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Universidad Nacional de las Artes

2023

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Reforma Universitaria historia de la universidad educación superior Argentina

Summary

Este documento analiza la Reforma Universitaria de 1918 en Argentina. Describe sus antecedentes, contexto político-social y principales innovaciones, como la autonomía y el cogobierno. El documento explora el impacto de la reforma en la universidad argentina y su influencia en el resto del continente latinoamericano.

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Universidad Nacional de las Artes CINO 2023 Estado, Sociedad y Universidad Cátedra Montero Unidad II: Modelos de Universidad y procesos históricos en la Argentina del s.XX y s.XXI La Reforma: antecedentes, contexto político-soc...

Universidad Nacional de las Artes CINO 2023 Estado, Sociedad y Universidad Cátedra Montero Unidad II: Modelos de Universidad y procesos históricos en la Argentina del s.XX y s.XXI La Reforma: antecedentes, contexto político-social y principales innovaciones: Autonomía, Co-gobierno. Introducción: ¿Qué fue la Reforma Universitaria? En 1918, tuvo lugar en nuestro país la llamada Reforma Universitaria, un movimiento de modernización de la institución en todos sus aspectos, iniciado por los estudiantes y difundido al resto del continente latinoamericano. Constituyó un punto de inflexión en la historia de la universidad argentina, desde que podemos delimitar claramente un antes y un después de su suceder. Así como evidenció el fin del modelo conservador y tradicional de universidad, fue y continúa siendo leída como un símbolo fundacional de la que tenemos hoy en día; de la manera de ordenar y gobernar la universidad, de producir el conocimiento y de imaginar el vínculo entre éste y las expectativas de las sociedad. En las palabras de su manifiesto, “se levantó contra un régimen administrativo, un método docente, un concepto de autoridad”. Asimismo, reflejó la decadencia de la sociedad oligárquica, sus instituciones y lógicas, que empezaban a percibirse “oxidadas” o incompatibles con la Argentina emergente. Desde ya que podemos pensar y discutir a lo largo de esta lectura en qué medida nuestra Universidad pública actual mantiene esa herencia reformista, además de reflexionar sobre cómo las discusiones que generó en su momento nos resuenan hoy. Porque, al fin y al cabo, lo que movilizó profundamente a los estudiantes no eran cuestiones meramente académicas: estaba en juego qué función cumplía la universidad para el país y el continente en tiempos complejos en los que era imposible permanecer indiferente. Bueno, como si nuestra actualidad no nos pidiera lo mismo… Su relevancia va más allá de su lugar en el imaginario universitario: la Reforma fue un hecho histórico. En este módulo, vamos a ver cómo involucró cambios desde las clases que se impartían, pasando por la elección de las autoridades, hasta la relación con los gobiernos. Fue también un proceso, que inició al interior de la Universidad de Córdoba y se extendió al resto de las universidades nacionales, interpelando al gobierno de turno. Se trató, desde ya, de una protesta profundamente política cuyo impacto y derivas no pueden limitarse fácilmente, pues geográfica y temporalmente son amplias. Lxs invitamos a la lectura de dos textos: uno que repasa lo acontecido en su aniversario y otro escrito de forma casi contemporánea a la Reforma pero con una claridad y lucidez de análisis que nos ayuda a comprenderla como si ya hubiese “pasado a la historia”. El primero, producido por La Ménsula (2008) , revista de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA, es una crónica muy precisa y dinámica de todo el desarrollo del conflicto; el segundo, de uno de sus protagonistas, Julio V. González (1923), aborda magistralmente la significación social de la reforma, expresando la fuerza y trascendencia que ya se percibía en ese momento. Antecedentes El panorama de la Educación Superior para 1918 incluía, concretamente, la existencia de cinco universidades, tres nacionales y dos provinciales (Tucumán y Santa Fe). Entre las primeras, la de Córdoba llevaba la marca distintiva de su fundación clerical y colonial – data de 1613– mientras que las de Buenos Aires (1821) y la Plata (1905) se caracterizaban por una etiqueta más “profesionalista” y “cientificista” respectivamente, también haciendo eco de sus orígenes. No eran más de 12.000 alumnos para ese año los que cursaban en todas ellas y el 80% de ellos se concentraba en Buenos Aires. Era la Ley Avellaneda, sancionada en 1885, la que regía todo ese sistema. Ésta le otorgaba al Poder Ejecutivo el poder de aprobar y modificar los estatutos internos de las universidades, y nombrar profesores. Éstas estaban controladas por las “Academias”, círculos cuyos miembros conformaban élites vitalicias de profesionales. Fue la UBA una de las pioneras en tratar de erosionar esa exclusividad cambiando su estatuto en 1906. Aquella ley era una de las tantas dictadas durante el régimen oligárquico que gobernaba el país desde 1880. En su paradigma – su concepción total de la política, economía, cultura, etc…– la “sociedad” no era la que existía en la realidad sino “una concepción teórica, frente a la cual había que aplicar principios abstractos” por lo que en lo que refiere a su formación, “del pueblo se acordaban para educarlo con la difusión de escuelas, pero nunca para consultarlo.” (González, 1923). De esa manera, sin problematizarlo, tanto la clase dirigente como sus instituciones, se mantenían alejadas del resto de la población, que en verdad era la mayoría. La universidad, puntualmente, era para muy pocos, recibía a los individuos de la clase privilegiada, formándolos para responder a esa cosmovisión y así la reproducía. Como veremos, cada vez fue menos capaz de mantenerse al margen de las transformaciones que estaban ocurriendo afuera de ella. A decir verdad, nunca fue ajena: ese rol de preservar el orden era una decisión política constante. La cuestión fue que una serie de hechos, combinados con el telón de fondo de la Argentina de principios del siglo XX – inmigración europea, acceso al sufragio y a la política para más personas, huelgas obreras– comenzaron a sacudir los cimientos de esa institución. En 1917, los estudiantes de la Facultad de Medicina de Córdoba se enteran del cierre del internado en el Hospital de Clínicas: el único espacio práctico que implicaba estudio, comida y vivienda para muchísimos de ellos. Ésto desató protestas y prendió una mecha que fue rápidamente encendiendo la crítica a todas las capas del sistema, es decir, inició un fuerte cuestionamiento y una pérdida de legitimidad del establishment universitario que al año siguiente, cuando arrancó el nuevo cuatrimestre, era ya un incendio que no podía detenerse. La seguidilla de acontecimientos está bien relatada en el suplemento de la Ménsula; lo que nos interesa remarcar en este módulo es que las máximas autoridades no cedían ante las demandas de democratizar los espacios y canales de decisión, quizás porque no podían – o no querían– ser totalmente conscientes de que el cambio era inminente. El planteo del estudiantado, básicamente, insistía en la necesidad de que éste y los docentes participen de aquellos, porque era la única forma de velar por los intereses de esa nueva generación. Renovar los mecanismos académicos y de gestión, introduciendo el voto y elección de autoridades, para garantizar libertad de cátedra, estatutos más inclusivos y una ciencia moderna. Una Universidad colonial, formadora de cuadros liberal-conservadores, excluyente de alumnos ajenos a la burguesía; era incongruente con un país en el que el voto ya no era censitario, gobernaba un partido radical que abogaba por la causa nacional de terminar con la corrupción y el fraude, y las mayorías no eran terratenientes ni mucho menos familias patricias. En ese clima de efervescencia y en el marco de esa lucha por tener voz, se crea la Federación Universitaria Argentina (FUA) en abril de 1918, ícono de la representación estudiantil a lo largo y ancho del territorio. El mismo día (como para dimensionar la acelerada pulsación del conflicto) la Universidad de Córdoba es intervenida por decreto nacional: el gobierno de Yrigoyen se dispuso a involucrarse directamente a través de la designación de una figura interina. Así, aun en el marco de la citada Ley Avellaneda, pudieron reformarse sus estatutos para preparar el terreno. El modelo adoptado como referencia fue el de la Universidad Nacional de La Plata – recordemos que era la más nueva y moderna– por lo que se procedió a llamar a elecciones que designaran nuevas autoridades. Los Consejos Superiores y Directivos estarían conformados entonces por miembros votados por el estudiantado y los profesores. Hasta acá repasamos el camino al día clave que condensó todo lo relativo a la Reforma Universitaria: el 15 de junio en el que se votaba la figura del Rector. Tal como relatan los dos textos seleccionados, la contienda principal estaba entre el candidato de los sectores conservadores y clericales, y el propuesto por el movimiento reformista. Hubo dos empates seguidos, pero al tercer intento triunfó aquel, hecho que disparó la protesta generalizada de los estudiantes. Se pidió la renuncia del rector conservador y la movilización llegó al punto tal que la Universidad tuvo que ser clausurada. A esta altura, el conflicto ya había escalado y exigía mucho más; en palabras de Julio V. González (1923, p:8): “si reformados los estatutos de acuerdo a sus aspiraciones los estudiantes eran igualmente derrotados, ¿dónde residía el mal? no estaba en los malos estatutos, sino en la tendencia, en el régimen, en los hombres que dominaban en la universidad y fuera de ella.” En el material podemos leer el Manifiesto de los reformistas, publicado y difundido, en el cual nos encontramos con el espíritu de todo este movimiento y, especialmente, con estas conclusiones. Leyéndolo podemos rastrear que esta irrupción tras la sensación de injusticia hizo que “les cayera la ficha” y redimensionaran su propio movimiento. Su rebelión ya había dejado de ser sólo contra el sistema universitario, pues, para que éste se reformara, tenía que modificarse también la correlación de fuerzas sociales y políticas afuera de aquél. “Acudieron al seno de la sociedad, que era la que en realidad planteara el problema por intermedio de ellos. Hablaron al país, a la América toda. Ampliaron el horizonte, enarbolando ideales más comprensivos; fueron en fin, al fondo de la cuestión, al problema social que el momento histórico por que atravesaba el país y el mundo, tenían enunciado.” (González, 1923, p: 9) Contexto político-social Entonces, siguiendo la línea de González (1923), la Reforma no fue un hecho que se limitó a la Universidad, porque era parte de una cuestión social. Fue parida por la coyuntura nacional e internacional y fue una de las expresiones del conflicto general que animaba y enfrentaba la sociedad argentina. Compartimos con su análisis y apreciaciones las tres características centrales de ese escenario: 1) La Primera Guerra Mundial (que ya llevaba cuatro años de duración y finalizó justamente recién a fines de 1918). Ésta había puesto en crisis las coordenadas que regían el mundo conocido: capitalismo, imperialismo, nacionalismo. De hecho, el consenso historiador ubica en la exacerbación de esos tres principios las causas profundas del conflicto bélico; los cuales no desaparecieron con él sino que se resignificaron. Argentina era una parte de ese mapa mundial: inserta en el capitalismo internacional a través de la exportación de productos primarios, en una relación desigual y desventajosa frente a la potencia británica, viendo tambalear los cimientos de la “Nación” tal como la pensaban las elites locales. La crisis producida por la Guerra terminó golpeando también nuestra economía y vida cotidiana. 2) La Revolución Rusa (1917). No sólo desparramó el miedo a la insurrección comunista en América Latina por mucho tiempo y con ello a todo levantamiento, sino que también su carácter iconoclasta – rechazador de valores y tradiciones– inspiró a las juventudes del continente a repensar las estructuras y condiciones de vida dadas por sentado y creer que había posibilidades de modificarlas en un sentido más justo. 3) El radicalismo en nuestro país. Luego de que fuera sancionada la Ley Sáenz Peña (1912) y que ello permitiera la participación de todos los varones mayores de 18 años, la Unión Cívica Radical, el primer partido político moderno de masas del país, arribó al poder. De la mano de Hipólito Yrigoyen y con amplio apoyo popular, interrumpió la larga sucesión de gobiernos conservadores. Según el autor, su función y relevancia estuvo en ese quiebre, en el intento de barrer a la oligarquía de la dirigencia de la Nación, “de cavar un abismo en el cual quedaba definitivamente sepultada la generación que había manejado al país desde el ‘80 hasta 1916” (González, 1923, p:3). Es decir, a dos años de ese ascenso, tiene lugar la Reforma, y este gobierno la acepta y la toma como parte de su programa rupturista. Más allá de que podemos discutir con González si esto fue una obra “demagógica”, es cierto que el movimiento estudiantil trascendió al radicalismo y el apoyo que éste le brindó. Como surge de lo detallado, el contexto político y social del mundo era de profundas transformaciones, y en nuestras latitudes, de conmocionada transición entre dos modelos de país, dos paradigmas nacionales distintos. En los ideales de la Reforma, esto se reflejó, por ejemplo, en atentar contra dos elementos de aquel viejo paradigma: la idea y papel de la religión y de la patria. Para ambos, la denuncia era similar: que no representaban al pueblo, sino que lo volvían instrumento de un régimen fraudulento y para pocos. En fin, esta nueva generación, formada en los últimos resquicios de ese orden ya en decadencia, se sentía llamada no tanto a destruirlo, sino a construir uno nuevo. Es de ese rol histórico de bisagra que eran conscientes, al menos, eso aparece en el Manifiesto de la Reforma. Otro aspecto fundamental, enfatizado por sus protagonistas, fue la evolución de la Reforma Universitaria. Ahora veremos en el próximo apartado sus principios e innovaciones, así que antes recuperamos dos aspectos: su alianza con los sectores obreros y su llamamiento al resto del continente latinoamericano. Rápidamente, los estudiantes reformistas y el proletariado (obreros asalariados) lograron una interesante y poderosa vinculación, por un lado, apoyándose en sus luchas y causas particulares y sectoriales, por otro, entendiéndose parte del mismo movimiento de transformación del país en un sentido más democrático. Los dos sectores representaron en un mismo momento la rebeldía e incluso, la revolución. La otra cuestión importante fue la intención de difundir los ideales y la necesidad de la Reforma Universitaria a los demás países de la región. De hecho, así ocurrió: durante la década de 1920 se fueron dando acuerdos de intercambio y compañerismo con estudiantes de Perú, Chile, México, promoviendo la solidaridad, el establecimiento de universidades más populares, el cogobierno, el ideal del americanismo. Al día de hoy, esa interacción se ve reflejada en la estructura de las universidades, similares a las nuestras, con las características que veremos inmediatamente en el próximo apartado. Principales innovaciones: Autonomía, Co-gobierno. De lo que venimos desarrollando hasta ahora, pareciera que las novedades centrales de la Reforma Universitaria fueran en torno a la democratización de la institución en un sentido formal, es decir, de los mecanismos de decisión, de nombramiento de autoridades, de participación. Lo cierto es que hubo varias innovaciones, que sí, nacieron puntualmente con el conflicto originario en Córdoba y sus particularidades, pero que eran representativas de lo que la universidad en general buscaba y que, como decíamos en la introducción, permanecieron como emblemas del espíritu universitario público. Vamos a explicar de cuáles se trata: La primera que tenemos que resaltar es la AUTONOMÍA: los reformistas creían que la Universidad tenía que ser una institución independiente y gobernarse a sí misma. Al contrario del modelo de la Ley Avellaneda, defendían que el gobierno no podía formar parte del nombramiento de autoridades, docentes, ni tutelar el contenido de la currícula, ni dictar normas de funcionamiento. Es decir, la universidad se entendía a sí misma con la necesidad y capacidad de autogobernarse y mantener una sana distancia con las gestiones políticas de turno. No así del Estado: la cuestión del financiamiento y del carácter público del organismo no se veían alteradas. En otras palabras (y al día de hoy) la Universidad pública debe ser estatal –no puede tener un dueño privado pues pertenece a toda la comunidad política– pero libre para poder garantizar la mayor y mejor generación de conocimiento. Sus funciones de investigación, docencia y extensión (que vimos el módulo anterior) pueden desenvolverse en ese sentido si sus referentes, estatutos y programas no dependen del poder político. Debe estar sujeta a un COGOBIERNO integrado por representantes de los diferentes claustros (juntas) que componen la universidad: docentes, graduados y estudiantes. Todas las partes de la población, mejor dicho, de su demos/pueblo, tienen voz y voto. LIBERTAD DE CÁTEDRA: como su nombre lo indica se deben respetar todas las corrientes del pensamiento y las tendencias científicas y sociales. No pueden existir “supervisiones”, censuras ni sanciones a los docentes por el contenido de sus clases, por las discusiones que se plantean; debe tener libertad para investigar y enseñar. De igual modo, los estudiantes deberían poder optar por las cátedras de las materias, acercarse a más de un enfoque – no obstante la cuestión presupuestaria suele afectar esa variedad– y expresarse libremente en clase, en sus producciones. Mientras se tenga la idoneidad suficiente, los profesionales tienen derecho a una cátedra para difundir su propuesta de conocimiento y formación. Aparece con este proceso histórico la noción de la EXTENSIÓN UNIVERSITARIA: la institución tiene que dedicar una parte de sus recursos simbólicos, humanos y materiales a proyectos de vinculación con la sociedad. Si bien esto parte – y podemos debatirlo– de una concepción de fondo que ve aislada a la universidad del resto, por lo que lo ubica como un “esfuerzo”, visión que está muy relacionada con el hecho de que la UNC lo estaba efectivamente en 1918, actualmente lo vinculamos con el derecho a la universidad que estudiamos el módulo anterior. Más que pensar que el conocimiento se vuelca unilateralmente en la sociedad, ésta y aquélla siempre están en constante intercambio e interpelación. Extender la universidad debería ser una función rutinaria, al difundir y sobre todo compartir la producción de conocimiento y praxis transformadoras. Por ejemplo, con la habilitación de espacios de diálogo con otros actores sociales, productivos, culturales y gubernamentales, pensando en agendas de trabajo colectivas e incluso políticas públicas. Así como fue útil para los reformistas de 1918, lo es para nosotros que se mantenga la PUBLICIDAD DE ACTOS UNIVERSITARIOS: la Universidad debe difundir la información completa respecto a noticias, medidas de gobierno, disposiciones, reuniones del cogobierno. Se entiende que debe ser LAICA, no puede profesar ningún credo religioso particular para no verse limitada la labor científica por cuestiones confesionales. En la línea con la libertad de cátedra, el espacio universitario tiene que permitir la diversidad y debe promover la producción de conocimiento siguiendo los criterios objetivos de la ciencia moderna. A esa educación de calidad deberían tener ACCESO todas las personas que lo deseen. Como vimos, el contexto de la Reforma Universitaria fue el del fin de la Argentina oligárquica, excluyente y conservadora. Fue un movimiento en línea con la Argentina de masas que sobrevenía. Por ello, entre sus principios se empieza a delinear la idea de la gratuidad y el ingreso irrestricto, desafíos que todavía para ese entonces no serían abordados de lleno. Conclusiones La Reforma Universitaria de 1918, iniciada en la Universidad Nacional de Córdoba y extendida a todas las públicas del país, fue un verdadero sismo en la manera de pensarlas, actuar y trabajar en ellas, ordenarlas y entenderlas. Como todo terremoto, sus temblores se sintieron en muchas locaciones y sus consecuencias fueron inabarcables en tiempo y espacio. Por un lado, porque reorganizó las universidades de nuestros países vecinos y asi las podemos ver hoy: hermanadas en espíritu y cuerpo a las nuestras. Por otro, porque, como leeremos en los próximos módulos, sus innovaciones y banderas fueron tanto defendidas como fuertemente cuestionadas por las tendencias políticas que vendrían. El movimiento reformista se erigió como símbolo de una generación altamente transformadora pero que allanó el camino para otras aún más. Si su contexto político-social fue complejo e imposible de desoír puertas adentro de la universidad, los siguientes – el peronismo, las dictaduras militares, la vuelta a la democracia– también lo fueron y reavivaron el fuego de esa herencia autonomista. Ya en la conciencia universitaria estaban instalados esos principios que repasamos y la historia argentina los pondría a prueba una y otra vez. A veces desoyéndolos, a veces reapropiándoselos. Otro aspecto central que perduró y jugó un papel importantísimo en esa trayectoria fue el mismo movimiento estudiantil, que se consagró como un actor político-social en los sucesivos escenarios. Éste como tal no existía antes del proceso de la Reforma. Había un estudiantado – antes un mero alumnado– no obstante no era un movimiento detrás de causas y con intereses propios. Por último, la discusión que abrió este primer reformismo pero no cerró, fue la gratuidad universitaria. Sería recién con el advenimiento del peronismo que se daría ese debate, además de resignificarse la misma Reforma. No se consolidaría este principio hasta incluso muchos años después, en la década de los ‘80. Retomando lo trabajado en la unidad anterior, la Universidad como derecho fue también resultado de un devenir histórico y es en nuestros días que todavía se sigue discutiendo. Podemos pensar que la Reforma Universitaria de 1918 fue quizás el primer paso en dirección a la función social de la universidad tal como la venimos discutiendo en esta materia.

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