Octubre-Diciembre 2004) 393-411 tender la criminología que rara vez cuestiona la definición del delito y que se ocupa del estudio de sus causas, o que rara vez cuestiona los fundamen- tos de la política criminal y se ocupa de estudiar sus efectos (López Rey, 1978; Garrido y otros, 1998). Por la segunda, hemos de entender la crimino- logía que cuestiona las definiciones del delito, frecuentemente abogando por una concepción nueva del mismo que centra mayor atención en los “crí- menes de los poderosos” en vez de las “infracciones de los pobres” (Pearce, 1980; Del Olmo, 1979). Y la criminología crítica también cuestiona los fun- damentos de la política criminal, algunas veces llegando a proponer pará- metros alternativos para la intervención (o la no intervención) frente al deli- to (Baratta, 1998; Zaffaroni, 1982; Tocora, 1997). Pero si bien es innegable que el discurso de la criminología crítica (so- bre todo la criminología crítica latinoamericana) está impregnada de postu- ras morales, también habría que observar que no se encuentra en ella un planteamiento ético que es sistemáticamente elaborado y bien fundamenta- do: el pensamiento moral es implícito más que explícito. Por ello, puede de- cirse que la elaboración de un sistema ético a partir del cual se puede definir el delito es todavía una tarea por realizarse en la criminología. Y representa una tarea que no se resuelve a corto plazo dadas las complejidades del tema y las diferentes maneras de encarar lo censurable del delito (Henry y La- nier). Indudablemente, en esa tarea figurará de manera importante la pers- pectiva de los derechos humanos, que hoy día infunde el discurso sobre la delincuencia y el derecho penal (Schwendinger, 1977). Sin embargo, el en- foque de los derechos humanos no está exento de cuestionamientos éticos (Nickel, 1987), y todavía requiere ser adaptado a través de razonamientos agudos y cuidadosos a la cuestión de la definición del delito. 3. CIENCIA Y DELINCUENCIA La criminología, como disciplina académica, vio su nacimiento en los primeros esfuerzos por encontrar las causas del comportamiento delictivo (Del Olmo, 1981; Beirne, 1993), y esa inquietud todavía impulsa un com- ponente grueso de la investigación criminológica. En los casi doscientos años de estudio sobre la etiología de la conducta delictiva se han estableci- do algunas generalizaciones empíricas importantes, como por ejemplo, la Tres enfoques necesarios para la criminología 401 mayor incidencia de conductas delictivas entre los hombres, las personas entre 15 y 25 años de edad, los solteros, y los que viven en ciudades gran- des (Braithwaite, 1989). Estos hallazgos representan “hechos” que apuntan hacia explicaciones del delito, aunque no proporcionan explicaciones en sí. Múltiples han sido los esfuerzos por incorporar estos “hechos” a las explicaciones de la conducta delictiva, bien mediante una estrategia neta- mente inductiva, bien a través del método deductivo que busca explicacio- nes generales. Sea cual sea su origen, esas explicaciones han adquirido la forma de teorías criminológicas, las cuales son numerosas en la actualidad. No hay posibilidad, ni necesidad, de reseñar aquí todas las teorías etio- lógicas de la conducta delictiva. Sólo ofrecemos una tipología de ellas para ilustrar las diversas maneras en que se ha querido enfocar las causas del de- lito. Esa tipología requiere, en primer lugar, que reconozcamos una separa- ción entre los elementos de la criminogénesis abordados por los teóricos. A lo largo de los últimos dos siglos, la mayoría de estos han centrado la aten- ción en lo que se suele llamar “la motivación a delinquir”, término que no tiene una definición precisa pero que indica en líneas generales la disposi- ción o voluntad de cometer un delito. Así, la tarea para las teorías de la mo- tivación ha sido la de tratar de identificar las condiciones o procesos que lleven a una persona a tener la disposición a delinquir. Esa disposición es entendida como un rasgo casi permanente, que sólo cambia en intensidad a largo plazo, por ejemplo a través de la “desistencia de cometer delitos” que se ha observado en la medida en que la persona envejezca. Pero dicha disposición nada dice sobre la manifestación de comporta- mientos delictivos específicos, los cuales ocurren en tiempos, lugares o con- diciones particulares que de alguna manera pueden facilitar su comisión. Por ello, y desde hace medio siglo, los criminólogos también han reconoci- do que, al lado de la motivación a delinquir, es necesario ocupar la atención en las “situaciones” en que ocurren los hechos delictivos (Birkbeck, 1984- 1985). Actualmente, las teorías “situacionales” han ido adquiriendo cada vez mayor importancia en la criminología, aunque todavía están lejos de igualar en cantidad las teorías “motivacionales” que han sido, y siguen sien- do, el objeto principal de atención en la etiología del delito. Dentro de cada una de estas vertientes (la motivacional y la situacio- nal), también se puede notar una división de las teorías según su enfoque Christopher Birkbeck 402 Cap. Crim. Vol. 32, Nº 4 (Octubre-Diciembre 2004) 393-411 predominante sobre la persona o sobre la sociedad. En la primera categoría se ubican las teorías que se ocupan de aspectos biológicos, psiquiátricos, psicológicos o psico-sociales de la persona y la relación entre estos y la conducta delictiva. En la segunda se encuentran las teorías que se ocupan de las variables sociales, esto es, los rasgos de los sistemas sociales que gene- ran una mayor disposición, o mayores oportunidades, de cometer el delito. Por último, podemos observar una diferencia en la manera de abordar el proceso esencial que generaría el comportamiento delictivo. Por una parte, al- gunos criminólogos han enfocado la atención sobre el proceso de aprendizaje, bien atribuyendo la delincuencia a un proceso deficiente de aprendizaje, bien a un proceso particular de aprendizaje. Por otra, también se ha concebido la con- ducta delictiva como un problema de control, ya sea la falta de control, o una forma “contraproducente” de control (como, por ejemplo, la estigmatización). Estos tres criterios para clasificar las teorías etiológicas del delito evi- dentemente pueden sobreponerse para producir una tipología medianamente extensa, como la que se muestra y se ejemplifica a continuación: Una topología de las teorías etiológicas de la conducta delictiva Motivación Situación Persona Aprendizaje Teoría del Aprendizaje Plantillas (Brantingham) Teoría de Fishbein Selección Racional Asociación Diferencial (Cornish y Clarke) Subculturas Control Teoría Psicoanalítica Espacio Defensible Teoría del Control Desplazamiento Teoría del Etiquetamiento Disuasión Frustración-agresión Sociedad Aprendizaje Teoría del Aprendizaje Control Anomia Actividades Rutinarias Oportunidades Diferenciales Estilos de vida Tres enfoques necesarios para la criminología 403 Ahora bien, la misma variedad de teorías es un reflejo indudable de la dificultad que han encontrado los criminólogos a la hora de buscar ex- plicaciones del comportamiento delictivo. En parte, se observa una frag- mentación de análisis, evidenciada en la formulación de teorías que se refieren a una sola de las dimensiones que se reconocen, por lo menos de manera implícita, como mutuamente necesarias para la génesis del deli- to. Así, observamos teorías que tratan la motivación o la situación, la persona o la sociedad. También se evidencia cierta contraposición de ideas, como en la separación entre procesos de aprendizaje y procesos de control (procesos difícilmente asimilables en un solo concepto de mayor abstracción). Por lo anteriormente apuntado, no debe sorprender que ninguna teo- ría haya llegado a encontrar niveles particularmente altos de apoyo empí- rico. De hecho, la mayoría de las predicciones empíricas derivadas de las teorías etiológicas recibe apoyo con solo un poco más de frecuencia de la que provendría de la aleatoriedad; y es muy raro el estudio que encuentra más del 30% de los casos “explicados” por una hipótesis teórica (Tittle, 1995). Más allá de los problemas de orden conceptual que dificultan el traba- jo del criminólogo, parcialmente aludidos en los párrafos anteriores, tam- bién hay impedimentos para la observación de los fenómenos de interés para la criminología y la contrastación de sus teorías. Uno de ellos se rela- ciona con la ausencia de una definición clara y compartida de lo que se con- sidera “delito” (lo cual evidencia cómo las dificultades en el campo ético afectan el trabajo en el campo científico). Así, la operacionalización hetero- génea del concepto del delito podría llevar a resultados diversos para una misma población bajo estudio. Otro problema es la dificultad de obtener, en comparación con otras disciplinas, datos válidos y confiables sobre el obje- to de estudio – la delincuencia. Bien conocido es el concepto de la “cifra negra”, que refiere los delitos no conocidos por las autoridades y por ende ausentes en la estadística oficial. Pero también hay cifras negras que afectan las otras técnicas de medición del delito que ha desarrollado la criminología para suplir las deficiencias de la estadística oficial – la encuesta de víctimas y la encuesta de auto-revelación (Rodríguez Manzanera, 1999; Birkbeck, Christopher Birkbeck 404 Cap. Crim. Vol. 32, Nº 4 (Octubre-Diciembre 2004) 393-411 1995)4. Tampoco logran estos métodos una medición global de la delin- cuencia. En tercer lugar, debemos apuntar la extrema dificultad, cuando no la imposibilidad, de realizar experimentos para estudiar las causas de la conducta delictiva, por los problemas éticos que de allí derivan. Y por últi- mo, es importante reconocer que la mayoría de la investigación criminoló- gica sobre la etiología del delito se ha llevado a cabo en unos pocos países de altos niveles de desarrollo económico, dejando la incógnita sobre la apli- cabilidad de esas teorías y sus correspondientes hallazgos en los países peri- féricos como Venezuela. Por todo lo dicho anteriormente, debe quedar claro que la criminología aún se encuentra lejos de encontrar una respuesta consolidada a la interro- gante sobre las causas del delito. De hecho, representaría una tarea bastante compleja y extensa la formulación de alguna generalización basada en la producción reciente de los investigadores criminológicos que pudiera consi- derarse respuesta parcial a esta interrogante. Sin embargo, ya se han realiza- do varios intentos de integración de las diversas teorías etiológicas los cua- les permiten ordenar y evaluar la contribución de cada una de estas (Pear- son y Weiner, 1985). Además, el crecimiento paulatino de intervenciones exitosas en el área de la prevención del delito permite identificar nuevos factores que podrían ayudar a explicar el comportamiento delictivo. 4 La encuesta de víctimas (o encuesta de victimización) comprende la aplicación a una muestra representativa de personas, en una ciudad, estado o nación, de un instrumento destinado a medir la incidencia y características de algunas victimizaciones penales (típi- camente, las varias modalidades del hurto, el robo y las lesiones personales) que estas hayan sufrido durante un período de tiempo – normalmente seis meses o un año – previo a la realización de la encuesta. Ofrece una medición de las tasas delictivas distinta a aquella referida a los delitos denunciados en la estadística oficial (Rodríguez Manzanera, 1999). La encuesta de auto-revelación comprende la aplicación a una muestra representa- tiva de personas, también en una ciudad, estado o nación, de un instrumento destinado a medir su participación como autores (o victimarios) en hechos delictivos, normalmente en un período de tiempo relativamente largo (cinco años, y hasta toda su vida). Ofrece una visión de las personas que sean delincuentes distinta a aquella ofrecida por la esta- dística oficial (arrestos, población penitenciaria, etc.) y se emplea especialmente para es- tudiar las variables asociadas a la conducta delictiva (Birkbeck, 1995). Tres enfoques necesarios para la criminología 405 4. LA PREVENCIÓN DEL DELITO Perspectiva de la praxis Denunciar la existencia de problemas como la delincuencia puede te- ner una dimensión simbólica importante, sobre todo por el reconocimiento social y respetabilidad que confiere al denunciante (Becker, 1971; Gusfield, s.f.i.). Sin embargo, si tomamos el asunto en serio es evidente que la denun- cia realza la necesidad de hacer algo frente al problema. De hecho, el deber ser que aparece en muchos discursos moralistas (v. gr. “Hay que proteger los niños de los abusos físicos”; “Acabemos con la violencia en el país”) también puede entenderse como un llamado a la intervención. He aquí, en- tonces, el lado práctico de nuestra actuación. Pero es importante establecer una diferencia entre la intervención irre- flexiva, aquella que se caracteriza por el “hacer por hacer”, y la interven- ción reflexiva, donde es necesario pensar en los objetivos y resultados de nuestra actuación. La intervención irreflexiva podría llamarse “acción”, y es la que se distingue de la intervención reflexiva, que hemos denominado “praxis”. La praxis también tiene muchos de los elementos de lo que co- múnmente se llama “planificación”, entendida como el proceso de “definir y alcanzar objetivos para el futuro de tal modo que los cambios que acaez- can no sean determinados sólo por circunstancias fortuitas y externas, sino a través de las decisiones y acciones deliberadas” (Bromley, 1981). Desde la perspectiva de la praxis, el primer requisito de la actuación es que la misma tenga objetivos claros y razonados. Así, y en relación con la pre- vención del delito, es necesario decidir dónde, cómo y con qué objetivo se quiere intervenir en el flujo de los hechos. Por ejemplo, el objetivo de la inter- vención puede ser la prevención general, destinada al grueso de la población o a un subgrupo de ella, con el fin de evitar que la conducta delictiva aparezca por primera vez. O podría ser la prevención específica, que busca evitar la rein- cidencia entre personas que ya han cometido un delito. Otro requisito impor- tante es que conozcamos los efectos de la intervención y que comparemos es- tos con los objetivos perseguidos. Ello remite a la tarea de evaluación de pro- gramas, la cual ha sido objeto de extensos análisis y exposiciones en la meto- dología de las ciencias sociales (Cohen y Franco, 1992) y que no puede ser tra- tada aquí. Basta decir que la evaluación de programas, bien sea de su imple- mentación o de sus resultados, requiere de la investigación científica. Christopher Birkbeck 406 Cap. Crim. Vol. 32, Nº 4 (Octubre-Diciembre 2004) 393-411 En relación con la evaluación de los programas, la criminología ha producido una extensa y creciente literatura referida al área de prevención especial, la que, como hemos visto, busca generar un cambio duradero en el modo de pensar y actuar del delincuente (muy parecido al concepto de la “motivación”, pero ya no para delinquir sino para comportarse de manera aceptable). Ampliamente conocido a nivel internacional es el estudio de Martinson (1974) quien, luego de revisar los resultados de una gran canti- dad de programas preventivos, concluyó que, con pocas excepciones, estos no son efectivos. Este artículo representó el punto de partida para un vigo- roso debate el cual, en su estado actual y para resumir una voluminosa dis- cusión, concluye que algunas intervenciones funcionan bajo ciertas circuns- tancias para reducir la reincidencia (Cullen y Gendreau, 2000)5. También, en el área de prevención situacional, donde hasta las potenciales víctimas pueden evitar la victimización mediante la adopción de medidas de protec- ción, los estudios demuestran algunos logros importantes (Clarke, 1995; Medina Ariza, 1997). Estas últimas investigaciones subrayan la importancia de la creativi- dad en la praxis criminológica - la necesidad de inventar intervenciones nuevas o innovar en las intervenciones existentes. Contrario al mundo tec- nológico, donde las invenciones e innovaciones tienen una clara manifesta- ción material y una autoría intelectual formalizada a través de las patentes, en el mundo social el proceso de creación normalmente es mucho más difu- so y difícil de registrar. Y la invención e innovación recientes en las inter- venciones frente a la delincuencia no escapan a esta realidad. ¿Cuáles fue- ron, por ejemplo, los antecedentes y los procesos de génesis de las innova- ciones en el campo de las “cintillas electrónicas”, concebidas por un psicó- logo de Harvard en 1969 y un juez de Albuquerque, Nuevo México en 1977 (Gomme), como una forma de supervisión penal a distancia? ¿Cómo es que el psicólogo estadounidense Henggeler llegó a formular la interven- ción conocida como “Terapia Multisistémica” que busca solventar diversas necesidades de los jóvenes con historiales de delincuencia, y que aparente- 5 Por ejemplo, Kaye McLaren cita 16 principios de las intervenciones efectivas en Redu- cing Reoffending: What Works Now. Wellington, NZ: Department of Justice, Penal Divi- sion, 1992. Tres enfoques necesarios para la criminología 407 mente surte un efecto positivo sobre su comportamiento posterior (Hengge- ler, 1997)? Dos retos interrelacionados enfrentan la búsqueda de invención e inno- vación en la praxis criminológica. El primero de ellos es la facilitación de es- tos procesos entre los que se ocupan de la delincuencia. Si poco sabemos so- bre el origen de innovaciones recientes en intervenciones frente a la delin- cuencia, tampoco tenemos mucho conocimiento sobre las condiciones que producen las mismas. Testimonio de ello es la decisión de la Fundación Ford, en 1986, de patrocinar estudios sobre la innovación en políticas públicas en Estados Unidos a través de un programa administrado por la Universidad de Harvard. Este programa ha estimulado la reflexión sobre los factores condu- centes a la innovación y ha llevado a premiar iniciativas en el área de justicia penal (Christopher, 2001), aunque la aplicabilidad al medio latinoamericano de los “principios para lograr la innovación” está todavía por evaluarse. El segundo reto es la inercia institucional que caracteriza a casi todas las organizaciones y que tiende a impedir los cambios. Esa inercia puede variar desde una falta de disposición más o menos abierta de adoptar nuevas medidas en el trabajo de la organización, hasta la asunción del discurso aso- ciado al nuevo programa sin cambiar las prácticas institucionales subyacen- tes. Una vez más, el problema de la inercia institucional ha sido objeto de extenso estudio y reflexión en las ciencias sociales (Osborne y Plastrik, 2002; Wilson, 2000). Para el caso venezolano, las críticas a las políticas de prevención del delito han sido múltiples (Birkbeck, 1983). No obstante, la prevención debe ser el fundamento de la política criminal y en función de ello bastante pro- vecho se obtendría de la aplicación y evaluación de los principios de inter- vención efectiva que ha arrojado la praxis criminológica en otros países, así como del intento de identificar nuevos principios de intervención surgidos de las experiencias locales. 5. EL ENFOQUE DE LA CRIMINOLOGÍA HUMANÍSTICA Ya se ha dicho que, basado en la estructura de los problemas públicos y el análisis más formal de las disciplinas involucradas en su creación y re- Christopher Birkbeck 408 Cap. Crim. Vol. 32, Nº 4 (Octubre-Diciembre 2004) 393-411 solución, el enfoque humanístico en criminología requiere del ejercicio en combinación de la ética, la ciencia y la praxis. También se ha ilustrado, en los párrafos anteriores, cómo cada una de estas disciplinas (en lo que a la delincuencia se refiere) se encuentra en pleno desarrollo, por no decir en etapa incipiente. Podría objetarse, entonces, que la adopción del enfoque humanístico tendría que esperar la maduración de cada una de esas discipli- nas bajo la suposición que en algún momento aportarán valores, conoci- mientos, o métodos medianamente consolidados, y factibles de integración en el abordaje del problema de la delincuencia. Sin embargo, frente a esa objeción tendría que señalarse que cada disciplina siempre considera sus resultados como productos provisionales, que bien podrían ser reemplazados por productos de mayor aceptabilidad, validez, y eficiencia en una oportunidad futura. Así, los filósofos mantienen un debate activo, no sólo sobre la naturaleza de la moralidad, sino sobre los principios éticos que deben guiar el comportamiento humano. Los investigadores científicos son los primeros en reconocer que sus datos y teorías serán siempre limitados por las dificultades inherentes a la observación y comprensión del mundo humano. Y los especialistas en la praxis siempre conceden que pueden existir nuevas intervenciones, todavía por ingeniarse. Vista esta situación, se concluye que nunca habrá un momento en que el criminólogo puede considerar que ya se cuenta con los valores, conocimientos y métodos definitivos para definir, estudiar y solucionar el problema de la delincuencia. Por ello, la única estrategia válida es tratar siempre como provisionales los productos de estas disciplinas, buscando los más desarrollados en cada momento pero aceptando que estos podrían ser superados en un futuro no muy lejano. Obrar de otra manera es abrir el ejercicio profesional a muchos problemas potenciales, por ejemplo, el criminólogo que no tiene una definición aceptable de la delincuencia o que propone programas de intervención que son éticamente objetables6, el criminólogo que carece de un conocimiento 6 En este sentido, la indignación moral es una de las grandes amenazas para el trabajo del criminólogo ya que podría llevar a la propuesta de intervenciones éticamente inacepta- bles. Para los países anglosajones Robert Elias (1993) ha observado cómo la indignación moral frente a los delincuentes sustenta una agenda política de mayor represión. Tres enfoques necesarios para la criminología 409 preciso de la delincuencia o de los resultados de una intervención cualquiera, o el criminólogo que olvida o desprecia la necesidad de idear e implementar intervenciones aceptables y eficaces frente a la delincuencia. 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