Tema 5. La Economía Durante el Periodo de Entreguerras (1914-1950) PDF
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Este documento describe la economía durante el período de entreguerras (1914-1950), incluyendo datos comparativos sobre el crecimiento del PIB y el PIB per cápita en distintas regiones del mundo antes de 1950. También analiza las consecuencias económicas de la Primera Guerra Mundial.
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70TEMA 5. LA ECONOMIA DURANTE EL PERIODO DE ENTREGUERRAS, 1914-1950 La aceleración del crecimiento económico fue una de las principales características de los cien años posteriores al Congreso de Viena (1815). Esta aceleración estuvo muy vinculada a los procesos de difusión...
70TEMA 5. LA ECONOMIA DURANTE EL PERIODO DE ENTREGUERRAS, 1914-1950 La aceleración del crecimiento económico fue una de las principales características de los cien años posteriores al Congreso de Viena (1815). Esta aceleración estuvo muy vinculada a los procesos de difusión de la industrialización y al fenómeno de la globalización económica. No se puede decir lo mismo por lo que respecta a la primera mitad del siglo XX. Durante este período, la industrialización continuó avanzando, tanto dentro de Europa occidental como en otras zonas de nuestro planeta. La adopción de tecnologías propias de la segunda revolución industrial, lejos de detenerse, se intensificó, favoreciendo un fuerte aumento de la productividad del trabajo en el mundo más desarrollado. Pero, en cambio, las exportaciones mundiales, los flujos migratorios internacionales y las inversiones exteriores crecieron menos entre 1914 y 1950 de lo que lo habían hecho entre 1870 y 1913, mientras que los precios tendieron a divergir durante el primero de los períodos señalados. La globalización del siglo XIX había desembocado en un proceso de desglobalización. Por lo que respecta a la producción mundial, los datos disponibles muestran, además, un proceso de desaceleración de la actividad económica, muy evidente cuando nos centramos en los casos de Europa occidental y oriental. En estas regiones, la tasa de crecimiento anual del PIB per cápita, que entre 1870 y 1913 había sido del 1,4%, aproximadamente, fue inferior al 0,9% durante el período que transcurre de 1913 a 1950. Crecimiento del PIB y el PIB per cápita en varias regiones del mundo antes de 1950 PIB PIB per cápita 1870-1913 1913-1950 1870-1913 1913-1950 Europa occidental 2,1 1,2 1,3 0,8 Europa oriental 2,3 0,9 1,4 0,6 Rusia/URSS 2,4 2,2 1,1 1,8 Nuevas Europas 3,9 2,8 1,8 1,6 América Latina 3,5 3,4 1,9 1,4 Asia 1,1 1,0 0,5 0,1 África 1,3 2,6 0,6 0,9 Mundo 2,1 1,8 1,3 0,9 Los hechos que acabamos de señalar pueden explicarse con una cierta facilidad. El estallido de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) tuvo unas consecuencias económicas y sociales muy negativas, especialmente en Europa. La política económica seguida por la mayoría de los principales países beligerantes tampoco favoreció los movimientos internacionales de bienes y factores. Finalmente, las perturbaciones originadas por la Gran Guerra y un crecimiento económico desequilibrado acabaron desembocando en la crisis económica de los años treinta y, a la larga, en la Segunda Guerra Mundial (1939- 1945). Analizar por qué ocurrió así es lo que se propone este módulo, que empieza con el estallido del primer gran conflicto bélico mundial. El primer conflicto bélico global: 38 países y 60 % población mundial (950 millones) 1. Las consecuencias económicas de la guerra La Primera Guerra Mundial había acabado. La normalidad parecía que estaba a punto de volver. Un espejismo. La guerra había provocado cambios de una magnitud extraordinaria. ¿Cuál fue el legado de la Primera Guerra Mundial? Los historiadores económicos acostumbramos a distinguir entre las consecuencias provocadas directamente por la guerra y las derivadas de los diferentes tratados de paz firmados después del conflicto. Con relación a las primeras, hay una muy evidente: la destrucción. En capacidad destructiva, la Primera Guerra Mundial tuvo ciertamente pocos rivales. El número de muertos durante el período bélico fue extraordinariamente elevado, superior al de cualquier otro conflicto anterior. No es quizá tan extraño si consideramos que la Primera Guerra Mundial fue también la primera gran guerra de la era industrial. El cambio técnico había sido esencial para producir más y mejores bienes. Aplicado a la industria militar, permitía desarrollar un armamento más moderno y con mayor capacidad destructiva. Las estimaciones existentes sitúan entre 7,5 y 9,5 millones el número de bajas producidas entre el personal militar. La cantidad final de pérdidas de vidas humanas aumenta todavía más si a las cifras mencionadas sumamos la de los civiles muertos durante las batallas o como consecuencia del hambre o las enfermedades. Algunos autores hablan de más de 11 millones de muertos (aproximadamente el 3,5% de la población europea), sin contar Rusia. Esta cifra se podría duplicar si se incluyeran las muertes de este último país, parte de las cuales se produjeron durante la guerra civil que siguió a la Revolución de 1917. El balance demográfico final todavía resultaría más negativo si sumáramos además el déficit de nacimientos que se produjo durante los años de guerra, así como las otras muertes relacionadas indirectamente con el conflicto. En cualquier caso, los costes de la guerra en términos de vidas humanas, y también de capital humano, fueron altísimos. La destrucción de activos físicos fue otra consecuencia directa de la guerra. En este sentido, el arrasamiento de infraestructuras resultó particularmente intenso. Francia, Bélgica y algunos países de Europa oriental sufrieron las peo- res consecuencias. Pero una vez más vuelve a ser difícil averiguar su magnitud. Algunas de las estimaciones realizadas durante los años de entreguerras señalan que la pérdida de capital físico destruido fue el equivalente a 1/30 parte del patrimonio original o, lo que es lo mismo, a 3 o 4 años de formación neta de capital. Otros cálculos se centran en el impacto de la guerra sobre la producción. Según dichos cálculos, la guerra habría provocado que el nivel de producción industrial europeo que se habría logrado en 1921, en ausencia de conflicto, no se alcanzara hasta 1929, ocho años después. Los datos actualmente disponibles ponen además de manifiesto que Europa occidental no recuperó el PIB que tenía en 1913 hasta 1924, seis años después de haber finalizado el conflicto armado. La guerra tuvo una fuerte capacidad destructiva. Pero a pesar del alcance y el dramatismo de la destrucción, su impacto final fue relativamente moderado. Atendiendo a las consecuencias a largo plazo, las secuelas más importantes de la guerra fueron otras. Las primeras se tienen que situar en el ámbito monetario y financiero y están relacionadas con el proceso de financiación del conflicto armado. En efecto, las necesidades bélicas hicieron crecer rápidamente el gasto público, que aumentó en Francia, Alemania o el Reino Unido entre 5 y 6 veces con relación al PIB. Este aumento del gasto necesitaba ser financiado. Una de las posibles soluciones era aumentar los impuestos a la población. La otra consistía en movilizar el ahorro privado del interior del país a partir de la emisión -y posterior colocación– de Deuda pública a corto plazo. Los gobiernos de los países beligerantes siguieron ambas vías de financiación. Pero el éxito fue moderado y los recursos que se con- siguieron a partir de estos dos mecanismos se revelaron insuficientes. El Gobierno británico, el que más utilizó el aumento de los tributos, solo consiguió financiar por esta vía una tercera parte de su gasto militar. No parece extraño en una coyuntura bélica. Por eso se acabó haciendo uso de otro mecanismo de financiación interna: la emisión de billetes. Las autoridades gubernativas de la época emitían títulos de Deuda pública, que eran monetizados por el banco central del país. De una manera u otra, lo que estaban haciendo los bancos centrales de los países beligerantes era simplemente adelantar dinero a los gobiernos que, a su vez, lo empleaban para financiar el aumento del gasto público derivado de las necesidades bélicas. Esta forma de financiar una parte del gasto público podía tener algunas ventajas. Pero también tenía inconvenientes. El primero se tiene que relacionar con el patrón oro. Como consecuencia, el sistema monetario vigente antes de la Primera Guerra Mundial dejó de funcionar después de 1914. Circulación monetaria, precios al consumo y tipo de cambio en Alemania, Francia y el Reino Unido, 1914-1919 (1913=100) Tipo de cambio en dólares Circulación monetaria Precios al consumo por marco, franco o libra Reino Reino Reino Alemania Francia Alemania Francia Alemania Francia Unido Unido Unido 1914 103 129 124 103 100 100 99 102 101 1915 276 217 118 129 120 124 87 93 98 1916 351 275 123 170 134 143 76 88 98 1917 460 350 140 253 162 176 73 90 98 1918 699 486 191 313 212 200 53 92 98 1919 1.424 613 266 415 267 219 13 71 91 La segunda consecuencia derivada de los mecanismos utilizados en la financiación de la guerra se ha de vincular a la capacidad de compra de las monedas. La expansión monetaria que se produjo durante la guerra, junto con las restricciones desde el lado de la oferta, impulsaba los precios al alza. Los controles existentes por parte de las autoridades pudieron atenuar la subida, pero no la eliminaron. La inflación aumentó y, como consecuencia, se produjo una pérdida de capacidad de compra de las divisas tanto en el interior como en el exterior del país. Uno y otro aspecto –la salida del patrón oro y la pérdida de valor de las monedas– son importantes. La guerra había originado unos desequilibrios monetarios y financieros que condicionarán el proceso de reconstrucción de la década de 1920. Pero no fueron estos los únicos desequilibrios provocados por el conflicto. Otro hecho se acabó convirtiendo en muy relevante durante el proceso de reconstrucción: el endeudamiento de los países aliados con Estados Unidos. El contexto en el que se produjo es muy conocido. Con el estallido del conflicto armado, el comercio disminuyó y la economía mundial entró en una fase de desintegración. No es de extrañar, ya que el transporte marítimo se había vuelto más peligroso y costoso, una consecuencia del bloqueo británico, de los ataques submarinos alemanes y, en definitiva, de la guerra. Paralelamente, los gobiernos de los países beligerantes introdujeron controles, cuotas y prohibiciones en los intercambios comerciales con el objetivo de aumentar sus disponibilidades internas de armas, materias primas y alimentos. Ello acabó desembocando en una situación nueva: los países en guerra redujeron las exportaciones, pero al mismo tiempo aumentaron las importaciones en un intento de asegurarse los recursos necesarios. Para los países beligerantes, el resultado final de estos movimientos en las exportaciones y las importaciones fue, evidentemente, un aumento del déficit comercial. Este déficit se financió sobre todo con los préstamos recibidos del exterior, que, en el caso de los países aliados, procedían mayoritariamente de Estados Unidos, un país que a partir de 1914 experimentó una fuerte expansión de sus exportaciones y un creciente superávit comercial gracias a las ventas de armas, alimentos y otros productos estratégicos. Finalizada la guerra, Estados Unidos reclamó a los países aliados la liquidación de la deuda acumulada. La situación era muy compleja. La deuda externa de estos últimos era de casi 12.000 millones de dólares corrientes, de los que en torno a un 40% correspondían al Reino Unido. Pero los británicos –que a su vez ocupaban una posición acreedora– necesitaban cobrar de sus deudores para poder hacer frente a las obligaciones que tenían con Estados Unidos. Y eso no era tan fácil. Las autoridades norteamericanas no estaban dispuestas a hacer ninguna concesión en cuanto al pago de las deudas interaliadas. Afectados por la destrucción bélica y la falta de capital, Francia –el principal deudor neto– y otros países solo veían una salida a la situación: que los países vencidos pagaran en concepto de reparaciones de guerra. Esta cuestión la trataremos más adelante. Ahora solo es necesario señalar que se trata de un tema de gran importancia para entender la evolución de la economía alemana y de la europea en la posguerra. Además de los aspectos ya mencionados, la guerra también transformó varios ámbitos de la economía internacional. El estallido del conflicto obligó a las potencias beligerantes del Viejo Continente a orientar su aparato productivo a las finalidades bélicas. La producción de bienes de consumo perdía impulso, mientras lo ganaban las industrias de guerra. La actividad exportadora disminuía, debido tanto a las distorsiones provocadas por el mismo conflicto como a los controles y limitaciones que imponían las autoridades. La capacidad financiera del Reino Unido o Francia se debilitaba. Y la producción agraria decaía, muy afectada por la movilización de la mano de obra masculina, la escasez de animales y fertilizantes y la destrucción. Estos hechos tuvieron importantes consecuencias con relación a la nueva posición que tendría que ocupar el Viejo Continente en la economía internacional, empezando por la industria. La reducción de las exportaciones europeas de bienes manufacturados favoreció el desarrollo del proceso de industrialización en países que anteriormente importaban dichos productos. También impulsó la presencia en América Latina y Asia de manufacturas procedentes de Estados Unidos y Japón. A las potencias industriales del Viejo Continente no les fue nada fácil recuperar los antiguos mercados una vez acabada la guerra. A los problemas internos se añadieron las dificultades externas, generalmente derivadas del creciente proteccionismo que caracterizó a la época. Las barreras arancelarias aumentaron por todas partes, también en los países en los que había surgido una industria naciente. Sin duda, la guerra había alterado el orden económico tradicional y obligaba a las potencias beligerantes europeas a realizar una reconversión industrial y cambiar sus pautas comerciales. El proceso fue generalmente lento e incompleto. Como consecuencia, la participación europea en la producción y el comercio mundiales de manu- facturas bajó a finales de la década de 1920 con respecto a la de los años anteriores a la guerra. La economía europea había quedado profundamente afectada por el impacto de la guerra. El papel que había de tener el Estado también. Durante los años del conflicto bélico, la presencia del Estado en la economía aumentó rápidamente. Las autoridades gubernativas empezaron a intervenir con el objetivo de orientar los recursos económicos a las necesidades militares y, de este modo, asegurar el acceso a los productos estratégicos. Enseguida se establecieron controles sobre varias actividades productivas, se racionaron los alimentos a la población y se aprobaron cuotas y prohibiciones en los intercambios comerciales. La economía quedó fuertemente sujeta a la supervisión del Esta- do. La presencia del sector público en la economía también aumentó a partir de otra vía: el gasto público. Las necesidades bélicas hicieron crecer –como ya hemos señalado anteriormente– el nivel de gasto público y, por esta vía, la presencia del Estado en la economía. Un dato será suficiente para mostrarlo: en 1918, el gasto público en Francia, Alemania o el Reino Unido representaba alrededor del 50% de la economía de estos tres países. Evolución del gasto público en varios países entre 1910 y 1930 (% del PIB) La finalización del conflicto moderó el papel del Estado en la economía. Los controles, intervenciones y supervisiones característicos del período bélico desaparecieron. El gasto público se redujo. Y, considerada globalmente, la presencia del Estado se debilitó en comparación con el período 1914-1918. Pero de ningún modo se volvió a la situación de antes del estallido del conflicto. El Estado continuó influyendo en diversos ámbitos de la vida económica y, sobre todo, empezó a tener un papel mucho más activo en la política social de posguerra. De hecho, el nivel de gasto público (siempre con relación al PIB) de 1929 era mucho más elevado que el de 1913. Los datos presentados en la tabla 4 lo ponen de manifiesto. Y permiten añadir un comentario adicional: la guerra había hecho tolerables niveles más altos de presión impositiva. Como consecuencia de ello, los gobiernos de la década de 1920 pudieron disponer de más recursos que los de antes del conflicto y, por lo tanto, disfrutaban de mayor capacidad de influencia en la economía. No eran los únicos. La guerra también favoreció la extensión de la democracia y, por lo tanto, la influencia de la población en los asuntos públicos. Las nuevas leyes electorales ampliaron el sufragio masculino y, finalmente, otorgaron el derecho de voto a la población femenina. Habían sido los hombres y mujeres pertenecientes a las clases populares de la sociedad los que más habían contribuido al esfuerzo bélico. Resultaba difícil continuar manteniéndolos marginados del sistema político. El aumento del gasto social y el establecimiento de un marco legislativo más favorable a las clases trabajadoras durante los años de posguerra son difíciles de explicar sin tener presente la mayor influencia de las organizaciones obreras. Además, durante las hostilidades -y con el objetivo de mantener la lealtad y justificar los sufrimientos- los gobiernos hubieran realizado promesas de una vida mejor en el futuro. Finalmente, y como consecuencia de la guerra, las penurias de la población también hubieran aumentado. La guerra tuvo una fuerte capacidad destructiva. Pero a pesar de su alcance y dramatismo, el impacto final de la destrucción fue relativamente moderado. La guerra había provocado problemas monetarios y financieros, alterado los flujos comerciales y de capital, modificado la distribución de la industria y la marcha de la agricultura y, finalmente, trans- formado el papel del Estado en la economía y la naturaleza del sistema político. Atendiendo a sus consecuencias a largo plazo, que se acaban de mencionar son las secuelas más importantes de la guerra. Con relación a tiempo pasados, unas y otras acarrearon el fin del orden económico liberal vigente hasta entonces y significaron un freno al proceso de globalización económica que lo había acompañado. Con relación a tiempos futuros, transformaron con tanta intensidad la política y la economía de los países individualmente y del mundo en su conjunto que hizo muy difícil volver a un período de estabilidad y crecimiento económico equilibrado. La manera como se negoció la paz toda- vía lo haría más complicado. 2. Las consecuencias económicas de la paz La Paz de París, como se conoce el acuerdo de posguerra, en lugar de intentar resolver los serios problemas económicos causados por la conflagración, los exacerbó. No fue esta la intención de los firmantes (excepto en lo referido al tratamiento de Alemania), simplemente no tuvieron en cuenta la realidad económica. Los tratados de paz dieron lugar a dos tipos principales de problemas económicos: el crecimiento del nacionalismo económico y los problemas monetarios y financieros. No se puede culpar solamente a los tratados de paz de ambos problemas, sin embargo, añadieron dificultades en lugar de reducirlas. Los tratados concretos se designaron con los nombres de los lugares de las afueras de París en los cuales fueron firmados. El más importante fue el Tratado de Versalles, con Alemania. Devolvió Alsacia y Lorena a Francia y permitió a los franceses ocupar la rica cuenca hullera del valle del Sarre durante quince años. Dio la mayor parte de Prusia Occidental y parte de la Alta Silesia, rica en yacimientos, a la recién creada Polonia. Junto con otros ajustes menores en las fronteras, privó a Alemania del 13% de su territorio anterior a la guerra y un 10% de su población de 1910. Estas pérdidas incluyeron casi el 15% de su tierra cultivable, unos tres cuartos de su mineral de hierro, la mayor parte de su mineral de zinc y una cuarta parte de sus recursos carboníferos. Por supuesto, sus colonias en África y en el Pacífico habían sido ya ocupadas por los aliados (Japón entre ellos), que quedaron ratificados en su posesión. Además, Alemania tuvo que rendir su armada, grandes cantidades de armas y munición, la mayor parte de su flota mercante, 5.000 locomotoras, 150.000 vagones, 5.000 camiones y otros productos. También tuvo que aceptar restricciones en sus fuerzas armadas, la ocupación de Renania por parte de los aliados durante quince años y otras condiciones perjudiciales o sencillamente humillantes. La más humillante fue la famosa cláusula de «culpabilidad de guerra», el artículo 231 del Tratado de Versalles, que declaraba que Alemania aceptaba «la responsabilidad de Alemania y sus aliados por haber causado todas las pérdidas y daños... como consecuencia de la guerra...». La declaración pretendía justificar las reclamaciones de los aliados de «indemnizaciones» monetarias, pero los mismos aliados estaban tan divididos acerca de la naturaleza y cantidad de las indemnizaciones, que no pudieron ponerse de acuerdo a tiempo para la firma del tratado y tuvieron que nombrar una Comisión de Indemnizaciones que debía redactar un informe para el 1 de mayo de 1921. John Maynard Keynes, consejero económico de la delegación británica en la conferencia de paz, estaba tan en desacuerdo que renunció a su puesto y escribió un famoso libro, Las consecuencias económicas de la paz, en el que predecía calamitosas consecuencias, no sólo para Alemania, sino para el resto de Europa, si no se revisaban las cláusulas de las indemnizaciones. Aunque el razonamiento de Keynes ha sido discutido, el posterior curso de los acontecimientos pareció confirmar sus predicciones. La desmembración del Imperio austro-húngaro en las últimas semanas de la guerra tuvo como resultado la creación de dos nuevos estados, Austria y Hungría, ambos mucho más pequeños que las antiguas zonas del mismo nombre. Checoslovaquia, creada a partir de provincias antes austríacas y húngaras, y Polonia, reconstituida con territorios de Austria, Alemania y (sobre todo) de Rusia, también se convirtieron en nuevas naciones-estado. Serbia obtuvo las provincias eslavas de Austria-Hungría y, unida a Montenegro, se convirtió en Yugoslavia. Rumanía, aliada con las potencias occidentales, obtuvo mucho territorio de Hungría, mientras que Bulgaria, como enemigo derrotado, perdió territorio en favor de Grecia, Rumanía y Yugoslavia. Italia ganó Trieste, el Trentino y el sur del Tirol germanoparlante de Austria. El viejo Imperio otomano perdió prácticamente todos sus territorios en Europa, excepto la región interior inmediata a Estambul, así como las provincias árabes de Oriente Próximo; en 1922 sucumbió en una revolución tras la cual se creó la República Nacional Turca. El Imperio austro-húngaro anterior a la guerra, aunque anacrónico políticamente, había realizado una función económica valiosa creando una amplia área de libre comercio en la cuenca del Danubio. Los nuevos estados que surgieron del desmembramiento del imperio, envidiosos unos de otros y temerosos del dominio de una gran potencia, defendieron su categoría de nación en la esfera económica, tratando de hacerse autosuficientes. Aunque la autosuficiencia completa era manifiestamente imposible debido a su pequeño tamaño y al atraso de sus economías, sus esfuerzos por conseguirla obstaculizaron la recuperación económica de toda la región y agravaron su inestabilidad. El colmo del absurdo se produjo con la interrupción del transporte. Inmediatamente después de la guerra, con las fronteras en disputa y continuas escaramuzas fronterizas, los países sencillamente se negaban a permitir que los trenes salieran de su territorio. Durante un tiempo, el comercio casi llegó a paralizarse por completo. Finalmente, algunos acuerdos superaron estos extremos de nacionalismo económico, pero otros tipos de restricciones se mantuvieron. El nacionalismo económico no se limitó a los nuevos estados que surgieron del desmembramiento de imperios. Durante su guerra civil, Rusia desapareció de la economía internacional. Cuando reapareció bajo el régimen soviético, sus relaciones económicas se llevaron de forma completamente diferente a cualquier otra que hubiera habido antes. El Estado se convirtió en el único comprador y vendedor en el comercio internacional. Compraba y vendía sólo aquello que sus dirigentes políticos consideraban estratégicamente necesario o conveniente. En Occidente, países que con anterioridad habían dependido fuertemente del comercio internacional recurrieron a diversas restricciones, incluyendo no sólo aranceles proteccionistas, sino también medidas más drásticas, como cuotas de artículos importados y prohibiciones a la importación. Al mismo tiempo, intentaron estimular sus propias exportaciones mediante subvenciones a la exportación y otras medidas. Gran Bretaña, antes adalid del libre comercio internacional, había impuesto aranceles durante la guerra como medida de financiación de guerra para salvaguardar su espacio de navegación. Los aranceles se mantuvieron (y aumentaron tanto en número como en proporción) después de la guerra, al principio como algo «temporal», pero a partir de 1932 como política proteccionista oficial. Gran Bretaña también negoció numerosos tratados bilaterales de comercio en los que abandonaba el principio de nación más favorecida que tanto había contribuido a la extensión del comercio en el siglo XIX. Estados Unidos, que ya tenía aranceles relativamente altos antes de la guerra, los subió después a niveles sin precedentes. La Ley de Emergencia Arancelaria de 1921 estableció un embargo absoluto de las importaciones de tintes alemanes. (La industria de los tintes ni siquiera había existido en Estados Unidos antes de la guerra; empezó con la confiscación de los derechos de patente alemanes durante la guerra.) La Ley de Aranceles Fordney-McCumber de 1922 contenía las tarifas más altas de toda la historia arancelaria americana, pero incluso éstas fueron superadas por el arancel Smoot-Hawley en 1930, al que el presidente Hoover dio vía libre como ley a pesar de las notorias protestas de más de un millar de economistas. Las adversas consecuencias de este neomercantilismo, como se llamó a esta política, no frenaron la aplicación inmediata de las leyes en cuestión. Cada nueva medida de restricción provocaba represalias de otras naciones cuyos intereses se veían afectados. Por ejemplo, tras la aprobación del arancel Smoot-Hawley, decenas de países respondieron de inmediato con la elevación de sus aranceles contra los productos americanos. Aunque el comercio mundial total se había duplicado en las dos décadas anteriores a la guerra, casi nunca llegó al nivel anterior a ésta en las dos décadas posteriores a la misma. Durante el mismo período, el comercio exterior de los países europeos, que también se había duplicado en las dos décadas previas a la guerra, logró igualar la cifra de antes de la guerra, salvo un único año: 1929. En 1932 y 1933 fue más baja que en 1900. Un nacionalismo económico tan exagerado produjo el efecto contrario al que pretendían los que lo instauraron: niveles de producción y renta más bajos, en lugar de más altos. Los trastornos financieros y monetarios causados por la guerra y agravados por los tratados de paz llevaron al derrumbamiento de la economía internacional. El problema de las indemnizaciones estaba en el fondo de estos desórdenes, pero el «enredo de las indemnizaciones» era en realidad un complejo problema que implicaba a las deudas de guerra entre aliados y a todo el mecanismo financiero internacional. La insistencia de los estadistas aliados, especialmente de los norteamericanos, en tratar cada asunto de forma aislada en lugar de reconocer relaciones entre ellos, fue uno de los factores fundamentales del posterior desastre. Hasta 1917 Gran Bretaña fue la principal financiera del esfuerzo de guerra aliado. Para entonces había prestado unos 4.000 millones de dólares a sus aliados. Cuando Estados Unidos entró en la guerra, pasó a desempeñar el papel de aquélla, cuyos recursos financieros estaban casi agotados. En conjunto, al final de la guerra las deudas entre los aliados ascendían a más de 20.000 millones de dólares, de las cuales aproximadamente la mitad habían sido prestados por el gobierno norteamericano (incluidos más de 2.000 millones adelantados por la Agencia de Ayuda Americana entre diciembre de 1918 y 1920). Gran Bretaña había adelantado unos 7.500 millones de dólares, más o menos el doble de lo que había recibido de Estados Unidos, y Francia, unos 2.500 millones, la misma cantidad, aproximadamente, que había pedido prestada. Entre los aliados europeos los préstamos habían sido sólo nominales; esperaban cancelarlos al final de la contienda. Naturalmente consideraban los préstamos americanos bajo la misma perspectiva, sobre todo teniendo en cuenta que Estados Unidos había entrado en la guerra más tarde, había contribuido menos en soldados y en material, y había sufrido daños de guerra insignificantes. Estados Unidos, sin embargo, consideraba los préstamos como asuntos comerciales. Aunque consintió después de la guerra en reducir los tipos de interés y alargar el plazo de devolución, insistió en el pago de todo el principal. En este punto surgió el problema de las indemnizaciones. Francia y Gran Bretaña exigían que Alemania les pagara no sólo los daños a civiles (las indemnizaciones propiamente dichas), sino también el coste total en que habían incurrido los gobiernos aliados para continuar la guerra (una reparación económica). El presidente Wilson no reclamaba nada para Estados Unidos y trató de disuadir a los otros países de que presionaran en ese sentido, pero su argumento carecía de fuerza, ya que insistía en que los aliados debían pagar sus deudas de guerra. Los franceses, por su parte, querían que Estados Unidos cancelara las deudas de guerra, pero se empeñaban en cobrar las indemnizaciones. Lloyd George, el primer ministro británico, propuso la cancelación tanto de las indemnizaciones como de las deudas de guerra, pero los americanos se negaban con insistencia a reconocer cualquier tipo de relación entre ambas. La actitud americana se resumió en un comentario hecho más tarde por el presidente Coolidge: «Pidieron prestado el dinero, ¿no?». El compromiso final exigía a los alemanes pagar tanto como los aliados pensaban que podían obtener, pero en deferencia a Wilson la cantidad total fue llamada «indemnizaciones». Mientras tanto, los alemanes habían empezado a pagar en efectivo y en especie (carbón, productos químicos y otros bienes) ya en agosto de 1919, antes incluso de que se firmara el tratado, y mucho antes de que se conociera el monto total. Estos pagos se hicieron a cuenta de la deuda definitiva total. Finalmente, a finales de abril de 1921, sólo unos días antes de la fecha tope del 1 de mayo, la Comisión de Indemnizaciones informó a los alemanes que el total ascendería a 132.000 millones de marcos de oro (unos 33.000 millones de dólares), una suma que suponía más del doble de la renta nacional alemana. En realidad, con las economías europeas debilitadas y el precario estado de la economía internacional, Francia, Gran Bretaña y los restantes aliados sólo podían pagar a Estados Unidos si recibían una cantidad equivalente en indemnizaciones. Pero la capacidad de Alemania para amortizarlas dependía en última instancia de que pudiera exportar más de lo que importaba y conseguir así las divisas o el oro con que hacer los pagos. Las restricciones económicas impuestas por los aliados, no obstante, junto a la debilidad interna de la República de Weimar, hicieron imposible que el gobierno alemán obtuviera excedente suficiente como para realizar sus pagos anuales. A finales del verano de 1922, el valor del marco alemán empezó a descender de forma alarmante como consecuencia de la fuerte presión de los pagos de guerra (y también como resultado de la actuación de los especuladores). A final de año, la presión era tan grande que Alemania suspendió los pagos por completo. En enero de 1923, tropas francesas y belgas ocuparon el Ruhr e intentaron obligar a los propietarios y trabajadores de las minas alemanas a extraer y entregar el carbón. Los alemanes replicaron con una resistencia pasiva. El gobierno imprimió ingentes cantidades de papel moneda para compensar los pagos a los trabajadores y empresarios del Ruhr, lo que provocó una oleada de inflación incontrolada. En 1914, el cambio del marco de oro alemán estaba en 4,2 por dólar. Al final de la guerra, el marco en billete estaba a 14 respecto al dólar; en julio de 1922 había caído a 493, y en enero de 1923, a 17.792. A partir de entonces la depreciación continuó exponencialmente hasta el 15 de noviembre de 1923, cuando la última transacción oficial registró un valor de cambio para el dólar de 4,2 billones (¡4.200.000.000.000!). El marco valía menos que el papel en el que estaba impreso. Llegado este punto las autoridades monetarias alemanas desmonetizaron el marco y lo sustituyeron por una nueva unidad monetaria, el rentenmark, que equivalía a un billón de marcos antiguos. Las consecuencias negativas de la inflación no afectaban tan sólo a Alemania. Todos los estados herederos de la vieja monarquía de los Habsburgo, Bulgaria, Grecia y Polonia sufrieron una inflación galopante similar. La paridad de la corona austríaca era de cinco por dólar; en agosto de 1922 se cotizó a 83.600, momento en el que la Sociedad de Naciones patrocinó un programa de estabilización que alcanzó su objetivo en 1926, con la introducción de una nueva unidad monetaria, el schilling. Incluso el franco francés se vio afectado: antes de la guerra, el franco de oro se cotizaba al cinco por dólar, pero en 1919 había caído a menos de la mitad, once por dólar. Durante la ocupación francesa del Ruhr subió al principio, para caer después bruscamente cuando se hizo patente que la ocupación no conseguía su propósito. Tras alcanzar un mínimo de 40 por dólar, el gobierno finalmente estabilizó el franco a 25,5 en 1926. Como Keynes había predicho, la economía internacional se enfrentaba a una grave crisis. Los franceses se retiraron del Ruhr a finales de 1923 sin haber conseguido su objetivo, la reanudación del pago de las indemnizaciones alemanas. Una comisión internacional convocada precipitadamente bajo la presidencia de Charles G. Dawes, un banquero inversor americano, recomendó una rebaja en los pagos anuales de las indemnizaciones, la reorganización del Reichsbank alemán y un préstamo internacional de 800 millones de marcos (unos 200 millones de dólares) a Alemania. El llamado Préstamo Dawes, que en su mayor parte salió de Estados Unidos, permitió a Alemania reasumir los pagos de las indemnizaciones y volver al patrón oro en 1924. Fue seguido de una afluencia de capital americano hacia Alemania en forma de préstamos privados a los municipios alemanes y empresas, que obtuvieron muchos empréstitos de Estados Unidos y utilizaron las ganancias para la «racionalización» y modernización técnica. Con el tiempo, el gobierno alemán obtuvo las divisas que necesitaba para pagar las indemnizaciones. La terrible inflación dejó profundas cicatrices en la sociedad alemana. Su desigual incidencia entre los individuos tuvo como consecuencia drásticas redistribuciones de la renta y la riqueza. Mientras que unos pocos especuladores astutos ganaban enormes fortunas, la mayoría de los ciudadanos, especialmente las clases medias bajas y aquellos que vivían de un sueldo fijo (pensionistas, accionistas y muchos empleados asalariados), vieron esfumarse sus modestos ahorros en cuestión de meses o semanas y sufrieron un importante descenso de su nivel de vida. Esto les hizo vulnerables a los mensajes de políticos extremistas. Resulta significativo que tanto comunistas como nacionalistas aumentaran notablemente su representación parlamentaria a costa de los partidos democráticos moderados en las elecciones al Reichstag de 1924. Nuevo mapa político y económico de Europa: fragmentación y proteccionismo A pesar de los problemas de Gran Bretaña, la mayor parte de Europa prosperó a finales de la década de 1920. Durante cinco años, desde 1924 hasta 1929, pareció que realmente había vuelto la normalidad. La reparación de los daños físicos se había llevado a cabo en gran parte, los problemas más urgentes e inmediatos de la posguerra se habían resuelto y, bajo los auspicios de la recién creada Sociedad de Naciones, había amanecido aparentemente una nueva era de relaciones internacionales. La mayoría de los países, sobre todo Estados Unidos, Alemania y Francia, experimentaron un período de prosperidad. Aun así, las bases de esa prosperidad eran frágiles y dependían de que la corriente de fondos que América enviaba voluntariamente a Alemania no se interrumpiera Keynes criticó duramente las desastrosas consecuencias que la aplicación del tratado tendría para la economía alemana y europea. Las desorbitadas indemnizaciones y reparaciones impuestas a Alemania no resolverían los problemas económicos de Europa, sino que los agravaría a corto y medio plazo. Sobre el tratado dice “No les interesaba la vida futura de Europa, no les inquietaban sus medios de vida. Sus preocupaciones [..] se referían a las fronteras y a las nacionalidades, al equilibrio de las Potencias, a los engrandecimientos imperiales, al logro del debilitamiento para el porvenir de un enemigo fuerte y peligroso, a la venganza, y a echar sobre las espaldas del vencido la carga financiera insoportable de los vencedores” …“El Tratado no incluye ninguna disposición para lograr la rehabilitación económica de Europa; nada para colocar a los Imperios centrales, derrotados, entre buenos vecinos [..] ni promueve en forma alguna la solidaridad económica estrecha entre los mismos aliados”. “El peligro que nos acosa [..] es el descenso rápido del nivel de vida de las poblaciones europeas [el hambre y la miseria] pueden acabar de trastornar [..] y hundir la civilización”. Para después predecir que “Si lo que nos proponemos es que [..] Alemania no pueda adquirir siguiera una mediana prosperidad [..] si deseamos que, año tras año, Alemania sea empobrecida y sus hijos de mueran de hambre y enfermen [..] Si nosotros aspiramos deliberadamente al empobrecimiento de la Europa central, la venganza, no dudo en predecirlo, no tardará” (pág. 95). Los horrores de esta guerra [..] serán insignificante comparados con la última [,,,] y se destruirá la civilización y el progreso de nuestra generación. …. 19 años y 10 meses después comenzará la Segunda Guerra Mundial. 3. La Crisis del 29 A diferencia de Europa, Estados Unidos salió de la guerra más fuerte que nunca. Sólo en términos económicos había pasado de ser deudor a acreedor, se había hecho con nuevos mercados en su país y en el extranjero a costa de los productores europeos, y había establecido una balanza comercial muy favorable. Con sus numerosos mercados, su creciente población y su rápido avance tecnológico, parecía haber encontrado la clave para la prosperidad perpetua. Aunque vivió una aguda depresión en 1920-1921 junto con Europa, la caída resultó ser breve y durante casi una década su creciente economía experimentó tan sólo fluctuaciones menores. Los críticos sociales que insistían en las vergonzosas condiciones de los barrios bajos urbanos y rurales o que hacían notar que la nueva prosperidad era compartida de forma muy desigual por las clases medias urbanas, por una parte, y los obreros industriales y los agricultores, por otra, fueron rechazados por aquéllos como chiflados que no compartían el sueño americano. Para ellos, la «nueva era» había llegado. En el verano de 1928, los bancos y los inversores americanos comenzaron a restringir la compra de obligaciones alemanas y de otros países para invertir sus fondos a través de la Bolsa de Nueva York, que empezó consecuentemente a subir de forma espectacular. Durante el alza especulativa del «gran mercado alcista», muchas personas con ingresos modestos se vieron tentadas de comprar acciones a crédito. A finales del verano de 1929, Europa estaba sintiendo ya la presión del cese de las inversiones estadounidenses en el extranjero, e incluso la economía americana había dejado de crecer. El producto nacional bruto norteamericano llegó a su máximo en el primer cuarto de 1929, para después ir bajando de forma gradual; la producción de automóviles norteamericana descendió de 622.000 vehículos en marzo a 416.000 en septiembre. En Europa, Gran Bretaña, Alemania e Italia estaban viviendo ya las angustias de una depresión, pero, con los precios de las acciones en alza continua, los inversores norteamericanos y los funcionarios públicos prestaron escasa atención a estos signos preocupantes. El 24 de octubre de 1929 -el «jueves negro» de la historia financiera americana- una ola de pánico provocó una venta masiva de acciones en la Bolsa, haciendo que los precios de éstas cayeran en picado y eliminando millones de dólares en valores ficticios de papel. Otra oleada de venta se produjo el 29 de octubre, el «martes negro». El índice de los precios de la Bolsa, que tuvo su punto máximo en 381 el 3 de septiembre (1926 = 100), cayó a 198 el 13 de noviembre..., y siguió cayendo. Los bancos exigieron el pago de los préstamos, forzando aún más a los inversores a lanzar sus acciones al mercado al precio que quisiera dárseles. Los americanos que habían invertido en Europa dejaron de hacerlo y vendieron su activo allí para repatriar los fondos. A lo largo de 1930 continuó la retirada de capital de Europa, situando a todo el sistema financiero bajo una presión insoportable. Los mercados financieros se estabilizaron, pero los precios de las mercancías bajaban cada vez más, transmitiendo la presión a productores como Argentina y Australia. La quiebra de la Bolsa no fue la causa de la recesión -ésta ya había comenzado, en Estados Unidos y también en Europa-, pero fue una clara señal de que estaba en marcha. La producción mensual de automóviles en Estados Unidos descendió a 92.500 unidades en diciembre, y el desempleo en Alemania alcanzó los dos millones. En los tres primeros meses de 1931, el total del comercio internacional había descendido a menos de dos tercios del valor alcanzado en el mismo período de 1929. En mayo de 1931, el Creditanstalt austríaco, de Viena, uno de los bancos más grandes e importantes de Europa Central, suspendió sus pagos. Aunque el gobierno austríaco congeló los activos bancarios y prohibió la retirada de fondos, el pánico se extendió a Hungría, Checoslovaquia, Rumanía, Polonia y, en especial, a Alemania, donde la retirada a gran escala de fondos tuvo lugar en junio, provocando la quiebra de varios bancos. Según los términos del Plan Young, que había reemplazado al Plan Dawes en 1929 como medio para arreglar el problema de las indemnizaciones, Alemania estaba obligada a hacer un pago más de indemnizaciones el 1 de julio. En Estados Unidos, el presidente Hoover, forzado por las circunstancias a reconocer la interdependencia de las deudas de guerra y las indemnizaciones, propuso el 20 de junio una moratoria de un año en todos los pagos intergubernamentales de deudas de guerra e indemnizaciones, pero era demasiado tarde para contener el pánico. Francia contemporizó, y el pánico se extendió a Gran Bretaña, donde el 21 de septiembre el gobierno autorizó al Banco de Inglaterra a suspender los pagos en oro. PIB de la Europa Occidental, 1913-1998. Fluctuaciones anuales de la tasa de crecimiento (%) Número de parados en los Estados Unidos, 1929-1942 Impacto de la crisis del 29 en el PIB (1929=100) Año PIB Año de recuperación del nivel de 1929 Estados Unidos 1933 71,5 1939 Austria 1933 77,5 1939 Francia 1932 85,3 1939 Polonia 1933 79,5 1937 Checoslovaquia 1935 81,8 1937 Holanda 1934 90,5 1937 Suiza 1932 92 1937 Alemania 1932 76,5 1936 Yugoslavia 1932 88,1 1936 Bélgica 1932 92,1 1936 Hungría 1932 90,6 1935 España 1931 93,9 1935 Italia 1931 94,5 1935 Reino Unido 1931 94,2 1934 Suecia 1932 95,7 1934 Finlandia 1932 96 1933 Grecia 1931 93,5 1932 Noruega 1931 99,1 1932 Reducción de las exportaciones de productos agrícolas y materias primas, 1928/29-1932/33 (%) y evolución del PIB y de las exportaciones en 27 países (1929=100) Reducción de las exportaciones Chile 80 China 75 a 80 Bolivia, Cuba, Perú y Malasia 70 a 75 Argentina, Canadá, India, Irlanda y 65 a 70 México Brasil, Grecia, Holanda, Polonia y 60 a 65 Yugoslavia Dinamarca, Ecuador y Nueva Zelanda 55 a 60 Australia, Colombia, Finlandia y 50 a 55 Paraguay Noruega, Persia, Portugal y Rumania 45 a 50 Varios países fuertemente afectados por la caída de los precios de sus productos primarios, como Argentina, Australia y Chile, ya habían abandonado el patrón oro. Entre septiembre de 1931 y abril de 1932 lo hicieron oficialmente otros veinticuatro países y varios otros, aunque nominalmente aún lo seguían, habían suspendido en realidad los pagos en oro. Sin un patrón internacional común, los valores de las monedas fluctuaban al azar, en respuesta a la oferta y la demanda, influidos por la fuga de capital y los excesos del nacionalismo económico, como reflejaban los cambios de los aranceles como medidas de represalia. Entre 1929 y 1932, el comercio internacional cayó de forma drástica induciendo caídas similares, aunque comparativamente menores en la producción fabril, el empleo y la renta per cápita. Una de las características principales de las decisiones de política económica de 1930- 1931 había sido su aplicación unilateral: las decisiones de suspender el patrón oro y de imponer aranceles y cuotas habían sido tomadas por gobiernos nacionales sin una consulta o acuerdo internacional y sin considerar las repercusiones o las respuestas de las otras partes afectadas. Esto contribuyó en gran parte a la naturaleza anárquica de la confusión resultante. Finalmente, en junio de 1932, representantes de las principales potencias europeas se reunieron en Lausana (Suiza) para discutir las consecuencias del final de la moratoria de Hoover: ¿debía reanudar Alemania los pagos de indemnizaciones? Y, si era así, ¿bajo qué condiciones? ¿Debían los deudores europeos reanudar los pagos de las deudas de guerra a Estados Unidos? Aunque los europeos convinieron en un práctico final de las indemnizaciones y, con ello, el de las deudas de guerra, el acuerdo nunca fue ratificado porque Estados Unidos insistía en que eran dos problemas totalmente distintos. De este modo, tanto las indemnizaciones como las deudas de guerra simplemente prescribieron; Hitler declaró en 1933 el final de la «esclavitud de los intereses». Sólo la diminuta Finlandia devolvió su pequeña deuda a Estados Unidos. El último esfuerzo importante de cara a la cooperación internacional para terminar con la crisis económica fue la Conferencia Monetaria Mundial de 1933. Propuesta por la Sociedad de Naciones en mayo de 1932 y adoptada como resolución en la Conferencia de Lausana de julio de aquel año, el borrador de la agenda para la conferencia estaba orientado a alcanzar acuerdos para restaurar el patrón oro, reducir las cuotas y los aranceles de importación e idear otras formas de cooperación. El papel de Estados Unidos, entonces inmerso en una elección presidencial, en dicha conferencia se consideró por unanimidad como esencial. Debido a las elecciones, y al interés de los candidatos, Hoover y Roosevelt, en no comprometerse antes de tiempo, la conferencia fue aplazada para la primavera de 1933 y, luego de nuevo hasta junio para permitir que Roosevelt organizase su administración. Roosevelt ocupó el cargo de presidente en el punto más bajo de la depresión; una de sus primeras medidas oficiales fue decretar unas «vacaciones bancarias» de ocho días para dar tiempo al sistema bancario para reorganizarse, y la mayoría de las medidas tomadas en los primeros «cien días» fueron acciones de emergencia para apuntalar la economía nacional. Entre otras, se hallaba la de retirar a Estados Unidos del patrón oro, algo que la Primera Guerra Mundial había sido incapaz de hacer. Cuando finalmente se reunió la conferencia de Londres en junio, Roosevelt avisó que la primera responsabilidad del gobierno americano era restaurar la prosperidad nacional y que no podía entrar en ningún compromiso internacional que interfiriera con esta labor. Desanimados, los delegados de la conferencia escucharon unos pocos discursos carentes de sentido y levantaron la sesión en julio sin haber tomado ninguna resolución importante. Una vez más, la cooperación internacional había fracasado. ¿Qué causó la recesión? Después de casi sesenta años todavía hoy no hay un consenso general sobre esta cuestión. Para algunos, las causas fueron principalmente monetarias, un drástico descenso de la cantidad de dinero en las economías industriales importantes, especialmente en Estados Unidos, que extendió su influencia al resto del mundo. Para otros, las causas estuvieron en el sector «real»: una caída autónoma del consumo y de las inversiones que se propagó por toda la economía, y por todo el mundo, a través del mecanismo multiplicador-acelerador. Se han ofrecido más explicaciones: la previa recesión de la agricultura, la extrema dependencia de los países del Tercer Mundo de los inestables mercados de sus productos primarios, una escasez o mala distribución de las reservas de oro mundiales, etc. Una visión ecléctica es la que considera que no hubo un único factor responsable, sino que una desgraciada concatenación de acontecimientos y circunstancias, monetarios y no monetarios, dio origen a la recesión. Se puede afirmar además que estos acontecimientos y circunstancias pueden remontarse en parte (quizá en gran parte) a la Primera Guerra Mundial y a los acuerdos de paz que la siguieron. La quiebra del patrón oro, la interrupción del comercio, que nunca se recuperó por completo, y las políticas económicas nacionalistas de la década de 1920 también tienen cabida en la explicación. Cualquiera que fuese la causa (o causas) precisa de la recesión, hay un acuerdo más general respecto a las razones de su rigor y duración, que se relacionan con las políticas y situaciones relativas de Gran Bretaña y Estados Unidos. Antes de la guerra, Gran Bretaña, como principal nación comercial, financiera y (hasta finales del siglo XIX) industrial, había desempeñado un papel clave en la estabilidad de la economía mundial. Su política de libre comercio significaba que las mercancías de todo el mundo podían encontrar allí un mercado. Sus grandes inversiones en el extranjero permitieron a países con déficits considerables en sus balanzas de pago obtener los recursos necesarios para equilibrarlas. Su adhesión al patrón oro, junto con el predominio de Londres como mercado de dinero, significó que naciones con problemas temporales en su balanza de pagos podían obtener ayuda descontando letras de cambio u otro papel comercial. Después de la guerra, Gran Bretaña ya no pudo ejercer tal liderazgo, aunque esto no fue del todo evidente hasta 1931. Estados Unidos, claramente la economía mundial dominante, no se mostró muy dispuesto a asumir el papel de líder, como pusieron de manifiesto su política de inmigración, comercial (arancelaria), monetaria y su actitud ante la cooperación internacional. Si Estados Unidos hubiera llevado a cabo una política más abierta en la década de 1920, y en especial en los años cruciales de 1929 a 1933, la recesión habría sido, casi con total seguridad, más suave y más breve. Crisis económica, 1929-1932 Las consecuencias de la recesión a largo plazo también merecen atención. Entre ellas, cabe destacar el aumento del papel del gobierno en la economía, un cambio gradual en la actitud hacia la política económica (la llamada revolución keynesiana) y los esfuerzos por parte de los países de Latinoamérica y otros del Tercer Mundo por desarrollar unas industrias propias que sustituyeran a las importaciones. La recesión también contribuyó, a través del sufrimiento y el malestar que causó, al surgimiento de movimientos políticos extremistas tanto de izquierda como de derecha, sobre todo en Alemania, y de este modo, indirectamente, a los orígenes de la Segunda Guerra Mundial. El 1 de septiembre de 1939, Alemania invadía Polonia. Como respuesta, dos días después, Francia e Inglaterra declaraban la guerra a Alemania. La Segunda Guerra Mundial había estallado. Más adelante, en junio de 1941, la Alemania nazi atacaba a la URSS, en consecuencia, los soviéticos también entraban en el conflicto. El 8 de diciembre de 1941, la aviación japonesa bombardeaba la escuadra norteamericana de Pearl Harbour, y a partir de entonces, Estados Unidos se vería directamente inmerso en las hostilidades. Después de seis años de guerra, el 8 de mayo de 1945 se produjo la rendición de Alemania. En agosto de 1945 se lanzaban bombas atómicas sobre Hiroshima (6 agosto) y Nagasaki (8 de agosto). Japón se rendía sin condiciones. La Segunda Guerra Mundial había finalizado, pero como en el caso de la Primera Guerra Mundial, el conflicto dejó un legado económico de pérdidas, destrozos y problemas monetarios y financieros. En este caso, más. El impacto económico sobre los países beligerantes fue mayor en la Segunda Guerra Mundial que en la Primera, pero la reconstrucción también tuvo mucho más éxito. Numerosos factores contribuyeron a hacerlo posible, sin embargo, hay uno que es preciso destacar: los nuevos dirigentes políticos intentaron no repetir los mismos errores que se habían producido durante la Primera Guerra Mundial, y en buena medida lo consiguieron. 4. La Segunda Guerra Mundial La Segunda Guerra Mundial fue con diferencia la más masiva y destructiva de todas las guerras. En algunos aspectos representó una extensión e intensificación de características que ya se habían manifestado en la Primera Guerra Mundial, tales como el aumento de la confianza en la ciencia como base de la tecnología militar, el extraordinario grado de uniformización y planificación de la economía y la sociedad, y el uso complejo y refinado de la propaganda tanto dentro del país como en el extranjero. En otros aspectos se diferenció notablemente de todas las guerras anteriores. Al ser verdaderamente una guerra global, implicó directa o indirectamente a las poblaciones de todos los continentes y de casi todos los países del mundo. A diferencia de su predecesora, que había sido sobre todo una guerra de posiciones, ésta fue una guerra de movimiento, en tierra, en el aire y en el mar. Los combates aéreos, una característica episódica de la Primera Guerra Mundial, se convirtieron en un elemento crucial en la Segunda. Las operaciones navales, especialmente el uso de los portaaviones, se hicieron mucho más importantes. La tecnología basada en la ciencia engendró muchas de las nuevas armas especiales, tanto ofensivas como defensivas, del radar a los cohetes-bomba, los aviones a reacción y las bombas atómicas. La capacidad económica, y en especial industrial, de los contendientes adquirió nueva importancia. La simple superioridad numérica tenía menos valor que nunca, aunque el tamaño aún representara un factor con el que evaluar el poder relativo de los bandos. En el análisis final, las cadenas de montaje fueron tan importantes como las líneas de fuego. El arma secreta definitiva de los vencedores consistió en la enorme capacidad productiva de la economía americana. Los costes pecuniarios de la guerra se han estimado en más de un billón de dólares (poder adquisitivo de la época) en gastos directos militares, siendo esta una estimación a la baja. No incluye el valor de los daños a la propiedad, que no se han estimado con exactitud pero que son con seguridad mucho mayores, ni tampoco incluye el interés de la deuda nacional producida por la guerra, las pensiones a mutilados y otros veteranos, ni -lo más terrible y lo más difícil de evaluar en términos pecuniarios- el valor de las vidas perdidas o destrozadas, tanto de civiles como de militares. En 1945 (7 de mayo y 2 de septiembre), cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial, un número importante de países e inmensos territorios de Europa y Asia se encontraban devastados: más de 40 millones de muertos europeos y entre 70 y 85 millones en todo el mundo (entre 3,0 y el 3,7 de la población mundial). Las muertes de civiles sobrepasan ampliamente a las de militares: población civil entre 48 y 58,5 millones y militares entre 21 y 25,5 millones. La distribución de las pérdidas varió enormemente en conjunto, Europa septentrional y occidental (excluyendo Alemania) salió bastante bien librada, mientras que Europa central y oriental padeció mucho. Unión Soviética: 27.000.000 millones de muertos, China: 15/20.000.000, Alemania: 6.9/7.400.000, Polonia: 5.9/6.000.000, Japón: 2.51/3.238.000, Francia (más colonias): 580.000, Italia: 472.407, Gran Bretaña (más colonias): 450.900, Estados Unidos: 419.400 Las tareas de reconstrucción eran ingentes y la experiencia tras la Prinera1 Guerra Mundial -con un coste mucho menor en vidas y en pérdidas de capital- indicaba que esas tareas no eran fáciles y se enfrentaban a la posibilidad de nuevas tensiones económicas y políticas que podían provocar nuevas recesiones como la que había dominado la década de los treinta. Sin embargo, la segunda postguerra iba a ser muy diferente a la primera: tras unos años iniciales de dificultades, la recuperación se produjo con gran rapidez. Los daños a la propiedad fueron mucho más extensos que en la Primera Guerra Mundial, en gran parte debido a los bombardeos aéreos. Las fuerzas aéreas americanas se enorgullecían de sus bombardeos estratégicos, dirigidos a las instalaciones militares e industriales en lugar de a las concentraciones civiles, pero el Informe de Bombardeo Estratégico de Alemania llevado a cabo tras la guerra mostró que sólo un 10% de las instalaciones industriales habían sido totalmente destruidas, mientras que más del 40% de los hogares civiles habían sido derribados. Muchas otras ciudades de ambos bandos sufrieron una enorme destrucción. Los medios de transporte, especialmente los ferrocarriles, puertos y muelles, resultaron ser objetivos predilectos. Todos los puentes sobre el río Loira, que separaba el norte del sur de Francia, fueron destruidos y también todos los del Rin salvo uno, la famosa cabeza de puente de Remagen que permitió a los soldados aliados penetrar en el corazón de Alemania. Todos los combatientes recurrieron a la guerra económica, una expresión nueva para una táctica vieja. Igual que en la Primera Guerra Mundial, e incluso en las guerras napoleónicas, Gran Bretaña (después ayudada por Estados Unidos) impuso un bloqueo al que Alemania respondió con una guerra submarina sin restricciones. Además de sus productos ersatz, como la gasolina obtenida a partir del carbón, Alemania pudo disponer de los recursos de los países ocupados. En 1943 extrajo más del 36% de la renta nacional francesa, y en 1944 casi el 30% de su mano de obra industrial estaba formada por trabajadores no alemanes, esclavos prácticamente. La pérdida y destrucción de activos de capital (tierra, equipos industriales, infraestructuras, etc.) son aún más difíciles de cuantificar con precisión. Una estela de devastación se extendió con más intensidad en Este de Europa: en la Unión Soviética unas 17.000 ciudades y 70.000 pueblos fueron devastados, así como el 70 % de las instalaciones industriales y el 60 % de los medios de transporte. El daño a las estructuras y a la propiedad urbanas fue considerable: la destrucción de viviendas llegó al 20 % en Alemania, Sistemas de transporte fueron gravemente dañados Destrucción de instalaciones industriales y agrarias Fuerte reducción de la producción industrial y agrícola: La pérdida y destrucción de activos de capital (tierra, equipos industriales, infraestructuras, etc.) son aún más difíciles de cuantificar con precisión. Una estela de devastación se extendió con más intensidad en Este de Europa: en la Unión Soviética unas 17.000 ciudades y 70.000 pueblos fueron devastados, así como el 70 % de las instalaciones industriales y el 60 % de los medios de transporte. El daño a las estructuras y a la propiedad urbanas fue considerable: la destrucción de viviendas llegó al 20 % en Alemania, Sistemas de transporte fueron gravemente dañados Destrucción de instalaciones industriales y agrarias Fuerte reducción de la producción industrial y agrícola: La pérdida y destrucción de activos de capital (tierra, equipos industriales, infraestructuras, etc.) son aún más difíciles de cuantificar con precisión. Una estela de devastación se extendió con más intensidad en Este de Europa: en la Unión Soviética unas 17.000 ciudades y 70.000 pueblos fueron devastados, así como el 70 % de las instalaciones industriales y el 60 % de los medios de transporte. El daño a las estructuras y a la propiedad urbanas fue considerable: la destrucción de viviendas llegó al 20 % en Alemania, Sistemas de transporte fueron gravemente dañados Destrucción de instalaciones industriales y agrarias Fuerte reducción de la producción industrial y agrícola: En el verano de 1945, la producción industrial era menos de la 1/2 de la de antes de la guerra en todos los países excepto en Gran Bretaña, Suiza, Bu1garia y los países escandinavos. Era sólo de 1/3 parte en Bélgica, Países Bajos, Grecia y Yugoslavia, mientras que en Italia, Austria y Alemania era menos que 1/4 parte Con la excepción de Dinamarca y Gran Bretaña que consiguieron aumentar el producto agrícola durante la guerra, en Europa la producción de pan y cereales era el 60 % de la de antes de la guerra. La producción de patatas bajo en proporciones parecidas, mientras que la escasez de grasas era todavía más aguda. El descenso de la producción de carne en conjunto fue aproximadamente de 1/3 parte. Algunas estimaciones sugieren que la renta nacional un descenso considerable en la mayoría de países entre 1938 y 1946, aun cuando había tenido lugar alguna recuperación el último año desde el bajo punto alcanzado en 1944-1945 el descenso fue aproximadamente del 50 % en Polonia y Austria, del 40 % en Grecia, Hungría, Italia y Yugoslavia, del 25 % en Checoslovaquia, del 10 al 20 % en Francia, Países Bajos y Bélgica, el nivel de renta fue similar o algo mejor que antes de la guerra en el Reino Unido, Suiza, Dinamarca, Noruega y Suecia La situación de Europa empeoró por la falta de medios de pago de las importaciones de mercancías esenciales, especialmente del área del dólar, que era la fuente principal de suministro En la segunda mitad de 1945 las perspectivas económicas en Europa distaban mucho de ser brillantes. El problema inmediato no era de escasez de activos, a pesar de la fuerte destrucción, sino de una grave escasez de suministros esenciales, incluyendo alimentos, y de una población debilitada y subalimentada. Se necesitaban urgentemente importaciones para producir una recuperación en la producción. Consecuencias políticas y sociales. Reducción de las monarquías europeas. Empuje del socialismo democrático. Declive del poder de Europa -el fin de los imperios europeos- frente a la confirmación de Estados Unidos y la Unión Soviética como potencias. Bipolarización del mundo: de la guerra caliente a la guerra fría. Avances en el proceso de descolonización. Las mujeres en la posguerra y su definitiva incorporación al mundo de la industria y los servicios. En el plano internacional asistimos al debilitamiento de las economías nacionales europeas frente al fortalecimiento de la economía de los Estados Unidos A pesar de la magnitud de las destrucciones en términos de capital humano y físico ocurridos durante la Segunda Guerra Mundial, la recuperación de las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial se realizó en un período de tiempo breve. Además, fue seguida del periodo de mayor crecimiento en la historia de las naciones industrializadas, la denominada Edad Dorada, que finalizaría en 1973 con la conocida corno crisis del petróleo. PIB per cápita en Europa, Estados Unidos, China y Japón, 1939-1973 Recuperación del PIB en Europa tras los dos conflictos mundiales (1946=100)