Capítulo 19-21 John el Gorrón PDF
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CES Ramón y Cajal
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This document is a sample from a novel, likely a chapter dealing with the character John el Gorrón, in a narrative setting, and appears to contain descriptive elements of the characters, their actions and dialogues.
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## Capítulo 19 - John el Gorrón Pepe golpeó la madera del mostrador y le pidió al camarero que le sirviera una copa. El camarero se sorprendió por su respuesta, pero sacó un vaso y tiró del corcho de la primera botella que encontró, la cual era de gaseosa. Cuando fue a verter el contenido en el va...
## Capítulo 19 - John el Gorrón Pepe golpeó la madera del mostrador y le pidió al camarero que le sirviera una copa. El camarero se sorprendió por su respuesta, pero sacó un vaso y tiró del corcho de la primera botella que encontró, la cual era de gaseosa. Cuando fue a verter el contenido en el vaso, Pepe notó que le temblaba la mano. Se la agarró y le preguntó: - ¿Tienes miedo de mi? El camarero, con una sonrisa estúpida, dijo: - Bueno, no es muy tranquilizador lo que cuentan de ti en el condado. Pepe, con un gesto brusco, dejó un dólar de plata en el mostrador y leyó: - Quédate con el cambio. Luego, se dedicó a observar a la chica, con el rabillo del ojo. No le agradaba que estuviera en ese antro, y menos aún con un tipo como el de la pianola. Si le hacía daño se las vería con él. Pasó la página y leyó: "Fue empezar a leer y oír un tiroteo en la calle. Un tullido, apoyado en una sucia muleta, se asomó a la cantina. '¡Han asaltado el banco!', anunció a gritos". Pepe no se inmutó. En realidad había leído: "¡Han saltado el banco!". Por esto pensó: "Qué importancia tiene saltar un banco! ¡Bah! Aquí le dan importancia a cualquier cosa. ¡Son unos catetos!" El camarero, bastante nervioso, comentó: - Ése es John el Gorrón. Vive a costa del primero que pilla. Pepe sintió una cierta intranquilidad, pero siguió apoyado en la barra, tratando de poner cara de póquer. De pronto, un hombre corpulento y mal encarado entró en la cantina. Llevaba el sombrero calado hasta los ojos y dos pistolas que le llegaban a las rodillas. ## Capítulo 20 - Un baile y un duelo El dueño del establecimiento estaba ausente. Los jugadores "subrepticiamente" (Pepe leyó la palabra varias veces, disfrutando de ella), recogieron su dinero de la mesa y el hombre de la pianola escondió el tabaco debajo del asiento. John el Gorrón avanzó hacia Pepe. Sus espuelas tintineaban con cada paso. Pepe lo dejó acercarse, mirándolo desde la sombra que le proporcionaba su sombrero. Cuando John estuvo a la distancia necesaria para oler su aliento, dijo: - Invítame a beber. Las palabras olían a cebolla. Sin embargo, Pepe interpretó mal la frase y pensó: "Evítame beber." Se encogió de hombros y dijo: - Bueno. El camarero lo miró con unos ojos que se le salían de las órbitas. John el Gorrón explotó en risotadas mostrando sus grandes y amarillentas muelas. Pepe, por no haber leído bien, había caído en una sucia trampa. El camarero sirvió con mano temblorosa un whisky a John el Gorrón. Pepe estaba expectante. Esta vez leería bien y no se dejaría engañar. Haciendo acopio de valor, pasó la página y leyó: John el Gorrón cogió el vaso de whisky mientras paseaba la mirada por la gente. Cuando llegó a la chica, la recorrió de arriba abajo con una sonrisa de borrico. Levantó su sombrero, se ajustó las pistolas, y contoneándose, se fue hacia ella y le pellizcó la barbilla diciéndole con voz meliflua: - ¡Hola, muñeca! A Pepe le sonó como un rebuzno. Sin dejar de mirar a la chica, John el Gorrón puso una mano sobre el hombro del pianista y le ordenó en tono autoritario: - ¡Toca! Luego, con voz de burro enamorado, le dijo a la chica: - ¿Bailas, muñeca? Empezó a sonar una música enloquecida. La chica lo rechazó: - ¡Quítame tus sucias manos de encima! - ¡Ei! -exclamó John el Gorrón-. ¿Qué te ocurre, muñeca? Yo también puedo ser como esos dandis de Nueva Orleans. Y soltó una carcajada que se le vio hasta la campanilla. Luego, cogiendo a la chica, empezó a bailar con movimientos de oso mareado. Pepe se caló el sombrero, y con la voz más recia que pudo, leyó: - ¡Ya te ha dicho la señorita que la dejes en paz! Pero John el Gorrón seguía dando saltos y zapatazos sin inmutarse. Pepe se movió detrás de él, lo cogió por los hombros, e intentó empujarlo a un lado. La acción de John el Gorrón se asemejaba más a la de un saco de patatas. El pistolero se volvió, y la música se detuvo. En ese momento, una persona se acercó por detrás a Pepe y le tomó medidas de un hombro a otro y de pies a cabeza. Era Cementerio Carson: un tipo alto, delgado, con mirada verdosa y ojeras grises, vestido de negro. Era mal visto en cualquier reunión. A algunas personas les llamaba Carson City. Nervioso, Pepe leyó "calzoncillo" en vez de la "Carson City" del libro. Cementerio Carson le dijo: "¡Tú sí que estás hecho un calzoncillo!" Pepe no aceptó la broma y lo empujó a un lado. Luego, miró fijamente a John el Gorrón. Éste lo esperaba con las manos en la empuñadura de sus pistolas, que asomaban frías por las mugrientas fundas. El pistolero estaba dispuesto a hacer morder el polvo a Pepe ante cualquier movimiento. Dijo: - Empieza a rezar lo que sepas. Pepe se tocó la cartuchera. Se dio cuenta de que no tenía su pistola. Solo podía defenderse con el libro. ¿Moriría? ¿Podría acabar con él para siempre ese individuo tan poco amigo del agua y de los buenos modales? Recurriendo a su valor, volvió al libro y leyó: "¡Pam!" Sonó un certero disparo. John el Gorrón se quedó sorprendido. Nunca se había enfrentado a alguien que leyera. Nunca había abierto un libro. Se retorció y cayó al suelo. Los demás miraban la escena inmóviles, como paralizados. Pepe no esperaba que el tiro que había leído, hiciese daño a John el Gorrón, y menos que lo matara. Pasó la página y siguió leyendo. Había llegado el sheriff y detrás, el médico con su maletín y las medicinas. Se inclinó sobre John el Gorrón, le tomó el pulso, y dijo, dirigiéndose al sheriff: - Señor, muerto está. Tarde hemos llegado. Por un error en la lectura, Pepe escuchó: - Señor muerto, esta tarde hemos llegado. Todos soltaron una carcajada. John el Gorrón, quien se había recuperado, no podía parar de reír. La chica miraba a otro lado, pero Pepe sabía que también se reía, a pesar de que lo disimulaba. El camarero golpeó el mostrador. El dueño de la cantina, colorado, miraba al techo con la boca abierta y la carcajada le hacía vibrar la barriga. Su puro temblaba en la mano que lo sostenía. Pepe pensó: "¡Esto es demasiado! Total, por unas comas y un acento." Sin poder aguantar más, cerró el libro y lo tiró lejos. Al instante, se encontró en un vacío absoluto. Había vuelto a perderse. Llevaba su largo camisón. Una espesa niebla lo envolvía como si fuese la nada. ## Capítulo 21 - Pepe por los aires Pepe tenía la impresión de subir por los aires. De pronto, entre la niebla, oyó una voz: - ¡Eeeeh! ¡Por aquí se ve! - ¿Quién es? - preguntó Pepe. La voz contestó: - Por el aire voy, en el aire estoy; el aire me lleva, me baja y me eleva. De la niebla surgió un enorme globo aerostático. Si Pepe no se apartaba, la barquilla le daría en la cabeza. Gritó: - ¡Cuidado! Un hombre asomó por la borda del globo. - ¿Quién clama con voz de melodrama? - ¡Aquí! - dijo Pepe. - ¿Te quieres venir a bajar y subir? - le preguntó el hombre. - Sí. - Pues venga lo que convenga. El hombre subió a Pepe a la barquilla. Saludándole, dijo: - Me llamo Buenaventura, en el suelo y en la altura. Pepe pensó: "¡Qué extraña manera de expresarse!". Luego, pidió: - Quiero desayunar. -¿Desayunar a la hora de almorzar? Ahora es la hora de la perola. Buenaventura movió una perola humeante con un cucharón de madera. - ¿Qué es? - preguntó Pepe, mirando el interior. - Potaje de libros, por lo que calibro. Pepe no quiso comer. Entre varios libros que esperaban el momento de ser echados a la olla, distinguió el libro de los enanos. Lo cogió: - ¡Eh! ¿Qué hace este libro aqui? - No sé. Vino a la hora del café. Pepe buscaba entre las páginas de su libro dónde estaba y qué eran aquella niebla, aquel globo y aquel extraño personaje. Leyó: "Buenaventura viajaba en globo. Hablaba haciendo versos. Tenía un reloj de bolsillo, un monóculo y unos bigotes, con las puntas hacia arriba, y se peinaba con raya en medio, con mucho fijador y mucha brillantina. Había agarrado a Pepe por las manos y lo había subido al globo, a una barquilla de mimbre. En el centro, sobre sus cabezas, un mechero de gas soltaba una llamarada. También había un ancla, libros, mapas, una brújula, un sextante, cajas de comida, un barril de agua y un catalejo. En un rincón hervía una perola." Pepe dejó de leer. La descripción coincidía. Buenaventura le dijo: - Para mí sería un honor que aceptara ser invitado, con todos los gastos pagados, a un viaje fantástico en mi modesto globo aerostático. ¿Cómo le debo llamar en este lugar? - Me llamo Pepe. - ¿Pepe? - exclamó Buenaventura, sorprendido-. ¿Y no será Pepe, jugador de julepe, el criado del doctor Fergusson, dueño de la nave aerostática "Victoria", que era una gloria? Pepe no entendía. Buenaventura insistió: ¿Acaso no has leído de corrido "Cinco semanas en globo" sin más adobo? - No me gusta leer - dijo Pepe un poco cohibido. - ¿Que no te gusta leer? ¡No puede ser! Buenaventura lo miró fijamente y exclamó: - ¡Ajajá con el ajajá! Tú eres del que hablan en toda la biblioteca y en la hemeroteca. Lectura alocada, quema de libros. - Yo no quemo libros - dijo Pepe con ganas de llorar. - He oído hablar de ti hasta en Pekín. ¡Y no puede ser! Si no nos lees, nos quedamos encerrados en los libros, muertos de aburrimiento. - ¿Y de qué libro eres tú? - dijo Pepe. - ¡Qué es eso de llamar de tú a las personas mayores aunque no tengan honores! -¿De qué libro es usted? - repitió Pepe. - Soy colega del doctor Fergusson. Si leyeras, conocerías su aventura cuando atravesó África. Así que, ¡ja! ¡viajar por el ancho cielo sin tocar el suelo! En los libros hay muchos mundos que conocer. - Pues eso - dijo Buenaventura - lo contrario de peludo o de barbudo. Pepe miró las montañas. Le hubiera gustado verlas moverse. Entonces oyó en el cielo una voz ronca que decía: -¡Timonel, vamos escorados! ¡Tres grados a sotavento! -¡Tres grados a sotavento, señor! - le contestó una voz más joven. Pepe pasó la página y vio cerca del globo una bandada de pájaros. - Gaviotas-dijo Buenaventura- Hacen largas travesías todos los días. Las aves avanzaban ordenadas. En el centro iba el capitán, fumando una pipa curva de marinero. Buenaventura lo saludó. "¡Buena travesía, Ricardoooo, capitán gallardoooo!". "¡Buena travesía, Buenaventura!". - respondió el capitán- "Veo que llevas un grumete a bordo. ¡Hola, muchacho! ¿Cómo te llamas, hijo? - Me llamo Pepe. -¿Pepe? Hemos oído hablar de ti. ¿Nos lees ya mejor? - Está practicando mucho, aunque aún le sale un poco pachucho - dijo Buenaventura. - Eso está bien, grumete - añadió Ricardo- Se cuentan de ti ciertas travesías tempestuosas.. Al verte temimos zozobrar. - Ordenó con voz recia: "¡Seguimos la marcha! ¡Tres grados a estribor!" Todas las gaviotas obedecieron con presteza, y poco a poco se fueron alejando hacia el horizonte. Pepe quiso seguir leyendo más cosas sobre ellas. Pasó la página, pero el libro hablaba de otros visitantes.