Guía de Filosofía - PDF
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Universidad Regiomontana
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Este documento es una guía de filosofía para el primer parcial, explorando las creaciones superiores del espíritu y el mundo real. Analiza el pensamiento de Platón, incluyendo su análisis de las ideas, el ser y el ente, y su concepción de la filosofía, el amor, y la divinidad. El documento también incluye referencias a la filosofía griega.
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Filosofía en el primer parcial. Las creaciones superiores del espíritu El hombre habita el llamado “mundo real”. Es el mundo de las apariencias. En este ámbito el hombre se rige por los sentidos y con ellos se desplaza y actúa. Pero cuando ejerce el acto de pensar, habita, por así decirlo, otro mu...
Filosofía en el primer parcial. Las creaciones superiores del espíritu El hombre habita el llamado “mundo real”. Es el mundo de las apariencias. En este ámbito el hombre se rige por los sentidos y con ellos se desplaza y actúa. Pero cuando ejerce el acto de pensar, habita, por así decirlo, otro mundo diferente. Es el mundo del espíritu y del pensamiento. En la reflexión y especulación sobre estos problemas se ha distinguido la existencia de alma y espíritu. La primera es el recinto de las emociones (amor, alegría) y el segundo el correspondiente al pensamiento y el ejercicio de las ideas. En la primera las emociones pueden ser visibles por los gestos del rostro y las actitudes del cuerpo. En cambio, las ideas y los pensamientos son invisibles, no pertenecen al mundo de las apariencias. La actividad del espíritu no se ve, y, en consecuencia, en ese mundo del espíritu los sentidos nada tienen que hacer para que se realice el ejercicio del pensar. La Filosofía pertenece al mundo invisible del espíritu, que es donde realiza el pensamiento humano. Los griegos también inventaron el concepto de “teoría” que igualmente significa “conocimiento especulativo”. Teorizar es mirar y teóricos se llamaban quienes veían, pro ejemplo, los juegos donde se ponían en práctica las habilidades del cuerpo. Los que asistían a estos juegos no participaban en ellos y sólo los miraban, eran espectadores. Se les llamaba “teóricos”. Transportada esta significación al campo del pensamiento, significaba justamente el acto de pensar, sin que en éste, al referirse al acto de contemplar como reflexión, se necesitaría para alcanzarla una práctica o demostración. Las teorías pertenecen por igual al campo de la ciencia, pues en esta también es necesario especular, definir y obtener conclusiones. En este caso es posible que al acto de la teoría le suceda la práctica, es decir la experiencia. Por lo tanto, al acto de pensar puede seguir el acto experimental, pero la teoría como tal no requiere una práctica para tener su propio valor. Puede ser, por ejemplo, una hipótesis en la que se propone una explicación o identificación de un fenómeno. Si la práctica que le sigue ratifica lo contenido en l hipótesis, ésta deja de ser una propuesta para convertirse en verdad. Si la hipótesis resultó falsa, no tiene el valor de verdad, pero fue un acercamiento teórico a ella. Ya se dijo que una teoría, reflexión o un sistema, pertenecientes al campo de la Filosofía, no deben dejar el sitio a otra teoría, reflexión u otro sistema, referidos al mismo fenómeno, pues todas las teorías y reflexiones subsisten y permanecen en la historia del pensamiento filosófico. Esto ocurre también en todas las artes. Cada una de esas obras lleva consigo y se constituye como una expresión de su tiempo, es decir todas las manifestaciones del espíritu son también el producto de la historia. Estos Homero, Platón, Cervantes, Shakespeare, Moliere, Balzac, Descartes, Dickens, Mozart son los grandes creadores de la cultura. Esto también ocurre en el campo de las ciencias. Arquímedes, Euclides, Galileo, Newton, Einstein y otros han sido los impulsores del pensamiento científico. Pues las ciencias, igual que las humanidades, son los dos grandes campos que abarcan el inmenso ámbito de la creatividad de los hombres. La tecnología, es posible gracias a las ciencias y en otras palabras, es una invención derivada de los usos del conocimiento. Así se va construyendo la posibilidad de alcanzar, para la vida humana, un rango y una calidad capaces de otorgar a la humanidad condiciones superiores que, a su vez, permiten desde el punto de vista del tiempo humano, que una generación tenga la posibilidad de vivir mejor que la anterior. Sin embargo, las condiciones mejores de la vida en general no garantizan por sí solas las posibilidades de que la persona logre su cabal desarrollo y desenvolvimiento superior. Y no otorgan, necesariamente, la felicidad humana, problema que también aborda la filosofía. El pensamiento filosófico comparte, con las otras manifestaciones de la cultura, la posibilidad de participar en este proceso histórico, pues si bien se reduce a ser una teoría, en la enseñanza es una de las áreas que propicia en la persona la capacidad de pensar, razonar y enriquezca su visión del mundo y la vida. El valor de la cultura. (audio, tarea extra). LA FILOSOFIA GRIEGA Platón. Vida. Platón nació en Atenas en el año 427 a.C. y murió en la plenitud de su vida intelectual, en 347 a.C. pertenecía a una familia noble y antigua, cuyos orígenes pretendían remontarse a Cordo y Solón. Su nacimiento y vocación personal lo llamaban a la política, a la vez que la atracción de Sócrates lo llevó a dedicarse a la Filosofía. Después de dos intentos de intervención en la vida pública ateniense, la muerte de Sócrates, lo apartó de ella, solo permaneció para él el interés de los temas políticos, que le hizo dar un puesto tan principal en su sistema a la teoría del Estado o intentar por varias veces, aún con varios riesgos que su discípulo Dios, cuñado del tirano Dionisio de Siracusa, realizara durante el reinado de éste y el de su sobrino Dionisio el joven, el ideal del estado platónico. Estos proyectos se frustraron, y la actividad de Platón se ciñó a su genial meditación filosófica, a su gran labor de escritor y la enseñanza de la escuela de Filosofía que fundó, hacia 387, en una finca con arboleda, próxima al Cefiso, camino de Elesius, dedicada al héroe Academo, y por eso se llamó la academia. Esta escuela perduró, hasta el año 529 de nuestra era cuando la mandó clausurar el emperador Justiniano. Platón ejerció en ella su magisterio hasta su muerte, en colaboración estrecha y profunda con su máximo discípulo, Aristóteles. Escritos. La obra de Platón se conserva casi completa. Es, como la aristotélica, la capital de la filosofía y de toda la cultura griega. Además, su valor literario es tal vez el más alto de todo el mundo helénico, que le hace encontrar las expresiones y metáforas justas para verter un nuevo modo de pensamiento. Es incalculable la aportación platónica a la formación del lenguaje filosófico. Platón escogió como género literario para expresar su pensamiento el diálogo que tiene una relación profunda con su doctrina de la dialéctica como método filosófico, y muchos de ellos poseen belleza poética. El personaje principal es siempre Sócrates, que lleva el peso de la discusión. Los diálogos de juventud, la Apología, el Critón, el Eutrifón, están teñidos de Socratismo. En su madurez se sitúan entre los más importantes el Protágoras, el Gorgias, el Eutidemo (sobre los sofistas). El Fedón, sobre la inmortalidad del alma; el Sympoison o Banquete, acerca del amor; el Fedro, donde se encuentra la teoría del alma. Y la República, sobre la justicia y la idea del Estado. Por último, el Teeteto, el Parménides – tal vez el más importante de los escritos platónicos- -El sojista y el político- y en los años de vejez, Timeo, donde se hallan las referencias a la Atántida; el Filebo, una obra extensa en volumen que contiene una segunda exposición a la teoría del Estado. Y en la que no aparece Sócrates: Las leyes. La autenticidad de algunos escritos platónicos, en especial de algunas de sus cartas -la VII- la cual ha suscitado graves dudas y problemas. El pensamiento de Platón muestra una evolución que parte la disciplina de Sócrates, llega a su genial descubrimiento de las ideas y culmina en la discusión de las dificultades y problemas que las ideas plantean, en diálogo con Aristóteles. Las ideas. El descubrimiento. ¿Con qué problemas se las tiene que habar Platón? Con el mismo problema que la metafísica griega tenía planteado desde Parménides con el problema del ser y no ser. Durante más de un siglo, la filosofía helénica había luchado por resolver la aporía de hacer compatible el ente-uno, inmóvil y eterno- con las cosas -múltiples, variables, perecederas-. Hemos visto que la Filosofía presocrática posterior a Parménides había sido una serie de intentos de solución de este problema central, que en rigor no rebasan el área intelectual que el propio Parménides lo había planteado. Platón, en cambio, da la cuestión de un giro decisivo: da un paso hacia delante, que lo arrastra hacia él mismo, y desde entonces va a tener que esforzarse afanosamente en torno a su propio hallazgo, a su doctrina, que le convierte en el más grande problema. Paltón descubre nada menos que la idea, ¿Qué quiere decir esto? Platón busca el ser de las cosas. Pero esta búsqueda tropieza con varias dificultades de diversa índole que lo empujan, de un modo coincidente a una solución radical y de apariencia paradójica. En primer lugar, Platón encuentra que las cosas, propiamente no lo son, si yo considero, una hoja de papel blanco, resulta que en rigor no es blanca, es decir no del todo blanca, sino que tiene algo de gris o amarilla, sólo es casi blanca, otro tanto ocurre con su presunta rectangularidad: ni sus lados son total y absolutamente rectos, ni son rectos sus ángulos. – No es plena y verdaderamente-. Pero si ahora, en segundo lugar, nos detenemos en el otro aspecto de la cuestión, hallamos que, si bien no es en rigor blanca, -la hoja de papel es casi blanca- ¿Qué quiere decir esto? Al decir de algo que es casi blanco, le negamos la absoluta blancura por comparación con lo que es blanco sin restricción, es decir, para ver una cosa que no es verdaderamente blanca, necesito saber ya lo que es blanco; pero como ninguna cosa visible -ni la nieve, la nube, ni la espuma- es absolutamente blanca, esto me remite a una realidad distinta de toda cosa concreta, que será la real blancura. Dicho en otros términos, el ser casi blanco de muchas cosas requiere la existencia de lo verdaderamente blanco, que no es cosa alguna, sino que está fuera de las cosas. A este ser verdadero, distinto de las cosas, Platón lo llama idea. En tercer lugar, este problema adquiere su mayor agudeza si tenemos presente el punto de partida de Platón respecto al conocimiento. Platón se mueve en el horizonte del pensamiento socrático; ahora bien Sócrates, -que en rigor, no hace una metafísica, sino que establece el punto de vista de la verdad en Filosofía- pretende conocer qué son las cosas, es decir busca las definiciones. Mientras Parménides se mueve en el ámbito del ser y trata de discernir lo que es de verdad de lo que es mera apariencia. Sócrates intenta decir qué es lo que es, definir, descubrir y fijar las esencias de las cosas. En este punto concreto inicia Platón su filosofía. Ahora bien, una definición es, por lo pronto, una predicción de la forma A es B. Y me encuentro con ella con un problema de unidad y multiplicidad. Cuando digo “El hombre es un animal que habla”. Identifico al animal con el hombre, digo que dos cosas son una, que A es B. ¿Qué es lo que hace posible que yo haga una verdad con predicción? Reparemos en que, al decir A es B. A funciona dos veces: primero como sujeto, cuando digo A: en otros términos, no se trata de que yo miente primero Ay luego B, sin más conexión, sino que B es el ser B de A, y por consiguiente, funciona dos veces. El supuesto de la predicción A es B es que A es A; es decir, la identidad de A consigo misma, que a su vez se desdobla en estos dos momentos; 1º. Que A es una; 2º. Que A es permanente. Cuando yo digo que el hombre es un animal parlante, es menester que el hombre sea unívoco, y además que al referirlo al ser parlante continue siendo hombre. La definición en el sentido socrático y platónico parte del supuesto de identidad y permanencia de los entes, cuestión grave si las hay. Si yo quiero decir algo del caballo, me encuentro ante todo, con que hay muchos caballos, en segundo lugar; estos caballos que ahora encuentro no son permanentes, no los había hace cincuenta años ni los habrá dentro de cincuenta; por último, si digo de un caballo que es negro, esto no es rigurosamente cierto, porque tiene algo de blanco o de gris, el caballo perfecto sin más, no existe. Puede decirse que casi predicamos unas casi propiedades de unas casi cosas. Platón, cuando se da cuenta de ello – y ahí está su genialidad- supone – y esto es lo grave- que es un defecto del caballo, porque éste debería ser un caballo absoluto y absolutamente negro. Ante esta dificultad, se desentiende del caballo concreto, que es y no es del todo, para buscar el caballo verdadero. Y Platón tiene que hacer dos cosas: encontrar el caballo absoluto y dar cuenta desde él de los caballos aproximados que galopan en el mundo. Platón apela del mundo de las cosas, que no permiten predicaciones rigurosas, al mundo en que éstas se dan, a la que llama el mundo de las ideas. Pero, ¿Qué se entiende por ideas? El ser de las ideas. La palabra “idea” o “Eidos” quiere decir figura, aspecto: aquello que se ve, en suma. También se traduce, en ciertos contextos, por forma; así, en Aristóteles aparece como sinónimo de morphé y por otra parte equivale a él especie. (En latín species es de la misma raíz que el verbo spicio, entre las significaciones de species se encuentra también la de belleza o hermosura, y equivale, por tanto, a forma, de donde viene formosus). Idea es lo que veo cuando veo algo. Cuando yo veo un hombre, lo veo propiamente -es decir, lo veo como hombre- porque ya tengo previamente la idea del hombre, porque lo veo como participante de ella; del mismo modo, cuando digo de un papel que no es del todo blanco, me permite verlo como casi blanco es la idea de la blancura. Cuando leo una palabra escrita, la ve instantáneamente porque poseo ya su idea; si se trata de una palabra de una lengua totalmente ajena y desconocida, no la veo directamente y como tal, sino como solo un agregado de letras -cuyas ideas respectivas, en cambio, poseo-; y si paso a un vocabulario escrito en caracteres que ignoro, en rigor no veo las letras ni podría reproducirlas sin una previa reducción, mediante un examen detallado, a formas de rasgos conocidos. Un hombre que no sepa lo que es leer, -no simplemente que no sepa leer-, no ve un libro, porque carece de su idea. La idea es, pues, el supuesto de conocimiento y de la visión de las cosas como tales. El descubrimiento de las ideas estaba ya parcialmente preparado en la filosofía anterior, recordemos primero la perspectiva, mediante la cual las homeomerías de Anaxágoras podían tomar formas distintivas variando su posición, en segundo lugar, la definición socrática, que no d lo que es cada cosa concreta, sino todas las comprendidas en ella; es decir la especie. Pero hay una gran distancia entre estos antecedentes y la doctrina platónica. El ser verdadero que la Filosofía venía buscando desde Parménides, no está en las cosas, sino fuera de ellas: en las ideas. Éstas son, pues, unos entes metafísicos que encierran el verdadero ser de las cosas, son lo que auténticamente. Las ideas tienen los predicados exigidos tradicionalmente al ente y que las cosas sensibles no pueden poseer. Son unas, inmutables, eternas, no tienen mezcla de no ser, no están sujetas al movimiento ni a la corrupción, son en absoluto y sin restricciones. El ser de las cosas, ese ser subordinado y deficiente, se funda en el de las ideas que participan. Platón inicia la escición de la realidad en dos mundos: el de las cosas sensibles, que queda descalificado, y el de las ideas, que es el verdadero y pleno ser. El conocimiento. Al preguntarse Platón por el ser de las cosas se encuentra con algo paradójico: que las cosas no tienen ser y, por tanto, no le sirven para encontrarlo. ¿Dónde buscarlo pues? El ser verdadero está en las ideas, pero las ideas no son accesibles a mi conocimiento directo, no están en el mundo. Sin embargo, yo las conozco de algún modo, yo las tengo en mí, y por eso me permiten conocer las cosas como hemos visto. ¿Cómo es esto posible? Para resolver esta cuestión, Platón recurre a uno de sus procedimientos característicos: cuenta un mito. El mito del Fedro explica, a la vez, el origen del hombre, el conocimiento de las ideas y el método intelectual del platonismo. Según el famoso mito que Sócrates cuenta a Fedro, a orillas del Iliso, el alma, en su situación originaria, puede compararse a un carro tirado por dos caballos alados, uno dócil y de buena raza, el otro díscolo (los instintos sexuales y las pasiones), dirigido por una auriga, la razón, que se esfuerza por conducirlo bien. Este carro, en un lugar supra celeste, circula por el mundo de las ideas, que el alma contempla así, pero no sin dificultad. Las dificultades para guiar el tiro de dos caballos hacen que el alma caiga: pierden las alas y el alma queda encarnada en un cuerpo. Si el alma ha visto aunque sea muy poco, las ideas, ese cuerpo será humano y no animal. Según que las haya contemplado más o menos, las almas están en una jerarquía de nueve grados, que va del filósofo al tirano. El origen del hombre como tal cual es, pues, una caída de un alma de procedencia celeste y que ha contemplado las ideas. Pero el hombre no las recuerda. De sus alas no quedan más que muñones doloridos que se excitan cuando el hombre ve las cosas, porque éstas le hacen recordar las ideas, vistas en la existencia anterior. Este es el método de conocimiento. El hombre parte de las cosas, pero no para quedarse en ellas, para encontrar en ellas un ser que no tienen, sino para que le provoquen el recuerdo o reminiscencia (anamnesia) de las ideas en otro tiempo contempladas. Conocer, por tanto, no es ver lo que está fuera, sino al revés: recordar lo que está dentro de nosotros. Las cosas son sólo un estimado para apartarse de ellas y elevarse a las ideas. Las cosas, dice Platón con una expresiva metáfora, son sombras de ideas. Las sombras son signos de las cosas y pueden hacerme caer en la cuenta de ellas. Los rotos muñones de las alas se estremecen y quieren rebrocar; se siente una inquietud, una comezón dolorosa. “La virtud de las alas consiste en levantar las cosas pesadas hacia arriba, elevándolas por los aires, hasta donde habita el linaje de los dioses” dice Platón. Éste es, como veremos en detalle, el sentido cognoscitivo del eros platónico: el amor, partiendo de la contemplación de las cosas bellas, de los cuerpos bellos, termina por hacernos recordar la idea misma de la belleza y nos introduce en el mundo ideal. La estructura de la realidad. El mito de la caverna. En el libro VI de la República cuenta Platón un mito de fuerza sobrecogedora, en el que representa simbólicamente la situación del hombre en su relación con la Filosofía, y a la vez la estructura de la realidad. Lo curioso es que inmediatamente antes, al final del libro VI, había expuesto en forma de tesis esa misma doctrina sobre la realidad y los métodos para conocerla. Este procedimiento de Platón recuerda, con una alteración del orden, la técnica habitual de hacer comprender una verdad mediante una representación poética que esclarece y precisa de modo intelectual, pero esta inversión de los términos revela que no se trata de un simple ejemplo metafórico, sino que el mito agrega algo a la explicación que lo antecede. El contenido del mito se traduce en los esencial que le sigue. Platón imagina unos hombres que se encuentran desde niños en una caverna, que tiene una abertura por donde penetra la luz exterior. Están sujetos de modo que no pueden moverse ni mirar más que al fondo de la caverna. Fuera de ésta, a espaldas de estos hombres, brilla el resplandor de un fuego encendido sobre una eminencia del terreno, y entre el fuego y los hombres encadenados hay un camino con un pequeño muro; por ese camino pasan hombres que llevan todo género de objetos y estatuillas que rebasan la altura de la tapia, y los encadenados ven la sombra de las cosas, que se proyectan sobre el fondo de la caverna; cuando los transeúntes hablan, los encadenados oyen sus voces como si procedieran de las sombras que ven, para ellos la única realidad. Uno de los encadenados, libre de sujeción, contempla la realidad exterior, la luz hace que le duelan los ojos, y apenas ve, el sol lo deslumbra dolorosamente y lo ciega. Poco a poco intenta habituarse; primero consigue ver sombras, luego, las imágenes de las cosas, reflejadas en las aguas; después, las cosas mismas. Vería el cielo de la noche , las estrellas y la luna; y al amanecer, la imagen reflejada del sol y, por último, después de un largo esfuerzo, podría contemplar el sol mismo. Entonces sentiría que el mundo en que había vivido antes era irreal y desdeñable; y si hablaba con sus compañeros de ese mundo de sombras y dijera que no eran reales, se reirían de él, y si tratase de salvarlos y sacarlos al mundo real, lo matarían. ¿Qué es lo simbolizado en este mito? La caverna es el mundo sensible, con sus sombras, que son las cosas. El mundo exterior es el mundo verdadero, el mundo inteligible o de las ideas. Las cosas simbolizan las idea; el sol la idea del Bien. Se puede representar, siguiendo las instrucciones del propio Platón, de un modo gráfico la estructura de la realidad a que se refiere el mito de la caverna. EL ESQUEMA DE LOS DOS MUNDOS. Platón distingue dos grandes regiones de lo real, el mundo sensible (de las cosas) y el mundo inteligible (de las ideas). Que simboliza en dos elementos de una recta. Cada una de estas dos regiones se divide en dos partes, que señalan dos grados de realidad dentro de cada mundo; hay una correspondencia entre las primeras y las segundas opciones de los dos segmentos. Por último, a cada una de las cuatro formas de la realidad corresponde una vía de conocimiento; las dos que pertenecen al mundo sensible constituyen la opinión o doxá; las del mundo inteligible son manifestaciones del nous. Advertimos, pues, la resonancia de la doctrina de Parménides. Esquemáticamente, la realidad tiene, por tanto, esta estructura. Mundo sensible (realidad aparente) Mundo inteligible (realidad verdadera) Sombras Cosas reales Objetos Ideas matemáticos Conjetura Creencia Discursos Visión poética Doxá Nous EL SENTIDO DEL MITO. El mito de la caverna, narrado por Platón, le agrega algo. De un modo concreto, simboliza a la vez la estructura ontológica de lo real y la significación de la Filosofía. Con ello introduce una unidad fundamental de esos mundos. Las dos grandes regiones de la realidad quedan unificadas en la realidad en virtud de la intervención del hombre que se enfrenta con ellas. El mundo visible y el mundo inteligible aparecen calificados por su referencia a dos esenciales posibilidades humanas: el mundo total es un doble mundo que queda integrado en uno por el paso del hombre. (desde otro punto de vista hay un segundo vínculo de unidad, que es el Bien, fundamento ontológico del ser de ambos mundos). Al hombre de la caverna le acontece algo que se puede contar; y esto es el relato en que consiste el mito. El tema del mito de la caverna es, en su dimensión más profunda, la escencia de la Filosofía, algo que, como vemos, más bien se cuenta que se define. La Filosofía, propiamente, no se puede definir, a pesar de que Platón es el hombre de la definición, sino que hay que contar o narrar. Aquello que acontece al filósofo, el drama de la Filosofía, es lo que pone de manifiesto la estructura de lo real: esta es la doble sustancia del mito de la caverna. Pero no olvidemos que el viaje del hombre del mito es de ida y vuelta: el encadenado, una vez que ha contemplado el mundo de la luz y la libertad, vuelve a la caverna. Es decir, va a explicar desde las cosas las sombras de las ideas la realidad sensible. Vemos aquí prefigurada la filosofía de Platón, y a la vez advertiremos cómo queda inconclusa, porque Platón tenía que volver a la caverna para explicar desde la teoría de las ideas el ser de las cosas, y en rigor, como veremos, no lo hace, porque se queda en el mundo inteligible, deslumbrado y retenido por sus problemas internos. Y el trágico final del mito refleja la forma en que la filosofía era vivida en la época de Platón: en la muerte del filósofo por sus compañeros de la caverna late el recuerdo de Sócrates. Los problemas de la teoría de las ideas. EL SER Y EL ENTE. Vimos antes que Platón se preguntaba por el ser de las cosas. Pero resultaba que no tienen ser por sí, sino que lo tienen recibido, participado de otra realidad que está fuera de las cosas. Y entonces Platón descubría las ideas. Es menester fijarse un poco en lo que quiere decir esto, Es, por lo pronto, descubrir el modo de ser de las cosas, descubrir lo que hace que las cosas sean, y por eso, al mismo tiempo, descubrir aquello que puede saberse de las cosas, es decir lo que son. El problema del conocimiento va inseparablemente unido al ser, y por eso es estrictamente metafísico. No es posible descubrir una sola cosa y verla sin ver su idea; sin ver la idea de hombre, no se puede ver un hombre; un animal no puede ver un libro, porque no tiene su idea, y la realidad libro no existe para él. En definitiva, qué es lo que Platón ha descubierto, ¿qué es realmente la idea? En realidad, Platón ha descubierto el ser de las cosas. El ser es lo que hace que las cosas sean, que sean entes. El ser es el ser del ente; y al mismo tiempo, saber una cosa es saber lo que esa cosa es; comprender el ser de aquel ente. Supongamos que tengo una cosa que voy a conocer. Aquella cosa es un ente; pero al conocerla, no tengo en mi conocimiento la cosa misma. ¿Qué tengo, pues? Tengo el ser de la cosa, lo que aquella cosa es; Platón diría “su idea”. Diría que se trataba de ver una cosa en su idea. En definitiva, nos encontramos con que Platón ha descubierto el ser, a diferencia del ente. Parménides había descubierto el ente, las cosas en cuanto son. Platón descubre el ser, lo que hace que las cosas sean, y encuentra que este ser no se confunde con las cosas. Pero, además de distinguirlos, los separa: las ideas son algo separado de las cosas (absoluto). Y ahora se encuentra con una dificultad gravísima: que él se preguntaba por el ser de las cosas, y ahora ha encontrado el ser; pero no sabe lo que son las cosas. Platón se queda en las ideas, en el ser que ha descubierto. Le falta nada menos que explicar con las ideas el ser de las cosas. Esto ocurre cuando un hombre hace un descubrimiento genial como el de las ideas: se queda en ellas, pero no llega a explicar las cosas; se queda sin hacer su metafísica. Aristóteles va a hacer precisamente esto. Le reprocha a Platón que se sirva de estos mitos, no porque sean mitos, sino porque detrás de ellos no hay una metafísica. El concepto de participación es completamente insuficiente. Las cosas participan de las ideas. Las ideas son como un velo, que cubre a varias cosas, y ellas participan de él, dice Platón. La idea del hombre es como un velo común que cubre a todos los hombres. Aristóteles dirá que todo eso son sólo metáforas. ¿Qué es, antológicamente, la participación? Un estar presentes las ideas en las cosas; pero ¿cuál es la posibilidad ontológica de la participación, ¿cuál es ese modo de presencia? LA COMUNIDAD DE LAS IDEAS. Dentro de las ideas mismas, se le plantean problemas a Platón. Pensemos en la idea del hombre. El hombre es un viviente y es racional. El ser del hombre es la idea del hombre. Este hombre que aquí tengo, ¿es participación de la idea de viviente, o de la idea de racional? Dentro de la idea misma tengo el problema de lo uno y lo múltiple. ¿Cómo va a resolver Platón esta koinonía, la comunidad de las ideas? Va a ser algo semejante a la participación. La idea del hombre está en comunidad con la idea de viviente, con la idea de racional. Por estos caminos llega Platón a dos nociones importantes. La idea de ser como género supremo y la idea del bien como “el sol de las ideas” -dirá con una última metáfora Platón- como la idea de las ideas. EL BIEN. ¿Qué es el bien? ¿Qué es la idea del bien? Ante todo, se trata de una idea. Esta idea está en lo más alto de la jerarquía en que todas se encuentran, porque las ideas -y esto es lo que hace posible una comunidad- están dispuestas y organizadas jerárquicamente. De la idea del bien nos dice Platón que es la más digna y suprema; que es, repito, el sol de las ideas, y, sobre todo, que es la idea de las ideas. No hay que entender esto como una expresión simplemente ponderativa sino de un modo mucho más estricto: la “idea de las ideas” es la que hace que las demás sean ideas, quien confiere a las demás su carácter de ideas. Pero las ideas son los verdaderos entes, y, por tanto, si la idea del bien confiere a las demás su carácter les da su ser. Pero ¿quién puede hacer que sean? Naturalmente, el ser. El ser haría que cada ente fuera ente; estaría presente en los entes, confiriéndoles su identidad. A esto llama Platón el bien; pero en Grecia el bien se entiende en un sentido que se acerca más al del plural bienes en español. Esto permite ver de un modo vivo la vinculación del ser y del bien. El bien de cada cosa es lo que esa cosa es, aquello de que se puede echar mano; y a la inversa, el ser buena una cosa es que sea lo que es. Un buen cuchillo o un buen político son los que plenamente -verdaderamente- un cuchillo o un político. Naturalmente, esto está próximo a aquella implicación del ser, el bien y el uno de Aristóteles, que van a ser los llamados trascendentales de la Escolástica medieval. En cierto sentido, la doctrina del bien en Platón es su teología. El bien aparece en muchos textos platónicos -aunque no siempre con suficiente claridad- de manera que induce a entenderlo como Dios. Así ha sido interpretada su doctrina, primero por los neoplatónicos y luego por San Agustín, y de este modo ha actuado en toda la tradición cristiana medieval. EL ENTE COMO GÉNERO. Nos queda un segundo punto importante: la idea del ente como género. Se trataría de un género supremo. Las demás cosas serían especies sucesivas de ese género único. De este modo, se podría hacer una división del ente en géneros y especies, una división jerárquica, añadiendo sucesivas diferencias. La Filosofía Vamos a ver ahora que es la Filosofía para Platón. ¿Qué se entiende por Filosofía y filosofar, en el momento que ha llegado a esta primera plenitud el pensamiento helénico? Al comienzo del libro VII de la República, Platón cuenta, como ya hemos visto, el mito de la caverna, que simboliza, por una parte, la diferencia entre la vida usual y la vida filosófica y, por otra, los diversos estratos de la realidad dentro de su sistema metafísico. Por otra parte, dice Platón en el Banquete: “Ninguno de los Dioses filosofa ni desea hacerse sabio, porque lo es ya; ni ningún otro sabio filosofa; ni tampoco los ignorantes filosofan ni desean hacerse sabio”. Y añade más adelante: ¿Quiénes, pues, son los que filosofan, si no son los sabios ni los ignorantes? Claro es que los intermedios de estos dos”. Es definitivo. Para Platón no filosofa ni el que es sabio ni el que es ignorante. Ignorante es el que no sabe, sin más. El intermedio no sabe, pero se da cuenta de ello; sabe que no sabe, y por eso quiere saber: le falta ese saber. Propiamente hablando, ni al sabio ni al ignorante les falta el saber. Yo no tengo ramas, pero no me faltan. Sólo filosofa el que echa de menos el saber. Esto nos va a conducir a dos cosas importantes, que trascienden de Platón: la relación que puedan tener con la filosofía, por una parte, el amor, y por otra, la Divinidad. En el Banquete, se trata de hablar “acerca del amor” y también hacer un elogio del Dios Eros, que está en estrecha relación con la Filosofía. Para Platón, el amor es un echar de menos, en buscar lo que no tiene, lo que le falta. El Amor, que es hijo de Poro y de Penia, según el mito, es todo riqueza, pero al mismo tiempo es menesteroso. Sócrates dirá en el Banquete, con gran escándalo de todos, que si el amor busca a la belleza es porque le falta, y por lo tanto, no es Dios. ¿Qué es entonces? Un gran demonio o genio, un metaxy, un intermedio entre los hombres y los dioses. Y lo mismo ocurre al filósofo, que es también metaxy, intermedio entre el sabio y el ignorante. La sabiduría lo es de las cosas más bellas, y el amor es amor de lo bello; es necesario, pues que el amor sea filósofo. Por lo bello se llega a lo verdadero y así los filósofos son “amigos de mirar la verdad” Hay una esencial comunidad entre la belleza y la verdad. Debajo del bien y la verdad, objeto de la Filosofía, está muy próxima la idea de bello. Y la belleza, para Platón, es más fácilmente visible que la verdad. Por eso el filósofo es un amador, y de la contemplación de la belleza de un cuerpo se eleva a la de los cuerpos en general. Luego a la de las almas y, por último, a la de las ideas mismas. Y es entonces cuando se sabe, cuando tiene verdadera sophia. Recordemos que belleza se dice en latín forma, lo que es hermoso o formosus, se dice también species; pero como Eidos o idea, es lo que se ve. Lo que se puede ver es la belleza y la idea, y lo mismo pasa con la forma, que es lo que constituye la esencia de una cosa; su bien en sentido griego.