Introduccion a la Península Ibérica antes de la Conquista Romana PDF

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Summary

This document provides an introduction to the history of the Iberian Peninsula before the Roman conquest. It discusses the origins of human settlements, the Paleolithic and Neolithic eras, and the development of early cultures, such as Tartesos. The text highlights the influence of various cultures on the region and the impact of environmental factors on human migration and adaptation.

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**INTRODUCCIÓN. La península Ibérica antes de la conquista de Roma.** Situada en los confines occidentales del continente europeo y separada del africano por un estrecho de aguas profundas y desafiantes, la península Ibérica marcó el límite del mundo conocido durante milenios, por lo que adoptó pro...

**INTRODUCCIÓN. La península Ibérica antes de la conquista de Roma.** Situada en los confines occidentales del continente europeo y separada del africano por un estrecho de aguas profundas y desafiantes, la península Ibérica marcó el límite del mundo conocido durante milenios, por lo que adoptó pronto un carácter de frontera que andado el tiempo no ha perdido. La gran diversidad de espacios físicos y climatológicos, la caprichosa disposición de un relieve que alterna sin solución de continuidad cordilleras, valles fluviales, depresiones, mesetas... fueron condicionantes decisivos de la diversidad cultural del poblamiento humano que la habitó, cuyo origen se sitúa hace 2,3 millones de años. La procedencia de los primeros pobladores sigue siendo un terreno propicio para las especulaciones. Las dos teorías más aceptadas hablan de desplazamientos desde el corazón de Europa o tal vez migraciones desde África a través del estrecho de Gibraltar, entonces cubierto por el hielo en un contexto climatológico dominado por la última de las glaciaciones. Los registros más antiguos de la presencia humana se encuentran en el yacimiento de Atapuerca, en la provincia de Burgos. Con una antigüedad de 1,2 millones de años, las evidencias aquí encontradas marcan el inicio de la prehistoria peninsular. El paleolítico, la más antigua y extensa de las etapas en que se divide la prehistoria es en cierto modo un gran desconocido. Sin embargo, sí sabemos que a lo largo de su vasta cronología se completó el proceso de hominización con la aparición del homo sapiens, última especie homínida y origen de los humanos modernos. Los rigores del clima extremo forzaron el poblamiento en cuevas siguiendo circuitos itinerantes para abastecerse de los recursos de los que dependían la supervivencia: cursos de agua, animales, afloramientos de piedra sílex para fabricar los primeros útiles, etcétera. Todo ello en un estadio cultural básico, dominado por una economía depredadora, pero en el que no obstante empiezan a registrarse inhumaciones y las primeras muestras de arte rupestre que evidencian la aparición de un mundo mágico-religioso en ciernes. La etapa de transición hacia el neolítico se caracterizó por un calentamiento progresivo que puso fin a la era glacial. El aumento de la temperatura generó más precipitaciones y estas a su vez mayor masa arbórea que en último término se tradujo en mayor abundancia de recursos. El consecuente crecimiento demográfico vino acompañado de un singular progreso en los modos de vida con el descubrimiento de la agricultura y la domesticación de las primeras especies de animales. En consecuencia, los grupos humanos tendieron progresivamente a la sedentarización, desarrollando un incipiente urbanismo y apareciendo los primeros poblados estables. Con el neolítico concluye la prehistoria. Aquí la economía pasó de depredadora a productora, si bien la caza y la recolección mantuvieron un protagonismo destacado. Las principales especies vegetales cultivadas eran cereales y leguminosas, mientras que los primeros animales en ser domesticados para el consumo alimenticio fueron ovejas, vacas, cabras y cerdos. Y por supuesto el perro, fiel aliado en las tareas cinegéticas y de pastoreo. Los útiles empleados en las distintas tareas se diversificaron con la aparición de nuevos soportes pétreos más resistentes como el basalto; la industria ósea se perfeccionó y apareció la cerámica. Por lo que respecta al mundo simbólico continuaron practicándose inhumaciones, aunque esta vez acompañadas de ajuares que nos advierten de una diversidad de oficios y de una temprana estratificación social. El mundo simbólico de la prehistoria se completa con la aparición del megalitismo, del que la Península cuenta con algunas muestras destacadas, caso del crómlech de Oianleku en Guipúzcoa, el dolmen de Dombate en Galicia las placas alentejanas al sur de Portugal o, en la isla de Menorca, la Naveta de Tudons. La diversidad de las comunidades humanas se acentuó durante el primer milenio antes de Cristo. Celtas, celtíberos e íberos poblaron la geografía peninsular de norte a sur y de este a oeste, y aunque son conocidos bajo la nomenclatura genérica de pueblos prerromanos, lo cierto es que esconden gran diversidad étnica y cultural. Mención aparte merece Tartesos, considerada la primera civilización genuinamente peninsular aparecida en España, en las actuales provincias de Cádiz y Huelva. Vivió su época dorada durante el siglo VII a. C. al calor de los contactos comerciales que mantenía con las colonias fenicias de la costa, un comercio que se basó en el intercambio de metales extraídos en las minas de Riotinto y Aznalcóllar por productos de lujo importados de Oriente. Por este motivo Tartesos recibió importantes influencias culturales fenicias y también griegas. Según las fuentes antiguas, su organización política se basó en una monarquía sostenida por aristocracias militares. Hacia el siglo VI a. C. comenzó su decadencia, desapareciendo poco después por causas que hoy en día siguen siendo un enigma. Sujetos a la influencia de culturas de procedencia indoeuropea, celtas y celtíberos habitaron el norte y centro peninsular, respectivamente. Componían una gran variedad de pueblos ligados por lazos tribales, dirigidos por aristocracias militares y asentados en campamentos fortificados llamados castros, como los de Numancia en Soria o el de Santa Tecla en A Guardia, Pontevedra; conocían la metalurgia del hierro, practicaban el pastoreo y una agricultura rudimentaria. Asentados preferentemente en el Levante y en los valles del Ebro y del Guadalquivir, los íberos recibieron la poderosa influencia de fenicios y griegos, las primeras civilizaciones históricas que se interesaron por la Península, a la que llegaron atraídos por la riqueza mineralógica que ofrecía su subsuelo y en donde fundaron colonias de gran relevancia histórica como Cádiz y Ampurias. La época de mayor esplendor de la cultura íbera tuvo lugar entre los siglos V y III a. C, empleaban una lengua común desafortunadamente no interpretable en la actualidad, una gran tradición artística (Damas de Elche y de Baza) y abundantes ajuares funerarios que dan noticia de una fuerte estratificación social encabezada por una élite militar. Esta era la situación en la que se encontraba la península Ibérica a la altura del siglo III a. C., cuando sobre ella confluyeron los intereses económicos y estratégicos de los dos grandes imperios que se disputaban el dominio del Mediterráneo: cartagineses y romanos. Las guerras púnicas, como así se conocieron a los sucesivos enfrentamientos entre estas dos potencias, significaron el inicio de la presencia romana en la Península, y con ella su primera unificación cultural.

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