El Sonido que Dio Origen al Mundo: Reflexiones sobre la Música y la Palabra

Summary

Este documento explora las conexiones entre música, poesía y lenguaje, argumentando que el sonido fue el origen del mundo. El texto reflexiona sobre la música como una forma de expresión y comunicación, y cómo se relaciona con otros aspectos de la experiencia humana. Se hace referencia a autores como Rainer María Rilke y George Steiner.

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El Sonido que Dio Origen al Mundo: Reflexiones sobre la Música y la Palabra En el oído, el sonido que dio origen al mundo resonó. El poeta alemán Rainer María Rilke, en sus sonetos, habla del Silencio como una consecuencia de la audición, y de esta, como un regalo de los dioses. Fueron ellos quiene...

El Sonido que Dio Origen al Mundo: Reflexiones sobre la Música y la Palabra En el oído, el sonido que dio origen al mundo resonó. El poeta alemán Rainer María Rilke, en sus sonetos, habla del Silencio como una consecuencia de la audición, y de esta, como un regalo de los dioses. Fueron ellos quienes lo entregaron al hombre, convirtiendo su oído en un templo. En el inicio del universo, hubo un sonido. Quizás fue el de un rompimiento, una separación que comenzaba a desgajar todo lo que alguna vez fue uno. Con ese sonido, nació la música. Cada fragmento de ese universo roto creó su propio canto, otorgándole identidad a cada especie en un mundo sonoro. Además, este sonido dio pie a la creencia de que los movimientos planetarios celestiales están organizados según patrones musicales, como asegura el teórico francés George Steiner. De esos sonidos también nacería la palabra. En los códices mexicas, el caracol representaba la palabra oral, y más que ser palabra, era canción. En ella residía el espíritu de la vida y la sabiduría. Al amanecer y al ocaso, el sonido del mar saludaba y despedía al Sol, que, para dar la bienvenida a la noche, se fundía en el agua. En la obra de Nezahualcóyotl, el canto era un ente vivo, una ofrenda: "No acabarán mis flores, no cesarán mis cantos. Yo, cantor, los elevo, se reparten, se esparcen". Aunque las flores se marchiten y amarillezcan, serán llevadas al interior de la casa del ave de plumas de oro. Los sonidos de todo lo que existía eran música. No es que todo hablara, sino que a nuestros oídos, todo cantaba. Las aves, el viento, el agua, el fuego, guardaban dentro de sí su propio canto, su propia vibración y su propio mensaje. El canto, como tú lo enseñas, no es anhelo ni petición de algo aún no conseguido. El canto es existencia. Es fácil para el Dios, pero ¿cuándo existimos nosotros? Cuando mira hacia nuestro ser, los astros y la tierra, el que tú ames, muchacho, no es idéntico. Aunque la voz te esté forzando a abrir la boca, aprende a olvidar que has cantado. Eso es algo que fluye. Cantar es, en verdad, un aliento distinto, un hálito por nada, un soplo en el Dios, un viento. En la doble inmensidad de los mundos, visible y nocturno (es decir, real y onírico), esta casa es un viaje del cual hay que regresar. Es la culpa paleolítica, ser capaz de traer la presa que devino predadora de su predador. Un buen chamán es un ventrílocuo. El animal penetra en quien lo llama con un grito. El Dios entra en el sacerdote. Es el animal que cabalga, el espíritu que induce el trance en quien posee el chamán. El combate se transforma en empresa del chamán. Como escribió Pascal Dignard en su libro, el odio a la música. En el mundo occidental, las historias heroicas eran cantadas por los trovadores, y en la voz popular, al esparcirse, se seguían cantando. Esas vidas eran parte de la historia de un pueblo. Así, la poesía, pensada como creación pero también como un género rítmico emparentado con la música, buscaba fijarse en la memoria. Sabiendo que la memoria, al ser tiempo, también es ritmo, ¿no sería más fácil recordar una melodía o la emoción que esta transmite más que las palabras que la componen? Una pregunta esencial oscila entre los dos mundos: ¿por qué hablar si puedo cantar? Las cadencias musicales, el ritmo, llegan al feto en el útero y, aún el más anciano, aquel que ha perdido la razón, tararea, silba, musita música antes del final. Así, La poesía, pensada como creación pero también como un género rítmico emparentado con la música, buscaba fijarse en la memoria. Sabiendo que la memoria, al ser tiempo, también es ritmo, ¿no sería más fácil recordar una melodía o la emoción que esta transmite más que las palabras que la componen? Una pregunta esencial oscila entre los dos mundos: ¿por qué hablar si puedo cantar? Las cadencias musicales, el ritmo, llegan al feto en el útero y, aún el más anciano, aquel que ha perdido la razón, tararea, silba, musita música antes del final. Así, ante la muerte, la música tiene un poder del que carece el habla. Es cazadora en tanto busca traer al otro. Nace de la materia del instrumento y hace de nuestro oído una gruta que resuena con una emoción que solo es posible percibir mediante ese sentido nocturno. Nos lleva a esa unidad que precedió al sonido que dio origen al mundo

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