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CAPÍTULO III EL PERIODO PREHISPÁNICO Adelina Pusineri y Raquel Zalazar Para conocer la prehistoria del Paraguay, periodo que termina con la llegada de los conquistadores hispanos, necesariamente debemos recurrir a las fuentes arqueológicas y a los estudios de ellas derivados....

CAPÍTULO III EL PERIODO PREHISPÁNICO Adelina Pusineri y Raquel Zalazar Para conocer la prehistoria del Paraguay, periodo que termina con la llegada de los conquistadores hispanos, necesariamente debemos recurrir a las fuentes arqueológicas y a los estudios de ellas derivados. Pero en Paraguay las investigaciones son muy escasas, sobre todo las realizadas de forma sistemática. En general, fueron viajeros y entusiastas de la prehistoria, interesados por conocer quiénes y qué variedades de culturas y poblaciones habitaban la región, los que nos han proporcionado alguna información sobre los pueblos indígenas que habitaron estas tierras. Recurrimos a la arqueología porque aporta el conocimiento global de la experiencia humana del pasado así como el estudio en el tiempo y en el espacio, que no solo se interesa por desvelar aspectos referentes a la cultura material dejados por esas sociedades, sino también por comprender sus sistemas sociales. Analizar este espacio sociocultural de una sociedad cuyo pasado es lejano nos plantea la posibilidad de comprender el ámbito de territorialidad constituido por los vestigios arqueológicos materiales y su correspondiente significación simbólica, estudiados por los arqueólogos en los yacimientos o sitios arqueológicos. Estas sociedades del pasado se pueden estudiar a partir de los registros materiales o documentos que evidencian su existencia: a) Los artefactos: objetos hechos y utilizados por el ser humano como las herramientas líticas (de piedra), cerámicas y armas. b) Las estructuras: corresponden a los paisajes modificados por el hombre, desde las más sencillas, como fogones y casas-pozos, hasta las más complejas, como construcciones, tumbas, pirámides, etc. c) Los ecofactos: es el paisaje humanizado, el suelo, las plantas, etc., que los antiguos pobladores domesticaron y transportaron a otros lugares. d) El arte rupestre: pinturas, inscripciones y grabados dejados en las cuevas, abrigos y paredones. e) Los biofactos: todo lo que procede de la naturaleza para su alimentación como semillas, huesos de animales, etc. A lo largo de este capítulo utilizaremos, para explicar la antigüedad de la ocupación humana, la denominación AP referida a «años antes del presente», ya que las últimas investigaciones han consignado que es más apropiado su uso que los tradicionales «antes de Cristo» (a. C.) y «después de Cristo» (d. C.), teniendo en cuenta la variedad de calendarios existentes. Asimismo, la comunidad científica internacional adoptó el año 1950 como el punto de origen de la escala temporal. Se trata de una fecha simbólica al comprobarse la utilidad del carbono 14 (14 C) para medir la antigüedad de artefactos y eventos. Para comprender la historia de nuestro país debemos conocer primero qué sucedió en la Prehistoria, cuándo llegó el ser humano, por dónde lo hizo, y qué grupos o pueblos habitaron estas tierras. Por tanto, trataremos, primeramente, del poblamiento del continente americano y de la antigüedad de esos grupos humanos para, luego, centrar nuestra atención en la población prehistórica del Paraguay y culminar con las sociedades indígenas que poblaban el lugar en el momento que llegaron los europeos. POBLAMIENTO PREHISTÓRICO AMERICANO Por los estudios científicos sabemos que el continente americano no tuvo una población autóctona, sino que fue poblado por grupos humanos provenientes de Asia. Son varias las hipótesis del poblamiento de América, pero la más aceptada es la existencia de un puente terrestre llamado Beringia, en el actual estrecho de Bering, formado en la última glaciación Würm-Wisconsin (entre los 100.000 y 12.000 años AP), cuando el nivel del mar descendió unos cincuenta metros. Este hecho hizo que emergiera un paso natural entre Alaska y Siberia, por el cual cruzaron varios contingentes humanos que se asentaron en Alaska hace entre 20.000 y 40.000 AP. Según Betty Meggers, dicho puente se formó en dos ocasiones: la primera, hace unos 50.000-40.000 años, cuando lograron cruzar mamíferos como el caribú, el mamut y otros animales pleistocénicos, seguidos posiblemente por algunos grupos humanos procedentes de Siberia; la segunda, hace aproximadamente unos 28.000 a 10.000 años AP, cuando nuevos contingente de seres humanos llegaron al Nuevo Mundo. Una vez en Alaska, según las investigaciones, estos grupos inmigrantes no pudieron dirigirse hacia el sur debido a la existencia de dos grandes placas o lenguas de hielo en Norteamérica que lo impedían: una, la Occidental, se extendía por la cordillera central de las montañas de la Columbia Británica (actual Canadá) y por el valle del río Columbia hasta las islas Aleutianas; la otra, la de Laurentia, cubría aproximadamente diez millones de kilómetros cuadrados en la fase máxima del glaciar, extendiéndose desde el valle del río Ohio, al norte, hasta el océano Ártico y el océano Atlántico, las laderas orientales de las montañas Rocosas y Alberta central y septentrional. Se cree que hace 10.000 años dichas placas se fundieron, lo que permitió que se abriera un corredor entre ambas, por el que pasaron animales y humanos, favoreciendo el poblamiento del resto del continente. En cambio, otra teoría afirma que existió una ruta alternativa por las costas del Pacífico y que fue utilizada para ir al sur por parte de los grupos de cazadores, lo que implicaría conocimientos de navegación. Pero esta teoría aún no ha sido demostrada fehacientemente ya que los datos arqueológicos que la sustentan son todavía insuficientes. Sea cual sea la teoría, se sabe que una vez traspasado el corredor, estos antiguos grupos se asentaron en la zona occidental de los Estados Unidos. Posiblemente se dispersaron por las montañas Rocosas, alcanzaron la meseta mexicana, arribaron al istmo de Panamá y siguieron con rumbo sur, pasando por los Andes, hasta llegar a Tierra del Fuego, en el extremo sur de Sudamérica. Según Betty Meggers, cuando la fauna del pleistoceno se extinguió —se cree que debido a la intensa caza de los grupos siberianos o por un cambio climático al final de este periodo—, los grupos humanos se desplazaron por las costas y comenzaron a vivir de la pesca y de la recolección de moluscos, lo que dio origen a montículos artificiales, conocidos con el nombre de sambaquis, a lo largo de la costa de Perú, Chile, sur del Brasil y sudeste de los EEUU. Los estudios científicos sobre el poblamiento en Sudamérica afirman que los grupos humanos tomaron dos rutas: una, por los Andes y la otra, por las tierras bajas, es decir, por la actual Amazonia. En este segundo trayecto se distinguen dos grupos de pobladores: los proto-arawak, que se desplazaron hacia el norte y el suroeste, y los tupí, que marcharon hacia el sureste. Esta migración se prolongó durante más de dos milenios y se habría realizado atravesando la selva tropical y a lo largo de los ríos principales y sus afluentes, lo que permitió poblar toda la zona amazónica, caribeña y sudeste de Sudamérica, incluyendo la Región oriental del Paraguay, a la que estaban arribando cuando llegaron los conquistadores españoles. Durante esta fase de migración hacia el sur, varios grupos humanos pasaron de ser cazadores-recolectores generalizados a convertirse en cazadores-recolectores especializados o complejos. Estos contaron con una mejor y más variada producción de material lítico y experimentaron otra transformación importante consistente en la explotación de la fauna y de la flora a su alrededor. Así, empezaron a procurarse recursos vegetales y animales para una mejor subsistencia, lo que dio lugar a una incipiente forma de cultivo y de pastoreo. LA ANTIGÜEDAD DE LOS HUMANOS EN AMÉRICA La datación de los grupos humanos en América es una cuestión muy discutida, ya que existen científicos que aseguran que no tienen una antigüedad superior a 13.500 años AP. En cambio, otros estudios, junto con dataciones de carbono 14, arrojan fechas de entre 30.000 a 40.000 años AP. La fecha más aceptada era la del yacimiento de Clovis, localizado en el estado de Nuevo México (Estados Unidos), que, según las dataciones y los restos líticos y humanos ahí encontrados, posee una antigüedad de 13.000 años AP. Los paleoindios —así llamados por los estudiosos de la prehistoria americana— eran fabricantes de puntas de piedra acanaladas (denominadas puntas Clovis) y grandes cazadores de mamíferos como el mamut y el bisonte gigante, y se les consideraba los pobladores más antiguos de América. En otros yacimientos, como el de Folsom, también en EEUU, se han encontrado puntas de piedra del mismo tipo Clovis pero con variantes en la manufactura. En el resto del continente también se han hallado puntas líticas del estilo Clovis, aunque en América del Sur el tipo de punta lítica más extendido es el lanceolado plano. Los yacimientos de Meadowcroft (Estados Unidos), Monte Verde (Chile) y Boqueirão da Pedra Furada (Brasil) son los que arrojan las dataciones de rastros de poblaciones más antiguas. En el primero se han datado los restos de un cesto carbonizado en 19.600 años AP; en el segundo, se han fechado restos de hogueras con una antigüedad de 34.000 años AP; y en Pedra Furada, restos con 32.000 años AP. Teniendo en cuenta estas fechas, se presume que América del Sur tuvo que haber sido poblada hace aproximadamente 33.000 años AP, por lo que la migración inicial al continente americano debió haberse producido 7.000 a 8.000 años antes, lo que establece una posible antigüedad de 40.000 años AP para la presencia humana en América. Con respecto a Paraguay, tenemos que tener en cuenta las investigaciones regionales: las del arqueólogo brasileño Jorge Eremites de Oliveira en la región del Pantanal Matogrossense; las de los arqueólogos Emília Kashimoto y Gilson R. Martins en la zona del Alto Paraná, y las del equipo argentino del Museo de La Plata y Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad de La Plata en el Chaco litoraleño. Según Oliveira, para la región pantanera (incluye el Alto Paraguay) las fechas radiocarbónicas más antiguas de presencia humana van desde los 8.100 hasta los 4.500 años AP, y se relacionan con la «arqueología de las tierras bajas» de América del Sur ocupadas por pescadores-cazadores- recolectores. El llamado «óptimo climático ambiental» del holoceno medio —etapa en la que las condiciones climáticas luego de la última glaciación mejoraron y dieron paso a un clima más cálido y húmedo—, que se extendió desde los 7.000 a los 4.500 años AP, permitió que en el Alto Paraná y en Mato Grosso se dieran las condiciones para la expansión de estos grupos de pescadores-cazadores-recolectores. Los yacimientos en Corumbá y Ladario, en Mato Grosso do Sul, evidencian material lítico y cerámica de grupos humanos dedicados a la caza, la pesca y la recolección de moluscos, quienes formaron intencionalmente estructuras monticulares con los restos de su alimentación y, probablemente, utilizaron canoas como medio de transporte en la zona de inundación. También es posible que estos humanos incorporaran la cerámica hace 4.500 años AP, en forma propia o por adquisición de otros grupos, pues la formación monticular, sobre todo en Mato Grosso do Sul, demuestra una ocupación continua de más o menos 200 años, lo que evidencia cierto grado de sedentarización. Dichos montículos también se pueden localizar en Paraguay, concretamente en Puerto 14 de Mayo, departamento de Alto Paraguay, en el lago Ypoá, entre los departamentos Central y Ñeembucú, así como en otros lugares. A estos montículos se les llama comúnmente Yvy chovi, «tierra acumulada» en guaraní. En la zona de Alto Paraná, Brasil, los estudios arqueológicos confirman la presencia humana en esa región hace 6.000 años AP. Se presume que grupos de pescadores-cazadores-recolectores fueron los primeros habitantes de esa zona y que contaron con una industria lítica abundante gracias a los yacimientos de rocas en la ribera del río Paraná. Sin embargo, carecieron de cerámica, cuya presencia recién se registra hace 2.000 años AP, posiblemente perteneciente a grupos agricultores advenedizos que desplazaron a estos antiguos grupos de pescadores-cazadores-recolectores. Dentro de la clasificación de las llamadas «Tierras Bajas», la planicie chaqueña o Gran Chaco sudamericano —región que comprende la planicie centro-sur del continente sudamericano en los territorios de Bolivia, Paraguay y Argentina— constituye una gran laguna en la arqueología, aunque las investigaciones arqueológicas en el sector ribereño Paraguay-Paraná han contribuido a esclarecer el panorama de los sistemas sociales del pasado en esta zona. Según las investigaciones realizadas por un equipo multidisciplinario conformado por arqueólogos y etnólogos argentinos del proyecto De las historias étnicas a la prehistoria en el Gran Chaco argentino —Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata— y el Centro del Hombre Antiguo Chaqueño, con sede en Las Lomitas (Formosa), la secuencia de las ocupaciones humanas en la región se puede remontar hasta comienzos de la era cristiana, esto es, de 900 a 1.700 años AP. Igualmente, las investigaciones arqueológicas realizadas en el sector ribereño chaqueño sobre las formaciones monticulares han puesto en evidencia diferencias entre los emplazamientos al sur y norte de la confluencia de los ríos Paraguay y Paraná, por lo que se han establecido posibles vinculaciones de los yacimientos de la zona norte con el gran pantanal matogrossense a través del río Paraguay. Este hecho es muy importante porque vincula la ocupación del Chaco por grupos humanos antiguos que se movían probablemente por este río, desde el pantanal hasta la desembocadura en el Paraná. Como vemos, la presencia humana en el Chaco, según los datos arqueológicos, es muy posterior a las otras regiones sudamericanas, tal vez por su clima inhóspito. Cabe recordar que la datación se realiza a partir de materiales líticos y cerámicos, y restos orgánicos dejados por los humanos; también podría ser que no hayan quedado rastros de otros tipos de materiales como puntas de proyectil de hueso, asta o madera, por lo que se podría presumir que el Chaco pudo haberse poblado mucho antes ya que, como dice Calandra, estaban dadas las condiciones climáticas y ambientales, junto con la rica biodiversidad existente en la zona, para que grupos humanos habitaran la extensa planicie chaqueña con anterioridad de lo que las dataciones registran. En Paraguay, las investigaciones arqueológicas son muy escasas. A pesar de ello, recurrimos a los estudios científicos basados en dataciones y no en estimaciones, como las que realizaron Pallestrini y Perasso y Lasheras. Los primeros, en 1986, dataron al hombre de Py-pucú (en el Sitio Frutos, departamento de Paraguarí) en 3.600 años AP. Mucho más reciente ha sido la investigación arqueológica de José Antonio de Lasheras, director del Museo de Altamira (España), quien dirigió, en 2008, un equipo multidisciplinario para estudiar el poblamiento prehistórico de la zona del Amambay, al norte de la Región oriental, en un abrigo del cerro Jasuka Venda, lugar mítico de la cultura Paĩ Tavyterã. La excavación arqueológica indicó que grupos humanos la ocuparon por largo tiempo. Por la datación del material lítico, de los vestigios de huesos de animales y de los restos de hogar-fuego, el equipo de Lasheras concluyó que «la excavación arqueológica nos informa que el abrigo Itaguy Guasu fue utilizado por grupos humanos que residieron ahí tiempo antes y tiempo después de hace 5.200 años AP». Asimismo, según el informe de Lasheras, por los tipos de grabados de arte rupestre encontrados en el sitio y del tipo pisadas, «se puede afirmar que este tipo de expresión tuvo su origen o desarrollo en este lugar y de ahí se difundió por otras regiones». Esta ocupación humana de larga duración fue anterior a los grupos guaraníes que se instalaron en el lugar, ya que los ocupantes guaraníes de la región datan de unos 800 años AP. Para Lasheras, los grabados rupestres de Jasuka Venda ubican al Paraguay en el mapa del arte prehistórico mundial, y a Amambay en la región donde se concentra mayor cantidad y densidad de grabados del estilo de pisadas. Por su parte, en el Chaco paraguayo pocos son los estudios arqueológicos realizados hasta el momento y, en su mayoría, no poseen datación radiocarbónica, solo estimaciones y comparaciones con otros estudios de la región. Aun así, tenemos el destacado trabajo de Branislava Susnik (1959) en los conchales de Puerto 14 de Mayo, en Alto Paraguay, donde encontró formaciones monticulares similares a las ya mencionadas en la zona del pantanal brasileño y del Chaco argentino. POBLAMIENTO PREHISTÓRICO DEL TERRITORIO PARAGUAYO La arqueología latinoamericana propone, en cuanto a la población sudamericana, una división basada en el desarrollo de las sociedades y las culturas en la que, según Iraida Vargas, se distinguen tres variantes: las formaciones o sociedades cazadoras- recolectoras, las formaciones tribales y las sociedades clasistas-iniciales. Al Paraguay le corresponderían las dos primeras formaciones, que fueron poblando y ocupando el territorio en épocas prehistóricas. Las formaciones cazadoras- recolectoras, como habíamos dicho anteriormente, se transformaron en grupos de cazadores especializados en su migración al sur y, más tarde, en grupos de sedentarismo creciente, que cultivaban (de manera rudimentaria) y contaban con rebaños de alpacas, llamas, guanacos y vicuñas. Al mismo tiempo, hubo una transición entre los antiguos cazadores-recolectores y los grupos tribales que se caracterizaban por la existencia de una producción controlada de alimentos y una estructura social tribal. En estas sociedades tribales se produjo otra transformación destacada: la jerarquización y el desarrollo de la estructura de poder institucionalizado, o sea, la formación de un protoestado, lo que dio lugar a la desigualdad social y al surgimiento de las clases sociales. De esta manera, dichas sociedades pasaron a denominarse formaciones clasistas- iniciales. Este fenómeno fue más frecuente en la zona andina debido a la riqueza de cultivos, a la gran concentración poblacional y a la integración de diversas poblaciones bajo señoríos económicamente ricos y políticamente dominantes. Debemos recordar que no todos los grupos en América tuvieron igual desarrollo, produciéndose una diversificación de las culturas. Así, en Sudamérica, las sociedades andinas tuvieron un mayor desarrollo que las de las tierras bajas correspondientes a Paraguay. Para las sociedades que poblaron prehistóricamente el Paraguay se establecen varias áreas culturales, marcadas por el mismo hábitat o región, ya que las áreas ecogeográficas del Paraguay actual se diferencian marcadamente. La Región oriental está enmarcada entre los ríos Paraguay, Paraná y Apa (regada por más de 800 cauces hídricos que la hacen muy fértil) y las elevaciones del Amambay y Mbaracayú, es una región a la que llegaron poblaciones de cazadores- recolectores que se ubicaron en la zona este, es decir, hacia el curso medio del Paraná. Por los restos líticos encontrados, como el hacha azadón, parece que contaban con una incipiente horticultura, por lo que podemos afirmar que no eran exclusivamente cazadores- recolectores. Según Susnik, los protopobladores del Paraguay oriental, antes de la aparición de los guaraníes, eran grupos de cazadores-recolectores, denominados «láguidos», que corresponderían a los grupos de pescadores-cazadores-recolectores antes citados, relacionados con los altoparanaenses de las regiones de Paraná, en Brasil, y de Misiones, en Argentina. Es probable que se traten de las poblaciones prehistóricas de mayor antigüedad en la región. Estos grupos de pescadores- cazadores-recolectores fueron, posiblemente, desplazados por grupos cultivadores-ceramistas, pues la evidencia arqueológica data la aparición de la cerámica entre 1.500 y 2.000 años AP. Por esta razón, podríamos hablar de grupos cultivadores anteriores a los guaraníes llegados por estas fechas a la zona. Susnik, de hecho, habla de grupos «paleo-amazónicos» que corresponderían a estos primeros ceramistas que también utilizaban las formaciones monticulares o islas para cultivar y habitar. Por ejemplo, tenemos el caso de Py-pucú —investigaciones arqueológicas realizadas en un conjunto de islas en un esteral del departamento de Paraguarí—, donde se comprobó la ocupación sucesiva del lugar por varios grupos humanos preceramistas y ceramistas. La llegada de grupos guaraníes, llamados por Susnik «ava-amazónico», a la Región oriental fue posterior. Se puede hablar de la dispersión tupíguaraní desde el Amazonas, moviéndose hacia el sur y el sureste a través de los grandes ríos y sus afluentes, como el Araguaia, el Xingú, el Arinos, el San Lorenzo, el Paraguay y el Paraná. La migración no fue masiva sino más bien progresiva, prolongándose por más de 2.000 años. De esta manera, tenemos dos olas sucesivas: la primera de los proto- mbya, que eran cultivadores subsistenciales, contaban con cerámica corrugada-imbricada, estaban formados por pequeñas comunidades (te’y), eran socialmente exclusivistas (ore) y se movían alrededor de pequeños ríos y sus afluentes. Este contingente fue ocupando tierras pobladas por grupos de cazadores-recolectores y núcleos paleo- amazónicos, lo que favoreció la toma de contactos de distinta índole, algunas veces en forma pacífica y otras hostiles. La segunda ola fue la de los protocarios, que eran grupos con tendencia al cultivo intensivo y predominio de la cerámica pintada, con formaciones sociales aldeanas (tekoha) e inclusivistas (ñande), que se movían mediante canoas por los grandes ríos Paraguay, Paraná y Uruguay, y llegaron a establecerse en la costa atlántica. Ambas corrientes se plasmaron socioculturalmente, produciéndose una homogeneidad etno- cultural de los grupos Guaraní. Branislava Susnik afirma que el dinamismo expansivo de los guaraníes se basó en la búsqueda de la tierra «nueva y fértil», y los chamanes fueron los impulsores del dinámico oguata (andar) y del marandeko (guerrear) con los antiguos pobladores. El sentirse ava implicaba tres factores básicos: la identidad comunicativa del ava ñe’ , el ava teko vivencial a base del cultivo y el ancestro mítico común fundador, el tamói. Los guaraníes se caracterizaban por su orientación agrícola, con cultivos de mandioca y maíz, y su gran dinamismo migratorio, siguiendo el rumbo de los ríos en busca de tierras aptas para nuevas rozas. La caza constituía la fuente de proteínas, pero se fue complementando con la alimentación vegetal (resultante del cultivo y la recolección de frutos), que adquirió nuevas posibilidades a partir de la cocción, lo que implicó la adopción de una nueva tecnología: la cerámica (ollas, fuentes, platos). Además, empleaban sus hachas de puntas líticas pulidas como instrumento eficaz para talar en forma cooperativa y realizar los rozados para el cultivo. Sus viviendas eran grandes casas comunales capaces de albergar a todo un clan o linaje, y su mitología estaba coligada al cultivo. El entierro se realizaba en urnas funerarias, lo que ha posibilitado arqueológicamente establecer la expansión de estos grupos. La antropofagia era generalizada y se realizaba como ritual para obtener maíz, como expresión de victoria sobre el enemigo, o como medio para imponer la autoridad parcial o tribal. Socialmente predominaba el linaje patrilineal, la poligamia no constituía una regla en sí misma, sino la forma en que un hombre podía adquirir más prestigio, pues una mujer más suponía más lotes cultivados, un fuego más, más hijas y, por ende, más yernos miembros de su comunidad, y nuevos brazos para trabajar. El límite entre las regiones naturales del Paraguay constituyó, indiscutiblemente, el río del mismo nombre que, a la vez, marcaba una frontera entre las poblaciones guaraníes de la Región oriental y los chaqueños de la Región occidental. Los guaraníes, cultivadores tribales, y los chaqueños, cazadores-recolectores, se movían constantemente en busca de mejores cazaderos y tierras para cultivar. Sin embargo, tal frontera no fue infranqueable, pues los chaqueños siempre que podían la cruzaron y, mediante la violencia, tomaban como botín los bienes de subsistencia de los cultivadores guaraníes. Por su parte, el Chaco paraguayo comprende el triángulo entre los ríos Pilcomayo y Paraguay, y la frontera seca con Bolivia. Por las características climáticas y ambientales, junto con los escasos datos arqueológicos con que contamos, se cree que la llegada de los primeros pobladores, con características de cazadores-recolectores o de cazadores-esteparios, fue la más tardía y pudo haberse producido por dos rutas: una, desde el planalto brasileño; y otra, por la región andina. Poblamiento prehistórico del territorio paraguayo José Braunstein distingue la distribución de estos grupos por lenguas mayoritarias que poblaron el Gran Chaco. Un primer grupo lingüístico fue el de los Matako, que ingresó desde el norte por el oeste, siguiendo las cuencas de los ríos centrales Pilcomayo y Bermejo. Por su parte, el grupo Guaycurú ingresó desde el sur por el este, penetrando hacia el noroeste por las mismas cuencas. Sabemos que todos los pueblos que integraban estos grupos lingüísticos eran portadores de elementos culturales que podrían incluirse en la categoría de cazadores- recolectores. El Zamuco, un tercer grupo, fue desplazado hacia el Chaco, como lugar de refugio, por grupos cultivadores, posiblemente Arawak del planalto brasileño, y llegaron por el noreste aproximadamente hace 1.000 años AP. Por su parte, el grupo Maskoy alcanzó el Chaco central paraguayo como consecuencia de la presión ejercida por los grupos cultivadores, y su migración se superpuso a la de los zamucos. Finalmente, el grupo Chané-Arawak se asentó en el área precordillerana de los ríos Parapití y Guapay (San Miguel de los Chiquitos) y se extendió, antes de la llegada de los guaraníes a la zona, hasta la parte del alto río Pilcomayo. Pero debido a los movimientos de los grupos andinos iniciados hace 1.000 años AP, también tuvo que desplazarse y terminó refugiándose en el Chaco y en el Alto Paraguay. Los grupos chaqueños, por su misma diversidad, no pueden ser caracterizados por las mismas formas culturales. Antes de la llegada de los europeos no vivían aislados en un encierro ambiental sino que mantenían frecuentes tratos con otros grupos vecinos ya fueran contactos hostiles, pacíficos o de trueque. Esto permitía la difusión de elementos culturales que el pueblo receptor los integraba dentro de sus necesidades materiales, ceremoniales o expresivas. Estos focos de difusión para el área chaqueña estaban determinados por los cultivadores intensivos arawak y por los subandinos, en el norte, y por las sociedades paleo-amazónicas ceramistas y de los guaraníes, en el área del litoral paranaense. En general, todos los grupos chaqueños poseían la cultura de cazadores-pescadores-recolectores, con un intenso movimiento en busca de nuevas zonas de caza y pesca y, para ello, contaron con instrumentos de huesos, piedra y madera. Aprovechaban, de manera inmediata, los recursos naturales y su vivienda temporal tenía forma de cobertizo. En lo social se caracterizaban por una frecuente y continua fragmentación de los grupos según las posibilidades de subsistencia. Los matrimonios se basaban en la regla de exogamia local o por la unión de clanes. La mitología estaba relacionada con sus actividades cazadoras y recolectoras. LAS POBLACIONES INDÍGENAS Y LA LLEGADA DE LOS EUROPEOS Los guaraníes, si bien eran conscientes de la unidad del ava amazónico, agrupaban sus aldeas por regiones, ligadas a las tierras fértiles y a los intereses de la población aldeana. Esta fuerte conciencia geo-regional — llamada guara por Susnik— se basaba en una comunidad de intereses y en la reciprocidad de vínculos sociales que unían a varios grupos patrilineales. La identificación con su guara era para el guaraní un hecho sumamente importante, pues esta identificación era exclusiva, lo que no permitía que otros vinieran a formar parte de la misma y mucho menos a asentarse en ella. La documentación del siglo XVI que nos ha llegado indica que estas regiones estaban denominadas por los ríos que las cruzaban, por los nombres de sus caciques o por nombres específicos de los grupos que las habitaban. Así, en el momento del arribo de los españoles a Paraguay, los guaraníes estaban distribuidos, según Susnik, en las siguientes regiones o guara: en el antiguo Guairá, entre los ríos Tieté e Iguazú; en la zona entre el río Uruguay y la Laguna de los Patos en la costa atlántica; entre los ríos Uruguay y Paraná; entre los ríos Paraguay y Paraná, llegando hasta el río Miranda en el norte y hacia el sur ocupando las islas del río Paraná hasta el Tigre, en el delta del mismo río, donde confluye con el Río de la Plata. Estos grupos eran los Carios, los Tobatines, los Guarambarenses Itatines, los Mbaracayuenses, los Mondayenses, los Paranaes, los Uruguayenses, los Tapes, los Mbiazas, los Carios litoraleños y los Chandules. Por su parte, en el Chaco podían distinguirse tres áreas geoculturales: alto Paraguay, medio y bajo río Paraguay, y la sur-paranaense. Las áreas alto Paraguay y sur-paranaense se encontraban, cuando llegaron los españoles, en pleno proceso de conquista y expansión por parte de grupos Guaraní, Chané y culturas subandinas. Por su parte, la zona del medio y bajo río Paraguay estaba dominada por los payaguás, los mocoretá-mocovíes y los abipones, quienes se movían con gran libertad por los ríos. Estos grupos estaban emparentados con otras etnias pedestres situadas en torno al Pilcomayo y el Bermejo, como los Mbayá-Guaycurú (que luego adoptaron el sistema ecuestre), con quienes los guaraníes, y luego los españoles, mantuvieron constantes rencillas por los ataques a la comarca asuncena. En la zona alto- paraguayense se concentraban los Guató, los Guasarapo, los Matará, los Orejones y los Xarayes. Durante el periodo hispánico otros grupos chaqueños aparecieron en escena como los grupos Lengua-Emimagá y Cochaboth, quienes también atacaron los núcleos españoles en numerosas ocasiones. Por su parte, los mocovíes, los abipones y los tobas se mantuvieron al sur del río Pilcomayo y hostigaron a los pueblos misioneros. Hacia fines del siglo XVIII se acercaron a la ribera del río Paraguay los maskoys, mientras que los zamucos, al norte, fueron trasladados a una misión en Chiquitos, que fracasó. En el siglo XIX, otros grupos indígenas tomaron contacto con la sociedad paraguaya: los Mataco, los Emok-Toba, los Chamacoco-Ishir y los Ayoreo- Moro. En definitiva, al llegar los europeos a estas tierras la configuración étnica era bastante heterogénea. Los diferentes grupos siguieron moviéndose, como lo comprueban la documentación y las crónicas de la época. Si bien la Región oriental fue conquistada y colonizada por los españoles ya en el siglo XVI, el Chaco permaneció casi intacto hasta finales del siglo XIX, cuando se emprendió una nueva política de «misionización» y «civilización» de los grupos indígenas. Podemos afirmar, a modo de conclusión, que todavía queda mucho por investigar en el ámbito de la prehistoria paraguaya. Se necesitan más estudios e investigaciones arqueológicas a nivel nacional para poder conocer mejor nuestra historia antes de la llegada los conquistadores hispanos. BIBLIOGRAFÍA COMENTADA Para saber más sobre el poblamiento y la prehistoria americana es imprescindible recurrir a los trabajos de Betty Meggers, América prehistórica (Rio de Janeiro, Paz e Terra, 1979); de Grahame Clark, La Prehistoria (Madrid, Alianza, 1981); de Michael H. Crawford, Antropología biológica de los indios americanos (Madrid, MAPFRE, 1992); y de Jorge A. Rodríguez, Arqueología del sudeste de Sudamérica, publicado en Prehistoria sudamericana. Nuevas perspectivas (Santiago de Chile, Taraxacum, 1992). En cuanto a los estudios arqueológicos para la región del sudeste sudamericano tenemos las obras de Emília Mariko Kashimoto y Gilson Rodolfo Martins, Uma Longa História em um Grande Rio. Cénarios Arqueológicos do Alto Paraná (Campo Grande, Oeste, 2005); de Jorge Eremites de Oliveira, Arqueologia das Sociedades Indígenas no Pantanal (Campo Grande, Oeste, 2004); de Jorge Eremites de Oliveira, Arqueologia pantaneira: história e historiografia (1875-2000) (Dourados, Editora da UFGD, 2008). Todas estas obras nos permiten tener una visión bastante amplia de la prehistoria de esta región, sobre todo en lo que concierne a los paleoamericanos y los guaraníes. Sobre el Gran Chaco podemos recurrir a los estudios de los argentinos José Braunstein y otros, «Historia de los Chaqueños. Buscando en la “papelera de reciclaje” de la antropología sudamericana» (Acta Americana, Revista de la Sociedad Sueca de Americanistas, v. 10, n. 1, 2002); de Horacio Calandra y Susana Salceda, «Registro Arqueológico Regional Chaqueño» (Folia Histórica del Nordeste, n.º 16, 2006); de Guillermo Lamenza y otros, «Complejidad e interacción de sociedades prehispánicas ribereñas del Gran Chaco argentino» (Actas del XXVI Encuentro de Geohistoria Regional, 2006) y «Contribución al conocimiento arqueológico del Sector Ribereño del Chaco Meridional» (Presentación en el Encuentro de Geohistoria, 2009). Todos estos estudios arrojan nuevas evidencias sobre las sociedades prehistóricas de la planicie chaqueña. Los estudios de Branislava Susnik son muy importantes para comprender la dispersión guaraní en la Región oriental y la historia de los grupos indígenas en el Paraguay. Destacamos los siguientes: Dispersión tupí- guaraní prehistórica. Ensayo Analítico (Asunción, Museo Etnográfico Andrés Barbero, 1975); Guía del Museo. Etnografía Paraguaya (Asunción, Museo Etnográfico Andrés Barbero, 5.ª ed., 1976); El rol de los indígenas en la formación y en la vivencia del Paraguay (Asunción, IPEN, T. I., 1982); de Branislava Susnik y Miguel Chase- Sardi, Los indios del Paraguay (Madrid, MAPFRE, 1992). Otras obras son el resultado de investigaciones arqueológicas en Paraguay, que nos presentan algunos datos sobre la antigüedad y el modo de vida de los grupos humanos en nuestro país. Destacamos los trabajos de Jose Luiz de Morais y José A. Perasso, Tecno-tipología de estructuras de lascamiento del sitio Marcelina-Kue (Itapúa-Paraguay) y Ensayos de Arqueología Paraguaya I (Asunción, Arte Nuevo Editores, 1984); de Luciana Pallestrini, José A. Perasso y Ana M. Castillo, El hombre prehistórico del Py-pucú. (Esbozo arqueo-etnológico) (Asunción, RP, 1989); de Luciana Pallestrini y José A. Perasso, «Projeto Leroi-Gourhan: Arqueologia das “Ilhas” do Paso Py-pucú» (Revista do Museu Paulista, Nova Série, v. XXXI, 1986). También queremos agradecer a José Antonio Lasheras el habernos proporcionado, para este capítulo, el informe final del trabajo «Patrimonio cultural del pueblo Pai Tavyterã en Jasuka Venda, arqueología y arte rupestre en Itaguy Guasu/Abrigo 1», de marzo 2009. Este informe fue entregado a la dirigencia del Pai Retã Joaju (Pueblo Pai Tavyterã involucrado en el proyecto) así como a la Secretaría Nacional de Cultura del Paraguay. Los resultados aún son inéditos, sin embargo se han consignado por su relevancia para la arqueología y prehistoria paraguayas.

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