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Bunge, M., & Ardila, R. (1988). Filosofía de la psicología .pdf

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traducción de MARCO AURELIO GALMARINI FILOSOFIA DE LA PSICOLOGIA f)OI MARIO b u n c ;k RUBÉN ARDIIA siglo veintiuno editores siglo veintiuno ed...

traducción de MARCO AURELIO GALMARINI FILOSOFIA DE LA PSICOLOGIA f)OI MARIO b u n c ;k RUBÉN ARDIIA siglo veintiuno editores siglo veintiuno editores, s.a. de c.v. CERRO DEL AGUA 248, DELEGACIÓN COYOACÁN. 14310 MÉXICO, D. F. siglo xxi editores argentina, s.a. LAVAILE 1634 PISO 11-A C-1048AAN, BUENOS AIRES, ARGENTINA p o r ta d a d e m a n a luisa m a rtfn e z passarge p rim e ra e d ic ió n (c o rre g id a d e la p rim e ra e d ic ió n d e 1988, Ariel, B a rc e lo n a ), 2002 O siglo xxi e d ito re s, s. a. d e c. v. ishn -8 ( I r i r t ' l i o s i t s c i v a d o s c o n í o r m r a l a le y M l i p i e s n y l i c t h o e n ml)iolo¡>i;i, mientras que, siempre que no sea incoherente, podría recomendar la invcsliy,lición |>mii|isH'ológic:a. La afirmación de que la investigación científica implica los principios filosóficos que se citan en el cuadro 1.3 y otros, no es una afirmación descriptiva, sino normativa. Lo que se afirma no es que, de hecho, todos los científicos se sometan a esos principios, y menos aún que lo hagan conscientemente. Esa afirmación podría obviamente ser falsa. Lo que se afirma en lugar de ello es que el análisis filosófico de un fragmento de investigación científica correcta está condenado a mostrar que tales principios están implícitos en ese trabajo, cosa que, casi siempre, es lo más desconocido para los propios investigadores. Hace un tiempo se sugirió una manera de justificar dicha afirmación. Hela aquí: prescíndase, de uno en uno, de todos los principios filosóficos, y se verá si tales omisiones mueven a cometer un error o a dejar de considerar un problema interesante. Invitamos al lector a realizar esta comprobación por sí mismo, y a consultar otros textos en busca de orientación (Bunge, 1977a, 1979a, 1983a, 1983b, 1985a, 1985b, 2000). 1.5. FILOSOFÍA DE LA PSICOLOGÍA ! Una filosofía de la psicología es, por supuesto, un estudio filosófico de la psicología. Puesto que, como hemos visto al comienzo, la filosofía consta básicamente de lógica, semántica, gnoseología y ontología, una filosofía general de la psicología debería con­ tener una lógica, una semántica, una gnoseología y una ontología de la psicología. Ahora bien, en cualquier momento de su historia, la psicología implica una cantidad de principios filosóficos: recuérdese la sección 1.4. Además, algunos de los descubri­ mientos de la investigación filosófica, pura o aplicada, forzosamente apoyan o minan hipótesis filosóficas previas, o bien sugieren otras nuevas (por ejemplo, que hay, o que es imposible que haya, mente sin cuerpo, o conocimiento sin aprendizaje). En conse­ cuencia, una filosofía general de la psicología no puede evitar enfrentarse con los principios lógicos, semánticos, gnóseoTógícos, ontológicos y monfles'implicados en la investigación y la práctica psicológicas, o por éstas sugeridos. (Para la negación de que la filosofía de la psicología debe ocuparse de problemas ontológicos, tales como el de la naturaleza de la mente, véase Margolis, 1984.) A decir verdad, ningún estudio particular de la filosofía de la psicología se centrará en ninguno de estos problemas; es la disci­ plina como totalidad la que debe tratar acerca de ellos. Lo mismo que otras ramas de la filosofía, la filosofía de la psicología no es en absoluto un campo de conocimiento unitario y firmemente establecido. En realidad, hay prácticamente tantas filosofías de la psicología como filósofos que se ocupen del tema, y todas son superficiales y sectoriales. Ninguna cubre todos los aspectos de la disciplina (lógico, semántico, etc.), y la mayoría de ellas distan mucho de la investigación psico­ lógica actual o apenas utilizan herramientas analíticas, o no pertenecen a sistemas filosóficos generales. En resumen, las filosofías existentes de la psicología no se caracteri­ zan precisamente por su unidad de enfoque y de tema. Pero no es ésta una responsa­ bilidad exclusiva de los filósofos. Por ejemplo, Robinson (1985), un psicólogo, defiende el dualismo psicológico anticuado con ayuda de instrumentos filosóficos obsoletos, y se une a F.ccles (Recles y Robinson, 1985) en la cruzada contra el materialismo. Hay distintos modos de filosofar acerca de la psicología o, en verdad, acerca de cualquier cosa. Un discurso filosófico puede ser original o escolástico, constructivo o crítico, exacto o inexacto, sistemático o fragmentario y de orientación científica o acientífico (incluso anticientífico). O bien puede combinar dos o más de tales modali­ dades. Así, antes de introducir una idea nueva es aconsejable resumir el fondo de cono­ cimiento pertinente, esto es, realizar un trabajo de exposición y de crítica. (Una filosofía se califica como escolástica sólo si no contiene ideas nuevas, y en particular si es apologética.) Un discurso original puede consistir en un análisis conceptual o en la construcción de una teoría, pero no está necesariamente exento de observaciones crí­ ticas. Las críticas pueden motivar la construcción y, en todo caso, toda nueva idea debiera ser críticamente examinada. (Una filosofía es puramente crítica o destructiva si no propone alternativas.) Cuando se expone un sistema filosófico están justificados los comentarios aclaratorios o los ejemplos ilustrativos que, en sentido estricto, no pertenecen al sistema. Además, el discurso puede ser exacto en unos aspectos e inexacto o informal en otros. (No obstante, hay una diferencia entre la inexactitud — por ejemplo, la del lenguaje ordi­ nario— y la oscuridad, sea deliberada, sea manifestación de un trastorno neurológico.) Por último, el discurso filosófico puede presentar una orientación científica en ciertos pasajes y no científica (por ejemplo, ideológica) en otros. Sin embargo, si el objetivo es estimular el avance del conocimiento, jamás debe ser anticientífico. La pureza del modo, entonces, no es de importancia capital en filosofía. Lo que interesa es que el discurso sea inteligible (tal vez con cierto esfuerzo de aprendizaje), interesante o pertinente (por ejemplo, que trate problemas importantes), verdadero (por lo menos en parte), y que esté dotado de cierto poder heurístico, esto es, que sugiera nuevas hipótesis, experimentos o métodos, o que relacione entre sí ideas hasta entonces aisladas. Sin embargo, sostengo que el modo de filosofar con mayor factibilidad de conducimos a la claridad, la pertinencia, la verdad, la profundidad y el poder heurístico, es el que combina crítica y exactitud, sistematicidad y fidelidad a la investigación y la práctica actuales. Tratemos de justificar esta afirmación. La necesidad de crítica es evidente, no sólo porque la crítica es un componente de toda investigación racional, sino también porque la filosofía y la psicología, a pesar de su antigüedad, todavía están subdesarrolladas, en parte debido a que siguen albergando multitud de dogmas —por ejemplo, el dualismo psicofísico y la creencia de que, en filosofía, en psicología o en ambas, basta el lenguaje ordinario. Sin embargo, no hay que exagerar el valor de la crítica a expensas de la invención (de hipótesis) y el descubri­ miento (de hechos). La función de la crítica consiste en regular la investigación, no en remplazaría. La crítica es al progreso del conocimiento lo que el termostato es al homo. Sin un termostato, el homo puede resultar arrebatador, pero sin el homo, el termostato ni) sirve para nada. lin cuanto a la exactitud, o la obediencia a los modelos lógicos y el uso de herra­ mientas matemáticas, sólo en las primeras etapas de investigación se puede prescindir de ellos. I)c alil en lulelante, su uso debe incrementarse por tres razones como mínimo. En primer lugar, porque queremos minimizar malentendidos y las correspondientes disputas hermenéuticas. (Si Freud hubiera sido un pensador exacto, no habría podido engendrar más de 200 escuelas psicoanalíticas.) En segundo lugar, la exactitud favorece la verificabilidad. (Compárese, por ejemplo, “Y es una función exponencial de X ” con “Y depende de X ”.) En tercer lugar, la profundidad, siempre deseable, reclama exactitud, pues las construcciones hipotéticas son siempre sospechosas, a menos que sean cuan- tifícadas y relacionadas de una manera exacta con cantidades observables. Igualmente obvia es la virtud de la sistematicidad cuando se trata de problemas complejos, tales como los de investigación psicológica o filosófica. En ambos casos, estamos condenados a recurrir a muchas hipótesis y definiciones, métodos y datos que, a primera vista, no presentan relación entre sí. El enfoque exclusivo de algunos de tales componentes es probable que termine en una presentación distorsionada del todo. Un buen ejemplo de las desventajas de pensamiento sectorial es la psicología de las facultades, que ignoraba las interacciones entre lo cognitivo, lo afectivo y los compo­ nentes motores del fenómeno mental. (Gran parte de la psicología contemporánea del conocimiento es culpable de la misma falta.) Otro ejemplo es el segundo Wittgenstein, cuyos libros son colecciones de aforismos y ejemplos sin conexión mutua. Por último, solamente la actitud científica y la fidelidad a la investigación actual produce un discurso filosófico lo suficientemente atractivo para los psicólogos como para tener la oportunidad de sugerir nuevas y fructíferas ideas científicas o de desalen­ tar los proyectos de investigación orientados erróneamente. (Una de las razones por las que los psicólogos no tienen en cuenta a los filósofos radica en que la mayoría de estos últimos sólo se mueven en el campo de la psicología popular.) Sin embargo, es menester que una buena dosis de escepticismo atempére la ciega entrega a la ciencia del momento, pues, de lo contrario, el filósofo corre el riesgo de verse arrastrado por alguna corriente de moda, que no tiene por qué ser la más fecunda y promisoria. (Recuérdese las épocas en que psicólogos famosos identificaban mente con conciencia, o con un conjunto de programas de computación.) En resumen, aun cuando en abierta colaboración con los científicos, los filósofos debieran conservar su independencia de juicio, y no olvidar que la mejor ciencia puede ser errónea (por ejemplo, por falta de adecuada orientación filosófica). La filosofía no tiene por qué ser esclava de la ciencia, ni tampoco su señora, sino su colaboradora. Esta cooperación, lejos de acallar las críticas mutuas, debe con­ tribuir al desarrollo de ambas partes. 1.6. RESUMEN Hubo un tiempo en que la psicología era miembro de la familia filosófica. Hacia mediados del siglo xix sufrió la ilusión de haberse emancipado por completo de la filosofía. Hoy, cuando se encuentra en plena lucha por su independencia y en proceso de convertirse en ciencia madura, se puede conceder que, lo mismo que cualquier otra ciencia, la psi­ cología no es del todo ajena a la filosofía. Un examen de cualquier proyecto ambicioso de investigación psicológica, como de cualquier progreso importante de la psicología, sugiere que nuestra cicncin rslii por doquier impregnada de principios ontológicos, gnoseológicos y morales. En particular, una gran parte de la investigación de los fenómenos mentales presupone alguna filosofía de la mente. Pero es mayor aún la cantidad de investigación que se ha dejado de realizar en este campo bajo la presión de erróneas filosofías de la mente y de la ciencia. Además, hay hallazgos de la investigación psicológica que la filosofía debería asimilar, ya que, después de todo, los problemas referentes a la naturaleza de la mente y a la mejor manera de estudiarla son problemas que interesan tanto a la filosofía como a la psi­ cología. Por tanto, no se trata de renunciar a la filosofía, sino de mantenerla bajo el control de la ciencia, y de ayudarla a convertirse en una disciplina capaz de hacer progresar activamente el conocimiento científico. Muchos_ psicólogos y observadores de la psicología se quejan de la falta de consenso acerca del verdadero objeto referente de su disciplina. Sin embargo, en esto la psicología no está sola. Hay biólogos que no están seguros de que el estudio de la química de las biomoléculas, como el a d n , sea de su competencia. Muchos químicos consideran la termodinámica como tema propio, pero, por otro lado, están dispuestos a rendirse ante los físicos cuando éstos afirman que toda la química no es más que un capítulo de la física. Hasta en física — la más antigua y la más poderosa de las ciencias fácticas— se producen vivas disputas acerca de su objeto. Así, aunque la mayoría de los físicos sostiene que la física es el estudio de las cosas físicas, otros — los seguidores de la interpretación de Copenhague de la teoría cuántica— niegan que haya cosas autónomas, y afirman que la física estudia lo que aparece a los observadores, esto es, apariencias. Y unos pocos llegan a sostener que la teoría cuántica no puede comprenderse a menos que incluya la mente humana, lo que, si es cierto, pondría a la física en indisoluble relación con la psicología. Sin embargo, ninguna de estas controversias impide a los contrincantes la prosecución de sus trabajos: las incertidumbres relativas al objeto de estudio afectan, por cierto, al modo en que se enseña la ciencia y en que se hace filosofía acerca de ella, pero difícilmente influyen en la comente principal de la investigación. En psicología las cosas son muy diferentes. Toda visión del objeto o referente de la psicología es probable que afecte profundamente a la naturaleza de los problemas que han de atacarse y a la modalidad de las investigaciones mismas. Así pues, si la psi­ cología se define como el estudio de la conciencia, todo lo demás se dejará de lado y se favorecerá la introspección por encima de cualquier otro método. Pero si, por el contrario, se define la psicología como el estudio de la conducta manifiesta, sólo se estudiarán los movimientos observables, y todo lo demás será ignorado. Una razón de que la importancia de la cuestión del tema u objeto sea mayor en psicología que en otras ciencias reside en que la psicología todavía se encuentra en proceso de transición del estadio protocientífico al científico. En consecuencia, la antigua tradición, nacida al abrigo de la filosofía clásica, es más fuerte de lo que parece, mientras que la nueva tradición todavía es débil. Dadas estas condiciones, no es sorprendente que, mientras que algunos estudiosos de la psicología buscan aún refugio en una u otra escuela, los haya también quienes adopten una posición nihilista o cínica y digan que la psicología es una ciencia que tiene por lo menos dos explicaciones para todos los fenómenos y ningún fenómeno para la mayoría de sus teorías. Pero los autores de este libro, junto con la gran mayoría de los psicólogos, no son dogmáticos ni nihilistas. Por el contrario, creen que la psicología l »> I tiene una clase bien definida de referentes —aunque en absoluto una clase estrecha— que pueden y deben ser estudiados científicamente. También creen que esta clase puede identificarse mediante el análisis de algunos de los conceptos clave del aprendizaje y la hipótesis de que éste equivale al fortalecimiento de conexiones intemeuronales. 2.1. DEFINICIONES DE LA PSICOLOGÍA Como todos sabemos, “psicología” etimológicamente significa estudio de la psique, el alma, el espíritu o la mente. Es así como los psicólogos clásicos y los teólogos concebían el objeto de esta disciplina. Y lo propio hace la mayoría de los psicólogos filosóficos, los psicoanalistas, y los psicólogos humanistas. Por ejemplo, el clásico de Descartes sobre el tema se titula Les passions de l ’áme, y Freud ha hecho frecuentes referencias a la Seele, que en la edición inglesa común (1953-1965) se transformó en mind [mente], la hermana legal del alma [soul]. Algunos psicólogos, de acuerdo con la tradición y, más particularmente, seguidores de James, Dewey e incluso Piaget, se refieren a la psicología como al “estudio de las funciones de la mente”. Tomada literalmente, esta expresión presupone que la mente es una entidad o una cosa, pues se le atribuyen funciones, esto es, actividades. De aquí que la expresión, literalmente entendida, presuponga alguna versión del dualismo psi­ cológico (para ello, véase la sección 1.2). En un contexto psicobiológico, en el que se supone que la mente es una colección de funciones (actividades) cerebrales, la expresión “funciones de la mente” es equivalente a “funciones de una colección de funciones cerebrales”. Como esta última expresión no tiene sentido, el psicobiólogo no puede aceptar la definición de “psicología” como “el estudio de las funciones de la mente”. Los conductistas radicales tienen razones propias para rechazar la definición an­ terior. La primera es que dicha definición deja fuera de ella precisamente lo que más les interesa: la conducta manifiesta. La segunda es que no creen en la existencia de la mente, o por lo menos en la posibilidad de estudiarla científicamente. En consecuencia, definen la psicología como “el estudio científico de la conducta”. No obstante, esto no soluciona el problema. Primero, porque el término “conducta” es interpretado en sentido estricto, a saber, como el movimiento corporal observable. Esto impide a los psicólogos estudiar el afecto, el conocimiento y otras importantes categorías de fenómenos, lo cual constituye una tácita invitación a los seudocientíficos para tapar ese agujero. Y si “con­ ducta” se interpreta en sentido amplio, de modo que incluya el afecto, la cognición y lodo lo demás, entonces el término “conductismo” pierde su mordacidad. (Paralelo: el demócrata que tolera amistosamente regímenes totalitarios.) Segundo, los psicólogos no sólo debieran interesarse por la conducta manifiesta, sino también por su motivación, nnI como por los mecanismos nerviosos de una y otra. Tercero, para un conductista, la paleología sólo es una más de las “ciencias de la conducta”, junto con la antropología, In Nociología, la economía, la politología, la historia y la lingüística. Pero, entonces, ¿qué rs lo que hace tan especial a la psicología? ¿Y qué la distingue del estudio de la enmluitii de las bacterias y las amebas, o incluso de la de los cuerpos en general (esto pk, In merAnint)? ('iinlquicrn de las razones precedentes basta para desterrar la defini­ ción conductista clásica de “psicología”, lo cual, por supuesto, no es un juicio acerca de la innegable importancia histórica del conductismo. Parece que hemos llegado a un callejón sin salida. Rechazamos la definición de “psicología” como “el estudio de las funciones de la mente”, pero admitimos que debe estudiar la mente (o las funciones mentales del cerebro). Y, aunque rechazamos la definición conductista de “psicología”, no negamos que nuestro estudio deba ocuparse de la conducta, aunque no de todas las cosas, sino únicamente de los animales. (Los informes ocasionales sobre la vida psíquica de las plantas han demostrado carecer de fundamento: véase, por ejemplo, Kmetz, 1978.) Además, no todas las especies animales caen dentro de la jurisdicción de la psicología. Por ejemplo, los psicólogos, como tales, no tienen interés en la conducta de los organismos sin sistema nervioso. De hecho, la gran mayoría de las especies animales son objeto de estudio de los zoólogos, no de los psicólogos. A los psicólogos sólo les interesan los animales capaces, por lo menos, de percibir y aprender y, en particular, capaces de aprender a modificar su conducta de una manera adaptativa. Y es probable que tal aprendizaje requiera un sistema nervioso mucho más complicado que, digamos, la red neural de una esponja. Por tanto, de acuerdo con las actuales opiniones mayoritarias, estipularemos que la psicología es el estudio científico de la conducta (y de la mente, en caso de que existiera) de los animales dotados de un sistema nervioso que los capacite por lo menos para percibir y aprender. Esta definición excluye de la psicología el estudio no científico de la conducta y de la mente, así como el estudio científico de los animales incapaces de percibir y aprender. Estos últimos son de la incumbencia de zoólogos y etólogos. 2.2. REFERENTES DE LA PSICOLOGÍA Si se acepta la definición de psicología que se acaba de dar, los referentes o los temas de estudio de nuestra ciencia resultan ser todos los animales que, en circunstancias normales, son capaces de percibir y aprender, y sólo ellos. La mención de circunstancias normales tiene por finalidad explicar las anomalías de aprendizaje debidas a defectos genéticos, lesiones, enfermedad, privación sensorial, etc. Sin embargo, también correspon­ de a los psicólogos estudiar tales anomalías. Nuestra definición deja fuera del ámbito de la psicología a todos los animales que normalmente son incapaces de aprendizaje. Se trata de aquellos animales que no tienen sistema nervioso o que poseen un sistema nervioso genéticamente predeterminado o “precableado”, como consecuencia de lo cual sus conductas son rígidas. Tales animales constituyen la gran mayoría de los phyla de animales. Los zoólogos y los etólogos son los que estudian en general su conducta. Hay ciertas pruebas fácticas de que algunos invertebrados, sobre todo las abejas y los pulpos, pueden aprender. Sin embargo, la atribución de capacidad de aprendizaje (como de cualquier otra capacidad), depende decisivamente de la definición de “apren­ dizaje”. Si el mero cambio de conducta en circunstancias ambientales nllermlus, por ejemplo, la habitación (“adaptación”), se considera aprendizaje, los gtisimoN y ln bubosa marina (Aplysia) también deben considerarse objetos de la investigación psicológica; de lo contrario, no. (En las secciones 7.2 y 9.1 volveremos sobre este tema.) Puesto que no hay consenso acerca de la definición de “aprendizaje”, tampoco puede haberlo acerca de si los invertebrados pueden aprender o no. Dado que la solución de este conflicto conceptual depende de la definición de “aprendizaje”, dejaremos, hasta nueva orden, el estudio de la conducta de los invertebrados a los zoólogos y los etólogos. En cuanto a los vertebrados, no cabe duda de que todos los vertebrados superiores, sobre todo los mamíferos y las aves, pueden aprender, y, en consecuencia, ser calificados como objetos de estudio de la psicología. Sin embargo, antes de descalificar las otras clases de vertebrados, sobre todo los peces, los anfibios y los reptiles, habría que con­ siderarlas con más detalle. No obstante, lo mismo que en el caso de los invertebrados, podemos, por ahora, dejárselos a los etólogos y a los zoólogos. En resumen, los refe­ rentes de la psicología son los mamíferos y las aves. Pero esto, como se ha advertido ya previamente, sólo se refiere a la actual corriente principal de la psicología. Nuestra definición de psicología excluye las sociedades anímales de los referentes de nuestra ciencia. La razón de ello es que sólo los individuos de ciertas especies son capaces de aprender, y de éstos, sólo algunos son capaces de presentar estados mentales. Las sociedades no aprenden, ni sienten, perciben o piensan. Atribuir propiedades o capacidades psicológicas a las sociedades es tan erróneo como atribuirles propiedades o funciones biológicas. Esto no quiere decir que los psicólogos deban ignorar la sociedad. Por el contrario, se supone que los psicólogos sociales investigan la conducta social, las condiciones sociales del aprendizaje y de las funciones mentales, y las consecuencias sociales (in­ directas) de la ideación (por ejemplo, la planificación, véase capítulo 10). No obstante, el foco d eJa psicología, sea_individual o social, es el individuo en su medio natural o socia), no la sociedad. Las sociedades son objeto de estudio de ios científicos sociales, no de los psicólogos. De la misma máñéraj los geólogos estudian Tás" rocas,''no la atmósfera, aun cuando también les interese la acción de los procesos atmosféricos - -tales como la lluvia o el viento— sobre las rocas. Su referente central es la litosfera, no la atmósfera. Análogamente, las sociedades son, junto con los hábitat naturales, los' referentes periféricos de la psicología, pues los referentes centrales de esta última son los animales individuales capaces de aprendizaje. La-discusión precedente no es tan bizantina como pudiera creerse. En realidad, elimina de Vin solo golpe dos ramas de la psicología clásica: la psicología de los pueblos ( Vfílkerspsychologie) y la psicología de las masas (MassenpsychoTógie)T o r supuesto, en legítimo estudiar la psicología de los individuos pertenecientes a diferentes socieda­ des, por ejemplo, iletradas y letradas, o agrarias e industriales — en resumen, embar­ carse en la psicología intercultural— , a fin de descubrir el impacto del progreso social «obre la conducta y la ideación del individuo. Análogamente, es legítimo estudiar los efectos de los grupos de pares y la presión de la masa sobre el individuo, así como Ion efectos del liilcrn/.go sobre la conducta social. Pero pretender que las totalidades so- linlcN, tules como piirhhw o musas, tienen una mente propia, es pura fantasía holística, pues sólo los individuos tienen sistemas nerviosos, y sólo algunos sistemas nerviosos pueden estar en estados mentales. Otra clase de objetos que se excluyen de la clase de referencia de la psicología es la de los artefactos, incluso los dotados de inteligencia artificial. Esta exclusión se fundamenta en que no se trata de animales. Es la misma razón por la que los ornitólogos, como tales, no estudian el avión, esto es, porque son biólogos y no ingenieros. No cabe duda de que los ordenadores (dotados de programas y controlados por seres humanos) imitan o sustituyen ciertas funciones animales, pero trabajan de una manera absolu­ tamente distinta de la de un animal. Es seguro que realizan ciertos trabajos que ante­ riormente sólo podían ejecutar personas, pero no los realizan como personas, sino como sus delegados y apoderados. En resumen, los psicólogos, en tanto tales, no estudian máquinas, salvo para manejarlas, o para descubrir lo que los animales no son. Por otro lado, los expertos en inteligencia artificial no pueden prescindir de estudiar psicología, sobre todo psicología del conocimiento, pues lo que quieren imitar o sustituir es la inteligencia natural, prerrogativa de algunos animales. En la sección 5.4 volveremos sobre este tema de tanta actualidad. Hemos decidido, por tanto, que los psicólogos no sean científicos primordialmente sociales, aunque 'püe3añ~’verse obligados a tomar en consideración la matriz social. También hemos decidido que”no son ingenieros, aun cuando puedan utilizar su cono­ cimiento de la psicología humana para ayudar a diseñar programas de computación o robots. Los psicólogos estudian los animales, en particular los humanos, y en este sentido son zoólogos. Pero son zoólogos altamente especializados. No es que limiten sus intereses a una única clase de animales, sino que se especializan en la conducta apren­ dida y la vida mental. Puesto que cierta conducta y cierta vida mental están fuertemente condicionadas por circunstancias sociales, la psicología tiene cierto campo en común con la ciencia social. Esta intersección está compuesta por la psicología social, la etio­ logía social y la biosociología. En resumen, nuestra definición de la sección 2.1 implica que la psicología es primariamente una ciencia biológica y secundariamente una ciencia social. O, lo que es equivalente: los referentes centrales de la psicología son animales capaces de percibir y aprender, mientras que sus referentes periféricos son so­ ciedades animales. Volveremos sobre este tema en el capítulo 13. 2.3. LA FRAGMENTACIÓN DE LA PSICOLOGÍA Y CÓMO PONERLE REMEDIO La psicología del siglo xx parece un inmenso mural con una gran cantidad de sujetos pintados de todos los colores, ya por esquizofrénicos industriosos, ya por un ejército de trabajadores pertenecientes a centenares de oficios sin relaciones mutuas y a escuelas rivales. No se advierte ninguna pauta o regularidad. Tenemos por un lado la psicología científica, y por otro, la gran variedad de psicologías no científicas. Dentro de la psico­ logía científica hay estudiosos conductistas y los hay mentalistas, así como orientaciones biológicas, sociales e incluso ingenieriles. A su lado hay divisiones entre lo básico y lo aplicado, lo animal y lo humano o entre lo normal y lo anormal. Y, mientras que unos psicólogos se especializan en la emoción, otros se centran en el loimiimicnto, el lenguaje, el retraso mental o lo que se quiera. (Véanse, por ejemplo, Boring, 1950; Brunswik, 1955; Marx y Hillix, 1973.) Las diversas escuelas y “sistemas” de psicología son otros tantos enfoques de los problemas psicológicos, y a menudo se basan en filosofías diversas de la mente. (Re­ cuérdese el capítulo 1.) La división en escuelas no es tan flagrante en la investigación básica como lo fuera anteriormente, ya no se asocia con grandes nombres y en la enseñanza académica sufre un deliberado desplazamiento, salvo en algunos países subdesarrollados. Pero todavía están allí, como lo muestra el hecho de que a menudo uno y el mismo problema se enfoque de distintas maneras; esto es, que haya una multitud de paradigmas. Así, hoy en día estudian el aprendizaje, entre otros, los etólogos, los psicólogos conductistas y los psicólogos fisiológicos. Estos diferentes enfoques son más a menudo mutuamente incompatibles que complementarios. En todo caso, estos diversos grupos se ignoran con frecuencia unos a otros, emplean diferentes métodos y llegan a conclusiones contradictorias entre sí. Es lamentable, pero es así. No hay duda de que, en ciencia, la controversia es normal y saludable, en la medida en que su resultado sea el alejamiento de la falsedad y el nacimiento de la verdad. Sin embargo, en psicología, el faccionalismo se ha pasado de la raya, puesto que algunas facciones se han vuelto estériles e incluso seudocientíficas. ¿Qué se pensaría de la física si algunas de sus figuras más importantes enseñaran que los cuerpos son puestos en movimientos por fantasmas? ¿Qué se pensaría de la química si químicos muy conocidos proclamaran que su disciplina es tan especial que puede y debe cultivarse sin conside­ ración a la física? ¿Qué de la biología, si algunos de sus más eminentes representantes afirmaran que el estudio de los animales de juguete es más útil que el de los animales vi­ vos? Hoy en día, la psicología todavía está llena de notables paralelismos con estos ridículos ejemplos imaginarios. Además de la fragmentación en escuelas se asiste a la división en diferentes campos o sistemas de problemas. Por ejemplo, hay expertos en visión y otros en audición, o en bilingüismo, en personalidad o en pequeños grupos, y así sucesivamente. Esta fragmen­ tación en subcampos es inevitable, dada la inmensa cantidad de problemas, así como las diferencias individuales entre los investigadores. Es el paralelismo de lo que ocurre hoy en todas las disciplinas científicas, y es el precio del estudio de los problemas en profun­ didad, o así por lo menos se nos dice. En realidad, la consecuencia es a veces la estrechez más que la profundidad. Por ejemplo, sabiendo como sabemos, que el sistema límbico —“asiento” de la emoción y muchas otras cosas— tiene múltiples conexiones recíprocas con todas las regiones del neocórtex, es ilusorio tratar de lograr una comprensión plena de la percepción, el aprendizaje, la memoria, la voluntad y otros procesos con total independencia de la emoción (véanse Damasio, 1994; Greenfield, 2000). Dado que la actual fragmentación de la psicología en escuelas en guerra recíproca y campos separados obstaculiza el avance de nuestra ciencia, ¿qué se puede hacer para Kupcrar esta situación? Puesto que la fragmentación en escuelas rivales deriva de filoso- IIiin rivales, sólo se puede alcanzar esa superación si se adopta una filosofía subyacente única, preferiblemente la que más se acerque al “espíritu científico”. Y la fragmentación on eumpos Ncp»i«(loN puede superarse si se recuerda en todo momento que hay un protagonista único que desempeña todos los papeles conductuales y mentales: el sistema nervioso. Realmente, las dos medidas que acabamos de proponer para forjar la unidad de la psicología no son independientes entre sí. En verdad, la adopción de una filosofía que contenga la hipótesis de la identidad psicofísica (sección 1.3) conlleva el hecho de que todo ítem de interés psicológico se contemple como controlado por el sistema nervioso (en caso de la conducta) o como una función particular del sistema (el caso de los procesos mentales). Obsérvese que lo que proponemos no es que todo ítem de interés psicológico sea abordado exclusivamente por psicólogos fisiológicos. Esto destruiría nuestro propósito de promover la unidad de la psicología. También privaría a la psicología fisiológica de la mayor parte de sus problemas, pues el fin último de la psicología fisiológica es poner al descubierto el mecanismo de todo hecho psicológico, independientemente del campo en que se lo hubiera estudiado previamente. Lo único que proponemos es que, cualquie­ ra que sea el nivel de análisis o de descripción elegido, se conserve en mente (o más bien en el cerebro) que el proceso, o bien es nervioso o bien está bajo el control de algún sistema neural, por lo que también debería ser abordado por los fisiopsicólogos. En otras palabras, lo que proponemos es que la psicología se basa en la neurociencia con la misma firmeza con que la química se basa en la física y la biología en la química. Veamos qué consecuencias pueden derivarse de este enfoque para la conducción real de la investigación^ psicológica. r 2.4. UNIFICACIÓN EN ACCIÓN Supóngase que un equipo de investigadores convencido de los beneficios de un enfoque unificado de los problemas psicológicos decide estudiar el movimiento voluntario en los macacos. Es probable que comience por filmar la conducta manifiesta de un mono en el proceso de coger un cacahuate u otro estímulo capaz de mover su voluntad. Los investigadores variarán en el contexto y el escenario (por ejemplo, colocarán el ca­ cahuate en la caja, a la vista del mono, pero sólo le permitirán cogerlo unos minutos después). Todo esto, y más, se ha producido para ser descrito, es la materia prima que hay que procesar, los datos que hay que explicar. Si los investigadores son curiosos, querrán saber cuáles son los mecanismos neuromusculares específicos del movimiento voluntario, y cómo los alteran las drogas o la cirugía. Esto implicará el uso de técnicas más o menos invasoras, comenzando por la miografía. Pero esto no bastará. También querrán identificar los mecanismos neurales de los lóbulos frontales que controlan esos procesos neuromusculares. Y esto, a su vez, requerirá la implantación de electrodos en las regiones del cerebro sospechosas de realizar tal control. Una vez hallado el “asiento” de la voluntad, los psicólogos tratarán de encontrar los impulsos, las percepciones, las imágenes y los recuerdos y expectativas que desen­ cadenan o interfieren la decisión del animal de coger el cacahuate, o bien que lo inhiben de hacerlo. Todo eso requerirá nuevo entrenamiento, registro de electrodos y pruebas. Por último, nuestros curiosos psicólogos querrán saber cómo la presencia de otros ejem­ plares de la misma especie, del mismo sexo o de sexo contrario, la misma o distinta edad, y el mismo o distinto estatus social, altera el proceso y, en particular, qué sistemas neurales adicionales son activados (estimulados o inhibidos) en tales circunstancias. En resumen, el psicólogo curioso (o más bien el equipo interdisciplinario de psicó­ logos curiosos) investigará en distintos niveles el movimiento voluntario, o cualquier otro proceso psicológico, y cruzará libremente las fronteras entre los distintos subcampos de nuestra ciencia. Intentará integrar estos subcampos porque los límites entre ellos son muy artificiales, y su erección no responde a las necesidades del objeto de estudio, sino a la tradición psicológica. Sólo tal integración sobre la base de la neurofisiología puede arrojar un cuadro (descripción) razonablemente completo (pro temporé) y, además, una explicación viable en términos de mecanismos. (Volveremos sobre la integración en 13.2.) Insistamos en la artificialidad de la división de la psicología en subcampos. Hasta aquí todos los intentos de clasificar adecuadamente las distintas clases de comporta­ miento y actividad mental han fallado. Por cierto que se puede distinguir la percepción de la imagen, la locomoción de la resolución de problemas, etc. Pero no hay criterio claro (fundamentum divisionis) que permita dividir de manera ordenada y clara toda la enorme gama de fenómenos psicológicos. En el mejor de los casos, son listas más o menos vagas de supermarket. Una razón de este fracaso estriba, tal vez, en que todos los fenómenos psicológicos son mixtos, es decir, tienen una cantidad de aspectos o componentes, principalmeñte'afectivos, conductuales, sensoriales y cognitivos. En algu­ nos casro ^W d '^ ^so s^É o m p o ñ én teí predomina, mientras que los otros son mucho menos importantes. Pero en otros casos, como, por ejemplo, las actividades sen- soriomotrices, hay dos o más componentes igualmente importantes. Por ejemplo, si estoy esperando una llamada telefónica importante, cuando oigo el sonido del teléfono puedo abalanzarme sobre él cargado de emoción, al mismo tiempo que me imagino la cara de mi esperado interlocutor y anticipo el mensaje que estoy a punto de recibir. Este proceso es al mismo tiempo afectivo, sensoriomotor y cognitivo. Podemos distinguir, por tanto, entre aspectos conductuales, afectivos sensoriales y cognitivos, pero^no podemosRepararlos en todos los casos. Si las cosas son así, no hay división de fenómenos psicológicos en conductuales, afectivos, sensoriales o cognitivos. Lo mismo vale para otras divisiones propuestas. (Una división de un conjunto es se­ mejante a la de una tarta, esto quiere decir que es limpia, nítida, que dos subconjuntos cualesquiera son mutuamente excluyentes.) De aquí que cuando una persona afirma estar estudiando, digamos, un fenómeno cognitivo tal como la inferencia, deba compren­ derse que está diciendo que se centra en el aspecto cognitivo del fenómeno, como si los otros aspectos no existieran. Se trata de una ficción útil, sin duda, por lo menos mientras no se pruebe lo contrario. (Véase la sección 9.4, sobre el nefando aislamiento de la psicología cognitiva de los restantes compartimentos de la ciencia de la conducta y de la mente.) La últim a razón de la im posibilidad de trazar u na clara dem arcación entre los distintos fenóm enos psicológicos, y por ende entre los subcam pos correspondientes de nuestra l ieiu in, t's In siguiente. T odos los fenóm enos psicológicos son procesos que ocurren en el sistema nervioso o que están bajo el control del sistema nervioso. Y éste, aunque unitario, está compuesto por una gran cantidad de subsistemas íntimamente ligados entre sí y a otros sistemas corporales, como el muscular, el endocrino, el inmunológico y el cardiovascular. Análogamente, sería imposible comprender en detalle el movimiento de un coche si sólo se tuviera en cuenta la intención del conductor, el aspecto mecánico, el termodinámico o el eléctrico. Una comprensión adecuada del sistema coche-conductor-carretera reclama la atención de todos estos aspectos. Por último, nótese que la unificación propuesta de la psicología sobre la base de la neurociencia no es la única posible desde el punto de vista lógico. Hay una propuesta alternativa y mucho más popular, a saber, dejar de lado el sistema nervioso en conjunto e interpretar todo fenómeno psicológico como un momento de un procesamiento de información. Examinaremos esta propuesta en la sección 5.4. Por ahora baste con decir que la rechazamos enfáticamente por distintas razones, entre las cuales citamos las siguientes. Primero, porque, por ignorancia del sistema nervioso, corta el eslabón entre psicología y neurociencia y, en consecuencia, no puede explicar los fenómenos psicoló­ gicos, sino que se limita a redescribirlos en términos del lenguaje informático. Segundo, porque la intentada reducción de la maravillosa variedad cualitativa de los fenómenos conductuales y mentales a términos de computación empobrece la psicología. La psi­ cología no versa sobre procesadores de información de propósito general, sino sobre animales dotados de un sistema nervioso que es resultado de un largo proceso evolutivo, que siguen un proceso de desarrollo, aprenden y desaprenden, y a veces — en el caso de los vertebrados superiores— nos asombran por la ejecución de nuevas acciones o la creación de nuevas ideas. 2.5. OBJETIVOS DE LA PSICOLOGÍA Al analizar los objetivos de la psicología debemos comenzar por distinguir la investi­ gación básica, por un lado, de la investigación aplicada y la práctica profesional, por otro. Los objetivos de la psicología básica son o deberían ser los mismos que los de cualquier otra ciencia básica, esto es, describir, explicar y predecir (o retrodecir) los hechos que estudia. La psicología científica es, por supuesto, más exigente que otros tipos de psicología. En la psicología científica, las descripciones que se buscan son objetivas; las explicaciones, válidas, y las predicciones (o retrodicciones), correctas. Se dice que una descripción es objetiva si es un juicio aproximadamente verdadero sobre cuestiones de hecho y no un producto de la ficción. Una explicación es válida si es un razonamiento válido que implique únicamente hipótesis bien confirmadas y datos bien comprobados. Un razona­ miento válido es una deducción de un conjunto de proposiciones de acuerdo con las reglas de la lógica deductiva. A veces, los razonamientos no deductivos, tales como los analógicos y los inductivos, son fructíferos; pero carecen de validez formal. No hay reglas universales de inferencia analógica o inductiva. Por último, una predicción (o una retrodicción) será correcta si, además de ser un razonamiento válido a partir de hipótesis confirmiuias y datos seguros, cuenta con el sostén de la observación o el experimento. No nos demoraremos en las mencionadas operaciones típicas de la ciencia básica, porque son objeto de desarrollo en obras de epistemología, metodología y filosofía de la ciencia (por ejemplo, Bunge, 1983a, 1983b, 2000). Pero nos apresuramos a señalar que no hay consenso entre los psicólogos sobre estas cuestiones. En particular, hay escuelas enteras de pensamiento que niegan la posibilidad de la objetividad, otras que niegan la existencia o incluso la posibilidad de hipótesis generales bien confirmadas (esto es, leyes), y hay todavía otras que niegan la necesidad de explicación en psicología. Examinemos estas opiniones. El movimiento anticientífico y sus filósofos afirman que en ciencia no es posible la objetividad, puesto que no hay diferencia real entre ciencia y no-ciencia. Algunos pretenden que esto se debe a que los científicos tienen tantos prejuicios como los legos, y otros a que los científicos crean los hechos en vez de descubrirlos en el mundo exterior. Un análisis de la investigación científica demuestra que ambas afirmaciones son erróneas. La primera, porque incluso en el caso de un individuo con prejuicios, si pertenece a una comunidad científica, ha de someter sus procedimientos y descubrimien­ tos individuales al examen crítico de sus pares. Por ejemplo, los resultados de un investigador no se aceptan, en general, a menos que hayan sido obtenidos según ciertas normas y a menos que puedan ser reproducidos por investigadores independientes. Esto no quiere decir que el prejuicio, el error e incluso el fraude brillen por su ausencia en la ciencia, sino que se los puede descubrir y corregir. El conocimiento científico no es perfecto, pero es perfectible. En cuanto a la tesis subjetivista según la cual los hechos no están allí fuera, sino que son criaturas de los científicos, no deja de tener una pizca de verdad. En realidad el experimentador puede provocar fenómenos que normalmente no ocurren en la natu­ raleza. Por ejemplo, puede entrenar a una paloma para que discrimine entre ciertos dibujos, o a un mono para que utilice rudimentos del Lenguaje Americano de Signos. Pero esos hechos ocurren en el mundo real; no son ficciones de la imaginación cien­ tífica. También es verdad que pueden aparecer “artefactos”, tales como aureolas en tomo a focos luminosos, en el trabajo experimental, pero finalmente pueden ser descubiertos y corregidos (por ejemplo, mediante la alteración del diseño experimental). Los científi­ cos pueden modificar el mundo en pequeña escala, pero no pueden crearlo. Han nacido en el mundo y tratan de explicarlo. En cambio, el interés primordial de los teenólogos ch controlar y aun remodelar la realidad. Sin embargo, tanto teenólogos como científi­ cos admiten más o menos tácitamente la existencia real del mundo exterior. Si no lo hicieran, no emprenderían su estudio, ni probarían sus hipótesis y sus proyectos. Que lo conozcan o no, no cambia el hecho de que son científicos realistas (Bunge, 1983b, 1985, 2000b). Los enemigos de la psicología científica, e incluso unos pocos practicantes de la minina, se lamentan de que la corriente principal de la psicología desdeñe al individuo. A lgunos de ellos llegan a afirmar que los individuos son tan únicos que las leyes (ideológicas son imposibles. La primera acusación se justifica hasta ahora en que no Imy ciencia «Ir lo individual (lo único, Aristóteles). Pero carece de justificación desde el m om ento en > MU «s § ON t* O #« cd o 0 x> o ÍN O > TD cd 3 *o r- o cd S-i cd co i_ O ed O u c 1 jd *o 3 cd 3 r* G T3 & 'O ** CA »< *c3 cd o "B cd fc *o V a> 4> cd VI > O *4> CA > cd T3 1> 'S O c- cd c * o o,.O O C Vi 3 co T3 »** K &o u I O i-l § ♦ ♦p N V *c cd jd ¿3 C CA O O tí ou o CA D ?* cd a" O V ’C * O > § O — -« o ~5Í O o 4-* O *-» C 0 O f i « GC 'E '® c a- » 0 -o *-« ^ S * * e- /2 «o Vi V* S (A o « c S o 4-> V ^3 CA 8 o cd o« o o 3 c w o 'O 3V ) T3 ts js *o ed O > cd Eg.t ís «5 O o *o u o C E W CA 4> O "C o *—* ¡5 8 1) o »n ü 1-4 cd o< ‘4> S O B 3 > -S "O 0 > *wj N £ cd +-> cd 04 fc U O O a> c o cd cd cd 1 — ’O C A -O V) n s> O V 3 ü ^ O C/5 O a> 3 cd ¿í fC o Id -73 6 T3 o ^ o O"1 l - 3 3 — ¿i 2 P o O X) co s E C u-o u « CO Cd 1*4 E V >3 'TJ o (X a" ftí m 8 Vi Sí 4.1. cu e * CUADRO o 1/5 cd — O o ^2 o o 'o §c «3 Xi e ° *§ CN o 4> C 5"2 2 5 aB1i -n.2.2 O. S)j= S.. Vi o O ¿> CS o¿ I § 3 X).S -o s § g 1 Q II E < I i 1 & a-- i * 1 D.— to C/5 O C/5 UJ W fl¡ H U U H S h > 5 al comprobar las hipótesis. En resumen, el estudio de campo y el clínico más bien complementan la investigación experimental que rivalizan con ella. (Para las caracterís­ ticas y la problemática de la investigación de campo, véanse Tunnell, 1977; Patry, 1982.) Esto en lo relativo a la observación de los demás. ¿Qué ocurre con la autoobservación, o introspección, instrumento capital de la psicología clásica? Los conductistas y los neoconductistas han criticado enérgicamente la utilización de la introspección en psi­ cología. Algunos han llegado al extremo de negar la existencia de este procedimiento, argumentando que una persona no puede observar lo que está haciendo la observación. Esto sería cierto si no hubiera procesos paralelos de pensamiento; pero los hay..La verdad es que la introspección no proporciona ni el mejor ni el peor acceso a la mente. Es tan indispensable como imperfecta. Expliquémonos. Entre las críticas válidas a la introspección encontramos las siguientes. Primero, la introspección es un procedimiento, pero no un procedimiento sometido a reglas; no es un método propiamente dicho, de acuerdo con la sección 4.1. Segundo, los datos de la introspección no son fiables. Por ejemplo, los informes acerca de los motivos de ciertos comportamientos son tan sospechosos como los recuerdos de episodios de un pasado remoto. Tercero, muchos datos psicológicamente pertinentes están fuera del alcance de la introspección, pues no son conscientes. Cuarto, la información sobre la propia ex­ periencia subjetiva puede interferir con esta última. (De aquí que los protocolos de “pensar en voz alta”, aunque necesarios, no son de confianza.) Quinto, el lenguaje no es un espejo fiel de la mente: “El lenguaje es un instrumento cuya fiabilidad dependo de las distinciones que contenga” (Osgood, 1953, p. 647), que, en rigor, no son demn- «iadas. Sin embargo, hay otras críticas a la introspección que carecen de fundamento. Por ejemplo, no es del todo cierto que todos los datos que proporciona sean inverilicables. A veces se encuentran modos (por ejemplo, mediciones electrofisiológicas) de controlar los informes de la introspección. También es falso que la observación externa de la conducta y sus correlatos neurofisiológicos pueden ofrecer todos los datos que propor­ ciona la introspección. A menos que los sujetos nos digan qué es lo que sienten, perciben o piensan, no podríamos diseñar indicadores objetivos (de conducta o fisiológi­ cos) de tales procesos subjetivos. A este respecto, el médico que practica la medicina interna y el psicólogo están en la misma situación: ambos descansan en la introspección tanto como en los síntomas manifiestos y los tests objetivos. En resumen, la introspec­ ción es indispensable, pero debe ser controlada y complementada con herramientas objetivas. 4. 3. MEDICIÓN I,» medición es la observación cuantitativa, o la observación de propiedades cuantita­ tivas tales como las frecuencias y las concentraciones. En consecuencia, un tratamiento metódico de la medición debiera empezar con la cuantificación, o la formación de conceptos cuantitativos (tales como el de distancia), que representen propiedades cuan- lltiitivns (tilles como la de separación). La mayor parte de las propiedades se presentan en grados o intensidades objetivas, tales como el voltaje, o subjetivas, tales como la intensidad de un dolor. Llámese S a la colección de tales grados, y supóngase que está ordenada simplemente por una rela­ ción H Esto es, si x e y están en S, entonces, o bien x < y, o bien y < x, o ambos juicios son correctos, en cuyo caso x ~ y. En muchos respectos, este concepto comparativo es insuficiente, y nos vemos obligados a formar uno cuantitativo. Lo conseguimos coor­ dinando S con un conjunto T de números de tal manera que: a] cada grado (miembro de S) se aparece con un solo número en T, y fe] el orden en S sea preservado en su imagen numérica T. En resumen, la cuantificación de S consiste en introducir una representación o función M d e J e n 7, o sea M: S->T, donde T está incluido en la línea real, y tal que, para todo x e y en S, x < y si, y sólo si, M(x) , donde a y b nombran objetos físicos, c un marco de referencia, y d una unidad de distancia. En otras palabras, en general, el dominio S de M es el producto cartesiano de ciertos conjuntos. Por ejemplo, la función distancia en física relativista es de la forma D. P x P x F x U d—> R +; en donde P es la colección de todos los objetos po­ sibles, F la de los marcos de referencia y Ud la de todas las posibles unidades de distancia, mientras que R + es el conjunto de números reales positivos.) Las magnitudes pueden clasificarse en extensivas e intensivas, según sean aditivas, o más o menos aditivas, o no lo sean en absoluto. Para decirlo más precisamente, se dice que una magnitud M es extensiva si su valor para un objeto compuesto arbitrario x ° y es igual, como máximo, a la suma de sus valores para los componentes,esto es si M (x° y) < M(X) + M(y). En caso contrario, se dice que M es intensiva. Aquí, x ° y representan el objeto compuesto de los objetos x e y; el objeto compuesto puede ser un sistema, pero esto no es necesario. La longitud y el peso son extensivos mientras que la edad y la inteligencia no lo son. Si en lo que antecede vale el signo de igualdad, la magnitud se denomina aditiva; de lo contrario, subaditiva. Los volúmenes y las poblaciones son aditivas, mientras que las entropías y los precios son subaditivos. Las magnitudes más importantes son intensi­ vas, pues engendran las magnitudes extensivas correspondientes. Por ejemplo, la masa (o carga) total de un cuerpo es igual a la integral de volumen de la densidad de la masa (carga), que es una magnitud intensiva. Que una magnitud sea intensiva o extensiva no es una cuestión de convención, sino de ley, puesto que depende de la(s) ley(es) en que figura. Por esta razón, no es prudente ir demasiado lejos en materia de cuantificación en general. Hay una razón adicional para ser prudente en este dominio, a saber, que la invención de una magnitud no es una operación dirigida por reglas, aun cuando sea razonable sospechar que se acomoda a leyes psicobiológicas objetivas... hasta ahora, ¡ay!, desconocidas. La cuantificación auténtica obedece tanto a una condición empírica como a una matemática. Debe ir acompañada de una indicación de que hay modos conocidos o pensables, directos o indirectos, de asignar (medir) ciertos valores de la función (mug nitud) en cuestión. De lo contrario, la cuantificación en cuestión puede considerarse ilusoria. La filosofía matemática de Herbart no tenía contenido por esta razón. (Vcase Miller, 1964.) A propósito, gran parte de la literatura matemática sobre medición psi­ cológica es falsa por la misma razón. Aunque es matemáticamente rigurosa, y hasta refinada, se limita al simple caso de magnitudes aditivas y, lo que es peor aún, es totalmente impertinente a la medición propiamente dicha. La razón de ello es que se basa en la confusión entre medición —una operación empírica— y medida, grado o intensidad (esto es, lo que las operaciones de medición tratan de determinar, Bunge, ,1973a). Por tanto, mantengámonos alejados de esta comedia de equivocaciones. Una vez que nos hemos formado un concepto cuantitativo (magnitud) del que se supone que representa con fidelidad una propiedad de interés, podemos abordar el problema de la medición de esta última, esto es, de encontrar (ciertos) valores de la función en cuestión. Si sucede que la propiedad es directamente observable, como ocurre con algunas variables conductuales y fisiológicas, la medición puede ser completamente directa y, por tanto, revestirá escaso interés metodológico. Pero en la mayoría de los casos, la propiedad de interés resulta ser inaccesible a la observación directa. Piénsese en las intensidades de campo, las masas atómicas, las distancias astronómicas, las edades geológicas, las capacidades mentales o los riesgos internacionales. Hn todos estos casos, debemos apoyamos en objetivadores o indicadores adecuados, es decir, en propie­ dades observables legalmente ligadas a otras inobservables, que son las que deseamos atrapar. Por ejemplo, la concentración de noradrenalina en sangre se utiliza como un indicador de estrés, y el movimiento rápido del ojo durante el sueño, como indicador del soñar (mientras que el ensueño diurno se indica mediante la reducción de la motilidad ocular). Se acostumbra llamar definiciones operacionales a los vínculos entre lo inobservable y lo observable (Bridgman, 1927). En realidad, no son definiciones (un tipo de conven­ ción), sino hipótesis falibles. Si son científicas, estas hipótesis se pueden comprobar, por lo que sería mejor llamarlas hipótesis indicadoras. Una hipótesis indicadora no ambi­ gua reproduce mapas de valores observables de acuerdo con otros no observables, de tul manera que de la medición de los primeros podemos inferir los últimos a través de al­ guna fórmula. En términos obvios, U = f(0 ). Para bien o para mal, la mayoría de los indicadores son ambiguos y, en consecuencia, falibles (esto es, más que funciones, son relaciones multívocas). Por ejemplo, la lentitud en la emisión verbal puede indicar mero cansancio o grave trastorno neurológico. Afortunadamente, la ambigüedad inherente a una hipótesis indicadora aislada puede eliminarse mediante el uso simultáneo de dos o más indicadores. En otras palabras, los inobservables se estudian mejor con ayuda de toda una batería de hipótesis indicadoras mutuamente compatibles. Es preferible que cada una de ellas sea miembro de una teoría bien confirmada y no una conjetura empírica aislada. La presencia de tales hipótesis indicadoras de alto nivel es a su vez indicadora de un progreso importantísimo en el campo de la investigación correspon­ diente. Sin embargo, al comienzo podemos vemos obligados a utilizar indicadores empíricos. Hasta aquí nos hemos ocupado de dos preliminares conceptuales a la medición: la cuantificación y el descubrimiento de indicadores objetivos. El próximo paso es el diseño de una técnica de medición, que, si es científica, utilizará teorías científicas bien confirmadas. Cada propiedad reclama su propia técnica de medición o toda una familia de técnicas, de modo que podemos utilizarlas para comprobar los resultados obtenidos con ayuda de las otras. Desde el punto de vista filosófico, la diferencia interesante entre técnicas es la que se da entre técnicas invasoras (o intrusas) y no invasoras (o no intrusas). Se dice que una técnica de medición es invasora en caso de que altere de un modo significativo el estado del objeto que se mide: en caso contrario, es no invasora. Una inyección de amital sódico es un procedimiento (suavemente) invasor, mientras que una pregunta acerca de una cuestión trivial es no invasora. Los psicólogos, al igual que otros cien­ tíficos, emplean técnicas de ambos tipos. Y cuando recurren a técnicas invasoras, in­ tentan minimizar sus efectos o, por lo menos, determinar por medios independientes la magnitud de la perturbación que han introducido. Por ejemplo, aun cuando todos los sujetos cambien de conducta al entrar en un laboratorio psicológico, tanto menos la cambiarán cuanto menos se den cuenta de que se los está observando; por esta razón se utilizan a menudo cámaras ocultas y espejos unidireccionales. Se suele sostener (por ejemplo, Valentine, 1982) que el uso de técnicas de medición invasoras contamina la investigación con artefactos. De acuerdo con eso, ni la psicología experimental ni la física atómica podrían ser objetivas, y por tanto no podrían ser científicas. En física, eso no es verdad, pues: a] la mayor parte de los cálculos en física teórica se refieren a cosas, como los átomos o los fotones, que no se someten a mani­ pulación experimental alguna; b] los efectos de la interferencia de parte del instrumento de medición, cuando existe, se pueden calcular, por lo menos en principio, siempre que se sepa cómo opera el instrumento; y c] todo buen proyecto experimental mantiene a distancia al observador, precisamente para maximizar la objetividad. En psicología experimental, en principio, la situación es la misma, sólo que mucho más difícil en la práctica, debido a la escasez de teorías que expliquen cómo operan los indicadores y los instrumentos. Sólo una filosofía perversa de la ciencia podría sugerir que la medi­ ción, garantía capital de objetividad, podría hacer imposible la objetividad. En conclusión, una vez que hemos construido una magnitud adecuada que repre­ sente la propiedad de interés, una vez en poder de un indicador fidedigno y una vez diseñada una técnica de medición adecuada, podemos proceder a una serie de medi­ ciones. El resultado de esto último será una colección de números racionales (fracciones) que se han leído, digamos, en un dial. Todo el proceso se representa esquemáticamente en la figura 4.1. Las técnicas de representación gráfica de un cerebro vivo se encuentran entre las más interesantes de las técnicas de medición. La del electroencefalograma fue históri­ camente la primera. Indica la vigilia y el sueño, y algunas características anatómicas groseras como la asimetría hemisférica, pero sólo registra los potenciales eléctricos masivos superficiales, no tiene profundidad y es pobre de resolución. (Un punto en el córtex se representa como un círculo de 2.5 cm de radio en el cuero nihdludo.) Con- sccuentemente, los registros del e e g son indicadores pobres de la actividad mental. Peor aún, han alimentado la creencia de que el cerebro es un todo sin estructura antes que un sistema con muchos componentes distintos. Grados de propiedad Cuantificación Números reales y unidades (por ej.. Longitud) __ (porej.,>/2_ cm) HIG. 4.1. M edición com o una correspondencia biunivoca entre los grados de una propiedad y las lecturas instrumentales. Tomado de Bunge (1983b). En cambio, las técnicas tomográfícas (la t c y la t e p ), y de resonancia magnifica tienen mucha mejor resolución (aunque todavía algo burda), llegan a todas partes ( v r m f ), del cerebro, muestran qué regiones son más activas y permiten a los científicos realizar In vivo mediciones de la distribución y tasas de unas cuantas reacciones químicas importantes, particularmente el uso de la glucosa. Han permitido la representación de un cerebro que escucha, que habla o que piensa, lo cual constituye, sin duda una victoria Ncnsacional para la psicología fisiológica cognitiva. El interés filosófico de éstas y otras técnicas de representación del cerebro reside en que han puesto en peligro el dogma de la intimidad de la mente. La mente se está volviendo algo tan público como los átomos y los gobiernos, aunque el accesó a ella sea tan difícil como el acceso a estos últimos. Sin embargo, la medición psicológica tiene todavía un largo camino por recorrer, como es obvio dadas las animadas controversias que rodean los tests de inteligencia. Volveremos sobre este problema en la sección 9.4. Por ahora baste con advertir que la corriente principal de los tests mentales se basa tanto en el lenguaje que resulta casi inuplicable en los animales. No cabe duda de que últimamente se han realizado pro­ gresos en la comprobación de la actividad mental de los animales. Sin embargo, las técnicas que se han empleado hasta ahora son tan primitivas, que, en lo que se refiere H la inteligencia, no hay todavía una clasificación jerárquica objetiva y fiable de las eupecics animales. Peor aún, nuestro conocimiento en este campo es tan pobre y está tnn contaminado de ideología, que, mientras algunos estudiosos siguen sosteniendo la tesis cartesiana de que los animales son autómatas privados de iniciativa y creatividad, Otros se inclinan a creer todas las anécdotas de George Romanes acerca de las hazañas de Ias crías de diversas especies. Tan fuerte es aún la creencia en la índole gradual de In evolución biológica, que un estudio reciente concluye que “la noción de que hay vertebrados ‘inferiores’ y ‘superiores’ no tiene sentido, al menos en lo que concierne h In mti-lii’fiHin" (Macphail, 1982, p. 331). Por último, una advertencia en relación con el valor de los instrumentos y las técnicas de observación y medición. Son muchos los psicólogos y los neurocientíficos que creen que “el progreso científico está por doquier a la espera del descubrimiento de instrumentos y técnicas” (Boring, 1942, p. 609). Y se ha dicho en particular que “las conquistas en el cerebro residen fundamentalmente en el microscopio” (Bloom, 1975). Basta un mero examen superficial de la historia de la ciencia para refutar esta tesis. Las revoluciones newtoniana, darwiniana, marxiana, maxwelliana y einsteiniana no han sido productos de mejoras del instrumental ni de la técnica, sino que han sido revo­ luciones conceptuales. Mientras que efectivamente hay avances que sólo han sido posibles gracias a la invención de nuevos instrumentos o nuevas técnicas, otros, en cambio, consisten en la invención de nuevas hipótesis o teorías. Después de todo, ningún instrumento ni ninguna técnica, por poderosos que sean, ponen al descubierto ninguna ley. Unicamente el pensamiento esforzado puede hipotetizar leyes. Y son precisamente las leyes el bien más preciado y deseado de la ciencia. Además, no es plausible que los instrumentos y las técnicas produzcan ningún descubrimiento importante a menos que sean utilizados con buenas ideas en la cabeza. Por ejemplo, Golgi inventó una nueva técnica de análisis microscópico del tejido ner­ vioso, pero fue Ramón y Cajal quien explotó esa técnica plenamente, porque fue él quien buscó estructuras en lo que hasta entonces se había tenido por un potaje amorfo. Y Penfield descubrió ciertos hechos asombrosos cuando aplicó la estimulación eléctrica a puntos escogidos en el córtex de pacientes en estado de vigilia, pero fue Hebb quien sacó el máximo partido a estos hallazgos, gracias a la invención de la hipótesis de que los perceptos, las imágenes y los pensamientos son actividades de agrupaciones neuronales. Cerramos esta sección con una advertencia: “Bajo ciertas condiciones, los juicios subjetivos sólo pueden ser fiables en la medida en que no lo son algunos objetivos aparatos eléctricos modernos” (von Békésy, 1968a, p. 18). Después de todo, nuestros sistemas perceptivos son sistemas extremadamente refinados que comprenden partes de cerebros altamente evolucionados, capaces de suplementar y corregir (asi como también de distorsionar) las señales que reciben los sensores. Y los procesos que tienen lugar en estos sistemas vivos, aunque subjetivos, son reales, y, en principio, pueden ser estu­ diados tan objetivamente como cualquier otro proceso natural (por ejemplo, mediante medios electrofisiológicos. Volveremos sobre estos problemas de la subjetividad y la objetividad en la sección 5.3). 4.4. E X P E R IM E N T O Todos sabemos qué es un experimento, a saber, una observación o una medición que implican un cambio controlado en alguna de las características del objeto que se estudia. También sabemos que la meta de un experimento puede ser tanto la de hallar nuevos hechos como la de comprobar una hipótesis, o ambas cosas a la vez. Sin embargo, la evi­ dencia sugiere que muchos psicólogos cometen graves errores en el diseño o la inter- prctación de los experimentos porque descuidan su base conceptual. Unos pocos ejem­ plos bastarán para confirmar esta afirmación. Tversky y Kahneman (1971) descubrieron que un gran porcentaje de psicólogos incurre en la falacia del jugador, al creer, por ejemplo, que la secuencia regular cara- ccca-cara-ceca-... es más probable, cuando se arroja una moneda, que la serie cara-cara- cara-cara-... Otros creen que cualquier muestra, con independencia de su tamaño y del modo en que se la haya obtenido, se comportará de esa manera. Otros creen incluso que las simulaciones por ordenador son experimentos, de modo que los ordenadores podrían remplazar a los laboratorios. Y muchos intentos de enseñar determinadas tareas de tipo cognitivo a monos y antropoides han fracasado por no plantear a los animales la cuestión “de manera tal que resultara significativa o que mereciera el esfuerzo del animal [...], con que éste parecía perder interés en el experimento” (Weiskrantz, 1977, p. 432). Por ejemplo, se ha supuesto que a diferencia de las crías humanas, los monos son incapaces de equiparaciones intersensoriales. Pero cuando se les ofreció alimentos preparados en diferentes formas geométricas, algunos de buen gusto y otros adulterados con quinina y arena, los monos que los habían probado en la oscuridad con la sola utilización del sentido del tacto, pudieron luego reconocerlos a la luz (Cowey y Weiskrantz, 1975). Dada la importancia de los supuestos que subyacen a todo experimento, vale la pena examinar esta cuestión. CONTROLES CONCEPTUALES Hipótesis Métodos SITUACIÓN Nuevos datos EXPERIMENTAL Datos CONTROLES EXPERIMENTALES Hlo. 4.2. Un experimento bien diseñado tiene controles conceptuales (sobre todo estadísticos) así como controles experimentales (p. ej., de voltaje). Y en el diseño e interpretación del experi­ mento no intervienen sólo los datos y los métodos, sino también las hipótesis (filosóficas, esta­ dísticas y científicas). (De Bunge, 1983b). lil d ise ñ o d e c u a lq u ie r e x p e r im e n to , a sí c o m o la in terp reta ció n d e su s r esu lta d o s, p resu p o n e u n a can tid ad d e h ip ó te sis. A lg u n a s d e e lla s s o n g e n é r ic a s (e s to e s, c o m p a r ­ tidas por to d o s lo s e x p e r im e n to s), p ero otras so n e s p e c íf ic a s (e sto e s, ca ra c ter ística s de lili tip o d ad o d e e x p e rim en to ). V c a s c la figura 4.2. L a s h ip ó te sis g e n é r ic a s so n d e d o s clases: filosóficas y estadísticas. Las hipótesis específicas son científicas: se refieren a características específicas de la situación experimental. Sólo mencionaremos algunos de los presupuestos filosóficos, pues rara vez, o nunca, son expuestos a la luz pública. He aquí una muestra (tomada de Bunge, 1983b): 1 ] Realidad: Los miembros de los grupos experimentales y de control, así como los instrumentos de medición, existen realmente (de manera autónoma), aunque algunos de los objetos hipotetizados puedan ser imaginarios. (Si todas las cosas implicadas en un experimento fueran productos de nuestra imaginación, basta­ rían los experimentos imaginarios, como, por ejemplo, las simulaciones por ordenador.) 2] Legalidad: Todos los objetos implicados en el experimento se comportan legalmen­ te, aun cuando no podamos predecir, ni, por tanto, controlar, algunos de los efectos de los estímulos aplicados a los objetos del experimento. (La realización de expe­ rimentos no tendría sentido si las cosas respondieran de modo azaroso a nuestras “preguntas”.) 3] Causalidad'. Todas las cosas implicadas en el experimento satisfacen alguna forma del principio causal, por débil que sea, como, por ejemplo: “Todo hecho es efecto (tal vez con alguna probabilidad) de algún otro hecho”. (De lo contrario, no sería posible la producción deliberada de un efecto ni el control efectivo de ninguna variable.) 4] Aleatoriedad: Todas las variables implicadas en el experimento están sujetas a cierta fluctuación aleatoria, tanto intrínseca como debida a perturbaciones exter­ nas. (De lo contrario, no podríamos explicar la dispersión estadística de muchos resultados.) 5] Aislamiento: Los objetos que no son objetos de experimento, y el experimentador, junto con sus medios experimentales, pueden ser neutralizados o, por lo menos, controlados durante el experimento. (De lo contrario, no podría atribuirse ningún cambio significativo de carácter exclusivo a los cambios de las variables de control.) 6] Perturbaciones o artefactos: Siempre es posible corregir, hasta cierto punto, tanto empírica como teóricamente, los “artefactos”, perturbaciones o contamina­ ciones provocadas por los procedimientos experimentales. (Si esas correcciones parciales fueran imposibles, no podríamos pretender legítimamente que la cosa para nosotros —tal como se nos aparece— mantenga una estrecha semejanza con la cosa en sí misma, tal como es cuando no se la somete a experimentación.) 7] No psi: Siempre es posible diseñar experimentos de tal manera que los procesos mentales del experimentador no ejerzan influencia directa sobre el resultado del experimento. Esto quiere decir que el experimentador puede estar protegido de la situación experimental o no acoplado a ella, de modo tal que sus procesos corporales, y en particular los mentales, no alteren los resultados expmmcnlnles. (De lo contrario, el resultado del experimento podría estar pnxliu nl.i capn- cho del experimentador, y éste podría no estar comprobando más que sus propias capacidades mentales, por ejemplo, psicokinéticas.) 8] Explicabilidad: Siempre es posible justificar (explicar), por lo menos esquemá­ ticamente, cómo opera la situación experimental (esto es, qué hace). En otros términos, es posible formar un modelo conceptual del artificio experimental utilizando hipótesis y datos bien confirmados. (De lo contrario, no podríamos extraer ninguna conclusión.) Se imponen algunos comentarios. En primer lugar, de acuerdo con (1), un expe­ rimento científico presupone una gnoseología realista. En segundo lugar, a primera vista, el principio de legalidad (2) parece refutado por la llamada ley cero (o de Harvard) de la psicología experimental: “Todo animal bien entrenado, bajo estimulación contro­ lada, responderá como se le antoje.” Nada de eso. La respuesta parecerá arbitraria únicamente si no se toman en consideración el contexto, la historia anterior y el estado interno del animal. En tercer lugar, la existencia de leyes probabilísticas no refuta la causalidad (3), sino que sólo restringe su alcance. En efecto, son leyes que responden a la siguiente forma típica: “La probabilidad (o tasa de cambio de la probabilidad) que la causa c producirá el efecto e es igual a p" (véase Bunge, 1979b). En cuarto lugar, la aleatoriedad a la que se refiere (4) es la inherente tanto al objeto como a su medio; no tiene nada que ver con otro motivo para utilizar métodos estadísticos, saber la existencia de diferencias individuales (“variabilidad”). En quinto lugar, la condición de aislamien­ to (5) debe satisfacerse, aunque sea parcialmente, pero jamás debe ser violentada, pues toda cosa interactúa con alguna otra cosa. En sexto lugar, la condición (6), relativa a las perturbaciones ambientales y los “artefactos” experimentales, hace posible mantener la objetividad aun cuando el objeto de la experimentación sufra alteraciones. En séptimo lugar, la condición (7), no-psi, sugiere que los creyentes en la psicokinesis, si fueran coherentes, no deberían confiar en sus propios experimentos. Por último, la condición (8) de explicabilidad, es un requisito de racionalidad: los científicos no debieran prestar atención a la manipulación ciega. En otras palabras, es menester un gran volumen de conocimiento antes de diseñar y ejecutar un experimento. En consecuencia, el experi­ mento no puede ser la fuente última de conocimiento. El último punto se relaciona con el problema de la elección del animal experimen­ tal. Los experimentadores dan muestras de una incomprensible tendencia a escoger preparaciones animales fácilmente accesibles y comparativamente fáciles de manipular, tales como las neuronas de la Aplysia, porque son grandes y especializadas, axones de calamar porque son largos y resistentes, ratas porque son abundantes y comparativa­ mente fáciles de entrenar, macacos japoneses porque son tranquilos y cooperativos, y estudiantes universitarios porque son muchos y es fácil entenderse con ellos. Sin embargo, la elección del animal experimental también debiera responder a ultima idea de qué es lo que se aspira a encontrar y qué tipo de medios podrían servir n tal propósito. Así, pues, si lo que desea es investigar los procesos cognitivos, se podría iomr'm/.ii i-l trabajo con personas, debido a la ventaja que ofrece el lenguaje, pero si lo (|iu- se i|iiiciv es realizar mediciones electrofísiológicas bajo el cuero cabelludo, y a fortiori si se quieren producir lesiones en animales normales, habrá que optar por los primates no humanos por razones éticas. Sin embargo, no es inteligente ni moral jugar alegremente con el bienestar de los animales aplicándoles estímulos invasores totalmente al azar. La manipulación ciega no es ciencia, sino alquimia. La ciencia es empírica, pero no empirista: en ella las ideas desempeñan un papel tan importante como las experiencias. El experimento no es el alfa ni el omega de la ciencia; se encuentra en su punto medio, como una síntesis de experiencia y de razón. El experimento presta su máxima utilidad cuando es diseñado con ayuda de elementos de conocimiento científico y cuando arroja datos que, o bien motivarán la invención de nuevas ideas, o bien pueden ser incorporados a las teorías existentes con fines de explicación, predicción o comproba­ ción. Sin embargo, a menudo se puede aprender algo de los experimentos que fracasan en la producción de resultados concluyentes; al menos, se puede aprender que ha habido un fallo en el diseño o en la ejecución. Los experimentos no afortunados son, pues, más útiles que la ausencia total de experimentos, siempre que se los analice con la intención de mejorar su diseño o su ejecución. Sin embargo, en psicología hay escuelas antiexperimentalistas, sobre todo el psi­ coanálisis y la psicología humanista. El antiexperimentalista ofrece diversas razones de su actitud: que no se puede medir el alma inmaterial, que no hay leyes de conducta ni leyes mentales (puesto, por ejemplo, que no hay dos individuos idénticos, o que es imposible reproducir exactamente una situación experimental), o que no se debe mani­ pular a las personas. Sin embargo, el motivo real es una profunda desconfianza de la actitud científica en combinación con una actitud libresca respecto del aprendizaje. En todo caso, el poco conocimiento sólido que tenemos acerca de la conducta y los procesos mentales se ha obtenido con ayuda del experimento. (Véanse, por ejemplo, Estes, 1979; Parducci y Sarris, 1984.) Despejemos por último un peligroso error que se ha hecho popular entre quienes toman al pie de la letra la analogía cerebro-ordenador. Nos referimos a la creencia de que los programas de ordenador son experimentos, de donde la simulación por orde­ nador puede sustituir al auténtico experimento de laboratorio con animales o personas reales. Así, Newell y Simón (1981, p. 36) han afirmado: “Toda nueva máquina que se construye es un experimento... Cada nuevo programa que se construye es un experi­ mento”. Lo que dicen no es que se puede probar, o “experimentar” con toda nueva entrega de la industria de la computación, sino que todo artefacto de este tipo, sea de hardware, o sea software, es un experimento propiamente dicho. Se trata de un error grave, porque, mientras que los auténticos experimentos producen más datos de los que consumen, los programas de computación son insaciables engullidores de datos; y, mientras que los primeros nos permiten probar hipótesis, los programas de computación utilizan tanto hipótesis explícitas como tácitas. El error es peligroso porque es una invitación implícita a sustituir los laboratorios por ordenadores, los experimentadores por programadores y el método científico por el apriorismo. U n e je m p lo d e l p e lig r o q u e c o n lle v a la e x a g e r a c ió n d el p o d e r d e l o r d en a d o r e s la c o le c c ió n d e m o d e lo s d e c o m p u ta c ió n d e le s io n e s c er eb ra le s y d e e n fe r m e d a d e s m e n ­ tales. l ó m e s e un m o d e lo m a tem á tic o d e un siste m a neural ca ra cteriza d o por una m atriz de conectividad C, y considérese que todos los elementos Cmn de la matriz para un m lijo sean iguales a cero. La matriz resultante representará el sistema neural a partir del cual la neurona (o el subsistema) etiquetada como m ha sido eliminada (por ejemplo, por procedimientos quirúrgicos). Por tanto, se puede alentar la esperanza de descubrí i el correspondiente déficit mental o conductual. Este método sólo resulta operativo si se ha elegido un modelo matemático —que implica una matriz de conectividad— que haya pasado con éxito algunos tests experimentales. De lo contrario, la operación no prueba nada. Desgraciadamente, esta precaución no siempre se observa. Por ejemplo, Wood (1982) encontró que, mediante la simulación de lesiones en el modelo distribuido (no localizado) de memoria, categorización y otras funciones, pro puesto por Anderson y cois. (1977), sólo se obtiene deterioro cuantitativo. listo siyni fica que el efecto de la lesión es lo que la infausta seudo-ley de la " a n ión de masas" (o “equipotencialidad”) de Lashley hubiera predicho: lo único que interesa es la cantidad de tejido nervioso, no su localización. Pero dada la naturaleza del modelo matemático, este resultado era de esperar. En verdad, un supuesto tácito del modelo es precisamente el de que toda neurona del sistema es semejante a cualquier otra neurona, listo quine decir que no se supone ninguna especialización inicial, de modo tal que la eliminación de una neurona cualquiera producía un déficit que, en promedio, era equivalente al de cualquier otra neurona. La simulación por ordenador posiblemente no hubiera podido contradecir ninguna de las hipótesis en ella incorporadas. De aquí que no pueda ense­ ñamos nada que no supiéramos antes. Por otro lado, los experimentos reales de ablación enseñan muchísimo, siempre que se sea cuidadoso en la “extracción de conclusiones”. Pero éste es tema de la sección siguiente. 4.5. IN F E R E N C IA Una vez que se cuenta con los datos experimentales, se supone que hay que depurarlos y organizarlos con ayuda de la estadística matemática. El resultado será la eliminación de ciertos datos (por ser sospechosos de provenir de errores sistemáticos en el diseño o en la ejecución del experimento), así como la correlación o el agregado de los restantes. Una vez cumplida esta reducción de datos, nos enfrentamos con el problema más peliagudo de la “extracción de conclusiones” a partir de los resultados de este proceso. Las comillas en la expresión “extracción de conclusiones” se proponen sugerir que, en sentido estricto, es imposible extraer ninguna conclusión (lógica), salvo la tan trivial de que hay cosas que, en tales y cuales circunstancias, se comportan de tal y cual manera. Por otro lado, los datos pueden confirmar o dejar de confirmar hipótesis o teorías (y ocasionalmente refutarlas) previamente conocidas, pero no verificadas (o por lo menos, no bien confirmadas). Los datos también pueden sugerir nuevas hipótesis a quienes están preparados para “ver” la pauta subyacente. No realizaremos aquí un estudio metódico de tales “inferencias” (otra vez el término resulta erróneo, porque no hay reglas de inferencias que autoricen tales saltos). En cambio, nos ocuparemos de una muestra de los escollos más comunes en psicología experimental. Uno de los problemas más debatidos es el concerniente a la legitimidad de extra­ polar a los humanos los descubrimientos realizados en animales. En conjunto, los conductistas han dado por supuesto que todos los hallazgos relativos a ratas, perros, e incluso palomas, pueden extrapolarse a los humanos sin ningún agregado. En cierto sentido, esta creencia tenía justificación, dada la semejanza en muchos aspectos básicos entre el sistema nervioso de todos los vertebrados superiores. Esta semejanza, en otras palabras, es la base objetiva de la aspiración conductista de encontrar pautas conductua­ les interespecíficas (es decir, no específicas de una especie). La estrategia rindió sus frutos: del uso de “modelos” (otra vez un mal nombre) animales se extrajeron grandes enseñanzas. Sin embargo, estas extrapolaciones tienen sus límites. Por un lado, los seres huma­ nos tienen ciertos sistemas neuronales (por ejemplo, los que “median” entre el pensa­ miento abstracto y el lenguaje), ausentes o sólo rudimentarios en otros animales. Por otro lado, algunos de los sistemas neuronales comunes al hombre y otros vertebrados superiores, tales como el bulbo olfatorio, están mucho más o mucho menos desarrollados en los humanos que en los animales. Finalmente, los seres humanos viven en un medio que en gran parte es producto del hombre, esto es, la sociedad humana, con sus ins­ tituciones y artefactos. Por estas razones, sólo algunos resultados de la experimentación animal pueden extrapolarse a los humanos: los que no implican instituciones ni arte­ factos. Sin embargo, esta condición sólo puede conocerse si se re

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